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Roberto Raschella II La Casa Encontrada
Roberto Raschella II La Casa Encontrada
Otros títulos
de la Colección Tierra Firme
ROBERTO RASCHELLA
Cálculo equivocado.
Poemas 1983-2008
Noé Jitrik
Prólogo de Rodolfo Alonso Los cuatro libros incluidos en este volumen ponen en acto, de modos
diversos pero estrechamente vinculados, este magnífico teatro lírico
El Andariego. cargado de preocupaciones políticas, estéticas, ideológicas, existenciales e
Poemas 1944-1980 íntimamente biográficas. Un conjunto de escenas enhebradas por una Roberto Raschella (Buenos Aires, 1930) es
Hugo Padeletti voz que no se dedica a mentar sino a reificar, a volver casi tangible maestro, escritor, poeta, ensayista y crítico
Prólogo de Jorge Monteleone de cine. A partir de 1959, y durante más de
para el lector lo inefable de una derrota y de un exilio. Modalidades
treinta años, fue maestro de educación ele-
de una pérdida que es, al mismo tiempo, la experimentada histórica-
Relámpagos de lo invisible. mental, tarea que compartió con la escritura
mente por sus antepasados pero también, en el sentido amplio y diver-
Antología de poesía, novelas, guiones y crítica de cine.
Olga Orozco gente que es capaz de conferirle la voz mítica elegida por Raschella, la
Ha traducido, entre muchas otras, obras de
Selección y prólogo que ensombrece la existencia de toda criatura humana. Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Luigi
de Horacio Zabaljáuregui Si se intentara encontrar un decurso argumental de la epopeya a Pirandello, Pier Paolo Passolini, Italo Svevo
la vez familiar y universal que el conjunto de esta obra construye con y Gabriele D’Annunzio. Ha colaborado en
Obras I. admirable rigor formal y conmovedora belleza, podría decirse que, diversas revistas de cine, como Cinema Nuo-
Poesía más que al desplazamiento de personas, ideas y objetos desde un vo, Cinecrítica, Tiempo de cine y Lyra, y en
Severo Sarduy lugar hacia otro (desde Calabria hacia Buenos Aires), de uno a otro revistas culturales y literarias, como Innom-
libro se asiste a los diversos movimientos intelectuales y emocionales brable, La ballena blanca y El jabalí. En
Recorrer esta distancia. del poeta vinculados con esos núcleos anecdóticos que han marcado 1999, recibió el premio Boris Vian y, en
Antología poética su propia vida. Desde la crispación inicial, anunciada ya en el título, 2004, el segundo Premio Nacional de No-
La casa encontrada
Jaime Sáenz vela, otorgado por la Secretaría de Cultura
de Malditos los gallos y prolongada radicalmente en los elocuentes
de la Nación, ambos por la novela Si hubié-
Poemas del exterminio, hasta la delicada y melancólica consolación,
Filtraciones. ramos vivido aquí. En 2005 obtuvo la beca
a través de un amor otoñal, de La casa encontrada, preanunciada en
Poemas reunidos Guggenheim.
la casi ascética mesura de Tímida hierba de agosto.
La casa encontrada
Hugo Gola Es autor de las novelas Diálogos en los
patios rojos (1994), Si hubiéramos vivido aquí
Del prólogo “El sueño de un futuro inexacto”, de Guillermo Saavedra.
(1997) y La historia que nunca les conté
(junto a Mariano Fiszman, 2005), y de los
poesía reunida, 1979-2010 libros de poesía Malditos los gallos (1979),
Poemas del exterminio (1988) y Tímida hier-
ba de agosto (2001), reunidos en este volu-
Prólogo de Guillermo Saavedra men junto al libro, hasta ahora inédito, La
tierra firme
casa encontrada (2010).
ROBERTO RASCHELLA
LA CASA ENCONTRADA
Poesía reunida, 1979-2010
Prólogo de
Guillermo Saavedra
268 269
ii a tu frente de melancolía, una y otra vez,
hecha en el jugo de las cocinas
Y ya hace tiempo que tu voz antigua, o sobre los ojos del viejo perro
tu voz juvenil, está en mí, como una residencia que agonizaba. Era tu mano, y
hallada en el viaje –este viaje alguna vez me pareció también más pequeña,
iniciado y que no tiene fin, más allá entre mis manos…
de mí mismo–, este viaje, en la oscuridad
ardiente de los cielos fragmentados detrás
de los muros, allí donde las flores iv
aparecen con la suprema lentitud
de una vida profunda. Tu voz está allí también, Es apenas un primer despertar. Ya hubo
libre, sin clausura, en las flores que guardan la sencillez de un sueño benigno o fue
ocultas sus nombres, algunas blancas también alguna historia de imposible narrar,
como tus manos, otras encendidas como tu corazón, entre lamentos de mujeres vestidas de negro
un geranio, creo, una dalia, golpeándose el pecho o fracasándose
un crisantemo… la cabeza contra las paredes. Tu sonrisa,
un pliegue de dolor acaso, ¿pero no es el dolor
como el aire que parece quedarse y pasa,
iii que parece quedar y queda?
Tu sonrisa, semejante a la luz
Al principio, parecía fría y del escultor en la materia o al saber
olvidada en su propio cuerpo, siempre de asombro y de sospecha,
rémora del tiempo de soledad el saber de los niños.
y muerte. Aquel verano, aquel
verano, yo pensaba que todo Te escucho: respiras,
pasaría como otra alegría respiras…
del alma ya sucedida antes
de todo diluvio. Llegaría, llegaría
el otoño lento, la espinosa trama v
sin rosas –pensaba–. Aquella noche,
aquella noche, sin embargo, Tus ojos, nada más que tus ojos.
era semejante a la bondad Mis ojos, un solo ojo más claro en la distancia,
de las madres alertas, y la llevabas pero incierto antes de llegar a
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la observación de mis propias manos. cada vez más fugente
El temblor en la luz es continuo, es hacia la región oscura.
continua la sombra de un natural ocaso,
y luz y sombra me hacen pensar
la fragilidad de las cosas, vii
la ausencia incomprensible
de los cuerpos en la muerte. Pero desde Un silencio. Apenas se percibe la desterrada
el profundo hogar, verdes, abiertos, música, una bruma que del terror tiene
de su misma luz, la magnitud de los crepúsculos
en la apariencia olvidados y del asombro la ligereza de las uvas
dolorosamente de todo dolor recogidas en la inmensa cercanía.
vivido, como un mar que nace siempre, Mi mano alguna vez clamante de amor
tus ojos, solamente tus ojos… se inclina en sí misma más oscura
que nunca, y sin embargo quiere excavar
más hondo, más dulcemente
vi en tu misterio, mientras la pobre palabra mía
murmurada en el sueño desciende en ti misma
Éstas son mis manos, las manos del principio desde tus hombros alzados en enjuta vastedad,
en la madurez del contenido deseo
por los años que acaso llegarán y descienden la mano y la palabra hacia la enorme tierra,
entre tú y yo, como un dios descendido oscuramente la tierra bárbara y destruida
sin el peso de la indecible culpa por siempre, la tierra bajo el hombre,
entre el hombre y la mujer que han vivido inviernos la vida que es ya muerte en el triunfo de amar
de amor o veranos pudorosos. –como un mediterráneo cántaro
Es una claridad, no solamente luz de altura, desdibujado–.
porque es de luz el halo de tus manos blancas
sobre mis oscuras manos, y en ella busco
con los ojos vivos y cerrados la alegría viii
que no he sabido darte, la alegría,
el extraño visitante de las viejas casas Las luciérnagas se han ido de la ciudad, ellas
para mí llegado en el otoño, un poco tardío, que eran de algún modo
un poco inclemente, ahora el eterno principio de las cosas. Quedan
que mis ojos ocultos viven el tempo eso sí las rosas, claras, cercanas.
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A veces parecen tristes, o entristecidas un punto acaso solamente, alguna fulguración
por algún hecho, y sin embargo entre tú y yo,
se piensa en ellas como si fueran es decir el amor…
un silencio comprendido o
la sencilla crueldad de los jóvenes.
Y ahora los nombres de las cosas x
surgen naturales, una palabra tuya, una palabra
mía, en la terrible unidad de cielo y tierra, y Cerrar los ojos, hablarse adentro,
algo de ello te dije en tu presencia, pensierosos de la infelicidad humana,
más allá del día y de la noche que pasan y sin embargo en la luz, en el hueco
exterminados: la palabra mía ocupada en tu pecho, de tu pecho, es decir la luz de golpe,
tu pecho de mesta alegría. Y con un suspiro, como un triunfo, como un ensueño,
un lamento tuyo, llamaste diosito al dios del exilio hablarnos de las formas de existencia y
(así decían las mujeres de otro pueblo), de locura, del cruel exceso de piedad
y fue apenas una sonrisa en tus labios por los vivos y del oscuro recogerse ante los muertos,
de mujer ariosa. hablarnos de la nueva alegría, con alguna palabra
de poesía en la mente. Rituales,
blanda tú como una madre de otro tiempo,
ix
duro yo como un mulo del sur,
No sé. No sé si son las flores o es el nombre blando yo como un tremar de la montaña,
mismo de las flores, o la simple observación dura tú a veces en tus ojos,
de las rosas o la idea de las rosas verdes,
–las rosas del paraíso schumanniano, en esta luz…
música extendida en el eco
de una vida antigua–, no sé si desde
este fondo de serenidad y espera, xi
en tus ojos que no saben callar el dolor
también antiguo, es el profundo nombre Y es la vida de todos los días
de todas las cosas aquí residentes que ahora se ha transformado
en la fresca brisa, en la simple
la enredadera que sube en el silencio brisa de una mañana de otoño.
del verano, o el laurel también creciente Es toda una vida tuya transcurrida,
en el aire más libre y sonrosado, es el trabajo del hogar
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que se lleva en el alma, ante la breve luz universal
la lenta posesión del aire en ti asumida. ¿Es un recurso
y de las flores. Acaso la celebración, de tu herida alma, es tu oscura quietud
después de oscuro dolor, surgida desde el fuego?
acaso júbilo de familia Otra herida abierta en la casa,
o la terca pasión por los hijos. y es ciudad, es montaña,
es el cuchillo alzado
Escucha, allí, oculto, sobre el pan y la mano
anhelante, que llevas a tu boca, altiva,
el amoroso silbo… como si fueras la casa en sí,
la esperanza dada al hombre,
la casa, que desgorga en ti misma,
xii
sulla tua fronte scritta…
Llegar y ver de nuevo.
Algunas rosas permanecen ocultas en sí mismas,
mujeres al fin en gloriosa oscuridad, xiv
pero la casa se descubre
Tu cabeza entre las plantas.
como otra rosa de amorosa lentitud
Pensabas, pensabas las diversas
a mis ojos, dulce metáfora de tu pecho
categorías de las rosas,
recostado sobre la inmensidad del pasado.
de algún modo la vida,
Es posible decirte la paz ardiente,
de algún modo lampante amor.
la sutil melancolía, la atribución del dolor,
De golpe, un hueco en tus manos,
toda una vida, transfigurada en descenso o
y era la espina, creo,
en llanto común entre tú y yo.
la constante espina, justamente
Y en este otoño del tiempo y de las vidas,
de amor: el sol, en realidad,
te pregunto el origen de todo amor, o
el sol abierto ya sobre el patio
de toda extraña bondad.
como una bestia dominada
en tu temblor, apenas un instante.
xiii Y tus rosas y tus manos,
eran el eco de una cierta niñez
Y tu voz se quiebra, con la madre, apenas luz,
de pasión o de llanto, apenas sombras…
276 277
xv xvii
282 283
xxv tanto tiempo ignorada por mí,
y también, por qué no,
Son los hermanos. Ellos nos llaman
desde el fundamento mismo de las familias: el amado naranjo en flor.
es el misterio de los destinos diversos
del hombre y la mujer semejantes,
el juego de razón y sentimiento, xxvii
de violencia y bondad, de azar y
voluntad. Hermanos, separados Alcémonos, tú y yo. La luz sin llegar
por el espacio que deviene siempre tiempo, a muerte ilumina tu rostro, un óvalo
después de dolorosa infancia. Hacia ellos aldeano que avanza hacia mí
partimos tú y yo, una y otra vez, hacia ellos, como un sueño sobre el lecho todavía
hacia el origen –me contabas, flagrante. Tan dulces como crueles
me contabas de la abuela silenciosa las flores amanecen detrás de las ventanas,
enloquecida del frío que llevaba espejos de nuestro amor. Las flores,
en las vísceras como la oscura revelación del crimen soberbias de lenguaje, como una herida fresca
contra un pueblo–. Partías, partías, apenas sufrida en la noche,
y yo te acompañaba en el alma, que se aleja de ti, de mí.
rosa de los vientos reencontrada.
xxviii
xxix xxxi
xxxiii
¿Pero qué hay
detrás de las ventanas?
Y ya sé que las dulces, las minuciosas jornadas
¿Qué vive allí?
pasadas ya junto a ti, con las lunas y los soles
Persona, mito, vieja idea del mundo
que se suceden a sí mismos antiguos y firmes
cegado en nuestros brazos
como tu pecho, o la misma luz guardada
desde hace mil años, más allá, más allá…
en las mesas de la casa nueva, o tu nombre
pronunciado en deslumbrante oscuridad,
ya sé que las pequeñas cosas ajenas
xxxv
al terror del gran mundo, las macetas
de humanas formas que albergan a las rosas,
Es cierto. Ya no hay luciérnagas
las pequeñas cosas, como el agua que es luz y
en el patio y tampoco en la ciudad,
y la luz que es agua, son
pero la luz abarca lentamente
la serena consagración de la casa.
todo el arco de la casa profunda,
y es por momentos el delirio
xxxiv del verde irisado como un enorme ojo
en el cuerpo de la piedra.
Amor lejano, ahora visible. Tuyo es siempre el pensamiento de las plantas,
Acaso es el mismo pájaro que llega indescifrable amor, verdadero
desde el fondo de la eternidad, amor entonces, y ellas.
como los ángeles de la muerte te responden. No parecen conocer otoño.
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Y a tu gesto de homenaje abajo, bien abajo, de esta luz en la inmensidad
algunas hierbas fugaces, del deseo, por qué no tu amor
alguna callada rosa a los otros en el mundo,
surgen, como un pentimento, el amor que te hace viva y
como otra pasión. maliciosa. Eres tú, entonces, y
así, también en la tristeza
de ti misma y de los otros,
xxxvi eres tú que llevas tu mano
a mi corazón, desde la discreta música
Eran tristes los frutos de invierno: en las sombras, como un delicado instante
naranjos, limones, acaso algunas uvas, chejoviano. Después vuelves,
visibles a los ojos profundos porque es primavera, a tu propio corazón,
que buscaban el color de la mente este cáliz de ofrendada fiebre.
en las ferias de los barrios,
El agraz, el agraz de la vida.
La mujer era la casa, la mujer, xxxviii
desde la casa, gobernaba
secreta el mundo de paz y de guerra. Desde ahora, tantas cosas serán
El agraz, la fina apropiación como el agua sutil y el ojo
de la naturaleza, el temblor mismo frente a la luz propia del alba.
de tu mano en la caricia Nos quedaremos esperando la gracia
que es memoria del fruto aquella del cielo que era
arrancado, íntima resurrección, la buena alegría, la melancólica alegría
apoteosis del invierno, el agraz, de la niñez. El viejo espíritu desnudo
el agraz… y poderoso pasará a nuestras espaldas
vencido de amor
y sin embargo con el eterno gesto
xxxvii de rebelión en los labios,
más allá de la Historia,
Es que jamás has desaparecido más allá del silencio tuyo y mío,
de ti misma, constante, efímera. más allá de los crímenes sin nombre.
Tu casa es el mundo también Y tú serás el corazón de la casa
de ti misma, y lo es la gracia encontrada, la casamadre
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de sacrificio, en el principio en el desierto que conocimos–. Y decíamos
de otra juventud. la palabra dolor, decíamos la palabra esperanza,
sin avergonzarnos, y avanzábamos a la par,
en el silencio de los orígenes,
xxxix tú, en el modo del eterno asombro,
yo, acaso en la bondad cercana al humillarse.
Allá, a veces, hemos llorado Y los pinos y los molles y los piquillines
juntos, allá, a veces, nos hemos herido el uno crecían en los jardines o en los huertos
al otro, y eran heridas nuevas, distintas de tu patria y de mi patria.
de las heridas viejas, y buscaban Entonces, abríamos los ojos,
el caliente pecho del otro y de nosotros mismos
en la madrugada, y en la razón de amor encontraban veíamos el verde y el azul del mar y de las hierbas,
el cuidado que tampoco necesita palabras, la complejidad del bien,
la poesía flagrante, tan fuerte la locura del mal…
como el deseo de excavarse.
Siempre alta, humilde, tú,
de todas las revelaciones habidas xli
en este tiempo de madurez,
surgías, de la trabajada vida Allá, a veces, o siempre,
de cada día, siempre inclinada, y era de mañana temprano,
como lo haces ahora, en la casa nueva. detrás de las puertas tu voz
ya estaba en mí, tan cercana
Y tus mejillas tienen el luminoso y profunda como la culpa
rosado de la naturaleza. de vivir o la culpa de amar.
Era música de impromptus,
un presentimiento del día
xl ya surgido, inexplicable,
en este valle de lágrimas
Allá, a veces, algún pensamiento donde la piedra se cierra
claro, el relato de un pequeño hecho lentamente sobre las cabezas.
acaso sucedido, el temblor del arte,
nos explicaban de algún modo la triste vida,
la transida vida –y eran pétalos de rosa
292 293
xlii xliv
Y había una claridad sobre las maderas Y ahora es la montaña que aparece,
suspendidas contra la montaña, y era y de ella vienen a nosotros
una necesidad de contemplación en el amanecer los zorros,
en el vuelo de las mariposas blancas los pequeños zorros que bajan
que tú misma con tu mano devolvías temerosos, y cruzan el prado,
a la altura mientras la extraña alegría sin un solo rumor, y
musical de los albañiles, la mensura escuchamos a los invisibles crespines
ardiente de los carpinteros o los golpes en el silencio y el coraje
de piedra en el valle eran el dulce conocimiento de humana soledad. Y después, los caballos
de las cosas. Y de nuevo tu voz, en el fondo de los valles, allí nacidos,
un suspiro al principio, tu voz, así creo, me decía: allí crecidos y arcaicos, perfectos de sometimiento
“Es simple la vida, también más oscura”. y sin embargo visiones de libertad, un caballo,
un solo caballo subido a la montaña, acaso un sueño,
acaso la destrucción.
xliii
xlv
Otra mañana. He estado en la casa
sola, pero no abandonada, Algo habíamos abandonado.
porque las plantas bajo la lluvia Otra casa en lo alto, es decir
tienen siempre las huellas de tus manos, tu verdadera patria.
ocultas, como siempre son Volvíamos a la ciudad
las cosas más profundas, es decir en que nos conocimos
la persistencia de la vida –que es tu ciudad y no era mi ciudad, y
en tanto los días pasan que es mi ciudad y tampoco era tu ciudad–.
en el hueco de las macetas, otro pensamiento, Entonces, aquí, la pesada ave que nunca
la casa, en el corazón, palabras entrecortadas, llegará al horizonte, asumió su nombre,
delicado, bárbaro. Y parecía decir:
otro murmullo, nada más.
Croce e delizia, croce e delizia al cor,
follie, follie.
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xlvi Y eres vida de mujer avanzando,
con unos pocos enseres en las manos
Fueron algunos días solamente. No sé contra el viento o el destino,
qué mundo ajeno buscaba y buscaba, no se sabe, animal delirio,
con oscuros temores de muerte en el aire, temblor de rosa universal.
lejos, lejos de mí mismo. Tu voz
me llegaba desde adentro. Viajaba, viajaba,
y quería llegar a ti, quería llegar xlviii
a la casa abierta al pensamiento.
Llegar, llegar. Y en la gata, en la pequeña gata
muerta apenas un año después
Pero no había nadie en la casa, de su resurrección, en ella estaba
y pensé, pensé la idea de la vida comprendida
que me había empobrecido como un infinito tejido de belleza
de palabras. y de crueldad. Había llegado
desde la calle, una miserable más
en la ciudad, y al entrar a la casa
xlvii hoy, en cierta oscuridad
de la mañana, una presencia,
Y en el iris de tus ojos una extraña presencia
ensimismados acaso de lejanía, sin cuerpo -son ojos solamente,
lentamente, de tu propia luz, son dulces quejidos, un eco sobre
en ti misma, soberbias, el tejido que fue su alegría,
las pequeñas rosas, las terribles formas la clásica alegría de los gatos–,
de la bondad humana, permanecía, solamente un tejido
ajenas al terror del gran mundo, solamente las manos, solamente
desde un día remoto, pero no perdido tus manos…
para siempre, las pequeñas rosas piensan,
sumidas de lenguaje,
acaso también tu dolor xlix
tu vida, las pequeñas rosas
respiran el aire Sí, es una mañana de otoño,
del deseo en ti encarnado. y él aparece una vez más
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como la fácil metáfora de la vejez. erguidos el rojo y el azul anuncian
En juventud, no lo conocíamos bien, la vida en tu cuerpo disteso
no conocíamos su propia gracia mientras el sol aparece en la ventana y tú
de esperanza más allá de toda vida pronuncias un nombre,
y de toda muerte. Incierta felicidad un solo nombre.
al fin, así, como un arioso reposado
que lleva al amor o a la muerte,
una breve melodía que tiene la pasión li
del canto, el amor prohibido por Fedora,
la libertad lejana del bandido Dick, Y en el callado rumor
los coros de patrias opresas, los juramentos de las hojas echadas
de fratricidas y conspiradores, como sombras de juventud,
el padre que busca paz y amor, entre estas flores y estas luces
la hija de madre muerta en la niñez, casi siempre apagadas,
la soledad del poder, el amor imposible: sometidos el uno al otro,
sometidos, libres, tú,
lo que cantábamos, el orgullo de mujer,
hace un tiempo ya, yo, la soberbia de hombre,
como un pueblo y otro pueblo
sombras, cenizas al fin. estamos aquí, tremantes,
llegados de antigua noche.
l
lii
Y a mis ojos despojados casi ciegos
todo es verde, con el sol que alumbra Y aunque todos nuestros años han pasado
y no alumbra su dispar semejanza con los ojos. delante de estas cosas, un día y otro día,
Es verde también el espejo tan poco sabemos de ellas. Sabemos poco
del pasado sin nombres, así como las flores de los animales dignísimos de amor,
alguna vez fueron nominadas por ti, y sabemos poco de las ropas plegadas
sus nombres en ti permanecieron sobre la cama –porque algo significan–,
como un tesoro todo el tiempo. sabemos poco de los rincones
Hasta que ahora desde el verde, en cada patio vivido, acaso abismos
298 299
hacia una herida lejanía. Sabemos poco liv
de los techos que recogen
la luz del mundo en la mañana, Los oídos prontos a las campanas
y nos dicen que todavía estamos vivos. y a los trenes. Son las mismas calles,
las mismas iglesias de hace medio siglo,
Así pienso, solamente un instante, son las muertes y las pascuas y
como si la muerte no existiera, y sin embargo las guerras que terminaban solamente
es ella que está acechando en el tácito silencio por un tiempo, son las bestias fugaces
que hacemos, un cuidado nada más que recuerdan a Renoir. Hacia el fondo,
del sueño de los jóvenes, es el sur de casas blancas
un pequeño sacrificio. disipadas por la niebla
o de violenta expresión al sol,
hacia el fondo, un clamor, no lejos
liii de aquí, creo, como si fuera
el estallido de la Casbah
Aquélla era mi casa, ésta es mi confusa después del silencio de la Historia.
lengua. La madre amable y sediciosa,
el campesino en fuga que razonaba Han pasado tantas cosas en el mundo, y
y razonaba, los altillos, las higueras al fondo, los once desgraciados de Whitman están siempre
también los cosos de al lado y las polleras sentados allí, esperando el verano
de las mujeres encendidas como las voces con el pecho abierto.
que eran fiesta y eran muerte. Campanella
me sonaba en los oídos:
no tener tierras o mujeres o bestias, ser lv
solamente hombre. Las calles
de la ciudad que parecía lejana Algunas veces en estos años
entraban a mi alma con los tangos hemos viajado, y fueron viajes de íntima
de rabia y soledad. Juancito Caminador alegría, algunas veces tus ojos
me llamaba abajo y yo lo seguía se deslumbraron ante la casa nueva
con los puños cerrados, –clara herencia de tu pueblo–,
y la cabeza que me cantaba
Cuesta abajo en la rodada. y mi padre buscaba
la nueva luz en el balcón para sus ojos
300 301
cansados de tanto oficio, y después Los nombres elementales,
se erguía en la silla desafiante, Juan, Pedro, María. El pecho, siempre
elevado. El fuego, el avenir mejor.
como lo haces tú, ahora, en la dignidad La palabra temblor, la palabra alba,
de ti misma. la palabra vastedad, la palabra gloria,
la palabra congoja, la palabra crueldad.
lvii