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GYGAX

Todo tiene un comienzo, y como tal os contaré de muy buena gana que primero
fue Gygax. Sin él no hubiese existido el mundo soñado, sin él no habríamos
conocido la verdadera religión que nos atrapó de una forma tan especial.
Gygax fue mi primer gran amor; Gygax nos unió a todos alrededor de una
mesa, y juntos comenzamos una bella historia, la cual espero que perdure en el
tiempo.

Agilius Malvadoc ya era un ser oscuro, la Gema negra le poseyó de tal forma
que ya no había marcha atrás.
Ahora en uno de esos momentos de lucidez recordó su primera salida de la
aldea, el día de su alineación, cuantas cosas nefastas habían pasado desde aquel
entonces.
Encontrábase plácido en el camastro de piedra, en otra de esas ruinas
ancestrales, de repente algo le pasó por la cabeza… Si, a la mañana siguiente
mataría a esos imbéciles que le acompañaban, y después iría a por el Oráculo, él
también tenía que desaparecer.
Al rato volvió en si, sabia que no estaba bien, algo le carcomía por dentro,
alguna fuerza que escapaba a sus conocimientos, en su hogar ya había dejado
una carta explicando todos sus miedos…, los miedos a esa piedra.
Ahora volvió a retomar sus pensamientos, el día de su alineamiento...
Recién cumplidos los doce años Agilius Malvadoc iniciaba la peregrinación
hacia el corazón de la Montaña de fuego. Allí el gran Gygax le confiaría su
verdadero alineamiento.
El alineamiento era muy importante en la vida de cualquier ser de la tierra
soñada. Era la identidad personal de cada una de las especies y razas de este
gran mundo.
Había tres posibles alineamientos: el primero, y el de la mayoría de seguidores
de la religión legal, era el que te convertía en el amo de tu destino, el hacedor
del buen propósito, las ganas de ayudar al prójimo.
El segundo alineamiento era más bien…, digamos una cosa neutra, entre el bien
y el mal.
Del tercer alineamiento poco puedo decir a su favor; realmente toda la peor
calaña del mundo pertenecía a ese tercer escalón… Gente malvada y siniestra
que no merecían vivir entre la gente de a pie.
Las razas más fieras y peligrosas, los demonios del inframundo, y lo más detrito
de los mundos escondidos cumplían todos los requisitos de ese tercer escalón.
Por supuesto este tipo de “caóticos” no visitaba al Dios Gygax, más bien
estaban fuera de la sociedad, escondidos en las sombras para coger del cuello a
cualquier desafortunado que se cruzase en sus caminos...
De muy tarde en tarde el gran Gygax tenia que dar la mala nueva ante el ser que
tenia delante; la desdicha era en secreto, pero el ojo de Gygax que todo lo veía
siempre estaba pendiente de la vida del caótico, y de verdad os digo que estos
nunca terminaban bien...
El bueno de Agilius se encaminó hacia el templo subterráneo de la deidad, sus
hermanos ya habían pasado la prueba satisfactoriamente, así como todos sus
antepasados.
Ahora le tocaba a él, sabia que era un buen hombre y no debía temer nada en
absoluto.
El gran ojo le examinó concienzudamente. El joven apuesto que tenía delante
era buena persona, trabajador y honesto, pero algo parecía advertir al gran
Gygax, una imagen distorsionada que no supo que era... De todas formas el
chico merecía la categoría de neutral, y así se lo hizo saber.
Agilius no inició su vuelta a casa muy conforme, era el comienzo de su
madurez, y el alineamiento le preocupaba, solo su tatarabuelo había obtenido el
neutro, no sabía a qué se debía esta desviación. Al final lo achacó a los hurtos
que de niño hacía de vez en cuando en los huertos y granjas cercanas a su aldea.
Riéndose entre dientes marchó del gran templo, no sin antes llevarse unas
monedas de bronce de la laguna de los deseos. Total, si era neutro, tenía que
demostrarlo de alguna forma.
Pasaron los años, Agilius se caso y tuvo un hermoso niño. Por aquel entonces el
pícaro regentaba un negocio de hierbas con las que sanaba a la gente del
contorno. Las hierbas le daban para comer y poco más; Agilius era un tipo muy
ambicioso y extrovertido, quería lo mejor para los suyos, y con esta forma de
vivir sabia que nunca conseguiría el placer de la buena vida.
Por lo tanto se le ocurrió la idea de montar una compañía de caza tesoros; se lo
comento a la gente del pueblo, dos aldeanos accedieron a acompañarle por el
mundo, su hermano Recio Malvadoc también le apoyo en la idea. Los cuatro se
reunieron una noche en casa de Agilius y al día siguiente comenzaron sus
salidas hacia esos desconocidos lugares.
Se dedicaban sobre todo a las minas escarbadas bajo tierra por los enanos en
décadas pasadas. De vez en cuando extraían bastantes tesoros de estos sitios
tenebrosos, todo tipo de criaturas pululaban por esos grandes túneles, que a su
vez eran tumbas de enanos muertos en nichos escondidos en la roca; además los
susodichos eran enterrados con todas las riquezas que poseían en vida.
Como he dicho, los peligros eran inminentes allí abajo. La compañía iba bien
armada de pies a cabeza, incluso con objetos mágicos que de vez en cuando
encontraban por esos maléficos y putrefactos túneles y galerías.
Agilius llevaba una coraza especial, era uno de sus tesoros más preciados, con
ella repelía todo tipo de fuerzas malignas, además le daba un plus de acción en
cada combate a muerte.
Todo iba viento en popa, con sus peligros por supuesto, la empresa era harto
complicada y todos lo sabían.
De tarde en tarde aparecían en su aldea para repartir el oro y la gloria con los
suyos. Eran aclamados como héroes del lugar, más de uno quiso unirse al
grupo, pero todos eran una panda de cobardes… Cuando los cuatro narraban las
penurias y peligros que pasaban, los aldeanos miraban hacia otro lado, y huían
rápido de sus buenas intenciones declaradas con anterioridad.
La cosa es que la última visita de la compañía fue en el invierno de aquel año
tan malo en cosechas.
La esposa de Agilius se plantó y le dio un ultimátum, la pobre temía mucho por
él, además estaba su hijo pequeño…, no conocía casi a su padre.
Agilius accedió a regañadientes, le prometió que solo estaría seis meses fuera y
luego se acabaría para siempre, ya eran lo suficientemente ricos como para
continuar jugandose la vida en cada incursión.
Y como siempre ocurre en todas las historias trágicas…, nunca se puede decir
cuando sera la última jodida vez de algo.
La puta avaricia, las ganas de más y más… Ocurrió lo que tenía que ocurrir, y
todos pagaron la penitencia a partir de entonces.
Si, en efecto. Agilius encontró su perdición, o quizás la perdición le encontró a
él…
Fue en aquella gruta maldita, infectada de orcos y duendes escupe ácido; allí
estaba escondida, entre un tumulto de huesos, la piedra más negra que jamás se
halla visto en la tierra.
Agilius se agachó para recogerla, y cuando apreció su tacto algo demoníaco
ocurrió en su mente… Sus ojos se inyectaron en sangre, sus ropas se
descosieron rompiéndose a jirones.
El ser más macabro y siniestro había poseído su cuerpo, mente y alma.
Agilius, lleno de ira corrió hacia sus colegas y los destrozó, literalmente, los
dejo desechos en aquellas frías cavernas.
Pasaron los días, de vez en cuando recobraba su identidad a voluntad del ente
que le poseía dentro, en esos ratos de lucidez se dedicaba a buscar gente para
que le ayudará en sus andanzas, luego los mataba… Almas nuevas reclutadas
para el demonio de la piedra.
Agilius Malvadoc cometió los crímenes y fechorías más horribles de la historia
de este mundo, fue perseguido a muerte, y hoy en día aún se teme que aparezca
en los sueños de los niños...
Pasaron años hasta que Agilius volvió a su tierra, fue un caluroso otoño, su
mujer e hijo comprobaron el cambio…, algo había sucedido en aquel último
viaje, algo siniestramente poderoso a ojos de cualquier ser de este mundo.
Nada dijo al respecto el buen esposo y padre, pero las penurias comenzaron
para toda su familia y la gente del pueblo.
Un buen día Agilius desapareció y nunca se volvió a saber de él. Una carta es lo
único que dejo en uno de esos momentos de lucidez. Una carta para su hijo, que
debería leer cuando este cumpliese la mayoría de edad.
La noticia fue trágica aquel mes de la cosecha divina, el gran Gygax había sido
destruido…
El Todopoderoso ojo, el que habitaba la tierra soñada desde que el sol iluminó a
las primeras semillas de seres humanos.
Por lo visto su asesino uso un poder que no era de este mundo para acabar con
el gran Dios.
La tierra soñada corría un gran peligro, un asesino venido del averno andaba
suelto… La magia negra (ya olvidada), anunciaba un inicio caótico del que
nadie estaba seguro.
Todos hablaban de una nueva ruina, la orden de los templarios volvió a reunirse
junto a los desaparecidos Guardas grises.
La torre de hechicería era un lugar ahora poco seguro y vigilado por la orden
templaria; dentro de sus magníficos salones se reunían a diario los grandes
maestres para analizar la situación.
A raíz de tal sacrilegio el sol comenzó a teñirse de negro, y una grieta en la luna
era visible, sobre todo en las noches de luna llena.
El mal había comenzado a instaurar una nueva era, la era de la supervivencia y
de los héroes anónimos...
A partir de aquel entonces todo fue libre albedrío, ninguna persona conocía las
pretensiones de nadie. Sin alineamiento todo era un torbellino de sorpresas, la
muerte llamaba a cada puerta y todos lo sabían.
El juego de la muerte y la sorpresa había comenzado, por lo tanto era el
momento de empezar a jugarlo entre todos...

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