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Kenneth
Copeland
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas fueron tomadas de la Versión Reina
Valera 1960.
Las citas marcadas con las siglas DHH fueron tomadas de la Biblia Dios Habla Hoy® ©
Sociedades Biblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.
Las citas marcadas con las siglas NVI fueron tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional® NVI® © 1999 por la Biblica, Inc.®
Las citas marcadas con las siglas AMP son traducciones libres The Amplified Bible, Old
Testament © 1965, 1987 por The Zondervan Corporation, y The Amplified New Testament
© 1958, 1987 por The Lockman Foundation. Usado con permiso.
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Si desea escuchar al Todopoderoso,
escuche a Jesús.
Si anhela conocer la voluntad
del Altísimo, estudie el ministerio
de Jesús.
Jesús es el Hijo de Dios, el heredero
de todo, el resplandor de Su gloria, y
la imagen misma del Señor. ¡Jesús
es la imagen del Dios omnipotente!
(Hebreos 1:1–3). Cristo actuó como
una extensión de Su Padre celestial,
pues cada obra que hizo en la Tierra
y cada palabra que salió de Su boca,
provino del Altísimo.
Sin lugar a dudas, Jesús vino a
cumplir la voluntad del Padre. En Juan
10:10, leemos una de Sus afirmaciones:
«…yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia». El
deseo del Señor es que los creyentes
tengan una vida próspera. En Lucas
5
4, Jesús explicó con claridad, cómo
nos daría ese tipo de vida.
6
Cuando Cristo terminó de leer,
cerró el libro, se sentó y dijo: «…Hoy
se ha cumplido esta Escritura delante de
vosotros» (Lucas 4:21).
Desde ese momento, Jesús se
dedicó a cumplir lo que les había
leído: predicó el evangelio, sanó a los
enfermos, le dio vista a los ciegos, y
trajo libertad a los cautivos. Enseñaba
en las sinagogas de Galilea, y la
gente se maravillaba: «Y se admiraban
de su doctrina, porque su palabra era
con autoridad» (Lucas 4:32). Cada
palabra que salía de Su boca, traía
liberación y sanidad.
Cristo nunca les negó la sanidad a
quienes se acercaron a él en fe. Jamás
expresó: “No puedo sanarle, Dios
quiere que usted permanezca enfermo
por más tiempo”. Al contrario, siempre
respondió ante la fe de las personas.
7
En Hechos 10:38, leemos algo que
el apóstol Pedro expresó: «Me refiero
a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios
con el Espíritu Santo y con poder, y cómo
anduvo haciendo el bien y sanando
a todos los que estaban oprimidos por
el diablo, porque Dios estaba con él»
(Nueva Versión Internacional).
Es una verdad absoluta: Dios
anhela que Su pueblo reciba sanidad
y viva plenamente, en completo
bienestar, y lo demostró por medio
de Jesucristo. Usted puede ver, clara
y llanamente, cuál es la voluntad
de Dios con respecto a la sanidad,
en Lucas 5:12–13: «Sucedió que
estando él en una de las ciudades, se
presentó un hombre lleno de lepra, el
cual, viendo a Jesús, se postró con el
rostro en tierra y le rogó, diciendo:
Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Entonces, extendiendo él la mano, le
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tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al
instante la lepra se fue de él».
Cuando el leproso le preguntó:
“¿Quieres limpiarme?”, la respuesta
de Jesús fue muy sencilla: «Quiero;
sé limpio».
El leproso sabía que Cristo podía
sanarle. Sin embargo, se preguntaba si
el Señor querría hacerlo. Estar seguros
de la voluntad del Padre es clave para
recibir sanidad. Eso determinará si
actuamos en fe o en incredulidad.
Por ejemplo, se sabe que Dios puede
librar a la gente de enfermedades. No
obstante, el problema radica en saber
con certeza que Él lo hará y ¡que lo
llevará a cabo por uno! Ahora bien,
hasta que se convenza de corazón de
que el Padre anhela sanarlo, no podrá
recibir esa bendición de Él; y sólo verá
cómo otras personas sanan, mientras
usted continúa enfermo.
9
Para asimilar la verdad acerca de
la voluntad de Dios sobre la sanidad,
usted debe conocer todo lo que su
redención abarca. La sanidad forma
parte del plan de redención, al igual
que la salvación, el Espíritu Santo y el
cielo como eterno hogar. Permanecer
enfermo cuando Jesús ya proveyó el
remedio, es vivir muy por debajo de sus
privilegios como hijo de Dios.
Veamos el plan de redención a
través de la perspectiva de un gran
profeta. En el capítulo 53 del libro de
Isaías, él describió lo que iba a suceder
en el Calvario —el sacrificio, el dolor,
el sufrimiento y la muerte de Jesús—.
Isaías nos brinda una escena muy
precisa de lo que aconteció exactamente
en la Cruz, tanto en el ámbito físico
como en el espiritual: «Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros dolores…» (Isaías 53:4).
10
Observe la primera palabra de este
versículo: Ciertamente, no significa
tal vez o quizá, sino indica un hecho.
Por tanto, ¡es verdad que Jesús cargó
con nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros padecimientos!
12
En Isaías 53:11, leemos: “[Dios]
verá el resultado de la aflicción de
Su alma [la de Jesús], y quedará
satisfecho…” (AMP). Es decir, ¡a
Dios le satisfizo el fruto del sacrificio
o tribulación de Jesús! Al Padre no
le agrada que los creyentes padezcan
enfermedades y dolencias. A Él le
complació el sacrificio que hizo Jesús
al llevar en Su cuerpo estos males.
Sin embargo, muchas personas creen
que glorifican al Señor al permanecer
enfermas. Pero esa creencia es una
mentira que viene ¡directamente del
infierno! Aceptar la enfermedad en
su cuerpo, después de que Cristo
sufrió por usted, ¡sería una injusticia!
Usted no es el Cordero del Calvario,
el sacrificio ya se realizó. No necesita
pagar el precio de nuevo, su deber es
considerar la obra expiatoria de Jesús
como parte de su vida.
13
¿Cuál fue el fruto del sufrimiento
de Jesús? Fue salvación, sanidad,
amor, gozo, paz. En otras palabras, el
nacimiento del reino de Dios en cada
corazón. ¡Alabado sea el Señor!
Basándose en los versículos que
hemos examinado, usted puede
estar seguro de que la voluntad
de Dios es que cada persona del
Cuerpo de Cristo esté sana y en
completo bienestar. Él ya pagó el
precio, por consiguiente, podemos
recibir esa sanidad.
La razón por la que algunos
creyentes tienen problemas en obtener
su sanidad es que ignoran la Palabra
de Dios en cuanto a los derechos y
privilegios que poseen en Jesucristo.
Para entender por completo cuál es su
posición, usted debe saber qué sucedió
hace muchos siglos, entre Dios y un
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hombre llamado Abram. Dios se
acercó a este varón y le planteó una
propuesta. Este acuerdo o pacto, es
la base de todo el Nuevo Testamento.
Y a causa de este convenio, Jesús vino
al mundo.
El Pacto divino de la
sanidad
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el Dios Todopoderoso; anda
delante de mí y sé perfecto.
Y pondré mi pacto entre mí
y ti, y te multiplicaré en gran
manera. Entonces Abram se
postró sobre su rostro, y Dios
habló con él, diciendo: He
aquí mi pacto es contigo, y
serás padre de muchedumbre
de gentes. Y no se llamará
más tu nombre Abram, sino
que será tu nombre Abraham,
porque te he puesto por padre
de muchedumbre de gentes…
Y estableceré mi pacto entre mí
y ti, y tu descendencia después
de ti en sus generaciones, por
pacto perpetuo, para ser tu
Dios, y el de tu descendencia
después de ti.
—Génesis 17:1–5, 7
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Observe que cuando Dios se
le apareció, le dijo: «Yo soy el Dios
Todopoderoso». En hebreo se dice: Yo
soy El Shaddai, El significa: Supremo,
y Shaddai: el del pecho que sustenta.
Además, el Señor expresó: «para ser tu
Dios» o dicho de otra forma: “Yo seré
todo lo que necesites —padre, madre,
proveedor y quien cuida de ti—”.
Me gustaría que comprendiera el
significado completo de lo que ocurrió
entre Dios y Abraham. Ellos realizaron
un contrato, un pacto eterno, un acuerdo
absoluto. Dios declaró: «He aquí mi pacto
es contigo…» (Génesis 17:4). Luego
Él selló Su parte del pacto con estas
palabras: «…Por mí mismo he jurado…»
(Génesis 22:16). No había un poder
más alto, por consiguiente, Él juró por
Sí mismo. Además, Él dio Su Palabra
de que bendeciría a Abraham y a su
linaje. En Génesis 22:17–18, leemos:
17
«De cierto te bendeciré, y multiplicaré
tu descendencia… En tu simiente serán
benditas todas las naciones de la tierra…».
En hebreo la palabra pacto
significa cortar, e implica la idea de
verter sangre. Un pacto de sangre
es el tipo de contrato más grande
que existe en la Tierra. Ambas
partes acuerdan ciertos términos,
y lo sellan con el derramamiento
de sangre. Por esa razón, el pacto
que Dios realizó con Abraham fue
sellado mediante la circuncisión.
«Este es mi pacto, que guardaréis entre
mí y vosotros y tu descendencia después
de ti: Será circuncidado todo varón de
entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la
carne de vuestro prepucio, y será por
señal del pacto entre mí y vosotros»
(Génesis 17:10–11).
En el Antiguo Testamento el
derramamiento de sangre era vital.
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La circuncisión era una señal del
pacto entre Dios y los seres humanos.
El Shaddai prometió bendecir en
gran manera a Abraham y a su
descendencia. A cambio, requirió
que ellos anduvieran en integridad
delante de Él.
Sin embargo, la humanidad no
cumplió con las condiciones del
pacto —pues siempre ha pecado
continuamente contra Dios—. Y
por esa razón, fue necesario otro
derramamiento de sangre. El
sacerdocio levítico fue instituido con
el fin de ofrecer sacrificios de sangre
para expiar (o cubrir) los pecados.
Sin derramamiento de sangre no
hay remisión de pecados (Hebreos
9:22). El sacerdote adquiría perdón
por un año, al entregar un cordero
en el altar. Dios aceptaba estos
sacrificios para mantener vigente
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el Pacto Abrahámico. Era la única
manera de salvar la brecha entre el
pecado y la justicia.
Siglos más tarde, Jesús de
Narazaret, vino al mundo naciendo
de una virgen, y realizó el supremo
sacrificio de sangre. Cuando Juan el
Bautista vio por primera vez a Jesús,
exclamó: «He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado» (Juan 1:29). Jesús
fue el Cordero sacrificial inmolado
en el altar de la Cruz. Él fue el último
sacrificio del sacerdocio levítico. La
sangre que Él derramó en la Cruz
lavó para siempre las manchas de
las transgresiones humanas. Los
sacrificios del Antiguo Testamento
solamente cubrían el pecado, pero
el sacrificio del Nuevo Testamento
—la muerte de Jesús, el Hijo
irreprochable de Dios— eliminó
el pecado por completo: «Y no por
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sangre de machos cabríos ni de becerros,
sino por su propia sangre, entró una vez
para siempre en el Lugar Santísimo,
habiendo obtenido eterna redención»
(Hebreos 9:12). Al aceptar Su
sacrificio, usted se presenta limpio
y puro ante Dios —como si nunca
hubiera pecado—.
Jesús murió por los pecados
de la humanidad, y al mismo
tiempo destruyó los efectos de esas
transgresiones. Cuando el pecado
entró al mundo trajo consigo las
fuerzas de destrucción: muerte,
enfermedades, pobreza y miedo. El
precio que Cristo pagó en el Calvario
fue completo porque abarca todas las
áreas de la vida: espiritual, mental,
física, social y financiera. Por tanto,
nuestra redención es total.
«Cristo nos redimió de la maldición
de la ley, hecho por nosotros maldición
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(porque está escrito: Maldito todo el que
es colgado en un madero), para que en
Cristo Jesús la bendición de Abraham
alcanzase a los gentiles, a fin de que por
la fe recibiésemos la promesa del Espíritu»
(Gálatas 3:13–14).
La maldición de la ley era el
castigo por desobedecer los estatutos
de la ley levítica. Ésta incluye cada
posible maldición que pudiera venir
sobre la humanidad: enfermedades,
males, escasez, pobreza, dolor,
sufrimiento, etc. Y por si fuera poco,
en el versículo 61, leemos: «Asimismo
toda enfermedad y toda plaga que no
está escrita en el libro de esta ley…».
Aunque Jesús vivió sin pecar, se
entregó a Sí mismo para cargar con
la maldición, como si Él hubiera
cometido delitos y transgredido
la ley. Cristo fue culpado por los
pecados de la raza humana. Él tomó
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cada una de las enfermedades y
plagas que afectan a la gente; además,
aceptó el dolor y el sufrimiento;
¿para qué? Para que la bendición
pueda venir sobre nosotros al
aceptar Su sacrificio como nuestro.
Y debido a que estamos en Cristo,
somos descendencia de Abraham y
herederos de la bendición.
«Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente
linaje de Abraham sois, y herederos según
la promesa» (Gálatas 3:29).
En la Biblia encontramos la
descripción tanto de la bendición
como de la maldición:
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manera se podía enderezar.
Cuando Jesús la vio, la llamó y
le dijo: Mujer, eres libre de tu
enfermedad. Y puso las manos
sobre ella; y ella se enderezó
luego, y glorificaba a Dios.
—Lucas 13:11–13
El principal de la sinagoga se
indignó porque Jesús sanó a esta
mujer en el día de reposo. Entonces
el Señor le respondió: «…Hipócrita,
cada uno de vosotros ¿no desata en
el día de reposo su buey o su asno del
pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija
de Abraham, que Satanás había atado
dieciocho años, ¿no se le debía desatar
de esta ligadura en el día de reposo?»
(Lucas 13:15–16).
El Pacto Abrahámico había
estado vigente por muchos años. Por
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tanto, el pueblo de Dios pudo haber
disfrutado de salud y bienestar; pero
se ocuparon más de sus tradiciones
religiosas, lo cual trajo como resultado
un nivel de vida muy por debajo del
que Dios planificó para ellos.
La mujer del relato era hija de
Abraham, y por eso tenía derecho
a ser liberada de su enfermedad.
Satanás la ató durante dieciocho
años, a causa de que ella ignoraba
el convenio que tenía con Dios.
Afortunadamente, por el compromiso
del Padre con la humanidad, Jesús
vino y ministró como profeta bajo
las normas del Pacto Abrahámico.
Él sanaba a la gente conforme a ese
acuerdo, liberaba a los cautivos, y
esa dama era una de ellos. Todo lo
que ella necesitaba era que alguien le
dijera cuáles eran sus derechos como
descendiente de Abraham.
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Ahora bien, le tengo buenas
noticias: si esa mujer fue sanada y
liberada gracias al hecho de que
era simiente de Abraham, de igual
manera usted puede recibir su
sanidad bajo los mismos términos,
pues creer en Jesucristo y aceptar Su
sacrificio como suyo, lo convierte en
descendiente de Abraham y heredero
de la promesa (Gálatas 3:13).
¡Alabado sea Dios porque la promesa
incluye sanidad física!
Por consiguiente, Satanás no
tiene derecho de imponerle ninguna
enfermedad, mal, padecimiento o
dolencia en su cuerpo. Usted es un
hijo de Dios, coheredero con Cristo,
y ciudadano de Su reino. Usted goza
de un pacto con el Todopoderoso, y
uno de los privilegios de ese acuerdo
es su derecho a estar sano.
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¡Quiero que Mi
pueblo esté bien!
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pues Jesús le está ordenando a la Iglesia
que sirva en Su nombre; y parte de esta
gran comisión es imponer las manos
sobre los enfermos. Jesús decretó que la
Iglesia es la encargada de luchar contra
las enfermedades y los males.
La sanidad es el golpe maestro
de Dios para demostrar que está
vivo y lleno de poder. También es
una prueba física de la existencia de
Dios y de Su buena voluntad para
satisfacer nuestras necesidades a
cualquier nivel espiritual.
No hay dos personas que sean
iguales espiritualmente. Cada uno de
nosotros se encuentra en su propio nivel
de crecimiento espiritual. Existen tres
clases de vida espiritual:
1. El mundo: conjunto de pecadores
o incrédulos; es decir, gente que
no conoce a Dios.
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2. Los cristianos con una mente
carnal: bebés espirituales y
todos aquellos que no practican
con eficacia la Palabra de Dios.
3. Los cristianos maduros: adultos
espirituales, hábiles en la
Palabra de Dios.
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que nació de Dios (1 Juan 5:1), y de
acuerdo con 1 Pedro 1:23, usted y yo
somos: «…renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por
la palabra de Dios». Con su nuevo
nacimiento, usted se unió a la familia
de Dios y entró en la vida espiritual
como recién nacido, pero si aún
no se ha alimentado de la leche
de la Palabra, todavía es un bebé
espiritual. Sin el conocimiento de
la Palabra de Dios, no espere actuar
eficazmente en la fe.
Un bebé no se hace adulto de la
noche a la mañana. Por consiguiente,
no es lógico que un nuevo creyente
espere actuar como un cristiano
maduro, después de unos días de
haber nacido de nuevo. Se necesita
invertir tiempo en el estudio de la
Palabra para que el espíritu crezca
y madure.
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El primer paso hacia la madurez
espiritual es entender cuál es su
posición ante Dios, pues usted
es hijo y coheredero con Cristo.
En Romanos 8:16-17 leemos: «El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios. Y
si hijos, también herederos; herederos de
Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados».
Por ello cuenta con todos los derechos
y privilegios en el reino de Dios. Uno
de esos derechos lo constituyen la
salud y la sanidad.
Usted no comprenderá totalmente
la sanidad hasta que esté convencido,
más allá de toda duda, de que la
voluntad de Dios es que usted esté
sano. ¡Dios desea que goce de una
buena condición física! ¡Él quiere que
usted viva bien! Desea que crezca en
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el conocimiento de la Palabra para
que ande en Su perfecta voluntad
como lo hizo Jesús. Aceptar o no
la verdad, y proponerse actuar de
acuerdo con ella, es una decisión que
sólo usted puede tomar.
Le animo a que acepte la verdad
ahora, a fin de que el plan de Dios
se empiece a cumplir en su vida.
Empiece a visualizarse sano y en
óptimas condiciones; implante en su
corazón lo que en la Palabra de Dios
se afirma acerca de la sanidad; medite
y piense en esas escrituras; luego,
confiéselas con autoridad. Su Palabra
nunca regresará a Él vacía, sino que
cumplirá lo que se le encomendó
(Isaías 55:11).
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Oración para recibir salvación y el
bautismo del Espíritu Santo
Padre celestial, vengo a Ti en el nombre de Jesús. Tu
Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo» (Hechos 2:21). Jesús, yo te invoco y te
pido que vengas a mi corazón y seas el Señor de mi vida
de acuerdo con Romanos 10:9–10: «Que si confesares
con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón
que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque
con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación». Yo confieso ahora que Jesús es el
Señor, y creo en mi corazón que Dios le resucitó de entre
los muertos.
¡Ahora he nacido de nuevo! ¡Soy cristiano, hijo
del Dios todopoderoso! ¡Soy salvo! Señor, Tú también
afirmas en Tu Palabra: «Pues si vosotros, siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo
a los que se lo pidan?» (Lucas 11:13). Entonces te
pido que me llenes con Tu Espíritu. Santo Espíritu,
engrandécete dentro de mí a medida que alabo a Dios.
Estoy plenamente convencido de que hablaré en otras
lenguas, según Tú me concedas expresar (Hechos 2:4).
En el nombre de Jesús, ¡amén!
En este momento, comience a alabar a Dios
por llenarte con el Espíritu Santo. Pronuncia esas
palabras y sílabas que recibes, no hables en tu
idioma, sino en el lenguaje que el Espíritu Santo te da.
Debes usar tu propia voz, ya que Dios no te forzará a
hablar. No te preocupes por cómo suena, pues ¡es una
lengua celestial!
Continúa con la bendición que Dios te ha dado, y ora
en el espíritu cada día.
Ahora, eres un creyente renacido y lleno del Espíritu
Santo. ¡Tú nunca serás el mismo!
Busca una iglesia donde se predique la Palabra de
Dios valientemente, y obedece esa Palabra. Forma parte
de la familia cristiana que te amará y cuidará, así como tú
ames y cuides de ellos.
Necesitamos estar conectados unos con otros, lo cual
aumenta nuestra fuerza en Dios, y es el plan del Señor
para nosotros.
Vuélvete un hacedor de la Palabra. Tú serás bendecido
al ponerla en práctica (lee Santiago 1:22–25).
Acerca del autor
Kenneth Copeland es cofundador y presidente de los
Ministerios Kenneth Copeland en Fort Worth, Texas, y es
autor de varios libros cuales incluyen LA BENDICIÍON del
Señor enriquece y no añade tristeza con ella y Honor: viviendo en
honestidad, verdad e integridad.
Desde el 1967, Kenneth ha sido ministro del evangelio
de Jesucristo y maestro de la Palabra de Dios. Él es también el
cantante en álbumes premiados y algunos nominados para el
Grammy como, Only the Redeemed, In His Presence, He Is Jehovah,
Just a Closer Walk, y su álbum recientemente lanzado Big Band
Gospel. También es coprotagonista, haciendo el papel de Wichita
Slim, en los videos infantiles, The Gunslinger, Covenant Rider
y la película de largo metraje The Treasure of Eagle Mountain,
y también en el papel de Daniel Lyon en los videos de la
Comandante Kellie y los Superniños , Armor of Light y Judgment:
TM
¡Jesús es el SEÑOR!