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El orden divino en la alabanza:

Las Fuentes (introducción)


Por Zabdiel Torres. Un día, un amigo de la familia nos visitó en la casa de mis padres. Después
de disfrutar de la comida tomó una guitarra y nos enseñó una bonita canción en zapoteco (una
lengua indígena de la región del Istmo de Tehuantepec, muy antigua, de sonidos suaves y
musicales). Sin entender en absoluto lo que decía la letra, pude percibir que había tristeza y dolor
en la melodía. Después nos explicó que esa canción se titulaba en español “Última Palabra” y
que en Oaxaca, su tierra natal, se cantaba durante los funerales de un ser querido. Me llamó
especialmente la atención porque me recordó un himno que se cantaba en la iglesia desde hace
años, que aunque no tenía exactamente la misma melodía, sí era la misma idea musical.

Me pregunté si era posible alabar a Dios con una música que, si bien era muy bella, expresaba
tanto desamparo y desesperanza. Más aún, ¿sería posible exaltar el Nombre que es sobre todo
nombre y humillarnos delante de Él con música que expresara rebelión o soberbia? La música es
en sí misma una forma de expresar una idea, la cual está unida a nuestra alabanza a Dios, por lo
que es muy importante aplicarla correctamente. Me dispuse a buscar la dirección de Dios y a
escudriñar las Escrituras para entender cuál es el orden que Él ha establecido para su adoración y
encontré cosas muy interesantes que deseo compartirles.

A Dios, lo que es de Dios

Lo primero que podemos decir en cuanto a la correcta adoración a Dios es que la Biblia nos
enseña que nada podemos ofrecerle al Señor Todopoderoso, santo y perfecto que no provenga de
Él. En realidad, fuera de Él no hay nada que valga la pena. Por ejemplo, nuestras oraciones
pueden ser recibidas en lo alto solo si están de acuerdo a la voluntad de Dios (1ª Jn. 5:14-15), es
decir, si lo que hablamos en oración es conforme a su Palabra. Quien pide y no recibe,
seguramente es porque pide de la manera incorrecta (St. 4:3). Dios no tiene por qué escuchar lo
que le es ajeno, por eso la Biblia dice que el sacrificio de los impíos es abominación a Jehová
(Pr. 15:18).

Lo mismo sucede con nuestra alabanza, solo será recibida si lo que le decimos a Dios con música
(esto es la alabanza, una oración musical) es conforme a su Palabra (Sal. 87:7). No por nada los
cantos más poderosos son aquellos que usan el texto bíblico casi literalmente. También es muy
importante que la música usada en la alabanza tenga un origen divino o sea inspirada por Dios.
La música que proviene de Él es espiritual y tiene características específicas que veremos en las
siguientes entregas.

Por último, es necesario que la alabanza sea elevada desde el corazón (Ef. 5:19; Col. 3:16), es
decir de nuestro espíritu pues el corazón es figura del espíritu –cuando recibimos a Cristo en
nuestro corazón lo recibimos en realidad en nuestro espíritu que se une, a partir de ese momento,
al Espíritu de Dios (1 Co. 6:17). Así que, tanto el contenido (lo que correspondería a la letra)
como la música y el intérprete mismo, deben provenir de Dios para que una alabanza sea
agradable delante del Señor. A continuación abordaremos cada uno de estos aspectos.
El Incienso (1a parte)
Por Zabdiel Torres. El Altar del Incienso del Tabernáculo de
Moisés nos muestra el orden divino para la adoración (Ex. 30:1-
10). Aunque no estaba dentro del lugar santísimo, donde se
encontraba el Arca del Pacto y donde descendía la presencia de
Dios, era el mueble más cercano a ese lugar, solo separado por un
velo (He. 9:4, se refiere a él como un mueble perteneciente al lugar
santísimo). Cuando Jehová le ordena a Moisés que construya ese
altar, le da instrucciones precisas sobre sus dimensiones y los
materiales con los que debía estar fabricado. El Altar del Incienso,
situado frente al Arca del Pacto, es una figura de nuestra
adoración dirigida a nuestro Señor Jesucristo.

Lo primero que encontramos en el mandato de Dios para conservar


la santidad de este altar es que estaba prohibido quemar sobre él
“incienso extraño” (Ex. 30:9). El incienso corresponde a la materia prima de nuestra alabanza, es
decir, las palabras que utilizamos en ella. En Ap. 8:3,4 encontramos que el incienso era agregado
a las oraciones de los santos –esto es a sus palabras— después de un periodo de silencio. La
alabanza requiere de palabras por definición, de acuerdo a lo que dice He.13:15: “Así que,
ofrezcamos por medio de él á Dios siempre sacrificio de alabanza, es á saber, fruto de labios que
confiesen á su nombre”.

Así como no hay sahumerio posible sin incienso, tampoco hay alabanza posible sin el uso de
palabras. Interpretar instrumentalmente un canto, es decir, la música sin la letra, puede servir
como tema de fondo al final de una predicación, o para acompañar un tiempo de oración, o
simplemente para ejercitar un instrumento, pero no es suficiente para la adoración a Dios, pues
ésta requiere del componente verbal. Mucho menos si se trata de un performance de
instrumentos musicales, que se compone de una secuencia de acordes o ritmos que, bien
ensamblada, puede oírse bien, pero que no constituyen una alabanza como tal.

Introducir conceptos ajenos o contrarios a la Palabra de Dios en la letra de nuestra


alabanza es ofrecer un incienso extraño al Señor. En la actualidad, hay muchos cantantes y
grupos cristianos cuyas composiciones musicales no mencionan explícitamente a Dios. Con el
fin de hacer producciones comerciales y que puedan venderse en el mercado más amplio posible,
tanto religioso como secular, los mensajes de estos compositores usan ciertas expresiones
bíblicas para que los cristianos las identifiquen como música evangélica, pero sin llegar a
mencionar a Dios abiertamente, y así pasar desapercibidos como música secular a fin de ser
aceptados por el público no cristiano.

Recuerdo el concierto de un grupo evangélico español, que tocaba al aire libre, en la Puerta del
Sol, en un evento de corte evangelístico; lo único que había en la letra de la canción era:
“Imparable, imparable es el amor, imparable es el amor, imparable es el amor…” ¿El amor de
quién?, me pregunté. Los jóvenes se acercaban curiosos atraídos por la música, tan rítmica, tan
actual. Se notaba que los muchachos se lo estaban pasando muy bien, pero no era más que la
“tocada” de una banda como cualquier otra, sin mensaje evangélico concreto, sin hablar
explícitamente de la salvación de Jesucristo y, por consiguiente, sin producir en aquellos jóvenes
una pizca de conciencia de Dios.

Hay letras muy poéticas en ciertas alabanzas cristianas y que pueden pasar como válidas, pero
son en realidad puntos de vista personales, inclusive muchas de ellas difieren de lo que la Palabra
de Dios dice. Por ejemplo, los cantos dirigidos al Espíritu Santo podrían parecer correctos, pero
la Biblia nos dice: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y
la gloria, y el poder, para siempre jamás” (Ap. 5:13). En ninguna parte de la Biblia encontramos
una adoración al Espíritu Santo, por lo que debemos ser cuidadosos cuando escogemos un canto
que se refiera a esa persona de la Trinidad.

El incienso extraño es muy fácil de identificar, tiene un color y aroma distintos al incienso de
Dios y se puede detectar inclusive desde antes de quemarlo. Si la letra de una alabanza no resiste
el análisis de la Palabra de Dios puede desecharse sin dificultad. Las composiciones que no
mencionan a Dios, que solo hablan de la naturaleza, del hombre mismo, o de conceptos
contrarios a las verdades bíblicas, por muy poéticas que sean, desprenderán un aroma ajeno que
difícilmente será recibido en las alturas (Ex. 30:34-38).

El Fuego (2da parte)


Por Zabdiel Torres. El segundo elemento que
encontramos referente a la santidad del Altar del Incienso
es el fuego de Dios que quema el incienso para elevar el
aroma correcto. El fuego debía tomarse del altar de los
sacrificios y ser depositado en el incensario del sacerdote
para que éste lo pudiera mecer y así llenar toda la casa
del Señor con un aroma delicado. El fuego del altar, es
figura de la música que proviene de Dios. La música es
un catalizador que eleva la adoración de los santos. El
fuego es muy importante y Dios se refiere en tres
ocasiones al “fuego extraño” que los hijos de Aarón
ofrecieron a Jehová (Lev. 10:11; Num. 4:4; 26:61).

Su error consistió en tomar fuego de otra fuente diferente al altar y ponerlo en sus incensarios. El
acto fue reprobado, aún cuando usaron el incienso correcto porque el fuego aplicado no había
sido mandado por Dios, y murieron consumidos por el verdadero fuego que salió delante de
Jehová. Recordemos que hay tres fuentes de donde puede emanar la música o el fuego:

1. Dios. La Biblia dice en los Salmos que Él es el Músico Principal, y en otra parte dice que “se
gozará sobre nosotros con cánticos” (Sof. 3:16), esto significa que Dios crea música y cantos, y
que los usa para gozarse. Su música es espiritual porque todo lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es (Juan 3:6).

2. El hombre. La segunda fuente musical es el hombre, a quien se le ha dado el privilegio de


crear música con su voz y con otros instrumentos (la voz humana es considerada un instrumento
musical). El ser humano tiene esta habilidad con el propósito de recibir del cielo la inspiración
que le permita alabar a Dios correctamente. Cuando el hombre crea música con un fin
diferente, o de su propia carne, entonces Dios deja de escuchar.

Lamentablemente, algunos músicos cristianos tienden a amar la música sobre todas las cosas y
buscan desarrollar al máximo su habilidad, pensando que mientras mayor complejidad tenga una
música, mejor calidad tendrá y mejor aceptación tendrá en los cielos. Pero las composiciones
musicales muy complejas, creadas para la alabanza al Señor, son altares labrados con escalinatas
que exponen la desnudez del adorador (Ex. 20:24-26).

Quizá esta tendencia se debe a que, después de todo, la música de origen humano proviene de la
rama genealógica de Caín (Gn. 4:16-21). El músico cristiano necesita comprender que la
música no es el aroma, tampoco es un fin en sí misma, sino un instrumento para que el
perfume (el incienso) suba, un medio por el cual se cataliza y se canaliza la adoración a
Dios.

3. El diablo. En tercer lugar, satanás es lamentablemente la tercera fuente de música (Ez.


28:13,14) y su música es un arma poderosa para apartar al hombre del camino de Dios, para
dominar la voluntad humana y finalmente someter las habilidades musicales del ser humano (así
sea solo el canto) a la adoración satánica. También es una música espiritual, pero del reino de
las tinieblas, es decir de un espíritu opuesto al de Dios.

El Señor nos pide que alabemos espiritualmente cuando nos dice que lo hagamos en nuestros
corazones (Ef. 5:19; Col. 3:16). Ya hemos dicho en entregas anteriores que el corazón es figura
del espíritu y repetidamente Dios nos muestra en su Palabra que, para Él, la prioridad siempre ha
sido nuestro espíritu, luego nuestra alma, y al final nuestro cuerpo.

Este orden lo podemos ver cuando fue creado Adán y Eva (Gn. 1:26; 2:7-22); y también cuando
nos convertimos al Señor: al nacer de nuevo, nuestro espíritu se une al Espíritu de Dios y se hace
perfecto; después, Él trabaja en nuestra alma para santificarla y perfeccionarla con el tiempo; por
último esperamos la glorificación de nuestro cuerpo en un día futuro, en el día de la
Resurrección.

Lamentablemente, el hombre, como ser caído tiene las prioridades de cabeza. Nos preocupa
mucho nuestro cuerpo y éste mantiene la prioridad en nuestras vidas. Gastamos mucho dinero y
tiempo en cuidar nuestra apariencia física y satisfacer nuestros sentidos carnales. En segundo
plano dejamos la cultivación de nuestra alma y en último lugar atendemos la salud del espíritu.
Muchos padres compran a sus hijos vistosos y bonitos juguetes, sin considerar primero si son
educativos, mucho menos si tienen alguna influencia espiritual.

Pero el Señor quiere que nuestro espíritu tenga el liderazgo de nuestra vida porque es la
única parte de nuestro ser que siempre está consciente de las cosas divinas, mientras que
nuestra alma está consciente de las cosas terrenales, y nuestro cuerpo solo puede estar consciente
de sí mismo, de lo que le pasa físicamente. Alabar a Dios con canciones espirituales nos permite
estar más conscientes de Él y nos ayuda a someter nuestra alma y nuestro cuerpo a ejercer una
verdadera adoración. La Biblia dice que los verdaderos adoradores son aquellos que lo hacen en
espíritu y en verdad (Jn. 4:23), es decir, con el fuego y el incienso correctos.
La música espiritual (3a parte)
Por Zabdiel Torres. ¿Cómo reconocer la música
espiritual? ¿Cómo saber si la música utilizada en nuestras
iglesias es correcta para alabar a Dios? Algunos piensan
que la música es amoral, que por tratarse de un arte no es
posible calificarla como mala o buena, pero esto es en
realidad un error. La música es una expresión del
espíritu de quien la crea y ministra directamente al
espíritu de quien la escucha. Por esa razón Saúl recibía
refrigerio en su espíritu cuando David tocaba el arpa (1°
S. 16:23). Por eso es muy importante aprender a
distinguir el fuego extraño en nuestra alabanza.

La proporción entre los componentes de la música

Así como el ser humano se compone del espíritu, alma y cuerpo, la música se compone de
melodía, armonía y ritmo. Cualquier tratado de teoría musical lo menciona en ese orden.

La melodía es la secuencia horizontal de sonidos y silencios, y que proporciona la idea musical,


la cual es el elemento más abstracto de una composición musical. En la melodía está el espíritu
de la música y ministra directamente a nuestro espíritu. Podemos extraer el espíritu de una
canción cuando tarareamos su melodía, y cuando no es posible tararearla, seguramente se trata de
una música que no hace énfasis en la melodía y, por consiguiente es pobre o carente de espíritu.
Las ideas musicales contenidas en la melodía son muy importantes, pues de ahí se construyen las
frases que a su vez producen un mensaje. Después de todo, una composición musical es un
mensaje o expresión artística.

La armonía es una secuencia vertical o simultánea de sonidos que proporciona el carácter


musical o lo que algunos llaman estilo musical. Una misma melodía acompañada de diferentes
tipos de armonías da como resultado una composición de carácter distinto. La armonía puede
hacer que una misma canción sea más alegre, triste, agresiva o solemne, curiosamente como los
cuatro tipos de temperamentos identificados en el hombre (sanguíneo, melancólico, colérico o
flemático). La armonía es equivalente al alma de la música y ministra directamente a nuestra
alma. No es casualidad que la música con énfasis en la armonía sea utilizada en las películas o en
las telenovelas, pues busca afectar principalmente las emociones del espectador, sea una escena
de amor o una secuencia de aventura.

La tercera parte de la música es el ritmo, que da el orden y la proporción musicales, del mismo
modo que nuestro cuerpo da orden y proporción a nuestros órganos internos, músculos y huesos.
Corresponde al cuerpo de la música y ministra directamente al cuerpo del ser humano. Aún
cuando no escuchemos la melodía o la armonía, si identificamos el ritmo de una composición
musical, nuestro cuerpo reaccionará casi de inmediato y comenzará a moverse. Es por eso que la
música con un énfasis en el ritmo es la que se utiliza para bailar o acompañar una marcha por las
calles.
Así pues, podemos decir que la música espiritual hace un énfasis en la melodía, sin
prescindir, desde luego, de la armonía y del ritmo, pues del mismo modo que no podemos
prescindir de nuestra alma y de nuestro cuerpo, la música tampoco puede separarse de sus
componentes. Pero armonía y ritmo deben estar sometidos a la idea musical, que es la melodía,
así como nuestra alma y cuerpo necesitan estar sometidos a nuestro espíritu redimido para tener
una vida victoriosa. Si en la alabanza dejamos que la armonía predomine estaremos incitando
desproporcionadamente los deseos y pasiones de nuestra alma, o si dejamos que el ritmo tenga el
mayor énfasis, estaremos excitando y provocando, más que cualquier otra cosa, los sentidos de
nuestra carne.

El equilibrio musical

Otro aspecto importante es el equilibro en la música, pues nos permite estar sobrios y conscientes
de Dios (conectados a Él) durante la alabanza. En general, el desequilibrio lleva al rompimiento
con las cosas divinas. Cuando Pablo dice “no os embraguéis de vino, en lo cual hay disolución”
(Ef. 5:18) nos está previniendo del desequilibrio que produce el consumo del alcohol en la vida
del hombre, pues relaja la conciencia y rompe nuestros lazos con Dios y las personas que nos
rodean (disolución significa relajación o rompimiento). Lo mismo sucede con la música, satanás
quiere que la usemos desequilibradamente para enajenarnos y de esa manera apartarnos de la
presencia de Dios. Cuando los componentes de la música (melodía, armonía y ritmo) son
llevados a uno de sus extremos produce un efecto negativo y embriagante en nuestro ser.

MELODÍA (ministra a nuestro espíritu)

Extremo Equilibrio Extremo


Caída <--------------|--------------> Ascenso
Depresión Tensión
Desesperanza Angustia
Vacío

ARMONÍA (ministra a nuestra alma)

Extremo Equilibrio Extremo


Disonancia <--------------|--------------> Consonancia
Confusión Exhibicionismo
Rebeldía Sentimentalismo

RITMO (ministra a nuestro cuerpo)

Extremo Equilibrio Extremo


Repetición <--------------|--------------> Variación
Sensualidad Distracción
Cuando el salmista dice “todas mis fuentes estarán en ti” (Sal. 87:7) significa que la música
resultante necesariamente corresponderá al carácter de Cristo, es decir será espiritual (armonía y
ritmo sujetos a la melodía) y en equilibrio (sobria, sin extremos) porque “¿Echa alguna fuente
por una misma abertura agua dulce y amarga? ¿puede la higuera producir aceitunas, o la vid
higos? Así ninguna fuente puede hacer agua salada y dulce” (Stg. 3:11-12).

Pensemos en esta analogía: si la música fueran palabras, una buena conversación se llevaría a
cabo con palabras correctas y sobrias (música espiritual y en equilibrio), mientras que una
conversación contenciosa (discusión) estaría llena de insultos y expresiones altisonantes (música
carnal y en desequilibrio) Así pues, tomando en cuenta esta comparación ¿sería posible alabar a
Dios con groserías?

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