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Lambsprinck, ‘’De Lapide philosophico’’, Francfort, 1625.

Acabada la Obra alquímica, el Adepto es similar al Emperador, símbolo de la


efectuación del Hombre Primordial. Los símbolos imperiales en el grabado son el
Águila Bicéfala y el cetro.

Simbolismo de Tres
Etapas Iniciáticas
Santiago de Vilanova
El proceso que lleva a un ser a su propio ‘’cumplimiento’’1, esto es, a la realización espiritual,
comienza, como su propio nombre indica, en la iniciación, y acaba en la identificación del ser
con la Pura Realidad (haqiqa). Este proceso implica la consecución sucesiva de los diferentes
grados de conocimiento, que se corresponden con los diversos cambios de estado necesarios
para arribar al estado definitivo, más allá del ser y del no-ser, el ‘’estado que no es estado’’.
El camino iniciático2 requiere, pues, una transmutación continua durante la cual la persona toma
conciencia de la totalidad de los indefinidos estados del Ser, y más allá del Ser, de la Infinitud
misma. Sin embargo, las diferentes organizaciones iniciáticas precisan, en sus doctrinas,
determinadas etapas a recorrer que se identifican, además, con los grados que estas mismas
organizaciones confieren ritualmente a sus miembros: ‘’los cambios sufridos por el ser en el curso
de su desarrollo son realmente de una multiplicidad indefinida: los grados iniciáticos conferidos
ritualmente, en cualquier forma tradicional, no pueden entonces corresponder más que a una
especie de clasificación general de las principales etapas a recorrer, y cada uno de ellos puede
resumir en sí mismo todo un conjuntos de etapas secundarias e intermedias’’3.
Sabido es que una de las divisiones más importantes que se contemplan en la práctica totalidad
de las formas iniciáticas, es la que corresponde a los Misterios Menores y los Misterios Mayores,
es decir, al conjunto de transmutaciones y transformaciones que llevan al iniciado a alcanzar el
estado primordial de nuestro presente grado de existencia, el propiamente humano, en primer
término, y a la Liberación o Identificación Suprema, más allá de todo estado y de toda existencia,
en último término. En el presente artículo nos limitaremos a estudiar únicamente el simbolismo
que se asocia con el primer ámbito, el de la realización de la totalidad de posibilidades que
implica el estado humano, el proceso iniciático que lleva a la perfección de nuestra existencia
individual, restituyendo el estado primordial propio de la Edad de Oro o Paraíso Terrestre.
Lógicamente, estas etapas definidas, que pueden ser en número diverso según las distintas
formas tradicionales, se asocian a una Cosmología que, por la Ley de Correspondencias,
reproduce en su ámbito la misma estructura esencial; este es el significado de la célebre
afirmación hermética: ‘’Como es arriba es abajo’’, que señala así la analogía inversa que existe
entre macrocosmos y microcosmos, de tal forma que, como dice A. K. Coomaraswamy, ‘’toda
cosmología es, al mismo tiempo, una psicología y una fisiología’’4. El Cosmos sirve entonces al
iniciado como una guía de referencia, como un espejo, y su interrelación con él le permite el
punto de apoyo o soporte necesario para desarrollar su ‘’personalidad iniciática’’. Así, por un
lado se tiene una doctrina, formulada simbólicamente, que ofrece una teoría cosmológica y que,
al mismo tiempo, constituye una ciencia tradicional, es el caso de la Astrología, la Geometría o
la Ciencia de las Letras, que pueden aplicarse prácticamente; por otro lado, esa misma
cosmología, sirve como soporte para la meditación en un proceso de interiorización, de
realización en sí mismo, de esas mismas verdades enunciadas mediante símbolos y
aprehendidas a través de los ritos, que conforma propiamente la experiencia iniciática.
Es por eso que encontramos series de tres grados, cinco o siete -entre otras- en diferentes
iniciaciones, grados relacionados con concepciones cósmicas tales como los tres mundos o los

1
Cf. nuestro ‘’Masonería y realización espiritual’’, LyE, nº 15, p.25.
2
El uso del simbolismo de la peregrinación o, más generalmente, del viaje, para sugerir el proceso
iniciático es de carácter universal, encontrándose en todas las formas tradicionales. Su modelo metafísico
es ‘’esta incesante e incansable peregrinación del Espíritu (la procesión divina)’’. Cf. A. K. Coomaraswamy,
‘’La Vía del peregrino’’, LyE, nº 15.
3
René Guénon, ‘’Apreaciaciones sobre la Iniciación’’, cap XXVI.
4
Cf. el importante estudio de A.K. Coomaraswamy, ‘’Psicología India y Tradicional’’.
cielos planetarios. Al presente, consideraremos en exclusiva el sistema de tres grados, propio de
la Masonería simbólica y de la Alquimia. Tal sistema se vincula con la teoría de los tres mundos:
Cielo, Tierra e Infierno (Cielo, Hombre -o Atmósfera- y Tierra en otras concepciones), que se
reflejan en el microcosmos humano como Espíritu, Alma y Cuerpo5. O, más generalmente con la
teoría hindú de las tres gunas, tendencias esenciales de la Materia Prima en la Manifestación
del Espíritu Universal. En efecto, la antigua Masonería operativa contemplaba tres únicos grados
en su itinerario espiritual, estos son los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro; por su lado,
la Alquimia, se refiere a tres etapas fundamentales en la Gran Obra: Obra al Negro, Obra al
Blanco y Obra al Rojo. En lenguaje cristiano, se trata de la Vía Purgativa, Vía Iluminativa y Vía
Unitiva, adjetivos que resumen admirablemente las características principales de la Gran Obra,
como luego se verá.
Los colores que simbolizan las etapas de la Obra alquímica son, al propio tiempo, los colores de
las tres gunas: Tamas, la tendencia descendente, se relaciona con el negro, símbolo de la
oscuridad, propia del polo tenebroso de la existencia, Substancia ininteligible cuya pasividad
absoluta provee al Espíritu o Esencia el soporte de toda manifestación. Rajas¸ la tendencia
expansiva, se representa con el rojo, símbolo de la culminación de cualquier posibilidad de
existencia6; es el movimiento de la Materia Prima por el cual se desarrollan los diferentes grados
de manifestación, que se expanden partiendo del Eje del Mundo, el cual comunica los dos polos
de la Existencia universal. Sattva, tendencia ascendente, simbolizada por el color blanco a causa
de su vinculación con la Luz espiritual, propia del polo luminoso o Esencia universal.
Fácilmente se constata la relación efectiva que existe entre las tres gunas y las etapas alquímicas,
únicamente que, al limitarse la Gran Obra a la realización de los Misterios Menores, los colores
que los representan se hallan en el simbolismo alquímico dispuestos apropiadamente a la
sucesión de estos ‘’movimientos’’ en la realización iniciática a la que se refieren. En efecto, los
colores rojo y blanco se encuentran invertidos con respecto a su orden jerárquico, ello es debido
a que los colores de la Obra se vinculan con la obtención del estado primordial humano, que no
incluye la realización de los estados superiores o supraindividuales. Así pues, el color rojo,
correspondiente a la fuerza expansiva que hace posible la efectuación de cada uno de los
estados del Ser o planos de manifestación, simboliza en la Alquimia el fin de la Obra, la obtención
de la Piedra filosofal, esto es, la perfección de nuestro grado de existencia y, por lo tanto, la
realización efectiva de todas las posibilidades incluidas en él. Mientras que el color blanco, indica
el proceso de elevación que se sigue después de haber descendido a la Mina en busca del
Mercurio o Materia prima, descenso que cumple la Obra al Negro. (fig 1).

5
Esta tesis, con respectos a los tres gados simbólicos de la Masonería, ha sido defendida por Patrick Geay
en su ‘’Misterios y Significaciones del Templo Masónico’’, 1997.
6
El rojo representa la máxima expresión del color, el color por excelencia, de aquí su acepción castellana
de ‘’colorado’’. Entre el blanco, síntesis de todos los colores, y el negro, ausencia de color, el rojo se sitúa
en la cúspide de esta manifestación cualitativa de la luz, en su fuerza máxima; el resto de colores se sitúan
en una gama descendente de esta cúspide. Por ello, si el blanco es el color simbólico del Cielo y el negro
de la Tierra, el rojo es el color del ‘’Hijo del Cielo y de la Tierra’’ -según la fórmula iniciática que se
encuentra en las más diversas formas tradicionales: ‘’El Cielo es su padre, la Tierra su madre’’, Hermes,
‘’Tabla Esmeraldina’’-, esto es, el Hombre. El rojo es el color de la sangre, símbolo de la Vida, y Adam es,
literalmente, el ‘’rojo’’.
SIMBOLISMO ASTROLÓGICO DE LA INICIACIÓN

Tradicionalmente, la Astrología en Occidente ha provisto a las iniciaciones derivadas del


Hermetismo de un corpus teórico; esto es así porque el proceso iniciático reproduce la
Cosmogonía7. La Astrología y la Alquimia se relacionan entre sí como Cielo y Tierra, la primera
indica el significado del Zodíaco y los planetas, la segunda el de los elementos y los metales; es
decir, la Astrología se relaciona con la esencia y la Alquimia con la substancia: ‘’Los doce signos
del Zodíaco son una imagen sintética de los arquetipos que, de forma inmutable, contiene el
Espíritu. Por su parte los elementos (fuego, aire, agua y tierra) muestran materialmente las
diferencias fundamentales de la Materia Prima. Mientras que los planetas, al ir situándose en
sus distintas posiciones unos respecto a otros, realizan temporalmente las posibilidades
contenidas en el Zodíaco, representando así los modos de obrar del Espíritu que ‘’desciende’’ del
Cielo a la Tierra, a la inversa, los metales son los primeros frutos de la materia elemental
madurados por el Espíritu’’8.
En el Hermetismo, los metales (Oro, Plata, Plomo, Estaño, Hierro, Cobre y Mercurio o Bronce)
son concebidos como las producciones terrestres de los siete planetas celestes, siendo
considerados aquéllos como los soportes en nuestro mundo de la acción sutil de éstos. Ahora
bien, esta idea no debe tomarse como una explicación física, sino que tomados en su conjunto,
planetas y metales, disponen una escala ontológica que sirve de ‘’plantilla’’ para la relación de
todos los aspectos del Cosmos. Esta concepción rige, lógicamente, tanto para el Macrocosmos,
como para el Microcosmos, existiendo entonces planetas y metales en el seno mismo del ser
humano: ‘’ ‘En nosotros existen energías análogas a las potencias de cda uno de los planetas’
decía el mismo Plotino (Enneadas III, IV, 6.). Por donde enlazamos con la doctrina esotérica
relativa a siete puntos, a través de los cuales las fuerzas superiores desembocarían en el conjunto
corporal, convirtiéndose así en corrientes vitales y energías específicas del hombre’’9.
La graduación de las cualidades cósmicas, activas en los planetas y pasivas en los metales, se
manifiesta claramente en los propios signos gráficos que sirven para representar a ambos (fig.2),
y a los cuales dedicó cierta atención TItus Burckhardt en su remarcable libro sobre Alquimia10.
Los siete signos se hallan formados por tres símbolos fundamentales, a saber, el círculo, el
semicírculo y la cruz: ‘’Puesto que el círculo es también el signo del Sol y el semicírculo de la Luna,
ambas figuras pueden ser consideradas como imágenes del disco solar y de la media luna,
respectivamente. Pero con en el signo del Sol se indica el punto central del círculo, parece más
correcto interpretar ambas figuras como representaciones de la órbita solar completa y de la
media órbita; su significación espiritual no varía, pues la media órbita del Sol, que mide cada una

7
La iniciación es una re-creación o una re-generación, por eso todas las tradiciones representan su
proceso con el simbolismo de la Génesis universal, tanto como con el simbolismo de la Creación del
Hombre, que le corresponde en el ámbito microcósmico. Ibn Arabi, en su ‘’Alquimia de la Felicidad
perfecta’’, destaca tres fases en esta Obra divina; en primer lugar, las manos de Dios forman a Adán del
caos de la arcilla (Obra al Negro); después de modelado por Dios, la arcilla se seca, clara imagen de la
obtención de la Sal que se realiza en la Obra al Blanco; en último término, Dios insufla Su aliento (ruh,el
espíritu, el Azufre) sobre la figura modelada y ‘’petrificada’’, es decir, sobre la Sal, acción propia de la Obra
al Rojo.
8
Titus Burckhardt, ‘’Alquimia’’, cap. ‘’Planetas y metales’’.
9
Julius Evola, ‘’La Tradición Hermética’’, cap.15.
10
Más atención dedicó Oswald Wirth en su ‘’El Simbolismo Hermético’’, aunque sin llegar a ver las
relaciones que Burckhardt indica ni las que nosotros proponemos. También Germán Ancochea y María
Toscano citan, brevemente y sin dar referencias, la cuestión en su ‘’Iniciación a la Iniciación’’.
de las dos fases del año, está contenida en la órbita completa, del mismo modo que la luz de la
Luna procede del Sol. La tercera figura básica, la cruz, representa en Astronomía los cuatro
puntos cardinales, y en Alquimia, los cuatro elementos’’11. (fig.2)

Estos tres símbolos fundamentales, como todos los símbolos por otra parte, son susceptibles,
por su misma constitución, de significados verdaderamente ilimitados; desde la perspectiva en
que nos situamos, sin embargo, creemos más adecuada para nuestro propósito la significación
señalada por Germán Ancochea y María Toscano en su obra ya citada. En efecto, estos autores
ofrecen los siguientes significados para cada uno de los símbolos: ‘’el círculo (como el Sol) que
representa el Espíritu, el arco (o más bien el semicírculo, como la Luna) que representa el alma,
y la cruz (como los cuatro elementos) que representa el cuerpo’’12. Esta exposición -que tiene la
ventaja, además, de su extrema simplicidad- no se opone a la realizada por Burckhardt, mucho
más ‘’evasiva’’, sino que, al contrario, la hace más comprensible. Efectivamente, este último, en
su obra citada, describe una significación detallada de cada uno de los signos planetarios según
su constitución gráfica: ‘’Los otros planetas, además del Sol y la Luna, o los metales ordinarios,
son variaciones del arquetipo único representado por el Sol y el Oro, por lo que en cada uno de
ellos tiene parte preponderante la esencia solar o la esencia lunar, aunque sin llegar a
manifestarse por completo, pues la relación del círculo o del semicírculo con la cruz revela, según
la posición, cierta perturbación del equilibrio original de los elementos, ya que en determinados
signos la imagen el Sol o la Luna está encima, en otros debajo, y en otros a un lado de la cruz,
según la característica que se trata de expresar’’13.
A continuación, expondremos los significados alquímicos de cada uno de los signos planetarios
en base a nuestra propia opinión y según lo dicho anteriormente. El signo de Saturno, o del
Plomo, presenta la media luna debajo de la cruz, esto es, el Alma sumergida en el Cuerpo;
alquímicamente expresa la conciencia humana limitada a su percepción exclusivamente
corporal, como el plomo, el más opaco y alejado de la ‘’auridad’’ entre todos los metales. En el
signo de Júpiter, el semicírculo se sitúa sobre el trazo horizontal de la cruz, es la representación
del Alma liberada de su subordinación al Cuerpo; expresa la conciencia purificada de las escorias
‘’infracorpóreas’’ (el brazo horizontal de la cruz simboliza el estado propiamente humano), como
el estaño, metal ‘’blanco’’ sumamente maleable, que prefigura la Plata. El signo de Venus, o del
Cobre (metal ‘’amarillo’’), es análogo al del estaño o Júpiter, pues como éste precede a la Plata

11
Ibid.
12
Ibid. Las frases entre paréntesis son nuestras.
13
Ibid.
aquél precede al Oro14; en este signo, el Sol aparece encima de la cruz, símbolo de la
‘’corporificación del espíritu’’, aquí el Espíritu domina directamente el Cuerpo, señal que la Obra
alcanza su fin, pues como dice un aforismo hermético: ‘’In cruce sub espera venir Sapientia
vera’’. El signo de Marte es exactamente el contrario de Venus, en él el círculo se halla situado
debajo de la cruz15, como el Sol de Medianoche representa la ‘’espiritualización del cuerpo’’, el
descenso del Espíritu que regenera todo el compuesto humano, es la muerte iniciática a la que
le sigue la resurrección. Por último, el signo de Mercurio, único que reúne las tres figuras básicas,
representa el Alma humana, Materia de la Obra; la superposición del semicírculo lunar a la figura
de Venus denote que, aquí, el conjunto humano está supeditado a la esfera sublunar, es decir,
al dominio psíquico. Volveremos sobre este simbolismo cuando hablemos de las tres etapas
alquímicas.

LA ESPIRAL CÓSMICA

Los siete puntos a lo que antes hicimos alusión, ‘’a través de los cuales las fuerzas superiores
desembocarían en el conjunto corporal’’ -en palabras de Evola- o ‘’centros sutiles’’, son
conocidos en la tradición hindú con el nombre de chakras, planetas ‘’psíquicos’’ que conectan
con las facultades corporales correspondientes y con sus órganos, así como con determinados
plexos nerviosos, que pueden ser considerados, a su vez, como nuestros metales interiores:
‘’Estos centros son llamados ‘’ruedas’’ (chakras) y son también descritos como ‘’lotos’’ (padmas),
de los que cada uno tiene un número determinado de pétalos… Los seis chakras son: muladhara,
en la base de la columna vertebral; swadhisthana, que corresponde a la región abdominal;
manipura, a la región umbilical; anahata, a al región del corazón; vishuddha, a la región la
garganta; ajna a la región situada entre los dos ojos, es decir, al ‘’tercer ojo’’; por último, en la
cima de la cabeza, sobre la coronilla, hay un séptimo ‘’loto’’, sahasrara o ‘’loto de los mil
pétalos’’, que no se cuenta entre el número de los chakras porque se relaciona, en tanto que
‘’centro de consciencia’’, con un estado que está más allá de los límites de la individualidad’’16.
Esta doctrina explica el significado del uso del simbolismo astrológico, tanto en los tratados
alquímicos como en la ‘’decoración’’ y rituales masónicos; en particular, los ‘’colores’’ y
‘’regímenes’’ de la Obra se basan en la graduación planetaria y metálica17. En efecto, los planetas
son los intermediarios entre el Cielo y la Tierra, transmiten los arquetipos inmutables del Espíritu
a los acontecimientos terrenales, actualizando, como dijimos las posibilidades perennes
contenidas en el Zodíaco. La graduación escalonada de las esferas celestes simboliza la
ordenación ontológica del mundo, según la cual cada estado de la existencia procede de un
estado superior, el cual lo lleva en sí del mismo modo que la causa implica el efecto. Esta
jerarquía, representada en la forma en que se presenta a la vista de un observador situado en la

14
Si el signo de Júpiter no tiene, análogamente al de Venus, la luna sobre la cruz es por su relación
exclusiva con el estado humano y porque, como indica Burckhardt, ‘’no existe un signo en el que la cruz
se sitúe debajo del semicírculo, sería equivalente al signo de la Luna’’ (Ibid.).
15
Esta forma de representar al planeta Marte es, muy probablemente, la forma original, pues según
Burckhardt, se debe suponer ‘’que antes se designaba así a Marte y que se introdujo el signo actual para
distinguirlo del de Venus en los mapas celestes, en los que no se especificaba con claridad dónde estaba la
parte superior y dónde la inferior’’ (Ibid.).
16
R. Guénon, ‘’Kundalini Yoga’’, en ‘’Études sur l’hinduisme’’.
17
El color es, por extensión, sinónimo de cualidad, se habla de ‘’color’’ de la voz, por ejemplo; en sánscrito,
varna, designa tanto el color como la cualidad. En cuanto a los diversos ‘’regímenes’’ del Fuego, asociados
a los siete planetas, marcan la relación de las etapas con los correspondientes centrs sutiles o chakras,
representados por los planetas o metales.
Tierra18, esquema que ya era utilizado en la antigua tradición greco-latina y que no es otro que
el ordenamiento de las órbitas planetarias según su proximidad a nuestro globo, sirvió de
referencia simbólica para explicar, como ahora veremos, todo el proceso alquímico: ‘’Las
regiones siderales, asociadas a los dioses y a las metalidades sagradas de cada uno de ellos,
aparecen en el orden siguiente: (de mayor a menor, o de arriba abajo) Saturno (Plomo), Júpiter
(Estaño), Marte (Hierro), Sol (Oro), Venus (Cobre), Mercurio, y Luna (Plata)’’19.
En particular, este esquema lo encontramos en Gichtel20, con un recorrido en espiral que
comienza en Saturno acaba en el Sol (fig.3); es remarcable que, en el citado grabado, los
diferentes planetas son situados en relación con puntos concretos del cuerpo, puntos que se
corresponden exactamente con las regiones corporales contempladas en conexión con los
diferentes chakras en la tradición hindú (fig.4). La espiral representa el doble ‘’movimiento’’ de
la Fuerza cósmica de aspir y espir o, más herméticamente, solve y coagula. Esta Fuerza cósmica
se manifiesta, según las doctrinas hindúes, como Shakti en el macrocosmos -es, entonces, la
energía divina, la Omnipotencia del Ser- y como Kundalini en el microcosmos -la energía basal o
fuerza vital que sostiene y renueva la individualidad humana-. El paso de esta fuerza espiral por
los diferentes planetas o metales, expresa el recorrido de la Kundalini en su proceso de
reabsorción en lo inmanifestado, es decir, las etapas de la realización espiritual: ‘’Este nombre
de Kundalini significa que ella se representa enrrollada sobre sí misma a la manera de una
serpiente; efectuando sus manifestaciones más generales en la forma de un movimiento en
espiral que se desarrolla a partir de un punto central que es el ‘’polo’’. El ‘’enrrollamiento’’
simboliza un estado de reposo, el de una energía ‘’estática’’ de la cual proceden todas las formas
de actividad manifestada; en otros términos, todas las fuerzas vitales más o menos
especializadas que están constantemente en acción en la individualidad humana, bajo su doble
modalidad sutil y corporal, no son más que aspectos secundarios de esta misma Shakti… Cuando
es ‘’despertada’’, se desenrolla moviéndose según una dirección ascendente, reabsorbiendo en
sí misma estas diversas Shaktis secundarias a medida que atraviesa los diferentes centros de los
que hablamos precedentemente, hasta que alcance la unión con Paramashiva en el ‘’loto de los
mil pétalos’’21.
Julius Evola, en su también memorable ‘’La Tradición Hermética’’, señaló este esquema como
un símbolo del ‘’itinerario espiritual’’: ‘’a partir de un dios masculino superior (Saturno, Júpiter y
Marte) descendería para reunirse con la divinidad femenina simétrica (Luna, Mercurio y Venus),
para volver a elevarse, y llegar finalmente al centro donde se halla el Sol’’22. Este ‘’itinerario’’ se
lleva a cabo mediante la doble operación alquímica de disolución y coagulación, así, partiendo
de Saturno, se disuelve en la Luna para coagularse en Júpiter, etc. A partir de aquí, Evola, para
interpretar dicho esquema, considera un doble recorrido, primero un recorrido centrípeto (de
Saturno a Sol) y luego otro centrífugo (del Sol a Saturno). No vamos a entrar en el análisis del
texto evoliano, puesto que nosotros creemos que toda la Obra, con sus tres etapas claramente
definidas, se encuentra en un solo recorrido de la espiral astrológica; ello no es óbice para negar
fiabilidad a la teoría de Evola, muy al contrario, la diferencia, pensamos, obedece únicamente a
que en cada caso se parte de una perspectiva distinta. Sin duda, un recorrido en ‘’doble espiral’’
es correcto y no sería difícil encontrar ejemplos, sólo que este esquema de doble recorrido

18
Es, lógicamente, la forma más adecuada para las aplicaciones iniciáticas de un ser humano; de la misma
manera, sólo los planetas visibles sin intermediario técnico son considerados en la Astrología tradicional.
19
J. Evola, op.cit.,cap.20.
20
‘’Teosophia Practica’’, plancha IV. Como se sabe, Gichtel fue discípulo de Jacob Böhme.
21
R. Guénon, ibid.
22
Ibid. Las frases entre paréntesis son nuestras.
implica una escala de siete grados o etapas. Por nuestra parte, aplicaremos esta espiral cósmica
al sistema de tres grados.
LAS TRES ETAPAS

Análogo a la espiral cósmica se encuentra, tanto en la Alquimia como en la Masonería, el famoso


lema hermético VITRIOL (Visita Interiora -o Inferiora- Terrae Rectificando Invenies Occultam
Lapidem) que, según los alquimistas, es un resumen del proceso iniciático en su integridad:
‘’toda la Obra y su materia están contenidos en estas palabras’’23 y que, en efecto, describe las
tres etapas iniciáticas (fig.5). No debe extrañar, entonces, que dicho acróstico, como señala
Patrick Geay, se encuentre inscrito sobre las paredes del ‘’gabinete de reflexión’’ de la iniciación
masónica, que es, a su vez, una síntesis de la realización espiritual. Es éste un lugar cerrado
completamente, reducido y oscuro, en cuyo interior el postulante a la iniciación pasa sus últimos
instantes de vida profana. Lugar oculto y tenebroso, es la imagen, al mismo tiempo, del Caos
primordial, substancia primera de la que hay que extraer la forma, y del Centro espiritual, donde
todo se haya concentrado.

La primera frase del acróstico hermético: ‘’Visita el interior (o lo inferior) de la Tierra’’, describe
la fase descendente o tamásica de la realización, durante la cual, el iniciado retorna a su
‘’Materia Prima’’, ‘’carne que vuelve a la Tierra’’¸ dice Basilio Valentín, para extraerla purificada
de toda escoria (en lenguaje alquímico) o corteza (en lenguaje cabalístico). En efecto, en
palabras de R. Guénon: ‘’Se trata de conducir al ser a un estado de simplicidad indiferenciada,
comparable al de la materia prima (entendida aquí, naturalmente, en un sentido relativo), a fin
de hacerlo apto para recibir la vibración del Fiat Lux iniciático; es necesario que la influencia
espiritual, cuya transmisión va a darle esta primera ‘’iluminación’’, no encuentre en él ningún
obstáculo debido a ‘’preformaciones’’ inarmónicas que provienen del mundo profano’’24. Esta
etapa es descrita como un descenso a la Mina para extraer el Mercurio (Materia de la Obra), en
la tradición hermética, o como la obtención de la piedra bruta en la Masonería25; es la Obra al
Negro o Vía Purgativa. De forma más general, es representada como un descenso a los Infiernos,
tal y como lo expresaron Homero, en el viaje de Ulises al país de los cimerios; Virgilio, en el
descenso de Eneas al Hades; Dante, guiado precisamente por Virgilio en su ‘’Divina Comedia’’; y
más aún, Cristo mismo en su Descenso a los Infiernos tras la Muerte en la Cruz y, similarmente,
Muhammad durante el ‘’Viaje nocturno’’.

Como ya dijimos, el proceso iniciático reproduce en el microcosmos la génesis universal, es por


ello que el iniciado debe descender hasta sus fondos inferiores, hasta su misma Substancia, a fin
de ‘’re-generar’’ todos los componentes que conforman su individualidad, esto es, cuerpo, alma
y espíritu, análogos a los tres mundos macrocósmicos. Así, el descenso a os infiernos iniciático,
‘’por un lado, equivale a una recapitulación de los estados que preceden lógicamente al estado
humano, los que fueron determinados por las condiciones particulares del ser, y que deben
también participar en la ‘’transformación’’ que va a cumplirse; por el otro, permite la
manifestación, según ciertas modalidades, de las posibilidades de un orden inferior que el ser
lleva en sí en un estado no desarrollado y que deben ser agotadas antes de que sea posible
alcanzar los estados superiores. Es preciso señalar, por lo demás, que el ser ya no puede retornar
efectivamente a estados por los cuales transitó, no puede explorar esos estados sino
indirectamente, cobrando conciencia de las huellas que esos mismos estados dejaron en las

23
A.J. Pernety, ‘’Diccionario Mito-Hermético’’.
24
‘’Apreciaciones sobre la Iniciación’’, cap. XXV.
25
Esta piedra que se extrae descendiendo a la cantera, es un bloque regular aunque sin desbastar y no
una piedra cualquiera como se figura corrientemente en los cuadros de logia actuales, indicación muy
acertada de Marc-Reymon Larose, en su ‘’Le Plan Secret d’Hiram’’, La Nef de Salomon, Dieulefit, 1998.
regiones más oscuros del estado humano; es por eso que los Infiernos están representados
simbólicamente en el interior de la Tierra’’26.

Si ahora consideramos el primer movimiento completo de la espiral cósmica, el que va de


Saturno a Luna (solve) y de ésta a Júpiter (coagulada), podemos ver gráficamente representado
el proceso que hemos descrito arriba. En efecto, se parte de una posición profana, representada
por el signo de Saturno27, esto es, la conciencia sumida en el cuerpo, para disolverla a
continuación mediante un descenso al límite inferior de la pura Materia, figurada por la Luna;
acto seguido se asciende hasta conseguir una conciencia purificada de sus preformaciones
profanas, lo cual se significa por la posición del semicírculo sobre el brazo horizontal de la cruz
del signo de Júpiter, y no ya bajo la cruz misma. Es de destacar que todos los signos planetarios
implicados son lunares, esto es, nos encontramos situados en el ámbito psíquico, el del mundo
sutil; la relación del semicírculo en torno a la cruz (por debajo o a la altura de su horizontal) nos
habla, más especialmente, de su modalidad corporal.

La segunda fase corresponde al ‘’Rectificando’’, palabra central del acróstico, que separa o une
las dos frases, inicial y final, compuestas por tres palabras cada una de ellas, sumando un total
de siete letras iniciales, y siete palabras correspondientes. Este es el número con el que se asocia
ELOHIM, el Arquitecto autor de las formas, según el Zohar, y el número de las direcciones del
espacio y de los planetas; esto es, los ‘’metales’’ que deben transmutarse en la re-generación
iniciática. ‘’Rectificando’’ describe claramente la fase ascendente o sáttvica, durante la cual el
iniciado ya purificado de sus escorias profanas recibe la Luz, recepción que le da una ‘’forma’’
nueva (Sal o Piedra Cúbica), es la Obra al Blanco y la Vía Iluminativa. Este ascenso se corresponde
con el que realiza Dante por el Purgatorio, mundo sutil perteneciente a la psique, al alma que
separa y une el cuerpo y el espíritu. En ‘’La Divina Comedia’’, el paso por el Purgatorio, se
produce al ‘’rectificar’’ el sentido de la marcha en lo más profundo del Infierno, bordeando al
mismísimo Dite o Satán. Esta fase requiere, pues, una inversión del sentido, tamásico hasta
entonces (tendencia general del Cosmos en su proceso de manifestación), por el cual el
elemento corporal se reabsorbe en el plano sutil, en vista a su integración espiritual.

El grado masónico que corresponde a este proceso es el de Compañero. La marcha propia de


este grado ‘’rectifica’’ la marcha del Aprendiz; esta marcha perfila el lado derecho de un
cuadrado ‘’animado’’ (fig. 6) que, superponiéndose al cuadrado estable, realiza la figura de un
octógono, forma geométrica que simboliza el mundo sutil, intermedio entre el Cielo
(circunferencia) y la Tierra (cuadrado). En la Alquimia, se trata de la acción del Azufre sobre el
Mercurio (el cual se obtuvo precedentemente, durante la Obra al Negro) cuyo resultado es la
Sal, primera cristalización o fijación de la individualidad renovada, una individualidad que
domina ya plenamente todas sus modalidades y no exclusivamente la corporal. La conciencia
del iniciado no yace ahora bajo la sola percepción corporal, sino que es elevada al pleno dominio
del Alma; entonces el ámbito psíquico aparece envolviendo y englobando el plano corporal y no
al contrario, como percibe la conciencia común al concebir el alma encerrada en el cuerpo. Los
alquimistas llaman a este proceso ‘’la espiritualización del cuerpo’’, que representa,
geométricamente, la circulatura del cuadrado.

26
R. Guénon, ‘’El esoterismo de Dante’’, cap. VI.
27
El planeta Saturno es expresamente citado como representando al profano en el catecismo masónico
compuesto por el barón de Tschoudy. Cf. O.Wirth, op.cit. p.148.
El segundo movimiento espiral de nuestro esquema astrológico parte de Júpiter, aquella
conciencia purificada que obtuvimos por la Obra al Negro, para descender hasta el planeta
Mercurio (solve)¸símbolo de la psique individual, para ascender inmediatamente hasta Marte
(coagula), símbolo de la inversión de las luces28 y que representa el paso del dominio psíquico
al propiamente espiritual. Ello se representa admirablemente por el conjunto de los signos
contemplados: del ámbito estrictamente lunar de Júpiter se pasa al solar de Marte, tras pasar
por el conjunto intermedio (puesto que contiene ambos signos fundamentales, el lunar y el
solar) de Mercurio.

‘’Para cumplir la obra de los Filósofos es necesario extraer el alma metálica (Obra al Negro) y,
una vez extraída y purgada (Obra al Blanco), es necesario nuevamente volver a donarla al propio
cuerpo (Obra al Rojo), de manera que sobrevenga una verdadera resurrección del cuerpo
glorificado’’. Así describe la Gran Obra Sendivogius, cuya última etapa se relaciona con el
‘’Encontrarás la Oculta Piedra’’, frase postrera del VITRIOL hermético, que describe la fase
expansiva o rajásica durante la cual el iniciado obtiene la Piedra Filosofal o realiza la Piedra
Cúbica con Punta, es decir, adquiere el grado de Hombre Primordial. Tanto en la Alquimia como
en la Masonería, el acceso a este grado se presenta como una segunda muerte y, no ya un
segundo nacimiento, como en la iniciación propiamente dicha, sino una verdadera resurrección
que libera de nacimientos y de muertes, el iniciado ha conquistado la perfección humana y es
dueño de todas las posibilidades de este estado y, virtualmente, de todos los estados; resulta,
pues, indicado el adjetivo Rojo que se da a este proceso.

La Obra al Rojo es la etapa del desarrollo iniciático ‘’que marca el paso del orden psíquico al
orden espiritual, y ese pasaje puede ser observado más especialmente como constituyendo una
‘’segunda muerte’’ y un ‘’tercer nacimiento’’ (lo que en el simbolismo masónico corresponde al
grado de Maestro). Conviene agregar que este ‘’tercer nacimiento’’ será representado como una
‘’resurrección’’ más bien que como un nacimiento ordinario, y ello porque aquí no se trata ya de

28
La ‘’inversión de las luces’’ es la expresión que en la Cábala representa este proceso, equivalente a la
frase ‘’nuestros cuerpos son espíritus y nuestros espíritus son nuestros cuerpos’’ del esoterismo
islámico.
un ‘’comienzo’’, sentido que tenía en la primera iniciación; las posibilidades ya desarrolladas y
adquiridas de una vez para siempre, deberán volver a encontrarse después de este pasaje, pero
‘’transformadas’’ en forma análoga a aquella en la cual el ‘’cuerpo glorioso’’ o ‘’cuerpo de
resurrección’’ representa la ‘’transformación’’ de las posibilidades humanas, más allá de las
condiciones limitativas que definen el modo de existencia de la individualidad como tal’’29.

Si, como indicamos anteriormente, el primer grado u Obra al Negro se corresponde con el
elemento corporal del iniciado y el segundo grados u Obra al Blanco con el elemento psíquico,
el tercer grado penetra en el orden propiamente espiritual, objetivo de toda la Obra. Dicho de
otro modo, en primer lugar el cuerpo se reintegra en la psique (no olvidemos que la modalidad
corporal no es, en sí misma, más que la modalidad ‘’final’’ del ámbito psíquico o sutil), después
el alma se reintegra en el espíritu y, finalmente, el espíritu realiza todas sus posibilidades o, en
otras palabras, cumple su función cósmica30. Es el símbolo de la Maestría, representado por la
Piedra Cúbica con Punta, y la ‘’Corporificación del Espíritu’’, que se produce al actuar el Azufre
sobre la Sal y no ya sobre el Mercurio como en la etapa anterior: ‘’la transformación de la ‘’piedra
bruta’’ en ‘’piedra cúbica’’, representa la elaboración que ha de sufrir la individualidad corriente
para volver apta a servir de ‘’soporte’’ o ‘’base’’ a la realización iniciática; la ‘’piedra cúbica con
punta’’ representa la incorporación efectiva en esta individualidad de un principio
supraindividual, que constituye la realización iniciática misma’’31. A este respecto, es destacable
que el símbolo gráfico de la Piedra Cúbica con Punta, su figura planta, representa una
estabilización del signo del Azufre, al sustituirse la cruz dinámica por el sólido cuadrado (fig. 7).

29
R. Guénon, ‘’Apreciaciones sobre la Iniciación’’, cap. XXVI.
30
En la Alquimia, ello se corresponde con la Multiplicación que hace posible que, a partir del ‘’polvo de
proyección’’ obtenido en la Piedra Filosofal, se pueden convertir otros ‘’metales’’ en Oro, y, en la
Masonería, con el magisterio que el Maestro debe ejercer entre los aprendices. De forma más general,
expresa la función del Califato, propia del Hombre Primordial, en este mundo: ‘’Adán podía ‘’nombrar’’
verdaderamente todos los seres de este mundo, o sea, definir en el sentido más completo de la palabra
(que implica a un tiempo determinación y realización), la naturaleza propia de cada uno de ellos, que él
conocía inmediata e interiormente como dependencia de su naturaleza misma’’ (R. Guénon, ‘’La Gran
Tríada’’, cap. IX). Cf. nuestro ‘’El apóstol Santiago y la función de Hermes, II, en LyE, nº15.
31
R. Guénon, ‘’La Gran Tríada’’, cap. XII.
La Gran Obra alquímica, la Maestría masónica, llegan a su fin cuando partiendo de Marte -cuyo
signo representa gráficamente aquella muerte, aquel abatimiento de la individualidad, conocido
en el esoterismo islámico como faná o aniquilación -el ser resucita enderezándose- como se
figura en el signo de Venus-, para realizar el estado de Hombre Primordial, simbolizado por el
signo del Oro alquímico, que no es otro que el de la Cámara del Medio de los Maestros masones,
pues como señala Patrick Geay: ‘’El retorno a la unidad y el acto de reunir se hallan
representados por el primer ‘’trabajo’’ del joven Maestro, que consiste en trazar un círculo,
símbolo del Cielo y del Espíritu (Rito Escocés Antiguo y Aceptado). Lo que es más, algunos Ritos
precisan claramente que los secretos que se han perdido podrán ser encontrados en el centro del
círculo’’32. Análogamente a la primera etapa, el conjunto de los signos planetarios son todos del
mismo orden, en este caso solares (como allí eran lunares), lo cual expresa nítidamente que toda
esta fase de la Obra alquímica se realiza en el dominio estrictamente espiritual, y no ya psíquico
como hasta entonces. Curiosamente, esta relación de los signos planetarios (y metálicos) con las
etapas de la iniciación se encuentra literalmente expresado en un conocido catecismo masónico:

‘’ ¿Reconoceríais a vuestro maestro si le viérais?


Sí.
¿Por qué le reconoceríais?
Por su ropa.
¿De qué color es su ropa?
Amarilla y azul, como el compás, que es de cobre y de hierro.33

32
Op. Cit., cap. VI.
33
Manuscrito Dumfries nº 4.

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