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La escuela: un lugar para convivir.

La escuela tiene un papel invaluable en la sociedad; ella no sólo es un espacio donde se


construyen saberes y se desarrollan habilidades cognitivas, sino que es sumamente
importante para la formación identitaria tanto de infantes como de jóvenes.
De igual manera que en el hogar, cada detalle que se realiza en la escuela cuenta para el
aprendizaje. Todo lo que hacen padres y madres, directivos, profesores y otros actores
importantes de la comunidad escolar enseña a los estudiantes modos de
comportamiento hacia sí mismos y los demás.
Así, no sólo lo que se dice, sino la manera en que se comportan los actores involucrados en
la formación de los estudiantes es parte de la educación que se tenderá a reproducir
socialmente.
Más allá de los discursos, los estudiantes aprenden del ejemplo de sus madres, padres,
familiares y o cuidadores primarios, docentes y personal directivo. Ya sea el trato respetuoso
que dan los directivos al personal a su cargo, las actitudes de atención que muestran los
padres y madres hacia algún integrante de la comunidad escolar, el compromiso que muestran
los docentes ante sus estudiantes y pares, e incluso la manera en que éstos últimos resaltan
ciertos contenidos curriculares, implica un tipo de enseñanza que, según ha sido investigado,
tiene una importancia capital en el aprendizaje. Por ello, no sólo es importante lo que se dice,
sino también lo que se hace.
Debido a que la escuela no se encuentra aislada de la sociedad en que coexiste, ella puede
verse como un espacio donde tienden a reproducirse ciertas prácticas sociales. Así, vemos
que los centros escolares presentan las diferentes expresiones culturales que pueblan el
territorio nacional. Por lo mismo, pueden apreciarse tanto situaciones ejemplares, como
problemáticas que anidan en dichos centros: discusiones, discriminación, burlas, etc.
Sin embargo, la escuela no es un espacio pasivo y que sólo reproduce lo que la sociedad vive,
también es un lugar donde se promueven cambios notables.
Los actores de la comunidad escolar son capaces de modificar el enfoque de los estudiantes
y promover aprendizajes que impacten de manera significativa en la mejora de la sociedad.
En tal sentido, se debe insistir en que convivir armónicamente no sólo es un contenido
disciplinar por impartir. Si bien son necesarios los conocimientos y competencias que
presentan diferentes asignaturas (como Formación Cívica y Ética, Historia o Geografía),
es fundamental instrumentarlos mediante nuevas formas de relación que atiendan las
dificultades propias de la convivencia cotidiana.
Aprender a convivir armónicamente es un aspecto esencial cuyo aprendizaje se refuerza en
la escuela y que, si bien puede tener dificultades, es necesario para colaborar en la solución
de las actuales exigencias sociales. La convivencia se construye con los esfuerzos de los
distintos actores de la comunidad.
Así, una manera para coadyuvar en la superación de conflictos derivados por la exclusión
de otros por sus diferencias (especialmente, en contextos donde hay notables diferencias
culturales, sociales, económicas, étnicas, de género, de orientación sexual, lingüísticas,
etarias, entre otras) es reconsiderar la manera en que nos relacionamos y actuamos ante los
demás.
Tradicionalmente, se asume que a quienes señalamos como diferentes poseen ideas extrañas
o extravagantes; algunas de ellas se juzgan como hilarantes, desagradables o hasta de menor
valía. Por lo mismo, sus actividades, costumbres, atuendos o ideas nos desconciertan,
asustan, desagradan o parecen risibles. Sin embargo, tal situación es insostenible, pues cada
expresión cultural y forma de vida tiene un valor propio que, mientras no cause daños, debe
respetarse.
A la par, cabe señalar que cada uno es diferente; todos actuamos o pensamos de forma
singular y, aunque tengamos afinidades con determinados grupos, cada una de nuestras
expresiones son valiosas. Al apreciar nuestras características y rasgos distintivos podemos
notar que la armonía entre ellas enriquece nuestra existencia; cada quien tiene diferentes
gustos, necesidades, valores, creencias y hábitos que nos forman como individuos sin que
ello signifique tener una menor valía. Algo análogo pasa con las diferencias que expresan las
demás personas; la diversidad que expresa cada individuo no sólo es natural, sino que
enriquece la cultura y amplía la construcción del desarrollo social. Por ello, en vez de repudiar
las características ajenas, hay que modificar la perspectiva que afirma que nos encontramos
frente a otros radicalmente diferentes y transitar hacia ver la pluralidad que implica nuestra
sociedad.
No son “ellos y yo” o “ellos y mi grupo”, sino que somos “nosotros” quienes convivimos y lo
hacemos aprendiendo mediante las diferentes interacciones sociales. Es necesario cambiar
el enfoque de pensar diferencias entre grupos, a considerar nuestra convivencia como un
enriquecimiento de costumbres, pensamientos, formas de habla, actividades, entre otros
aspectos. En la escuela, dicha riqueza suele ser manifestada en todos los actores de la
comunidad y debe ser respetada en cada caso. No obstante, esto no puede fijarse en un mero
discurso, sino que es necesario realizar prácticas que permitan una recepción hospitalaria a
los diferentes actores de la comunidad escolar; tanto docentes, personal administrativo y
estudiantes.
En tal sentido, es recomendable hacer sesiones de exploración y socialización entre los
diferentes grupos de la comunidad donde se hablen de los significados diferentes para la
existencia que tiene cada individuo y se señale que, mientras no afecten a otros, todos son
válidos y respetables. En dichas sesiones, todas las opiniones relevantes cuentan y podrán,
de forma equitativa, hacerse sin exclusión o coacción. Ello deberá interesarse en entretejer la
comunidad mediante la interacción y no definir a los individuos por sus diferencias, sino
realizar un esfuerzo de comprensión, colaboración y respeto que resalte las fortalezas de cada
integrante.
Durante tales, todo gesto de rechazo o repudio deberá evitarse, pues sería un aprendizaje que
formará las actitudes e identidades de los integrantes de la comunidad escolar y fortalecería
formas de exclusión.
Así, la convivencia escolar se muestra como una construcción que implica a toda la
comunidad; mediante la acción decidida de sus integrantes, se pueden abrir nuevos horizontes
y producir formas de interacción más justas gracias al compañerismo, el fomento al respeto y
conocimiento del otro.
En tal esfuerzo, estudiantes, madres y padres de familia, tutores, profesores y directivos
son agentes de cambio en los vínculos comunitarios. Este tipo de acciones redunda para
fortalecer el ambiente escolar y en dar elementos para una mayor riqueza en la
enseñanza, pues no sólo serían discursos, sino prácticas que refuercen lo que la
escuela debe enseñar: una mejor forma de vida.

Jonathan Juárez Melgoza.


Mtro. y candidato a Dr. en Filosofía por la UNAM, profesor en la FFyL, y en la FES Aragón de
la UNAM en las licenciaturas de Ciencias de la comunicación y Sociología;

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