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La novela transcurre en San Petersburgo durante el verano.

Un joven estudiante
empobrecido que ha tenido que abandonar sus estudios sale a caminar por la ciudad.
En su cabeza ronda una idea que lo obsesiona, pero de la cual el lector no tiene
demasiada idea.
El joven, Raskólnikov, se dirige a casa de Aliona Ivánovna, una vieja prestamista a quien
conoce porque tuvo que recurrir por dinero en otra ocasión. En el apartamento de
Aliona se fija en cada detalle mientras empeña un reloj con la mujer quien es una hábil
negociante.
Antes de volver a su casa, decide pasar por una taberna. Allí conoce a Marmeládov,
que le cuenta la historia de su vida. En el recuento de su vida, queda claro que
Marmeládov vive en la miseria y ha condenado a su familia a la misma suerte debido a
su alcoholismo. Para intentar salvar a su familia de la indigencia, la hija mayor de
Marmeládov se prostituye y, aun bajo esas circunstancias, él no puede dejar su vicio.
Distintas circunstancias ponen a Raskólnikov en contacto con la familia de
Marmeládov. Gracias a su contacto con él, conoce a Sonia, la hija mayor de
Marmeládov que termina siendo clave en la vida del protagonista.
De vuelta en su casa, Raskólnikov recibe una carta de su madre, Puljeria. Allí se entera
de que echaron del trabajo a su hermana por una serie de calumnias. Puljeria dice que
ese problema ha sido resuelto y que su hermana ahora está comprometida para
casarse con un hombre llamado Luzhin. Raskólnikov se da cuenta de que Dunia, su
hermana, aceptó casarse para sacrificarse por la familia, sobre todo para ayudarlo a él
en su carrera. Raskólnikov no acepta ese sacrificio y se plantea como meta romper el
compromiso.
La acuciante situación de su familia y una serie de hechos fortuitos, llevan a
Raskólnikov a decidirse por llevar a cabo el plan que viene gestando: matar y robarle a
Aliona, la prestamista. A continuación, Raskólnikov realiza todos los preparativos y, al
día siguiente, se dirige a casa de Aliona. Efectivamente, consigue entrar al
departamento y la asesina con un hacha. En medio del crimen, lo sorprende Lizaveta,
hermana de Aliona, que llega de improviso a la casa. Raskólnikov también la asesina y
logra apenas escapar sin ser visto.
Como consecuencia de las violentas emociones que vive durante el crimen,
Raskólnikov cae enfermo y pasa varios días delirando. Cuando finalmente se despierta,
se entera de que ha sido citado para presentarse en la comisaría. Se presenta allí;
inicialmente, piensa que lo han descubierto, pero pronto se da cuenta de que nadie
sabe la verdad todavía. Tras eso, vuelve a su casa para buscar los objetos robados y se
deshace de ellos en un lote vacío.
Raskólnikov entra y sale de estados de delirio y vigilia. Entre tanto, las personas
cercanas a él intentan ayudarlo. Razumijin, su único amigo de la universidad, lo cuida
todo el tiempo en que permanece enfermo. Además, su madre le envía dinero. Cada
vez que se habla sobre el caso de Aliona y Lizaveta en frente de él, reacciona de
manera extraña, pero nadie entiende por qué.
Su crisis a causa del crimen que comete llega a su punto más álgido cuando Puljeria, su
madre, y Dunia, su hermana, arriban a San Petersburgo. Cuando las encuentra en su
habitación, vuelve a caer en un sueño delirante. La llegada de su hermana abre un
nuevo conflicto porque Raskólnikov se niega a aceptar el compromiso de su hermana
con su prometido, Luzhin.
Asimismo, Dunia es la causa detrás de otro encuentro importante para Raskólnikov,
que recibe la visita de un hombre que se presenta como Svidrigáilov, el antiguo
empleador de su hermana. Raskólnikov y Svidrigáilov comparten el mismo propósito:
conseguir que Dunia rompa su compromiso con Luzhin.
Mientras todos estos conflictos familiares se desarrollan, Raskólnikov se obsesiona con
la idea de no ser descubierto. Las personas a cargo de la investigación del crimen
sospechan de él y los someten a juegos psicológicos para establecer su culpabilidad.
No obstante, Raskólnikov continúa luchando por mantener su cordura y el control
sobre la situación. Solamente está dispuesto a reconocer su crimen ante Sonia. Ante la
terrible confesión, Sonia se muestra compasiva y promete acompañar a Raskólnikov
hasta Siberia.
Para complicar las cosas, Svidrigáilov escucha la conversación entre Sonia y
Raskólnikov e intenta utilizar lo que sabe para chantajear a Dunia y obligarla a estar
con él. El peligro de ser descubierto se hace cada vez más patente y más personas de
su entorno saben lo que ha hecho.
Gracias a la influencia de Sonia y Dunia, toma la decisión de confesar él mismo su
crimen. Lo hace aunque más para calmar sus nervios, porque, en realidad, no siente
ninguna culpa. Tras un juicio breve, condenan a Raskólnikov a ocho años de prisión en
Siberia. Tal y como lo había prometido, Sonia lo acompaña. Un día, en medio de los
trabajos forzados, Raskólnikov se siente listo para reconocer su culpa, arrepentirse y
empezar su camino de redención.

PERSONAJES
Rodión Raskólnikov
Es el protagonista de la novela, un joven que comete un crimen violento y debe lidiar
con las consecuencias de sus actos. Su nombre mismo apunta a una de las
características más distintivas de su personalidad, porque en su raíz contiene el
vocablo ‘cisma’, que quiere decir ‘división’ o ‘discordia’.
Semión Marmeládov
Un funcionario retirado y borracho. Le cuenta su vida a Raskólnikov para lamentarse
por la miseria en la que vive y declarar que se merece el sufrimiento que le trae su
vicio.
Aliona Ivánovna
Es la prestamista a la que Raskólnikov se propone asesinar y robar. Es odiosa,
desconfiada, rica y avara.
Sonia
Su nombre completo es Sofía Semiónovna Marmeládova. El diminutivo de Sofía en
ruso y el nombre que se utiliza más frecuentemente para referirse a ella es Sonia. Es la
hija de Marmeládov, quien se prostituye para mantener a su familia. Sonia es una
muchacha inocente y de buen corazón, que ha tenido que sacrificarse por su familia.
Katerina
Katerina se casa con Marmeládov en segundas nupcias luego de quedarse viuda y con
tres hijos que mantener. Su posición social es mejor que la de su marido porque viene
de una familia de clase más alta y tiene una educación superior. Sufre de tisis.
Amalia Ivánovna Lippewechsel
La patrona de la casa que alquilan los Marmeládov.
Nastasia
Es la sirvienta de la casa en la que alquila su habitación Raskólnikov. A pesar de que su
trato es brusco y frontal, es una mujer bondadosa.
Puljeria Alexándrovna
Es la madre de Raskólnikov.
Dunia
La hermana de Raskólnikov. Hermosa, orgullosa, virtuosa y algo arrogante.
Svidrigáilov
El antiguo patrón de Dunia. Es un personaje moralmente ambiguo porque, a pesar de
que es el más inmoral y corrupto de la novela, también da muestras de generosidad.
De todas maneras, no consigue redimirse porque todo lo que hizo antes de darle una
mano a la familia de Sonia es aberrante.
Marfa Petrovna
Es la esposa de Svidrigáilov.
Razumijin
Es un antiguo compañero de Raskólnikov de la universidad. Funciona como un
personaje de contrapunto con el protagonista de la novela, porque en muchos
aspectos es su opuesto y, por ello, subraya las características de su personalidad. Es
sociable, optimista, resiliente y se deja guiar por la razón y el corazón a la vez.
Ilyá Petróvich
Es el secretario del jefe de la policía de barrio Nikodim Fomich. Le dan el sobrenombre
‘Pólvora’ porque se enoja con facilidad.
Nikodim Fomich
Es el jefe de la policía de barrio que está presente cuando Raskólnikov asiste a la
comisaría.
Zosímov
Se trata de un amigo de Razumijin que es médico y atiende a Raskólnikov durante su
delirio.
Mikolái
Un pintor que trabaja en uno de los apartamentos del edificio de la prestamista. Es
uno de los sospechosos del crimen.
Zamiótov
Es uno de los oficiales de la comisaría.
Lebeziátnikov
Es un antiguo pupilo de Luzhin. Lebeziátnikov es un hombre que se cree intelectual,
bien leído y progresista. Desea difundir ideas sobre el amor libre y la vida en común,
mientras que en el fondo no está tan comprometido con sus convicciones.
Porfiri Petróvich
Es el investigador del caso de Aliona y Lizaveta, y un familiar de Razumijin.
Polenka
La hermanastra de Sonia.
El estudiante
Este personaje aparece brevemente en la obra. Luego de su primera visita a Aliona, la
prestamista, Raskólnikov entra a una taberna y escucha la conversación entre un
estudiante y otra persona. El estudiante también conoce a Aliona y postula una teoría
en la que la muerte de la vieja no supone un acto inmoral porque nadie extrañaría a la
vieja; en cambio, con la riqueza que posee se podría mejorar la vida de muchas
personas. Esta conversación tiene un fuerte impacto en Raskólnikov porque coincide
con lo que él mismo ha estado pensando.

TEMAS
El crimen y la redención
El título de la novela es simple y comunica exactamente lo que está en el corazón de la
obra: se trata de la historia de un crimen y el castigo que debe pagarse por él. No
obstante, la historia no se agota en la tragedia que supone caer en el asesinato y pagar
por ello, sino que orienta su sentido hacia la posibilidad de la redención.
Ahora bien, la pregunta central en torno a este tópico parecer ser la siguiente: ¿son
todos los crímenes redimibles? A pesar de haber cometido un crimen tan despiadado
como el asesinato de Aliona y Lizaveta, Raskólnikov no está condenado sin más en la
novela. En principio, la historia se encarga de presentarlo como un personaje complejo
que es capaz, también, de llevar a cabo acciones virtuosas, como darle sus últimas
monedas a la familia Marmeládov o defender a la joven borracha de un abusador. Sin
embargo, su redención se hace verdaderamente posible solo gracias al desinteresado
sacrificio de Sonia. Sin ella, Raskólnikov no habría podido encontrar el perdón, porque
este requiere de la comunión con otros: en Crimen y castigo, no hay redención en
soledad.
Vale la pena comparar el caso del protagonista con el de Svidrigáilov, quien, a
diferencia del primero, no parece tener salvación. ¿Cuál es la diferencia entre ambos
hombres? Como podremos comprobar, en el caso de Svidrigáilov, su visión nihilista es
tan fuerte que llega a despreciar la vida misma suicidándose. Lo que sucede con este
personaje es que no consigue la comunión con otras personas y, por lo tanto, su
salvación se encuentra vedada.
La pobreza
Una de las problemáticas que plantea la novela es el móvil del crimen: ¿qué lleva a
Raskólnikov a cometer el crimen? Se barajan algunas posibilidades: ¿es una
enfermedad?, ¿es su orgullo desmedido?, ¿es un ejercicio teórico?, ¿es consecuencia
de las condiciones en las que vive?
Si nos quedamos con esta última tesis, Raskólnikov solo tiene una responsabilidad
parcial en lo que ocurrió. La pobreza y consecuente desesperación derivan en una
crisis psicológica y moral. Incluso Raskólnikov ensaya eso como una explicación para
sus acciones: “Tú has estado en mi cuchitril y lo has visto... ¿Y sabe tú, Sonia, que los
techos bajos y las habitaciones exiguas deprimen el alma y la mente? ¡Qué odio le
tomé a ese cuchitril!” (p.546). Precisamente Sonia es un ejemplo más claro de cómo
las circunstancias pueden empujar a un individuo a vivir en la inmoralidad, dado que
ella se prostituye para aliviar la indigencia de su familia.
Raskólnikov se siente abrumado por las circunstancias en las que vive. La fuente de
más presión en su vida es el rol que debe cumplir para su madre y su hermana.
Raskólnikov debería ser capaz de mantenerlas y ofrecerles cierta seguridad. Sabe que
está lejos de poder cumplir con las expectativas.
El nihilismo y el utilitarismo
Dos corrientes del pensamiento subyacen a los problemas y decisiones que atañen al
protagonista de la novela: el nihilismo y el utilitarismo.
El nihilismo es una filosofía que sostiene que la vida, la realidad o la existencia no
tienen un significado o propósito intrínseco, y que las creencias, valores y principios
morales no tienen base lógica o racional. Es Turguéniev, escritor ruso contemporáneo
a Dostoyévski, el responsable de difundir el nihilismo en Rusia a través de su obra.
Turguéniev define así la postura del nihilista: “Un hombre que no se inclina ante
ninguna autoridad, que no acepta ningún principio por fe”. Se trata de una postura en
la que se niega todo ideal positivo; sostiene que no hay nada sobre lo cual pueda
asentarse la moral y el pensamiento humanos.
Por su parte, el utilitarismo es una teoría ética burguesa que postula que el criterio de
moralidad de un acto depende solamente del provecho que ese acto proporcione. Es
decir que el utilitarismo sostiene que la moralidad de un acto se debe evaluar en
función de su capacidad para maximizar la felicidad o el bienestar general.
Una de las críticas más frecuentes al nihilismo es su rechazo al pasado y, por ende, a lo
propiamente ruso. Asimismo, el utilitarismo fue duramente criticado por ignorar otros
factores como la caridad y los principios religiosos al momento de juzgar la moralidad
de un acto y, por lo tanto, alejarse del cristianismo, tan enraizado en el alma rusa. Por
este motivo, ambas posturas son consideradas extranjerizantes.
En varias de sus obras, Dostoyevski postula que Rusia no debe mirar a Europa ni a
ningún lugar por fuera de sí misma para encontrar soluciones a sus problemáticas. Por
ese motivo, la obra contiene una serie de caricaturas o retratos ridiculizantes de los
jóvenes que profesaban el nihilismo y el utilitarismo. El mejor ejemplo
es Lebeziátnikov cuyos discursos locuaces están plagados de tópicas e ideas
prefabricadas que desconocen la realidad circundante y rechazan la realidad
propiamente rusa. Marmeládov, por ejemplo, dice que Lebeziátnikov descarta el valor
de la caridad porque no es útil: “La compasión ha sido incluso prohibida por ley y que
así ocurre ya en Inglaterra, donde se practica la economía política” (p.80).
¿Qué implicancias tiene el nihilismo y el utilitarismo en las acciones de Raskólnikov?
Desde un lugar puramente racional y utilitario, Raskólnikov considera que si los objetos
de la vieja prestamista se utilizan para ayudar a los necesitados, su muerte no está
mal. No obstante, desde la moral, el asesinato no tiene justificación. Como en todo lo
demás, Raskólnikov oscila entre posturas nihilistas y utilitarias, pero también las
impugna. Raskólnikov enfrenta a Luzhin cuando este postula el liberalismo y el
utilitarismo en una luz positiva. Por ejemplo, le hace caer en cuenta que, llevados al
extremo el liberalismo y el utilitarismo que profesa Luzhin, todo puede justificarse.
Raskólnikov le dice que bajo esos preceptos no hay moralidad o principios que deban
entrar en juego y que bajo esa lógica “resulta que se puede degollar a la gente…”
(p.240).
Si los preceptos del utilitarismo se llevan al extremo, la sociedad que resulta es una
donde las acciones que realiza Raskólnikov no podrían ser condenadas.
La idiosincrasia rusa
La contracara de las soluciones extranjerizantes que se mencionan en el tema anterior
está en lo que se considera auténticamente ruso. En Crimen y castigo hay personajes
que encarnan distintos aspectos del alma rusa. Estos personajes que muestran un
apego con el alma rusa o la encarnan son mejor tratados por Dostoyevski en
comparación con las representaciones más bien caricaturescas de aquellos que valoran
lo ajeno por encima de lo nacional.
Es frecuente en la literatura de Dostoyevski que los niños representen ese aspecto
inocente y auténtico. En Sonia, se destaca más de una vez su aspecto casi infantil y ella
encarna casi enteramente los mejores aspectos del alma rusa. Incluso al final de la
obra, en el epílogo, los otros presos la llaman “madre compasiva y bondadosa” (p.696),
aludiendo de este modo a la idea de la ‘Madre Rusia’, la personificación femenina del
imperio. En la novela se menciona esta personificación antes, cuando Luzhin dice:
“Nuestra ‘madre Rusia’, como le decimos, es inmensa” (p.408). Es decir que el
concepto de Rusia como madre está presente y no es casual la apelación de “nuestra
madre” para Sonia. Ella representa la fe, la compasión, la caridad, el sacrificio y,
además, es el personaje menos locuaz. Sonia es la contracara de los intelectuales que
lanzan largos discursos, pero no son capaces de actuar moralmente.
Razumijin, bondadoso, generoso y optimista, y aunque no encarna algún valor ruso en
particular, defiende un pensamiento auténticamente ruso. Rechaza ideas ajenas,
puramente racionales, sin otras consideraciones sobre la realidad rusa:
¿Qué representamos todos nosotros ahora en lo que se refiere a la ciencia, al
desarrollo, al pensamiento, a los inventos, a los ideales, a las aspiraciones, al
liberalismo, al raciocinio, a la experiencia… a todo, vamos… lo que se dice a todo?
¡Pero si todavía estamos en preparatorio del liceo! ¡Nos ha gustado aprovecharnos de
las ideas ajenas! (p.298).
Uno de los motivos por los que acusa de ridículo a Luzhin es porque sostiene que es
una forma de progreso haber descartado el pasado y la propia historia.
La redención de Raskólnikov no implica salvarlo solamente de sí mismo, sino salvarlo
de las ideas que lo llevan a alejarse de los aspectos más virtuosos de la idiosincrasia
rusa según el autor: la fe, la caridad y el sacrificio.
El sacrificio
En esta novela, la mayoría de las mujeres están siempre dispuestas a sacrificarse para
salvar a los hombres. Sin embargo, el mayor sacrificio lo realiza Sonia, quien supera
toda noción de bondad y ternura al priorizar a los demás por sobre sí misma, e intentar
nunca lastimar a nadie.
Sonia invita a Raskólnikov a salvarse sin largos y complejos discursos de índole moral.
Por el contrario, le basta una mirada o una palabra simple para expresar su virtud. A
pesar de tratarse de un personaje de pocas palabras, las que emite son claras, sabias y
piadosas: “Lo que debes hacer es aceptar el sufrimiento y redimirte” (p.550), le dice a
Raskólnikov, aunque él todavía no está listo para hacerlo. De este modo, se vuelve
evidente que ella predica con el ejemplo y a través de él le enseña a Raskólnikov a
reconocer su culpa, pedir perdón y seguir viviendo.
Este personaje llega al extremo de la santidad, al punto en que se pueden establecer
paralelos entre su figura y la de Cristo. De hecho, carga con su deshonra como si se
tratara de una cruz, con una resignación devocional. Esto coincide con un pilar de la fe
cristiana ortodoxa: la salvación implica el sacrifico, un sufrimiento que hay que
transitar con resignación.
En esta línea, Sonia está dispuesta a asumir el sufrimiento de los otros y encarna, de
este modo, la verdadera compasión. No hay un mejor ejemplo de ello que el momento
en que Raskólnikov le confiesa su crimen y ella, en lugar de sufrir por la muerte de su
amiga, de inmediato se compadece del dolor del asesino. A partir de allí, sin emitir un
juicio e ignorando su propio dolor, acompaña a Raskólnikov, quien incluso se
sorprende de que ella sea capaz de tomar su mano o tocarlo sin repugnancia.
La comunidad y la alienación
Como parte de su enfermedad psicológica y espiritual, Raskólnikov se aísla de las
personas y su entorno, lo que refuerza y enfatiza cíclicamente su malestar. Antes de
cometer el asesinato, evita el contacto con las personas y siente una profunda
ansiedad ante el solo hecho de pensar en intercambiar palabras convencionales con
los otros. Como en el resto de su vida, su misantropía no es constante y, por
momentos, ansía e incluso se alegra del contacto con los otros. En este sentido, la
novela establece una tensión entre los deseos de aislamiento y comunidad de su
protagonista.
Cuando Raskólnikov entra a la taberna y se encuentra con Marmeládov, por ejemplo,
se vuelve evidente que siente a gusto. Pero este bienestar le dura muy poco y pronto
vuelve a desear la soledad. Algo parecido sucede cuando se abraza con Polia: en ese
momento, decide ir en busca de Razumijin para charlar con él porque siente sus
fuerzas renovadas tras el encuentro con otra persona. Luego se aísla nuevamente.
Cabe mencionar que Razumijin es quien más se esfuerza para mantenerlo en sociedad
y rodeado de otras personas. No obstante, la influencia más duradera, en este sentido,
es que la encarna Sonia. A pesar de tratarse de una sola persona, Sonia representa un
vínculo de tal intensidad que alcanza para conectarlo con la humanidad entera. En una
escena especialmente conmovedora, Raskólnikov se arrodilla y expresa, de este modo,
lo que ella significa para él: “No me he arrodillado delante de ti, sino delante de todo el
sufrimiento humano” (p.437).
El orgullo y la vergüenza
Raskólnikov asesina a Aliona y Lizaveta para probar una tesis sobre el tipo de personas
que existen en el mundo. Previamente, y como ejercicio intelectual, escribe un artículo
llamado “Acerca del delito”, que postula la existencia de dos tipos de personas: las
ordinarias y las extraordinarias. En su deseo de probar que él pertenece al selecto
grupo de personas extraordinarias, mata a las mujeres y se sume en un violento
proceso de deterioro psíquico y espiritual.
El motor detrás de todo está, por lo tanto, en su orgullo. Ahora bien, ese orgullo puede
comprenderse como una sobrecompensación por las humillaciones que experimenta
en su vida. Por ejemplo, es tal su estado de pobreza que no puede comprarse nuevas
botas para retomar las clases particulares, su madre tiene que endeudarse para
mantenerlo e incluso su hermana está dispuesta a casarse sin amor con tal de
ayudarlo. Raskólnikov es lo suficientemente inteligente para ver la ironía que implica
que él tenga más importancia como único varón de su familia y que las esperanzas
caigan sobre sus hombros a pesar de que sean las mujeres quienes lo están
sosteniendo.
Ahora bien, como se trata de un personaje escindido, que constantemente cambia
entre humores antagónicos, Raskólnikov se va a mostrar excesivamente orgulloso y
seguro de sí mismo, solo para acabar sintiéndose patético poco después. Es así que
busca creerse mejor que el resto a través de la transgresión de una ley que se aplica a
todos, menos a los grandes hombres de la historia; un delirio que se refuerza al ser
capaz de engañar a su entorno para evitar sospechas.

Resumen
Primera parte
Capítulo 1
La novela empieza en San Petersburgo. Un joven, Raskólnikov, sale del cuartucho que
alquila e intenta escabullirse para evitar lidiar con la patrona de la casa, a quien le
debe dinero. Pero ese no es el único motivo: tampoco quiere tener un intercambio
insignificante con otras personas; prefiere la soledad.
Si bien no se especifica de qué se trata, Raskólnikov repasa algo que planea hacer
mientras camina por una zona pobre de la ciudad. Está mal vestido, con ropa ajada y
un sombrero alemán de ala alta demasiado llamativo para su gusto.
Raskólnikov llega a un complejo de apartamentos y llama a la puerta de Aliona, una
prestamista de sesenta años a la que se vio obligado a recurrir hace un mes para
empeñar un anillo. Una vez dentro, mira detenidamente cada detalle. Para esconder
su verdadero propósito, le pone como excusa que desea empeñar otros objetos de
valor.
De nuevo en la calle, Raskólnikov se siente horrorizado por su plan e intenta
descartarlo: “¿Es posible que me haya pasado por la imaginación algo tan horrible? Me
parece mentira la vileza de que es capaz mi corazón” (p.73). Sin consuelo, entra en una
taberna pensando en que sus ideas no son más que desvaríos.
Capítulo 2
Raskólnikov reconoce que el último mes se ha vuelto más introvertido y ha estado
evitando todo contacto social. No obstante, en la taberna siente “cierta ansia de
compañía humana” (p.76). Su interés se dirige hacia un hombre solitario que también
parece interesado en él.
Eventualmente, el hombre se presenta como Marmeládov, consejero titular. Su modo
rebuscado de hablar revive en Raskólnikov el deseo de no interactuar con la gente.
Marmeládov le cuenta sobre su vida miserable: dice que es alcohólico y comenta con
vergüenza que su mujer, Katerina Ivánovna, recibió una bofetada de un tal
señor Lebeziátnikov y él no hizo nada para defenderla. Ella tiene mayor estatus social
que él, pero al enviudar con tres niños pequeños, aceptó su propuesta de casamiento.
Sin embargo, poco después de la boda él perdió su trabajo y quedaron en la calle. Así
empezó a beber y comenzaron a vivir en un cuartucho al que Marmeládov llama “Una
Sodoma de lo más indecente” (p.83). Aparte de los hijos de Katerina, Marmeládov
tiene una hija de su primer matrimonio: Sonia, quien comenzó a prostituirse para
ayudar a mantener a la familia. A Marmeládov le dieron la oportunidad de regresar a
trabajar, pero él no pudo con su vicio, dejo de presentarse y huyó con todo su salario.
Las demás personas en la taberna lo desprecian, pero él lo prefiere así; no quiere
compasión, sino que lo condenen: “¡No hay por qué compadecerme! Pues,
crucifícame, tú que eres el juez, crucifícame y compadéceme después de haberme
crucificado” (p.90). El único consuelo con el que cuenta Marmeládov es el perdón
divino que vendrá el día del Juicio Final.
Raskólnikov acompaña a Marmeládov a su casa. Al llegar, Katerina empieza a pegarle a
su marido, los niños lloran y los vecinos se asoman para ver la denigrante escena.
Antes de retirarse, Raskólnikov saca unas monedas de su bolsillo y las deja en el borde
de la ventana. Inmediatamente, se arrepiente, porque él también vive en la miseria y
piensa que la familia del funcionario por lo menos tiene a Sonia. Luego reflexiona
sobre cómo los Marmeládov se aprovechan de la joven: “Se han acostumbrado ya.
Primero lo habrán lamentado, y luego se han hecho a ello. ¡A todo se acostumbra el
canalla del hombre!” (p.95).
Capítulo 3
Raskólnikov se despierta malhumorado a la mañana siguiente. No desea tener
contacto con nadie. Nastasia, la criada, le ofrece un té, le reprocha el que se despierte
tarde y no tenga ninguna ocupación. Él le responde que algo hace: pensar. Nastasia se
ríe a carcajadas. Luego se acuerda de que tiene una carta para él y se la entrega.
Puljeria, la madre de Raskólnikov, lo pone a corriente de algunos sucesos recientes. En
primer lugar, se disculpa por no poder enviarle dinero. Luego le habla de su
hermana Dunia: durante unos meses estuvo trabajando como institutriz en la casa de
los Svidrigáilov, pero el señor Svidrigáilov se enamoró de ella e intento seducirla. La
mujer de Svidrigáilov, Marfa, escuchó por casualidad una de las propuestas del hombre
y asumió que ella tenía la culpa. Tras ello, la humilló regresándola al pueblo en un
carro de campesino y la difamó con todos. Finalmente, el señor Svidrigáilov le probó a
su mujer que Dunia había rechazado toda propuesta, además de defender su honor.
Para corregir su castigo, Marfa limpió el nombre de Dunia y consiguió que Piotr
Petróvich Luzhin le ofrezca matrimonio. Ahora Dunia está comprometida con Luzhin,
un hombre ya mayor, con un trabajo importante y prestigio. Aunque la propuesta de
matrimonio le parece un poco peculiar, Puljeria intenta no preocupar demasiado a su
hijo en lo relativo a las actitudes extrañas Luzhin. Por ejemplo, como el hecho de que
el hombre prefiera casarse con una mujer sin dote para que ella dependa del todo de
él. Puljeria explica que accedieron a la propuesta porque creen que Luzhin puede
ayudar a Raskólnikov a avanzar en su carrera. La carta cierra con la noticia de que
Dunia y Puljeria viajarán a encontrarse con Luzhin en San Petersburgo y luego podrán
reunirse con Raskólnikov, tras varios años de separación. El detalle inquietante es que
Luzhin solo se ha ofrecido pagar por el equipaje, pero ellas deberán costear el viaje por
sus propios medios.
Análisis
A lo largo del primer capítulo de la novela se nos presenta a su protagonista:
Raskólnikov, un estudiante que alquila un cuarto en San Petersburgo. Rápidamente,
advertimos que su situación económica es muy mala porque debe varios meses de
alquiler, su ropa está rota, pasa hambre y se ha visto en la necesidad de visitar a una
prestamista para sobrevivir.
Si bien la novela está narrada en tercera persona, los lectores accedemos a los
pensamientos de Raskólnikov con un gran detalle. Así y todo, Dostoyevski suele
recurrir al recurso retórico de la elipsis, de modo tal que solo podemos conocer
parcialmente lo que sucede en su mente. Por un lado, percibimos claramente todo el
sufrimiento y el vaivén psicológico que Raskólnikov experimenta, pero, por el otro,
desconocemos los detalles del plan que lo atormenta. El uso de elipsis, en este punto,
acompaña la sensación de horror que estos pensamientos suscitan en el personaje: su
plan parece tan perverso que ponerlo en palabras abiertamente no es posible.
A pesar de que hacia el final del capítulo Raskólnikov parece sentirse aliviado tras
distraerse en una taberna y dejar de pensar en su plan criminal, la novela anticipa que
el protagonista no va a poder superar sus maquinaciones cuando dice que “intuyó
vagamente que también toda aquella sensación de mejoría era morbosa” (p.74).
Raskólnikov es un personaje que constantemente evidencia una irreductible
contradicción: puede ser tan sociable como reservado, tan egoísta como
desinteresado. Incluso en su aspecto físico estos contrastes se vuelven significativos: si
bien su apariencia es agradable y se destaca de la media, su ropa raída y el ridículo
sombrero ajado que lleva puesto evidencian las circunstancias penosas en las que se
encuentra. Como decimos, estos contrastes van a ser parte esencial de su carácter; de
hecho, el propio nombre ‘Raskólnikov’ tiene en su raíz la palabra ‘cisma’, que se refiere
a la escisión o división. Esto se evidencia en el primer capítulo, por ejemplo, cuando
apreciamos su angustia al momento en que realiza acciones concretas para dar forma
a un plan perverso, plan que termina él mismo censurando. Además, empezamos a
notar que la vida en sociedad no se le da muy bien y, sin embargo, la anhela
profundamente: “De algún tiempo a aquella parte, vivía en un estado irascible y tenso
parecido a la hipocondría. Se había introvertido y encerrado tanto dentro de sí mismo
que temía los encuentros con quienquiera que fuese” (p.66).
Toda la tensión que vive el personaje en este primer capítulo tiene como telón de
fondo una ciudad de San Petersburgo lúgubre, pobre y maloliente. Para comprender
cabalmente el ambiente en el que vive Raskólnikov, es necesario saber que en la Rusia
de 1861 se instala una reforma que abole el régimen de servidumbre. A causa de esto,
el número de obreros crece exponencialmente y la ciudad se acrecienta de un modo
sin precedentes, acumulando una población que apenas tiene para sobrevivir.
En las descripciones de la ciudad, el narrador se detiene especialmente en la mención
a los olores, como cuando habla del “hedor específico del verano” que se aprecia en la
ciudad o “el tufo insoportable que exhalan las tabernas” (p.67). De todas maneras, el
foco está puesto en el tipo de personas que pueblan las calles recorridas por nuestro
protagonista, en las que es común la presencia de prostitutas y humildes trabajadores:
“La profusión de lupanares y el predominio de los obreros y artesanos entre el
vecindario hacinado de las calles y callejas del bajo San Petersburgo” (ídem). Entre los
sujetos que describe, el narrador hace hincapié en los borrachos que “pululaban
aunque era día laborable, le ponían al cuadro una última pincelada repulsiva y triste”
(ídem). En suma: no hay una descripción luminosa en todo el capítulo.
Dostoyevski es considerado uno de los mayores exponentes del realismo ruso del siglo
XIX. El término se refiere a los vínculos que pueden establecerse entre el arte (no se
limita únicamente a la literatura) y la realidad, de tal manera que el arte pueda cumplir
una función social. De este modo, los escritores realistas se comprometían con la
realidad circundante y las problemáticas que aquejaban a la sociedad en el momento.
De hecho, Dostoyevski busca representar las problemáticas del momento a tal punto
que recurre a los diarios como fuente de inspiración para los argumentos que
desarrolla. Sin embargo, aunque el realismo de la mayoría de los autores
contemporáneos a Dostoyevski se preocupaba por representar a la aristocracia rural y
al campesinado, él se ocupó de los tipos sociales urbanos y su entorno. En el realismo,
además, se debía representar a las personas comunes y corrientes y evitar todo tipo de
idealizaciones. Dostoyevski elige representar los barrios más pobres de San
Petersburgo y explorar la influencia que las condiciones de vida en tales barrios
ejercen sobre los personajes que los pueblan.
En el Capítulo 2, Raskólnikov parece encontrar algo de alivio en esa taberna a la que
entra para compararse una cerveza, lo primero que va a consumir luego de dos días.
Nuevamente, las contradicciones de su carácter se hacen patentes cuando, tras
declarar que desea evitar toda interacción social, experimenta la sensación contraria:
“Algo le arrastraba ahora, de pronto, hacia las personas. Era como si algo nuevo se
produjera dentro de él y, al mismo tiempo, se manifestara cierta ansia de compañía
humana” (p.76). No obstante, pronto se arrepiente de ese deseo al vincularse con un
hombre que le muestra una de las caras más reprobable de la humanidad:
Marmeládov. A pesar del desprecio que pobre borracho pueda ocasionar en él, hacia
el final del capítulo Raskólnikov vuelve a dejarse guiar por su impulso para el bien
cuando deje en el borde de la ventana unas monedas para la familia de Marmeládov.
Sin embargo, luego se arrepiente de ello, ya que él también es pobre y necesita el
dinero desesperadamente.
Como podemos apreciar, el foco de este capítulo está puesto en Marmeládov, quien
comparte con Raskólnikov varias características. De hecho, lo que le sucede a
Marmeládov anticipa en parte lo que sucederá con nuestro protagonista en el resto de
la novela. Marmeládov se entrega enteramente a su vicio y lleva a cabo acciones
inmorales para financiarlo. Raskólnikov, por su parte, si bien todavía se encuentra en
un momento en el que intenta combatir sus impulsos, tarde o temprano sus
pensamientos criminales terminarán por imponerse. Más aún, cuando Raskólnikov
juzga a los Marmeládov por aprovecharse de Sonia, repara en la capacidad que tiene el
ser humano para acostumbrarse a todo, incluso a los actos más inmorales. Esta
reflexión prefigura lo que sucederá más adelante en su propia historia: su capacidad
para lidiar con el asesinato. Además, Marmeládov habla extensamente sobre la culpa,
la condena social, el perdón y la redención; problemas que serán centrales en el
camino que realice Raskólnikov posteriormente.
En línea con esto último, uno de los temas más importantes en el Capítulo 2 es del
sacrificio. Varias referencias a la religión se presentan en estas páginas, sobre todo en
boca de Marmeládov: el hombre habla de su habitación como si fuera Sodoma,
menciona la idea de la crucifixión y deposita sus esperanzas en el Juicio Final, entre
otros. Sin embargo, más relevante incluso que las referencias explícitas es el modo en
que se construye el personaje de Sonia a imagen de Cristo, ya que es ella quién se
sacrifica a sí misma para limpiar los pecados de su familia. De este modo, la joven debe
prostituirse para compensar los vicios de su padre y el orgullo de Katerina Ivánovna.
A lo largo de esta sección, las mujeres ocupan un lugar destacado. Al igual que Sonia, la
madre y hermana de Raskólnikov están dispuestas a sacrificarse por el bien de la
familia; lo que, en este caso en particular, implica ayudar a Raskólnikov. Salvando las
distancias entre lo que implica el sacrificio de Sonia y Dunia, esta última está dispuesta
a resignar una parte muy personal de sí misma con la esperanza de que eso le asegure
el futuro a su hermano. De este modo, el sacrificio se instala como un tópico
recurrente en la obra. En el Capítulo 2, vemos a Sonia sacrificando su cuerpo por su
familia. En el Capítulo 3, Puljeria se endeuda y pierde su pensión para que Raskólnikov
pueda vivir en San Petersburgo. Más aún, Dunia sacrifica gran parte de su sueldo para
enviárselo a su hermano, lo que la obliga a entrar en una especie de régimen de
servidumbre en la casa de los Svidrigáilov. Además, cuando eso no resulta, aumenta la
apuesta al aceptar un matrimonio por conveniencia.
La carta de Puljeria es especialmente dolorosa para Raskólnikov, un sentimiento
compartido con el lector que lee, entre líneas y a la par, junto al protagonista. A partir
del modo en que Puljeria describe el acuerdo, es imposible no esperar el peor
resultado de la unión entre Dunia y Luzhin. Es cierto que Puljeria intenta atenuar
cualquier actitud extraña o inapropiada de Luzhin; sin embargo, sus omisiones no
hacen más que realzar lo sospechoso del acuerdo y nos lleva a anticipar que la falta de
tacto no es más que el anticipo de algo aún peor. Por ejemplo, Puljeria elige
interpretar que Luzhin no la ha invitado a vivir con ellos luego de la boda porque da
por sentado que será así. Sin embargo, los lectores no tenemos las mismas esperanzas:
es claro que Luzhin no va a cumplir con las expectativas de la pobre mujer.
Dostoyevski ha escrito algunas obras satíricas. Una de ellas es Memorias del subsuelo,
que muchos consideran que contiene la semilla que luego dará origen al proyecto
de Crimen y castigo. Es así que, si bien en la novela que nos compete el tono
predominante no es satírico, por momentos Dostoyevski denuncia los vicios de la
sociedad mediante la burla o procedimientos que resultan humorísticos. De este
modo, Marfa encarna un tipo personaje que ridiculiza a las comunidades pueblerinas
de la época. La exageración en torno a este personaje remarca cuánto pesa el prestigio
social para la sociedad contemporánea al autor. Marfa no solo parece exagerar cuando
visita las casas del pueblo para acusar a Dunia del comportamiento de su marido, sino
que lleva al extremo su comportamiento al intentar enmendar su error. El narrador
describe de este modo sus esfuerzos por reparar la fama de la pobre chica:
A todos les mostró y les leyó en voz alta la carta de puño y letra de Dúnechka al señor
Svidrigáilov e incluso permitió que se sacaran copias de ella (…), para cada lectura
volvían a reunirse incluso algunos que la habían escuchado ya varias veces,
sucesivamente, en sus domicilios y en los de otros conocidos (p.103).
Hacia el final del capítulo la psiquis de Raskólnikov da cuenta de un deterioro tal que
comienza a caminar por las calles hablando solo en voz alta. La tensión aumenta en la
medida en que el personaje se aleja cada vez más del comportamiento social
aceptable. Estos indicios de locura o perturbación no hacen más que enfatizarse por el
aislamiento al que el propio personaje se somete. De hecho, al principio del capítulo se
compara a Raskólnikov con una tortuga que se repliega en su caparazón; es decir, que
se aísla del mundo que lo rodea.
Capítulo 4
Raskólnikov camina por la calle mientras repasa mentalmente la carta de su madre.
Indignado, se propone una cosa: “¡Ese matrimonio no tendrá lugar mientras yo viva…!”
(p.110). Sabe que su hermana se está sacrificando por él y no lo puede tolerar. Para
Raskólnikov, no hay una diferencia entre lo que hace Sonia por su familia y lo
que Dunia se dispone a hacer para ayudarlo.
También siente el peso de las esperanzas que su madre y su hermana depositan en él.
Sabe que no está moviéndose hacia el futuro que anhelan porque ha abandonado sus
estudios. Por eso, tiene la convicción de intervenir y hacer algo con urgencia.
En medio de sus cavilaciones, ve a una joven borracha y a un hombre que parece
rondar a su alrededor esperando el momento para aprovecharse de ella. Raskólnikov
consigue la ayuda de un policía al que le da dinero para la chica, pero luego piensa que
todo esfuerzo es inútil.
Capítulo 5
Raskólnikov camina distraído en dirección a la casa de Razumijin, su amigo de la
universidad. A diferencia de él, Razumijin “era un muchacho extraordinariamente
alegre y sociable, bondadoso hasta la simpleza, si bien bajo esa simpleza había
profundidad y pundonor” (p.123). Luego cambia de opinión y decide que irá a ver a su
amigo el día después de hacer ‘eso’, el crimen que aún no se nos ha esclarecido a los
lectores.
En su caminata febril, Raskólnikov llega hasta a un brazo del río Nevá, en el que hay un
grupo de pequeñas islas donde la gente rica tiene casas de verano. Aunque se
complace en la frescura y la limpieza de aquellos alrededores, pero pronto se siente
irritado. Tras comer y beber vodka en una casa de comidas, le da sueño y retoma el
camino a casa, pero está tan cansado que se sale del camino y se queda dormido entre
unos arbustos.
Tiene un sueño extraño e inquietante: de vuelta a sus siete años, pasea con su padre
en la ciudad de su infancia. Al pasar por una taberna, ven un carro en el que está
enganchada una yegua pequeña y flaca. Un grupo de borrachos sale de la taberna y el
dueño del carro, Mikolka, propone llevarlos a dar un paseo. La observación general es
lo imposible que será para la yegua cargar con todos, pero él promete lograrlo y agita
su látigo. Como es de esperar, el pobre animal apenas puede soportar el peso. Mikolka
se enfurece y la golpea salvajemente, y el pequeño Raskólnikov corre hacia ella, que se
retuerce dolorosamente. Otros dos hombres usan sus látigos, mientras Mikolka les
grita que la golpeen en los ojos. La yegua está prácticamente muerta. En ese
momento, Mikolka toma un palo del carro y al grito de “¡Es mía!”(p.130) la golpea
hasta matarla. Raskólnikov se lanza contra Mikolka, furioso, pero su padre lo alcanza y
lo saca de la multitud.
Raskólnikov se despierta sudoroso. En su camino de regreso, da un largo rodeo por la
plaza Sennáia. Casualmente, oye a Lizaveta, la hermanastra de la prestamista Aliona,
que habla con un comerciante sobre una reunión que tendrán al día siguiente, entre
las seis y las siete de la tarde. Raskólnikov se marcha dominado por la idea de que la
prestamista estará sola a las siete de la tarde del día siguiente. Siente que ya no tiene
libertad ni voluntad, y que el curso de los acontecimientos ha sido fijado
irrevocablemente gracias a este dato fortuito.
Capítulo 6
A diferencia de Aliona, Lizaveta es honesta y justa con sus precios. La pareja de la plaza
Sennáia estaba pactando un negocio con ella cuando Raskólnikov los escuchó. La
coincidencia no tiene nada de extraordinario, pero Raskólnikov se ha vuelto demasiado
supersticioso como para no considerarlo una señal.
En ese momento, recuerda otra extraña coincidencia que ocurrió la primera vez que
visitó a Aliona para empeñar un anillo: después de reunirse con la prestamista, se
detuvo en una taberna, al lado de un joven oficial y un estudiante que despertaron su
interés al mencionar a Aliona. El estudiante comenzó a describir la vida y el carácter de
la mujer con todo lujo de detalles. Los hombres hablaron también de Lizaveta y así
Raskólnikov se enteró de que era la hermanastra menor de Aliona y también que
estaba prácticamente esclavizada por ella. Al estudiante le gustaba Lizaveta, pero
especulaba con matar y robarle a Aliona sin una pizca de remordimiento. El estudiante
le preguntó al oficial si las vidas que podrían beneficiarse del dinero de Aliona no
compensarían su insignificante asesinato. El oficial le preguntó al estudiante si él
mismo la mataría y el otro respondió que no. Entonces el primero replicó: “Si tú no te
decides a hacerlo, no hay justicia que valga” (p.140).
De nuevo en su cuarto, Raskólnikov se tira en el sofá y tiene extraños sueños en los
que bebe del agua de un oasis y disfruta el aire fresco. De pronto, despierta: ha pasado
todo el día sin hacer nada para prepararse, por lo que se lanza a la acción
frenéticamente. Primero, enlaza un hacha a su abrigo para que quede oculta; luego,
toma un trozo de madera atado a una tira de hierro y lo envuelve para que parezca un
objeto a empeñar.
En días previos, mientras planificaba ese día, se había preguntado por qué los crímenes
se suelen resolver tan fácilmente. Su conclusión es que es posible que al delincuente le
“fallen la voluntad y el entendimiento” (p.145) y por eso lo descubran. Raskólnikov
dice que en su caso “no podían suceder esas alteraciones morbosas” (ídem): había
planeado cada detalle para tener el control de su voluntad y su razón durante el
crimen.
Tras ello, se las arregla para entrar en el edificio de Aliona sin ser notado. Toca el
timbre, pero no hay respuesta, así que insiste y, esta vez, el pestillo se levanta.
Capítulo 7
La puerta se abre. Nervioso, Raskólnikov se abre paso. Le recuerda a Aliona que ya se
conocen y, a continuación, le ofrece el objeto empacado. Disimuladamente, empuña el
hacha y, cuando ella se vuelve hacia él, la golpea en la cabeza por el lado de la pala y
continúa pegándole en el piso hasta que muere. Tras ello, ingresa en su dormitorio,
donde se hace de numerosos objetos de oro que la mujer escondía en un cofre.
Un grito de horror lo interrumpe: se trata de Lizaveta, que ha visto el cadáver.
Raskólnikov se abalanza sobre ella y le parte el cráneo con el hacha. Este inesperado
asesinato lo descoloca y ya no puede pensar con claridad. Tras lavarse en la cocina y
temiendo perder la razón, se precipita, presa del pánico, hacia la entrada del
apartamento.
En ese preciso instante, Koch, un visitante, toca el timbre y empieza a intentar entrar.
Otra persona se le une y concluyen que es extraño que Aliona salga de casa. Como
consideran que algo no anda bien, deciden dividirse: uno baja a buscar al conserje,
mientras el otro se queda allí por si acaso. Para fortuna de Raskólnikov, el hombre que
se ha quedado se impacienta y baja las escaleras. En ese momento, sale hacia las
escaleras y se esconde en un apartamento vacío. Cuando Koch y sus acompañantes
pasan de largo por donde está él, se apresura a bajar las escaleras y escapa.
A pesar de su nerviosismo, Raskólnikov llega a su casa, devuelve el hacha que sacó de
la cocina y se dirige a su habitación, donde queda inconsciente.
Análisis
El sacrificio es uno de los temas principales del Capítulo 4. Raskólnikov sabe que su
hermana ha aceptado una indeseada propuesta de matrimonio, únicamente pensando
en su bienestar. No obstante, él no desea esa ofrenda, así como tampoco está
dispuesto a sacrificarse a sí mismo para cumplir con las expectativas familiares. A lo
largo de esta novela, veremos una y otra vez que son las mujeres quienes encarnan el
tema del sacrificio; específicamente, esto se revela en Sonia y Dunia. Raskólnikov
reflexiona sobre el alcance del amor de su hermana y lo encuentra reprobable: “En un
caso así, ahogamos nuestro sentido de moralidad, ¡al baratillo el libre albedrío, la
tranquilidad, incluso la conciencia! ¡Que se hunda la vida! Pero que nuestros seres
amadísimos sean felices” (p.114). A continuación, introduce una comparación entre la
suerte de Dunia y la de Sonia, y se refiere a la segunda como “la eterna Sónechka”
(p.115). Esto anticipa el lugar que tendrá Sonia en la novela, porque no solo es un
personaje bien delineado y relevante, sino que también se convierte en un arquetipo
del sacrificio cristiano.
Por su parte, Raskólnikov lleva como un peso la responsabilidad familiar. De hecho,
subraya irónicamente su propio rol familiar del siguiente modo: “Y tú, futuro
millonario, Zeus que dispones de sus destinos, ¿de qué modo puedes protegerlas
contra los Svidrigáilov y los Afanasi Ivánovich Vajruschin?” (p. 116). Raskólnikov sabe
que las esperanzas que su madre y su hermana depositan en él son inútiles, de ahí la
ironía de llamarse a sí mismo ‘futuro millonario’ y ‘Zeus’. Esta forma de autopercibirse
encuentra su germen en la resistencia que siente hacia las exigencias patriarcales que
la sociedad deposita sobre él; una sociedad en la que se supone que debe ocupar el rol
del salvador y sostén económico familiar -algo que, como podemos comprobar, dista
mucho de ser posible en su caso-. En este mismo sentido, nuevos paralelos se hacen
patentes entre la familia Raskólnikov y la Marmeládov: Raskólnikov se siente tan
incapaz de velar por las mujeres de su familia, como Marmeládov de defender a las
mujeres de la suya.
La novela constantemente plantea preguntas en torno a la escala de gravedad de los
crímenes y actos inmorales. Cuando Sonia se prostituye para sobrevivir y ayudar a su
familia, practica la forma de prostitución que se encuentra más condenada en la
sociedad. Sin embargo, Dunia también se ‘prostituye’ a su modo al aceptar a Luzhin a
través del casamiento. La diferencia reside en que ella lo hace de una manera
socialmente aceptable, lo cual le permite mantener cierto estatus y conseguir el estilo
de vida que desea para su hermano. Cabe mencionar que Raskólnikov no es
indiferente a ello, y él mismo concibe que dejar a su hermana casarse para ayudarlo no
dista mucho de lo que Marmeládov hace con su pobre hija.
La escena con la joven borracha y el personaje sórdido que la persigue nos muestra
nuevamente cuán inestable es Raskólnikov y qué tan escindido está en sus juicios
morales. En un principio, hace lo correcto y se endilga la misión de proteger a la joven.
Más adelante, sin embargo, considera ese acto moral como algo insustancial, sin
sentido y reprochable; algo similar a lo que sucedió con la escena de las monedas en la
sección anterior. Raskólnikov imagina el futuro que le depara a la chica y encuentra
que ella encarna un ‘tipo social’ que está predestinado a un final trágico. En ese
momento, cita lo que conoce sobre las ciencias sociales: “Dicen que así debe ser. Que
cierto porcentaje debe marcharse cada año… Marcharse, ¿a dónde? Al infierno,
supongo, para no ser un estorbo y que las demás conserven su pureza” (p.122). Ese
modo de leer la realidad coincide con la mirada de Lebeziátnikov, quien afirma que en
otros países la compasión ha sido prohibida por la ley. Al hablar de las personas en
términos de porcentaje, no hay lugar para la compasión y la caridad: “¡Cierto
porcentaje! Buenas palabrejas han encontrado, palabras calmantes, científicas. Con
decir ‘cierto porcentaje’ no hay que preocuparse ya” (ídem). De este modo, la novela
realiza una crítica a la filosofía y las ciencias sociales, importadas desde el extranjero,
que se presentan como inútiles o incapaces para dar cuenta de la sociedad rusa; se
trata críticas centrales y reiteradas en la obra de Dostoyevski.
Al final del capítulo se introduce un nuevo personaje: Razumijin. El antiguo compañero
de la universidad de Raskólnikov es un personaje que opera bajo la lógica del
contrapunto; es decir que, mediante su contraste con nuestro protagonista, destaca
algunas de sus características más importantes. En esta primera introducción, es
descrito como sociable, fiestero, optimista, resiliente y responsable; todas estas
características se oponen a las que hemos visto en Raskólnikov.
En esta sección, Raskólnikov tiene sueños que están cargados de simbolismos. Los
sueños desempeñan un papel importante en la novela debido a su vínculo con el
inconsciente y el psicoanálisis, tradición en auge durante el siglo XIX y que a
Dostoyevski le interesaba mucho. En primer lugar, el sueño de la yegua revela la
crueldad desmotivada a la que el hombre está dispuesto a llegar, al tiempo en que
pone de manifiesto el horror natural que siente Raskólnikov ante ella. Pero, además, la
yegua puede simbolizar el modo en que las mujeres terminan siendo sacrificadas para
la supervivencia (o, incluso, el simple disfrute) de los hombres: “¡Es mía!” (p.130), grita
Mikolka una y otra vez, como si diera voz a lo que esperan los hombres como
Marmeládov y, tal vez, el propio Raskólnikov, al permitir que su hermana se case con
Luzhin. Además, resulta evidente que la brutal matanza simboliza y presagia el violento
asesinato de Aliona.
También nos encontramos, a lo largo de estos capítulos, siendo testigos de una tensión
que recorrerá la novela hasta sus últimas páginas: la tensión entre la libertad y la
opresión. Como vemos, varias son las formas de opresión que los personajes de esta
novela padecen: la opresión debido a la pobreza, a los deseos sin control, a las
exigencias de un sistema cruel e, incluso y como vemos en las mujeres, al género. El
momento de despertar espiritual de Raskólnikov, cuando toma la decisión (aunque sea
solo temporal) de no llevar a cabo su plan criminal, es uno de los pocos casos de
verdadera libertad que hemos visto hasta ahora: “¡Estaba libre, estaba libre! Se había
liberado de aquellos sortilegios, de la hechicería, de la fascinación, del alucinamiento”
(p.133). Hasta ese momento había estado preso de sus maquinaciones, pero logra
momentáneamente salir del encierro de su mente.
No obstante, este despertar se revela tristemente efímero cuando Raskólnikov vuelve
a caer, víctima de su psiquis retorcida y su superstición, en el momento en que
interpreta su encuentro fortuito con Lizaveta como una señal de que el crimen, que ha
estado planeando, se encuentra escrito en el destino. Esta situación vuelve a
pronunciar la dualidad indisociable al personaje, que tanto se comporta como un fiel
cristiano como con un hombre supersticioso. De hecho, cuando Raskólnikov despierta
del terrible sueño de la yegua, reza a Dios para liberarse de sus morbosos
pensamientos: “Alumbra mi camino” (p.133). Sin embargo, hacia el final del Capítulo 5,
queda claro el carácter endeble de la religiosidad de Raskólnikov, quien asume que su
crimen está predestinado: “De repente sintió con todo su ser que no tenía ya libertad
de juicio ni voluntad y que todo había quedado resuelto de golpe” (p.135).
El Capítulo 6 contiene una escena retrospectiva en la que Raskólnikov rememora la
conversación, que escucha en un bar, sobre Aliona, la prestamista. En el intercambio,
el estudiante inicia una discusión sobre la inmoralidad de matar a la mujer. Su firme
postura es que la muerte de Aliona sumaría más beneficio que perjuicio. Eso da lugar a
una pregunta que va a estar en el corazón de la novela: “¿No crees tú que millares de
buenas acciones pueden borrar un crimen insignificante?” (p.139). El interlocutor del
estudiante zanja la discusión cuando afirma que ese debate es improductivo, un
ejercicio puramente intelectual considerando que el estudiante que no puede llevarlo
a la acción. Aunque Raskólnikov viene debatiéndose esto desde el inicio de la novela,
cada vez se encuentra más cerca de pasar del pensamiento a la acción.
Acá, nuevamente Dostoyevski esboza una crítica a la excesiva racionalidad de las
corrientes intelectuales importadas desde Europa. Raskólnikov está lidiando con un
problema moral únicamente desde la óptica de la razón. En su vaivén entre cometer o
no el crimen, sus consideraciones son racionales y no encuentra en sus disquisiciones
una objeción racional válida. ¿Qué pasaría entonces si la religión y la fe entraran en
juego? Para un estudiante expuesto a las ideas de occidente, alejado de la familia y la
religión, el plan para un crimen atroz no resulta tan fácil de echar abajo. Incluso en sus
planes solo considera posibles errores de la razón que lo lleven a ser descubierto; no
contempla la conciencia o el arrepentimiento como factores a tener en cuenta. Es
decir, cae en una intelectualización excesiva.
Luego de tanta expectativa en torno a sus planes, el Capítulo 7 evidencia las ideas de
Raskólnikov y describe minuciosamente la secuencia del crimen. En este punto,
aunque resulta evidente que ve todo con bastante claridad, es incapaz de percibir el
panorama general de la acción que está por llevar a cabo. Raskólnikov se centra en los
detalles, planea todo cuidadosamente y toma nota de todas las objeciones materiales
o prácticas de su asesinato, pero no es capaz de ver las evidentes cuestiones morales
que están en juego.
Segunda parte
Capítulo 1
Raskólnikov permanece en su sofá durante horas hasta que recuerda todo lo sucedido.
Observa su ropa en busca de sangre y encuentra manchas en las hilachas de su
pantalón y en sus medias. Recuerda que los objetos robados siguen en sus bolsillos y
los esconde en un agujero oculto por el empapelado. Luego se queda dormido.
Lo despierta Nastasia que toca la puerta. Escucha al dvornik, el portero, con ella y se
alarma. El hombre está allí para entregarle a Raskólnikov una citación de la comisaría.
De pronto, Raskólnikov cae en la cuenta de que ha estado sosteniendo las hilachas y la
tela manchadas de sangre, aunque parece que ninguno de los dos visitantes lo ha
notado. En cuanto se marchan, Raskólnikov se arrodilla para rezar, pero se levanta
riéndose de sí mismo: no hay para qué rezar si en la comisaría ya lo descubrieron.
Mientras espera que lo atiendan en la comisaría, empieza a relajarse porque nadie
parece especialmente excitado por su presencia. El secretario Ilyá Petróvich le explica
el motivo por el cual fue citado: sus deudas con la patrona. Raskólnikov,
repentinamente embargado por el deseo de ser muy sociable y agradable, comienza a
hablar de su pobreza y su deuda con la patrona. Sorprendentemente, entra en detalles
muy personales y emotivos, revelando que la patrona había permitido que su pagaré
se mantuviera indefinidamente y que le había concedido un buen crédito porque
estuvo comprometido con su hija, cuya muerte por tifus impidió el matrimonio.
Los funcionarios interrumpen el relato y lo obligan a firmar un pagaré. Debido a ello, a
Raskólnikov lo invade una sensación de completo aislamiento: siente que no puede
hablar con nadie nunca más. Considera confesarlo todo, pero entonces oye al jefe de
policía hablando con Ilyá Petróvich, el secretario, sobre el caso de Aliona. Están
discutiendo sobre los sospechosos: Koch y el estudiante, aunque no es probable que
sean los culpables. La conversación altera a tal punto a Raskólnikov que se desmaya.
Cuando se recupera, los dos funcionarios notan que está enfermo e Ilyá Petróvich
comienza a interrogarle sobre su paradero el día anterior.
Capítulo 2
Raskólnikov saca todos los objetos robados de su escondite. Había planeado tirarlo
todo al canal, pero, en su lugar, descarta las pruebas en un patio abandonado bajo una
piedra.
Al deshacerse de los objetos de valor, se pregunta sobre el propósito de sus actos:
¿qué ha ganado con el crimen? Repara en que no lo hizo por el dinero y deduce que
debe estar muy enfermo como para haber hecho lo que hizo. Luego sigue caminando,
lleno de odio.
Se dirige a la casa de Razumijin como un autómata, pero esta vez decide subir.
Razumijin se sorprende al ver a su amigo, e inmediatamente repara en su extrema
pobreza y su aspecto enfermo. Raskólnikov se levanta para marcharse casi tan pronto
como llega, explica que estaba allí porque lo considera inteligente y amable, pero se ha
dado cuenta de que no necesita nada de él. Razumijin intenta ayudar a su amigo
ofreciéndole parte de un trabajo de traducción. Al principio, Raskólnikov acepta los
tres rublos y el trabajo, aunque súbitamente se da vuelta, deja los papeles y el dinero
sobre la mesa, y se va sin mediar palabra.
En su camino de regreso, Raskólnikov cruza la calle sin mirar y recibe el latigazo de un
cochero: en esa época, es común que las personas se tiren a las patas del caballo y
luego demanden una compensación económica. Para sumar agravios, una mujer le da
como limosna veinte kopeks, luego de presenciar el azote. Lleno de odio, Raskólnikov
tira la moneda al río.
En medio de la noche, en su casa, oye una horrible pelea frente a su puerta. Reconoce
la voz de Ilyá Petróvich, el secretario policial, quien parece estar golpeando sin piedad
a la patrona. También percibe que otros inquilinos salen. Raskólnikov, en cambio, se
queda paralizado por el miedo. La conmoción finalmente se calma.
Más tarde, Nastasia le trae algo de comida. Raskólnikov le pregunta por qué Ilyá
Petróvich había golpeado a la patrona, y Nastasia lo mira con extrañeza: eso nunca
sucedió.
Capítulo 3
Raskólnikov oscila entre la conciencia y el delirio. Siente la presencia de otras personas
en su habitación, incluyendo a Nastasia y a alguien que le resulta familiar, pero no
reconoce. Ya no recuerda el asesinato, pero tiene la noción de que ha olvidado algo
importante.
Cuando se recupera, encuentra a Nastasia y a un hombre extraño junto a su cama.
Luego entra Razumijiin y se hace cargo de la situación. El desconocido es el amanuense
de un comerciante enviado para entregar a Raskólnikov treinta y cinco rublos por parte
de su madre. A regañadientes, Raskólnikov acepta el dinero.
En su parloteo burlón, Razumijin explica que se había enfadado tanto después de la
extraña visita de Raskólnikov, que resolvió averiguar dónde vivía. Luego procedió a
averiguar todo lo que pudo sobre los asuntos de su amigo y conoció a los oficiales de la
comisaria: Ilyá Petróvich, Nikodim y Zamiótov. Contento consigo mismo, Razumijin
cuenta que se dirigió al consejero que había reclamado el pagaré de la patrona y
consiguió que se lo devolvieran. Sin una palabra de agradecimiento, Raskólnikov
vuelve la cara hacia la pared.
Raskólnikov pregunta qué es lo que ha dicho mientras deliraba y Razumijin responde
que se enojó cuando llevó a Zamiótov, el oficial de la comisaría. Entre sueños,
reclamaba por un calcetín y las hilachas de un pantalón.
Razumijin se despide y Raskólnikov se apresura a salir de la cama. Se acerca a la estufa,
abre y encuentra allí las hilachas del pantalón y los pedazos del bolsillo con sangre. El
calcetín está sobre la cama, pero tan sucio que no se notan las manchas de sangre. En
ese momento piensa en que debe huir y empieza a elucubrar los pormenores de un
escape a América. Tras ello, bebe el resto de la cerveza que ha traído Nastasia y el
alcohol hace que vuelva a dormir.
Se despierta al oír entrar a Razumijin; trae consigo un ajuar completo de segunda
mano. Nastasia revisa todo con mucho humor: ha traído una gorra, un pantalón y
chaleco, unas botas y ropa blanca. Raskólnikov escucha con disgusto todo este
discurso y protesta con desgano cuando Razumijin y Nastasia le cambian la camisa.
Desea que lo dejen en paz.
Capítulo 4
Se presenta el doctor Zosímov, un hombre bien vestido y pretensioso. Revisa a
Raskólnikov y le hace algunas preguntas. Pronto la conversación toma un desvío y ya
no trata de Raskólnikov, sino de una reunión social que organiza Razumijin para
festejar su mudanza. A propósito de la lista de invitados, Razumijin habla de Zamiótov,
el oficial de la comisaría del barrio y, de ahí en más, la conversación gira en torno a la
investigación sobre la muerte de Aliona.
En una primera instancia, la policía había considerado culpables a Koch y al estudiante
que se acercaron a la casa de Aliona y avisaron de las circunstancias sospechosas que
vieron. Esa teoría fue descartada rápidamente porque era evidente que no eran los
culpables. Ahora el sospechoso era uno de los pintores que estaba trabajando en un
apartamento vacío del edificio. Razumijin considera que esa teoría carece de validez y
procede a detallar la historia de Nikolái Dementiev (Mikolái), uno de los pintores. Este
declaró que había tenido una pelea con Mitrei, el otro pintor, y luego regresó al
apartamento, donde descubrió una caja de pendientes en el suelo, detrás de la puerta.
En el momento exacto en que Razumijin relata esto, Raskólnikov, que se había
quedado dormido, despierta y grita alarmado.
La discusión se renueva y Razumijin afirma que Mikolái no podía estar en el estado
mental de quien acaba de cometer un sangriento asesinato. Zosímov está de acuerdo,
pero señala que los pendientes son una prueba contundente en contra del hombre.
Razumijin explica que es obvio cómo llegaron los pendientes a manos de Mikolái: el
verdadero asesino se escondió en el apartamento vacío y, sin percatarse, dejó caer una
de las cajas robadas.
En ese momento, la conversación se interrumpe porque un desconocido entra a la
habitación de Raskólnikov.
Análisis
En estos capítulos vemos cómo Raskólnikov se deteriora en cuanto a su estado
psicológico. A partir del primer capítulo de esta segunda parte, se ve cada vez más
desorientado y errático. La escisión en su personalidad, presente desde un principio, se
acentúa al borde de lo irremediable. Por momentos, parece satisfecho consigo mismo,
siente que ha conseguido llevar a cabo su plan y engañar a todos. Sin embargo, luego
tiene la sensación de que es él el engañado y de que todos saben que es el culpable. La
paranoia y el complejo de persecución son cada vez más marcados, lo que pronuncia
aún más su aislamiento respecto a las demás personas.
En este punto, es Razumijin quien no le permite el aislamiento que tanto desea y se
convierte, muy a su pesar, en su incondicional cuidador. Si bien Razumijin busca
ayudar y ser el cable a tierra de Raskólnikov, en un giro irónico termina siendo el que lo
rodea de personas educadas, pensantes y analíticas que acaban poniéndolo en peligro
con la ley. El caso más notable es el de Zamiótov, el oficial de policía a quien Razumijin
quiere ayudar a resolver el caso, sin saber que está condenando a su amigo.
Por otra parte, estos capítulos exploran más en detalle el móvil del crimen. Hasta que
comete el asesinato, Raskólnikov es capaz de evaluar sus planes racionalmente. Si bien
por momentos se pregunta si no estará loco por pensar en hacer algo así, sus planes
son tan minuciosos que difícilmente puedan ser atribuidos simplemente a un brote
psicótico: el asesinato se revela como el resultado de los pensamientos recurrentes y
sistemáticos de un criminal, no los de un loco. En este punto, el detonante que lo lleva
del pensamiento a la acción parece ser el momento en que recibe la noticia del
compromiso de su hermana. A partir de entonces, Raskólnikov siente que tiene que
hacer algo y, por un momento, matar a la prestamista y robar sus pertenencias se
insinúa como una salida posible a la apremiante situación de su familia.
Sin embargo, las motivaciones económicas de su crimen comienzan a ponerse en duda
a lo largo de estos capítulos, algo que se revela en el momento en que Raskólnikov no
se interesa siquiera por ver qué sacó del apartamento de Aliona. Cuando reflexiona
sobre esto, dice:
Sí, en efecto, todo eso lo he hecho de un modo consciente y no por una ventolera; si,
en efecto, tenía una meta firme y determinada, ¿cómo se explica que no haya abierto
hasta ahora la bolsa ni sepa lo que me ha reportado algo que me ha atormentado
tanto y me ha llevado a cometer deliberadamente una acción tan vil odiosa y
miserable? (p.191).
A pesar de que decide descartar los objetos, agobiado por la posibilidad de ser
descubierto, lo cierto es que la acción de enterrarlos -e incluso pensar en tirarlos al
agua- asume una significación más compleja en la obra: evidencia no solo que su
crimen no estaba motivado únicamente por el dinero, sino también que la lógica del
coste-beneficio, importada del pensamiento utilitarista europeo, es insuficiente a la
hora de explicar la dimensión moral del crimen. En este sentido, así se adoptara como
cierta la premisa de que la muerte de la prestamista es ‘útil’ en la medida en que
beneficia a más gente de la que perjudica, resulta evidente que sus pertenencias,
escondidas en un predio abandonado, no mejoran la vida de nadie. De este modo, la
conciencia plena de que el crimen no estuvo motivado por el dinero genera más dudas
y angustia en Raskólnikov, al tiempo en que no aliviana su situación económica en lo
absoluto. Está más que claro, en este punto, que el planteo del estudiante, sobre la
moralidad de un crimen en contra de Aliona, es tan útil como las pertenencias de la
vieja escondidas bajo una piedra (para más información sobre las críticas a la tradición
intelectual europea ver “Las corrientes intelectuales rusas del siglo XIX”).
El desdén de Raskólnikov por el dinero o la riqueza en general se evidencia también en
el gesto de tirar al agua la moneda de veinte kopeks que recibe como limosna.
Raskólnikov gasta con bastante libertad la poca plata que tiene y, a veces, lo hace con
fines aparentemente altruistas, como en el caso de las monedas que deja en casa de
Marmeládov o las que le da al policía para que cuide de la joven borracha. El caso de la
moneda que recibe como limosna es, sin embargo, más ambiguo: por una parte,
demuestra el poco valor que deposita Raskólnikov en el dinero; por el otro, evidencia
la humillación que le provoca reconocerse dentro del amplio grupo social que necesita
de la ayuda ajena; finalmente, expone su quiebre con el resto de la humanidad. Al tirar
la moneda al agua, Raskólnikov rechaza todo gesto de compasión humana: “Le parecía
como si, en ese minuto, hubiera cortado con unas tijeras el hilo que le unía a todos y a
todo” (p.196).
En estos cuatro capítulos, nuestro protagonista desprecia toda muestra de cariño,
caridad y servicio; quizá se trate de una señal de que no se siente merecedor de tales
gestos luego de haber cometido un crimen tan terrible. Raskólnikov no tolera la
presencia de otros e incluso declara que, para sus amigos, no encuentra “ni una sola
palabra humana, de tan vacío como se sentía el corazón” (p.183). Al reflexionar sobre
ello, “Una tétrica sensación de aislamiento y enajenación, angustiosos e infinitos,
embargaron su alma de modo perceptible” (ídem). Resulta significativo, en este punto,
el hecho de que deje los papeles y las monedas del trabajo de traducción que le ofrece
Razumijin, personaje que lo cuida y protege, e incluso lo llama “hermano” (p.201). Para
los lectores, no queda claro si desea que lo dejen solo por soberbia o por culpa.
Así como se exploran los móviles del crimen, en estos capítulos vemos las
consecuencias sociales y psicológicas que este tiene en Raskólnikov. La construcción de
su paranoia está hábilmente representada a través de los pequeños acontecimientos
que colaboran con su terror a ser descubierto. Poco a poco se suman las pruebas y
peligros como las hilachas ensangrentadas que quedan en el suelo: esas alucinaciones
en las que Ilyá Petróvich se presenta en su casa y ataca a la patrona, la citación de la
comisaría, el hecho de que lo encuentren con los trapos ensangrentados en su mano y
las sofisticadas conversaciones de sus visitantes, quienes se acercan peligrosamente a
la resolución del enigma. A todo ello se le suma que Raskólnikov desconfía
constantemente de su propia capacidad de medir las circunstancias y teme delatarse.
A este dilema psicológico se une su ambigua relación con la religión. Antes de ir a la
estación de policía intenta rezar, pero no lo consigue y, de hecho, se levanta de un
salto casi inmediatamente y comienza a reírse de sí mismo: no ve el sentido racional de
rezar cuando ya está condenado. De camino a la estación, piensa nuevamente en la
confesión, algo que también considera después de terminar su negocio con el pagaré.
Sin embargo, la necesidad de contar sus pecados tienen menos que ver con un deseo
genuino de arrepentimiento que con la simple necesidad de quitarse el peso del miedo
de encima.
El comportamiento de Raskólnikov, como siempre, está marcado por su cisma interior,
su contradicción característica; esto es, con la perpetua escisión entre sus emociones y
su raciocinio. A lo largo de las primeras secciones, hemos visto como este contraste
temático entre emoción y racionalización es un rasgo definitorio de la personalidad de
Raskólnikov. En este punto, hay un juicio implícito -propio de la obra de Dostoyevski-
acerca de que demasiado pensamiento y racionalización -y poca atención al instinto y
a la emoción- crea personas frías, sin corazón e inhumanas.
En estos capítulos, Raskólnikov comparte protagonismo con Razumijin, un personaje
que opera como contrapunto suyo. Frente a toda la misantropía y el aislamiento de
nuestro protagonista, Razumijin está lleno de amor por la humanidad y es -incluso por
demás- servicial. Esto se revela no solo en su relación con Raskólnikov, sino también
con el resto de los personajes; de hecho, desea encarecidamente ayudar a la policía a
resolver el caso. El nombre ‘Razumijin’ contiene al vocablo ‘razum’, que quiere decir
‘razonar’. Él mismo bromea en un momento acerca de que su verdadero nombre es
Vrazumijin, que significa ‘el que trae la razón’. En efecto, es este personaje quien
consigue que Raskólnikov vuelva, aunque sea parcialmente, a un estado de conciencia.
Pero además, también es él quien lleva la razón a la comisaría cuando intenta
demostrar que las sospechas sobre el pintor Nikolái son absurdas. Razumijin es un
personaje que confía plenamente en el poder de la razón y llega al punto de declarar:
“Solamente con guiarse por los datos psicológicos se puede demostrar el modo de dar
con la pista acertada… los datos no bastan. La mitad de la cuestión, por lo menos,
consiste en el modo de interpretar esos datos” (p.221).
Frente a tantas diferencias, cabe mencionar que tanto Raskólnikov como Razumijin
buscan la grandeza. La diferencia reside en el hecho de que Raskólnikov lo hace
situándose por encima de la ley, mientras que Razumijin lo hace a través del amor, la
extrema generosidad y el intelecto.
Capítulo 5
El desconocido, que pregunta por Raskólnikov, espera en el descanso fuera de la
habitación. Parece asombrado por el estado del lugar y por el aspecto desaliñado de
Raskólnikov.
Por su parte, Raskólnikov teme que sea un policía, pero resulta que el hombre es Piótr
Petróvich Luzhin, el prometido de su hermana. Cuando se entera, Raskólnikov se
comporta groseramente.
Luzhin intenta presentarse y menciona que ha encontrado habitaciones para Puljeria
y Dunia en un hospedaje cercano. Razumijin menciona ese lugar es espantoso.
Luzhin comparte sus impresiones sobre San Petersburgo, ciudad que hace diez años
que no visita. Le sorprende gratamente la difusión de las nuevas ideas que trae el
progreso: “Hemos roto irreversiblemente con el pasado, y eso supone ya, en mi
opinión, un logro” (p.236). Razumijin lo interrumpe acusándolo de no hacer otra cosa
que repetir ideas sin sustento.
Razumijin vuelve a hablar con Zosímov acerca del crimen de la prestamista. En su
opinión, el asesino nunca había matado antes y fue torpe en la ejecución. En ese
momento, Raskólnikov toma la palabra y le dice a Luzhin que hay una contradicción en
el hecho de que defienda las ideas de progreso y al mismo tiempo quiera casarse con
una mujer que dependa enteramente de su marido. Luzhin se pone furioso y afirma
que su madre debe de haber tergiversado sus palabras. La discusión escala en violencia
y Raskólnikov termina echando a todos de la casa. En las escaleras, Zosímov le dice a
Razumijin que lo único a lo que Raskólnikov responde es al asesinato y acuerdan
discutirlo con más detalle esa noche.
Capítulo 6
Tan pronto dejan su habitación, Raskólnikov se levanta. Guarda en su bolsillo todo el
dinero que hay sobre la mesa y sale del edificio sin ser visto. No sabe adónde va, pero
está decidido a “poner fin a todo eso de una vez para siempre, inmediatamente, y, de
lo contrario, no volver a su casa porque no quería vivir así” (p.244). Tras deambular un
buen rato por la calle, entra en la taberna el Palacio de Cristal.
De repente, Zamiótov se sienta a su lado. Con el objetivo de mostrarse confiado para
que no sospeche de él, Raskólnikov le cuenta que ha estado leyendo sobre el asesinato
y le incita a sospechar de él. Por su parte, Zamiótov afirma que el asesino no mantuvo
cabeza fría porque ni siquiera fue capaz de robar. Raskólnikov le explica cómo actuaría
él en caso de ser el asesino y cuenta, efectivamente, lo que hizo tras el crimen. Ante la
incredulidad de Zamiótov, agrega temerariamente “¿Y si fuera yo quien mató a la vieja
y a Lizaveta?” (p.255).
Al salir, Raskólnikov se encuentra con Razumijin y le pide tranquilamente que quiere
que lo dejen en paz.
Raskólnikov camina hasta un puente, donde ve que una mujer se arroja al agua. Es
precisamente lo que Raskólnikov había considerado, pero ahora lo descarta y
considera confesar su crimen. Camino a la comisaría, pasa frente a la casa de Aliona e
ingresa impulsivamente para ver el apartamento. Se asombra de no encontrar todo
igual y como actúa de manera sospechosa, lo echan del edificio.
Capítulo 7
De nuevo en la calle, se encuentra con un tumulto de gente: un carruaje ha
atropellado a un hombre borracho. Raskólnikov reconoce en la víctima a Marmeládov,
el funcionario. Conmovido, indica el domicilio de Marmeládov y pide que lo lleven allí,
ofreciéndose a pagar por un médico.
En la casa de Marmeládov, Katerina conversa con Pólenka, su hija mayor, cuando la
interrumpe la llegada de su marido. Raskólnikov le explica lo sucedido y llama a un
médico. Katerina envía a Pólenka a buscar a Sonia. Cuando llega el médico, afirma que
Marmeládov morirá en breve. Luego llega un sacerdote, que administra la
extremaunción al moribundo. Cuando llega Sonia, se queda tímidamente junto a la
puerta, vestida con su llamativo atuendo de prostituta. Katerina se queja de su
desgracia y se pregunta qué hará para sobrevivir. En ese momento, Marmeládov
reconoce a Sonia, la llama a su lado, le pide perdón y muere en sus brazos.
Raskólnikov se apiada de la familia y le entrega a Katerina veinticinco rublos para el
funeral, luego se marcha rápidamente. Pólenka lo entrecruza antes de que se aleje;
conversan un poco, Raskólnikov le pide que lo incluya en sus rezos, se dan un abrazo y
se retira.
Cuando Raskólnikov pasa nuevamente por ll puente donde la mujer intentó suicidarse,
piensa que su vida continúa a pesar del crimen que ha realizado. Luego pasa por la
casa de Razumijin, donde están reunidos él y sus amigos. Zosímov le recomienda que
vaya a descansar y Razumijin lo acompaña. En el camino, Razumijin le revela que
Zosímov cree que está loco y que le ha contado sobre su conversación en la taberna.
Por su parte, Raskólnikov se encuentra débil y está comenzando a divagar, así que solo
le cuenta lo del dinero que le ha dado a los Marmeládov.
Cuando están llegando a destino, se dan cuenta de que hay una luz encendida en la
habitación. Raskólnikov piensa que debe ser la policía y se despide de su amigo, quien
no entiende su comportamiento. Cuando abren la puerta de la habitación, encuentran
a Dunia y Puljeria, que han estado esperándolo hace un buen tiempo. Raskólnikov se
desmaya y las mujeres le agradecen a Razumijin: saben por Nastasia todo lo que ha
hecho por su amigo.
Análisis
Para el momento en que Luzhin aparece por primera vez en la novela, los lectores ya
tenemos una idea formada acerca de él: se trata de un hombre mezquino, con poco
tacto y pretensioso. Este personaje representa todo lo que Dostoyevski rechaza: se
entusiasma por ideas nuevas que considera una forma de progreso, descarta la
tradición como algo que hay que superar y, para colmo, es un hipócrita. Su liberalismo
raya en lo caricaturesco: “Dedicándome única y exclusivamente a mi prosperidad es
como contribuyo a la prosperidad de todos” (p.237). Sus palabras se revelan irónicas
cuando advertimos el alcance de su egoísmo: no solo no ayuda a nadie más que a sí
mismo, sino que ni siquiera es capaz de costear el viaje de su suegra y su futura
esposa.
Luzhin repite sin cesar que el egoísmo y la ambición personal es lo único valioso que
uno puede hacer por la sociedad; sin embargo, en ningún momento explica de qué
modo el beneficio de una persona se traslada al de todos. A Razumijin, un personaje
racional y sabio, estas ideas le parecen una “cháchara sin fundamento” (p.237).
Además, Luzhin encarna el rechazo de los principios religiosos que, para Dostoyevski,
hacen al alma rusa. Esto se revela especialmente cuando descalifica la máxima
cristiana del “Ama a tu prójimo” (p.236). Al ridiculizar a Luzhin y exponer sin rodeos la
naturaleza individualista de unas ideas tan peligrosas, Dostoyevski vuelve a defender
los valores tradicionales rusos por encima de cualquier teoría científica novedosa e
importada.
Extrañamente, Raskólnikov, que en esta sección rechaza las ideas de Luzhin -quizá
como consecuencia del desprecio que siente hacia él-, ha aceptado cierta versión de su
modo de comprender el mundo. Raskólnikov no ama a sus prójimos y, como resulta
evidente, es bien capaz de trasgredir algunos de los pecados capitales más importantes
del catolicismo, como las prohibiciones del robo y del asesinato. A su vez, ha pasado
demasiado tiempo teorizando y racionalizando su crimen de forma científica. De
hecho, el asesinato es una manifestación del credo del interés propio que pregona
Luzhin: Raskólnikov ha matado para demostrar su propia teoría y ha justificado su
crimen pensando que puede utilizar el dinero que robó para mejorar a la sociedad en
su conjunto.
De todas maneras -y a diferencia de Luzhin-, Raskólnikov parece advertir sus propias
contradicciones internas: “Nos hemos acostumbrado a encontrarlo todo hecho, a
avanzar apoyándonos en los demás, a comer pan ya masticado… Lleve usted a una
conclusión lo que predicaba hace un momento, y resulta que se puede degollar a la
gente…” (p.240). Al escuchar su teoría llevada al extremo, Luzhin se escandaliza, pero
Raskólnikov lleva la discusión más lejos aún al remarcar las inconsistencias de su
discurso. De hecho, le recuerda lo que su madre contó en la carta, cuando Luzhin había
afirmado que era “preferible sacar a la futura esposa de la pobreza para dominarla
después y echarle en cara que el marido es el bienhechor” (ídem).
Razumijin y Zosímov se presentan como la contracara de Raskólnikov y Luzhin, no solo
porque tienen posiciones éticas bien definidas e incorruptibles, sino porque evidencian
una capacidad analítica superior. Razumijin deduce con bastante acierto la secuencia
correcta de los acontecimientos en el crimen, al igual que el hecho de que el asesino es
un inexperto. En cuando a Zosímov, los lectores podemos advertir que se está
acercando peligrosamente a la respuesta sobre quién cometió el crimen, cuando
comienza a prestar atención y a comentar el hecho de que Raskólnikov solo reacciona
cuando se habla del asesinato.
Al principio del capítulo, Raskólnikov muestra un extraño y repentino deseo de hablar
con la gente. Probablemente, esto suceda porque ha planeado suicidarse y quiere
algún tipo de contacto humano antes de hacerlo. Sin embargo, termina reafirmando su
deseo de vivir, aunque sea solo en las condiciones más adversas. La primera vez que se
afirma a la vida de este modo es cuando ve a un grupo de prostitutas en la calle y
afirma: “Una hora antes de su ejecución, un condenado a muerte decía o pensaba que
si hubiera tenido que vivir en lo alto de un risco, en un espacio tan reducido que solo le
permitiera permanecer de pie… habría preferido vivir así que morir en aquel
momento” (p. 248). La segunda vez que se produce en él este tipo de reflexiones es
cuando está en el puente y una mujer intenta quitarse la vida frente a sus ojos. Aquí, el
presenciar en otra persona la manifestación de sus propios pensamientos lo asusta y le
hace descartar por completo la idea: “Estaba asqueado. «No… Esto del agua es
repugnante… Esto, no»” (p.261). Finalmente, cuando Pólenka se acerca a él tras la
muerte de Marmeládov, le ofrece unas palabras de agradecimiento y se abrazan,
Raskólnikov ve renovarse su fuerza vital y piensa: “¡Basta de espejismos, temores
inventados y de fantasmas… ¡La vida existe! ¿No acabo de vivir ahora? ¡Mi vida no ha
muerto aún con la de la vieja!” (p.282). Resulta sumamente significativo que tales
pensamientos vengan a su mente luego de haber experimentado un momento de
conexión con otra persona. El abrazo de la niña, en este punto, es uno de los pocos
momentos de auténtica comunión con la humanidad que experimenta Raskólnikov a lo
largo de toda la novela.
A diferencia de Pólenka, Razumijin se presenta como un camino de redención para
Raskólnikov, pero este lo rechaza constantemente. De todas maneras, Razumijin es
implacable en su amor por el prójimo y jamás abandona a su amigo, sin importar
cuantos agravios recibe de él.
Cabe mencionar lo llamativo del número de veces en que Raskólnikov camina hacia los
puentes y se detiene a pensar allí, tanto en sus problemas, como en la situación en la
que se encuentra su vida en ese momento. El puente es el primer lugar en el que
piensa cuando quiere descartar los objetos robados, el espacio al que llega con
pensamientos suicidas e, incluso, un destino habitual de su deambular automático. De
este modo, el puente simboliza el estado psicológico y espiritual en el que se
encuentra Raskólnikov. A lo largo de la novela, este personaje habita una especie de
limbo mental en el que siembre se debate entre dos opciones o posibilidades de vida:
duda entre confesar o escapar; entre tender lazos con las personas o aislarse en su
misantropía; entre la esperanza y la desesperanza; entre los actos de caridad y los
actos criminales, y, como vimos en estos capítulos, entre la vida y la muerte. Más aún,
Raskólnikov habita un espacio intermedio entre la vigilia o la razón y el sueño o el
delirio.
Tercera parte
Capítulo 1
Raskólnikov se recupera del desmayo y ve que su madre Puljeria y su hermana Dunia lo
miran con miedo. Aunque les dice que se vayan a casa con Razumijin, ellas se rehúsan.
Luego les habla de su discusión con Luzhin y desafía a Dunia diciéndole: “Tú te casas
con Luzhin por mí. Pero yo no acepto ese sacrificio (…) ¡O Luzhin o yo!” (pp.292 y 293).
Razumijin interviene y las acompaña a casa. En las habitaciones que Luzhin ha
reservado para las damas, Razumijin empieza a arremeter contra el prometido de
Dunia, a quien considera “un echadizo y un especulador, porque salta a la vista que es
un judío y un payaso… ¡es un cretino, un cretino!” (p.299).
Razumijin lleva al doctor Zosímov, quien comparte con Dunia y Puljeria su diagnóstico:
“La dolencia tenía, aparte de la penuria material en que el paciente había vivido los
últimos meses, algunas otras causas morales” (p.303).
Más tarde, Razumijin y Zosímov hablan sobre Dunia: es evidente que al primero le
gusta mucho. Finalmente, deciden quedarse a dormir cerca de Raskólnikov y se dividen
la tarea de velar por él durante la noche.
Capítulo 2
En la casa Bakaléiev, donde se hospedan las mujeres, Razumijin y Zosímov hablan del
estado de Raskólnikov. Zosímov lo caracteriza como un monomaníaco.
Por su parte, Puljeria y Dunia están encantadas con Razumijin. Puljeria, especialmente,
lo acribilla con preguntas sobre Raskólnikov durante el último año y él le responde
omitiendo algunas cuestiones, aunque admite que “no ama a nadie, y es posible que
nunca llegue a amar” (p.314).
El foco ahora pasa a Luzhin. Puljeria pregunta por la discusión que tuvieron con
Raskólnikov, pero, a diferencia del día anterior, Razumijin habla con cuidado sobre
Luzhin e incluso critica a Raskólnikov por haber sido descortés. Puljeria le muestra una
nota de Luzhin en la que solicita una reunión con ellos a las ocho de la noche e insiste
en que Raskólnikov no esté allí. Luzhin afirma que la enfermedad de Raskólnikov no
justifica su comportamiento y lo acusa de haberle dado los veinticinco rublos, que
tanto le había costado conseguir a Puljeria, a una prostituta, con el pretexto de tener
que celebrar un funeral.
Puljeria quiere saber qué piensa Razumijin de todo esto y él responde que la decisión
es de Dunia. Ella quiere que Luzhin, Raskólnikov y Razumijin estén presentes.
Capítulo 3
Por primera vez en meses, Raskólnikov está limpio, prolijo y vestido. Físicamente, está
casi recuperado, pero parece preocupado e indiferente ante el resto.
Por un instante, su rostro se ilumina al saludar a Dunia y Puljeria. Su madre se ilusiona
cuando ve que le sonríe genuinamente y toma la mano de Dunia.
Raskólnikov confiesa que entregó todo el dinero que le mandó su madre a una viuda y
se disculpa por ello. Para calmar los ánimos, Puljeria cambia de tema y le cuenta la
suerte que corrió Marfa Svidrigailov, quien murió a causa de una paliza que le dio su
marido. Raskólnikov se molesta con su madre por compartir eso. Siente que no puede
comunicarse con ellos ni con nadie más.
En realidad, lo que sucede es que hay un tema que lo obsesiona y es que quiere ser
claro sobre sus opiniones con respecto a Luzhin: él no admite el compromiso. Por su
parte, Dunia defiende que se casa porque es lo que le conviene a ella y niega que lo
esté haciendo como sacrificio. Luego le muestra la carta de Luzhin y expresa sus
deseos de que se presente a la reunión a las ocho de la noche.
Capítulo 4
En medio de estos intercambios tensos, la puerta se abre y entra una chica. Se
presenta como Sofía Semiónovna Marmeládova; su diminutivo es Sonia y ese es el
nombre que se usa para referirse a ella la mayoría de las veces. Está vestida
modestamente, muy distinta que la noche anterior. Durante el tiempo en que
permanece allí, Sonia se muestra extremadamente tímida. Ha ido para pedirle a
Raskólnikov que asista al funeral el día siguiente. A la joven le desconcierta darse
cuenta, por el estado del cuarto, de que a Raskólnikov no le sobra el dinero y les dio lo
que él mismo necesitaba.
Puljeria no está cómoda con la situación debido a que sabe que se trata de la chica a la
que Luzhin mencionó en la carta. En ese momento, acuerda reunirse esa noche con
Luzhin y se retira con su hija. Aunque tiene la intención de despedirse de Sonia, no
llega a hacerlo, mientras que Dunia hace una reverencia completa y cortés ante la
muchacha.
Una vez solas, Puljeria y Dunia intercambian impresiones. A Puljeria le preocupa Sonia:
“En cuanto la vi entrar pensé que ahí estaba la clave de todo” (p.342). Dunia se enoja
con su madre y le dice que no se deje influenciar por las palabras de “un odioso
calumniador” (p.343) como Luzhin.
En el apartamento de Raskólnikov, este le pregunta a Razumijin si tiene contacto
con Porfiri Petróvich, a quien ha sido asignado al caso de asesinato. Le dice a Razumijin
que necesita recuperar el reloj de Dunia y un anillo que había empeñado. Razumijin se
sorprende de que Raskólnikov sea uno de los clientes de la mujer asesinada.
Raskólnikov presenta a Sonia y Razumijin. Salen todos juntos y se separan cuando
llegan a la calle. Un extraño comienza a perseguir a Sonia luego de escuchar que ella
menciona el nombre Raskólnikov.
Mientras tanto, Razumijin está emocionado por el hecho de que él y Raskólnikov vayan
a ver a Porfiri Petróvich, su familiar. Razumijin menciona que Porfiri está interesado en
conocerlo y cuenta que el año anterior el hombre resolvió un complicado caso de
asesinato.
Capítulo 5
Raskólnikov y Razumijin entran al apartamento de Porfiri. Raskólnikov se sorprende al
ver a Zamiótov en la habitación. Una vez presentados, Porfiri y Raskólnikov no dejan de
observarse atentamente, como midiéndose. Aunque Raskólnikov está convencido de
que Porfiri sabe la verdad, intenta mantener la compostura y explica que le interesa
recuperar unos objetos empeñados a la víctima. Porfiri no se sorprende; de hecho,
dice que estaban esperando que se presentara porque sus cosas habían sido
encontradas en el apartamento de Aliona, etiquetadas con su nombre. Raskólnikov
empieza a actuar torpeza, pierde los estribos y no tiene el control sobre lo que dice,
aventurando comentarios atrevidos y sospechosos.
Porfiri menciona que ha leído un artículo de Raskólnikov llamado “Acerca del delito”.
Raskólnikov se sorprende, pues no sabía que se había llegado a publicar. Porfiri intenta
explicarle a Razumijin lo postulado allí, pero Raskólnikov lo considera una versión
tergiversada de lo que había querido decir. Para entonces, Raskólnikov comprende que
Porfiri intenta tenderle una trampa y decide seguirle el juego. Explica su artículo, que
trata principalmente del estado psicológico del criminal antes, durante y después del
crimen, pero también abre una idea según la cual la humanidad se divide en personas
‘ordinarias’ y ‘extraordinarias’. Las personas ‘extraordinarias’, según él, son aquellas
que “tienen el don o el talento de decir algo nuevo en su medio” (p.365) y, por eso,
tienen un derecho inherente a pasar por encima de la ley.
Razumijin presencia esta discusión con incredulidad; no comprende si se están
tomando en serio tales discusiones. Al final de la conversación, Porfiri ataca a
Raskólnikov con una pregunta incisiva: quiere saber si él es, como bien dice, una
persona ‘extraordinaria’. Raskólnikov, que hasta entonces había respondido con
frialdad y tranquilidad, ahora se queda en silencio y da una vuelta sobre sí mismo para
marcharse. Antes de que se vaya, Porfiri le invita a su despacho el día siguiente.
Capítulo 6
De camino a la cena con Dunia y su madre, Raskólnikov trata de decirle a Razumijin
que Porfiri y Zamiótov sospechan de él. Razumijin no quiere creerlo, aunque admite
haber percibido cierta desconfianza hacia él.
Cuando se acercan a casa de Bakaléiev, donde se hospedan las mujeres, Raskólnikov le
dice a Razumijin que debe pasar primero por su apartamento. En realidad, quiere
comprobar que no se le haya caído ninguna cadena, dije o papel de los objetos que le
robó a Aliona. Al salir, se encuentra con un desconocido que le dice, por lo bajo,
“¡Asesino!” (p.378).
Débil y desorientado, Raskólnikov vuelve a su habitación y se tira en la cama. Se burla
de sí mismo por haber pensado que era un hombre extraordinario; ahora le resulta
ridículo el haberse comparado con hombres de la talla de Napoleón por el simple
hecho de matar a una vieja insignificante: “Quizá sea yo más odioso y repugnante que
el piojo matado por mí” (p.381).
Finalmente, se queda dormido y sueña con la vieja a la que asesinó. Cuando despierta,
un hombre extraño lo observa desde la puerta. El hombre se presenta como Arkadi
Ivánovich Svidrigáilov.
Análisis
En esta sección somos testigos de la primera aparición de Dunia. Hasta el momento,
solo sabíamos de ella de manera indirecta, a través de la carta de Puljeria y las
opiniones de Raskólnikov. Sin embargo, ahora se nos revela como un personaje
importante y fuerte, que da claras muestras de seguridad e inteligencia. De hecho,
Puljeria considera que los hermanos se parecen en espíritu.
El parecido físico y de carácter entre los hermanos se termina en cuanto entran en
debate y se demuestra que interpretan el mundo de modos muy distintos. Raskólnikov
ha estado mucho tiempo bajo la influencia de sus lecturas y las ideas que se difunden
en la ciudad. Dunia no es sumisa ni débil, sino todo lo contrario: se muestra decidida,
discutidora y asertiva, por lo que no duda en entrar en desacuerdo con su hermano en
más de una ocasión. Su primera discusión se refiere a las buenas acciones. Raskólnikov
dice: “Para ayudar a los demás, hay que tener primero el derecho de hacerlo” (p.326).
Se refiere acá al arrepentimiento que siente por haber entregado el dinero que su
madre había reunido para él. Raskólnikov se ve impulsado a ayudar a alguien y luego
se frena a sí mismo al preguntarse si tiene derecho a hacerlo. Dunia no está de
acuerdo. Sin embargo, Raskólnikov descarta la opinión de su hermana: “¡Tú también
con buenas intenciones… Debí imaginármelo… Una actitud digna de encomio. Llegarás
a un límite que, si no lo traspasas, serás desgraciada; pero si lo traspasas, serás más
desgraciada aún!…” (p.327). Parece aludir a lo que él mismo ha experimentado con
pensamientos que lo han llevado al asesinato y al trauma psicológico; él sin duda ha
traspasado los límites.
Un segundo desacuerdo entre los hermanos se produce sobre el compromiso de Dunia
con Luzhin. Dunia plantea, durante esta discusión, un poderoso argumento: “¿Por qué
exiges de mí un heroísmo del que quizá no seas tú capaz? ¡Eso es despotismo, eso es
imposición! Si a alguien perjudico es a mí misma. Yo no he degollado a nadie” (p.333).
Sin saberlo, Dunia toca una fibra sensible al plantear las cosas de este modo. En un
caso de ironía dramática, los lectores comprendemos el motivo por el cual ese
argumento tiene un efecto tan terrible en Raskólnikov. Uno de los modos en que se
engaña a sí mismo Raskólnikov es pensando que aquello que lo empuja a tomar la
decisión de matar a Aliona es la necesidad de ayudar a su familia. Sin embargo, ni
aunque ese fuera el único móvil, su posición mejoría ante los esfuerzos de su hermana.
Cuando consideramos que Dunia está eligiendo casarse por su familia, se vuelve
evidente que su elección es moralmente superior a la Raskólnikov, ya que elige
sacrificarse a sí misma en lugar de terminar con la vida de otro. De este modo, vuelve a
confirmarse la idea de que la mayoría de las mujeres de esta novela son más valientes
que los personajes masculinos.
Otra mujer de gran relevancia en esta sección es Puljeria, la madre de Raskólnikov. En
más de una ocasión, Puljeria demuestra que conoce muy bien a su hijo y no es para
nada inocente en lo relativo a su formación moral; no ve únicamente lo bueno. De
hecho, es especialmente lúcida la valoración que hace de lo que puede llegar a
sucederle: “Estoy segura de que también ahora es capaz de llegar contra sí mismo a
extremos que nunca se le ocurrirían a nadie” (p.314). Además, a pesar de que su hija
descarte sus ideas sobre Sonia, Puljeria intuye la importancia que tendrá la joven en la
vida de su hijo cuando manifiesta que es una pieza clave en su comportamiento.
La inocencia de Sonia es de una notable ironía, dadas su vida y sus circunstancias
laborales. Aunque se ha criado en la indigencia, con un padre alcohólico y una
madrastra enferma y maltratadora, a pesar incluso de haberse convertido en
prostituta, Sonia es descrita una y otra vez como una niña dulce e introvertida.
Físicamente, es delgada, y sus ojos son transparentes y expresivos. Pero, además, es
extraordinariamente tímida y se cree por debajo de todos, algo que se revela en la
incomodidad que la domina ante la amable reverencia de Duna. Además, Sonia se
queda turbada luego de visitar a Raskólnikov, porque comprende que él fue generoso
más allá de sus posibilidades y aprecia ese sacrificio para su familia.
En cuanto a Raskólnikov, resulta evidente que se siente atraído por Sonia por razones
que él mismo no acaba de comprender. Es muy probable que la pureza de Sonia
adquiera cierto carácter redentor frente su caso particular: él está manchado por su
crimen y, aunque ella también está sumergida en el pecado y la miseria, ha
conservado, no obstante, la bondad de su corazón. Tal vez Raskólnikov intuye que
tiene mucho que aprender de ella.
En estos capítulos se exploran las distintas motivaciones que lo conducen al crimen.
Hay una primera anticipación de este tema que se trata en detalle en el Capítulo 5,
cuando Puljeria repara en el estado en el que vive su hijo: “Estoy segura de que, si te
has vuelto melancólico, la mitad de la culpa la tiene este cuarto” (p.331). El cuarto, en
tanto espacio que evidencia la pobreza de Raskólnikov, tanto material como de
espíritu, va a ser objeto de interés también para Sonia. Como decimos, es a lo largo de
este capítulo cuando se menciona la teoría de que el crimen es el producto de las
circunstancias tan terribles en las que viven ciertas personas. Razumijin atribuye esa
teoría a los socialistas que consideran que el crimen nada tiene que ver con la
naturaleza humana, sino con el sistema social, político y económico. Por lo tanto, si
compones la sociedad instalando un sistema justo, no habría más crimen. La pregunta,
en este punto, resulta ineludible: ¿en qué medida las condiciones de vida de
Raskólnikov, sumido en la necesidad y las presiones de ser el único varón en su familia,
contribuyen a que se convierta en un asesino? Esta teoría sobre el origen de la locura
de Raskólnikov también coincide con el diagnóstico de Zosímov, quien cree que las
necesidades que pasó tuvieron consecuencias en su salud mental.
La discusión sobre el artículo de Raskólnikov sobre el crimen es fundamental para
entender por qué, después de todo, cometió los asesinatos. Su arrogancia y desdén
por los demás, su monomanía y egoísmo, todo apunta a un sentimiento de
superioridad que se ve irremediablemente exacerbado por las condiciones de misera
en las que vive. Aunque no se lo confiesa del todo a Porfiri, Raskólnikov quiere pensar
que él es una de esas personas ‘extraordinarias’ que piensan cosas nuevas y, por tanto,
tienen derecho a imponerse. Es así que Raskólnikov no solo está aislado de todos por
su crimen, sino por el proceso lógico que lo llevó a crear una escisión entre un mundo
al que considera inferior y otro al que aspira pertenecer.
Una vez más, Dostoyevski consigue deslizar algún comentario social a través de los
argumentos de Razumijin sobre el socialismo y el crimen. Los socialistas, afirma este
personaje, suponen que, una vez adoptado un sistema justo, el crimen desaparecerá.
Pero el problema con esto, argumenta Razumijin, es que el socialismo no tiene en
cuenta la naturaleza ni la historia: “No es la humanidad, desarrollada hasta el extremo
por la vía de un proceso histórico vivo” (p.360). Dostoyevski está señalando sutilmente
que el peligro de las nuevas ciencias sociales es que rechazan las lecciones del pasado
y, por tanto, hacen promesas imposibles de cumplir. El socialismo propone un régimen
social en el que la propiedad sobre los medios de producción es colectiva y surge una
estructura con solo dos clases amigas: el proletariado y el campesinado.
Uno de los momentos en los que más abatido se encuentra Raskólnikov es cuando cae
en la cuenta de que sus pretensiones de hombre extraordinario no coinciden con el
crimen que cometió. En su afán por probar que es un hombre de la talla de Napoleón,
cometió un crimen que no lo hace mejor que un insecto: “Me he pasado un mes
entero importunando a la benévola providencia para tomarla como testigo de que no
emprendía aquello para satisfacer mis apetitos y mis caprichos personales, sino con
una finalidad elevada y agradable” (p.281). ¿Qué ha sacado con el asesinato de la
prestamista? La respuesta, evidente tanto para los lectores como para él mismo,
resulta implacable: nada bueno.
Cuarta parte
Capítulo 1
Al oír el nombre de su visitante, Raskólnikov duda de su cordura. Svidrigáilov le dice
que está allí por dos razones: porque le ha interesado conocer a Raskólnikov y porque
desea su ayuda en un asunto relacionado con Dunia.
Svidrigáilov domina la conversación. Empieza a hablar de su esposa Marfa y de su vida
junto a ella. En el pasado estuvo en cárcel por deudas y Marfa lo sacó de allí, tras lo
cual se casaron. Svidrigáilov le pregunta a Raskólnikov si cree en fantasmas y afirma
que el fantasma de Marfa lo ha visitado tres veces. Raskólnikov quiere saber de qué
habla el fantasma de Marfa, a lo que Svidrigáilov responde que de temas triviales.
Además, no es la primera vez que ve un fantasma: su siervo también se le ha
presentado así. Raskólnikov le dice que acuda a un médico, pero Svidrigáilov le
responde que él es la última persona a quien le pediría una recomendación, viendo el
estado en que se encuentra.
La conversación deriva al problema de la vida después de la muerte, mientras
Raskólnikov defiende su postura de que no existen los fantasmas ni otra cosa en el más
allá. Svidrigáilov opina que, tal vez, el más allá sea una habitación pequeña, sucia e
infestada de arañas. Ante eso, Raskólnikov exclama: “¿Es posible que no pueda
imaginarse nada más consolador y ecuánime que eso?” (p.399).
Raskólnikov le pide que deje de dar vueltas y cuente el motivo de su visita. Svidrigáilov
le dice que Luzhin no merece a Dunia y que ese matrimonio no debe concretarse. De
todos modos, asegura que ya no siente amor por ella. Ahora, su plan ahora es irse de
viaje a algún lugar exótico, aunque no niega la posibilidad de encontrar una muchacha
con la que casarse. Luego de esa pequeña digresión, agrega que está dispuesto a
ofrecerle diez mil rublos a Dunia para que rompa el compromiso con Luzhin. Además,
afirma, Marfa le ha dejado tres mil rublos a Dunia en su testamento.
Capítulo 2
Raskólnikov se encuentra con Razumijin y juntos van a la reunión en casa de Bakaléiev.
Luzhin y los dos amigos llegan a la casa Bakaléiev casi al mismo tiempo. Hablan de
Svidrigáilov y Luzhin cuenta que Marfa tuvo que pagar para que no lo procesaran por
un caso de violación a una niña de apenas catorce años, que se había suicidado a causa
de ello. También añade que el hombre había maltratado a su criado al punto en que
este se suicidó. Dunia interviene para decir que había versiones contradictorias sobre
ese caso y que ella había visto que los trataba bien. De repente, Raskólnikov irrumpe
en la conversación para decir que Svidrigáilov acababa de ir a verle. También le dice a
Dunia que ha heredado tres mil rublos de Marfa, pero no les cuenta cuál era el
verdadero propósito de la visita, diciendo que se lo dirá más tarde.
Luzhin intenta marcharse y Dunia lo detiene. Le explica que ha reunido a los hombres
para que hagan las paces. Luzhin protesta y le pide a Puljeria que le explique qué ha
dicho en la carta que condujo a Raskólnikov a pensar en que él quería casarse con
Dunia porque es pobre. Raskólnikov no admite que el foco se vuelva en contra de él y
le reprocha a Luzhin las mentiras que dijo en su carta sobre el dinero que entregó para
la familia Marmeládov. Luzhin se enfada, pero Raskólnikov sube la apuesta,
refiriéndose a Sonia: “Pues yo opino que usted, con todas sus virtudes, no vale ni el
dedo meñique de esa desdichada muchacha a quien arroja piedras” (p.45).
Luzhin se levanta y expresa su malestar con el hecho de que su pedido de no
encontrarse con Raskólnikov haya sido desatendido. Ofendida, Puljeria pregunta si
deben tomar cada uno de sus deseos como una orden. Luzhin hace un comentario
sobre cómo debió atender a los rumores que circularon en el pueblo sobre Dunia,
luego del escándalo de los Svidrigáilov. Enfurecida, Dunia le dice que se largue.
Capítulo 3
Luzhin no se esperaba la reacción de Dunia. Se siente orgulloso de cómo ha
progresado socialmente y creía que Dunia le iba a agradecer su propuesta de
matrimonio. Parte de su atracción por una mujer en las condiciones de Dunia es que
siente que puede elevarla a su nivel. Fantasea casarse con una mujer pobre y
maltratada por la vida para que lo considere su salvador. Dunia es una buena
compañera, con la que ubicarse de a poco en la escala social petersburguesa, porque
es bien educada, bella e inteligente. Está decidido a reconciliarse con ella.
En la casa Bakaléiev, la ruptura del compromiso es motivo de alegría. Puljeria y Dunia
sienten que han sido afortunadas porque Luzhin ha mostrado su verdadera cara a
tiempo.
Como de costumbre, Raskólnikov permanece al margen. Le preguntan cuál ha sido el
asunto con el que se había acercado Svidrigáilov. Evidentemente, Dunia conoce a
Svidrigáilov mejor que nadie, por lo que permanece pensativa e intuye: “¡Algo
espantoso está tramando!” (p.423).
Razumijin insiste en que Puljeria y Dunia se queden en San Petersburgo. Les propone
que se aventuren con él a un pequeño emprendimiento editorial. Incluso, sugiere que
la plata de la herencia de Marfa, más algún crédito, puede ser suficiente para poner en
marcha el proyecto. Dunia está muy entusiasmada y hasta Raskólnikov aprueba la
idea.
Raskólnikov se levanta para marcharse. Torturado por sus pensamientos, les dice que
no debe verlas durante un tiempo y abandona la sala.
Razumijin corre tras él. Raskólnikov le pide que cuide de ellas y se da la vuelta para
marcharse. En el pasillo intercambian una larga mirada, a través de la cual Razumijin
siente “como si se deslizara una idea o más bien una insinuación, algo espantoso,
horripilante, pero súbitamente comprensible para ambas partes” (p.427).
Análisis
En muchos sentidos, Svidrigáilov es un espejo de Raskólnikov. Como veremos a lo largo
de la segunda parte de la novela, Svidrigáilov es capaz de llevar adelante actos
generosos y caritativos como el cuidado que ofrece a los hijos de Katerina, y parece
incluso capaz de amar de manera genuina, por ejemplo, a Dunia; no obstante,
Svidrigáilov es del todo inmoral y sobre él caen sospechas terribles como la muerte de
su esposa y la violación de una niña. Asimismo, en Raskólnikov conviven sus ganas de
ayudar a los Marmeládov o de cuidar de las mujeres de su vida, y la terrible soberbia
que lo llevó a asesinar a Aliona y Lizaveta. Hay, sin embargo, una diferencia
fundamental entre ambos hombres: a Svidrigáilov, sus crímenes no lo conmueven; es
más, el desparpajo que demuestra al hablar de sus ‘errores’ demuestra que no siente
remordimiento, ni le importa lo que otros piensen de él. Por el contrario, Raskólnikov
vive atormentado por el recuerdo de sus crímenes.
Hasta cierto punto, Svidrigáilov es uno de esos hombres ‘extraordinarios’, de los que
habla Raskólnikov en su artículo periodístico, porque no se ajusta a ninguna de las
instituciones que rigen la sociedad. Una de las convenciones que rechaza es la
siguiente: “Con tales consideraciones resulta que, en este mundo, al hombre solo le es
dado hacer el mal y, por el contrario, no tiene el derecho de hacer ni pizca de bien,
todo ello en virtud de absurdos convencionalismos” (p.403). Como vemos, lo que
motiva sus actos de caridad permanece siendo un misterio, pero aquí se abre la
posibilidad de que lo haga solamente para contradecir una regla general. En este
sentido, Svidrigáilov es un nihilista de tiempo completo: no hay nada en lo que este
personaje crea. De hecho, es tan descreído que incluso un personaje lúgubre como
Raskólnikov le reprocha la imagen que se hace de la vida tras la muerte, debido a que
no alberga ni un poco de esperanza: “¿Es posible que no pueda imaginarse nada más
consolador y ecuánime que eso?” (p.399).
En definitiva, la presencia de Svidrigáilov ayuda a desarrollar la pregunta por la
moralidad de los actos. Él es, quizá, el mejor ejemplo de alguien capaz de los peores
actos y, al mismo tiempo, de actos buenos. La pregunta que se explora en este punto
es si la bondad de unos actos es capaz de reparar la vileza de otros.
En el Capítulo 2, Luzhin ocupa un lugar protagónico. Dostoyevski construye este
personaje con tintes caricaturescos. Basta con ver el modo en que se comporta ni bien
entra en casa de Puljeria y Dunia: “Sacó parsimoniosamente un pañuelo de batista que
expandió una oleada de perfume y se sonó la nariz con el aura de un hombre que,
aunque benévolo, se sentía algo agraviado en su dignidad” (p.407). Todos sus gestos,
su ropa, incluso su perfume es exagerado y denota una necesidad constante de
mostrarse digno. Uno de los comentarios que se hace sobre sus ademanes remarca
muy bien que no debemos tomarnos con demasiada seriedad a este personaje:
“Pertenecía a esa clase de personas que en sociedad derrochan cortesía y alardean de
ella” (p.408), pero luego “acaban por parecerse más a un costal de harina que a un
hombre de mundo” (ídem). Es así que Luzhin está tan cegado por sus pretensiones que
jamás imagina que Dunia vaya a tener la dignidad suficiente como para echarlo de su
casa. Dunia, para él, es más un accesorio que una persona; es un objeto cuya finalidad
es ser mostrado en sociedad. Por ese motivo, la reacción de Dunia ante sus
pretensiones lo descolocan de gran modo. Para la mentalidad de Luzhin, es improbable
que una mujer pobre tenga el valor de resistirse ante él de esa manera. Más aún, tal es
su grado de autoengaño que piensa que todavía hay una chance de arreglar las cosas
con su prometida.
En suma, Luzhin encarna la figura del hombre orgulloso que necesita sentirse superior
para estar satisfecho. Él desea ser el salvador de una mujer que, creyéndose
afortunada por casarse con él, lo haga sentirse adorado, agradecido y obedecido. Es
llamativo, en este punto, que Luzhin pueda vivir tranquilamente con una clara
contradicción entre la idea de que su compromiso es un acto de caridad -“Alzar a
Dunia hasta su nivel” (p.420)- y el reconocimiento de que se trata de un beneficio para
sí mismo -“El hechizo de una mujer encantadora, virtuosa y educada podía allanar
notablemente su camino, atraer a la gente y crearle una aureola” (p.421)-. De este
modo, todo el beneficio que Dunia obtendría sería excesivamente devuelto al
permitirle ser su amo y señor en lo privado: “Una criatura con tales cualidades habría
de agradecer humildemente durante toda la vida su hazaña, alienando
fervorosamente su personalidad ante él mientras él ejercía su dominio ilimitado y
absoluto” (p.420). A los lectores no nos sorprende la decisión de Dunia, aunque si cabe
preguntarse por qué tardó tanto en hacer una lectura más precisa del carácter de
Luzhin. La única explicación es que Dunia, siendo ella misma noble e inteligente -
además de estar dispuesta a sacrificar aspectos de su propia felicidad en pos del
bienestar familiar- ha elegido permanecer ciega ante los defectos de Luzhin.
En las antípodas de Luzhin, Razumijin es exactamente lo contrario al punto en que,
desconociendo sus propias virtudes, se siente indigno y ni siquiera se atreve a soñar
que podría casarse con Dunia. Aun así, se dedica a ella y a su madre sin buscar ningún
rédito personal y evita menospreciarlas por su género como hace el resto de los
hombres. El plan editorial que propone como emprendimiento conjunto no las
excluye, sino que las posiciona como pares, y sus proyectos para el futuro son
prácticos y optimistas. Resulta significativo que el plan de negocios de Razumijin sea,
esencialmente, difundir ideas, lo que coincide con lo que su personaje simboliza: la
búsqueda de la verdad y las ideas auténticas.
Con la extraña y reveladora mirada del final del capítulo, Raskólnikov le transmite, sin
hablar, la verdad a Razumijin. Esta es su confesión ideal, la que ha estado intentando
depositar todo el tiempo en otros, pero sin que nadie lo haya llevado todavía a la
comisaría. Llegado este momento de la novela, se vuelve evidente que, aunque
Raskólnikov no haya pronunciado las palabras de su confesión ante nadie, la necesidad
de verbalizarlo crece sin duda en su interior.
Capítulo 4
En cuanto deja a su madre y hermana, Raskólnikov va a la casa de Sonia y le dice que
quizá sea la última vez que la vea. La mira y su actitud hacia ella cambia: la chica le
produce ternura. Luego la toma de la mano y le pregunta por su vida. Mientras hablan,
Raskólnikov da a entender que Katerina no la trata bien, pero la muchacha la defiende
con vehemencia. Sonia comprende que las actitudes de su madrastra son el resultado
de una vida sacrificada y enferma. Raskólnikov quiere saber qué va a hacer cuando
deba ocuparse de todos y Sonia evade una respuesta concreta. En medio de esta
conversación surge el nombre de Lizaveta, a quien Sonia conocía. Raskólnikov no
insiste con el tema.
Implacable, Raskólnikov insiste en tocar los temas más dolorosos para Sonia y la
presiona para que conteste qué hará cuando Katerina muera. Sugiere incluso que la
prostitución puede llegar a ser la única salida para Pólenka. Sonia exclama que Dios no
permitirá que eso suceda y Raskólnikov contesta: “Es posible que ni siquiera exista
Dios” (p.437). Luego, intenta besarle los pies, pero ella se aparta, escandalizada y
avergonzada. Como respuesta, él dice: “No me he arrodillado delante de ti, sino
delante de todo el sufrimiento humano” (p.437).
Según Raskólnikov, las alternativas para Sonia son tres: “El canal, el manicomio… o…
sumirse finalmente en la depravación” (p.439). Cuando menciona el canal, se refiere al
suicidio y piensa en la otra prostituta a la que vio lanzarse al río. Lo que más entristece
a Raskólnikov sobre la historia de Sonia es que es una pecadora, pero no por la
prostitución, sino por haber cometido un crimen contra sí misma; por haberse
“aniquilado y traicionado” (p.437) a sí misma. Intenta comprender qué es lo que ha
mantenido el alma de Sonia pura e intacta, puesto que la prostitución apenas la ha
mancillado superficialmente. Le pregunta entonces si reza mucho y su respuesta
demuestra que es devota.
Tras ello, toma una copia del Nuevo Testamento que Lizaveta le había regalado a
Sonia. Raskólnikov le pide que le lea la historia de Lázaro y ella accede. Al terminar,
Raskólnikov anuncia que ha roto con su madre y su hermana, y que Sonia es la única
persona que le queda: “Vamos juntos. He acudido a ti. Los dos estamos malditos,
conque iremos los dos” (p.445). Finalmente, le dice que al día siguiente le dirá quién
mató a Lizaveta.
Al otro lado de una de las puertas, en un apartamento deshabitado, Svidrigáilov ha
estado de pie escuchando la conversación.
Capítulo 5
A la mañana siguiente, Raskólnikov se presenta en el despacho de Porfiri Petróvich. No
comprende del todo la situación, a causa de su paranoia, y decide mantener una
actitud de frío silencio. Cuando lo llaman, encuentra a Porfiri solo. Tras algunos
intentos fallidos de entablar una conversación, Raskólnikov se da cuenta de que ha
caído en una trampa y de que Porfiri tiene el control de la situación. Entonces pide que
le hagan preguntas de carácter oficial o se le permita marcharse.
Porfiri comienza un monólogo revelador sobre sus propios métodos interrogatorios; en
concreto, afirma que a veces es beneficioso esperar un poco antes de detener a un
delincuente porque, al sentirse cada vez más vigilado, este probablemente cometa un
acto incriminatorio. Compara al criminal con una polilla y a él mismo con una vela: el
criminal dará vueltas y vueltas hasta que, por fin, “¡Zas!, se me meta en la boca y yo
me la trague” (p.458).
Raskólnikov percibe lo inteligente que es este hombre, e intenta averiguar por qué
está siendo tan transparente sobre sus sospechas. Porfiri sigue y, hábilmente, incluye
una referencia a Napoleón, un guiño al artículo que escribió Raskólnikov sobre las
personas ‘extraordinarias’. Asimismo, hace referencia a muchas de las actitudes que
tuvo Raskólnikov desde los asesinatos. Porfiri utiliza varios otros ejemplos poco
velados del comportamiento de Raskólnikov para argumentar que la balanza está del
lado del investigador, que tarde o temprano atrapa al asesino.
Raskólnikov se levanta indignado y acusa a Porfiri de sospechar de él. Porfiri revela que
sabe de la visita de Raskólnikov al apartamento de la prestamista, sabe que preguntó
por la sangre y dijo que deseaba alquilar el lugar. Porifi cree que Raskólnikov tiene una
morbosa fascinación por el caso a causa de saber que sospechan de él. Le aconseja que
cuide su salud para no actuar tan torpemente bajo la influencia de sus delirios
persecutorios.
Raskólnikov insiste en que Porfiri está intentando hacerle tropezar y decide marcharse.
Mientras se dirige a la puerta, Porfiri le pregunta si quiere ver la sorpresa que hay tras
una puerta del despacho que ha permanecido cerrada durante la entrevista.
Raskólnikov, nervioso al extremo, estalla en acusaciones. En ese momento, se oye un
ruido detrás de la puerta y Raskólnikov asume que lo van a detener, pero ocurre algo
que ninguno de los dos esperaba.
Capítulo 6
Se produce un alboroto al otro lado de la puerta del despacho. Un hombre irrumpe en
la habitación, cae de rodillas y confiesa que es el asesino de Aliona y Lizaveta. Se trata
de Nikolái, uno de los pintores del edificio de Aliona. En medio de la conmoción, Porfiri
se despide de Raskólnikov y comienza a interrogar al hombre visiblemente irritado.
Raskólnikov se siente satisfecho y le parece una tontería haber perdido los estribos en
la entrevista con Porfiri. Sabe que la confesión de Nikolái le ha hecho ganar tiempo,
pero también que ha demostrado debilidad durante la conversación. Sintiéndose
seguro por ahora, quiere correr a casa de Katerina para asistir al funeral de
Marmeládov y ver a Sonia.
A punto de salir, se encuentra con el hombre que le había llamado asesino el día
anterior. El hombre se disculpa por haber sospechado de él y le cuenta que fue a
contarle a Porfiri acerca del día en que, luego del asesinato, entró al apartamento de
Aliona mientras este estaba siendo pintado. Él era la sorpresa que tenía preparada
Porfiri detrás de la puerta cerrada de su despacho. Con una actitud especialmente
cínica, Raskólnikov contesta a las disculpas del hombre con un “Que Dios le
perdone”(p.478) y se marcha.
Análisis
El foco del Capítulo 4 está puesto en Sonia. Raskólnikov, quien lleva días rechazando
todo contacto humano, busca un vínculo con Sonia aunque no se termine de definir las
causas que lo motivan a hacerlo. En cierta medida, es posible afirmar que se siente en
paz junto a ella porque en su lógica, deformada por su estado psicológico, los dos son
iguales en cuanto a que ambos han caído en la inmoralidad. En el caso de Sonia, ella
vive en un mundo sórdido, consecuencia la pobreza constitutiva de su familia y sus
propias tendencias a sacrificarse por los otros con generosidad y caridad. Por el
contrario, Raskólnikov cae en la inmoralidad tras una serie de preceptos distorsionados
que lo atormentan y lo llevan a sentirse superior al resto. Para este punto de la novela,
no cabe duda de que la motivación de Raskólnikov no tiene que ver con la pobreza o la
desesperación por proveer por su familia. Sin embargo, él ignora las motivaciones y se
centra únicamente en las consecuencias que, para él, son equiparables: “Tú también
has delinquido…, has sido capaz de delinquir. Has atentado contra ti misma, has
destruido una vida… la tuya (¡es lo mismo!) (…) Por eso debemos seguir juntos el
mismo camino” (p.445).
Resulta evidente que Raskólnikov es incapaz de ver cuánto los separa moralmente
hablando. En la novela, los hombres suelen entregarse a la inmoralidad por debilidad,
como en el caso de Marmeládov; o por soberbia, como en el caso de Svidrigáilov. Las
mujeres, en cambio, lo hacen para salvar a los hombres, movidas por el amor y el
bienestar ajeno. No son equiparables ni el compromiso por conveniencia de Dunia, ni
la prostitución de Sonia, al doble asesinato cometido por Raskólnikov. Sin embargo, él
ignora esas diferencias abismales porque necesita sentirse en comunión con alguien.
De hecho, desde el momento en que Dunia elige la dignidad y rompe su compromiso
con Luzhin, Raskólnikov deja de considerarla su igual, parte del universo inmoral al que
él mismo se ha entregado. Sonia, por su parte, no puede optar por la dignidad como
Dunia. No obstante, incluso Raskólnikov observa como “toda aquella infamia no
llegaba a rozarla sino de un modo superficial. De la auténtica depravación no había
penetrado ni una gota en su corazón” (p.439).
En línea con su personalidad inestable, Raskólnikov se comporta con Sonia con ánimo
cambiante. Por momentos, la considera “diáfana como el cristal” (p.439) y tan valiosa
que merece que le besen los pies. Sin embargo, luego se empeña en atormentarla con
reflexiones crueles sobre lo que el futuro le depara a ella y a sus hermanastros. Firme
aún en su vulnerabilidad, Sonia no se deja abatir y se aferra a su fe con la convicción de
que la divina Providencia será justa con ellos en el futuro. Tal es la convicción de Sonia
que Raskólnikov ve en ella a una beata, pero también a una “desdichada demente”
(p.442). Cabe mencionar que en el cristianismo ortodoxo existe la figura del ‘beato
loco’; tal como se conoce a aquellas personas que parecen haber perdido la razón,
cuando en realidad han sido tocados por la divinidad. En suma, la inquebrantable fe de
la muchacha lleva a que el propio Raskólnikov oscile entre su desinterés religioso y la
admiración que siente por ella. Su falta de fe, propia de la era moderna, ha creado en
él un vacío que todo su racionalismo no puede llenar, y Sonia se revela, en este punto,
como el único personaje capaz de llenar esas carencias con su fe inconmensurable.
En este capítulo aparece una segunda mención a Lázaro, un personaje de Nuevo
Testamento a quien Jesús le concede el milagro de la resurrección. En la tradición
judeocristiana ortodoxa, la muerte y el pecado están estrechamente relacionados, y la
resurrección de Lázaro representa un triunfo sobre ambos. El principio central del
relato es la fe, como le dice Jesús a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
en mí, aunque muera, vivirá” (p.443). En este punto, aunque Raskólnikov todavía no
esté listo para arrepentirse y empezar su camino de redención, parece ansiarlo
internamente, lo que se revela en el hecho de que sea él quien le pide esa lectura.
La llegada a la comisaría resulta tan afortunada como frustrante para Raskólnikov.
Debido a su paranoia, él siempre espera que lo lleven detenido y, aunque no es el
destino que desea, lo cierto es que parece ser la forma más adecuada para acabar con
los pensamientos persecutorios que lo acosan constantemente. En parte, desea ese
resultado por dos motivos: primero, como decimos, para dejar de torturarse; luego,
para sentirse parte de ese grupo de hombres ‘extraordinarios’ a los que tanto desea
pertenecer. Sin embargo, termina sucediendo todo lo contrario: nadie le presta
atención y pasa por un hombre ‘ordinario’. De este modo, si su grandeza no está en el
crimen, quizá pueda encontrarse en la revelación de que él es el culpable.
El intercambio con Porfiri solo acentúa la sensación de que no es más que un hombre
corriente porque el investigador evidentemente le gana la mano. La conversación
entre los dos hombres es como un juego de ajedrez en el que cada palabra y acción
está pensada para acorralar al otro. En esta partida es claro: Porfiri es el mejor jugador.
Todas sus palabras están diseñadas para un fin: conseguir desestabilizar a Raskólnikov.
Incluso el apelativo ‘batiushka’ (‘padrecito’, palabra que también utilizó Aliona para
tratar a Raskólnikov) le ayuda a exasperar a Raskólnikov, precisamente, porque le
genera un complejo de inferioridad. Evidentemente, Porfiri tiene un muy buen manejo
de la psicología criminal, ese aspecto que Razumijin consideraba esencial al momento
de mirar la evidencia en un caso. Él sabe exactamente qué decir para incitar reacciones
extrañas y sospechosas en Raskólnikov.
Esta escena se plantea, en parte, como un espejo de lo sucedido en el bar entre
Raskólnikov y Zamiótov. Porfiri utiliza con Raskólnikov la misma técnica que este utilizó
con Zamiótov; es decir, hablar ‘teóricamente’ sobre lo que podría hacer en un caso
determinado, al tiempo que detalla exactamente sus métodos y alude a lo que sucedió
en verdad. Porfiri confunde completamente a Raskólnikov mezclando sus mentiras con
la realidad y, para mayor confusión del segundo, lo trata por momentos con franca
amabilidad y simpatía, antes de cambiar inesperadamente a una actitud engañosa y
calculadora. Lo que Raskólnikov no ve es que él mismo ha estado mezclando mentiras
con verdades y comportándose también de forma errática.
Porfiri utiliza una analogía para describir lo que él cree que sucede con un sospechoso
al que, en lugar de detener, le deja saber que se sospecha de él. Su estrategia es hacer
que el sospechoso se sienta que “está retenido psicológicamente” (p.458). La analogía
consiste en que el investigador y el criminal son, respectivamente, como luz de la llama
y la mariposa que siente atraída hacia ella. Este ha sido el caso de Raskólnikov, quien
se acerca peligrosamente a la investigación porque oscila entre el deseo de salir
impune y de ser descubierto.
El Capítulo 6 presenta un giro inesperado para lo que venía sucediendo en el Capítulo 5
y permite que la trama de la enfermedad psicológica y la crisis espiritual de
Raskólnikov pueda desarrollarse todavía más. En el Capítulo 5, Raskólnikov parecía
acorralado, como si ya no tuviera salida debido a la astucia de Porfiri. Sin embargo, la
confesión de Nikolái y las disculpas del hombre que le había llamado asesino revierten
esa situación. Ahora, Raskólnikov vuelve a sentirse seguro de sí mismo y de sus
chances de salir impune. En este punto, puede resultar cínica la respuesta que
Raskólnikov le da al hombre que se disculpa con él: “Que Dios le perdone” (p.478). Es
de un gran descaro que un hombre que ha perdido toda fe y sabe que sus disculpas no
corresponden crea realmente en esas palabras.
Quinta parte
Capítulo 1
Luzhin está cada vez está más molesto por la situación con Dunia y se arrepiente de no
haberles dado más regalos a ella y a su madre para que se sientan en deuda con él.
Para empeorar las cosas, ha sido invitado a la comida de exequias de Marmeládov y
Raskólnikov también asistirá.
Un día se encuentra con Lebeziátnikov, un antiguo pupilo suyo que es un joven
progresista. Inicialmente, Luzhin pensaba que estaba bien conectado y podía allanarle
el camino a la sociedad petersburguesa. No obstante, no tarda en darse cuenta de que
es solo un joven ingenuo, simplón y sin ninguna conexión que le pueda servir.
A pesar de no soportarse mutuamente, intentan tener una conversación.
Lebeziátnikov insiste con las virtudes de la vida en comuna, las uniones libres, el valor
de la mujer; mientras Luzhin cuenta una cantidad de dinero considerable que ha
retirado ese día y hace comentarios irónicos sobre las ideas de su compañero.
Eventualmente, la charla pasa al tema de la comida de exequias que organiza Katerina.
Luzhin es el invitado más distinguido, pero ha decidido que no asistirá. Lebeziátnikov
tampoco quiere ir y Luzhin se burla de él, trayendo a colación la historia de que golpeó
a Katerina. El joven se defiende vehementemente: él solamente se defendió de los
ataques de Katerina. Incisivo y con ganas de pelear, Luzhin le cuestiona su interés
por Sonia, una prostituta. Frente a ello, Lebeziátnikov no puede leer la realidad sin los
lentes de su ideología y asegura que Sonia está ejerciendo su derecho a usar su
sexualidad libremente.
Luzhin termina de contar su dinero y le pide a Lebeziátnikov que vaya a buscar a Sonia
para hablar con ella. Cuando llega la joven, Luzhin la trata con amabilidad y le pide que
transmita su pésame a Katerina. También expresa su preocupación por la situación de
indigencia de la familia, pero prefiere entregarle algo de dinero a Sonia antes que darle
a Katerina, porque seguramente lo vaya a malgastar. En ese momento, le entrega a
Sonia un billete de diez rublos. Ella agradece tímidamente y se apura para salir de la
habitación. Lebeziátnikov, que ha estado presente durante todo este tiempo, lo felicita
por su generosidad.
Capítulo 2
No es claro por qué Katerina ha decidido gastar tanto dinero en una comida de
exequias; lo más probable es que quiera ostentar ante los inquilinos y, sobre todo,
ante la patrona. Sus desvaríos por la enfermedad también han mermado su juicio.
Mientras organiza el evento, la ayuda Amalia, su patrona. Sin embargo, casi nadie
acude al funeral y solo se presentan los invitados menos respetables. Como
Raskólnikov es el más respetable y educado de todos, Katerina lo sienta a su lado.
Sonia aparece después de su encuentro con Luzhin y transmite sus disculpas a su
madre en voz lo suficientemente alta como para que todos la oigan. Sabe que el hecho
de que un hombre respetable se excuse por no asistir le agradará a Katerina.
Los ánimos generales están bastante tensos y es claro que el evento va a acabar mal.
Los invitados no se comportan con cortesía y Katerina constantemente provoca a la
patrona porque siente que se está dando demasiada importancia. Luego, Katerina
empieza a desvariar, compartiendo sus fantasías sobre la pensión que recibirá por ser
viuda de un funcionario. Mientras cuenta que pondrá una escuela para niñas, alguien
insinúa algo sobre Sonia y ella salta a la defensiva, resaltando las virtudes de su
hijastra. Aunque intentan calmar los ánimos y volver a la normalidad, un comentario
de Amalia, la patrona, vuelve a enojarla y la pelea se reanuda. Finalmente, Luzhin entra
en la sala.
Capítulo 3
Katerina se lanza sobre Luzhin pidiendo que la defienda de Amalia, la patrona, pero él
la aparta y exige hablar con Sonia. Katerina se queda atónita: ahora es Luzhin el
hombre más distinguido de la sala. El hombre afirma que ha perdido un billete de cien
rublos y acusa a Sonia de habérselo robado. La sala se queda en silencio; la joven
parece conmocionada y apenas se defiende. Luzhin insiste en que recapacite y recrea
la reunión que tuvo con ella, mencionando que Lebeziátnikov estuvo como testigo.
Aterrorizada, Sonia saca los diez rublos del bolsillo y se los tiende. Luzhin le pide a
Amalia que llame a la policía, mientras Katerina defiende a Sonia y le registra los
bolsillos para probar que todo fue un disparate. Sin embargo, encuentra allí un billete
de cien rublos y los presentes comienzan a acusar a la joven de ladrona. En medio del
alboroto, Sonia grita que es inocente. Ante ello, Luzhin pretende sentirse conmovido,
afirma que la perdona y, como si fuera algo magnánimo de su parte, anuncia que no
presentará cargos.
De pronto, se oye una voz desde la puerta: “¡Qué villanía!” (p.524). Se trata de
Lebeziátnikov, que acusa a Luzhin de calumnia y describe lo que él presenció: él
observó atentamente a Luzhin durante su entrevista con Sonia y lo vio introducir el
billete en el bolsillo de la joven mientras se despedían. Aunque pensó que Luzhin
estaba haciendo algo bueno y quería ser discreto para no hacerlo públicamente, ahora
ve sus verdaderas intenciones. Ante la perplejidad de Lebeziátnikov sobre el motivo de
tanta crueldad, Raskólnikov interviene para explicar el comportamiento de Luzhin:
transmite lo sucedido con su hermana y asegura que intenta hacer queda a Sonia
como una ladrona para recuperar así las gracias de Dunia y, al mismo tiempo,
desacreditarlo a él.
En ese momento, Luzhin se abre paso entre los invitados, que lo empiezan a rodear.
Uno de ellos le lanza un vaso, pero este golpea a Amalia y Luzhin escapa.
Conmocionada, Sonia empieza a llorar y huye, y Amalia termina echando a los
Marmeládov. Por su parte, Katerina sale corriendo en busca de justicia, dejando a los
niños asustados mientras Amalia rompe todas sus pertenencias.
Capítulo 4
Raskólnikov se dirige a casa de Sonia: está preocupado porque el día anterior le había
prometido revelar la identidad del asesino de Lizaveta.
Sonia, que lo estaba esperando, le agradece que la haya defendido. Al igual que en el
encuentro anterior, Raskólnikov le hace preguntas desafiantes. Esta vez, le pregunta si
ahora que sabe el plan de Luzhin y las terribles consecuencias que este habría tenido
para ella y su familia, consideraría mejor que Luzhin muriera. Sonia se niega a
responder algo tan descabellado y exclama: “¿Y quién me ha puesto aquí de juez para
decidir qué personas deben vivir y cuáles no deben vivir?” (p.537).
Cuando Raskólnikov vuelve a hablar, su voz cambia. Sabe que ha llegado el momento
de confesarse ante Sonia, quien se sienta a su lado porque percibe cuánto sufre.
Raskólnikov le cuenta los detalles de su crimen y luego se miran fijamente a los ojos.
Sonia está aterrorizada, pero le parece que lo había previsto desde antes. De pronto, la
joven cae de rodillas y abraza a Raskólnikov, quien no puede entender que lo consuele
luego de tan terrible confesión. Sin embargo, Sonia le promete acompañarlo a donde
sea, aunque sea a Siberia. Sonia intenta encontrarle un sentido al asesinato y le dice
que seguramente lo hizo porque tenía hambre y por ayudar a su familia. Pero
Raskólnikov responde que ese no es el caso porque ni siquiera se benefició del robo:
en verdad, quería comprobar que era alguien extraordinario, alguien por encima de la
ley.
Desesperado, Raskólnikov le pregunta a Sonia qué debe hacer y ella contesta:
“Prostérnate ante el mundo, a los cuatro puntos cardinales, y diles a todos en voz alta:
«¡He matado!» Entonces Dios te enviará de nuevo la vida” (p.550). No obstante,
Raskólnikov no está listo para entregarse, se resiste a sus ruegos e insiste en que
luchará por la impunidad. Sabe, sin embargo, que terminará preso, y le pide que le
visite en la cárcel, cosa que ella promete hacer. Al cabo de un rato, ella le pregunta si
lleva una cruz. Como él no tiene una, la joven le ofrece la suya. Raskólnikov considera
aceptar, pero luego rechaza el regalo.
En ese momento, alguien los interrumpe llamando a la puerta: es Lebeziátnikov.
Capítulo 5
Lebeziátnikov trae la noticia de que Katerina se ha vuelto loca. Sonia sale corriendo y
Raskólnikov vuelve a su habitación. Se siente solo y cree que acabará odiando a Sonia.
De repente, Dunia aparece en el umbral de su habitación. Se sienta y le dice
que Razumijin le ha contado que es sospechoso de los asesinatos. Se disculpa por
haberle reprochado sus actitudes ahora que está bajo tanta presión, y le ofrece su
ayuda y amor incondicional. Cuando Dunia se levanta para irse, Raskólnikov le dice que
Razumijin es un hombre muy bueno. Ella siente que dice eso como si se tratara de una
despedida y Raskólnikov considera decirle la verdad, pero piensa que ella no sería
capaz de soportarlo.
Raskólnikov sale y se encuentra con Lebeziátnikov, quien le informa que Katerina está
en la calle con sus hijos. Van juntos a buscarlos y los encuentran rodeados por una
multitud de curiosos. Katerina intenta que sus hijos bailen y canten para ganarse la
simpatía de los espectadores. Los pobres niños van disfrazados y están aterrorizados.
En ese momento, se acerca un policía para pedirle que pare debido a que no tiene
permiso para tocar instrumentos y cantar en la calle. Kolia y Lenia, los dos niños más
pequeños, echan a correr por miedo al policía. Katerina intenta correr tras ellos, pero
se desploma. La gente se precipita a su alrededor mientras ella sangra en el suelo: la
tisis está acabando con su vida. En ese momento la llevan al apartamento de Sonia,
donde la mujer se disculpa con ella, le encomienda a los niños y muere.
Svidrigáilov, que acompañó toda la situación, se acerca a Raskólnikov y le dice que
pagará los gastos del funeral, colocará a los niños en orfanatos respetables, pagará mil
quinientos rublos a cada uno de ellos y ayudará a Sonia. Raskólnikov no entiende el
motivo y Svidrigáilov responde citando partes de lo que Raskólnikov había dicho en sus
conversaciones privadas con Sonia. Horrorizado, Raskólnikov le pregunta cómo lo sabe,
y él responde, entre risas, que vive justo al lado.
Análisis
La sección se abre con las reflexiones de Luzhin sobre su ruptura con Dunia. Como
Luzhin no tiene ningún sentido de honor, considera que Dunia y Puljeria se habrían
quedado con él si hubieran estado lo suficientemente en deuda. Para Luzhin, las
relaciones humanas son de carácter transaccional; es decir, suponen un coste y un
beneficio, como si se trataran de un acuerdo comercial. Algo similar sucede con
Lebeziátnikov: la relación se basa en el interés, porque Luzhin quiere que le ayude a
entender cómo funcionan esos grupos de “progresistas, nihilistas, acusadores y otros”
(p.484) y ver si puede sacar algún rédito de ellos: “Le interesaba tantear si sería posible
valerse de ellos de algún modo… y burlarlos a renglón seguido” (p.485).
En el modo en que trata los tipos sociales en su novela, Dostoyevski crea una serie de
personajes caricaturescos, exacerbando las características más particulares de los
distintos ejemplares de la sociedad a la que pertenecía. En este caso, Lebeziátnikov
representa a los progresistas de la segunda mitad del siglo XIX, aunque encarna la
versión más radical de este tipo de intelectuales que existían en su época.
Lebeziátnikov cree en la utopía de una sociedad socialista o incluso anarquista, y
constantemente habla de la vida en comuna y las convenciones que se volverían
obsoletas en ese contexto. De hecho, cuando Luzhin lo increpa por su pelea con
Katerina, Lebeziátnikov le responde recreando un futuro utópico: “En esencia, ya no
deben existir peleas, porque las peleas son inconcebibles en la sociedad futura (…),
porque resulta extraño, naturalmente aplicar la igualdad a las peleas” (p.488). Resulta
evidente que Dostoyevski plantea este razonamiento como ridículo.
Lebeziátnikov habla extensamente sobre sus ideas progresistas, pero en casi todas las
ocasiones en las que se lanza a dar largos discursos, sus interlocutores dejan de
escucharlo antes de que termine de hablar. En varias ocasiones se contradice o
sostiene ideas francamente ridículas. En el caso de su percepción respecto a la vida de
Sonia, incluso cuando parece tener buenas intenciones, sus interpretaciones acerca de
los motivos que la llevaron a la prostitución resultan crueles. En lugar de centrarse en
el orden social injusto que conduce a Sonia a esa forma de vida, Lebeziátnikov concibe
a la prostitución en general como un ejercicio de la propia autonomía y de
empoderamiento femenino, ya que le permite a la joven hacer uso de “un capital
propio” (p.490). Evidentemente, Sonia no tiene una elección en este caso, pero, en
función de sus ideas progresistas, Lebeziátnikov prefiere hablar de la prostitución
como “una protesta enérgica contra la organización social” (p.490). Su lectura del caso
de Sonia es a la vez cruel y risible.
Un momento particularmente caricaturesco se produce cuando Lebeziátnikov debe
autocensurar sus propias nociones de lo que es la caridad al ver lo que hace Luzhin por
Sonia. Al principio, considera que sus acciones son nobles, pero luego descarta esa
mirada como incongruente con su doctrina:
Esto que acaba de hacer es noble. ¡Humano, quisiera decir! (…) mis principios no me
permiten ver con simpatía las manifestaciones de benevolencia particular, pues lejos
de arrancar el mal de raíz lo fomenta todavía más, no puedo por lo menos de
reconocer que he visto con agrado este gesto suyo (p.498).
En el Capítulo 2 de esta sección, Dostoyevski se encarga de exponer hasta qué punto
pueden llegar las miserias humanas. A la cena de exequias hay muchos que no asisten
por considerar indigno compartir la mesa con alguien como Sonia. Asimismo, los que sí
asisten lo hacen solo por la comida y no van al funeral. Además, se presentan
solamente por interés, lo hacen mal vestidos y sin una verdadera intención de
acompañar a la familia.
Para Katerina, la concurrencia variopinta a la comida de exequias es una confirmación
de cuán bajo ha caído. De todas maneras, ella es implacable en sus intentos de
preservar su orgullo y dignidad. Por ejemplo, exige a sus hijos, que apenas tienen para
comer y vestir, que se comporten con modales durante la cena. Sus fantasías de abrir
un colegio para niñas también es un mecanismo que usa para sentir que todavía está a
la altura de lo que la vida le anunciaba a alguien de su clase social. Piensa que
conseguirá una pensión porque nadie se atrevería a permitir que una mujer de su
estatura cayera en la indigencia. Quizás, el gesto más desesperado para demostrar su
valor es mostrar el certificado que confirma quién fue su padre y de qué privilegios
gozó antes de casarse. Otro recurso que utiliza constantemente para sentirse superior
es oprimir al resto. No obstante, no consigue medir la situación adecuadamente y la
patrona, una de las personas que se lleva la mayor parte de las burlas de Katerina,
termina echándolos a ella y a sus hijos a la calle.
En el Capítulo 3, las terribles acusaciones contra Sonia muestran la peor cara de
Luzhin. En su intento por recuperar a Dunia, no tiene ningún problema con arruinarle
la vida a la ya bastante sufrida joven. Lo hace sin miramientos, en un claro desprecio
hacia una persona que considera inferior. En una técnica utilizada con frecuencia a lo
largo de la novela, Katerina repite las palabras de Raskólnikov acerca de que el dedo
meñique de Sonia vale más que la gente que la rodea. Como podemos recordar,
Raskólnikov había dicho esto en la reunión con Luzhin, Puljeria y Dunia. Cabe
mencionar que Dostoyevski utiliza esta repetición una y otra vez a lo largo de la novela,
poniendo específicamente palabras y frases en boca de personajes distintos, y
trazando complejos paralelismos entre las vidas de sus personajes.
La pretensión de magnanimidad de Luzhin, cuando se encuentran los cien rublos en el
bolsillo de Sonia, es un mecanismo típico en él. Sintiéndose seguro y por encima de
ella, es capaz de quedar bien fingiendo ser misericordioso y compasivo con su
situación. Algo parecido había sucedido anteriormente, cuando declaró que su
compromiso con Dunia debía ser aplaudido, considerando la mala reputación que
tenía ella en el pueblo a causa de los Svidrigáilov.
Dostoyevski mezcla magistralmente la comedia con la tragedia dando como resultado
un cuadro patético: personajes como Lebeziátnikov aportan comicidad por lo
caricaturesco, los asistentes a la comida de exequias están por completo
descontrolados e, incluso, encontramos casos de comedia física cuando, en medio del
caos, un vaso impacta en Amalia, la patrona. De un modo similar, Amalia se dedica a
recorrer el cuarto rompiendo todas las pertenencias de Katerina en un arrebato de
furia, y las discusiones entre las dos mujeres también aportan su cuota de comicidad a
la trágica escena. Paradójicamente, toda la situación pinta un retrato sumamente cruel
sobre las circunstancias de Katerina, Sonia y sus pequeños hermanos.
El Capítulo 4 de esta sección es un punto de inflexión en la novela porque es el
momento en que Raskólnikov por fin reconoce que no es más que un hombre
ordinario. A partir de su confesión ante Sonia, vuelve a generar un vínculo con otros
seres humanos: ahora se reconoce uno más, no un ser extraordinario ni por encima de
las leyes que rigen al resto. Además, en este capítulo está en una posición de
inferioridad con respecto a Sonia, porque ella tiene más fuerza y mayor capacidad para
sobrellevar las dificultades debido a su fe inquebrantable.
Aunque de manera velada, en este segundo encuentro en casa de Sonia, la historia de
Lázaro está presente. Recordemos que Lázaro es un personaje del Nuevo Testamento
a quien Jesús le concede el milagro de la resurrección. En la tradición ortodoxa, Lázaro
representa el pecado del que uno puede redimirse mediante Cristo; el pecado es la
muerte espiritual, pero es posible volver a la vida mediante el perdón. En primer lugar,
Raskólnikov asocia la muerte de Aliona con su propia muerte, es decir, el pecado de
Raskólnikov supone su muerte espiritual. Asimismo, cuando Raskólnikov le pregunta a
Sonia qué debe hacer ahora que le ha confesado a ella su crimen, Sonia contesta:
“Diles a todo en voz alta: ‘¡He matado!’ Entonces Dios te enviará de nuevo la vida”
(p.550); es decir, Raskólnikov puede resucitar como Lázaro. Al ser Sonia quien lo está
conduciendo a la salvación o redención, en este punto de la novela encarna
perfectamente la figura de Cristo.
Como decimos, Sonia se revela en estos capítulos como un personaje de gran
fortaleza, algo que contrasta con el resto de la novela cuando vemos en ella a un ser
desamparado. Ella es tan compasiva, como a la vez severa e inexorablemente justa en
cuanto a la necesidad de aceptar el pecado y pedir perdón. Sonia es la guía de
Raskólnikov, pero también es su espejo. De hecho, aunque en un momento
Raskólnikov cree que la odia, pronto se da cuente de que en realidad ha llegado el
momento de confesar su crimen. De este modo, su odio se revela como la contracara
del hecho ineludible de tener que aceptar sus acciones, sin subterfugios, excusas, ni
falsas justificaciones que aminoren su culpa.
Como es típico en su carácter contradictorio, Raskólnikov pasa de la confesión a buscar
la impunidad cuando dice: “Es que quizá no quiera yo ir a Siberia” (p.541). Como
respuesta, Sonia también cambia de actitud y pasa, de la compasión y las lágrimas
compartidas, a ver en Raskólnikov al asesino: “En el tono distinto de sus palabras le
pareció escuchar la voz del asesino” (ídem). Luego, comienza a buscar excusas para dar
sentido al crimen: “¡Tenías hambre! Fue… para ayudar a tu madre” (ídem). Sin
embargo, para este punto Raskólnikov ya está listo para deponer cualquier excusa y le
explica su teoría acerca de las personas ‘ordinarias’ y las ‘extraordinarias’.
El Capítulo 5 vuelve sobre la figura ridícula de Lebeziátnikov, quien entabla una
discusión teórica con Raskólnikov sobre la posibilidad de curar la locura a través de un
recto razonamiento. Este personaje llega a citar estudios realizados en París que avalan
esa teoría. Esto le sirve a Dostoyevski para remarcar los vicios del racionalismo
imperante de su época. Lebeziátnikov profesa que la lógica y la razón están por encima
de la emoción. Con cierta insensibilidad dice: “Si se persuade a una persona, por medio
de la lógica, de que en esencia no tiene razones para llorar, pues dejará de llorar”
(p.555). Ante ello, Raskólnikov contesta con mucha lucidez: “De esa manera, el vivir
resultaría demasiado fácil” (ídem). Lebeziátnikov no es malo, es inofensivo, pero su
estupidez pone de manifiesto lo absurdo de hacer demasiado hincapié en la lógica y
descartar la compasión. Finalmente, hasta Raskólnikov lo deja hablando solo.
Cuando Raskólnikov regresa a su habitación, se siente más solo que nunca en su vida y
su siguiente pensamiento es que podría llegar a odiar a Sonia, al tiempo en que
desconfía que ella lo deje solo. Nuevamente, su misantropía vuelve a asentarse con
fuerza. Aunque es probable que se sienta abandonado por ella, debido a que ha huido
con su familia, lo más seguro es que intuya que la reacción de ella a su confesión se
debe a una fe profunda que él no puede entender ni compartir. Sin embargo, cuando
Dunia le ofrece a Raskólnikov su vida entera si la necesita -lo que vuelve a evidenciar la
presencia del sacrificio femenino en la novela-, él no confía en ella. Más aún, en ese
momento duda que “las que son así” (p.558) puedan soportarlo. Quizás esa expresión
se refiera a que considera a Dunia una persona ordinaria, incapaz de entender las
acciones de alguien extraordinario.
Resulta significativo que, justo en el momento en que está comparando a Dunia con
Sonia y considera que esta última sí es capaz de entender sus acciones, entre “una
bocanada de aire fresco” (p.558) a su habitación. No cabe duda de que Sonia es, ahora,
su bálsamo y su alivio.
La muerte de Katerina, tras incesantes penurias y tensiones, resulta terriblemente
prolongada. Justo antes de morir, exclama: “Han reventado a esta vieja yegua” (p.568).
Con ello, la novela remite al sueño que tuvo Raskólnikov en capítulos anteriores. En el
sueño, se espera que la yegua sea capaz de cargar con todos en un carro a pesar de
que es claro que no puede. Asimismo, la vida de Katerina ha estado llena de penurias
que, se asume, debería poder superar. No obstante, enferma y en la indigencia, lo que
se ha pedido de ella se revela excesivo y muere. Katerina ha soportado enviudar, la
miseria de casarse con un marido alcohólico, ver a sus hijos pasar hambre y a su
hijastra prostituirse. Más aún, su carga no ha hecho sino aumentar con la muerte
Marmeládov y su propia enfermedad. Ni siquiera conoce la paz en el funeral de su
marido, cuando los ingratos invitados comienzan a provocarla. Como la yegua del
sueño, Katerina patalea y lucha con todas sus fuerzas. Sin embargo, ella también
muere bajo una presión excesiva.

Sexta parte
Capítulo 1
Raskólnikov vuelve a caer en un estado de delirio a causa de las palabras
de Svidrigáilov y vuelven a hablar varias veces en la casa de Sonia, aunque no tocan el
tema de su confesión.
Svidrigáilov comienza a ayudar a los Marmeládov. Por su parte, Raskólnikov asiste a las
misas por Katerina que paga Svidrigáilov, donde suele ver a Sonia rezando. Ella apenas
le habla, pero lo sorprende tomándole de las manos o apoyando la cabeza en su
hombro sin la menor repugnancia, a pesar de lo que sabe sobre él.
Raskólnikov suele vagar sin rumbo durante esos días. Una noche despierta entre los
arbustos de una isla: se ha perdido el funeral de Katerina, pero así lo prefiere.
Un día, Razumijin visita a Raskólnikov y le pregunta si está loco, por lo mal que ha
tratado a su madre y a su hermana. Su madre está enferma y cree que Sonia es la
novia de Raskólnikov, pero Razumijin averiguó que no es así. Razumijin no cree que
esté loco, sino que esconde un secreto que lo atormenta. Aunque no quiere hacer el
esfuerzo de enterarse de qué se trata, asume que es un conspirador político que está
tramando algo y ha metido a su hermana Dunia en la misma danza. Razumijin
menciona que Dunia ha recibido una carta y Raskólnikov teme que sea algo sobre él.
Antes de marcharse, Razumijin le dice que se enteró por Porfiri de que el caso de
asesinato ha sido resuelto debido a que uno de los pintores lo ha confesado todo.
Mientras baja las escaleras, Razumijin se reprocha por haber albergado la sospecha de
que Raskólnikov era el asesino.
Raskólnikov se siente más seguro tras la confirmación de que Porfiri ha aceptado la
confesión del pintor: “Sentía unas energías renovadas. De nuevo iba a entablar la lucha
y se vislumbraba un desenlace” (p.582). Sin embargo, para quedar impune, debe
enfrentar el asunto de Svidrigáilov cuanto antes.
Cuando abre la puerta para salir, se encuentra con Porfiri y lo invita a entrar.
Capítulo 2
Porfiri expresa cierto pesar por cómo se desarrolló su último encuentro, admite que
sospechaba de él y le dice que siente apego por él.
Raskólnikov llega a pensar que quizá Porfiri realmente crea en su inocencia. Por su
parte, Porfiri continúa describiendo cómo las circunstancias le llevaron a sospechar de
Raskólnikov, pero asegura no actuó de mala fe. Le cuenta que registró el apartamento
mientras Raskólnikov estuvo enfermo, pero no encontró nada. También esperó a que
se quebrara psicológicamente, pero necesitaba alguna evidencia física. Finalmente, la
repentina e inesperada aparición de Mikólka acabó con toda duda. Sin embargo, no
considera que la confesión de Mikólka tenga fundamentos reales.
Raskólnikov interrumpe para decir que Razumijin acababa de contarle que aceptó la
confesión. Porfiri se ríe de Razumijin (sin duda, fue parte de su estrategia de
manipulación). A continuación, hace un análisis psicológico de Mikólka, que es
susceptible e imaginativo, y estuvo involucrado en prácticas religiosas que lo hacen
propenso a buscar el sufrimiento como algo virtuoso. De hecho, durante un tiempo fue
discípulo de un anacoreta, un asceta religioso. No hay duda de que Mikólka no es el
responsable del crimen, pero quiere sacrificarse por motivos religiosos.
Sofocado por el miedo y la sorpresa, Raskólnikov pregunta quién mató a las mujeres.
Porfirio, asombrado por la pregunta, responde: “Mató usted, Rodión Románovich.
Usted fue quien mató” (p.594). Sin embargo, Porfiri reitera que ha ido con el ánimo de
ser completamente franco. Raskólnikov lo acusa de utilizar nuevamente sus viejos
trucos psicológicos y le pregunta por qué no lo encierra si lo cree culpable. Porfiri
responde que no le convendría hacerlo, ya que aún no tiene pruebas físicas. Sin
embargo, lo van a detener tarde o temprano. Añade que ha venido para ofrecerle la
oportunidad de entregarse para poder rebajar su pena. Ante ello, Raskólnikov declara
que no le interesa una reducción y Porfiri le responde: “No desdeñe así la vida… que
aún queda mucha por delante” (p.597). Luego lo alienta a encontrar su fe. Antes de
irse, le pide que si decidiera atentar contra su vida, sería muy amable de su parte dejar
una nota detallando el crimen y la ubicación de los objetos robados.
Capítulo 3
Raskólnikov va en busca de Svidrigáilov y se encuentra frente a una taberna, junto a
una de las ventanas. Aunque piensa que es una coincidencia, Svidrigáilov le dice que le
había dado dos veces la dirección. Al parecer, Raskólnikov lo había olvidado. Tras una
conversación trivial, Raskólnikov le pregunta a Svidrigáilov qué quiere, advirtiéndole
que lo matará si planea chantajear a Dunia con lo que sabe sobre él. Svidrigáilov le dice
que en realidad no tiene ningún tema en mente, solo quiere observarlo y conversar. A
lo largo de la charla, hablan de la debilidad de Svidrigáilov por las mujeres; su
‘libertinaje’ como lo llama Raskólnikov. Svidrigáilov le quiere contar la historia de una
mujer que trató de salvarlo: es obvio que habla de Dunia.
Capítulo 4
Svidrigáilov está bastante borracho y explica un arreglo que tenía con Marfa sobre su
matrimonio. Él había anunciado que no podía serle fiel y acordaron que podían pasarlo
por alto siempre que cumpliera la condición de no enamorarse. Sin embargo, Marfa
hizo imposible mantener ese acuerdo cuando trajo a Dunia a casa y habló maravillas
sobre ella. Además, compartió con Dunia los defectos de su marido. Esto provocó la
lástima de Dunia, que se propuso salvarlo. Svidrigáilov admite que interpretó el papel
del pecador arrepentido para incitar más aún en ella el deseo de ayudar. Si bien
intentó seducirla, Dunia rechazó sus halagos y, como consecuencia de ese rechazo, él
cayó en un periodo de libertinaje y le rogó que se fugara con él, ofreciéndole todo su
dinero si lo hacía. Aquí, por supuesto, irrumpió en escena Marfa y el resto es historia.
Svidrigáilov se jacta de su relación con Dunia: “En su relación hay siempre un
rinconcito ignorado del mundo entero y solo conocido por ellos dos. ¿Está seguro de
que Avdotia Románovna me miraba con repugnancia?” (p.619). De todas maneras,
intenta apaciguar el enojo de Raskólnikov aclarándole que está a punto de casarse con
una chica de dieciséis años, hija de un funcionario jubilado, y ya no tiene intenciones
con Dunia.
A Raskólnikov le escandalizan las tendencias aparentemente pedófilas de Svidrigáilov:
“En usted despierta lujuria esa monstruosa diferencia de edad y de experiencia”
(p.622). También menciona a los hijos de Katerina y cómo Svidrigáilov cuidó de ellos.
Svidrigáilov responde que le gustan los niños y comienza a contar una anécdota
malintencionada. Asqueado por su depravación, Raskólnikov le ordena que pare y
Svidrigáilov se comporta groseramente con él. Ese cambio repentino le resulta a
Raskólnikov muy peligroso.
Análisis
A lo largo de esta sección, la paranoia e inestabilidad psicológica de Raskólnikov
alcanzan extremos preocupantes. Una de las sensaciones más indicadoras de sus
tendencias persecutorias es la constante certeza de que se encuentra acompañado o
de alguien lo observa a escondidas, algo que se señala directamente cuando afirma
que, “Aunque últimamente había estado casi siempre solo, el caso era que no
conseguía notar que estaba solo (…). Cuanto más recoleto era el lugar, más fuerte era
la percepción de una presencia inquietante y próxima” (p.576). Bajo un análisis
psicoanalítico, cabe pensar que esa presencia acechante no es más que él mismo,
porque es claro que se trata de una persona que se encuentra escindida entre, por lo
menos, dos versiones de sí. Su oscilación constante y sus posicionamientos
contradictorios dan cuenta de que Raskólnikov posee dos yoes.
Por su parte, Razumijin sabe que Raskólnikov no está loco y que hay algo más en el
fondo del asunto. Una vez más, somos testigos de esa visión clara, casi premonitoria,
que caracteriza a este personaje. Sin embargo, termina arribando a una conclusión
incorrecta porque es incapaz de aceptar que su amigo es un asesino. Su claridad, por lo
tanto, se ve oscurecida por la incapacidad para pensar lo peor de las personas a las que
ama.
Es necesario detenerse en las palabras que le dice Svidrigáilov a Raskólnikov: “Todas
las personas necesitamos aire, aire, aire, sí… ¡Eso, ante todo!” (p.575). Esta idea del
“aire” (y su contrapartida en la asfixia) aparece como metáfora del tema de la libertad
frente a la esclavitud en más de una ocasión. Por ejemplo, en la sección anterior,
cuando Raskólnikov se siente ‘liberado’ tras la confesión ante Sonia y piensa en que
ella lo entiende, una bocanada de aire entra a la habitación. Con la perspectiva de
escapar de la sospecha gracias a la confesión falsa de Mikólka, Raskólnikov se siente en
control por primera vez en mucho tiempo.
En el Capítulo 2 de esta sección, Porfiri gana más y más poder sobre Raskólnikov
gracias a sus juegos psicológicos. Esta vez, se presenta con total franqueza y le deja
saber que tiene plena certeza de que él es el asesino. Para Raskólnikov, enfrentarse de
pronto a una acusación firme es sorprendente y desestabilizante. Cabe mencionar que,
en lugar de plantear a Porfiri y Raskólnikov como antagonistas absolutos, Dostoyevski
hace que Porfiri demuestre cierta compasión hacia el protagonista de la novela.
Considera, por ejemplo, que es un joven inteligente y con un futuro prometedor, pero
que su inmadurez lo ha llevado al error: “Su artículo es absurdo, una fantasía, pero
trasluce una profunda sinceridad, hay en él el orgullo juvenil e insobornable, tiene la
audacia de la desesperación” (p.589). Incluso le concede que su crimen fue una “cosa
de la enfermedad” (p.594), en lugar de la maquinación de una mente perversa. Porfiri
le alienta, además, a buscar un sentido en su vida y reponerse tras reconocer su
crimen y pagar por él: “¿Quién le dice que no le tenía Dios predestinado para esto?
Además, que los grilletes no son para siempre” (p.597). Más adelante, abre la
posibilidad de la redención:
Como ya no tiene fe en nada, piensa que esta es una burda lisonja. Pero ¡si no ha
vivido apenas, si no comprende todavía las cosas! Se inventó una teoría, y ahora se
avergüenza de que no sea válida ni tan original como usted se creía. El resultado ha
sido una vileza, cierto; pero usted no es un ser vil sin remedio (p.598).
Frente a ello, Raskólnikov le pregunta desafiante qué clase de profeta es. En este
punto, si bien Raskólnikov no está listo para aceptarlo a un nivel consciente, su
pregunta apunta a algo muy cierto: Porfirio se comporta como un profeta, diciéndole
que busque la fe y encuentre la vida. Además, explica que el sufrimiento puede ser
bueno y que no debe perder más el tiempo razonando. El propósito de los profetas es
preparar a sus oyentes para la salvación y estos tres puntos son realmente el camino
hacia la redención según sus prácticas.
Como decimos, Porfiri explica la confesión de Mikólka a través de la idea ascética de la
“necesidad de sufrir” (p.593). El sufrimiento, desde la cosmovisión cristiana, opera
como un agente purificador que limpia a las personas del pecado: hay que atravesarlo
para que el alma se limpie de impurezas. Sin fe y con demasiado orgulloso como para
arrepentirse, lo que hace Raskólnikov es huir del sufrimiento, pero esta misma huida
solo lo vuelve más agudo y duradero. En las antípodas de su comportamiento, Sonia
abraza al sufrimiento -incluso literalmente, cuando abraza a Raskólnikov- y encarna de
ese modo el ideal cristiano de la aceptación, el sufrimiento y la redención. De este
modo, la joven predica con su ejemplo y, al igual que Porfiri, elige la compasión,
tratando de animarle a salvar su vida
En el Capítulo 3, Raskólnikov siente que algo lo une Svidrigáilov: “¿Sería el destino o un
instinto lo que los juntaba?” (p.603). Esta postura que asume es irónica respecto a
Svidrigáilov porque toma el lugar del moralista. Todo lo que Svidrigáilov representa
escandaliza y repugna a Raskólnikov, pero él no es capaz de reconocer en su propio
crimen esa depravación. De hecho, se pregunta: “¿Qué podría haber en común entre
ellos? Ni siquiera la maldad podía ser idéntica en los dos” (ídem). Sin duda, el
libertinaje de Svidrigáilov -incluso ante los ojos del lector- es mucho peor que el de
Raskólnikov, en la medida en que el segundo reconoce la gravedad de sus crímenes,
mientras que el primero alude cínicamente a su tendencia pederasta, sin ningún tipo
de remordimiento por sus acciones deplorables. De todas maneras, lo cierto es que
Svidrigáilov, a pesar de ser simplemente un criminal depravado, comparte con
Raskólnikov muchas características. Por ejemplo, es capaz de actos de generosidad
como ayudar a la familia de Sonia. Queda la duda, sin embargo, de si esos actos están
respaldados por motivaciones oscuras, mientras que Raskólnikov es más transparente
dentro de su ambivalencia y sus contradicciones.
Svidrigáilov, un hombre extraordinariamente inteligente, nos da algunas pistas sobre el
carácter de Dunia a través de su deseo de salvar a alguien: “Es lo que ansia y exige:
padecer por alguien. Y, si no sufre por ese martirio, es capaz de tirarse por la ventana”
(p.616). Esto no es noticia para Raskólnikov, ya que Dunia estuvo a punto de
sacrificarse para salvarlo a él mismo, al menos económicamente, mediante su
compromiso con Luzhin. Según Svidrigáilov, esta vocación hacia otro había ocasionado
que Dunia cayera más fácilmente en una familiaridad peligrosa con él, aunque su
castidad impidió que se dejara seducir por completo.
A través de Svidrigáilov, Dostoyevski se detiene en la complejidad moral de las
personas con muchísima profundidad: se trata de un personaje que es, a la vez,
enteramente vil y, de alguna extraña manera, inmensamente compasivo. Además, es
muy lúcido al momento de hacer una radiografía de la sociedad: “La gente del pueblo
se emborracha, la juventud cultivada se consume en la inacción, entregada a las
fantasías y a ensoñaciones imposibles, desquiciada por las teorías… y el resto de la
gente se entrega al libertinaje” (p.623). Aparte de diagnosticar lo que observa como los
problemas de la sociedad, Svidrigáilov también reconoce la cuestión moral que
atraviesa a su época; ciertamente conoce la diferencia entre el bien y el mal, pero ha
elegido deliberadamente el mal y, por tanto, parecería estar más allá de la posibilidad
de redimirse.
Capítulo 5
Raskólnikov persigue a Svidrigáilov fuera de la taberna, hasta que se cansa y decide
irse por su cuenta.
Tiempo después, Dunia se encuentra con Svidrigáilov, con quien ha quedado en
reunirse para hablar del contenido de una carta. Dunia insiste en que Svidrigáilov diga
lo que tiene para decir allí, en la calle, pero él la convence para que la acompañe a su
apartamento. Allí, Svidrigáilov le dice que desde su habitación puede escuchar lo que
sucede en la de Sonia. Svidrigáilov le cuenta sobre la confesión de Raskólnikov y Dunia
no puede creer que su hermano haya asesinado para robar. Svidrigáilov le cuenta la
teoría de Raskólnikov sobre el crimen. Dunia exige ver a Sonia, pero luego se desmaya
de la afectación en que ha quedado. Svidrigáilov la ayuda a recuperarse y se ofrece a
ayudarla a rescatar a su hermano. Cuando ella le pregunta cómo, le contesta que
depende de ella y le declara su amor. Aterrorizada, Dunia corre hacia la puerta,
golpeándola y gritando para que alguien la abra, pero Svidrigáilov le dice que está
malgastando su energía porque la casera ha salido y él ha perdido la llave. Aunque
Dunia exclama: “¡Esto es hacerme violencia!” (p.638), Svidrigáilov no cede y se sienta a
esperar su decisión.
De pronto, Dunia saca un revólver y lo acusa de haber envenenado a Marfa. Aunque le
ordena que no se mueva, él da un paso y ella dispara, pero apenas lo roza. Svidrigáilov
sigue sonriendo y se acerca lentamente, burlándose de ella. Dunia vuelve a apretar el
gatillo y esta vez el arma falla. Aturdida, tira la pistola, y Svidrigáilov se acerca y la
abraza. Ella le implora que la deje marchar y él, finalmente convencido de que no lo
ama, le da la llave y le ordena, en tono temeroso, que se marche.
Capítulo 6
Svidrigáilov saca todo su dinero, va a ver a Sonia y se lo entrega para ella y sus
hermanos. Tras ello, camina un largo tiempo hasta que llega a un hotel alejado, donde
se hospeda. Eventualmente, comienza a levantar fiebre y se queda dormido. Sueña
que un ratón camina por sus piernas y se despierta en una noche lluviosa, oscura y
ventosa. Varias imágenes pasan por su mente mientras yace inmóvil, y le parece ver el
cuerpo de una joven que se había suicidado tras ser violada. Luego se levanta, abre la
ventana y escucha las alertas de inundación. Son aproximadamente las tres de la
madrugada.
Desvelado, Svidrigáilov se viste y busca a alguien para pagar su habitación. En el pasillo
se encuentra con una niña de cinco años temblando y llorando en un rincón. La toma
en brazos, la lleva a su cuarto y la acuesta, arropándola. Al cabo de un rato, se asoma
bajo la manta para ver cómo está la niña. Tiene la cara roja, así que piensa que
también tiene fiebre; pero en ese momento, y para su horror, la niña empieza a
parecerse a una prostituta que le guiña un ojo mientras finge estar dormida.
Horrorizado, está a punto de golpearla cuando de pronto se despierta: todo fue una
pesadilla.
Profundamente perturbado, Svidrigáilov se da cuenta de que ha tenido pesadillas toda
la noche. Son las cinco de la mañana. Finalmente, sale a la calle, camina hasta una
torre de vigilancia cerca del río, saca su pistola y se pega un tiro en la cabeza.
Capítulo 7
Esa misma noche, Raskólnikov va a ver a su madre. La mujer está sola y se alegra de
verlo. Le cuenta que ha estado leyendo su artículo “Acerca del delito” y no para
afirmar su talento e inteligencia. Para ella, todo el mundo se equivoca al pensar que
está loco. Raskólnikov le pregunta si lo querrá siempre como ahora y le dice que ha
venido a decirle cuánto la quiere. Su madre le responde que, aunque no sabe lo que le
pasa, es comprende que “ha llegado un momento fatal para él” (p.663). Raskólnikov le
pide que rece por él y ella le hace la señal de la cruz. Luego se despiden.
Raskólnikov vuelve a su apartamento, donde encuentra a Dunia esperándole.
Inmediatamente, advierte que sabe todo. Le pregunta dónde ha estado toda la noche.
Él le dice que no lo recuerda, aunque estuvo pensado en arrojarse al Nevá. Raskólnikov
le dice que ya no cree en la vida ni en Dios. Ella le pregunta si va a entregarse y él
responde que sí. Ella lo abraza, llorando. Dunia le habla sobre la expiación y él estalla
diciendo que no ve su acto como un crimen en absoluto, porque los líderes que
derraman cantidades masivas de sangre son honrados más tarde como grandes
hombres. Aunque haya fracasado, se niega a admitir la gravedad de sus hechos: “¿Es
un crimen el que haya matado a un piojo asqueroso y nocivo, a una vieja usurera que
no le hacía bien a nadie, cuyo aniquilamiento debería premiarse con la remisión de
cuarenta pecados, que les chupaba la sangre a los necesitados?” (p.666). Dunia está
horrorizada, por lo que le pide perdón, que cuide a su madre y se despide de ella.
Atormentado, se pregunta cómo hará para “humillarse delante de todos sin
objeciones, humillarse por convicción” (p.669).
Capítulo 8
Raskólnikov llega a casa de Sonia. Habla con rapidez y despreocupación, y le pide su
cruz. Sonia se prepara para acompañarlo, pero Raskólnikov le dice que no lo siga y la
deja allí sin despedirse. Mientras se dirige a la comisaría, recuerda la imagen de Sonia y
se da cuenta de que fue a verla porque buscaba verla sufrir por su sufrimiento.
Eventualmente, llega a una encrucijada y, recordando las palabras de Sonia, se
arrodilla, besa el suelo y vuelve a inclinarse. La gente cree que está borracho y sus
comentarios le impiden completar la confesión y decir en voz alta que ha matado.
Luego ve a Sonia y comprende que ella lo ha seguido de todos modos. Ahora sí confía
en que estará siempre con él.
Cuando lega a la comisaría, Ilyá Petróvich lo saluda amablemente y se pone a
parlotear. Raskólnikov se entera de que Svidrigáilov se ha pegado un tiro, lo que lo
lleva a abandonar la comisaría. Abajo le espera Sonia. Se detiene, se queda un rato
parado y vuelve a subir.
Ilyá Petróvich se sorprende al ver a Raskólnikov de vuelta allí, pero se da cuenta de que
se encuentra mal y lo invita a sentarse. Por fin, Raskólnikov confiesa: “Fui yo quien
mató entonces con un hacha a la vieja usurera y a su hermana Lizaveta para robarlas”
(p.681).
Análisis
En el Capítulo 5 de esta sección, entra en juego algo que quizá escape a la atención del
lector. En el idioma ruso, hay una diferencia notable en el uso de los pronombres en
relación con la cortesía. La segunda persona del singular ‘tú’ (‘Ты’) está reservado para
el trato entre miembros de la familia y amigos íntimos; con todos los demás, el trato
debe ser el de ‘usted’ (‘Вы’). Dicho esto, no es casual que el cambio entre el ‘usted’ y el
‘tú’ se dé cuando Dunia se enoja con Svidrigáilov y le reprocha lo que considera que
fue un engaño para llevarla a solas a su habitación: “Ya veo que has mentido… que has
estado mintiendo todo el tiempo… ¡No te creo!” (p.636).
Está claro que la relación de Dunia con Svidrigáilov es más cercana de lo que parecía
hasta el momento. Recordemos que, antes de esta interacción, lo que sabíamos sobre
ellos era a través de la mirada de Puljeria. Dunia y Svidrigáilov utilizan el pronombre
‘tú’ en su trato mutuo, pero, además, tienen un grado de familiaridad que solo se da
entre personas que han compartido mucho tiempo. Por ejemplo, Svidrigáilov le
recuerda las conversaciones que tenían: “Recuerde lo mucho que hemos hablado
usted y yo, a solas, sobre cosas por el estilo y sobre el mismo tema, sentados en la
terraza del jardín después de cenar” (p.635). Al mismo tiempo, Dunia conoce secretos
oscuros sobre él y lo acusa de haber asesinado a su mujer: “Tú mismo me diste a
entender… me hablaste de veneno…” (p.639).
Tan distorsionada está la escala de valores de Svidrigáilov que, ante las acusaciones de
Dunia sobre Marfa, contesta: “Aun en el supuesto de que fuera verdad, lo habría
hecho por ti… Tú habrías sido, al fin y al cabo, la causa” (p.639). Esta es la primera vez
que Svidrigáilov cambia de registro y utiliza el ‘tú’, precisamente para hacerle una
retorcida declaración de amor. Asimismo, estas revelaciones también hacen de Dunia
un personaje mucho más complejo: ¿Tuvo, acaso, algún tipo de participación en el
escándalo de los Marmeládov?, ¿qué la llevó a permitir ese grado de familiaridad con
un hombre tan despreciable? Según Svidrigáilov, Dunia está motivada por la vocación
de salvar a otro y eso fortaleció su vínculo con él. De todas maneras, él no fue
demasiado sutil en sus deseos de seducción y, aun así, Dunia dio lugar a una relación
estrecha.
Dunia, que en tantos sentidos se parece a su hermano, se siente incapaz de matar a
otro y termina dejando el arma cuando perfectamente podría haber matado a
Svidrigáilov en el momento. Cuando arroja el arma a un lado, se abre la posibilidad de
que siga viéndolo como un ser humano y eso la haya compadecido. No obstante, el
primer disparo y la actitud de Dunia no dejan lugar a dudas: jamás va a sentir por
Svidrigáilov lo que él por ella. Cabe mencionar que, de todos los sentimientos y las
acciones contradictorias de Svidrigáilov, el amor que siente por Dunia parece ser lo
único auténtico. Aunque no se perciba con certeza, debido a que Svidrigáilov se
presenta como un personaje cínico, quizá siente efectivamente cierto remordimiento
por sus actos porque, al fin y al cabo, se ha enamorado de una mujer que intentó
salvarlo.
En el Capítulo 6, el protagonista es Svidrigáilov y es aquí donde se cierra el arco de su
historia. La crisis que vive en un solo capítulo es como una versión condensada de lo
que hemos visto en Raskólnikov a lo largo de toda la novela. Aquí, los lectores tienen la
posibilidad de acceder al mundo interior de Svidrigáilov casi con el mismo detalle que
al de Raskólnikov. Especialmente a través de sus pesadillas, es posible hacerse una idea
del estado psicológico terrible en el que se encuentra el personaje.
En cierta medida, la pesadilla sobre la niña es para Svidrigáilov equivalente al sueño de
la yegua que tiene Raskólnikov en sus desvaríos. La niña pasa de representar la
inocencia y las buenas intenciones de Svidrigáilov, a representar su depravación:
parece una prostituta. Teniendo en cuenta las tendencias pedófilas de Svidrigáilov, la
escena -que, por momentos, no sabemos si es realidad o sueño- se vuelve
verdaderamente aterradora. El sueño puede representar que todo lo inocente que
toca se ha contaminado. Las buenas intenciones de Marfa, de salvarlo por amor,
terminan con ella muerta; asimismo, cuando Dunia intenta darle una mano, su
reputación acaba por los suelos. Más aún, los lectores podemos llegar a pensar si los
hermanos de Sonia estarán a salvo tras haber entrado en contacto con alguien tan
aberrante.
El dinero que Svidrigáilov le entrega a Sonia soluciona parte del desarrollo de la trama
porque le permite a la joven abandonar San Petersburgo para ir tras Raskólnikov. Es
claro que si la suerte de sus hermanos no estuviera resuelta, Sonia jamás los
abandonaría. Aparte de que ayuda a que avance la trama, el gesto de Svidrigáilov
reafirma la ambigüedad moral que se explora en la novela y nos remite a su reflexión
sobre los criminales: ser capaz de hacer el mal no excluye la capacidad de hacer el
bien.
Sin embargo, y a pesar de los actos buenos que lleve a cabo, Svidrigáilov parece estar
más allá de cualquier redención. En estas últimas horas de vida sus crímenes lo
atormentan incesantemente: primero la pedofilia en el sueño de la niña-prostituta y
luego el abuso sexual en el sueño de la muchacha que se suicida. Debemos recordar,
en este punto, que el suicidio de la muchacha remite a la acusación en su contra sobre
el abuso sexual de la sobrina de su patrona. Sin embargo, esa niña se suicidó
ahorcándose, mientras que en el sueño se tira al agua. De este modo, la culpa de sus
actos podría estar entremezclándose con la premonición de su decisión de suicidarse,
de un tiro en la cabeza, junto al agua.
Tal como analizamos anteriormente, el agua tiene múltiples funciones a lo largo de
esta novela. Por momentos, y en su acepción cristiana, representa la posibilidad de
redención asociándose a la liturgia del bautismo. Por el contrario, en otros momentos -
especialmente cuando los personajes parecen encontrarse más allá de toda redención-
el agua se vincula a la muerte. Esto es lo que sucede cuando la prostituta se tira al agua
al lado de Raskólnikov y cuando él mismo piensa en suicidarse de ese modo. En el caso
de Svidrigáilov, el personaje exhibe un rechazo hacia el agua que nunca termina de
explicarse: “Nunca en la vida me ha gustado el agua, ni siquiera en los paisajes”
(p.650). En este punto, quizá pueda relacionarse al hecho de que ya no tenga
posibilidad de perdón o de absolución: se ha entregado enteramente al libertinaje.
Para peor de males, la noche crítica de su muerte Svidrigáilov está rodeado de agua
por todas partes: por la noche llueve y él se moja, emiten un aviso de inundación y,
finalmente, se quita la vida al lado del río. Al final, Svidrigáilov ya ha renunciado a sí
mismo y sabe que lo único que puede hacer es acabar con su vida.
Por otro lado, el hecho de que Raskólnikov visite a su madre indica que está dando los
últimos pasos hacia su destino. En este último encuentro, también da otras pequeñas
señales que sugieren su decisión de entregarse, como cuando se deja llevar por sus
emociones al preguntarle impulsivamente si lo querrá siempre tanto como ahora, o
cuando le pide que rece por él, se arrodilla ante ella y, finalmente, llora. Así y todo, en
estos capítulos vuelve a comportarse en forma ambivalente e intenta justificar sus
crímenes en forma irresponsable. Esto se revela, sobre todo, cuando Dunia agradece a
Dios que no se haya suicidado y Raskólnikov defiende sus malas acciones. En ese
momento, afirma: “Si hubiera resultado bien, me habrían puesto una corona” (p.666).
Dunia se horroriza de su actitud, pero Raskólnikov tiene argumentos para lo que dice;
argumentos que, además, podrían considerarse al menos parcialmente válidos
respecto al funcionamiento del mundo: “La sangre corre y ha corrido siempre a
torrentes, es vertida como el champán y por ella coronan a algunos hombres en el
Capitolio y luego les llaman bienhechores de la humanidad” (p.666). Nuevamente,
Raskólnikov sostiene que la muerte de Aliona podía beneficiar a otros, aunque bien
sabemos que esto no fue así y que esa motivación pasó a segundo plano por él mismo.
De todas maneras, Raskólnikov solo le interesa la justificación teórica del crimen, no
las repercusiones del acto en sí. Esta discusión demuestra que Raskólnikov ha vuelto,
de algún modo, a su estado anterior al crimen, donde el hiperracionalismo no da lugar
a los sentimientos, la fe, la culpa y otros sentimientos: si bien hay una confesión,
Raskólnikov todavía está lejos de la redención.
Para Raskólnikov, entregarse en la comisaría es un golpe importante a su ego. Antes de
ir, pasa por casa de Sonia y lo justifica del siguiente modo: “¡Necesitaba aferrarme a
algo, darme un poco de tiempo, contemplar un rostro humano! ¡Yo que tanto confiaba
en mí mismo, yo que tanto soñaba! Soy un mendigo, un ser insignificante, soy un
miserable, ¡un miserable!” (p.673). No obstante, intenta mantener cierta dignidad
cuando entra a la comisaria: “Se detuvo un momento para recobrar el aliento,
dominarse y entrar como un hombre” (p.676).
Cuando ingresa, Ilyá Petróvich le deja saber a Raskólnikov que Svidrigáilov se ha
suicidado y, en ese momento, se vuelve a abrir la posibilidad de salir impune, y deja la
comisaría. Sin Sonia, no es seguro que Raskólnikov hubiera seguido adelante con su
confesión. En todo caso, solo le basta una mirada de la virtuosa joven para que él
vuelva a entrar a la comisaría a completar su
destino. En una novela que critica el racionalismo y la dialéctica, como un camino que
conduce a la muerte del espíritu, es significativo que el personaje que supone la
salvación sea, quizás, el que menos habla, el menos locuaz. Con tan solo una mirada,
Sonia es capaz de reconducirlo al camino adecuado, algo que ni todos los largos
discursos interiores -como los que pronuncian otros personajes como Porfiri- han
conseguido.
Epílogo
Capítulo 1
Raskólnikov lleva nueve meses en Siberia. En el juicio confesó hasta el último detalle
de su crimen. Varias personas declararon que, probablemente, haya sufrido de
demencia temporal: todo lo recabado “encajaba en la nueva teoría, muy en boga, de la
enajenación transitoria que tan a menudo se trata de aplicar hoy día a ciertos
delincuentes” (p.684). Debido a las circunstancias, Raskólnikov recibe una condena
más leve de lo esperado: ocho años de trabajos forzados en Siberia.
La madre de Raskólnikov cae enferma justo después de su último
encuentro. Dunia y Razumijin intentan ocultarle la verdad, pero pronto descubren que
ella había desarrollado una teoría sobre los enemigos políticos de Raskólnikov. Luego
de un tiempo, se sume cada vez más en el silencio. Dos meses después de que
Raskólnikov y Sonia se marchan a Siberia, Dunia y Razumijin se casan. Después del
matrimonio, Puljeria muere.
En lo que respecta a Raskólnikov, Sonia solo lo puede visitar algunas veces, ya que vive
en un pueblo cercano a la cárcel y trabaja como costurera. Es evidente que a
Raskólnikov no le interesa demasiado su futuro y se limita a cumplir su condena.
Además, no intenta relacionarse con nadie e incluso no es demasiado amable con
Sonia. Sin embargo, con el tiempo se acostumbra a ella y lamenta cuando no puede
visitarlo.
Un día, Raskólnikov cae enfermo y debe pasar un tiempo en el hospital.
Capítulo 2
Raskólnikov se avergüenza de que Sonia lo vea enfermo: “Su orgullo estaba
profundamente herido” (p.692). Durante ese tiempo, en lugar de reflexionar sobre su
crimen, piensa que no tiene “ninguna culpa particularmente horrenda en su pasado”
(ídem) y lo único que le remuerde la conciencia es que ha sido atrapado y condenado.
Tampoco sabe por qué debe seguir viviendo y se pregunta por qué no se suicidó
cuando tuvo la oportunidad. Se siente inferior a Svidrigáilov, que al menos tuvo el
valor de matarse.
En comparación con sus compañeros, no tiene la misma voluntad de vivir y se
sorprende del “apego que todos ellos le tenían a la vida” (p.694). Además, se siente
aislado de todos, como si un “terrible e infranqueable abismo mediara entre él y los
demás” (pp.694-695). En una ocasión, sus compañeros casi lo matan por ateo, aunque
nunca había hablado con ellos de sus creencias. Como es de esperar, todos quieren a
Sonia, la consideran una “madre compasiva y bondadosa” (p.696) y acuden a ella con
todo tipo de pedidos.
Raskólnikov permanece en el hospital hasta el final de la Cuaresma y la Semana Santa.
Durante su convalecencia, sueña que una terrible plaga se extiende de Asia a Europa.
Esta plaga consiste en organismos microscópicos sensibles que infectan a las personas
provocándoles locura y, al mismo tiempo, haciéndoles creer que son más inteligentes.
A medida que la plaga se extiende, la gente se vuelve contra los demás, todos se
sienten angustiados y nadie sabe distinguir entre el bien y el mal. Solo unos pocos
elegidos pueden salvarse, repoblar y regenerar el mundo.
Sonia solo lo visita dos veces en el hospital. Pero una noche, Raskólnikov se acerca a la
ventana y la ve de pie, como si esperara algo. Cuando le dan el alta y regresa a la
prisión, siente “una punzada en el corazón” (p.698) al enterarse de que ella ha estado
enferma.
Una mañana, Raskólnikov está trabajando junto al río y se sienta a contemplarlo,
ensimismado. Sin más, aparece Sonia, quien le da la mano tímidamente porque él
siempre la ha tomado con repugnancia o irritación. Esta vez, sin embargo, él no la
suelta, sino que la mira, baja la vista y se arroja a sus pies, llorando y abrazando sus
rodillas. Ella se levanta de un salto aterrorizada, pero comprende al instante que por
fin se ha arrepentido y puede amarla sin límites. Ambos sienten que han resucitado
gracias al amor que se profesan.
Esa noche, Raskólnikov piensa en Sonia mientras está tumbado en su cama. Se
asombra de cómo parece llevarse mejor que él con sus compañeros de prisión. Al
recordar su crimen y su exilio, siente que son algo lejano y que, de algún modo, no le
sucedieron a él. Hay un cambio profundo en su interior: “La vida había desplazado a la
dialéctica y en la conciencia debía generarse algo totalmente distinto” (p.700). En ese
momento, mete la mano bajo la almohada para sacar los Evangelios de Sonia. No abre
el libro, pero piensa que tal vez pueda creer en lo que ella cree.
Ahora, ambos están felices y sienten que los siete años que faltan para cumplir con la
condena van a pasar en un soplo: “Pero aquí arranca otra historia, la historia de la
gradual renovación del hombre, la historia de su regeneración gradual, de su gradual
transición de un mundo a otro, de su iniciación en una realidad totalmente
desconocida hasta entonces” (p.701).
Análisis
Tanto el desarrollo como el resultado del juicio contra Raskólnikov terminan
adquiriendo un tinte irónico. Se cuestionan sus capacidades mentales durante el
crimen y, al final, su condena se reduce considerablemente debido al acuerdo general
de que debió estar temporalmente loco al momento de los asesinatos. Este es el
resultado más inesperado, considerando que cometió el crimen, precisamente, para
probar su superioridad. Constantemente, Raskólnikov lucha por probar que es una
persona extraordinaria, que puede mantener el control de su voluntad y su razón, a
pesar de que -como bien señala Porfiri- sucede lo contrario. Obviamente, Raskólnikov
no ha sido capaz de mantener el control y por eso ha sucumbido a las presiones del
miedo y de su propia naturaleza.
Algunos testimonios sobre los actos buenos de Raskólnikov también sirven como
atenuantes. En esto también subyace cierta ironía, si consideramos el debate que
tuvieron Raskólnikov y Svidrigáilov en el pasado: es una falsedad y una trampa el
pensar que una persona que hizo algo malo no es capaz de hacer también algo bueno.
Durante el juicio, se relatan varios elementos inverosímiles a la hora de la
reconstrucción del crimen. Además, el testimonio de Raskólnikov es crudo y explícito:
se muestra es frío, metódico y enumera cada detalle con notable precisión sin
justificarse ni defenderse. En el fondo, sin embargo, su testimonio no es auténtico,
porque está diciendo algo que no cree solo para acabar de una vez con todo:
Contestó con toda claridad y la más tosca franqueza que la causa de todo era su mísera
condición, su indigencia y su desamparo, su deseo de atender a los primeros pasos de
su carrera (…) que le había llevado a cometer el asesinato su propio carácter
irresponsable y pusilánime, exacerbado además por las privaciones y fracasos (p.684).
En este punto, sabemos que Raskólnikov no cree verdaderamente en lo que declara.
Podemos ver esta misma falta de arrepentimiento en la forma en que Raskólnikov vive
su vida en Siberia. A través de las cartas de Sonia, conocemos cómo es su vida y cómo
van sus ánimos. Él no tiene esperanzas de vida allí, ni parece sorprenderse de nada,
además de hacer su trabajo mínimamente, al tiempo que rehúye a los otros presos.
Está claro, una vez más, que se limita a cumplir con su duro trabajo para acabar de una
vez con la condena. Salvo de no haberse quitado la vida, él no está verdaderamente
arrepentido por lo que sus razones para confesar, tal y como se las comunicó al
tribunal, quedan desmentidas. Sin embargo, durante su enfermedad y justo antes de
su muerte, Puljeria anuncia que Raskólnikov, cuando la dejó, le había prometido volver
exactamente en ‘nueve meses’. Este periodo de tiempo significa un renacimiento para
él; un renacimiento que Puljeria no presencia, pero los lectores atestiguamos en las
últimas páginas de la novela.
El sueño de Raskólnikov sobre la peste es un comentario bastante obvio y explícito
sobre el hiperracionalismo que ataca a la sociedad. Los parásitos con los que sueña son
“espíritus dotados de inteligencia y voluntad” (p.696) que hacen que sus huéspedes se
consideren superlativamente inteligentes, aunque en realidad se hayan vuelto locos.
Esto, por supuesto, es exactamente lo que le ha sucedido al propio Raskólnikov:
poseído por una idea, ha perdido todo sentido de la moralidad y, en efecto, ha perdido
también la cordura. La visión de Dostoyevski es una advertencia funesta: esta peste,
que se extiende a Europa desde Asia, acabará con la humanidad. La dirección de la
plaga sugiere que las ideas europeas que se han apoderado de las mentes rusas se
corrompen peligrosamente al implantarse en esa sociedad.
Cabe mencionar que la desconfianza que ha parecido perseguir a Raskólnikov durante
toda la novela le sigue también hasta la cárcel. Los presos lo odian por ser ateo,
aunque nunca haya dicho que lo fuera, intuyéndolo por su comportamiento y por la
frialdad con la que vive. En este punto, la novela transmite que es su falta de fe lo que
le hace tratar su condena con indiferencia y sentir que su vida es inútil. Esto contrasta
con la adoración absoluta de los convictos por Sonia, quien encarna el espíritu nacional
más auténtico que incluye, sin duda, la fe cristiana; por eso la llaman “madre
compasiva y bondadosa” (p.696).
El tema de la resurrección, que solo llega al final, sucede en el momento preciso dadas
las circunstancias contextuales. En primer lugar, es el momento adecuado del año:
Raskólnikov cae enfermo durante el final de la Cuaresma y la Semana Santa. Su
resurrección moral se produce durante la primavera y a primera hora de la mañana,
dos momentos tradicionalmente asociados a la renovación y el renacimiento. De un
modo similar, Sonia desaparece durante tres días debido a una enfermedad, al igual
que Cristo murió en la cruz y resucitó al tercer día. Es justamente durante la ausencia
de Sonia que algo comienza a cambiar en el interior de Raskólnikov y, cuando se
reencuentran, él se libera por fin de sus ataduras. De este modo, ambos resucitan: ella
de su enfermedad y él de su muerte en vida.
Al final de la novela, Dostoyevski hace un defensa de los sentimientos sobre la razón.
Tras la revelación que ha experimentado, Raskólnikov yace en la cama y solo puede
sentir: “No podía pensar coherentemente mucho tiempo, no podía concentrar el
pensamiento en nada. Aparte de que tampoco había podido resolver nada
conscientemente; solo era capaz de sentir” (p.700). En otras palabras, Raskólnikov
comprende finalmente la absoluta inutilidad del razonamiento excesivo que le llevó allí
en primer lugar: los sentimientos y la fe han triunfado por encima de la dialéctica y las
ideas desvinculadas de la propia realidad.
Crimen y castigo Símbolos, Alegoría y Motivos
El último botón de la levita de Mermeládov (Símbolo)
A pesar de que Mermeládov se encuentra en una situación sumamente vergonzosa,
Dostoyevski destaca los últimos indicios de dignidad en él: “Vestía una vieja levita
negra toda rota y con los botones arrancados. En el único que aún colgaba, se
abrochaba la prenda con el claro deseo de salvar las apariencias” (p.77). Mermeládov
tuvo un mejor pasar en el pasado, pero ahora su estado es ruinoso, consecuencia del
alcoholismo que lo llevó a perderlo todo. El último botón de su levita simboliza, de este
modo, sus tiempos de dignidad y prosperidad, cuando aún tenía los ingresos
suficientes para mostrarse de un modo decente en sociedad.
La moneda de Raskólnikov (Símbolo)
Raskólnikov recibe un latigazo por parte de un cochero a la salida de la comisaría.
Adolorido, se detiene para recuperarse de la conmoción en la calle. En ese momento,
una mujer le da una moneda de veinte kopeks como limosna porque se compadece al
ver toda la escena. Raskólnikov decide tirar la moneda al río.
La moneda simboliza lo bajo que ha caído Raskólnikov en sociedad: por su ropa ajada y
su comportamiento errático, las personas comienzan a creer que es un mendigo o un
borracho. Por otra parte, el gesto de tirar la moneda al río simboliza lo que Raskólnikov
piensa de sí mismo. A pesar de las circunstancias, él se siente una persona
extraordinaria, superior al resto por atreverse a llevar a cabo un plan criminal y salirse
con la suya. Finalmente, este gesto replica lo que ha hecho con los objetos que robó en
lo de la prestamista: en realidad, el dinero no le importa ni es el móvil de su crimen,
solo es una excusa entre las tantas que él se pone a sí mismo.
Los puentes (Motivo)
Varias escenas de la novela suceden en los puentes. Los puentes son parte del paisaje
de la ciudad de San Petersburgo y en ese sentido son ineludibles en una novela que
trascurre allí.
Pero además, el puente como motivo asociado a la transformación interna, a un
cambio de valores o de estadios en un personaje se encuentra muy presente en toda la
tradición literaria occidental. Aquí, los puentes reflejan el estado psicológico y
emocional de Raskólnikov: el protagonista de la novela está en un constante vaivén en
cuando a la toma de decisiones y al tipo de persona que desea ser, por lo que termina
estancado en un sitio intermedio. Por momentos, desea acercarse a los otros seres
humanos a través de la caridad y el servicio, pero otros momentos solo desea aislarse y
vivir incomunicado. Como consecuencia, Raskólnikov se queda a medio camino entre
la comunión y la misantropía. Asimismo, por momentos se decide a acabar con todo su
sufrimiento y confesar su crimen; no obstante, pronto vuelve a regodearse con la
fantasía de que es capaz de engañar a todos. Esa indecisión lo deja nuevamente en un
estado intermedio de violentos movimientos antitéticos.
Quizás, el puente más significativo en la vida de Raskólnikov sea el que le permita
elegir entre dirigirse hacia la perdición total o la redención. Este se encarna
literalmente en un puente de la obra: se trata del que Raskólnikov debe cruzar para ir a
asesinar a Aliona, la prestamista< el mismo que luego deber'a atravesar para dirigirse a
casa de Sonia y confesar su crimen.
El agua (Símbolo)
El agua es un símbolo recurrente en esta novela. Además, tiene una larga tradición en
la cultura occidental, sobre todo debido a la influencia del pensamiento católico, para
el cual el agua es un elemento purificador, asociado al bautismo, que puede lavar las
manchas y conducir a la redención.
Este aspecto simbólico del agua se presenta en la novela cuando Raskólnikov, en el
intento de eliminar las huellas de su asesinato, decide arrojar al río los objetos que ha
robado. Aunque su acto tiene como objeto evitar toda prueba física que pueda
comprometerlo con la ley, es también una clara manifestación del su deseo de limpiar
su alma y su conciencia.
Previo a su crimen, Raskólnikov había soñado que bebía agua clara y fresca en el oasis
de un desierto, luego de ver a Lizaveta en la plaza Sennáia y decidirse a cometer el
crimen: “Se hallaba en algún lugar de África, en Egipto, en un oasis. La caravana
descansaba… En cuanto a él, bebía agua de un arroyo que fluía susurrando, allí mismo,
a su lado” (p.141). En el desierto, es agua simboliza la vida y es un claro indicador de la
resistencia que siente el propio Raskólnikov ante la inminencia de su propio crimen.
La ropa (Motivo)
La ropa es un motivo recurrente en la obra. No solo sabemos en detalle cómo van
vestidos casi todos los personajes, sino que, a veces, sus atuendos son un tema de
conversación o de conflicto.
Al principio, Raskólnikov se siente avergonzado del estado de su ropa. De hecho, deja
de dar clases porque no tiene botas sin agujeros para presentarse ante sus alumnos.
Además, su sombrero está roto y no coincide con la moda actual, por lo que llama la
atención y lo avergüenza. De hecho, uno de los modos en los que Razumijin intenta
ayudar a su amigo a salir de su enfermedad es regalándole un ajuar completo.
En este mismo sentido, una de las escenas más conmovedoras de la novela, cuando
Sonia llega al cuarto de los Marmeládov porque su padre ha sido atropellado, vuelve a
evidenciar la centralidad de este motivo. Allí, su vestimenta contrasta porque es
demasiado colorida y está fuera de lugar (por ejemplo, lleva un parasol a pesar de que
es de noche), debido a que está vestida para ejercer la prostitución.
Más aún, una de las principales causas por las que Razumijin despecia a Luzhin es su
necesidad de ostentar constantemente su vestimenta. Toda la ropa de Luzhin es nueva
y está recién salida del sastre, e incluso llega al punto de portar un par de guantes, sin
usarlos, solo para mostrar que los tiene.
En definitiva, el motivo de la ropa le sirve a Dostoyevski para pintar un retrato más
completo y realista de los personajes.

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