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Mateo estaba citando el libro de Isaías: «Todos lo despreciaban y rechazaban. Fue un hombre
que sufrió el dolor y experimentó mucho sufrimiento. Todos evitábamos mirarlo; lo despreciamos
y no lo tuvimos en cuenta. A pesar de todo esto, él cargó con nuestras enfermedades y soportó
nuestros dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido y humillado» (Isaías 53:3—4).
En Lucas 4, aprendemos que Jesús fue a la sinagoga y leyó en voz alta una parte del libro del
profeta Isaías: «El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas
noticias a los pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles la vista a los ciegos,
para rescatar a los que son maltratados y para anunciar a todos que: "esté es el tiempo que Dios
eligió para darnos salvación!"» (Lucas 4:18—19).
Más adelante nos enteramos que después de leer este pasaje, «Jesús cerró el libro, lo devolvió al
encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga se quedaron mirándolo. Entonces Jesús
les dijo: "Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído"» (Lucas 4:20—21).
Jesús sintió todo el peso del dolor y del pecado del hombre. Jesús sabe el dolor que hay en nuestro
corazón y nos pide que lo llevemos a él para que pueda sanarnos. En este ejercicio tendremos la
experiencia de llevar a la cruz nuestro dolor.
Sea lo más específico posible. Tome esta oportunidad para escribir las cosas que pesan en su corazón
y las que quiere traer a Cristo, tales como:
• Cosas dolorosas que otros le hicieron a usted.
• Cosas dolorosas que ha visto que les hacen a otros o pesadillas que ha tenido.
Queme los papelitos como símbolo de que el sufrimiento experimentado se convierte ahora en
cenizas. Es un tiempo para experimentar que Dios está sanando las heridas del corazón.
Después, cada uno debe orar por las personas que tiene a cada lado, para que Jesús continúe sanando
sus corazones heridos.