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Territorio, cultura y preservación en el hábitat del siglo 21

Stella Maris Casal


CECPUR – FADU – UBA
Proyecto y Habitar
smcasal@gmail.com

resumen

En un mundo hiperconectado por los avances en las comunicaciones y en la movilidad, nuestro patrimonio
cultural, incluido el arquitectónico, nos define y nos refleja, nos da identidad dentro de un mundo globalizado pero
no uniformado. La manera en la que expresamos nuestra idea del territorio y la cultura en nuestro hábitat es
nuestra herramienta para seguir siendo y a la vez evolucionar y dar respuesta a los desafíos del milenio.

Pensar el hábitat del presente y de las próximas décadas implica el desafío de conciliar en un mismo territorio,
físico y cultural, el legado del pasado y las necesidades de evolución: cambiar lo que debe cambiar sin destruir lo
que debe permanecer.

La presentación aspira a aportar algunos temas sobre los que reflexionar acerca de la buena relación necesaria
entre los deseos de generar un hábitat adecuado al hoy y el respeto de la identidad devenida de las permanencias
conceptuales en cuanto al territorio y la cultura, a la hora de hacer arquitectura y como responsables de la
arquitectura heredada.

Territorio cultural y cultura territorial


1
“Fue a través del andar que el hombre empezó a construir el paisaje natural que lo rodeaba”

En todos los asentamientos humanos, la adaptación del territorio a través de los recursos culturales y la
adaptación de la cultura al medio ambiente son procesos enlazados y continuados que definen nuestro modo de
habitar y que han sido estudiados con diferentes enfoques a lo largo de todos los tiempos. Si en las comunidades
antiguas y vernáculas pareciera que prevalece la fórmula “la cultura del habitar se refleja en cómo se adapta al
medio ambiente”, en general consideramos que en los últimos siglos es la cultura sedimentada en un extenso
proceso histórico y estimulada por los avances del conocimiento científico-tecnológico y las búsquedas expresivas
derivadas la que define el modo del habitar, la que condiciona el medio ambiente, y la que hasta lo altera más allá
de lo sustentable.

Del primer proceso, el Antiguo Egipcio es un modelo ampliamente conocido: una cultura condicionada por el Nilo,
un valle angosto que propicia el aislamiento y un ciclo de vida regido por el río y los astros, un ambiente en el que
la arquitectura “emerge” con formas muchas veces monumentales pero igualmente arraigadas a su suelo que las
arquitecturas atemporales y vernaculares de todas las épocas. Del segundo, nuestras ciudades globalizadas del
siglo 21 son el ejemplo patente. Tenemos la experiencia directa de vivir en Buenos Aires y la mente plagada de
situaciones urbanas en las que, como en nuestro medio, edificios con tecnologías y hasta morfologías similares se
erigen en medios geográficos y culturales diferentes, creando entornos en los que la arquitectura lejos de reforzar
su carácter contribuye a generar una identidad cuanto menos difusa.

La tecnología ha permitido globalizar soluciones tecnológicas. La fluidez de las comunicaciones y el acceso


masivo a la información ha difundido innovaciones expresivas frecuentemente recreadas fuera de contexto. Así,
los resultados han vuelto a recordarnos a los arquitectos que de nosotros depende seleccionar los recursos en
función de una cultura social y urbana que muchas veces desconocemos o no valoramos en su real dimensión,
generando reiteradamente propuestas “globalizadas” que lejos de enriquecer el paisaje urbano lo vuelven “un sitio
habitado más”.

La solución no es dejar de lado la innovación sino proponer la conciliación cultural entre lo nuevo y lo existente.
Como lo expresa claramente en el documento conocido como Principios de La Valeta, el Comité Internacional de
ciudades y poblaciones históricas del ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, 2011) “las
poblaciones y áreas urbanas históricas, en tanto organismos vivos, están sometidas a cambios continuos… El
cambio, dirigido adecuadamente, puede ofrecer oportunidades para mejorar la calidad de las poblaciones y áreas
urbanas históricas a partir de sus características históricas”. Y son esas características que el documento llama
históricas las que generadas a lo largo del tiempo conforman su identidad. Dirigir los cambios en la dirección
correcta para no perderla es el debate que se está dando actualmente en los ámbitos académicos y de gestión.

1
Careri, Francesco, Walkscapes: el andar como práctica estética. Barcelona, Gustavo Gili, 2009
Identidad y arquitectura
Cuando la mención del nombre de una ciudad nos refiere a una imagen que la representa, esta imagen puede
evocar un edificio o sitio particular (el Obelisco en Buenos Aires, la Torre Eiffel en París, el Coliseo Romano en
Roma). Hay indudablemente una parte del imaginario urbano basado en edificios paradigmáticos y en el que las
obras magistrales sumarán su aporte en cada época y enriquecerán el patrimonio urbano (Fig. 1). Pero en otros
casos existe un paisaje urbano propio, con una identidad instalada más atemporal, definida por el paisaje que
conforma el tejido construido privado y público en la cual el aporte no es individual sin colectivo (las calles de
Cuzco, los canales de Amsterdam, las diagonales de La Plata, los rascacielos de Nueva York, Fig. 2).

La Declaración de Quebec (ICOMOS, 2008) denomina a ese mensaje unívoco que emana del paisaje el “espíritu
del lugar” y lo define como “el conjunto de elementos materiales e inmateriales, físicos y espirituales, que
proporciona a un determinado sitio identidad específica, significado, emoción y misterio. El espíritu del lugar crea
el espacio y, al mismo tiempo, el espacio construye y estructura ese espíritu”. El aporte de la arquitectura a esta
construcción es fundamental.

Este aporte no se basa en la repetición de modelos o soluciones ya probadas, en una tecnología o recurso
constructivo repetitivo, en el congelamiento del paisaje urbano en un momento, como en el caso de las ya
desalentadas ciudades-museos. El aporte está fundado en una comprensión del “código genético” y en su
consecuente preservación y puesta en valor a través de la aplicación de recursos proyectuales acordados, no
tanto por los códigos de planeamiento sino por la aceptación de ciertas referencias que hacen que el sentido de
lugar se mantenga:
-no alturas máximas o mínimas sino alturas armónicas,
-no uniformidad de proporciones sino tendencias respetadas en la proporción de llenos y vacios,
-no repetición de texturas/colores/ritmos/tipologías/modelos sino referencias a aquellas constantes inspiradoras de
una calidad ambiental y paisajística propia.

Fig. 1 Dos hitos referentes de ciudades: el Obelisco en Buenos Aires y la Torre Eiffel en París (fotos de la autora)

Fig. 2 La acción colectiva en la definición de la identidad urbana: Amsterdam y New York (fotos de la autora)
Las ciudades cambian su identidad?
Los edificios no son objetos aislados. Tampoco las ciudades son estructuras uniformes, y es en su compleja y
heterogénea composición, producto de diferentes circunstancias a lo largo del tiempo y de la particular relación
entre el espacio urbano y sus habitantes que los lugares adquieren sus identidad y su aspecto característico.
Cuando la gente camina por las calles o simplemente recorre la ciudad, puede apreciar distintos paisajes y, si se
le han brindado algunas claves, tendrá seguramente una mejor comprensión de su hábitat y establecerá un
vínculo más beneficioso con él.

Así como las personas y también los edificios son únicos, cada ciudad tiene su ADN, una identidad propia
reflejada en su paisaje cultural, construido a lo largo del tiempo y en la que los elementos componentes pueden
mutar pero el mensaje es preservado. El aporte colectivo a la definición de esa identidad es vital, pero el de los
arquitectos es el más evidente, el que percibimos más claramente por su presencia material, y por lo tanto es
nuestra tarea la que debería estar basada en preceptos culturales y proyectuales más sólidamente fundados e
inspirados por el lugar en que insertamos nuestra obra.

Si hablamos en términos positivos, las ciudades evolucionan, crecen, se densifican. En ese sentido, los aportes de
todas las épocas y los avances son bienvenidos cuando alimentan y enriquecen su imagen y su calidad de vida de
una manera que no desfigure lo que las hace únicas. Pero las ciudades también pueden involucionar, deteriorarse,
perder población. El planeamiento territorial no debería olvidar que si bien estos cambios son muchas veces
naturales (y otras producidos por circunstancias previsibles), sus efectos pueden ser perjudiciales, y que un buen
planeamiento debería incorporar en sus proyecciones medidas que amortigüen el efecto de los cambios, que
permitan asimilar y apropiar los cambios positivos y trabajar en la modificación de los negativos.

Como se expresó más arriba, la identidad de las ciudades, y de los asentamientos humanos en general, depende
de una cultura de apropiación del territorio, expresa un modo de entender el medio. Cada vez entendemos mejor
que preservar esa relación, poner en valor el lugar y su modo de vivirlo nos asegura una mejor calidad de vida y
un futuro más sustentable.

Pero preservar esa relación implica primero conocerla e identificarse con ella (educación), luego buscar los medios
creativos que incorporen nuevas ideas y soluciones sin perder el diálogo con lo existente (formación) y finalmente
aceptar la responsabilidad de operar en consecuencia (gestión).

Las ciudades más características no necesariamente son las más homogéneas. Tampoco las más vivibles ni las
más sustentables, y no hay un modelo de ciudad que asegure la mejor calidad de vida sino un conjunto de
parámetros acordados que harán más sustentable cada ciudad con su identidad puesta en valor. Y será esa
identidad la que cobrará cada vez más sentido en un mundo globalizado, cuando el poder acercarnos a otros
escenarios sea estimulante porque no veremos un reflejo nebuloso de nuestra propia realidad sino la riqueza de
las formas de interpretar el habitar en las distintas culturas.

Qué ciudad recibimos y qué ciudad queremos dejar?


En un desafiante ensayo sobre el futuro de nuestras ciudades Allen Cunnigham (Cunningham, 2006) sostiene que
“el futuro de un planeta inhabitable exige una revisión sustancial de los conocimientos convencionales para
asentar nuestra presencia de forma ecológicamente sensible y receptiva. El siglo 20 inventó la aplicación de
procedimientos racionales para hacer frente a problemas concretos. Estos hábitos mentales deber ser
perfeccionados para aplicarse al urbanismo mundial del futuro”. Más adelante, Cunningham expresará de manera
contundente el valor de la identidad que él define como condicionantes locales al afirmar que “ninguna receta
universal para definir la futura forma urbana es posible ni deseable; los condicionantes locales se combinarán con
aquellos establecidos y acordados internacionalmente como ecológicamente imperativos”.

Buenos Aires es una ciudad compleja, con una identidad rica y variada (Fig. 3). Por su extensión territorial, cada
barrio tiene una impronta particular pero el todo también tiene una fuerte y única identidad cultural para sus
habitantes y para sus visitantes. Tiene a su vez algunos aspectos que no solo no contribuyen a transmitir su
“espíritu de lugar” claramente sino que lo distorsionan, y trabajar sobre los mismos representa un desafío para el
quehacer comunitario y profesional presente y el de las futuras generaciones. Como arquitectos, más que definir
parámetros urbanísticos deberíamos reflexionar sobre parámetros de cultura urbana y responder proyectualmente
a ellos.

La ciudad es el reflejo de quienes somos. La ciudad que recibimos muestra el cuidado y la empatía pero también
el abandono y el desinterés de sus habitantes. Sobre todo evidencia que como proyectistas debemos prestar aún
más atención a sus motivaciones paisajísticas, culturales y comunitarias, e intervenir en consecuencia. Es
importante concientizarnos y concientizar, lograr en la mayor cantidad de habitantes la mejor comprensión de su
hábitat, ya que la experiencia dice que no se puede querer lo que no se conoce y no se puede cuidar lo que no se
quiere. Y no hay ningún plan de puesta en valor del patrimonio cultural sustentable sin el compromiso de todos.

Fig. 2 Perfil de Buenos Aires, definido por la heterogeneidad de su arquitectura y la extensión de su trama urbana (foto de la autora)

Bibliografía
AA.VV., El entorno del hombre. Buenos Aires, Marymar, 1971
Careri, Francesco, WALKSCAPES: El andar como práctica estética. Barcelona, Gustavo Gili, 2009
CIVVIH/ICOMOS, Principios de La Valeta para la Salvaguarda y Gestión de las Poblaciones y Areas Urbanas Históricas. Paris, ICOMOS, 2011
Cunningham, Allen, Si las ciudades son la respuesta, cuál es la pregunta? Apuntes acerca del dilema urbano (2006) en AA.VV., El Patrimonio
del Movimiento Moderno: experiencias, presente, desafíos. Buenos Aires, Ediciones FADU, 2011.
ICOMOS, Québec Declaration on the Preservation of the Spirit of the Place. ICOMOS, Québec, 2008

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