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La educación es un proceso de transformación que cambia los horizontes de vida, las visiones del mundo y la comprensión de uno mismo y de los demás. Para que esta transformación conduzca a la libertad, la justicia y la igualdad, es necesario cuestionar las formas de relación establecidas y encontrar formas de vida comunitaria que puedan emancipar a las personas de una manera material y concreta. Las pedagogías de la libertad deben abrirse a nuevas formas de pensar, actuar y sentir, acogiendo a los otros y enfrentando nuestras
La educación es un proceso de transformación que cambia los horizontes de vida, las visiones del mundo y la comprensión de uno mismo y de los demás. Para que esta transformación conduzca a la libertad, la justicia y la igualdad, es necesario cuestionar las formas de relación establecidas y encontrar formas de vida comunitaria que puedan emancipar a las personas de una manera material y concreta. Las pedagogías de la libertad deben abrirse a nuevas formas de pensar, actuar y sentir, acogiendo a los otros y enfrentando nuestras
La educación es un proceso de transformación que cambia los horizontes de vida, las visiones del mundo y la comprensión de uno mismo y de los demás. Para que esta transformación conduzca a la libertad, la justicia y la igualdad, es necesario cuestionar las formas de relación establecidas y encontrar formas de vida comunitaria que puedan emancipar a las personas de una manera material y concreta. Las pedagogías de la libertad deben abrirse a nuevas formas de pensar, actuar y sentir, acogiendo a los otros y enfrentando nuestras
Existirán tantísimas narrativas, de tiempos y lugares remotos como cercanos, que
nos confirmen que la educación es transformación; de horizontes de vida, de visiones de mundos y realidades, de comprensión de uno mismo y de lxs otrxs. Podría pensarse como una obviedad la afirmación “la educación es transformación”, en tanto quien aprende -al igual que quien enseña- siempre se transforma, en las circunstancias que sean, y aún cuando esos aprendices y enseñantes no sean concientes de sus transformaciones. Ahora bien, hacia dónde pretendemos transformarnos o bajo qué principios y direcciones es lo que se presenta como necesario senti-pensar, principalmente quienes deseamos y actuamos en pos de “corazonar” -pensar desde la memoria y el corazón, como plantea Cusicanqui (2018)- construcciones que tienen como “sur” la libertad, la justicia y la igualdad. Desde estas dimensiones y búsquedas no quedan otros caminos posibles que no sean poner en crisis las formas de relación que habitamos y nos habitan (Skliar, 2008), en un mundo que no nos muestra destinos de hospitalidad y felicidad -a menos que se tenga con qué comprarlas...- o concepciones de vida buena que puedan tener alguna posibilidad de universalizarse, es decir, de ser capaces de tener validez para cualquier población en tanto modos de vida comunitaria que por ser corazonadas con honestidad y desde el cuidado de sí y de lxs otrxs pueden conformar horizontes emancipadores para vidas materiales y concretas (Flores, 2014). “La docencia es, por definición, una práctica ético-política” plantea Cullen; y esta ética docente hoy en día debe buscar múltiples caminos para contrarestar los horizontes hegemónicos que pretenden implantar la mercantilización de relaciones sociales y jerarquías de ser y de valor en las dimensiones vitales de comunidades y sujetos. No podemos soslayar que nuestro mundo se haya todavía imbuido de sufrimientos y violencias que nos exigen, a lxs educadorxs con memoria, responsabilidad y esperanza, una obligación ética y estética para desaprender y encontrarnos en la comunicación, en la hospitalidad y la participación de distintas formas de subjetividad en una pedagogía de la libertad (Flores, 2014; Cullen, 2015). Estas pedagogías de la libertad no podrán más que abrirse a la apertura del pensar, del hacer, del sentir (Melich, 2006); actuando como anfitriones con responsabilidad y ética afectiva frente a cualquier existencia de otres, no para afirmarles sino para contrariarles, enfrentándonos con nuestras alteridades, viéndonos en lo que no somos para que lleguemos a ser más nosotros mismos (Skliar, 2008). “Sostener al otro todo el tiempo que sea posible y cuidarlo de nosotros mismos, de nuestros estereotipos, de nuestros anclajes y de nuestras representaciones falaces.” (Skliar, 2019) El problema del cuidado, de nosotrxs mismxs, de lxs otrxs, del ambiente; nos sugiere un desprendimiento de saberes que hoy sabemos que no son tales, al obstaculizar la comprensión compleja de sistemas otros de vida, de entramados culturales que no se corresponden con el eurocentrismo y la ciencia clásica pero que pueden dar forma a cosmovisiones respetuosas y amables. Obstaculizan también esa conversación y acogida reales al dejar a esxs otrxs -también al ambiente y su biodiversidad- en lugares de poca jerarquía y trascendencia, abriendo paso a esquemas de abandono y olvido insoportables para quienes deseamos comprendernos en nuestros devenires, creando comunidad y singularidad a la vez, como un educar en conversación para descifrar las relaciones entre el mundo y sus vidas, con palabras propias que nos afectan y dan cuenta de otras interpretaciones y otros sentidos de nuestras existencias (Skliar, 2019). Dar paso a lo imperceptible y a los devenires de quienes estamos transformándonos y transformando, devenir que significa alianzas, simbiosis, desobediencias o incorrecciones a lo instituido; todo es construcción, más sin un plan previo que no sea salirnos de nosotrxs mismxs y abandonar lo que somos en dirección de eso otro que estamos por ser. Sabiendo que no llegaremos a serlo plenamente, en tanto es un camino que viene de lxs de antes y continuamos para que otrxs lo retomen (Gallo, 2015). Existen ciertamente, como afirma Dussel, “distintos tipos de utopías, insignificantes para el sistema, pero lugar donde la vida comienza a soñarse” (citado por Flores, 2014); que son las realidades donde debemos buscar anclajes que permitan desarroparnos de las marcas vitales que la colonialidad del poder y del saber nos han impuesto, en desmedro de creaciones sociales que regeneran relaciones sociales de igualdad y justicia. Un “biopoder descolonizador” es posible para recrearnos una nueva casa (Flores, 2014), tarea posible, en tanto tenemos al alcance de la mano hoy en día posibles anclajes que nos traen posibles caminos descolonizadores, donde comunidades, barrios y organizaciones se animan a sentipensarse y logran transformar relaciones que hacen de sus vidas concretas existencias cotidianas más saludables, solidarias y felices. Lxs educadorxs entonces cuentan con construcciones teóricas y prácticas que ayuden a imaginar y construir posibles andares liberadores de las políticas que mediante la individualización y la totalización de las estructuras de poder nos ligan a dominaciones profundas de sujetos y sociedades (Foucault, 1988). Salirnos de lo que somos sin saber bien hacia dónde vamos, pero con la certeza de lo que no queremos ser. Tal tarea encierra -o abre- ciertamente un sendero complejo, pero insoslayable para quienes no queremos repetirnos en modelos arquetípicos y a-históricos, no por su lejanía en el tiempo-espacio, sino porque no nos han traído horizontes de emancipación, sino más bien lo contrario.
El autonacimiento del Universo y el autonacimiento del hombre
son inseparables. Ciencia y conciencia, dos pilares de la futura democracia universal, se sostienen una a la otra. La ciencia sin conciencia es la ruina del ser humano, pero la conciencia sin ciencia es también su ruina. La responsabilidad de la autotrascendencia –nuestra responsabilidad- es el tercero incluido que une ciencia y conciencia.
El trabajo social intercultural procura la justicia social para la dignidad humana y se ha concentrado en todo su quehacer con los problemas sociales donde este mismo interviene guiado por un sentido ético que busca