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GUSTAVO RAÚL FERREIRA PATIÑO

KLEBZO
EL PODER PROCARIOTA

ASUNCIÓN - PARAGUAY

2016
QUEDA TERMINANTEMENTE PROHIBIDO, SIN LA
AUTORIZACIÓN ESCRITA DEL AUTOR DE LA OBRA, BAJO
LAS SANCIONES ESTABLECIDAS EN LAS LEYES , LA
REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE LA OBRA POR
CUALQUIER MEDIO O PROCEDIMIENTO, INCLUIDO EL
TRASPASO DE UN DISPOSITIVO ELECTRÓNICO A OTRO,
Y LA IMPRESIÓN DEL MATERIAL PARA SU POSTERIOR
COMERCIALIZACIÓN .

LOS HECHOS Y LOS PERSONAJES MENCIONADOS EN LA


OBRA SON DE FICCIÓN . CUALQUIER SITUACIÓN DE
HOMONIMIA O SIMILITUD CON LA VIDA REAL ES MERA
COINCIDENCIA .
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El de arriba es el creador de Klebzo, el poder


procariota.

Siguiendo con la historia del autor, el negocio


de los helados nuevamente resultó menos
rentable de lo que parecía en un comienzo;
por lo tanto, por segunda vez decidió
cambiar de rubro. La venta de diarios podría
ser un buen negocio. Fue así como en las
vacaciones de verano del quinto grado,
decidió convertirse en canillita.
Klebzo es particularmente importante en la
vida del autor, ya que con esta obra rinde un
homenaje a todos los buenos bioquímicos del
país.

Al leerla, abrirás tu mente al mundo de las


ciencias biológicas y quedarás
irremediablemente atrapado con su
contenido. La protección al medio ambiente y
el castigo a los impresentables de la política
paraguaya, son los temas centrales de la obra.

La saga de superhéroes continúa con este


poderoso personaje. Nuevamente te desafío a
que empieces a leerla e intentes detenerte
antes del final.

Que lo disfrutes.
AGRADECIMIENTOS

A mi familia, por apoyarme y estar siempre.

A los seguidores de la página Fuerza PG,


para quienes va dedicado este trabajo.

A Dios, a quien agradezco infinitamente por


las bendiciones recibidas durante toda mi
vida.
CONTENIDO

INTRODUCCIÓN .......................................................... 8
CAPÍTULO I ................................................................... 9
CAPÍTULO II................................................................ 16
CAPÍTULO III .............................................................. 22
CAPÍTULO IV .............................................................. 31
CAPÍTULO V ............................................................... 38
CAPÍTULO VI .............................................................. 52
CAPÍTULO VII ............................................................. 69
CAPÍTULO VIII ........................................................... 75
CAPÍTULO IX .............................................................. 80
CAPÍTULO X................................................................ 99
CAPÍTULO XI ............................................................ 110
CAPÍTULO XII ........................................................... 118
CAPÍTULO XIII .......................................................... 126
CAPÍTULO XIV ......................................................... 136
CAPÍTULO XV ........................................................... 145
CAPÍTULO XVI ......................................................... 162
INTRODUCCIÓN

El accidente en el laboratorio cambió mi vida.

Las cosas materiales pasaron a segundo


plano en un abrir y cerrar de ojos.

Lo prioritario en mi vida es proteger a los


indefensos y colaborar con la ciega justicia.

Para lograrlo, debo conseguir que pierdas tu


poder…Calixto Villalba.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO I

La señora Hermelinda Villamayor, una mujer


de 42 años de edad, alta, bonita, de piel
blanca y cabello castaño mantenido hasta un
poco más abajo del hombro, tenía un
problema que no la dejaba dormir. Después
de parir a su tercer y último hijo a los 38 años
de edad, en reiteradas ocasiones intentó
recuperar su antigua figura; el no conseguirlo
la deprimía, y su estado de ánimo influía en
todos los miembros de la familia. Con el
tiempo logró controlar su depresión y dejó de
hablar del tema. Sin embargo, cuando todos
pensaban que por fin estaba conforme con su
apariencia física, sorprendió con una noticia:
se realizaría una lipoescultura.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Hermelinda estaba decidida, nada la haría


retroceder en su propósito. Consultó con el
Dr. César Torreani, un prestigioso cirujano
plástico formado en el exterior. Luego de
analizar su caso, el médico le aconsejó no
someterse a la cirugía, lo suyo era solo un
pequeño problema que se podía solucionar
con paciencia y sacrificio.

Hermelinda insistió hasta conseguir que el


médico cambiara de postura.

—Necesito que la evalúe un médico clínico,


que se realice un electrocardiograma y esta
batería de análisis clínicos…una rutina pre
operatoria – le indicó el médico.

—Perfecto, doctor, ¿qué hago con los


resultados? ¿es necesaria una segunda
consulta antes de la cirugía?

—No, señora. En el pedido médico figura mi


dirección de correo electrónico, solicite a la
secretaria del laboratorio que me envíe los
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

resultados por e-mail. Al médico que le


realice el electrocardiograma, le pedirá que
me llame si notara algo alterado en el gráfico
– le volvió a indicar el galeno.

—Entiendo doctor. Si todos los estudios


salieran normales, ¿sería posible realizar la
cirugía el próximo martes? – preguntó la
señora Hermelinda.

—Me pone en apuros señora, aguarde un


momento.

El Dr. Torreani tomó el teléfono y tecleó el


número de interno de su secretaria.

—Helga, ¿me podría confirmar si el próximo


martes dispondré de tiempo para realizar
una lipoescultura sencilla?

—Se lo confirmaré enseguida, doctor – le


respondió con prontitud – la fecha más
cercana disponible es el 8 de octubre a las
09:00 h de la mañana, ¿quiere que haga la

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Gustavo Raúl Ferreira Patiño

reserva en el sanatorio? – preguntó la


secretaria.

—Sí, Helga – respondió luego de consultar


con la paciente – Por favor, comunique al
sanatorio San Patricio, que la paciente
Hermelinda Villamayor, ingresará el día
miércoles 8 de octubre a las 07:30 h, la cirugía
empezará puntualmente a las 09:00 h.

Hermelinda se sentía inmensamente feliz,


por fin recuperaría la silueta perdida unos
años atrás. No obstante, sus familiares habían
escuchado tantas historias de complicaciones
durante y después de las cirugías, que era
muy difícil disimular la angustia que la
situación les generaba.

Llegó el día. A las 09:00 h de la mañana del 8


de octubre, se encontraban en el quirófano: el
anestesiólogo, una instrumentista, el Dr.
Torreani y la paciente.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

La cirugía, a pesar de ser sencilla, requería de


anestesia general. El anestesiólogo hizo su
trabajo, y al poco tiempo, Hermelinda quedó
sumida en un profundo sueño.

La habilidad ganada con años de experiencia


y de capacitación continua, permitió al
cirujano retirar los cúmulos de grasa y
realizar suturas casi imperceptibles a la vista.

No hubo complicaciones durante la


intervención, la cirugía resultó exitosa. No
obstante, había que esperar 48 horas para el
alta médico.

A las 10:30 h, la señora Hermelinda se


encontraba acostada en una cama de la
habitación 405 del sanatorio San Patricio.
Unas horas más tarde, recibió la visita de
familiares y amigos, su esposo José Jara, no se
apartó de ella un solo segundo.

Llegó la noche. A las 21:00 h, José apagó el


televisor de la habitación y le dio un beso a
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

su esposa; se desearon mutuamente dulces


sueños. Al cabo de unos minutos, la pareja
dormía profundamente.

A la mañana siguiente, tras la visita de


control de la enfermera, el médico de guardia
del sanatorio evaluó a la paciente.
Inmediatamente después, el galeno se
comunicó con el Dr. César Torreani, la señora
Hermelinda estaba desarrollando un cuadro
febril repentino.

A las 10:00 h del 9 de octubre, el médico


tratante solicitó una rutina laboratorial y tres
tomas de sangre para cultivo, lo que en
términos médicos se conoce como
hemocultivos. El Dr. Ismael Mendoza,
bioquímico, dictó rápidamente los resultados
parciales:

—Doctor Torreani, le quiero dictar los


resultados de la señora Hermelinda
Villamayor.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Lo escucho, doctor Mendoza – respondió el


galeno.

—Glóbulos blancos: 22.000 / mm3,


Neutrófilos en banda: 5%, Neutrófilos
segmentados: 90%, Linfocitos: 5%. Observé
15% de granulaciones tóxicas. Además, la
Proteína C Reactiva tiene un valor de 192
mg/dL – terminó de dictar.

—¡Por Dios, esos resultados indican una


infección bacteriana! – exclamó con
preocupación el médico – Muchas gracias por
el informe oportuno, empezaré
inmediatamente con la antibioticoterapia.

Considerando que el recuento normal de


glóbulos blancos no debe superar los
10.000/mm3, y que la Proteína C Reactiva
debe ser inferior a 6 mg/dL, la apreciación del
Dr. Torreani era correcta.

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Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO II

Marqué mi entrada a las 19:10 h, cinco


minutos antes de mi horario. La Dra. Fátima
Pereira dejó todo registrado, por lo que no
fue necesario hacer un traspaso de guardia en
forma verbal.

Fui a cambiarme, me puse el guardapolvo


blanco que me protegía hasta las rodillas.
Como trabajo en un laboratorio de nivel III,
desde siempre adopté todas las medidas de
bioseguridad necesarias para minimizar los
riesgos de contaminación con agentes
biológicos.

Revisé los casos del día, quedaban pocos


materiales biológicos a ser procesados. Los
cultivé en los medios apropiados, y luego
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

realicé las coloraciones que me permitirían


dar un informe preliminar sobre la presencia
o ausencia de bacterias.

Transcribí mis observaciones al sistema


informático.

Cuando más concentrado me encontraba,


sonó la alarma del equipo detector de
crecimiento bacteriano. Me fijé en las
identificaciones de las muestras.

“Hermelinda Villamayor, habitación 405, fiebre


post lipoescultura”, eran los datos que
figuraban en las etiquetas de identificación
de tres frascos de hemocultivos.

Repiqué las muestras y luego realicé tres


coloraciones de Gram.

En las tres muestras de la señora Hermelinda,


observé bacilos Gram negativos.

Busqué el número del Dr. César Torreani y lo


llamé.

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Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Buenas noches doctor, le habla el Dr.


Fernando Ferrolotto, del departamento de
microbiología del sanatorio San Patricio.

—¿Cómo le va doctor?, supongo que me


llama para darme excelentes noticias sobre
las muestras de la señora Hermelinda –
ironizó.

—Me temo que no, doctor. En los tres


hemocultivos de la paciente crecieron bacilos
Gram negativos – le respondí.

—No me agrada en lo absoluto lo que me


está diciendo, Dr. Ferrolotto.

—Lo sé, a mí tampoco me agrada dar este


tipo de informes. Mañana se tendrá la
identificación de la bacteria y el resultado del
antibiograma, con esos datos, usted podrá
administrarle el antibiótico correcto.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El doctor Fernando Ferrolotto observando al


microscopio

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—Perfecto, llamaré al médico de guardia y le


daré nuevas indicaciones, muchas gracias –
dijo el Dr. Torreani, y luego cortó.

Este caso en particular me llamaba la


atención. Muy raras veces se obtenían
crecimientos bacterianos en tan corto periodo
de tiempo. Además, la paciente se había
realizado una intervención sencilla. Me fijé en
los resultados de análisis pre cirugía de la
señora Hermelinda, todo indicaba que se
trataba de alguien que gozaba de buena
salud. Sentí una indignación repentina; la
cirugía no se había realizado para salvar o
mejorar la calidad de vida de la paciente, fue
para mejorar su bendita apariencia física.

Mientras me encontraba registrando lo


realizado en la guardia, pensé en la gran
influencia que ejerce la sociedad sobre las
personas, en la facilidad con que nos impone
modelos de consumo y de vida, y en lo mal
que nos puede ir si nos dejamos llevar.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Marqué mi salida a las 23:05 h; esta vez, cinco


minutos después de mi horario.

Me subí al auto. Me esperaba la última parte


de mis actividades diarias: manejar 22
kilómetros, hasta llegar a mi casa, en la
ciudad de Capiatá.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO III

Me apasiona la microbiología, sobre todo


trabajar con bacterias, soy bioquímico
bacteriólogo. En el ambiente laboral, me
conocen como el Dr. Fernando Ferrolotto,
pero mis familiares y amigos me llaman
Nando.

Me gradué hace cuatro años en la Facultad de


Ciencias Bioquímicas de la Universidad
Nacional del Paraguay. Inmediatamente
después de recibir mi título, viajé al Brasil,
donde realicé un curso de especialización
sobre “bacteriófagos y su uso potencial en
medicina”. Posteriormente, regresé al
Paraguay, en donde secretamente sigo

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

experimentando con esos “bichitos”, como


diría mi sobrina Gianni.

Actualmente, trabajo en tres hospitales


públicos y en un sanatorio privado. Como
todos los de blanco, debo trabajar aquí y allá
para lograr vivir dignamente. Los sábados y
los domingos no trabajo, son los únicos días
libres que dispongo para compartir con Katy,
mi novia.

De lunes a viernes mi jornada laboral


empieza muy temprano y termina bastante
tarde. A duras penas, consigo levantarme a
las 05:30 h. Voy al baño, tomo una ducha fría
con el propósito de energizar mi organismo,
me cepillo los dientes, me peino, y por último
visto la ropa que usualmente dejo preparada
la noche anterior.

Miro el espejo, veo el reflejo de un hombre de


27 años, de estatura mediana, cutis blanco,

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Gustavo Raúl Ferreira Patiño

pelo castaño, y me digo a mí mismo: ¡qué


facha, pendejo!

Tomo mi bolso y salgo de la casa en mi


deportivo azul – un pequeño lujo que me di a
comienzos de año – rumbo al Hospital de
Especialidades Médicas de San Lorenzo. Allí
me desempeño como encargado de
hematología, la segunda rama de la
bioquímica que más me atrae. Ingreso a las
06:30 h, y me retiro a las 10:30 h.

A las 11:00 h, debo marcar mi entrada en el


Instituto de Salud Social; por suerte, ese
nosocomio queda a pocos kilómetros del
Hospital. De allí me retiro a las 15:00 h. El
tráfico camino a Asunción no es muy pesado
a la siesta, lo que me permite llegar con cierta
comodidad a mi siguiente lugar de trabajo. A
las 16:00 h, debo ingresar en el Hospital
Nacional del Trauma, donde permanezco
hasta las 19:00 h.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Por último, y para cerrar mi pesada jornada


laboral, me dirijo al sanatorio San Patricio,
distante a solo diez cuadras del Hospital
Nacional del Trauma. Marco mi entrada a las
19:15 h, y mi salida a las 23:00 h.

En los últimos tres lugares me dedico


exclusivamente a trabajar en lo que realmente
me hace sentir realizado como profesional: la
bacteriología.

Trabajar a ese ritmo me convirtió en un


sedentario más, solo los fines de semana
realizo algún tipo de actividad física. Por tal
motivo, una protuberancia en la parte media
de mi cuerpo, se encuentra en constante
crecimiento.

Katy tiene 26 años de edad. De cutis blanco,


cabello castaño, rostro suave y delicado; su
físico trabajado es fruto de una hora diaria de
CrossFit. Ella es apenas unos centímetros más
baja que yo cuando se encuentra descalza,

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

situación que cambia y me incomoda, cuando


calza tacones. También es bioquímica, pero
no ejerce su profesión. Vivimos juntos hace
cuatro años. Pensamos formalizar muy
pronto nuestra relación, casándonos en lo
civil y ante Dios. Estamos en comunicación
permanente vía telefónica, y a través de un
popular sistema de mensajes gratuitos.

Luego de juntar algo de dinero como


bioquímica, y de quitar un préstamo de
cincuenta mil dólares, Katy cambió
drásticamente de rubro. Se asoció con una
arquitecta, y actualmente se dedica a la
construcción y venta de viviendas. Su nueva
profesión de empresaria de la construcción,
le está generando grandes satisfacciones
económicas.

Los fines de semana son los días que más


tiempo compartimos como pareja.
Conversamos bastante, ella me cuenta sus
cosas y yo le comento las mías. Mientras me
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

narra las anécdotas de la semana, sus ojos se


iluminan, lo que demuestra lo feliz que está
con su nueva actividad laboral. El personal a
su cargo le tiene un gran respeto; de hecho,
su carácter es fuerte y estricto. No obstante, a
algunos de sus dirigidos no les agrada su
forma de ser, en especial al contratista de la
obra, el señor Walter Irala; típico macho
paraguayo, que no acepta recibir indicaciones
de una mujer.

Katy siguió la carrera de bioquímica porque


su madre, doña Estela, quiso cumplir su
propio sueño de trabajar en un laboratorio de
análisis clínicos en una de sus hijas; Katy
salió sorteada. En esa época de su vida, mi
novia soñaba con ser azafata y así conocer el
mundo. Su pretensión no progresó, tuvo la
oposición férrea de sus padres, y no le quedó
otra alternativa más que desistir.

Ella y yo tenemos varios objetivos y deseos


en común; tener un hijo es uno de ellos, lo
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

estamos buscando hace unos meses,


lastimosamente sin éxito aún.

Anoche pudimos hablar unos minutos antes


de dormir. Le comenté de unos casos de
infecciones intrahospitalarias en pacientes
internados en el Instituto de Salud Social.

—Amor, esta semana tuvimos seis pacientes


internados en el Instituto que presentaron
cuadros de infección, todos causados por el
mismo tipo de bacteria.

—De seguro son casos de infecciones


intrahospitalarias – prácticamente afirmó
Katy.

—Sí; los hemocultivos de todos los pacientes


fueron positivos para Klebsiella pneumoniae, y
para colmo de males, las colonias bacterianas
aisladas, resultaron ser multirresistentes; o
sea, ningún antibiótico fue capaz de
destruirlas y tampoco de inhibir su
proliferación.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡Nando, acuérdate que soy bioquímica y


que manejo muy bien esos términos! – me
reprochó, frunciendo el ceño.

—Lo siento cielo, es que últimamente te veo


tan inmersa en el tema de la construcción,
que me pierdo un poco – me excusé – lo
cierto es que tres de esos pacientes murieron,
y los otros tres se encuentran con pronóstico
reservado.

—¡Qué pena, amor!, es ese ambiente el que


detesto. No soporto ver sufrir a las personas,
menos saber que murieron.

—Uno de los fallecidos resultó ser el


hermano de un compañero del sanatorio San
Patricio, ingresó por acumulación de líquido
sinovial en la rodilla izquierda, y al cabo de
quince días, falleció con el mismo
diagnóstico: “septicemia por Klebsiella
pneumoniae”

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Por lo visto esa cepa de Klebsiella


pneumoniae es muy virulenta – comentó.

—Pienso que sí, porque es capaz de invadir


el cuerpo de personas que no se encuentran
tan mal, y en poco tiempo se las lleva. Una
paciente del San Patricio me llamó la
atención, espero que no sea otro caso de
infección intrahospitalaria. Si bien no es
frecuente en ese centro asistencial, eso no
significa que no pueda ocurrir – fue lo último
que le comenté antes de besar sus labios y
dormir.

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Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO IV

Eran las 19:00 h del jueves 9 de octubre, me


encontraba en el sexto piso del Hospital
Nacional del Trauma, por lo que debía bajar a
toda prisa para marcar mi salida, y así llegar
a tiempo al San Patricio.

A pesar de que llegué puntualmente a las


19:15 h, la Dra. Pereira me recibió con ojos de
impaciencia. Ella me trasmitió todo lo que
debía ser procesado y luego se marchó. Con
un poco de suerte, podría aprovechar el
tiempo, e ir avanzando en mi trabajo de tesis.
Para mi mala fortuna, minutos después de
acomodarme, sonó el teléfono:

—Bacteriología buenas noches, habla el Dr.


Ferrolotto – respondí.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Buenas noches doctor, tiene una toma de


muestra de una secreción de herida
operatoria – indicó la enfermera.

—¿A qué habitación debo ir, licenciada? –


pregunté.

—A la 405 – respondió.

Era una mala señal para la señora


Hermelinda.

Mis planes de ultimar los detalles para la


presentación de mi tesis sobre resistencia a
antimicrobianos, se desvanecieron en
segundos.

—Voy enseguida, licenciada – le respondí.

Tomé el ascensor. Al llegar al cuarto piso, fui


primero a la enfermería a retirar el pedido
médico. Se leía claramente:

“Cultivo de secreción de herida operatoria de


región abdominal”

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

La solicitud de análisis estaba firmada por el


Dr. Manuel Báez, el mejor médico infectólogo
del país.

—¿Cómo se encuentra la paciente? –


pregunté a la jefa de enfermería.

—Muy desmejorada, no responde a la


antibioticoterapia, lo que se ajusta al
resultado del antibiograma – respondió.

—¿Me permite ver los resultados de los


hemocultivos?

—Claro, aquí los tiene – me dijo, y al instante


me entregó el informe laboratorial.

—Se aisla Klebsiella pneumoniae resistente a


todos los antibióticos – pude leer – ¿será un
caso de infección intrahospitalaria? –
pregunté.

—Sería el primero después de mucho tiempo.


Por de pronto, la paciente se encuentra
aislada. Hay exigencias para el ingreso a su

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

habitación pegadas por la puerta; por favor,


tómelas en cuenta – me recomendó
amablemente.

—Pierda cuidado, y gracias por la


información.

Por la puerta de la sala 405, una leyenda


decía:

“Prohibidas las visitas. Código 3”

Código 3, es una clave interna del sanatorio,


que exige al personal de blanco utilizar los
equipos de protección individual adecuados
para evitar la propagación de un agente
infeccioso.

El esposo de la paciente y uno de sus hijos, se


encontraban en el pasillo haciendo guardia.

Entré a la antesala de la habitación. Me


coloqué los guantes, el tapa boca, la gorra de
cirugía y los anteojos de protección. Estaba
preparado.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Al ingresar a la habitación, vi al Dr. Manuel


Báez y al Dr. César Torreani; ellos se
encontraban evaluando a la señora
Hermelinda.

—Buenas noches Dr. Ferrolotto, acérquese


por favor – me pidió amablemente el Dr.
Báez.

—Buenas noches, estoy presto para realizar


lo que me indiquen.

—Por favor, tome una muestra de la


secreción que está drenando del corte –
indicó el médico, haciendo un ademán de
preocupación.

— No pretendo ser pájaro de mal agüero,


solo les quiero comentar que en el Instituto
de Salud Social, seis pacientes presentaron
cuadros de infección intrahospitalaria a una
cepa multirresistente de Klebsiella pneumoniae,
tres de ellos fallecieron – les comenté, no sin

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

antes asegurarme de que la paciente


estuviera durmiendo.

—Estamos al tanto Dr. Ferrolotto, gracias.


Nos preocupa sobre manera el estado de
salud de la señora Hermelinda, sobre todo
después del informe del antibiograma. Esta
tarde, la jefa de bacteriología, la Dra. Marta
Fariña, nos informó que también es resistente
a colistina.

—¡Por Dios, eso no lo sabía! – comenté


asombrado.

Tomé la muestra y me retiré de la habitación.

Ya en el laboratorio, cultivé la secreción de la


herida. La coloración de Gram, nuevamente
confirmó la presencia de bacilos Gram
negativos.

Al final de la jornada, tomé una de las


colonias bacterianas que se obtuvieron de las
muestras biológicas de la señora Hermelinda,
la coloqué en un medio de transporte
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

apropiado, y sin que nadie se diera cuenta, la


llevé a casa. Tenía como objetivo estudiarla
minuciosamente en mi laboratorio particular
clandestino. Lo que estaba haciendo era
arriesgado e ilegal; no obstante, mi vocación
de investigador, a veces me obligaba a no
cumplir ciertas reglas.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO V

—Hola amor, llegas tarde hoy.

—Hola mi vida… sí, me retrasé con un


material de la paciente que te comenté
anoche – le respondí a Katy.

—¿Cómo se encuentra ella?

—Su pronóstico es reservado, los médicos


denotan preocupación en sus rostros y
comentarios. Traje una colonia de la bacteria
para trabajar con ella en el laboratorio.

—¡Estás loco, Nando, nos expones a un


peligro innecesario! – Katy exclamó ofuscada.

—¡Sabes cuánto me apasiona la


investigación! Te pongo sobre aviso, mañana
y pasado mañana, realizaré algunas pruebas.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Bueno, solo te pido que te cuides – me


aconsejó, sabiendo que no lograría hacerme
entrar en razón.

—No te preocupes, tomaré todas las


precauciones que sean necesarias. ¿Cómo te
ha ido en la obra? – cambié de tema
abruptamente.

— Bien, con un solo pero: le sigo cayendo


mal al señor Walter Irala. Me contaron que
todo el día se pasó echando peste sobre mi
persona.

—Cuídate amor, “el macho paraguayo”


herido en su orgullo, puede llegar a ser
peligroso – ya se lo había dicho, sin embargo
creí conveniente reiterárselo enfáticamente.

—No creo que pase a mayores. Una vez


culminada la obra, no le renovaremos el
contrato.

—Me parece bien, amor. Buenas noches. Te


amo.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Buenas noches Nando, también te amo.

Después de un reparador sueño de diez


horas, me levanté, tomé una ducha fría,
desayuné rápidamente y fui a mi laboratorio
“mau”.

Allí estaba, imponente, la colonia de Klebsiella


pneumoniae multirresistente; me sentía
ansioso, solo quería empezar a experimentar
con ella.

En Brasil, me volví experto en manipulación


de bacteriófagos, que no son más que virus
que infectan bacterias, se incorporan a su
material genético y luego las destruyen. Los
bacteriófagos son muy utilizados en técnicas
de biología molecular y, en algunos países de
primer mundo, se está estudiando la
posibilidad de que reemplacen a los
antibióticos.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Recuerdo el temor que sentí cuando crucé el


Puente de la Amistad. Para mi buena fortuna,
el control fue casi nulo en la frontera, y logré
cruzarla con un recipiente especial, repleto de
bacteriófagos, sin que las autoridades de
Brasil y Paraguay se dieran cuenta.

En el Instituto Nacional de Enfermedades


Infecciosas del Brasil, aprendí una técnica
muy sencilla de cultivo viral, que me
permitiría conservar todo el tiempo que
quisiera a los bacteriófagos. Esta sería la
quinta vez que experimentaría con ellos en
mi laboratorio. En las cuatro ocasiones
anteriores, conseguí eliminar cepas
bacterianas multirresistentes de Pseudomonas
y Acinetobacter. Esperaba que ésta, no fuera la
excepción.

Incubé los bacteriófagos con la cepa de


Klebsiella pneumoniae aislada en las muestras
de la señora Hermelinda. En 24 horas más,
obtendría los primeros resultados.
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Esa misma siesta llamé al sanatorio San


Patricio, pedí me transfieran la comunicación
con el departamento de bacteriología. Eran
las 14:00 h del sábado 11 de octubre, se
encontraba de guardia el Dr. Pedro Aguilera.

—Hola Pedro, te habla Nando.

—Hola Nando, ¿a qué debo semejante


sorpresa?

—Quisiera me leas los resultados


preliminares del cultivo de la secreción de
herida operatoria de la señora Hermelinda
Villamayor.

—Claro, se aisló nuevamente Klebsiella


pneumoniae. Dicté el resultado al Dr. Manuel
Báez a las 10:00 h.

—Perfecto, ¿qué sabes del estado de salud de


la paciente? – pregunté.

—Cuando llamé al Dr. Báez, él me pidió una


copia del resultado para agregarlo a su ficha

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clínica. La señora Hermelinda, falleció a las


09:30 h.

Aunque existía la posibilidad de que aquello


llegara a ocurrir, la noticia me dejó pasmado,
no la esperaba.

—Es una pena Pedro, que tengas una buena


guardia – le dije, para cortar después.

Katy llegó a casa a las 14:30 h, nuevamente


había tenido un enfrentamiento verbal muy
fuerte con el señor Walter Irala. Ella estaba
muy nerviosa. No podía librarse de él,
porque tenían un contrato de trabajo firmado
hasta que concluyera la construcción.

Traté de tranquilizarla, le preparé un té de


tilo y le sugerí dormir la siesta, para así
aprovechar el buen clima reinante y salir más
tarde. Esa noche fuimos a cenar a un
restaurante muy conocido del centro de
Asunción, caminamos un poco y luego
43
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

pasamos al cine. No tenía dudas, mi felicidad


era plena a su lado. Sin embargo, a pesar de
la magia del momento, no podía desconectar
mi mente del caso de la señora Hermelinda,
ella dejaba huérfanos a tres adolescentes, y
viudo a un hombre que demostraba amarla.

Llegamos a casa a las 02:00 h de la


madrugada del domingo 12 de octubre.

Después de un sueño reparador, me desperté


a las 09:00 h, me cepillé los dientes e
inmediatamente después, fui al laboratorio.

Tomé el medio en el que había incubado las


colonias de Klebsiella con el bacteriófago. Para
mi sorpresa, las colonias bacterianas no
habían desaparecido como estaba previsto;
muy por el contrario, presentaban un aspecto
vigoroso. Estaba ocurriendo algo sumamente
raro. Lo primero que supuse, fue que los
bacteriófagos no cumplieron con su misión
habitual de destrucción bacteriana, sino que

44
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

al contrario, al acoplar su material genético al


de las bacterias, éstas incrementaron su
resistencia.

“Me encontraba en mi laboratorio clandestino


de microbiología, siendo testigo de la
indestructibilidad de un ser vivo”

Era algo sorprendente, tal vez el primer caso


en el mundo. Nada podía matar a esa
bacteria; y no solo eso, también se
incrementaron sus mecanismos de defensa
contra cualquier tipo de agresión.

45
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Nando observando la cepa de Klebsiella


pneumoniae multirresistente

46
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Observé el extendido de una de las colonias


al microscopio. Para mi sorpresa, las
bacterias de Klebsiella, desde siempre
inmóviles, se desplazaban con increíble
rapidez gracias a la aparición de múltiples
flagelos que actuaban como hélices en el
medio acuoso. Esta mutación significaba –
posiblemente – la aparición de una nueva
variante bacteriana. Su pared celular,
relativamente frágil, se había engrosado
aumentando aún más su resistencia.

La emoción incontrolable que me invadió,


fue la responsable de que no prestara la
debida atención al quitar la lámina del
microscopio. Un movimiento brusco,
provocó que dicha lámina se rompiera en su
parte media, y que uno de los bordes
resultantes, traspasara el guante de látex y
luego mi piel. Esa emoción se transformó en
desesperación. La cepa multirresistente de
Klebsiella pnemoniae mutante por acción del
47
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

bacteriófago, había ingresado a mi torrente


sanguíneo.

Rápidamente me saqué los guantes y


provoqué el sangrado de la herida, mientras
escurría sobre la misma, abundante agua del
grifo. Cogí la solución de clorhexidina – un
potente desinfectante – que se encontraba en
un estante del laboratorio, y la esparcí en
ambas manos.

Fui al baño, abrí el botiquín, tomé dos


comprimidos del antibiótico ciprofloxacina
de 500 mg como medida de precaución, aun
sabiendo que sería inútil, debido a la
multirresistencia de la bacteria.

48
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Nando sufre un accidente de punción con la


lámina que contiene la cepa mutante de Klebsiella
pneumoniae

49
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El segundo paso, “eliminar la nueva especie


bacteriana”, era más que necesario. Coloqué
las colonias de Klebsiella en autoclave por
treinta minutos a 200°c; la presión y la
temperatura extremas en el interior del
equipo, provocarían su eliminación
definitiva.

Debía calmarme, en minutos más despertaría


Katy. Ella nunca estuvo de acuerdo con mis
investigaciones clandestinas, y no me
encontraba de humor para reproches, mucho
menos para escuchar un: “te dije luego”. Opté
por no contarle del accidente.

Tampoco podía acudir a un centro


asistencial, tarde o temprano averiguarían lo
que realmente había sucedido; Katy y mis
padres se verían muy afectados. No quería
que tras mi muerte, pasaran vergüenza por
mi imperdonable imprudencia y mi conducta
poco honorable de científico “mau”.

50
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Cada una hora, iba al baño y me tomaba la


temperatura. Siendo las 22:00 h, no presenté
ningún síntoma y me dispuse a dormir.
Increíblemente, Katy no sospechó nada en
todo el día.

51
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO VI

Eran las 05:30 h del día posterior al accidente


en el laboratorio. En toda la noche, no hice
fiebre ni desarrollé ningún síntoma extraño.

Fui al Hospital de Especialidades Médicas.


Me sentía tan bien, que en todo el día, casi no
me acordé del incidente.

Mi jornada laboral, como todos los días,


culminó pasadas las 23:00 h; sin embargo, no
me sentía agotado como de costumbre.

En los cinco días posteriores, mi cuerpo


experimentó un cambio sorprendente. La
protuberancia abdominal desapareció para
dar paso a un abdomen rígido, bien definido,
como si fuera el resultado de años de
entrenamiento físico. Mis bíceps, mi espalda,
52
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

mis hombros, mis piernas, todo se desarrolló


sin que yo alzara un solo gramo de más.

También aumenté de estatura. De mis


modestos 1,74 m pasé a 1,86 m; considerando
que la estatura media de los paraguayos es
de 1,72 m, me sentía un verdadero gigante.
Debido a estos cambios, tuve que pedir
permiso para ausentarme toda una tarde del
Hospital Nacional del Trauma, necesitaba
tiempo libre para renovar mi vestuario, y de
paso, para recortarme el pelo al estilo
americano. Katy no lograba salir del
asombro por tan impresionantes cambios
físicos; mucho menos, mis compañeros de
trabajo.

Lo primero que se me ocurrió responder


cuando una colega me preguntó cómo había
logrado tan increíbles progresos con mi
cuerpo, fue que desde hacía un buen tiempo
venía consumiendo un preparado natural
importado de la India, vía internet. Poco
53
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

tiempo después, todos en el laboratorio


querían consumir el bendito preparado. Puse
fin al problema, diciéndoles que la fábrica
india había cerrado por haberse comprobado
efectos adversos del preparado sobre la
salud. Con esa explicación se tranquilizaron;
no obstante, continuaron atentos a los
cambios que para bien o para mal, yo podría
experimentar con el correr del tiempo.

Generalmente regresaba a casa a las 23:40 h,


bastante tarde para cualquiera. Aun con el
trajín de todo un día de trabajo; terminaba la
jornada con tanta energía, que era necesario
gastarla en mi gimnasio particular, lugar al
que con anterioridad muy raras veces acudía.
Logré levantar pesos que nunca en mi vida
pensé soportar; y no solo eso, necesitaba
aumentar continuamente la carga para sentir
algún tipo de resistencia.

A Katy la mantenía cada día más contenta y


feliz. Según ella, mi rendimiento en el amor
54
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

había mejorado notablemente de una semana


a la otra, dato que me reconfortaba. Katy me
hacía preguntas constantemente, y las
respuestas que yo le daba, nunca la
convencieron; tanto así, que llegaba a
burlarse de ellas. El viernes 17 de octubre,
cercana la medianoche, fue tan insistente con
su interrogatorio, que no tuve más remedio
que confesarle la verdad. Al principio sintió
miedo, pero luego entendió que hasta ese
momento, todos los cambios que
experimenté habían sido para bien. Solo nos
preocupaba la posibilidad de que aparecieran
efectos secundarios adversos con el correr del
tiempo.

No nos quedaba más remedio que esperar y


lidiar con la incertidumbre.

El sábado por la mañana, me encontraba


ejercitando pectorales y bíceps con 350
kilogramos; cuádriceps y pantorrillas con 500
kilogramos. Mi fuerza era sorprendente y
55
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

parecía ir en aumento. Mientras me


encontraba en el gimnasio, Katy salió rumbo
a la obra, era día de pago al personal. Decidí
darle una sorpresa y pasar por ella al
mediodía.

Después de sudar un buen rato en el


gimnasio, me duché y salí de casa a las 11:00
h. Treinta metros antes de llegar a mi destino,
me percaté que Katy estaba discutiendo
acaloradamente con un hombre, que portaba
en la cintura las herramientas básicas
empleadas en la construcción de obras; detrás
suyo, estaban otros que parecían apoyarlo.

Pude notar como el rostro de Katy pasó del


enojo a la angustia; evidentemente, ella temía
ser atacada en cualquier momento. Paré el
motor y salí a toda prisa del auto.

—¿Qué pasa aquí? – pregunté con tono


intimidante.

56
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡Amor, nunca estuve tan feliz de verte! –


respondió Katy, con cara de alivio.

—¡Tu macho no te salvará, perra! – dijo el


constructor, con la expresión facial más
ofensiva que pudo lograr.

—Tú debes ser el buscapleitos Walter Irala –


le dije – no queremos problemas, nos vamos
a retirar y en otro momento, cuando los
ánimos estén en calma, ambos resolverán sus
diferencias – dicho esto, Katy y yo dimos
una media vuelta con la intención de
alejarnos del lugar.

—¡Sí, soy Walter Irala, y de aquí no se irán


antes de pagarnos!

Al segundo siguiente, Walter tomó su


martillo. Presentí que algo malo ocurriría,
entonces giré mi cuerpo y cubrí mi cabeza
con mi antebrazo derecho; fue un
movimiento reflejo de sobrevivencia. Al

57
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

impactar el martillo, éste, simplemente


rebotó.

La consistencia de mi antebrazo pasó de


normal, como la de cualquier otro hombre, a
dura como el acero. No comprendía lo que
me estaba sucediendo; sin embargo, no tardé
en relacionarlo con el corte accidental en el
laboratorio. Me realicé el siguiente
cuestionamiento mental:

¿Será posible que mi piel pueda transformarse en


una estructura similar a la pared celular de las
bacterias?

Por instinto, dirigí un golpe al rostro de


Walter empleando mi brazo izquierdo. Mi
puño volvió a adoptar esa extraña
consistencia. Al llegar a destino, el golpe
hizo retroceder al hombre varios metros
hasta el portón de la obra en construcción.
Cayó al suelo y quedó inconsciente.

58
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

No pudiendo creer lo que estaban viendo, los


dos corpulentos obreros que secundaban a su
jefe, se encontraban prestos a atacar; uno con
una grinfa, el otro con una vara de hierro.

Sin siquiera desearlo, como si fuera una


respuesta inconsciente al peligro, se
desplegaron dos estructuras alargadas de mi
espalda; una de ellas arrebató la grinfa de la
mano del primer obrero, la otra, la vara de
hierro del segundo. Luego volvieron a
retraerse.

Levanté mi pierna izquierda y,


manteniéndola en el aire, di dos patadas, una
para cada agresor en la región torácica. Creo
que les fracturé el esternón. Los demás
retrocedieron, incluso aquellos que
amenazaban atacar con piedras desde el
balcón.

59
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Giré la mirada a la izquierda intentando


localizar a Katy, ella observaba perpleja
desde el interior del auto.

—¿Qué fue todo eso, Nando? – me preguntó


apenas subí al vehículo.

—No estoy seguro, pero esa estructura rígida


que reemplazó parcialmente a mi piel, creo
que se corresponde con la pared celular
bacteriana – le respondí.

—¿Y esos látigos que salieron de tu espalda?


– volvió a preguntar.

—También tengo una posible explicación: el


bacteriófago con el que trabajé en el
laboratorio, creó mutaciones en la cepa de
Klebsiella, las que provocaron la aparición de
flagelos; los látigos serían esos flagelos – le
expuse mi teoría.

—¡Es todo tan increíble, Nando!, siento una


mezcla de emociones: temor, admiración y
sorpresa.
60
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Eso mismo siento yo, amor.

Uno de los obreros regresó al balcón de la


obra, se armó de valor y arrojó ladrillos
contra el parabrisas trasero de mi auto.
Nuevamente, como si fuera que algo externo
a mí me guiara; bajé del auto y apunté mi
brazo derecho hacia el descontrolado
constructor. De mi extremidad superior, se
desprendió una especie de cuchilla
puntiaguda y afilada, de unos quince
centímetros de longitud. La cuchilla atravesó
la manga desprendida del agresor, y la clavó
a la pared. Aprovechamos el momento para
abandonar el lugar, no quería que Katy
resultara herida.

Todo el trayecto de regreso a casa no dijimos


una sola palabra. Cuando llegamos, lo
primero que ella hizo fue ir al laboratorio a
cerciorarse de que la cepa bacteriana haya
sido eliminada.

61
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿En dónde está la placa con las colonias de


Klebsiella? – me preguntó con voz de mando.

—La eliminé – respondí.

—No me convence tu respuesta. Seguiré


buscando.

Lastimosamente, en ocasiones, mis


aseveraciones le resultaban poco creíbles a
Katy. Con cierta frecuencia solía recurrir a
mentiras “piadosas” para, de esa forma,
intentar calmar los ánimos cuando éstos se
encontraban caldeados.

—Me costó, pero al final logré deshacerme de


ella. Primero puse la placa en autoclave por
el tiempo y la temperatura estándares para la
eliminación de bacterias comunes. Después
de ejecutado el procedimiento, sembré una
porción de esa misma placa – supuestamente
esterilizada – en otro medio de crecimiento
bacteriano. Para mi sorpresa, nuevamente se
desarrollaron varias colonias de Klebsiella
62
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

mutante. No era un microorganismo


corriente, era una súperbacteria.
Cuadrupliqué la temperatura y luego de
ciento veinte minutos, apagué el autoclave.
Volví a sembrar en otra placa, y ya no hubo
crecimiento; al fin había conseguido
eliminarla, o por lo menos eso suponía – le
expliqué con detalles.

—Voy a intentar creer en lo que me estás


diciendo, amor. No deseo volver a pasar
nuevos malos momentos; suficientes con los
que hasta hoy, me tocaron vivir a tu lado.

Katy se refería al accidente ocurrido apenas


tres meses después de haber egresado de la
facultad. Recuerdo aquella tarde como si
fuera ayer. Iba circulando en bicicleta por la
vereda del Campus Universitario del lado de
la avenida Mariscal López, cuando de
pronto, el conductor de una camioneta
europea último modelo, perdió el control del
rodado, desvió hacia la derecha e impactó de
63
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

lleno contra mi humanidad, arrojándome


contra la verja del Campus y dejándome
semiinconsciente.

Debido a mi estado sumamente delicado, los


médicos que me atendieron, decidieron
internarme en una unidad de cuidados
intensivos. Las primeras 48 horas fueron
críticas; Katy y mis familiares esperaban la
peor noticia en cualquier momento. Sin
embargo, tres semanas después del accidente,
empecé a mejorar paulatinamente.

Unos días antes de abandonar el Hospital,


recibí una extraña visita, era el guardia de
seguridad de la casa ubicada frente al lugar
del accidente. Cuidando que nadie se
percatara de sus movimientos, el misterioso
hombre sacó de un pequeño bolso de mano,
un CD y me lo entregó.

—En este CD encontrarás lo que hoy


necesitas – me dijo.

64
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿De qué se trata, señor? – le pregunté.

—Abre el archivo “Pruebas” y lo sabrás –


respondió.

—Lo haré, se lo aseguro. Gracias.

Fue la visita más rara que recibí en toda mi


vida. El misterio se acrecentó aún más,
cuando me percaté que mi pequeña laptop
solo disponía de una entrada USB; debía
esperar a salir del hospital para verificar su
contenido en la PC de mi casa. Todo indicaba
que serían las pruebas que me permitirían
querellar al desalmado conductor.

Calixto Villalba, ese era el nombre del


cobarde que me chocó y no me auxilió. A
pesar de que se encontraba vestido de una
manera muy peculiar, lo reconocí
plenamente. Era el político de mayor
influencia en el país; “el poder detrás del
poder”, ninguna otra frase se ajustaba mejor a
su persona. Al momento del accidente, se
65
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

encontraba acompañado de dos bellas damas,


demasiado jóvenes para un hombre de poco
más de sesenta años de edad. Según rumores,
el político había salido de una fiesta privada
de uno de los tantos lujosos “lugares
románticos” de la zona. Recuerdo que su
mirada perdida, me hizo sospechar que
manejaba en estado de ebriedad o bajo los
efectos producidos por el consumo de
drogas.

Cuando la policía se percató de quién se


trataba, inmediatamente un oficial lo subió a
la patrullera y lo sacó del lugar, antes de que
llegaran los medios de comunicación. Las dos
mujeres, en diminutas faldas, tomaron un
taxi y se esfumaron rápidamente de allí.

La ambulancia no tardó en llegar y los


paramédicos me trasladaron a toda velocidad
al Hospital Nacional del Trauma.

66
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El político jamás apareció ni preguntó por mi


estado de salud, lo suyo había sido una
grosera omisión de auxilio. El frondoso
listado de negocios sucios a los que se lo
asociaba, provocaba que sintiera mayor
desprecio hacia su persona. Entre otros, se
involucraba a Calixto Villalba en el negocio
de las drogas, el tráfico de armas y en la trata
de personas a Europa y a la Argentina.

Después del alta, permanecí sin poder


trabajar otros seis meses. En todo ese tiempo,
solo me dediqué a acumular deudas. Katy se
vio obligada a solicitar un préstamo de cien
millones de guaraníes para solventar los
gastos que mi recuperación y mi
improductividad demandaban. No obstante,
apenas pude desenvolverme por mi cuenta,
retomé mis actividades laborales. En aquella
época, yo trabajaba en el Hospital de
Especialidades Médicas y en el sanatorio San

67
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Patricio. Mis dos sueldos apenas alcanzaban


para pagar la cuota del millonario préstamo.

Tiempo después, participé de concursos del


Estado y logré ingresar como funcionario del
Instituto de Salud Social, y seis meses más
tarde, en el Hospital Nacional del Trauma.
Gracias a mis cuatro sueldos, conseguí pagar
la totalidad del préstamo en dos años.

Con justa razón, Katy no quería volver a


sufrir a mi lado.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO VII

—¿Puedes explicarme por qué esa gente


estaba tan alterada, amor? – le pregunté a
Katy.

—Sí, te explico cariño; los dueños de la


construcción firmaron un contrato en el que
se comprometían a hacer desembolsos de
dinero quincenalmente. Hoy se cumplió la
tercera quincena y no hubo depósito alguno
en nuestra cuenta del banco – dijo afligida.

—¿No pudiste pagarles y eso los alteró?

—Algo así. Al finalizar la jornada del viernes


se pasaron de tragos y hoy amanecieron sin
ánimos para nada. Tuve que alzarle la voz a
Walter para que aceleren los trabajos.
Mientras lo regañaba, me miraba con ojos de
69
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

asesino, pero no hizo nada; Walter logró


contener su ira.

—Ten cuidado con la forma de decir las cosas


amor – le volví a aconsejar.

—Lo sé, ahora más que nunca. La bomba


estalló cuando le avisé que me retrasaría con
los pagos. Allí empezó todo, tú llegaste
apenas cinco minutos después de haberle
dado la mala noticia.

—De seguro, todos pensaron que lo hiciste a


propósito – le dije.

—Sí, fue lo primero que me echaron en cara.


Del resto de la historia, tú formas parte.

—Espero puedas solucionar lo antes posible


el tema económico con ellos, amor.

—También lo espero, no quiero volver a


tener ningún problema con los obreros.
Tendré una reunión con la arquitecta,
debemos exigirles a los dueños de la obra el

70
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

depósito de lo adeudado; si así lo hicieran, el


lunes a primera hora pasaré por el banco,
retiraré el dinero y pagaré al personal. ¿Qué
piensas hacer con tan extraordinarios
poderes, amor? – me preguntó, dando un
giro de ciento ochenta grados a la
conversación.

Debía pensar bien en la respuesta que le


daría.

—Nada, cielo. Trataré de convivir con ellos


de la mejor manera posible, sin dañar a nadie
– le respondí.

En mi interior pensaba de una manera muy


diferente.

Nunca antes se me había pasado por la


cabeza ser un héroe. Sin embargo, desde
siempre me gustó ayudar a las personas. Por
ejemplo, recuerdo aquella vez que un
motociclista cayó al asfalto. Rápidamente se
formó un círculo de personas a su alrededor,
71
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

sin que ninguna de ellas supiera qué hacer.


Casualmente yo pasaba por allí con el auto, la
multitud llamó mi atención, disminuí la
velocidad y pregunté a un transeúnte qué
estaba sucediendo. Apenas lo supe, detuve la
marcha y fui a darle los primeros auxilios.
Varias situaciones similares las viví como
bombero voluntario de la ciudad de Capiatá,
unos cuantos años atrás.

Tras el accidente en el laboratorio, empecé a


contemplar la vida desde otra perspectiva. Lo
material, hasta hace poco muy importante
para mí, estaba pasando rápidamente a
segundo plano. Esos poderes, que por cosas
del destino me fueron obsequiados, debían
tener el mejor de los usos. De nada servirían
si continuaba ocupado todo el día; no
dispondría de tiempo suficiente para hacer el
bien a los demás. Tenía que seguir
trabajando, pero ya no de la forma inhumana
72
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

que lo venía haciendo. Las cosas habían


cambiado, en adelante todo sería muy
diferente. Era una decisión difícil, pero debía
tomarla.

Por más que muchos colegas envidiaban el


éxito que tuve a nivel laboral tras el accidente
de tránsito; para mí estaba claro que el vivir
solo para el trabajo y esclavo del dinero, no
era nada saludable. El lunes presentaría mi
renuncia al Hospital de Especialidades
Médicas y al Hospital Nacional del Trauma.

—Amor, he tomado una decisión y quiero


compartirla contigo – le dije a Katy, un tanto
dubitativo.

—¿Qué pasa, Nando?

—Si te confirmaran el depósito de dinero, el


lunes te acompañaré al banco.

—Imposible amor, los bancos cierran a las


13:00 h, no a las 23:30 h – me dijo con tal
sarcasmo, que me produjo risa.
73
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Renunciaré a mis trabajos del Hospital de


Especialidades Médicas y del Hospital
Nacional del Trauma – le expliqué.

—¡Por fin! – me sorprendió su expresión–


hace tiempo estoy esperando esta buena
noticia, necesitas descansar más y nos vendrá
bien como pareja.

—Sí, amor – me limité a responder, sin


alargar la conversación.

74
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO VIII

Pasé todo el domingo estudiándome.


Comprobé que mi piel era capaz de cambiar
de flexible a rígida según mi voluntad; o bien
involuntariamente, como si fuera que ese
enorme órgano tuviera miles de sensores
capaces de detectar el peligro. Ese cambio
podía darse en todo mi cuerpo o en parte del
mismo. El resultado final era una
transformación completa de mi aspecto, me
convertía en un ser sólido,
imponente…poderoso.

Mis primeras deducciones habían sido


acertadas. La composición química de mi
nueva barrera de protección, era similar a la
pared celular de las bacterias, solo que

75
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

mucho más resistente, dura y fuerte. Debía


conocer sus propiedades, y para lograrlo,
realicé una serie de pruebas.

Con la prueba de dureza, pude comprobar


que en su estado rígido, mi piel era cientos de
veces más fuerte que la madera del
quebracho; o sea, era tan o más fuerte que el
acero, algo sorprendente para una estructura
orgánica.

Los látigos de mi espalda, de unos cinco


centímetros de ancho, podían alcanzar varios
metros de largo. Se encontraban conectados
directamente a mi médula espinal, y ante el
más mínimo estímulo, se desplegaban hacia
el exterior, pudiendo actuar como sogas, o
bien volverse rígidos y duros, y así
convertirse en poderosas estacas capaces de
atravesar los más resistentes materiales.

La cuchilla, que había dejado fuera de


combate al constructor, era solo un ejemplo

76
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

de las armas con las que podía contar. Mi


cuerpo era una verdadera fábrica de
armamentos.

Si bien mi velocidad al correr fue superior al


promedio humano, no sobrepasé los 50 Km/h
al realizar el examen de rapidez. Para mi
sorpresa, mientras repetía la prueba en una
compañía de Capiatá, de mi espalda salieron
nuevamente varios látigos, que luego se
tornaron rígidos, empezaron a girar y a
darme un impulso extraordinario, como si
fueran las astas de una hidrodeslizadora.
Intenté elevarme y volar, pero solo conseguí
dar un gran salto. Con el impulso que
llevaba, fui despedido unos cien metros
hacia arriba y mil metros hacia delante,
recorrido que realicé en quince segundos; o
sea, me desplacé a unos 240 km/h.

Según mi teoría, los látigos podrían ser


variantes de los flagelos bacterianos, que son
las estructuras encargadas de dar
77
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

movimiento a las bacterias. En mi caso,


tendrían utilidades adicionales.

Realicé otras pruebas.

Mi piel resultó ser impenetrable. Intenté


introducir un enorme puñal – herencia de mi
abuelo – en mis cuádriceps, y no lo logré. Me
sentía tan confiado, que realicé un disparo a
mi pie derecho y la bala no logró penetrarlo.
A pesar del resultado satisfactorio de la
última prueba, me quedé con la intriga del
efecto que tendrían sobre mí, los impactos de
proyectiles de armas de fuego de mayor
calibre.

Seguí con el estudio. Mi nuevo yo, resultó ser


resistente a la acción de ácidos y de la
corriente eléctrica. Sospechaba que era capaz
de adaptarme a las agresiones mediante
mutaciones espontáneas, para luego hacerlas
frente con mayor eficiencia, pero no logré
comprobarlo.

78
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Con tantos poderes a mi favor, la


delincuencia caería fácilmente derrotada. Era
mi oportunidad de servir a los demás de la
manera que siempre quise. El origen de mis
poderes radicaba en aquellas misteriosas
bacterias, y en honor a ellas, el mundo me
conocería como Klebzo.

79
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO IX

Katy se reunió con su socia, la arquitecta


Gómez Nunes. El domingo por la mañana,
ambas decidieron despedir a los obreros
responsables de la gresca. El contrato de
trabajo no admitía ningún tipo de agresión
física o intento de agresión. La obra quedaría
a cargo de un nuevo contratista.

—Hemos usado mucho dinero de nuestros


fondos para que la obra no pare, por lo que se
impone asegurar el cobro de todo lo que nos
adeudan los dueños del emprendimiento – le
sugirió Katy a la arquitecta.

—Sí, Katy. Me puse en contacto con ellos y


me volvieron a confirmar que mañana a
partir de las 09:30 h, podrás retirar los cien
80
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

millones de guaraníes que nos deben – le dijo


la arquitecta.

—Perfecto, iré con Nando.

—¿Con Nando? ¿Está de vacaciones?

—No, pero mañana renunciará a dos de sus


cuatro trabajos. Habló telefónicamente con el
director del Hospital de Especialidades
Médicas, Andrés Filártiga; está todo
arreglado, ni siquiera será necesario que
cumpla con el periodo de preaviso.

—Entiendo y lo felicito, trabajaba de más tu


pareja.

—Te aseguro que desde hace bastante tiempo


se lo venía pidiendo.

Llegó el lunes, a primera hora me presenté en


la dirección del Hospital de Especialidades
Médicas. Entregué mi renuncia al director, y
le agradecí por la confianza que me brindó
81
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

por tantos años. Luego pasé al laboratorio.


Fue un momento difícil para mí. Abracé a
cada uno de mis compañeros. Las lágrimas
no estuvieron ausentes; cuando me despedí
de mi jefa, lloramos amargamente, me
llevaba muy bien con ella. Ambos trabajamos
en forma coordinaba por cuatro años,
presentamos trabajos en simposios y
congresos. Me llevo muy gratos recuerdos de
ella, la Dra. Pilar Figueroa.

Al salir del laboratorio pasaría por Katy,


debíamos retirar dinero del banco.

Llegué a Capiatá a las 09:15 h. Estacioné


frente a nuestra casa y toqué dos veces la
bocina; al rato salió Katy portando una
cartera negra. Debía conducir mil metros más
para llegar al banco. Aproveché el trayecto
para comentarle todo lo que había sucedido
en el hospital. Es tan sensible mi Katy, que
mientras yo hablaba, a ella también se le
escaparon algunas lágrimas.
82
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

En menos de cinco minutos llegamos al


banco. El gerente era un amigo de infancia,
se llama Edgar Ortiz, un tipo como los que no
abundan en estos tiempos extraños.

—Disculpe señor, ¿el licenciado Ortiz se


encuentra en el banco? – pregunté al guardia
de seguridad que se encontraba apostado en
la entrada.

—No, señor; el gerente está en camino, avisó


que llegará un poco más tarde.

—Entiendo, gracias.

Quería aprovecharme de su amabilidad, y de


esa manera acelerar mi atención; no estaba en
mis planes esperar en el último lugar de una
larga fila.

Me fijé en el sistema de seguridad del banco.


Cámaras en cada esquina, dos guardias
fuertemente armados. De seguro contaría con
un sistema de comunicación directo con la

83
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

policía. El dinero estaría guardado en una


bóveda bien custodiada y reforzada.

Todas las secciones del banco estaban


separadas por mamparas de blindex
transparentes, por lo que absolutamente
ningún movimiento quedaba sin ser filmado.

Los empleados, sentados en sus lugares,


atendían amablemente a los clientes.

Pude divisar el despacho vacío de la


gerencia.

Después de quince minutos, seis personas


seguían estando antes de nosotros en la fila.

—Buen día – escuché una voz conocida que


sonaba algo intranquila.

—Buen día licenciado Ortiz, pase por favor –


dijo el guardia de seguridad, al tiempo que
desactivaba la alarma de la puerta giratoria,
como lo hacía todos los días para que no
sonara con las llaves del gerente del banco.

84
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Me di la vuelta… algo andaba mal. Edgar


estaba pálido y caminaba con cierta
dificultad. Al verme, parecía que quería
decirme algo con la mirada.

Detrás de él se encontraban dos hombres.


Uno de ellos con un bigote prominente,
cabello largo y lentes oscuros. El segundo
lucía una larga barba – al estilo judío – y el
pelo largo también. Era muy evidente que
ellos estaban disfrazados. Ambos se
apresuraron a ingresar en el mismo segmento
de la puerta giratoria ocupado por Edgar.

El guardia dudó el tiempo suficiente como


para permitir que el de bigote sacara una
escopeta, y encañonara con ella a mi viejo
amigo.

—¡Ustedes dos, bajen sus armas o su gerente


se despide de este mundo! – amenazó a los
guardias el bandido de bigote.

85
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Los guardias intentaron apuntar a la


humanidad del bandido, pero Edgar le servía
de escudo humano.

Al cabo de unos segundos, ingresaron dos


hombres más al banco; estos cubrían sus
rostros con máscaras de Lugovich y Franconi,
dos de los expresidentes más polémicos del
Paraguay. Por dentro me causó gracia verlos.

—¡Mi compañero les ordenó algo…háganlo


ahora! – dijo con tono amenazante el de
barba, demostrando que hablaba en serio
cuando disparó a la pierna izquierda del
guardia que se encontraba cerca de una de
las cajas.

Los clientes del banco entraron en pánico. A


la empleada que estaba a punto de tocar la
alarma, Franconi le apuntó a la cabeza.

—¿Eres idiota o solo finges serlo? – le gritó


con furia el bandido.

—Todos al suelo – ordenó Lugovich.


86
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Al cabo de unos segundos, todos estábamos


boca abajo, tendidos en el piso.

Una camioneta X Z 3.3 color plata y con


detalles en negro, sin chapa, estaba con el
motor en marcha esperando frente al banco.
En total eran cinco maleantes, cuatro en el
banco y un nervioso chofer esperando afuera.

El de bigote tomó a Edgar del cuello y le


ordenó:

—¡Llévanos a la bóveda de inmediato,


cretino!

—Es por allí – respondió el gerente,


señalando el final de un pasillo.

—Si tratas de engañarnos, tu esposa y tus


hijos morirán. Sabemos que tu hija está en la
escuela, que tu esposa pasará a buscarla en
un auto rojo a las 11:30 h, que ella ahora se
encuentra en la casa haciendo gimnasia
mientras tu hijo menor duerme.

87
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Salí de casa justo cuando Lilian se disponía


a hacer ejercicios – pensó en voz alta –
síganme – les dijo Edgar.

El gerente los guió a la parte posterior del


salón principal. Quitó una compleja llave de
su bolsillo y abrió una puerta imponente que
se comunicaba con la bóveda: una estructura
de acero con una compuerta circular, que
solo podía abrirse digitando una clave, a lo
que debía sumarse un reconocimiento de
retina. Los únicos que la conocían eran: el
gerente de la sucursal, el encargado de
seguridad de todo el grupo bancario y el
presidente del banco.

Franconi mantenía el extremo de su escopeta


a la altura de los riñones de Edgar.

—¡Apresúrate, idiota! – le increpó Lugovich.

Llegó a la compuerta y digitó la clave, una


combinación de cinco números y cuatro
letras, y luego acercó sus ojos a un escáner.
88
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

La compuerta no se abrió.

—¿Qué piensas que estás haciendo, maldito?


– preguntó el barbudo con un tono de voz
que infundía temor.

—Lo siento, estoy muy nervioso, lo intentaré


nuevamente.

—Apresúrate, o ahora mismo ordeno que


maten a tu esposa y a tu hijo.

Las manos de Edgar temblaban.

—47M9AZ13F – pronunció en voz alta cada


dígito y cada letra, mientras tecleaba la clave.

Luego de mirar fijamente el escáner, giró la


palanca.

La bóveda se abrió.

—¡Franconi y Lugovich, carguen todo el


dinero en los bolsos! – ordenó el barbudo.

Mientras todo esto acontecía, yo me


encontraba observando a cada uno de los

89
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

malvivientes, ansioso por actuar. Sin


embargo, no podía hacer nada, las cámaras
me delatarían. Además, podían matar a la
esposa y al hijo de Edgar. Esperé a que
tomaran todo el dinero y se largaran.

Cuando salieron del banco, dispararon dos


veces al techo para atemorizar aún más a los
clientes, quienes todavía se encontraban
tendidos en el piso.

La X Z 3.3 seguía con su poderoso motor en


marcha.

Los primeros en subir a la camioneta fueron


Lugovich y Franconi. Mientras tanto, el
barbudo controlaba todo lo que sucedía en la
calle, y el bigotudo echaba el último vistazo
al interior del banco.

El conductor retrocedió la camioneta


haciendo chirriar las cubiertas.

Cuando todos se levantaron, aproveché el


alboroto para salir del local bancario, no sin
90
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

antes asegurarme que Katy y Edgar


estuvieran sanos y salvos. Me acerqué al
policía herido, por suerte, la bala solo había
rozado su pierna.

Mientras iba corriendo tras la camioneta, me


quité la camisa. Debía proteger mi identidad;
para lograrlo, exactamente al girar la esquina
me transformé en el imponente Klebzo. Aun
cuando nadie me reconocería con mi nuevo
aspecto, se me ocurrió que sería buena idea
crear un antifaz con la misma piel que
bordeaba mis ojos. Absolutamente nadie se
percató del cambio.

Cuando estaba por alcanzar a la camioneta


de los bandidos, el conductor aceleró y me
dejó varios metros atrás. No podía permitir
que se salieran con la suya. Desplegué los
látigos de la espalda, les ordené mentalmente
que se pusieran rígidos y que empezaran a
girar; al hacerlo, mi velocidad se quintuplicó
en pocos segundos.
91
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Al darles alcance, inesperadamente Lugovich


quitó la mitad de su cuerpo a través de la
ventana del rodado, y me disparó con una
escopeta. Las balas impactaron en mi pecho
cobrizo, pero no causaron el efecto que
esperaba el bandido; rebotaron como si
fueran balines de goma.

Puse rígido mi puño y di un feroz golpe al


vehículo. A causa del impacto, el conductor
perdió la dirección y entró en la vereda de un
bar. La camioneta se detuvo al chocar de
costado contra la pared del local.

Los asaltantes tenían un arsenal. Se bajaron


los cinco y me dispararon sin piedad. La

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El poderoso Klebzo persiguiendo a la peligrosa


banda de asaltabancos

93
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

pared celular estaba pasando la prueba, era


invulnerable a ese gran poder de fuego.

Mientras me acercaba a la camioneta,


planeaba mi estrategia de ataque.

—¡Cuchilla! – grité, y al extender mi brazo


izquierdo hacia adelante, nuevamente una
afilada cuchilla se desprendió.

—¡Ay! – gritó de dolor el chofer cuando la


cuchilla traspasó su pierna derecha.

—¡Látigo maestro! – volví a gritar.

De mi espalda emergió el flagelo más largo y


poderoso. El látigo maestro tomó la escopeta
caño recortado del bigotudo, con ella le dio
un potente golpe en el rostro a Lugovich,
quien se desvaneció al instante. El látigo
tomó al bigotudo por la cintura y con un
movimiento contundente, lo arrojó a varios
metros de la camioneta.

Quedaban dos: Franconi y el barbudo.

94
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Franconi parecía estar poseído por una


entidad maligna. Tomó una ametralladora y
empezó a disparar. El poder de fuego era
muy intenso.

—¡Estrellas ninjas! – se me ocurrió decir.

De mis manos surgieron dos estrellas que


lancé a los hombros de Franconi. Se quedó
inmóvil y gritando de dolor. Pude acercarme
lo suficiente como para aplicarle un golpe
suave al rostro, que lo tumbó sin
posibilidades de recuperarse en poco tiempo.

El barbudo tomó el volante e intentó escapar


en la estropeada camioneta.

—¡Puño demoledor! – esta vez grité furioso.

Mi puño derecho se tornó duro como el acero


y de mayor tamaño al habitual. Antes que la
camioneta tomara velocidad, di un salto y
golpeé su parte trasera, destruyéndola
completamente. Mi poder era sorprendente.

95
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Me acerqué; el barbudo se encontraba muy


lastimado y sin fuerzas para intentar algo
más.

Minutos más tarde, llegaron al lugar del


enfrentamiento decenas de periodistas que
parecían haberse generado espontáneamente;
el primero en aparecer, fue el popular
Mauricio Martínez.

Permanecí en el lugar esperando a que


llegara Edgar, no quería entregar a otra
persona el dinero hurtado por los bandidos,
no confiaba en nadie más. Mientras lo
aguardaba, los periodistas me hacían las más
insólitas preguntas: ¿quién eres?, ¿de qué
planeta has venido?, ¿amigo o enemigo?

Luego de entregar el dinero a Edgar, di una


única respuesta a los medios presentes en el
lugar:

“Soy alguien bendecido con poderes que van a ser


utilizados para disminuir; o mejor dicho, para
96
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

erradicar la delincuencia de nuestro país…soy


Klebzo”

Posteriormente, me retiré de un salto a un


sitio distante. Gracias a que desaparecí del
lugar, evité a la policía y a su interrogatorio.

Cinco minutos después, regresé al banco con


mi fisonomía normal. Katy estaba sentada,
esperándome.

—¿Qué tal? ¿te divertiste? – me preguntó con


un tono de voz que denotaba enfado.

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El poder del puño demoledor

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO X

Con solo una mañana como superhéroe, todo


mi mundo dio un giro inesperado. Marqué
mi entrada a las 12:05 h en el Instituto de
Salud Social; había llegado con treinta y cinco
minutos de retraso.

El Dr. Darío Fernández, jefe del laboratorio,


me estaba esperando en la puerta junto con
muchos otros compañeros.

—Lo siento doctor, no se volverá a repetir


esta llegada tardía – fue lo primero que se me
ocurrió decir, mientras me colocaba
presurosamente el guardapolvo.

—Nando, ¿te encuentras bien? – su pregunta


me sorprendió.

99
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Sí, jefe, ¿por qué? – pregunté, notando


curiosidad en su rostro y en los rostros de
mis compañeros de trabajo.

—Es que te vimos salir del banco asaltado


esta mañana. Te filmaron los del canal 3.
Saliste como un rayo, te sacaste la camisa y
después que doblaste la esquina no supimos
más de ti, nos quedamos muy preocupados.

—Corrí unos metros más, en verdad no sé


qué pasó por mi mente; supongo que me creí
un héroe de acción por unos instantes, pero
luego recordé lo debilucho que soy y desistí.

—Lo debilucho que “eras”, ahora tienes un


físico imponente – me elogió con picardía
Brigitte Villasanti, la jefa de recursos
humanos.

—Gracias jefa, pero me conozco, y por suerte


no continué con mi delirio porque eran
personas muy peligrosas; en el banco lo
demostraron.
100
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿Qué sabes de Klebzo?, nos sorprendió ver


tanto poder en tan sorprendente ser –
preguntó el jefe de informática, Fredy
Aquino.

—Nada Fredy, sé de él lo mismo que tú. Por


suerte, Klebzo detuvo a los delincuentes y
entregó el dinero hurtado a las autoridades
del banco.

—Su cuerpo es un arma perfecta. Me


impresionaron esos látigos que salieron de su
espalda – dijo la Dra. Juliana Benítez, con
cierto gesto de repulsión.

No pude contener las ganas de reír.

—Estoy de acuerdo con usted doctora, Klebzo


es un superhéroe con aspecto de villano –
dije, y todos estallaron en carcajadas.

Las horas que estuve en el Instituto de Salud


Social trabajé y al mismo tiempo narré los
sucesos del banco.

101
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El noticiero de la siesta, volvió a mostrar


gran parte de lo que había ocurrido. Mis
compañeros volvieron a reír a carcajadas
cuando me vieron salir del banco corriendo
como desquiciado.

—¡Qué lomo, papito! – me dijo Irma Méndez,


la encargada de la limpieza del laboratorio.

Su comentario me puso rojo como un tomate.

Todos estaban muy interesados en conocer


más acerca del superhéroe. Varias veces les
repetí que no sabía nada de él; pero a pesar
de las aclaraciones, volvían a preguntar.

La pasé muy bien en el laboratorio. Cuando


llegó la hora de retirarme, todos se
despidieron de mí con palmadas en el
hombro, o bien estrechándome la mano.
Antes de subir al auto, miré el espejo
retrovisor y me arreglé el pelo con la mano
derecha, no pudiendo evitar la aparición de
una sonrisa “sobradora”. Mi nueva “facha” –
102
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

como dicen los jóvenes de hoy – encajaba


mucho mejor con el deportivo azul.

—¿En dónde estás, amor? – me preguntó


Katy por teléfono.

—Estoy por llegar al Hospital Nacional del


Trauma, cielo. Presentaré mi renuncia al
director, luego pasaré por el laboratorio a
despedirme de los compañeros.

—¿Y más tarde qué harás? – pude percibir


una pizca de celos en su pregunta.

—Haré un recorrido por la ciudad y luego iré


al San Patricio.

—Bueno amor, cuídate.

—Tú también.

La despedida de mis compañeros del


Hospital Nacional del Trauma, fue tan
emotiva como lo había sido a la mañana en el
Hospital de Especialidades Médicas.

103
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Hasta el momento de marcar mi ingreso en


el San Patricio, nada raro había ocurrido en
las calles de Asunción. El cuarto piso del
sanatorio estaba en cuarentena. Después del
óbito de la señora Hermelinda, se
suspendieron las internaciones en ese bloque.
Se procedió a realizar desinfecciones diarias
siguiendo las recomendaciones de la
Organización Mundial de la Salud. El
personal encargado de esa labor, fue
sometido a un chequeo completo antes de
realizarla. Los que presentaron algún
resultado alterado en sus análisis, fueron
separados del grupo de trabajo. A los que
quedaron seleccionados se les proveyó de
trajes especiales, que luego fueron destruidos
en torres de incineración. Del procedimiento
se encargó la Dirección Ambiental del
Ministerio de Salud.

Me sorprendió la aparatosidad del


despliegue, pero por dentro estaba muy de
104
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

acuerdo, la cepa de Klebsiella pneumoniae


podría resultar muy peligrosa.

Procesé varias muestras, dejé todo registrado,


marqué mi salida y me retiré del laboratorio.
Debía caminar unos ciento cincuenta metros
para llegar al estacionamiento. La calle estaba
oscura y silenciosa. El alumbrado público de
la esquina no funcionaba.

Iba caminando a paso moderadamente


rápido, cuando dos motos se detuvieron a
unos diez metros de mí. Los acompañantes,
un joven de remera negra y otro con camisa
verde, se bajaron y me interceptaron. Ambos,
armas en mano, me exigieron les entregara
mi billetera y mi teléfono celular.

—Por favor, váyanse a sus casas, mediten lo


que están haciendo y consigan un trabajo
digno – les aconsejé.

—¡Estás loco, man! - respondió el de remera


negra – entrégame todo lo que tienes – dijo,
105
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

mientras el otro me apuntaba a la cabeza con


una pistola.

—Les daré mi billetera, solo les ruego


aguarden un momento, quitaré lo que no les
servirá, y a mí sí.

—¡Realmente perdiste el juicio! – me dijo el


segundo joven, quien sin mediar palabras me
disparó en el abdomen.

Lo miré a los ojos y volvió a disparar. Se


sumó el de remera negra, quien disparó a
quemarropa a mis pectorales. No me
sorprendieron, quería saber hasta dónde
llegarían y no me equivoqué. En menos de
un minuto, y sin ofrecer resistencia, yo había
recibido cuatro balazos de muerte.

Cuando ellos se percataron que no fluía


sangre de mi cuerpo, descargaron sobre mí
las balas que sobraban. Asustados, me
propinaron golpes de puño y patadas. Sus
manos sangraron y sus pies quedaron muy
106
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

adoloridos; es más, el de remera negra se


fracturó el empeine.

Los dos hombres que esperaban en las motos


a sus cómplices, arrancaron e intentaron
escapar. Me fijé a los lados, no había ni un
alma en las calles.

“Látigo maestro” – pensé, y salió de la parte


media de mi espalda el flagelo principal en
su forma flexible. Lo extendí hasta que dio
alcance a los motociclistas, los amarró y con
sorprendente rapidez, los trajo hacia mí.

—¡Hombres jóvenes, llenos de vida y


saludables, dedicándose a robar! – les
reproché, sintiendo una profunda vergüenza
ajena.

—Lo sentimos señor, no tenemos otra manera


de subsistir. Los cuatro, somos expresidiarios
y nadie nos quiere dar trabajo – dijo el que
disparó a mi abdomen.

107
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—En este momento, cualquier otra persona


sería un cadáver por los escasos cien mil
guaraníes que estaban en mi billetera y por
un celular, que ni siquiera es de última
generación – les volví a reprender.

—Lo sentimos señor, no volverá a ocurrir.

—¡Eso se los aseguro!

Con una fracción del látigo, amarré a los


cuatro asaltantes a una columna del
alumbrado público. Les di algunos
“golpecitos” aleccionadores, y por último,
llamé al 911.

Cuando llegaron los policías, les narré lo que


había sucedido sin contarles que me
dispararon. De esa manera les regalaba la
oportunidad de rehacer sus vidas.

Todo terminó a las 00:30 h. Me subí al auto,


medité sobre en quién me había
transformado y en mis grandes

108
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

responsabilidades. Francamente estaba algo


asustado.

Llegué a casa a las 01:10 h, la ruta 2 se


encontraba desolada.

Katy estaba dormitando, tuvo un día muy


pesado en la obra. Apenas terminé de
saludarla, revisé mi camisa; un agujero en la
zona de la espalda y varios más en el frente,
me impedirían volver a utilizarla. Después de
ducharme, acerqué mis labios al rostro de
Katy, le di un beso y luego me acosté.

109
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XI

A pesar de mis muy incrementadas


responsabilidades, paradójicamente mi nivel
de estrés disminuyó completamente desde
que adquirí los poderes. El hecho de haber
renunciado a dos de mis cuatro trabajos,
posibilitó que disfrutara más de las cosas
sencillas de la vida.

Katy manejaba mucho mejor al personal de la


obra. Mediante un control estricto pero
amigable, ella lograba que se cumplieran
puntualmente los plazos de entrega. Le iba
tan bien en su nuevo negocio, que casi no
sentimos la disminución de mis ingresos.

Un miércoles cualquiera, Katy y yo nos


despertamos al mismo tiempo. La miré a los
110
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

ojos y me sentí muy afortunado por tenerla a


mi lado. La besé tiernamente, una cosa llevó
a la otra, y terminamos amándonos. Nuestra
relación merecía recibir el más preciado
regalo: la bendición de un hijo.

Un embarazo previo con un desenlace poco


feliz, nos dejó temerosos.

—Amor, ¿Cuándo fue tu fecha de última


menstruación? – le pregunté.

—Hace más de un mes, cielo, ¿por qué la


pregunta?

—Porque sueles ser muy regular, y llevas


unos cuantos días de retraso.

—¿Quieres tomarme una muestra de sangre


y analizarla?

—Creo que sería conveniente, lo haré antes


de que vayas a trabajar.

—Bueno amor, crucemos los dedos, deseo


con el alma tener un hijo tuyo – sus últimas
111
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

palabras me enternecieron hasta el punto de


no poder contener las lágrimas.

A las 7:50 h le extraje 3 mL de sangre a Katy,


diez minutos más tarde, ella salió rumbo a la
obra.

Me sentía muy esperanzado. Nuestro primer


bebé iba a llamarse Thiago. A las ocho
semanas de gestación, su corazoncito en
formación dejó de latir, fue una pérdida muy
dolorosa para nosotros. No obstante, la
ilusión estaba renovada.

Recuerdo que estando de guardia en el


sanatorio San Patricio, realicé una extracción
de sangre en el domicilio de una familia
acaudalada de Asunción. Al llegar a la
mansión, me recibió muy amablemente la
mamá del paciente. El jovencito de catorce
años, aparte de buen mozo, resultó ser en
extremo correcto, de conversación inocente e
interesante para un chico de su edad. En su

112
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

honor, si fuera varoncito, a nuestro bebé lo


llamaríamos Renzo. Si fuera niña, su nombre
sería Antonella, un tributo a la protagonista
de una novela que habíamos leído y que nos
gustó de más. Ella, al igual que en la novela,
sería nuestra princesita.

Pero antes debía conocer el resultado de la


prueba de embarazo.

La ansiedad hacía que no llegara nunca la


hora de salir rumbo al Instituto de Salud
Social. Después de una eternidad, por fin el
reloj marcó las 10:00 h.

Me subí al auto cuidando de llevar en el


maletín el tubo que contenía la muestra de
sangre de Katy. Marqué mi entrada a las
10:45 h. Fui al laboratorio, identifiqué el tubo
con una etiqueta de código de barras, lo
coloqué en la centrífuga y al cabo de diez
minutos, cuando se separó el suero, lo
introduje en el autoanalizador.

113
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Debía esperar cuarenta minutos para conocer


el resultado de la hormona que el organismo
produce cuando existe embarazo.

¡Cuarenta largos minutos!

No tenía cabeza para otra cosa, por lo tanto,


las muestras que debía procesar,
permanecieron correctamente conservadas en
mi sección.

Solo faltaban cinco minutos, mi mirada no se


desprendía del monitor del majestuoso
autoanalizador que emitía los resultados más
confiables del planeta.

Un minuto.

114
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Nando esperando ansiosamente el resultado de la


prueba de embarazo

115
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Por fin, apareció el resultado en el monitor.

Sub unidad Beta de la Gonadotrofina Coriónica


Humana: 2015 mUI/mL.

En ausencia de embarazo, el valor de la


hormona debe ser igual a cero.

Katy estaba embarazada de unas seis


semanas.

¡Voy a ser papá! – grité como diez veces, sin


lograr contener mi emoción.

Todos en el laboratorio me felicitaron y


abrazaron.

Estaba feliz, no solo por el embarazo de Katy,


sino también porque la fecundación había
ocurrido antes de mi accidente en el
laboratorio, por lo tanto, nuestro bebé no
sufriría ningún efecto adverso.

Seleccioné el número de Katy en mi celular.


Sonó una, dos, tres veces, y luego pasó al
buzón de voz. No era el tipo de noticias que
116
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

se cuentan con un mensaje de voz, mucho


menos con un mensaje de texto. Esperé dos
minutos y volví a intentarlo; esta vez, atendió
al primer sonido del timbre.

—Hola amor, ¿cómo salió el estudio? – me


preguntó con ansiedad Katy.

—¡Amor de mi vida…serás mamá!

117
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XII

A una sección especial del Departamento de


Investigaciones de la Policía Nacional, se le
encargó investigar lo acontecido en la
sucursal bancaria de Capiatá.

Todos los delincuentes fueron aprehendidos


y el dinero devuelto al banco. Se determinó la
no participación de los funcionarios de la
entidad bancaria en el atraco.

Solo faltaba descubrir la identidad del


superhéroe.

Evasores de impuestos, contrabandistas,


dueños de negocios fraudulentos, todos ellos
disfrazados de inocentes corderos, activaban
en la insana política nacional. De la noche a
la mañana, ellos sintieron que Klebzo
118
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

representaba un peligro potencial para sus


turbios negocios. Organizaron una reunión
secreta con Calixto Villalba, y le comentaron
sus inquietudes.

—Don Calixto, estamos angustiados, la


aparición de ese supuesto superhéroe ha
puesto en peligro muchos de nuestros
negocios. ¡Familias enteras podrían resultar
muy perjudicadas! – expresó con vehemencia
un diputado nacional del Norte del país.

—Sí, estimado parlamentario, mis propios


negocios podrían correr la misma suerte.
Aunque al final no pase nada – como
normalmente sucede con nuestro pueblo
olvidadizo – debemos evitar cualquier
posible mal rato – añadió don Calixto.

—Pienso lo mismo que ustedes; y esto que


quede bien claro, no se trata solo de nuestros
bolsillos, sino más bien de esas pobres
personas que dependen de nosotros, y que

119
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

podrían llegar a perder sus puestos de trabajo


– comentó un poderoso comerciante, sobre
quién recayó la sospecha de introducción al
país de productos de contrabando por un
monto multimillonario.

—Le rogamos tome cartas en el asunto, don


Calixto – dijo un aduanero.

—No se preocupen muchachos, tengo


muchos “amigos”, en especial en filas
policiales. Haré que averigüen y que
descubran quién es en verdad ese tal Klebzo, y
luego me encargaré de ponerlo fuera de
circulación. Espero que no sea ambientalista.

—¿Por qué espera eso? – preguntó el


diputado.

—Porque hice rodar varias cabezas de la


Secretaría del Medio Ambiente (SMA), entre
ellas la del mismo ministro Norberto Rubín.
El pobre imbécil se atrevió a desafiarme
impidiendo la construcción de un shopping
120
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

de mí propiedad en una esquina arbolada de


Villa Morra, supuestamente por causar un
daño ambiental grave y una serie de boberías
más. Eso a mí no me interesa, pero él se cree
representante de Greenpeace en Paraguay.
Buscó su baja y la consiguió rápidamente –
alardeó entre risas, el influyente político.

—Nos parecía “luego” que su mano intervino


en esa remoción – expresó el diputado.

—En poco tiempo más, iniciaremos la tala de


los primeros treinta árboles. Tengo el
permiso de nuestro ilustre correligionario,
Armando Sanabria, intendente de Asunción,
y también de la nueva ministra de la SMA, la
Dra. Ingrid Favero.

—¡Es usted el capo máximo del país. El


presidente de la república ni a los talones le
llega! – aduló, con falsa devoción el
aduanero, sin imaginar los cambios que más
adelante se darían en el país, gracias a las

121
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

acciones del recientemente electo presidente


Juan González.

Fue así como los oficiales Rodríguez y


Ledesma, recibieron la orden superior de
descubrir la verdadera identidad de Klebzo.

Estudiaron las filmaciones de las cámaras de


circuito cerrado de la zona. Recogieron datos
de los testigos. Requisaron todo lo que se
había desprendido del cuerpo de Klebzo, e
investigaron su composición química,
propiedades físicas y químicas en el
Departamento de Criminalística.

Al cabo de tres días, surgieron las primeras


conclusiones:

—Mira Ledesma, este joven que salió


corriendo del banco, no aparece en la cámara
de seguridad de la casa que está a la vuelta
de la esquina. Allí vemos directamente a
Klebzo.

122
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Tienes razón, Rodríguez. Debemos


comparar su rostro con los que tenemos
registrados en la base de datos.

—Le pediré a Osvaldo Gutiérrez se encargue


de ello.

—En cuanto al análisis laboratorial de los


materiales desprendidos de su cuerpo, se
determinó que se trata de materia orgánica
de una dureza nunca antes vista. En nuestro
país, el material de origen orgánico más duro
que existe es la madera del quebracho; es tan
dura, que su nombre proviene de la frase
“quiebra hacha”. Considerando que todo salió
de Klebzo, podría afirmar que su cuerpo tiene
varios cientos de veces la dureza del
quebracho – explicó Rodríguez.

—Esas estructuras alargadas que salieron de


su espalda, a las que él llamó látigos, tienen
una doble propiedad: son flexibles en su
estado natural; sin embargo, aplicándoles

123
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

una descarga eléctrica, se vuelven tan duros


y fuertes como el resto de su cuerpo –
continuó explicando Ledesma.

—Estamos ante un ser con habilidades


superiores a las de cualquier humano. Tal
vez sea de otro planeta – divagó Rodríguez.

—Un material que de flexible pasa a


extremadamente duro y fuerte, un cuerpo
productor de armas, látigos que salen de
distintas partes de su cuerpo y que cumplen
diferentes funciones, son algunas de sus
características. Probemos su resistencia al
calor – sugirió Ledesma.

—Usaremos los hornos de la Secretaría Anti


Estupefacientes (SAE), donde se incineran
las drogas incautadas de los traficantes. Allí
tendremos un control más preciso de su
punto de combustión.

Fue así como los investigadores llevaron


fracciones del látigo, de la cuchilla y de una
124
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

de las estrellas ninjas. Se inició la prueba de


resistencia al calor cuando el horno alcanzó
los 200°c. Los materiales permanecieron
inalterables durante los quince minutos
preestablecidos.

La temperatura subió a 300°c, luego a 350°c y


nada. Los materiales no sufrieron ningún tipo
de alteración.

400, 500°c, no se observó ningún cambio.

A los casi 600°c, todas las partes empezaron a


quemarse.

—¡Por Dios, Ledesma!, si todo su cuerpo es


de este material, Klebzo es básicamente
indestructible con las armas convencionales.
Debemos informar a don Calixto.

—Estoy de acuerdo. Preparemos un informe


detallando todos nuestros hallazgos.

125
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XIII

Katy se encontraba de dieciséis semanas de


gestación; el tiempo pasaba rápidamente, en
cerca de cinco meses más seríamos padres.
Diez días atrás, ella suspendió sus
actividades laborales, el temor a una nueva
pérdida nos obligaba a ser extremadamente
cautelosos. Si por mí fuera, Katy pasaría todo
el embarazo acostada, pero su hiperactividad
no le permitía reposos prolongados.

La ecografía mostró que “Renzo” estaba en


camino. Mi princesita Antonella esperaría un
poco más.

—Buen día, amor – me saludó con un beso al


despertar.

—Buen día, cielo, ¿qué tal dormiste?


126
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—No mejor que tú, pero no me quejo.

—Lo siento, es que últimamente concilio el


sueño con facilidad – le dije.

—Es lógico que así sea, amor – me consoló.

—¿Y cómo amaneció el principito?

—Inquieto, creo que será futbolista por las


poderosas patadas que me da – respondió
Katy.

—¡Qué bueno, amor! Ojalá no te equivoques,


sea un gran futbolista y nos lleve de paseo
por toda Europa.

Así, cada día que pasaba, le cambiábamos de


profesión, y como no teníamos la menor
duda de que sería exitoso en la vida, en
nuestro sueño en común, nos pagaría los
pasajes para recorrer el viejo mundo.

—Amor, escucha por favor las noticias – me


pidió Katy.

—Bueno, cielo.
127
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

La información hacía referencia a la


aprobación por parte de la Secretaría del
Ambiente y de la Municipalidad de
Asunción, de echar los árboles de uno de los
pulmones del barrio Villa Morra para la
construcción de un shopping.

Aun cuando los vecinos se opusieron


tenazmente, al final las dos instituciones
citadas otorgaron al anónimo dueño de la
propiedad, la autorización para derribar
ciento cinco árboles de más de diez metros de
altura cada uno.

Los ciudadanos de Asunción estaban


indignados. Aproximadamente cincuenta
personas bloquearon la entrada al predio en
un intento por impedir el ingreso de las
máquinas que deforestarían el lugar.

—Pero… ¿qué están haciendo, amor? –


pregunté.

128
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Van a derribar más de cien árboles de


aquella hermosa propiedad de Villa Morra
que tú tanto admiras.

—¡Por Dios, debo hacer algo para evitarlo!

—Sería lo correcto, amor. Debes darte prisa,


acaban de llegar los Cascos Negros.

—¡No lo puedo creer!, piensan reprimir a esa


pobre gente. Quiero que vayas a la casa de tu
hermana Desiré, y permanezcas allí hasta que
todo esto termine. Te amo, debo salir, cuida
bien de Renzo.

Fui al patio, me convertí en Klebzo,


desplegué los látigos posteriores, los puse
rígidos y a girar. Tomé impulso y me elevé.
Creí que solo daría saltos con la ayuda de las
astas de mi espalda; sin embargo, mientras
me encontraba en el aire, mi cuerpo adoptó
una posición casi horizontal; los látigos –
rígidos y planos – cumplieron la función de
las astas de un helicóptero. Estaba volando y
129
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

lo hacía a gran velocidad con dirección a


Villa Morra.

Mientras tanto, frente al predio, las personas


demostraban gran valor manteniéndose
firmes en la entrada principal.

—En nombre del ministro del Orden Público,


les solicito se retiren inmediatamente de este
lugar y den paso a los trabajadores – dijo el
comandante de la fuerza policial con un
altavoz.

—¡Sobre nuestros cadáveres! – respondió un


eufórico ciudadano.

—¡Si eso quieren, así será! – murmuró el


comandante.

Fue así como empezó la represión. Golpes


aquí, golpes allá, disparos con balines de
goma y gritos en contra de la construcción

130
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

del shopping, hacían que la situación se


tornara desesperante.

A pesar de la paliza recibida, una segunda


línea de ciudadanos se dispuso nuevamente
frente al portón principal. Los Cascos Negros
retrocedieron temporalmente.

Nadie se oponía a la construcción en sí,


porque daría puestos de trabajo, el tema en
discordia era el daño que causaría al
ambiente la tala de esos antiguos y hermosos
árboles. Los vecinos ecologistas solicitaban
que se revea la ubicación del shopping en un
lugar con menos vegetación. Ellos, desde
hace bastante tiempo atrás, luchaban por
convertir en plaza pública al hermoso predio
arbolado.

131
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Klebzo dirigiéndose a Villa Morra

132
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El jefe de los Cascos Negros, Fabián Riquelme,


atendió su teléfono móvil.

—Hola – respondió el comandante.

—Buen día, Riquelme.

—Buen día, don Calixto. Como podrá ver por


televisión, estamos frente a una situación
sumamente delicada.

—Entiendo Riquelme, pero sí o sí, la


construcción de la obra debe iniciarse hoy.
Haga todo lo que esté a su alcance para que
eso suceda.

—Entendido señor, así lo haré.

Terminada la comunicación, el comandante


Riquelme indicó a sus subordinados avanzar
hacia el portón principal. Un contingente de
veinte hombres muy bien equipados se
acercaba en forma lenta y desafiante a la
propiedad.

133
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Los vecinos no se movieron del lugar. Detrás


de los Cascos Negros avanzaban las
poderosas máquinas que se emplearían para
derribar los árboles.

De pronto, y sin que nadie lo esperara,


aparecí de lo alto con todo mi poder.
Descendí y me coloqué del lado de los
vecinos.

—Deténganse! – ordené enérgicamente.

Los Cascos Negros y las máquinas frenaron


su avance.

—¡Klebzo!, presentíamos que vendrías.


Necesitamos hablar, la gente está muy
nerviosa y no entiende razones – me dijo un
hombre de traje azul marino, quien resultó
ser el abogado de la firma constructora.

—Hablemos pues, pero aquí, frente a todos –


respondí.

134
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Tenemos una resolución municipal a favor


de la construcción, también una resolución
judicial que la autoriza y respalda – explicó.

—¿Cómo consiguieron esas resoluciones? El


estudio de impacto ambiental determinó que
la obra es inviable en este lugar, todos los
aquí presentes lo sabemos, fue un tema muy
polémico unos meses atrás – repliqué.

—La ministra de la SMA determinó que el


daño al ambiente será mínimo – intentó
justificarse.

—¡Me huele a mucha inmundicia, abogado! –


dije, muy enojado.

El profesional del derecho, ofuscado por mi


último comentario, tomó su teléfono móvil,
seleccionó uno de sus contactos, habló por
cinco minutos y luego dijo: “procedan”, a los
efectivos policiales.

135
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XIV

Katy miraba angustiada la transmisión en


directo de lo que estaba aconteciendo en Villa
Morra desde la bien escondida casa de su
hermana, en una compañía de Luque. Ambas
estaban atentas a lo que el periodista
Mauricio Martínez narraba:

Véanlo ustedes mismos apreciados televidentes;


los ciudadanos tratan a Klebzo como un héroe
nacional.

Los Cascos Negros, con sus enormes escudos, se


están desplazando en dirección al portón principal
de la propiedad.

¡Temo que esto termine en una tragedia!

136
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Los asuncenos ecologistas les lanzan piedras, pero


están lejos de lograr que retrocedan.

Klebzo no actúa, supongo que espera ser atacado


primero para luego reaccionar.

Los Cascos Negros llegaron al portón principal y


están reprimiendo con fuerza a los manifestantes.

—No pares de narrar los hechos, Mauri – se


escuchó decir al presentador principal del
noticiero desde el estudio central del canal 3.

—¡Ojalá y esto acabe pronto! – dijo con tono


desesperado Katy a su hermana.

Los manifestantes que continúan en el lugar,


están siendo salvajemente golpeados. Muchos
optaron por retirarse.

Klebzo sigue inmutable aun cuando recibió varios


golpes en distintas partes de su cuerpo. ¡No
comprendo su estrategia!

—Sal de ese lugar Klebzo, no compliques más


las cosas – casi imploró el abogado.
137
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡No!, me quedaré aquí, no puedo permitir


que la ambición personal pueda más que el
bien común.

—Si no te corres, la policía va a actuar, ¿sabes


lo que eso significa?...que abrirán fuego
contra ti.

—Estoy preparado para todo, solo quiero


advertirle que de este enfrentamiento van a
salir varios lastimados, y no seré yo uno de
ellos.

—¡Que sea como quieras! – respondió con


tono desafiante.

¿Escucharon ese diálogo, amigos? , al parecer


ninguna de las partes está dispuesta a ceder un
solo milímetro de terreno.

Uno de los Cascos Negros ordenó a sus camaradas


se coloquen a los costados del portón. Klebzo
continúa inmutable en la misma posición.

138
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—Por favor amor, sal de allí – gritó con todas


sus fuerzas Katy, como si Nando pudiera
escucharla.

¡Oficiales armados, apostados justo frente a


Klebzo, están disparando sin compasión al
superhéroe!

¡Se están sumando más oficiales, el tiroteo es


intenso!

Klebzo no retrocede, pero extrañamente, tampoco


responde a los ataques.

Los curiosos miran sorprendidos este acto de


heroísmo sin precedentes en Paraguay.

Las máquinas se acercan cada vez más al portón.


Su cuerpo parece ser invulnerable al ataque; sin
embargo, tengo mis dudas de cuánto tiempo más
resistirá.

Es una situación desesperante, solo comparable


con las que se ven en las películas de acción de
Hollywood.

139
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Las personas lloran de espanto por lo que están


viendo.

De pronto, los televidentes dejaron de


escuchar la voz del periodista. La transmisión
había sido interrumpida por orden superior.

Katy estaba a punto de infartar. Tomó su


teléfono y llamó cientos de veces a su amor.
Nando no respondió.

Desiré le dio un tranquilizante, y al cabo de


unos minutos, Katy se quedó profundamente
dormida.

Mientras tanto, la lucha seguía en Villa


Morra.

140
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Klebzo versus Cascos Negros

141
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Cuando nadie lo esperaba, de la espalda de Klebzo


surgió una especie de cuerda… ¡látigo maestro!
escuché decir al superhéroe.

El periodista siguió grabando con su teléfono


celular; como siempre, desafiando las
órdenes que vienen del alto mando.

Esto es sorprendente, el “látigo maestro” se está


introduciendo en la cabina de una de las tres
topadoras y está enroscando al conductor cual
anaconda a su presa.

El conductor, con un movimiento intuitivo,


detuvo la marcha de la enorme máquina. El látigo
lo está llevando hacia un árbol y ahora lo está
amarrando a él.

Lo mismo hizo con los otros dos conductores.

Los monstruos deforestadores quedaron anulados.


Esto es poco creíble amigos.

Los oficiales continúan con ininterrumpidos


disparos al cuerpo de Klebzo.

142
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

¡Látigo supremo!, escuché decir a Klebzo.

Nuevamente, de su espalda surgió una estructura


similar a la anterior, que al poco tiempo se tornó
tan rígida como una vara de acero.

¡Por Dios!, el “látigo supremo” traspasó los pies


de los oficiales que se encontraban disparando.
Todos cayeron al suelo, gritando de dolor. Los
amarró con látigos cortos desprendidos de sus
brazos.

Klebzo dio un salto y se acercó al abogado de la


firma constructora. Me aproximaré lo más que
pueda para escuchar la conversación.

—¿Quién es tu jefe? – preguntó Klebzo.

—¡Nunca te lo diré! – respondió con cierto temor


y mucho nerviosismo el abogado.

—No hace falta que me lo digas – dijo Klebzo, al


ver el nombre de una llamada entrante en su
celular; era el político don Calixto Villalba.

143
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Para mi asombro, Klebzo tomó impulso y salió


volando. Escuché el nombre: Calixto Villalba, pero
no logré interpretar en qué contexto lo había
mencionado.

Hasta aquí la transmisión de este fabuloso suceso.


Mañana tendrán detalles de lo acontecido en las
páginas del diario HC con impresionantes
imágenes captadas por Luis Romero. Se despide de
ustedes, Mauricio Martínez.

144
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XV

Tenía un solo objetivo: llegar a la residencia


de Calixto Villalba, y poner las cartas sobre la
mesa.

—Señor, Klebzo se dirige a su casa – el


abogado puso sobre aviso a su jefe.

—No te preocupes Miranda, le tengo


preparada una bienvenida que jamás
olvidará.

—¿De qué habla, señor?

—De que conozco su punto débil. Sé cómo


dejarlo fuera de circulación en forma
permanente. Apenas supe de él, sabía que me
causaría problemas, así que lo mandé
investigar por los dos mejores agentes del

145
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Departamento de Investigaciones de la
Policía, los oficiales Ledesma y Rodríguez.

—¿Cuál es su punto débil? – volvió a


preguntar el abogado.

—Lo sabrás cuando los noticieros informen


acerca de su muerte.

Me dirigía a toda velocidad a un barrio


cerrado exclusivo de Asunción. El destino
haría posible que después de varios años,
volviera a encontrarme con la persona que
tanto daño me había causado.
Constantemente me preguntaba cómo
hubiera sido mi vida si en aquel día trágico,
decidía hacer algo diferente a recorrer en
bicicleta.

No sentía deseos de venganza, pero sí la


necesidad de que se hiciera justicia por lo que
me tocó sufrir en carne propia, y por todo el
mal que llegó a cometer a muchas personas,
146
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

gracias a su enorme influencia política y a sus


negocios fraudulentos.

Al fin, llegué a su residencia. Era la casa más


grande y lujosa dentro de un gigantesco
predio.

Presioné el timbre. Salió a mi encuentro una


señorita de unos veinte años, blanca y de
grandes ojos marrones.

—Buenos días señor, ¿en qué puedo serle


útil? – preguntó con una apacible y dulce
voz, lo que me resultó muy raro, pues mi
apariencia no podía dejar de impresionarla.

—¿Se encuentra el señor Calixto Villalba? –


pregunté con falsa serenidad.

—No, don Calixto se encuentra en el interior


del país, apoyando una candidatura.

—¿Pero cómo no va a estar?, ¡necesito


resolver temas urgentes con él! – cometí el
error de alzar la voz sin darme cuenta, y de

147
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

mirar con desconfianza el interior de la


residencia.

—Lo siento señor, no estoy autorizada a dejar


ingresar a ningún extraño a la casa.

—¡Mis disculpas, señorita! – dije, y me di la


vuelta, simulando que le creí, y que
abandonaría el lugar.

Al hacerlo, la bella joven me disparó con una


pistola 9 milímetros. Las balas impactaron
directamente en la zona lumbar de mi
cuerpo.

—Por Dios, ¿qué estás haciendo, niña?

—Peleo por mis ideales y contra todos los


que quieran hacerle el más mínimo daño a mi
jefe.

Al instante me di cuenta que la señorita tenía


bien lavado el cerebro.

Apunté mi brazo derecho a sus piernas.


Lancé un látigo corto que la amarró de los
148
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

tobillos. A pesar de que cayó al suelo


aparatosamente, la joven siguió disparando.

Con el látigo supremo tomé su arma y la lancé


lejos del lugar.

Su reacción la delató, Calixto se encontraba


en la lujosa mansión.

Me acerqué a la puerta principal. El silencio


era perturbador. Cuando me encontraba a
tan solo un metro de ingresar, empezaron los
disparos. Cientos de proyectiles impactaron
en mi cuerpo en pocos segundos.

Con el látigo maestro, saqué de circulación al


que disparaba desde la terraza.

Del centro de mi pecho, lancé cuchillas que se


clavaron en las piernas de dos malvivientes
más.

Quedaban tres hombres; dos en la planta alta


y uno a mi costado, todos hacia mi derecha.

149
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Apunté con el brazo derecho al que se


encontraba abajo y le lancé dos cuchillas más,
que lo atravesaron a la altura de los hombros.
El criminal quedó pegado a la pared de la
mansión sin poder moverse y sufriendo un
gran dolor.

Solo restaban dos enemigos.

Tomé impulso y salté hacia ellos.

A uno le di un tenue golpe con mi puño


demoledor. Retrocedió varios metros, cayó al
suelo, y ya no pudo incorporarse.

El último pretendió escapar, bajó por las


escaleras y se ubicó en el centro del patio. Yo
no lo permitiría. De la planta alta salté al
patio. El bandido estaba a unos cinco metros
de mí. Me miró a los ojos y me dijo: “es hora
de morir, maldito”

En cierta forma, a pesar de que disparaba


como loco contra mí, me causó gracia la frase.
Su ametralladora no tenía suficiente poder
150
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

destructivo como para causarme la muerte, ni


siquiera el menor de los daños. Cuando iba a
quitarle el arma con el látigo maestro, dos
poderosas llamas, una a mi derecha y otra a
la izquierda, chocaron contra mí.

Me quedé inmóvil. El calor que sentía apenas


podía soportarlo. La pared celular empezaba
a resentirse; era solo cuestión de tiempo para
caer rendido…muerto.

—Ahí tienes lo que tanto buscabas – escuché


una voz que provenía de la puerta principal
de la mansión.

Con esfuerzo, logré levantar la cabeza. Era


Calixto Villalba.

—¡Así que tú eres el poderoso Klebzo! –


exclamó con sarcasmo.

—Sí, lo soy, y tú eres uno de los mayores


criminales de mi país – le retruqué.

151
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡Pero por favor! ¿quién eres tú para


reprochar mi conducta…Nando?

A pesar del dolor intenso que me producían


las llamas, no logré ocultar mi asombro.

¿Cómo sabes quién soy? – conseguí


preguntarle.

—Lo sé todo, Nando. Fue muy fácil para mí


descubrir tu verdadera identidad. ¿Quién lo
diría?, por segunda vez nos encontramos en
una situación desafortunada. ¡La diferencia
es que hoy morirás, malnacido!

Internamente, sentí que las palabras del


villano se cumplirían.

—Mi gente se encargó de estudiar toda tu


estructura. Eres casi invulnerable. Digo casi,
porque no toleras las temperaturas muy
elevadas. Cuando tu cuerpo alcance los
seiscientos grados centígrados, empezarás a
incinerarte.

152
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Klebzo es atacado con lanzallamas y pone a prueba


su punto débil

153
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

¿Sería el final de mis días? La prueba de


resistencia al calor fue la única que no había
realizado aquel primer domingo, luego de
adquirir los poderes. Por mi mente pasaron
Katy, Renzo, mis padres, y tantas otras
personas importantes para mí. Me invadió
una gran desesperación.

Era imposible soportar un segundo más. La


elevada temperatura me estaba haciendo
perder la consciencia.

Cuando parecía que todo estaba acabado, mi


cuerpo fue cubriéndose con un material de
aspecto cristalino, y a los pocos segundos me
convertí en un ser totalmente diferente.

—¿Será que logré encapsularme? – me


pregunté.

Algunas bacterias, en situaciones críticas, se


encapsulan y de esa manera consiguen
soportar las condiciones más adversas.

¡Y así fue!
154
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

Mi ADN fue capaz de mutarse


inmediatamente después de sufrir la agresión
térmica. Ese era el fundamento de la
indestructibilidad de las cepas de Klebsiella
pneumoniae multirresistentes. Me convertí en
un ser tan poderoso, que al fuego lo sentía
como una tenue brisa.

Ver la cara de espanto de Calixto me causó


placer.

—¿Qué maldito demonio eres? – espetó.

—El que va a arreglar cuentas contigo –


respondí.

Dejé fuera de combate a los que lanzaban


llamas con cuchillas de cristal que se
desprendieron de mis antebrazos.

Levanté a Calixto Villalba del cuello y lo


llevé al salón principal.

—Como sabes quién soy, también sabrás que


estás en deuda conmigo – le dije.

155
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿En deuda contigo? – dijo, respirando a


medias – Suéltame idiota, no vez que apenas
puedo hablar.

—¡Como digas! – respondí, lo solté, y cayó


aparatosamente al suelo.

—¡Lástima que no moriste aquel día!, de


haber sabido que así terminarías, yo mismo
te hubiera aniquilado.

—Esta fue tu última oportunidad de lograrlo


– respondí.

—No estés tan seguro – insinuó, y luego rió a


carcajadas – estás muerto, Nando. En el
momento que lo desee, hallaré otro punto
débil y lo atacaré con bravura. Además,
¿sabes en dónde se encuentra tu esposa
embarazada en este preciso instante?

Su pregunta me congeló los huesos.

—Se encuentra protegida – respondí.

156
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿Por quién? ¿por ti?, mis hombres están


frente a tu casa de Capiatá en este preciso
instante – añadió.

—Sí, por mí – respondí, confiando que Katy


haya seguido mis indicaciones de salir de la
casa e ir a la de su hermana Desiré.

—Pues empieza a preocuparte, porque si yo


lo ordeno, o si mi gente no sabe nada de mí,
tienen instrucciones precisas de destruir tu
familia.

—Tu habilidad con las palabras no te servirá


de nada esta vez. Ni siquiera sabes en donde
se encuentra Katy, lo puedo notar por la
expresión de tu rostro. En cambio tú, sí tienes
mucho que perder. Si quisiera, ahora mismo
te mataría – le dije.

157
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

El imponente Klebzo cristalino levantando al


villano don Calixto Villalba

158
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¿En verdad crees que no me di cuenta de


que eres incapaz de infligir ese tipo de daño?
Eres un fraude, un superhéroe temeroso e
insípido, no eres nadie frente a mí – dijo con
alto nivel de soberbia.

—Estas errado, muy errado. Pero no deseo tu


muerte, quiero que desde este preciso
instante te apartes de la política y de la
protección que hasta hoy te ha brindado.

¡Estás demente! – espetó.

—No, tú lo estarás si no me haces caso.


Vendré por ti todos los días y te castigaré sin
piedad. No tendrás un solo día sin
sufrimiento. Si te escondes, te buscaré y será
todavía peor. Si contratas a sicarios para
matarme, perderás mucho dinero sin que se
cumpla tu objetivo.

—¡No puedes hacer eso! – exclamó con


prepotencia.

159
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡Sí puedo, eso y más! Todos sabrán quién


quiso talar los árboles para saciar su
ambición personal. Sabrán quién me chocó y
de dónde salías cuando aquello ocurrió.
Sabrán que te fuiste sin siquiera acercarte a
ver cómo me encontraba.

—¡No tienes pruebas de ello, cretino! – me


increpó.

—Las tengo – le retruqué.

—¡Imposible!

—En aquel tiempo, el uso de cámaras de


seguridad no era común. Sin embargo,
estando internado en el hospital, un viejo
conocido me entregó algo que puedo usar en
tu contra. Tengo la filmación del momento
del choque; te verás muy bien en los
noticieros de todo el mundo con esa peluca
roja que llevabas puesta.

—¡Imposible! – volvió a repetir, esta vez con


desesperación.
160
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

—¡Un político de tanto renombre, borracho o


drogado al volante, y con dos mujeres de
vida fácil!, definitivamente tendrás mucho
que explicar. Te doy la opción de pagar tus
culpas dignamente; si no debes nada, no
tienes nada que temer. Te dejo aquí, sin un
solo rasguño, para que lo pienses y decidas lo
que más te convenga.

Fue esa, la segunda y última vez que vi a


Calixto Villalba frente a frente.

161
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

CAPÍTULO XVI

Pasaron cinco meses de aquel encuentro.


Katy dio a luz a Renzo, un bebé hermoso,
blanco como la leche, de tiernas facciones y
pelo castaño claro. Se convirtió en el centro
de nuestro mundo. Antonella, de seguro
vendría un poco más adelante, y sería
todavía más hermosa.

El convertirse en madre, volvió a Katy más


tierna de lo que ya era. Siguió trabajando en
el rubro de la construcción; de hecho, está en
sus planes estudiar arquitectura.

En cuanto a don Calixto Villalba, al dejar de


lado su poder político, fue investigado de
pies a cabeza. Se lo halló culpable de varios
cargos que pesaban en su contra, lo que le
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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

valió una fuerte suma de dinero en concepto


de resarcimientos al Estado, y una condena
de cuatro años de prisión domiciliaria.

El escrache continuo de la ciudadanía frente a


la casa del expolítico y hombre fuerte del
gobierno, hizo que perdiera todo su poder.

El pueblo protestó porque esperaba un


castigo mayor. Si no todos, la gran mayoría
de los paraguayos quería que su arresto fuera
en la cárcel de Tacumbú, con los presos
comunes. Sin embargo, desde un comienzo
yo supe que ese no sería su destino, pero la
libertad, en cualquiera de sus formas, no
tiene precio.

El gran responsable de la caída de don


Calixto, fue aquel guardia de seguridad que
me entregó el misterioso CD que contenía un
archivo de video titulado: “Pruebas”. En
realidad, nada tenía que ver con las pruebas
del accidente, se trataba de un documental

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Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

acerca de las pruebas que te pone la vida, un


material de autoayuda para superar
momentos difíciles. El guardia supo de mi
accidente, y como gesto de solidaridad, me
regaló el CD. Me causó mucha gracia pensar
que una de mis cuestionadas “mentiras
piadosas”, pudo más que todos mis poderes
juntos, y consiguió derrotar al hombre que
adoptó al engaño como modelo de vida.

Mi mundo cambió bastante, pero siempre la


familia en primer lugar. Katy y yo
empezamos a tener más tiempo para hacer
vida social, por lo que hicimos nuevas
amistades.

En el trabajo, seguí dando lo mejor de mí,


estudiando e investigando.

En cuanto a Klebzo, forma parte de mi vida.


Sale a la luz siempre que alguien necesita
ayuda, cuando existe una injusticia, un
164
Klebzo, el poder procariota
Gustavo Raúl Ferreira Patiño

crimen por perpetrarse; o bien, cuando es


necesario castigar a los poderosos que se
sienten invulnerables.

Estando en casa, con Katy y Renzo, sentí algo


raro en mi espalda. Repentinamente, los
látigos emergieron a la superficie como dos
antenas. Algo terrible sucedería, y debía estar
preparado para enfrentarlo.

FIN

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