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Dependientes de Su gran

Poder
Serie «Dios y Hombre»

Tema: La incapacidad del hombre y el poder de Cristo.


Texto bíblico: Juan 5:1-18

Introducción
El viernes estuve en una conferencia que estaba dirigida a pastores. Más allá de
los detalles que uno puede observar y considerar cuestionables, la exposición
del pastor fue muy edificante. Se expusieron tres temas y él último se titulaba
“el poder de la vulnerabilidad”. Básicamente lo que el pastor daba a conocer en
este punto era la importancia y valor de reconocer nuestra vulnerabilidad como
pastores. Reconocer que no somos los victoriosos y poderosos que a veces
aparentamos, sino que somos personas frágiles, muchas veces temerosas e
impotentes ante las circunstancias difíciles que vivimos. Este punto es
esencialmente lo que ya hemos compartido en diversas ocasiones sobre la
importancia de reconocer nuestra propia pecaminosidad y debilidad como seres
humanos caídos. Alguien me dijo hace unos días que prefería declarar que era
santo antes que llamarse a sí mismo pecador porque pensaba que llamarse
pecador era aprobar el pecado. Cómo le respondí a esa persona les digo ahora:
reconocer que somos pecadores no es condescender con el pecado, sino
percatarnos de la realidad de nuestra propia naturaleza carnal lo que a su vez
nos hará aceptar nuestra necesidad de socorro y buscar en Dios el auxilio que
necesitamos.
Es una tendencia natural enfrentar con cierta fortaleza y tenacidad las
situaciones que amenazan nuestra felicidad o comodidad. Por lo general no nos
decaemos con facilidad ante las circunstancias, sino que procuramos
enfrentarlas con vigor. No obstante, muchas veces estas circunstancias o
tribulaciones son tan aplastantes que en ocasiones podemos sentirnos tan
desarmados, tan débiles e incapacitados que nos es imposible resistir la prueba.
En esos momentos ¿Qué hacemos? ¿Somos de los que sucumben ante la
ansiedad, frustración, estrés y desasosiego al ver que todo se nos escapa de las
manos? ¿O acudimos al Señor con sinceridad, reconociendo nuestra propia
incapacidad y refugiándonos en su bendito poder y gracia?
Resumiendo...
Algún tiempo después de los acontecimientos ocurridos en Galilea Jesús va
nuevamente a Jerusalén a celebrar una fiesta judía (no se sabe con certeza cuál)
y llegando al templo, específicamente en la puerta de las ovejas donde estaba
un estanque al parecer llamado betesda allí se topa con un paralítico. Alrededor
de este estanque de agua había muchos enfermos que esperaban que el agua se
agitara para salir corriendo y sumergirse en él porque creían que el primero en
hacerlo era sanado de todas sus enfermedades. Aunque versiones como la RV60
describen que un ángel de vez en cuando descendía y agitaba el agua lo cuál le
otorgaba algún tipo de poder curativo al estanque, en realidad tal parece que
este fragmento del pasaje no existe en los manuscritos originales, sino que fue
añadido más tarde. Más bien el versículo cuatro parece describir la idea popular
de que estos estanques tenían propiedades curativas y que se debía a la
participación entidades angelicales. Debido a eso muchos enfermos
frecuentaban estos lugares. Aunque no es imposible que un ángel hiciera tales
cosas, no parece haber evidencia en todo el libro ni en ningún otro escrito de tal
evento. Entonces, no está claro completamente porqué los enfermos esperaban
el movimiento del agua, lo que sí está claro es que estos esperaban ansiosamente
la oportunidad de ser sanados. Jesús al llegar allí se percata de un hombre
paralítico (lit. seco o marchito) que hacía mucho tiempo que se hallaba en esa
situación. Le pregunta si desea ser sano y este responde que no ha podido porque
cuando el agua se agita otro desciende primero que él. No obstante, esto no es
impedimento para Jesús quien le dice Levántate, toma tu lecho, y anda.
Inmediatamente el hombre es sanado y se levantó. Pero al verlo unos fariseos
llevando su lecho o cama le reprendieron por cuanto era día de reposo y no
estaba permitido. En el día de reposo los judíos tienen prohibido hacer muchas
cosas como: amasar, peinar, bordar, tejer, cocinar, lavar, coser, quemar (esto
incluye encender bombillas, encender motores o utilizar cualquier aparato que
funcione eléctricamente), extinguir, escribir, borrar, construir, etc. Hacer
cualquier esfuerzo físico estaba prohibido por lo que este hombre estaba
infringiendo la ley judía. Sin embargo, la respuesta del hombre es sorprendente:
El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda. La pregunta que surge
es ¿qué autoridad tendría este hombre para hacer que este paralítico
transgrediera de tal manera la ley? La respuesta fue el milagro. Si este hombre
tenía tal poder y autoridad para hacer que un hombre que ha estado paralítico
durante casi toda su vida vuelva a caminar, entonces tiene autoridad para decirle
levántate y anda. Esto provocó no solo el rechazo de los judíos hacia Jesús, sino
su odio y disposición para matarlo. Jesús les responde que al igual que el Padre
trabaja, el también trabajaba en lo que tiene que ver con su plan divino. Esto
provocó aun más el odio de los fariseos porque Jesús “quebrantaba” el día de
reposo y porque afirmaba ser igual a Dios.
En este pasaje vemos un marcado contraste entre el gran poder de Cristo y la
completa incapacidad del hombre. Consideremos al menos cuatro principios
que este relato nos enseña.

Reconoce tu propia incapacidad


«En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos» (vs. 3)
«Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando
se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo» (vs. 7)
Reconozcamos nuestra completa necesidad y dependencia de Dios y confiemos
en la suficiencia de Cristo para salvarnos, para consolarnos, para fortalecernos,
para sostenernos y guiarnos.
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me
gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en
angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2Co. 12:9-10)

Anhela la restauración
«... y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo» (vs. 7)
Así como estos enfermos, nosotros debemos ansiar la completa sanidad de
nuestra vida. No debemos conformarnos con nuestras imperfecciones, sino
anhelar persistentemente el día de nuestra restauración plena.
Gocémonos porque en los tiempos de aflicción el Señor nos recuerda nuestra
incapacidad, a fin de que acudamos a él y dependamos de su gracia.
Confía en el gran poder de Cristo
«Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue
sanado, y tomó su lecho, y anduvo...» (vss. 8-9)
Confiemos en Aquel que tiene poder para suplir aun las más profundas
necesidades de nuestra alma. Él es compasivo y tiene cuidado de nosotros.

Ríndete a su autoridad y voluntad


«El les respondió: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda.»
(vs. 11)
Rindamos nuestra vida a Cristo. Si Jesús tiene poder para perdonarnos,
guardarnos, proveernos y salvarnos. Entonces, tiene autoridad para gobernar
nuestra vida y hacer su voluntad en nosotros. Si hemos sido beneficiarios de la
misericordia divina es para servirle a él. Cuando recibimos misericordia de Dios
y aun así persistimos en el pecado, estamos deshonrando aún más a Dios por
cuanto menospreciamos su gracia. Ej.
• Los incrédulos que experimentan el cuidado y provisión de Dios, pero
aun así viven alejados de él.
• Los creyentes que, aun experimentando los favores divinos, son
negligentes en servir a Dios.
• Los creyentes que han recibido misericordia después de haber pecado,
pero persisten en su pecado o en sus malos hábitos. Ej.
o Aquellos a quienes Dios ha guardado de la enfermedad a pesar de
que son descuidados en su salud,
o Aquellos a quienes Dios provee y bendice financieramente a pesar
de ser malos administradores.
o Aquellos que, a pesar de haber sido exonerados de sus faltas, aun
así, persisten en ellas.

Conclusión
Reconozcamos hoy que no tenemos la capacidad, sabiduría o recursos para
enfrentar muchas aflicciones. Aceptemos que somos débiles, frágiles y
pecadores. Acerquémonos con fe en Aquel que todo lo puede y que con su poder
y por su gracia nos ha perdonado y nos concede vida eterna. Si estás enfrentando
tribulaciones que sobrepasan tus capacidades, te exhorto a que te acerques a
Cristo confesando tu necesidad, tu debilidad y tu dependencia de él. Confía en
el gran poder de Dios y ríndete a él en plena obediencia.

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