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ACTIVISMO LGBTIQ+ Y POLÍTICAS PÚBLICAS PARA LA IGUALDAD DE LA DIVERSIDAD

SEXUAL Y DE GÉNERO EN EL CONTEXTO VALENCIANO: LA NECESARIA


INCORPORACIÓN DE LA PERSPECTIVA INTERSECCIONAL.
Aina Faus-Bertomeu
Arantxa Grau-Muñoz
Departament de Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València

1. A MODO DE INTRODUCCIÓN

Los análisis de las políticas públicas y las leyes autonómicas diseñadas para promover,
preservar y garantizar la diversidad sexual y de género en el contexto valenciano han sido
poco prolijos, a pesar de tratarse de un contexto promotor de leyes pioneras en materia de
defensa y promoción de los derechos LGTBI. El inicio del activismo por la disidencia
sexual y de género valenciano se origina en la última etapa de la dictadura franquista
(López Clavel, 2018a). En 1979 se celebró la primera manifestación del Orgullo en
València, un año después de la organizada en Barcelona, que fue la primera en el Estado
español, y que contó con el apoyo de múltiples organizaciones (colectivos universitarios,
asociaciones vecinales, agrupaciones feministas, ecologistas, valencianistas,
antipsiquiatría, antimilitaristas, partidos políticos y sindicatos) y la participación de miles
de personas. En 1983 se legaliza el Moviment per l’Alliberament Gai del País Valencià
(MAG-PV), la segunda asociación a nivel estatal, lo que suponía su reconocimiento
institucional. Sin intención de realizar un análisis exhaustivo del movimiento pro
disidencia sexual, objetivo que no se persigue, a través de su revisión se observa la
influencia de este en la implantación de las políticas de igualdad ante la diversidad sexual
y de género que posibilita la aprobación del Estatut d’Autonomia de la Comunitat
Valenciana (1982, 2006), así como nos permite analizar los términos en los que se
formula la problemática del colectivo LGTBIQ+ y reflexionar sobre la conceptualización
del sujeto político al que se dirigen estas intervenciones legislativas.
Señala Motta (2016), que la implementación de políticas supone la articulación de
mecanismos complejos y conflictivos pero que estas, una vez aprobadas, constituyen un
instrumento para establecer significados y prácticas a través de un marco normativo. Un
marco que funciona como dispositivo de control, que regula los cuerpos y modos de vida
posibles susceptibles de ser protegidos y aquellos que quedan al margen de la aceptación
social. De este modo, se determina no solo que es lo que se va a proteger o promover,
sino también los sujetos concretos a los que se dirige la norma a través de procesos de

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exclusión/inclusión. La participación de los denominados colectivos LGTBIQ+ en los
procesos de elaboración de las normativas sobre igualdad sexual y de género, arguye
Motta, resulta fundamental por dos cuestiones complementarias. Por un lado, para luchar
contra la homofobia y transfobia que sitúa al colectivo en posiciones de vulnerabilidad,
discriminación y exclusión social; y por el otro, porque el propio colectivo, reproduciendo
las representaciones sobre sí mismo, se coloca en posiciones de inferioridad, por lo que
precisa reconfigurar sus discursos y prácticas, esto es, dotar de valor su propia existencia
y realidad. Ello debería ser un incentivo para que los colectivos LGBTIQ+ ocupen cada
vez más los espacios de control social porque, si ello sucediera, se crearían en la arena
política espacios de oportunidad para determinar el contexto de producción de la norma
y se incidiría en los actores locales para poner en marcha políticas capaces de poner en
marcha procesos de ruptura con la norma anterior.
Considerar que los movimientos sociales LGBTIQ+ pueden ocupar cada vez más
espacios en los foros de formulación de políticas es importante, no solo para dar respuesta
a la lucha por los derechos del colectivo, sino que ello contribuye, además, a perfilar la
diversidad de las categorías identitarias sexuales y de género sobre las que estas se
construyen lo que, a su vez, promueve la transformación social.
Los textos legales que se analizan en este artículo se refieren a las siglas LGBTIQ+ para
denominar un colectivo agregado, lo que incide en su articulación en términos
pragmáticos y normativos, sustentando los modos en los que la política construye al sujeto
político y, al mismo tiempo, estabiliza las categorías de identificación por las que los
sujetos se construyen como tales (Romero y Montenegro, 2018). El acrónimo utilizado
para referirse al colectivo LGTBI1 que se utiliza en cada texto jurídico, identifica los
sujetos que precisan de atención por ser susceptibles de discriminación, de modo que se

1
Para englobar a la totalidad de categorías sexuales y de género utilizamos el término LGBTIQ+ que está
formado por las siglas de las palabras Lesbiana, Gay y Bisexual (LGB), Transgénero y transexual (T),
persona intersexual (I) y persona Queer (Q), que incluye a las personas que no quieren ser etiquetadas a
través de categorías binarias de género. Al final suele añadirse el símbolo “+” para agregar a todas las
categorías que no están incluidas en las siglas mencionadas (por ejemplo, la asexualidad o la
pansexualidad). Este acrónimo nace en la década de 1990 de la mano del activismo político con la
intención de aglutinar a los grupos sociales que padecen de discriminación originada por motivos de
orientación sexual e identidad de género, con la pretensión de ganar mayor visibilidad, no obstante, la
articulación de este clúster no está exento de tensiones internas dadas las diferentes realidades y
necesidades de cada categoría (Coll-Planas, 2010). En el análisis que se desarrolla en la segunda parte del
texto, en la que se realiza un recorrido histórico al activismo LGTBI+ valenciano y de su influencia en la
implementación de políticas para la igualdad de la diversidad sexual y de género, se irán incorporando
siglas según las categorías identitarias sean consideradas dentro de los movimientos sociales y del sujeto
al que se dirigen las leyes aprobadas.

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convierten en categorías legítimas a través de procesos de homogeneización resultando
una “unidad ficticia” (Hall, 1996). Esta unidad, que emerge como efecto de las propias
estructuras de poder contra las cuales se busca actuar, podría contribuir a reforzar la idea
de categorías estancas a las que se puede pertenecer o no. Legitimar determinadas
categorías y excluir otras configura desigualdades y jerarquías. En relación a las políticas
de igualdad ante la diversidad sexual y de género, la inclusión de derechos supone el
camino hacia la ciudadanía plena, no obstante, no todas las categorías incluidas en el
acrónimo LGTBIQ+ ostentan las mismas posiciones sociales, y a través de procesos de
inclusión –y exclusión–, algunas son relegadas a los márgenes de la norma legal. Este
proceso, que recibe el nombre de “queer as regulative” (Puar, 2007), hace referencia a la
homonormatividad como constructo cultural que convierte a la homosexualidad en el
estándar del colectivo LGTBIQ+ y que, a través de mecanismos de normalización,
jerarquización y exclusión homosexual, construye las categorías identitarias de aquellos
sujetos protegidos y, al tiempo, se convierte en la demarcación de quiénes pueden ser o
no ser reconocidos (Moreno y Pichardo, 2006). Así, es preciso analizar los efectos de
homogeneización, esencialización y normalización, así como las dinámicas de
jerarquización e inclusión/exclusión, en la construcción de categorías identitarias
generadas a partir de la estructura jerárquica derivada del sistema sexo-génerico en tanto
que ordenación social y que se recogen en las normativas legales.
Hablar del colectivo LGBTIQ+, además, obliga a posicionarnos en la comprensión de la
identidad de género y la orientación sexual desde los posicionamientos queer. Las bases
de estos postulados nacen de las teorías estructuralistas o relacionales y las
postestructuralistas, que plantean que tanto el sexo como el género son construcciones
sociohistóricas y que no siempre existe una dualidad entre el cuerpo sexuado y el género.
El género es entendido como un dispositivo de poder que construye a los individuos en
función de sus características biológicas (Butler, 2007) y ordena la sociedad a partir de
una relación desigual entre lo que se considera masculino y femenino en un orden social
concreto (Conell y Pearse, 2018). Lo que comporta la expulsión a los márgenes del
conjunto de identidades y categorías no acordes a la matriz sexo-género-heterosexualidad
(mujer trans, hombre trans, intersexual, lesbiana, mujer heterosexual, etc.) (Rubin, 1986).
De tal definición se desprende que el sistema sexo-genérico, como elemento estructurante
de la sociedad, constriñe a la totalidad de los individuos de una sociedad al definir
patrones de prácticas hegemónicas como femeninas, masculinas y heterosexuales. Otra
cuestión que se deriva de tal matriz sexo-genérica, es la pretensión de estabilidad de las
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categorías e identidades, con la que se obvia la contingencia de estas según el contexto
interactivo. Todo esto que acabamos de apuntar, ayuda a prever lo problemático de la
formulación de un sujeto político LGTBIQ+ único e integrado.
La forma de entender la identidad LGBTIQ+ como sentimiento de afinidad y pertenencia
a una colectividad, es axial en la formulación de las políticas públicas, puesto que a ella
se vinculan los modelos sobre los que se construye la ley, así como el sujeto político al
que esta se dirige. A este respecto, Coll-Planas y Cruells (2013) diferencian tres modelos
principales de políticas de igualdad en función de cómo se conciba la igualdad y se
consideren las múltiples discriminaciones que interseccionan en los sujetos: la política
single issue, que se centra en una discriminación concreta y un público objeto específico;
el modelo de la discriminación múltiple, que además del sexo y el género considera otros
condicionantes sociales como la edad, la clase social y la raza; y el enfoque de la
interseccionalidad, que no solo atiende a los elementos estructurales como el modelo
anterior, sino que también concibe que es en su interacción e interdependencia donde se
originan las desigualdades sociales, dicho de otro modo, si el modelo de la discriminación
múltiple actúa sobre los efectos de las desigualdades, desde el enfoque de la
interseccionalidad se incide en su origen.
En relación al sujeto político sobre el que se sustenta la ley, y desde un enfoque de análisis
estructural-discursivo de una norma que aspira a la transformación social, Coll-Planas y
Cruells (2013), basándose en Sedgwick (1998), distinguen entre aquellas políticas de
naturalezas minorizadoras y aquellas políticas universalizadoras. En su aplicación al
campo de la diversidad sexual y de género, las primeras serían aquellas que se dirigen
específicamente al colectivo LGBTIQ+ puesto entienden que la homosexualidad y lo
trans* afectan solamente a este grupo social concreto, por lo que se caracterizan por su
matiz de identidad esencialista e individualizadora. Las segundas pretenden incidir en
todo el conjunto de la ciudadanía, puesto que comprenden que las desigualdades de las
personas identificadas como LGBTIQ+ experimentan discriminaciones estructurales
derivadas del sistema sexo-génerico que ubica a los individuos en diferentes
posicionamientos sociales –unos mejor valorados y con mayor poder social, y otros en
posiciones de vulnerabilidad. Desde esta perspectiva la homosexualidad y lo trans* se
enmarcan en procesos socio-históricos derivados de la construcción social de la identidad
de género y la orientación sexual como formas de heterosexismo (Rubin, 1986). Este
punto de partida permite una perspectiva relacional desde la que “no se puede intervenir

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en las realidades de las personas LGBTIQ+ como si fueran independientes o ajenas de las
realidades de las de heterosexuales/cisgénero” (Coll-Planas y Cruells, 2013:158) puesto
que la posición de igualdad de esta colectividad, al igual que de la del resto de la sociedad,
se producirá al transformar, en su globalidad, el sistema estructural sexo-genérico.
La combinación de los modelos de políticas de igualdad y políticas orientadas a un sujeto
político concreto, prosiguen Coll-Planas y Cruells, deriva en una matriz de posibilidades
cruzadas. Sin embargo, los fundamentos epistemológicos que caracterizan unas y otras
suelen relacionar las políticas single issue y de la discriminación múltiple con la
perspectiva minorizadora, y las políticas interseccionales con la perspectiva
universalizadora.
Estos modelos teóricos nos facilitan las coordenadas para responder a nuestro objetivo de
analizar las leyes implementadas en materia de igualdad ante la diversidad sexual y de
género en el contexto valenciano. Una discusión en la que integraremos una exploración
de las demandas políticas del movimiento LGBTIQ+ en cada etapa socio-histórica
observada.

2. EL MOVIMIENTO LGBTIQ+ Y SU INFLUENCIA EN LA AGENDA


PÚBLICA VALENCIANA

La investigación realizada por Pau López Clavel (2018a) sobre el activismo LGTBIQ+
valenciano durante el periodo de 1976 a 1997 nos permite una aproximación histórica a
través de la cual entender sus bases epistémicas, ontológicas y de praxis política. Se trata,
en síntesis, de analizar el efecto del activismo LGBTIQ+ en las políticas valencianas
sobre la diversidad sexual y de género para observar las actuaciones que,
pretendidamente, garantizan la igualdad de todos los sujetos de manera inclusiva, y cuyo
marco legislativo es l’Estatut d’Autonomia.

2.1. Del periodo revolucionario del activismo de liberación sexual valenciano


(1976-1984) al surgimiento y consolidación del modelo de los nuevos derechos
(1998- 2005).

Relata López Clavel (2018a) que, en el contexto de la transición española, nace el Front
d’Alliberament Homosexual del País Valencià (FAHPV, 1976/78), el primer colectivo
sexual disidente del que hay constancia en el contexto valenciano y el segundo en el
español. En el I Congrés de Marginalitat Social celebrado en Burjassot, en el que se creó
el FAHPV, se organizó también el Colꞏlectiu de Lesbianes, autónomo pero vinculado al
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FAHPV, siendo también de las primeras organizaciones de lesbianas en el Estado español
(López Clavel, 2018a). El FAHPV, tomaría las bases ideológicas de su homólogo en
Cataluña (el Front d’Alliberament Gai de Catalunya, FAGC), que nace con el objetivo de
visibilizar “la miseria sexual2”, esto es, la violencia y discriminación ejercida hacia las
realidades no heterosexuales.
La disolución en 1978 del FAHPV dio lugar, en el mismo año, al Moviment per
l’Alliberament Sexual del País Valencià (MASPV, 1978/80). El MASPV es calificado
por López Clavel (2018b) como el único grupo sextopista en el contexto español de aquel
momento por su negativa a usar categorías identitarias sexo-genéricas. La escisión interna
del MASPV derivó en el Moviment per l’Alliberament Gai del País Valencià (MAGPV,
1980/84), entre sus hitos cabe destacar su pionera lucha contra las ITS y el acercamiento
entre el movimiento homosexual y el de las personas trans, lo que facilitó la incorporación
del colectivo trans al sujeto político gay/lesbiana.
Mientras que, en el contexto estatal, el debate giraba alrededor cuál era el sujeto político
–qué categorías identitarias debía incluir/excluir y el modo legítimo de presentar sus
demandas–, y de cómo entender el género y los cuerpos disidentes; en el valenciano el
movimiento gay/lesbiano valenciano de esta etapa rechazaba el esencialismo de las
identidades sexo-genéricas y se posicionaba en su construcción social y su carácter
histórico y cultural.
En 1985 la disolución del MAGPV lleva a la aparición del Colꞏlectiu de Feministes
Lesbianes de València (1985-1991) y del Colꞏlectiu Lambda de València a quién se le
reconoce un papel relevante en la transición que dejaría atrás el ideario radical para asumir
un modelo institucional. Esta nueva praxis política se reconfigura en el denominado
modelo de reivindicación de derechos, con la incipiente demanda de la regulación del
matrimonio entre personas del mismo sexo3. De este modo, el activismo LGTBIQ+
valenciano da un giro a la acción política radical del MAGPV para convertirse en una
asociación de corte más asistencial, orientada a proveer servicios jurídicos y sanitarios, y
dirigida específicamente al colectivo de gays y lesbianas.

2
Como recoge López Clavel (2018b) el término “miseria sexual” aparece en el “Manifest del Front
d’Alliberament Homosexual del País Valencià” de la FAHPV (València, 1976).
3
La denominación “matrimonio del mismo sexo” podria ser ampliamente discutida por el reduccionismo
que se incluye en su formulación en cuanto a la idea de “sexo”, sin embargo, dado que es la expresión
con la que se ha identificado esta demanda y la consecuente Ley, mantendremos esta formulación.

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A pesar del carácter más institucional que tomó el movimiento LGTB, los
posicionamientos radicales característicos de la etapa anterior se mantienen vigentes en
colectividades como la Assemblea Gai (1996) –que posteriormente tomará el nombre de
Herakles (1996-2003)–, el Colꞏlectiu Granota (1997) y Transexualia-Valencia (1994), la
primera colectividad que aglutina específicamente a personas transexuales.
Se trata de un momento en el que los colectivos LGBT hegemónicos centran sus esfuerzos
en demandas institucionales, en concreto en la demanda de derechos para las parejas del
mismo sexo. Este tipo de demandas, además, se producen acorde al cambio de contexto
político generado por los nuevos marcos legislativos estatales y autonómicos que se
perciben como oportunidad para conseguir la igualdad de derechos. En concreto, en el
contexto valenciano, la aprobación de l’Estatut d’Autonomia (1982) supuso el
establecimiento de las bases para la promoción de la defensa de los derechos y libertades
de la sociedad valenciana, entre ellas las del colectivo LGBT. Tal y como se recoge en la
Llei 8/2017 del reconeixement del dret a la identitat i a l’expressió de gènere a la
Comunitat Valenciana y la Llei 23/2018 d’igualtat de las personas LGBT, en las que nos
detendremos más adelante, l’Estatut es el marco jurídico y de actuación sobre el que se
asientan los derechos por la igualdad ante la diversidad sexual y de género:

“En la Comunitat Valenciana la lucha contra la discriminación que sufren las


personas LGBTI es un mandato que se ampara en el artículo 8.2 de nuestro Estatuto
de autonomía, que prevé el deber de los poderes públicos de velar por la protección
y el respeto de los derechos y deberes que reconoce la Constitución española a todas
las personas. Asimismo, se afirma en su artículo 10.1 que «la Generalitat defenderá
y promoverá los derechos sociales de los valencianos que representan un ámbito
inseparable del respeto de los valores y derechos universales de las personas y que
constituyen uno de los fundamentos cívicos del progreso económico, cultural y
tecnológico de la Comunitat Valenciana». Esta ley, por tanto, es fruto de ese
mandato y nace con el objetivo de seguir avanzando en la línea marcada por la ley
8/2017” (Llei 23/2018, preámbulo, IV, pág 9).

A pesar del debate suscitado sobre la identidad (homo)sexual y su vínculo con el sujeto
político que tuvo lugar en otros espacios del territorio español, en el contexto valenciano,
y como herencia de la línea marcada por el MAG-PV, se huyó de este tipo de polémicas,
definiendo la identidad gay-lesbiana como “la liberación del deseo sexual, de la
diferenciación entre deseos, prácticas e identidades sexuales, la despatologización de

7
aquellas no normativas, y la enorme diversidad interna” (López Clavel, 2018b:297). No
obstante, las acciones que se llevarán a cabo demuestran que estos postulados afectan
solamente al plano ideológico, puesto que en el nivel pragmático la pretensión no deja de
ser la de “normalización del hecho homosexual” (López Clavel, 2018b:299).
El tercer periodo identificado por López Clavel (2018b) inicia en 1998, año en el que se
produce la reorientación hacia el denominado movimiento pro-derechos civiles de las
personas LGTB, y finaliza en 2005, momento en el que se aprueba el matrimonio entre
personas del mismo sexo. El inicio de este periodo coincide con un cambio relevante en
la organización del activismo LGTB valenciano que, a partir de esta fecha señalada, se
caracteriza por ser un movimiento institucionalizado, vinculado a los acontecimientos
estatales: “empezaba a mimetizarse con la historia general del Estado, dado el peso de las
principales asociaciones de València y Alacant en la FELGTB [Federación Española de
Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales] y la escasa repercusión de pequeños núcleos
ideológicamente disidentes” (2018b:76). Así, por un lado, se consolida el protagonismo
de la coordinadora del movimiento LGTB a nivel estatal a través de la FELGTB y por el
otro, se reestructura el activismo de València y Alacant (aparecen dos nuevas
asociaciones: Arco y DecideT) como respuesta a la influencia de la FELGTB, al tiempo
que aparecen movimientos autónomos en Castelló (El Triangle) y Alzira (GaiLes.
Associació de Gais i Lesbianes de la Ribera).
La institucionalización del movimiento LGBT, al igual que las demandas del movimiento
feminista, se deben también a la inclusión de proclamas, como la del matrimonio entre
personas del mismo sexo, en la agenda política y los programas electorales de Izquierda
Unida, primero, y más tarde del PSOE. Acompaña el contexto político internacional que
favorecía la igualdad de derechos de las personas no heterosexuales, sentando las bases
jurídicas el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (1981) al proclamar la
despenalización de las relaciones homosexuales (Soriano Martínez, 2011). Además, en
otros estados europeos se estaban aprobando leyes para la unión civil entre personas del
mismo sexo. La institucionalización de las demandas del colectivo LGTBI y su inclusión
en la agenda política en los partidos políticos supuso el fin de la utopía del activismo más
revolucionario, proyectos que se vieron fuertemente debilitados (Calvo, 2017).
A pesar de la buena acogida social del derecho al matrimonio entre personas del mismo
sexo, en el colectivo LGBT no puede decirse que existiera una voz unitaria. Para un
sector, la que se llamaría “ley del matrimonio igualitario” se reconocía como un avance

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en la adquisición de derechos hacia la plena ciudadanía. Pero desde posiciones disidentes
o contestatarias, esta ley respondía a la legitimación del sistema patriarcal y heterosexual.
Con el objetivo de paliar la discriminación a las personas trans, se aprobó la Ley 3/2007
de ámbito estatal, que tenía por objeto regular el cambio de inscripción en el Registro
Civil del nombre y sexo asignados en el momento del nacimiento, cuando estos no se
corresponden con la identidad de género sentida. No obstante, para hacer efectivo estos
derechos debían cumplirse dos presupuestos: disponer de un diagnóstico de disforia de
género certificado por el aparato regulador sanitario, lo que suponía la patologización de
las personas trans al concebir esta situación como un trastorno; y haber estado en
tratamiento médico durante un mínimo de dos años, lo que implicaría la medicalización
del colectivo trans. Además, las personas que se definen desde categorías no binarias
quedan fuera de dicho marco normativo.

2.2. Consolidación del modelo de los derechos (2006- actualidad)

La aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo abrió las puertas a
anteproyectos de ley estatales, así como leyes y planes específicos de ámbito autonómico
y local para la igualdad de la diversidad sexual y de género. En el contexto valenciano,
bajo el paraguas de l’Estatut d’Autonomia, modificado en el 2006, se han ido ampliando
los derechos del colectivo LGBTI a través de dos leyes autonómicas4: la Llei 8/2017
integral del reconeixement del dret a la identitat i expressió de gènere, y la Llei 23/2018,
para la igualdad de las personas LGBTI, como se hace constar en su preámbulo:

“Con esta ley, la Generalitat pretende desarrollar algunas de las competencias


fundamentales que le atribuye el Estatuto de autonomía. Entre ellas, cabe destacar
las que reconoce el Estatuto en los diferentes apartados de su artículo 49, como son
la cultura (apartado 1.4.a), los servicios sociales (apartado 1.24.a), la juventud
(apartado 1.25.a), la protección de los menores y la tercera edad (apartado 1.27.a),
los deportes y el ocio (apartado 1.28.a) y protección civil y seguridad pública
(apartado 3.14.a). Además, el artículo 50.1 atribuye a la Generalitat competencias
de desarrollo legislativo y ejecución en cuanto afecta al régimen jurídico y el
sistema de responsabilidad de la administración de la Generalitat y de los entes
públicos dependientes de esta, así como el régimen estatutario de sus funcionarios.

4
Con anterioridad a estas leyes, en el 2008, se implementan servicios sanitarios para las personas
transexuales como la atención psicológica, el tratamiento hormonal y cirugías extirpadoras de las gónadas
sexuales (Llei 8/2017, preámbulo).

9
Esta ley también pretende desarrollar competencias estatuarias esenciales que
abarcan la enseñanza en toda su extensión, tal como establece el artículo 53, y las
instituciones sanitarias públicas, en virtud de lo dispuesto en el artículo 54” (Llei
2018, preámbulo IV).

La implantación de estas leyes se justifica también en un contexto internacional y estatal


de regulaciones propias para el colectivo LGTBIQ+ que han propiciado, como se indica
en el prólogo de ambos textos, una transformación en las actitudes generales de la
población configurándose un nuevo marco discursivo que ha evolucionado desde la
estigmatización a la protección. Ello ha activado un importante, pero no suficiente,
cambio en la representación social de las orientaciones sexuales, la identidad y expresión
de géneros, sobre las personas trans e intersexuales, y sobre su entorno familiar y social
(Llei 2018, preámbulo) así como de los modelos familiares. Ambas leyes son entendidas
como avances en los derechos de las personas LGTBI.
El registro de asociaciones valencianas LGTBIQ+ aloja 10 colectividades5 enmarcadas
en el modelo institucional. No obstante, y como ocurría en el periodo anterior, perviven
colectivos LGTBIQ+ de alcance local cuyas reclamas se engloban en el rechazo
heterosexista6, que impone patrones de prácticas culturales hegemónicas para la
masculinidad, la feminidad y el sistema sexo-género.
La segunda polémica sobre las políticas públicas de igualdad sexual y de género se refiere
a la forma de formular las problemáticas asociadas a la diversidad sexual y de género. La
Llei 8/2017, conocida popularmente como la “ley trans”, proclama la despatologización
de la transexualidad y la prohibición explícita de las llamadas terapias de conversión,
promoviendo la “normalización de la identidad trans”. El texto dispone, entre otras
cuestiones, el derecho al reconocimiento de la identidad de género de las personas trans,
concretamente "el derecho de autodeterminación de género de las personas que
manifiesten una identidad de género sentida diferente a la asignada en el momento del
nacimiento" (art.1), sin la necesidad de prueba psicológica o médica, y la concesión de la

5
Las asociaciones son Lambda; Galesh, Asociación de Familias Monoparentales; Diversitat. Asociación
LGTBI de las comarcas de Alacant; Castellón LGTBI; CLGS – Col·lectiu LGTB de la Safor; Ampgyl, asociación
de madres y padres de LGTB; Chrysallis, asociación de familias de menores transexuales; Independence
Gay y Gay Valencia (ver https://inclusio.gva.es/es/web/igualdad-diversidad/enlaces-de-interes-lgtbi).
6
Entre el activismo LGTBIQ+ que se englobarían fuera del modelo institucional, en la actualidad se
encuentran, Orgull Crític de València, les llunes d’Alacant, Trans-itants…

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documentación administrativa adecuada a su identidad7. Por su parte, la Llei 23/2018 para
la igualdad de las personas LGBTI, se basa en el reconocimiento de los derechos de las
personas que conforman el colectivo LGTBI a no ser discriminadas ni agredidas por razón
de su orientación sexual y/o identidad de género, tratando así de garantizar la igualdad
real y efectiva. Con el fin de garantizar esta igualdad se plantean acciones concretas en
los ámbitos de la salud, la educación, el trabajo, el entorno familiar, y en ámbitos como
el administrativo, la cooperación internacional, y la memoria histórica y el patrimonio
cultural. De este modo, estas políticas públicas se implementan a través de medidas
sectoriales (trabajo, salud, educación, etc.) o de categorías poblacionales concretas
(menores, personas refugiadas y migrantes, etc.) con una perspectiva monofocal (Platero,
2012) o de single issue (Coll-Planas y Cruells, 2013) para abordar las desigualdades
sociales.
Tanto la Llei 8/2017 como la Llei 23/2018 parten del hecho de reconocer la libertad,
dignidad e igualdad del colectivo LQTBI que precisa de una “legislación protectora de
los derechos” al experimentar situaciones de especial vulnerabilidad por seguir “siendo
víctimas de violencia y discriminación”, tal como introduce la Llei 23/2018 en su
preámbulo. Así pues el problema del colectivo LGTBIQ+ se plantea en términos de
discriminación, núcleo sobre el que se asienta el corpus legislativo de los escritos. Hablar
de discriminación remite a situaciones de vulnerabilidad de unos sujetos en relación a
otros que son omitidos en el texto al cumplir las normas cisheterosexuales hegemónicas.
De este modo, estas leyes contribuyen a definir y legitimar a este grupo como minoritario
y que demanda un acceso efectivo a la ciudadanía, lo que da forma a una política
asimilacionista a través del continuo identidad-derechos-ciudadanía. Como advierte
Platero (2012), de este modo, las políticas de igualdad se asientan más en el criterio de
inclusión que de transformación de los imperativos que provocan la exclusión. La
perspectiva inclusiva, por lo tanto, contribuye a individualizar la forma de plantear la
problemática del colectivo LGTBI, al indicar qué cuerpos están protegidos (inclusión) y
cuales no (exclusión) dentro de este grupo minoritario, es decir, que el derecho queda
enmarcado según las categorías identitarias reconocidas por la norma, sin atender al
origen de la discriminación (perspectiva transformadora). Por ello, existen categorías

7
Como se ha visto anteriormente, la Ley 3/2007 de ámbito estatal, para el cambio de la identidad de
género y la rectificación registral mantenía el requsito del diagnóstico de “disforia de género” y el
sometimiento a un tratamiento médico de un mínimo de dos años, que desde los colectivos LGTBI se
entiende como un mecanismo de control y opresión. La Llei 8/2017, fue la primera en recoger la demanda
histórica de la despatologización.

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dentro las siglas LGTBIQ+ sin protección, cuerpos que quedan excluidos de la norma al
no ser conceptualizados, como es el caso de las identidades recogidas en las siglas “Q+”.
Incluso cuando se atiende a la discriminación múltiple, que en ambas leyes se entiende
como “discriminación por motivo de orientación sexual, identidad de género, expresión
de género, desarrollo sexual o grupo familiar, que una persona sufra de forma simultánea
discriminación por otros motivos recogidos en la legislación europea, nacional o
autonómica” (Llei 23/2018, Art. 4), esto es raza, edad o diversidad funcional, entre otras,
no se indica cuáles son los restantes ejes de opresión que encarnan a la vulnerabilidad del
individuo ni se analiza desde una perspectiva interseccional. Desde la perspectiva
inclusiva, si bien se entiende que la vida de los individuos que experimentan múltiples
discriminaciones es más desigual que otras vidas, no se atiende a la construcción de
nuevas realidades sociales ni se profundiza en el origen de las desigualdades sociales, lo
que posiciona a estas leyes en un modelo de igualdad más vehiculado a la discriminación
múltiple que a la interseccionalidad. En cambio, un abordaje desde el paradigma
interseccional nos llevaría a profundizar en los ejes que se conjugan para crear tal
discriminación abordándolos, no como un agregado de categorías de desigualdad, sino
como un entramado derivado de su entrelazamiento (Coll y Planes, Morales y Missé,
2019).
La tercera cuestión que se debate en relación a la implementación de políticas públicas
para la diversidad sexual y de género, y en estrecha relación con la anterior, se centra en
el proceso de homogeneización de las personas que forman parte del acrónimo LGTBI,
colectivo al que atienden ambas normativas. Si bien la Llei 8/2017 se centra en las
personas trans que define como “toda aquella persona que se identifica o expresa con una
identidad de género diferente del sexo que le fue asignado al nacer, incluyendo las
personas trans y transgénero” (Art. 4), la Llei 23/2018 engloba a las personas LGTBI.
Ambas normas hacen referencia al colectivo LGTBI como sujetos de especial atención
dentro de una definición basada en la matriz sexual dominante que las posiciona como
vulnerables, de modo análogo a como acontece con otros textos jurídicos como el catalán
y el madrileño (Romero y Montenegro, 2018). Las identidades incluidas en las siglas
LGTBI, entendidas como categorías estancas, se plasman en el marco de legitimidad que
plantean estas políticas, de modo que se homogeneizan y universalizan prácticas sexuales,
identidades y expresiones de género como una “unidad ficticia” (Hall, 1996).

12
Tal como apuntan Romero y Montenegro (2018), definir el sujeto de las políticas públicas
tomando como base la identidad tiene efectos de esencialización –aquello que se “es”
como condición que permanece inmutable a pesar del tiempo y el contexto interactivo en
el que se producen las identidades–; de homogeneización –todas las personas se engloban
en la misma matriz categórica, así como las prácticas y deseos independientemente de sus
especificidades – y de normalización –las leyes dictan qué cuerpos, prácticas y deseos
están amparados por la ley. Procesos que, a su vez, al limitar las categorías identitarias,
producen mecanismos de exclusión –quién pertenece y quién no y a quién se le garantizan
los derechos y a quién no– y de jerarquización –al definir a las personas beneficiarias que
son consideradas vulnerables, en condiciones particulares que les impiden el acceso a la
ciudadanía de la que sí goza el resto de la población.
Como se ha visto, ambas leyes adoptan una perspectiva minorizadora, tal y como la
conceptualizan Coll-Planas y Cruells (2013) o inclusiva, término que utiliza Platero
(2012), al actuar sobre un grupo social concreto que presenta unas situaciones de
vulnerabilidad específicas, sin atender a los efectos globales que tiene sobre la totalidad
de la población el sistema estructural de sexo-género que promueve también modelos
hegemónicos de feminidad, masculinidad y heterosexualidad. Estas leyes se centran más
en remarcar las diferencias entre los grupos y, por lo tanto, en tratar de paliar las
diferencias, que en buscar los aspectos comunes desde los que se originaria la
discriminación –el heterosexismo base sobre la que se asienta la LGTBIfobia–, cuestión
que fundamentaría la perspectiva universalizadora.
Podemos decir que ambas leyes se ubicarían en el modelo single issue de las políticas
públicas de atención a la igualdad. Se ha descrito con anterioridad el modo sectorial en el
que operan, tanto en ámbitos como en grupos sociales concretos, lo que prevé que cada
departamento administrativo ponga en marcha las actuaciones descritas para evitar la
discriminación, lo que podría ocasionar un impacto diferencial entre áreas, y una puesta
en práctica y efecto sobre los individuos que podríamos denominar de “parche
institucional”. No obstante, en ambas leyes se describen situaciones de discriminación
múltiple y se remarca la experiencia concreta de las personas trans (Llei 8/2017) como de
las personas intersexuales (Llei 23/2018), que se conciben como grupos heterogéneos con
diversidad de situaciones dentro del colectivo.

13
3. EL CAMINO HACIA LA INCORPORACIÓN DE LA
INTERSECCIONALIDAD EN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS DE IGUALDAD
ANTE LA DIVERSIDAD SEXUAL Y DE GÉNERO

L’Estatut d’Autonomia y la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo
sentaron las bases a nivel autonómico y estatal para avanzar en los derechos de las
personas LGTBI abriendo camino, como se ha visto, a nuevas leyes que garantizan el
derecho a la manifestación de distintas expresiones sexuales y de género y que prohíben
la discriminación por motivos de orientación sexual, sexo-género o raza, entre otras. A
pesar de ello, podemos decir que la igualdad efectiva queda lejos de ser alcanzada, y se
revelan situaciones de violencia, segregación y exclusión social que recaen en este
colectivo. A modo de ejemplo, la reciente aprobación de la ley trans, de ámbito estatal,
deja en desamparo a las personas menores, lo que nos lleva a plantear una discriminación
institucional. Por su parte, algunas investigaciones como las realizadas en el ámbito
laboral (Pichardo et al., 2019), las que apuntan a los estereotipos culturales que recaen en
la diversidad sexual en el ámbito universitario (Izquierdo, 2020; Mut et al., 2019) aquellas
que analizan el contenido curricular en los textos escolares (Morales-Vidal y Cassany,
2020), así como los análisis sobre la representación mediática y la invisibilidad en los
medios de comunicación del colectivo LGTBIQ+ (Theodoro y Huertas, 2019), ponen de
relieve experiencias de desigualdad que se reproducen y perviven en los diferentes
ámbitos de la vida cuotidiana. A ello, debemos agregar las agresiones que, como indica
el Ministerio del Interior, para el 2020 han supuesto el 19,8% del total de los delitos de
odio denunciados.
Las leyes LGTBI implementadas en el contexto valenciano, y que se han analizado,
reflejan unas políticas de igualdad ante la diversidad sexual y de género tipificadas en lo
referente al modelo de política como single issue a pesar de su apertura a atender la
discriminación múltiple; y se elaboran desde una perspectiva minorizadora, al tratar de
manera aislada al colectivo LGTBI. Ello evidencia la necesidad de incorporar la
perspectiva de la interseccionalidad en las futuras leyes con la que adoptar una perspectiva
transformadora que se centre en el origen de la desigualdad y no tanto en sus efectos,
actuando también sobre la globalidad de la sociedad.
El denominado paradigma de la interseccionalidad (Collins, 2000; Crenshaw, 1991) se
concibe como un marco analítico con el que explicar las discriminaciones múltiples
puesto que nos ayuda a captar las desigualdades atendiendo a la posición social de los

14
individuos y comprendiendo que son las relaciones de poder desiguales las que sustentan
las desigualdades. El enfoque de la interseccionalidad nos permite observar cómo los
diferentes ejes/sistemas de dominación (capitalismo, androcentrismo,
cisheteropatriarcado, capacitismo, edadismo, racismo, colonialismo, etc.), se
interrelacionan y modelan experiencias individuales de discriminación y desigualdad que
tienen consecuencias en la vida de los individuos al posicionarlos en la estructura social
en posiciones de vulnerabilidad/dominación. Es decir, nos permite observar que los
sujetos más vulnerables tienden a ser aquellos que se ven afectados negativamente por
múltiples jerarquías sociales que, a su vez, limitan la movilidad social, el acceso a los
recursos materiales y la protección legal, y que al interactuar producen y reproducen las
desigualdades.
Después de todo el análisis que hemos realizado en este texto podemos decir que el repaso
histórico al movimiento activista LGTBIQ+ valenciano nos invita a recuperar el carácter
sextopista que se promulgaba en sus inicios; para ello, si a lo que aspiramos es a plantear
estrategias y actuaciones complejas y transformadoras8, la aplicación del enfoque de la
interseccionalidad a las políticas de igualdad ante la diversidad sexual y de género, resulta
fundamental como medio para abordar la discriminación al colectivo LGTBIQ+ desde
una óptica más precisa y global.

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8
Existen ejemplos de la aplicación de la en políticas de igualdad de alcance local, como la “Pla marc per
la igualtat per raó d’orientació sexual i identitat de gènere a Osona” (Coll-Planas y Herrero, 2014), y
también se han elaborado guías para su aplicación (Coll-Planas et al., 2019).

15
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