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NIETZSCHE

VIDA (1844-1900)
Nació en Alemania. Su padre era pastor protestante. Recibirá una sólida formación humanista con gran
sensibilidad para la música. Muy pronto comenzará su enfermedad, con grandes dolores de cabeza.
Estudia Filología clásica, donde descubre la obra de Schopenhauer. Admirará a Wagner hasta que
rompa su amistad con él. Nombrado catedrático de Filología clásica en la universidad de Basilea (Suiza)
que abandonará al agudizarse su enfermedad (a los 35 años) viviendo entre el Mediterráneo y los Alpes
suizos. A los cuarenta y cinco años sufrirá un colapso en Turín y los diez años siguientes tendrá una vida
casi vegetativa, siendo cuidado por su madre y su hermana, que manipulará y falsificará pasajes de su obra.

OBRAS MÁS IMPORTANTES: La gaya ciencia, Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal
y La genealogía de la moral.

INTRODUCCIÓN
Nietzsche es un pensador que se dedica a “filosofar a martillazos”, es destructivo y provocador. Su
nombre se asocia a la crisis de Occidente que pone en cuestión todo en lo que hasta ahora se había creído,
pensado y justificado y al mismo tiempo propone una nueva forma de entender la realidad
completamente distinta.
Frente al optimismo positivista e ilustrado del siglo XIX con su fe en el progreso y su confianza en el poder
de la razón, Nietzsche elabora una filosofía de la sospecha con la que trata de desenmascarar los motivos
ocultos que explican el origen de nuestro afán racionalista y de nuestras convicciones morales.
La obra de Nietzsche también es una afirmación del vitalismo y del valor único e irrepetible del individuo.
Su filosofía está próxima a las corrientes del Romanticismo que desconfiaban de la creciente influencia que
estaba adquiriendo la ciencia y la técnica y que defendían la primacía del sentimiento y de las pasiones
individuales sobre la razón.

EL PROBLEMA DE LA REALIDAD Y DEL CONOCIMIENTO


El pensamiento de Nietzsche es una filosofía vitalista, porque insiste en el valor incomparable que tiene la
vida del individuo. La vida es dolor, incertidumbre, destrucción, error. Su realidad es un devenir infinito
presidido por el azar. Lo irracional constituye su verdadera fuente y todo esfuerzo por ocultarlo, le
parece a Nietzsche una hipocresía insostenible. Sin embargo, la cuestión no es establecer o negar semejante
evidencia, sino la actitud que el hombre toma ante ella.
La vida es la realidad fundamental. Debemos asumir la vida natural, con la potencia ilimitada de sus
fuerzas e instintos sin trabas ni normas. Afirmar y optar por la vida significa asumir sus fuerzas, los
instintos de dominación, los riesgos y dolores, la tragedia de la vida misma. Por lo tanto, lo que realmente
importa es que seamos capaces de experimentar una vida plena e intensa. Aunque según Nietzsche la
mayor parte de la gente no se atreve a comprometerse con la energía y la entrega que hacen falta para
afirmar plenamente el valor de la vida.
El hombre recibe gratuitamente la vida, pero una vez que la posee, se constituye en exclusivo dueño de su
vida y en el único responsable de la misma. La vida tiene valor en sí misma y no hay que buscarle
explicación fuera de ella. Es un valor absoluto al cual se subordinan todos los demás valores, pues todo
debe ponerse al servicio de ella.
El arte acepta lo que hay de problemático y terrible en la vida, es total y entusiasta afirmación de la
vida. El arte transforma la debilidad humana en fuerza, la impotencia en poder; el arte abre al hombre a
lo infinito del poder y la exaltación de sí.
Nietzsche consideraba que los griegos (tenía una gran admiración por Homero y Esquilo) a través de las
tragedias, supieron plasmar con belleza su peculiar manera de entender la vida. En su obra El origen
de la tragedia, expresa que los griegos sabían muy bien que la vida es terrible, inexplicable y peligrosa,
pero comprendían el carácter del mundo y de la vida humana y no se entregaban al pesimismo volviendo la
espalda a la vida, sino que lo que hacían era transformar la realidad por medio del arte. Eran capaces de
decir “sí a la vida y al mundo” como un fenómeno estético. Los griegos distinguieron dos dimensiones
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fundamentales en la realidad y en la vida: lo apolíneo y lo dionisiaco, representadas por dos símbolos: el
dios Apolo (dios de la belleza representa los valores de la razón, la medida el equilibrio y la
individualidad) y el dios Dioniso (dios de la orgía, representa los valores de vida, de la desmesura, la
embriaguez mística y la anulación de la conciencia personal, lo irracional. Es el símbolo de la vida que se
desborda rompiendo las barreras y las limitaciones). La lucha entre ambos representa el propio “juego
trágico” en el que consiste el mundo: vida y muerte, nacimiento y decadencia, que constituyen
dimensiones de una misma realidad. Se trata de dos fuerzas contrarias que, sin embargo, están llamadas
a entenderse formando un equilibrio y una armonía perfecta. La tragedia griega es una forma de arte
única y extraordinaria, porque en ella se reconcilian y complementan los dos elementos básicos de la
realidad: lo apolíneo y lo dionisiaco. Mediante la conexión entre lo apolíneo y lo dionisiaco la vida era
afirmada estéticamente y transformada en arte, la sombría sinrazón de la vida no era negada, sino que,
por el contrario, todo lo terrible que hay en ella quedaba afirmado al ser transformado en algo
estéticamente sublime. Por tanto, el arte es necesariamente afirmador de la vida, expresión de plenitud,
libertad y vigor y por consiguiente enemigo de todo lo abstracto.
Lamentablemente a partir del siglo V a C. los griegos empezaron a dar una importancia cada vez
mayor a los elementos racionales y apolíneos, mientras desconfiaban de lo dionisiaco, rompiéndose así el
equilibrio entre las fuerzas de la vida. Para Nietzsche en este proceso fue crucial el papel de Sócrates por su
insistencia en valorar la razón sobre todas las cosas y con su rechazo a los excesos y la desmesura. De esta
forma, al imponerse la razón sobre los instintos comienza la decadencia de la cultura occidental.
Para Nietzsche la cultura occidental es una cultura racional y dogmática, y por eso es decadente, porque
se opone a la vida, a los instintos, empeñada en instaurar la racionalidad a toda costa. Es preciso
criticar el dogmatismo para eliminar el error de base. Su crítica a la cultura occidental abarca: una crítica a
la metafísica tradicional y al lenguaje, crítica a las ciencias positivas y crítica a los valores morales y la
religión.
Crítica a la metafísica tradicional y al lenguaje:
Según Nietzsche, Sócrates y Platón fueron los grandes corruptores de la filosofía, los primeros que
rechazaron el instinto dionisiaco y consideraron que el espíritu apolíneo, racional y mesurado, era el
único propio de los seres humanos. Para estos autores y para la cultura occidental, conocer consistía en
alcanzar la realidad verdadera que se esconde detrás de las apariencias. Consecuentemente con esto, Platón
distinguió entre doxa y episteme. De ahí que por un lado está el mundo sensible y aparente que
captamos por los sentidos y por otro, el mundo inteligible y verdadero que solo puede captarse con la
razón. Mientras el mundo sensible es cambiante, confuso y engañoso, el mundo inteligible es eterno e
imperecedero porque en él se encuentra la auténtica realidad. Así, el llamado “mundo verdadero” racional
se construye en oposición al “mundo aparente”, de los sentidos, siempre cambiante. Pero para Nietzsche,
esta contraposición no es más que una “ilusión óptico-moral”. No hay un mundo real distinto del que
experimentamos por medio de los sentidos. No hay más realidad que la que podemos captar por los
sentidos, con su perpetua movilidad y su pluralidad inagotable. Intentar escapar de ella inventando un
mundo ficticio no es más que una señal de cobardía y de miedo ante el vértigo que nos produce el devenir.
Lo real es el devenir de Heráclito.
La “invención” de este “otro mundo superior” de la metafísica tradicional es para Nietzsche producto del
resentimiento y temor hacia la vida y los filósofos son en realidad unos resentidos. Este impulso contra la
vida es denominado por Nietzsche “voluntad de verdad” y consiste en utilizar la razón para afirmar la
supremacía de las esencias, considerando así la realidad como algo estático, fijo e inmutable, vengándose
así del devenir de la realidad, de la vida que no se puede dominar.
Hay que pedir a los filósofos del futuro que destruyan a martillazos toda metafísica vacía, todo lo que
se viene llamando oficialmente verdad y que sólo acepten las apariencias, lo que se ve. Las verdades
absolutas no son más que fantasías e invenciones platónicas.
Así pues, la ontología tradicional está basada en la creencia de que el devenir del ser es un error de
nuestros sentidos y basándose en categorías fundamentales de la razón, establece la negación del devenir,
justificando así un mundo donde la realidad cambiante ha sido “cosificada” mediante conceptos ya
que gracias a ellos, englobamos nuestras percepciones sensoriales para hacerlas manejables y
comprensibles. Tanto Platón como otros filósofos a lo largo de la historia (Aristóteles, Descartes, Kant…)
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han entendido el conocimiento como una búsqueda de conceptos que nos permiten entender y manejar
la realidad. Aunque Nietzsche estaba de acuerdo en reconocer que los conceptos son instrumentos útiles y
eficaces para manejarnos en el mundo, el problema no está en usarlos sino en creer que esos conceptos
nos abren el acceso a una dimensión superior de la realidad más auténtica y verdadera que la que
podemos percibir con los sentidos.
El problema está en tomar como verdaderos los principios y conceptos de la razón sin darse cuenta de
que, en su apariencia lógica y comprensiva de la realidad, no tienen otra función que servir a la
necesidad que tiene el ser humano de sobrevivir en un mundo de devenir. Así pues, la ficción de la
metafísica se apoya en el lenguaje, que fabrica cosas y las inventa. El lenguaje nos hace abandonar el
cambio y nos empuja a la permanencia, a la unidad, a la identidad, a la sustancialidad y al ser.
El lenguaje surge como un sistema de metáforas cristalizadas que indican la relación de las cosas con
los hombres. El hombre se inventa una designación arbitraria para las cosas, un sistema de metáforas que
nada tiene que ver con las cosas mismas pero que es socialmente aceptado y acaba definiendo la verdad y
la mentira. Los conceptos no son en realidad más que metáforas que se generan a través de un proceso
que se va alejando cada vez más del original, la cosa real. Creemos que el concepto se identifica con el
original cuando lo único que hace es igualar lo que no es igual y pensamos que nos aproximan al
conocimiento de la realidad, pero no es así. El triunfo del poder del lenguaje, del concepto, es el
dominio de la conciencia frente a la intuición. La necesidad y el deseo del hombre de vivir en sociedad,
le llevó hacer un pacto llegando a una convención en el lenguaje. Se establecieron los nombres y
significados de las cosas imponiendo ciertas convenciones como las correctas, pero no buscando la
verdad sino la seguridad ante el devenir. Con el tiempo se olvidó el origen metafórico, afirmándose
erróneamente el concepto universal (la esencia) como la verdadera realidad. Por lo tanto, no existe la
verdad, sino que es más que un concepto inventado por los filósofos temerosos e insatisfechos del
mundo en devenir que ansían el mundo del ser estático en el que reside la hipotética verdad.
Para Nietzsche, la realidad es devenir sin finalidad ni meta, es cambiante, múltiple y se presenta al
hombre a través de perspectivas. Resulta inútil el esfuerzo en que están empeñados los filósofos y
científicos para encontrar una verdad definitiva con validez absoluta. No existe ninguna verdad única ni
universal. Por tanto, Nietzsche es partidario del perspectivismo gnoseológico según el cual es imposible
encontrar la verdad absoluta porque el conocimiento depende del punto de vista.
El hombre sólo puede escapar de la gran mentira del lenguaje olvidándose de sí mismo y convirtiéndose en
el hombre intuitivo, estético que desarrolla la actividad artística. A través del arte podemos huir de la
falsedad de los conceptos porque el hombre intuitivo es el único que puede situar el arte sobre la vida.
Sólo a través del arte puede alcanzar cierta comprensión de lo vital y así proceder al desenmascaramiento de
la cultura, instituciones, valores, ciencia etc., que tradicionalmente han venido ocultando la vida.
Nietzsche considera que lo real es la vida que es inexplicable y que no reductible a conceptos y a los
objetos que la ciencia nos tiene acostumbrados. La vida es intuible, se trata de una intuición estética sólo
alcanzable por el artista en cuanto activa su genio. Nietzsche creía que el arte es una forma de
conocimiento mucho más rica y valiosa que la ciencia porque nos proporciona imágenes continuamente
renovadas para expresar el perpetuo devenir de la realidad.
Crítica a las ciencias positivas:
Nietzsche también hace una crítica a las ciencias positivas porque son una matematización de lo real, sólo
expresan la realidad cuantitativamente sin atender a las diferencias reales y cualitativas. Esto no nos
ayuda a conocer las cosas, sino sólo a establecer una relación cuantitativa con ellas. La ciencia sólo conoce
cantidad y número, pero no sabe nada de la pasión, de la fuerza, el placer, del amor etc, ni la física ni la
química ni las matemáticas explican al ser humano.
El positivismo sostiene que la ciencia es una actividad desinteresada que ha encontrado un único camino de
acceso a la verdad. Sin embargo, Nietzsche considera que este punto de vista es insostenible ya que no existe
una única verdad universal y porque la ciencia no muestra un afán por el conocimiento de forma
desinteresada.

EL PROBLEMA DE LA MORAL Y DEL PROBLEMA DEL HOMBRE


Crítica a la moral y la religión:
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La crítica más profunda de Nietzsche a la cultura occidental es la crítica a los valores morales y a la
religión. El principal error de la moral tradicional es “antinaturalidad”, es decir, va contra la naturaleza,
contra la vida. El platonismo (que es la base filosófica de esta moral va contra-natura al proclamar el mundo
de las ideas que sirvió de “más allá” religioso para los cristianos), produjo una inversión de los valores
morales que imperaban en el mundo griego, inversión que se agravó por la influencia de la religión
judeo-cristiana, introduciendo una moral que en virtud de leyes, decálogos, normas e imperativos, se opone
a la vida, a los instintos primordiales de la vida y haciendo que el centro de gravedad no esté en esta vida,
sino en la otra.
Sin embargo, en la antigüedad griega era diferente, lo bueno hacía referencia a lo noble, al hombre de
rango superior, “los señores” “los que mandan”. El concepto de bueno tenía un sentido aristocrático
frente al hombre vulgar. La valoración moral aristocrática tenía como base una constitución física
vigorosa, saludable, eran nobles, orgullosos, valientes y se asociaba éxito en la guerra. Se regían por la
moral de los señores, los que aman la tierra y desprecian los valores del mundo suprasensible y dicen
sí a la vida. Con la aparición del judaísmo y del cristianismo se produjo una inversión de los valores. El
miedo a la vida, el resentimiento y espíritu de venganza propio de los débiles invirtieron los valores e
impusieron la moral de los esclavos, (sus rasgos eran la debilidad, la mediocridad, la impotencia, la
cobardía). Así, lo que antes era bueno pasó a ser malo y pecaminoso. Ahora los miserables son los
pobres, los impotentes, los que sufren. El espíritu de venganza propio de los débiles proclama los valores
que le hacen la vida más soportable: la compasión, la paciencia y la humildad.
La moral del cristianismo es la moral de los que renuncian a la moral de los señores, elevando la piedad a
virtud, imponiendo a los más poderosos la obligación de reprimir su voluntad en atención de los débiles. Con
todo ello, todos se debilitan, Nietzsche constata que, en la historia de Occidente, debido al triunfo del
cristianismo, hay un creciente ascenso de los valores de los débiles sobre los fuertes, trayendo como
consecuencia la decadencia europea.
Para Nietzsche, toda religión nace del miedo, de las angustias, de las necesidades y de la impotencia que
siente el hombre en sí mismo. Por lo tanto, ninguna religión ha contenido jamás ninguna verdad. El
cristianismo ha invertido los valores de las antiguas Grecia y Roma que eran valores de vida y se ha
inventado un mundo ideal, celestial que lleva consigo la desvalorización del mundo terreno y fomenta
valores como la obediencia, el sacrificio, la humildad que son sentimientos propios del rebaño. Además,
con el concepto de pecado aniquila las formas y valores más nobles de la vida y pervierte la vida en su raíz.
Lo bueno para el cristianismo era lo malo para la vida.
El cristianismo fomenta la piedad y el amor a los demás, estrategia ideada por los débiles para así
protegerse astutamente de los hombres fuertes, nobles, orgullosos y capaces de vivir según la moral de
los señores, y así modificar la escala de valores que les perjudicaba.
Para Nietzsche, el cristianismo era la religión de los resentidos, la moral obligaba a una renuncia de los
instintos poderosos impuesta por los que no tenían ni siquiera fuerzas para renunciar a la vida. Era una
venganza contra la vida llevada a cabo por aquellos que ya no podían sentirla. De esta manera, el
cristianismo venía muy bien a las masas y a los ideales democráticos modernos a su voluntad de medir
a todos los hombres por el mismo rasero. Nietzsche rechazaba la democracia porque consideraba que es
un sistema antinatural que trata a todos los seres humanos de la misma manera, cuando existe una importante
diferencia entre quienes se atreven a vivir intensamente y quienes son demasiado débiles para hacerlo.
Así pues, Nietzsche en su estudio de los orígenes de los valores dominantes de la cultura occidental
concluye que son producto del resentimiento de los débiles que lograron imponer una inversión de
valores contra la ética de los señores y desde entonces ha prevalecido una ética de esclavos que somete y
niega la vida.
Según Nietzsche es preciso elevarse más allá del juicio moral, es decir, más allá del bien y del mal tal y
como había sido entendido hasta ahora, de lo contrario solo cabría esperar la decadencia de las
fuerzas vitales. Por tal motivo Nietzsche creía que solo la destrucción de la moral cristiana permitiría
de nuevo afirmar la importancia de la vida y para ello hace falta realizar un cambio en los valores, que
devuelva las cosas a su lugar que le corresponden, reconociendo que lo bueno es lo que impulsa, acrecienta
e intensifica la vida, mientras que lo malo debe asociarse a lo que disminuye, entorpece o debilita la
plenitud vital.
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Para Nietzsche, Dios, había sido el gran obstáculo contra la vida, pero según él cada vez más personas
(artistas, intelectuales…) habían comprendido la enorme mentira del cristianismo y deseaban liberarse de
ello para poder desarrollar una nueva forma de vida más plena y más libre por eso había que acabar con él.
Puesto que Dios había sido la gran objeción contra la vida, era necesario negar a Dios. Para Nietzsche esto
había ocurrido en la época moderna donde se declara que “Dios ha muerto porque los seres humanos lo
hemos matado”. Esta afirmación tiene importantes consecuencias ya que, si no hay ningún Dios, la base
sobre las que se apoyan nuestras antiguas creencias y seguridades se derrumba, dejando un enorme
vacío y nos damos cuenta que nuestras profundas convicciones estaban sustentadas en algo que no
existe y caemos en el nihilismo que es el resultado del descubrimiento de la falsedad de ese mundo
metafísico creado por la razón, en donde el hombre ha creído que todo el devenir y el proceso global de la
existencia, se remitía a un ser superior a nosotros mismos, a una finalidad que daría un significado a todo lo
que nos rodea y se ha desvelado que nada tiene sentido y no hay ninguna finalidad.
Aunque el nihilismo conlleva una primera etapa de pérdida y de confusión en la que parece que nuestra
vida ha perdido sentido, y que necesaria para desprendernos de las antiguas mentiras (nihilismo negativo), le
sucede otra que nos permite emprender un nuevo rumbo vital, dando la oportunidad a los seres humanos
de reinventar libremente su futuro en busca de una mayor plenitud e intensidad vital.
Hay que aclarar que Nietzsche proclama la muerte del Dios monoteísta, que es el Dios de las
contraposiciones filosóficas entre bien y mal, mundo real y mundo aparente, bueno y malo. Con la muerte de
Dios el hombre se libera de sí mismo, quitando del medio lo que no le había dejado ser hombre y comienza
el resurgimiento de los antiguos dioses del politeísmo, dioses múltiples enfrentados en una lucha eterna,
que simbolizan una visión plural de la realidad y de la vida.
Para referirse a esta nueva forma de vivir, basada en la afirmación e intensificación de la vida
individual Nietzsche habla de la voluntad de poder. La voluntad de poder equivale al deseo de
incrementar la plenitud vital para vivir de manera más auténtica e intensa, rechazando la moral de los
esclavos. Un buen ejemplo en el que se manifiesta la voluntad de poder es la vida de los personajes nobles y
heroicos (moral de los señores) que son capaces de “decir sí a la vida”. También está impulsado por la
voluntad de poder quién aspira a la excelencia o quién persigue el éxito asumiendo riesgos y
afrontando peligros. Esta es, según Nietzsche, la única manera digna y valiosa de vivir, por lo que debe
servirnos de referencia para establecer nuevos valores. Según este cambio de valores que propone
Nietzsche todo aquello que aumente e intensifique la voluntad de poder será bueno mientras que todo
lo que la obstaculice o dificulte será malo. Nuestra vida habrá merecido la pena si en ella nos hemos
atrevido a afirmar la voluntad de poder y a vivir plena e intensamente. La aceptación total de la vida
incluye vivir a fondo tanto la alegría como el sufrimiento. Nietzsche hablaba del amor fati o amor al destino
que consiste en aceptar nuestra propia vida tal y como es incluyendo no solo sus instantes de
exaltación, sino también de abatimiento, sin lamentarnos por la inevitable carga de dolor y amargura
que conlleva nuestra existencia. La nueva moral está basada en el deseo apasionado de vivir, está
apoyada en la exaltación por la vida sin traba alguna.
Frente a la concepción teleológica y lineal del tiempo, característica de la religión judeo-cristiana en
donde Dios imponía unos valores que proyectaban los actos del ser humano hacia el futuro y en donde el
hombre virtuoso tendría una recompensa en una vida ultraterrena, de forma que ningún momento vivido
tiene plenitud de sentido y por lo tanto el hombre no era feliz. Nietzsche rompió con la clásica
interpretación del tiempo que había prevalecido en Occidente desde los orígenes del cristianismo. La
religión cristiana introdujo la concepción lineal de la temporalidad, es decir, el tiempo tiene un comienzo
(que corresponde con el momento en el que Dios creó el universo) y también tendrá un final (el día del
Juicio Final, cuando Dios regrese para juzgar a vivos y muertos). Esta visión de la filosofía vigente
durante casi dos mil años se contrapone a la visión circular que tenían los griegos y muchas culturas
orientales y Nietzsche a través de su concepción del eterno retorno retoma la visión cíclica del universo y
lo pone en relación con su propuesta acerca de la vida ya que para Nietzsche todo se repite
incesantemente. Los acontecimientos de nuestra vida han de regresar eternamente para volver a vivirlos de
forma idéntica. Cada decisión personal y cada instante vital tienen un valor extraordinario, porque son
decisiones e instantes que van a repetirse hasta el infinito. Si tu vida es plena y rica, ésta regresará en
toda su intensidad una y otra vez, pero también volverá una vida triste y mediocre. La idea del eterno retorno
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nos sirve para determinar si somos capaces de decir “sí a la vida” ya que el instante adquiere una
importancia infinita puesto que sus consecuencias se extienden hacia el futuro que ha de regresar
indefinidamente. Esta perpetua repetición es, en definitiva, la autoafirmación del mundo, de la vida
sin buscar sentido ni razón. Este pensamiento del eterno retorno es desesperante para aquel que no ama la
vida sin embargo no lo es para aquel que ama la vida lo suficiente (superhombre) para quieres eternizarla tal
cual es.
Para Nietzsche ninguna de las personas que existen en el presente o que han existido en el pasado tienen
la fuerza suficiente para asumir de manera plena y convencida el pensamiento del eterno retorno.
Quién pudiera vivir verdaderamente como si cada instante se fuera a repetir hasta la eternidad estaría
sobrepasando las capacidades humanas y sería en realidad un superhombre, queriendo expresar de este modo
que su fuerza, su voluntad de poder y su afirmación estarían muy por encima de las posibilidades humanas.
El superhombre, según Nietzsche, no ha aparecido aún sobre la Tierra. Los seres humanos actuales somos
demasiado débiles para esta nueva forma de vida y somos únicamente una etapa previa en el proceso que
conducirá al surgimiento del superhombre, somos un puente hacia el superhombre.
El proceso que conduce desde los seres humanos al superhombre está recogido de manera alegórica en su
libro Así habló Zaratustra en donde expuso tres metamorfosis o cambios sucesivos: camello en donde el
espíritu del hombre es un animal de carga, que obedece a su amo sin quejarse; es paciente y se arrodilla
bajo el peso de los valores superiores, simboliza la moral de los esclavos, de los cristianos que se
resignan y humillan amando incluso a los que desprecian. Pero el camello se transforma en león en donde le
hombre-camello, cansado por el peso de la carga se rebela contra su amo y lo derriba, entonces se
convierte en hombre-león, crítico y dueño de sí mismo y quiere conquistar su libertad, destruyendo los
antiguos valores y está preparando para la última transformación. Por último, el león se convierte en niño,
que es el símbolo de la inocencia, es decir, el desconocimiento tanto del bien como del mal. Asimismo, el
niño toma cada instante como un juego, como un fin en sí mismo. Representa la capacidad de inventar
una nueva manera de vivir, libre de cargas y ataduras, capaz de proponer valores nuevos basados en
la afirmación de la vida. Busca la afirmación de sí mismo y representa al superhombre que es consciente
de la muerte de Dios y afronta el nihilismo creando sus propias normas porque está más allá del bien y
del mal, que se rige por la moral de los señores y capaz de asumir su existencia bajo la idea del eterno
retorno y dispuesto a asumir su vida con un “santo decir sí” a la realidad.

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