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Lección 8

MI LUGAR DE ENCUENTRO CON LA SANIDAD

1. Identifique las heridas de su corazón


Lea lo siguiente en voz alta (o dígalo con sus propias palabras):
Estamos aquí para traer nuestro dolor a Jesús. La Palabra de Dios nos enseña que Jesús no solo vino
para cargar con nuestros pecados; sino también, con nuestro dolor, y para sanarnos. En el Evangelio
según Mateo leemos: «Al anochecer, la gente llevó a muchas personas que tenían demonios. Jesús
echó a los demonios con una sola palabra, y también sanó a todos los enfermos que estaban allí. Así,
Dios cumplió su promesa, tal como lo había anunciado el profeta Isaías en su libro: "Él nos sanó de
nuestras enfermedades"» (Mateo 8:16—17).

Mateo estaba citando el libro de Isaías: «Todos lo despreciaban y rechazaban. Fue un hombre
que sufrió el dolor y experimentó mucho sufrimiento. Todos evitábamos mirarlo; lo despreciamos
y no lo tuvimos en cuenta. A pesar de todo esto, él cargó con nuestras enfermedades y soportó
nuestros dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido y humillado» (Isaías 53:3—4).
En Lucas 4, aprendemos que Jesús fue a la sinagoga y leyó en voz alta una parte del libro del
profeta Isaías: «El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas
noticias a los pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles la vista a los ciegos,
para rescatar a los que son maltratados y para anunciar a todos que: "esté es el tiempo que Dios
eligió para darnos salvación!"» (Lucas 4:18—19).
Más adelante nos enteramos que después de leer este pasaje, «Jesús cerró el libro, lo devolvió al
encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga se quedaron mirándolo. Entonces Jesús
les dijo: "Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído"» (Lucas 4:20—21).
Jesús sintió todo el peso del dolor y del pecado del hombre. Jesús sabe el dolor que hay en nuestro
corazón y nos pide que lo llevemos a él para que pueda sanarnos. En este ejercicio tendremos la
experiencia de llevar a la cruz nuestro dolor.

A. Escriba su dolor más profundo


Tome tiempo a solas con Dios y pídale que le muestre las cosas dolorosas que están sepultadas en lo
profundo de su corazón. ¿Cuáles son más dolorosas? ¿Sobre qué cosas no le gusta pensar? Anótelas.
Tenga en cuenta que las traeremos a la cruz más tarde y las quemaremos, así que nadie jamás verá lo
que usted ha escrito.

Sea lo más específico posible. Tome esta oportunidad para escribir las cosas que pesan en su corazón
y las que quiere traer a Cristo, tales como:
• Cosas dolorosas que otros le hicieron a usted.
• Cosas dolorosas que ha visto que les hacen a otros o pesadillas que ha tenido.

• Cosas dolorosas que ha oído que les sucedieron a otros.


• Cosas dolorosas que usted tal vez les hizo a otros.

B. Comparta su dolor en grupos pequeños.


Divida a los participantes en grupos de dos o tres. Cada persona tiene la oportunidad de decir
algo de lo que ha escrito —tanto o tan poco como desee. Las otras personas deben oír sin criticar
ni dar consejos. Los que hablan deben hacerlo con franqueza y sin detenerse en las partes violentas
innecesarias. Oren el uno por el otro.

2. Lleve sus heridas y dolor a Jesús


Con todo el grupo, el líder preguntará: «¿Qué podemos hacer con estos dolores? Podemos traerlos
a Jesús, cuyas heridas nos han curado, como dice el profeta Isaías 53:4—6:
A pesar de todo esto, él cargó con nuestras enfermedades y
soportó nuestros dolores.
Nosotros pensamos que Dios lo había herido y humillado. Pero él fue herido por
nuestras rebeliones, fue golpeado por nuestras maldades; él sufrió en nuestro lugar,
y gracias a sus heridas recibimos la paz y fuimos sanados. Todos andábamos
perdidos, como suelen andar las ovejas.
Cada uno hacía lo que bien le parecía; pero Dios hizo recaer en su
fiel servidor el castigo que nosotros merecíamos.

A. Háblele a Jesús de su dolor


Dedique tiempo para entregarle a Jesús su dolor. Dígale exactamente de qué se trata; por ejemplo: ira,
tristeza, soledad o sentimiento de abandono. Desahogue su alma. Permita que salga cualquier emoción
de dolor que sienta.

B. Lleve su dolor a la cruz


Lleve a la cruz el papel en el que escribió su dolor. Clávelo en la cruz, o póngalo en la caja al pie
de la cruz. Al hacerlo, diga: «Estoy entregándole mi sufrimiento a Jesús que murió en la cruz por
mí».

C. Quemen los papeles


Cuando hayan depositado todos los papeles, llévelos afuera y lean Isaías 61:1—3:
«El espíritu de Dios está sobre mí, porque Dios me eligió y me
envió para dar buenas noticias a los pobres, para consolar a los
afligidos, y para anunciarles a los prisioneros que pronto van a
quedar en libertad.
Dios también me envió para anunciar: "Este es el tiempo que Dios
eligió para darnos salvación, y para vengarse de nuestros
enemigos".
Dios también me envió para consolar a los tristes, para cambiar su derrota en
victoria, y su tristeza en un canto de alabanza.
Entonces los llamarán: "Robles victoriosos, plantados por Dios para
manifestar su poder"».

Queme los papelitos como símbolo de que el sufrimiento experimentado se convierte ahora en
cenizas. Es un tiempo para experimentar que Dios está sanando las heridas del corazón.
Después, cada uno debe orar por las personas que tiene a cada lado, para que Jesús continúe sanando
sus corazones heridos.

Comparta lo que Dios ha hecho


Invite a algún participante para que cuenten cómo Dios ha obrado, incluso en medio de sus
problemas.
Agradezcan al Señor y alábenle con palabras y cantos, porque él está sanando las heridas de sus
corazones.

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