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LITERATURA CLÁSICA

Antes de entrar al estudio de la literatura grecolatina en sus orígenes, se debe


recordar que, a lo largo de la historia occidental europea, en general los géneros
literarios se presentan como épica, lírica y dramá tica, o narrativa, lírica y drama; en el
primero, la épica, se incluyen textos como la epopeya, el poema épico, el poema
teogó nico, el poema cosmogó nico, el cantar de gesta medieval, el poema burlesco, el
poema narrativo, la leyenda, la tradició n, la pará bola, la novela, el cuento, el relato; en
el segundo, la lírica, se incluyen textos como la oda, el himno, la canció n, el epitalamio,
el madrigal, la elegía, el epigrama, el soneto, el romance, la balada, la letrilla, la copla;
en el tercero, la dramá tica, se incluyen textos como la tragedia, la comedia, el drama, el
sainete, el entremés, el paso, la loa, la ó pera, la opereta, la zarzuela.
Suele caracterizarse a la lírica como revelació n de la subjetividad del poeta que, al
profundizar en su propio yo, le marca a la realidad su ritmo, su tonalidad y sus
dimensiones personales; aunque la realidad no desaparece de la poesía, en general
funciona como pretexto que permite dar forma al significado profundo del poema. La
lírica tiene un cará cter en esencia está tico, pues el poeta se detiene con cuidado en
una idea, un sentimiento, una emoció n y a partir de allí construye su obra, como un
intento de reconstituir y expresar esa experiencia inicial.
La narrativa intenta representar la realidad en muchos de sus aspectos, a través de la
generació n de un mundo independiente del autor, con situaciones y personajes que
alcanzan su propia diná mica y que se liberan de la emotividad del escritor como eje de
referencia. En cuanto al tiempo, só lo la novela concede lugar al tiempo real, pues la
epopeya lo toma en cuenta de modo parcial para expresar lo grandioso de los eventos
narrados; el cará cter diná mico de la épica parte de insertar a los personajes en una
evolució n en la que es esencial la representació n del ambiente y de las motivaciones
para entender la relació n que se establece entre el hombre y el contexto histó rico-
social en que vive.
La dramá tica también pretende llevar al escenario aspectos de la vida mediante la
oposició n de acciones humanas, oposició n que produce así el conflicto dramá tico que
se representa, como tiempo presente, ante un pú blico que asiste al progresivo avance
de distintas situaciones hacia la crisis final, por medio de acciones breves,
condensadas y, en particular, cargadas de significaciones.
Grecia
La Grecia antigua parece haber comenzado su historia en el mar Egeo y en la isla de
Creta, donde florecieron las civilizaciones prehelénicas; su centro de desarrollo se
ubicó en la Creta mediterrá nea y en Micenas, en la Argó lida. En Creta hubo
poblaciones neolíticas hacia el 6000 a. C.; luego, hacia el 1800, llegó del norte y se
superpuso un grupo, llamado aqueo, que se acepta como el primer pueblo griego. El
sistema de organizació n socio-econó mica de los orígenes de la cultura creto-micénica
responde a lo denominado modo de producció n asiá tico, que era autosuficiente, con
comunidades de aldea, sin propiedad privada ni separació n entre agricultura y
artesanía; la sociedad se agrupaba bajo un Estado con funciones de utilidad comunal,
con unos funcionarios que tendían a una apropiació n de tipo feudal de los medios de
producció n; existía una esclavitud de tipo patriarcal, con funciones domésticas; el
mundo se concebía como un orden inmutable.
La cultura cretense tuvo su mayor esplendor entre 2000 y 1600 a. C., cuando
constituyó una civilizació n urbana, con palacios complejos decorados con frescos
naturalistas; se desarrolló notablemente la cerá mica y la orfebrería; lo má s original
fue su escritura, primero criptográ fica y luego con signos que representaban en su
mayor parte sílabas: fue la escritura lineal B, descifrada por Michael Ventris y otros
estudiosos del tema. Allí surgió una serie de leyendas sobre el rey Minos, que originó
una talasocracia, con dominio sobre la Grecia continental; aquí se ubica la leyenda del
Minotauro y el laberinto que, por su relació n con el arquitecto ateniense Dédalo, se ha
interpretado como alegoría del antiguo dominio de Creta sobre
Atenas.
Hacia el 2000 a. C., comenzaron a llegar pueblos de lengua
indoeuropea a la regió n del Egeo, aunque los dialectos clá sicos ―
jó nico, eó lico y dó rico ― ya conformados só lo se ubicaron después del
1200 a. C. Estos pueblos se cree que conquistaron primero la
Argó lida, la regió n má s fértil, se mezclaron con los habitantes
anteriores y crearon lentamente otra civilizació n y la extendieron
segú n sus posibilidades.
Hacia el 1600 a. C., Micenas llegó a ser el centro má s importante econó mico-político de
la regió n del Egeo; su ascenso pudo deberse a afinidades con los reinos
contemporá neos del Cercano Oriente y a algunas características específicas, como la
ausencia de grandes extensiones cultivables, las mayores facilidades para el comercio
y la menor centralizació n estatal. La economía se
sustentaba en la agricultura y la ganadería, a partir de
un sistema de propiedad complejo; existían actividades
artesanales y comerciales importantes controladas o
dirigidas desde el gobierno central, con unos
funcionarios y un rey (con atribuciones militares y
religiosas en estrecha relació n con una casta
sacerdotal), ubicado en un palacio (centro religioso,
político y econó mico), al que se subordinaba la vida
social; ante el palacio se abría un mundo rural,
organizado en aldeas y señ oríos territoriales
administrados por un señ or con un dominio rural y vasallo del rey, rodeado por un
consejo de ancianos; base de la organizació n social era la familia patriarcal, donde la
mujer cumplía un papel destacado; existían esclavos que desempeñ aban los oficios
domésticos.
Hacia el 1200 a. C., una nueva migració n, al parecer los dorios, acabó con la
civilizació n micénica y abrió un período de unos cuatrocientos añ os (s. XII-VII a. C.),
designado como: época homérica (por la sustancia histó rica de los poemas del poeta),
Edad Oscura (pues sobre ella se sabe y podrá llegar a saberse muy poco), Edad Media
griega (por un evidente retroceso cultural, ya que, por ejemplo, se perdió la escritura)
o periodo geométrico (si se atiende a criterios de la historia del arte basados en la
decoració n de su cerá mica).
Fue la época en que la agricultura y la ganadería eran fuentes principales de riqueza;
la organizació n social se basaba en el oikos, una especie de unidad familiar, ampliada a
todos los miembros que vivían y trabajaban bajo la direcció n del dueñ o, un noble; el
oikos era un centro econó mico-social con tendencias autá rquicas y una estricta
divisió n social del trabajo, con un papel muy secundario de los artesanos y pequeñ os
propietarios. La autonomía del oikos se limitaba, pues necesitaba productos como la
sal o los metales (el hierro), lo que planteaba un conflicto social, pues no se apreciaba
a los artesanos y comerciantes. El comercio, justificado para la autosuficiencia del
oikos, se censuraba cuando buscaba el beneficio personal; para oponerse al vulgar
comercio, como actividad socialmente aceptada se recurría al intercambio de regalos;
asimismo, la piratería y el saqueo eran prá cticas aceptadas en funció n del grupo.
En términos generales, los poemas homéricos son de la época arcaica de la historia
griega, pero se refieren a la Edad Oscura o una época anterior; aunque evocan una
serie de aspectos micénicos, muestran en esencia la sociedad posterior al siglo XII a. C.

Homero

El período entre el siglo XII y VII a. C. se denomina Edad Oscura, Edad Media griega o
época homérica, en honor al poeta. Homero compuso la Ilíada, la Odisea, y otras obras,
que lo ubicaron en un mundo épico, en el que el ser humano, enfrentado a la realidad,
se sentía pequeñ o y tendía a exaltar la naturaleza, a la que llenaba de fantasías y
divinidades; no se expresaba como individuo sino como grupo, manejaba una
conciencia colectiva. La poesía épica aparece aquí confundida con conjuros, fó rmulas
sagradas y otros cantos anteriores en los que no existen autores individuales y el arte
se dirigía a la colectividad.
En la poesía épica se pretende que se narran hechos verdaderos, que se fundamentan
en el respeto a la tradició n o en la inspiració n divina; el narrador, situado frente a los
hechos, gozaba con la cuidadosa descripció n de un mundo inmutable y colorido, y él
se ubicaba en un plano secundario. En su forma, la épica se estructura en versos
compuestos por formas tradicionales conservadas por generaciones y que ayudaban
tanto a la memoria como a la invenció n.
A la poesía épica corresponden la epopeya, el poema épico y el poema burlesco, entre
otros. La epopeya, segú n Federico Hegel, es «la narració n poética de una acció n
memorable y de interés general para un pueblo o para la especie humana»; se afirma
que epopeya es un término que se aplica a narraciones de un mundo total en tono
elevado y se constituye a partir de tres elementos esenciales: personaje,
acontecimiento y espacio, que generan la estructura del mundo épico; en la epopeya
de acontecimiento, a través de él la obra logra su inicio, medio y fin, totalidad y
redondeo, como sucede en la Ilíada; en la epopeya de personaje, éste porta al mundo
épico y se le subordinan los acontecimientos, como sucede en la Odisea; en la epopeya
de espacio, en éste se ubican los demá s elementos (personajes, acontecimientos,
detalles), como sucede en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
En cuanto a la poesía homérica, fue oral, de obras compuestas por autores iletrados
que recitaban o cantaban frente a un pú blico atento; el cantor aparece como
especialista de vieja data que ha reunido muchos incidentes, de generaciones
anteriores, y a partir de allí adelantaba su actividad en la que combinaba creació n con
repetició n, con la ayuda de situaciones que se aplicaban a cualquier situació n:
combate, banquete, funeral, etc.
El papel del artista se relacionaba con la época heroica, con la funció n de divertir y
exaltar el valor de los combatientes que volvieron victoriosos de la guerra; en una
sociedad con una especie de feudalismo, estos señ ores eran piratas y bandidos a los
que se exaltaba a través de cantos profanos que giraban en torno a su ética particular
de «saqueadores de ciudades»
Los poetas, en un comienzo nobles y guerreros, se volvieron profesionales
denominados bardos, ocupantes de una posició n intermedia, como los artesanos (el
médico, el augur), respetados pero sometidos a los príncipes; estos bardos cantaban al
componer sus poemas, en los palacios ante nobles y reyes, que los trataban con
consideració n; luego, al poeta lo reemplazó un recitador de versos
memorizados, el rapsoda, cantor ambulante que llevaba a un
pú blico má s amplio, en mansiones señ oriales o en fiestas
populares, las leyendas heroicas.
Sobre Homero, ya desde la época clá sica se estableció una
discusió n, que dura hasta hoy, que va desde la duda sobre su
existencia hasta la autoría de cada una de las obras que se le
adjudicaron, pasando por toda clase de especulaciones sobre su
vida. La primera menció n sobre este poeta es del siglo VIII a. C., y en el siglo VII
aparecen una especie de poema biográ fico – Vida de Homero – y toda una serie de
leyendas sobre su obra. Esto dio origen a la denominada «cuestió n homérica» que, en
este contexto, se caracteriza porque se dedica de modo estricto al estudio de Homero
como autor de la Ilíada y la Odisea, estudia estos textos solo desde lo estrictamente
histó rico y literario, se basa en un conocimiento serio y erudito de los originales
griegos conservados y se inspira en un amplio concepto de lo poético.
De las ocho biografías existentes sobre Homero, conservadas en la antigü edad, se saca
en claro que de las ciudades que se disputan su cuna (Esmirna, Quíos, Ios, Argos,
Colofó n, Rodas, Pilos) se dice que la má s probable es Esmirna y luego Quíos, en la que
parece haber vivido durante mucho tiempo, en la segunda mitad del siglo VIII, hecho
que se data atendiendo a la introducció n de la escritura alfabética en Grecia, en la que
los poemas se escribieron antes de que se los recitara; también atendiendo a
descripciones que hace de escudos de bronce que corresponden a esta época, lo
mismo que a similitudes entre la técnica narrativa de la Ilíada y el estilo geométrico de
las decoraciones de la cerá mica de esta época, como también a rasgos de la sociedad
que se muestra en la Ilíada, que parece corresponder a la sociedad griega arcaica que
comenzó a consolidarse hacia el 850 y un siglo má s tarde ya se había estabilizado
plenamente.
La Ilíada, un esfuerzo colectivo por plasmar en la tradició n una obra de significació n
panhelénica, tiene como teló n de fondo la guerra de Troya donde se jugaba el destino
de Aquiles, el protagonista, en el décimo añ o del asedio y en el que el poeta se
concentra en un episodio particular: la có lera, que cuenta el origen, las consecuencias
y el final de la ira del hijo de Peleo; las implicaciones de esta có lera van hasta el final
de la lucha e iluminan la problemá tica que se vive tanto entre los aqueos como entre
los troyanos, con la visió n al mismo tiempo del papel de los dioses que apoyan
alternativamente a uno u otro bando. La ira que ataca a Aquiles era de origen divino y
respondía a un plan generado por encima de la voluntad de los hombres, ira y
consecuencias que Homero relató y la sazonó con varios episodios, evocaciones y
recuerdos de valor ejemplarizante.
En ambos ejércitos había una crisis latente: entre los aqueos, la rivalidad de
Agamenó n y Aquiles; entre los troyanos, la existente entre Héctor, que cargaba con
todo el peso de la lucha, y Paris, que prefería la compañ ía de Helena. Esto es parte de
la materia narrativa de la obra, que no termina con el final de la guerra, sino con el fin
de la có lera: 50 días en el décimo añ o del asedio.
La obra gira en torno a su tema: la ira, su origen, evolució n, consecuencias y final,
elementos que la estructuran y le dan perfecta unidad tanto interna como externa. Al
principio la obra avanza con movimientos rá pidos y directos pero, a partir del canto
III, se intercala una serie de episodios que retardan el curso de los acontecimientos.
Ademá s del tema central, el poeta muestra un mundo amplio constituido a partir de
descripciones de los escenarios en que la acció n se desarrollaba: la ciudad amurallada,
la llanura donde se combatía y el campamento de los aqueos y, en un plano secundario
pero definitivo, la acció n de los dioses en el Olimpo.
Llama la atenció n la utilizació n de frases hechas que se repiten invariablemente en
circunstancias similares y constituían fó rmulas métricas a las que recurría el poeta
segú n sus necesidades, pero el poeta logra evitar la monotonía
al espaciarlas de modo adecuado; este es un elemento
tradicional, lo mismo que las escenas típicas que describían
hechos repetidos (banquetes, sacrificios). Propiamente
homérico se considera el hecho de que el poeta todo lo
convierte en imagen, con lo que buscaba que los oyentes
captaran lo narrado con los ojos del alma; no explicaba sino
que mostraba el asunto que había elegido.
En la Ilíada, en cuanto a la estructura, se puede decir que
consta de tres partes: 1) Aquiles agraviado, 2) combates y muerte de Patroclo y 3)
Aquiles contra Héctor; entre ellas hay algunos episodios particulares, que algunos
denominan interludios: primero, la Dolonía; segundo, las armas de Aquiles; tercero,
los funerales de Patroclo y, como epílogo, el rescate del cadá ver de Héctor.
La epopeya está escrita en verso hexá metro dactílico y en un dialecto prejó nico,
mezclado con el eó lico y á tico, entre otros, que constituía una lengua literaria, no
usada en el habla cotidiana, en la que el autor era libre de crear o modificar el léxico,
segú n sus necesidades.
En cuanto a los recursos expresivos, el poeta alterna el relato del narrador con los
discursos de los personajes; combina lentas y extensas descripciones (el escudo de
Aquiles) con la rá pida sucesió n de muchos acontecimientos (como al inicio de la obra).
Este constante movimiento, el ritmo diná mico lleno de sensaciones, produce la
tensió n épica, plena de retardamientos, que hace del conjunto un todo armó nico muy
bien estructurado, en el que cada elemento es a la vez independiente y parte
indispensable.
La Odisea se originó en antiguas historias de marinos que relataban sobre un ná ufrago
que llegaba a una isla maravillosa; otra vertiente se relaciona con relatos populares y
narraciones tradicionales del Mediterrá neo oriental, que incluían el regreso de los
jefes de la expedició n a Troya.
Llena de aventuras, donde el elemento má gico interviene a menudo, la Odisea muestra
un cará cter. Es una obra mucho má s reciente y revela unas costumbres y valores de
una sociedad distinta a la aristocrá tica de la Ilíada. Su organizació n general no sigue
un curso directo en el relato, sino que emplea una técnica compleja, en la que
abandona constantemente la narració n para atar cabos que ha dejado sueltos en otro
lugar.
La obra presenta una dimensió n moral, con dioses de una ética má s profunda y asume
una actitud má s tajante al señ alar a buenos y malos; existe, ademá s, una abundancia
de descripciones que resaltaban la belleza del paisaje y la imponencia de la naturaleza.
En la obra existen dos tendencias: la progresiva, que lleva a Odiseo hacia Ítaca; la
retardadora, se concentra en la có lera de Poseidó n, que lo alejaba de la patria.
Predomina el tema del regreso, cuyo nú cleo recuerda la historia de Agamenó n, que
regresa a su casa y se encuentra en medio de la intriga y la lucha de poder, donde
sobresalen el homicidio y la traició n. En una organizació n social trastornada, el rey
llegaba para imponer de nuevo el orden.
Odiseo es un personaje portador de un mundo total; los
acontecimientos se le subordinan, pues representaba a un griego
que salió de su patria, se enfrentó al mar y lo derrotó , para poder
regresar. El héroe encarnaba un mundo donde se unían la
aristocracia heroica y un nuevo estamento plebeyo-mercantil y
constituye una personalidad compleja y contradictoria, como hijo
del noble Laertes y nieto de Autó lico, plebeyo y embustero,
tramposo pero muy consciente de sus capacidades. Odiseo los
hereda y es prudente, moderado, astuto, valiente y noble.
La de Odiseo es una época donde se destacaba la habilidad y la estrategia; el héroe era
un saqueador de ciudades, pero se interesaba por cultivar su amor propio, disminuido
por el primitivo salvajismo de los cíclopes que le habían hecho vivir el vandalismo;
con su astucia de ser civilizado se impuso sobre la barbarie y, una vez libre grita su
nombre y su fama a Polifemo, y siente que recupera su identidad histó rica.
En cuanto a la estructura, en los primeros cantos se destaca un mundo griego de
hombres que regresan a su patria. Poseidó n se oponía al regreso de Odiseo, elemento
estructural bá sico del relato que, narrado por el héroe, lo lleva a incluir una serie de
aventuras. La obra se compone a través del recurso del relato dentro del relato.
La organizació n de la epopeya presenta tres grandes bloques: 1) la telemaquia (cantos
I al IV), que presenta el enfrentamiento de Penélope y su hijo contra los pretendientes
y, en lo literario, retrasa la acció n y el desarrollo del tema central; 2) las aventuras de
Odiseo (cantos V al XIII), es una serie de maravillosos relatos que el héroe refiere en el
palacio del rey de los feacios, los que lo llevará n a Ítaca; 3) la venganza de Odiseo
(cantos XIV a XXIV), desemboca en la matanza de los pretendientes y en el
reconocimiento por parte de Penélope.
El estilo de la Odisea no llega a producir una perspectiva espacio-temporal, pues
presenta las situaciones y personajes en primer plano, en un constante presente. Todo
se convierte en imá genes vivas, como también se presenta la interioridad de los
individuos, relaciones de causa o efecto e interrelaciones de cualquier tipo, para que
nada quedara oculto al auditorio.

LITERATURA LATINA

La literatura latina sigue una evolució n paralela a la evolució n de la lengua latina, por
lo cual pueden distinguirse estas etapas en su desarrollo: 1) época arcaica (desde los
orígenes hasta el siglo III a. C.), 2) época preclá sica (siglo II – mitad del siglo I a. C.), 3)
época clá sica (mediados del siglo I a. C. hasta el añ o 14 d. C., fecha de la muerte del
emperador Augusto), 4) época postclá sica (desde la muerte de Augusto hasta el siglo
III) y 5) época tardía (después del siglo III), cuando las expresiones literarias ya no
hacían parte de la cultura romana.
El grupo humano autó ctono de la península itá lica fue el de los mediterráneos, que
abarca diversas denominaciones y territorios; entre ellos se menciona a los ligures, el
grupo má s numeroso; a mediados del segundo milenio llegaron a la península los
indoeuropeos, llamados genéricamente itálicos, primeros invasores, que construyeron
cabañ as sostenidas sobre estacas clavadas
en la tierra y originaron la civilizació n de
los terramaras (terra (tierra), marna
(grasa)), que floreció gracias al uso del
bronce.
Al llegar la edad de hierro, en el primer
milenio, floreció la cultura villanoviana,
caracterizada por urnas bicó nicas en las
que guardaban las cenizas luego de
incinerar a sus muertos; en el siglo VIII a.
C., los itá licos fueron desalojados por los
etruscos, pueblo de origen incierto que
apareció entre el río Tíber, el río Arno y el Mar Tirreno, con lo que los itá licos se
refugiaron en la regió n central y meridional de la península.
Roma, para poder conquistar otros territorios, primero debió asegurar su unidad
interna; por lo tanto, lo primero que hizo fue dominar a los pueblos itá licos, a los que
trató con benevolencia; así pudo someter a la Apulia (al este) y a la Campania al oeste;
la unidad nacional fue fundamental para el poderío romano. Otro factor contribuyente
para afianzar el poderío de Roma sobre sus vecinos fue el poseer las salinas situadas a
lo largo de la costa de Ostia; este monopolio de la sal le permitía obtener grandes
beneficios en el comercio con sus vecinos, de los que adquiría principalmente objetos
metá licos, herramientas y armas.
En el territorio romano, la primera organizació n conocida fue
la de las tribus originarias: cada una se dividía en diez curias
(fratrías) y cada una de estas en diez gens (familias); las curias
tenían su organizació n y cultos religiosos particulares, pues se
consideraban descendientes de un antepasado comú n; las tres tribus originarias
formaban el populus romanus; los negocios pú blicos los administraba, en primera
instancia, el senado, compuesto por los jefes de las 300 gens, los patres; su conjunto
era una especie de consejo de ancianos y su nombre deriva de senex, viejo. Estas
familias, llamadas patricias, pretendían un derecho exclusivo al Senado y fueron
imponiendo su dominio basadas en una tradició n acomodaticia.
La tradició n habla de siete reyes, que empiezan con Ró mulo, seguido de Numa
Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio, Tarquino Prisco (el viejo), Servio Tulio y
Tarquino el soberbio; los historiadores modernos parten solo de los Tarquinos,
basados en que con ellos se originó una nueva organizació n política y social; en la
época de los reyes, Roma era una comunidad constituida como democracia militar,
que tenía como base la gens; el rey tenía funciones de jefe militar, gran sacerdote y
presidente del tribunal y se sometía a la Asamblea de tribus, que usufructuaba el
poder supremo y, junto con el Senado, le confería su autoridad al rey, y se ocupaba
también de los asuntos judiciales importantes.
Con Servio Tulio se acabó la antigua constitució n gentilicia; se creó una nueva
Asamblea del Pueblo, que comprendía a quienes prestaban el servicio militar,
independientemente de su pertenencia a las tribus; esta Asamblea,
denominada comitia centuriata, pues la votació n se hacía por centurias,
una unidad tá ctica militar, cumplía la funció n política; cada ciudadano
votaba dentro de su centuria; así, la població n sometida al servicio
militar se dividió en seis clases, segú n su fortuna, de modo que a los
vínculos de sangre los reemplazaron los vínculos de la riqueza, indicio
de luchas sociales incipientes; esta nueva organizació n se impulsó hacia el añ o 509 a.
C., cuando dos cónsules, jefes militares en igualdad de condiciones, reemplazaron a los
reyes, con lo que comenzó el período denominado República.
Durante la Repú blica, se presentaron diversos enfrentamientos entre patricios y
plebeyos; fue un largo proceso que se extendió durante dos siglos y medio, debido
fundamentalmente a la bú squeda de la igualdad de derechos políticos, el
establecimiento de una legislació n sobre las deudas y el logro del acceso al ager
publicus (tierra comunal). Esta lucha llegó a su fin a mediados del siglo IV a. C., con la
igualació n de derechos y deberes, fusió n que se plasmó en la ley que estableció que
todos eran ciudadanos romanos; entonces comenzó la época de las conquistas de
Roma y el ejército alcanzó cada vez mayor importancia, constituido en su mayor parte
por los antes denominados plebeyos.
É poca preliteraria. La posició n favorable de Roma le permitió convertirse pronto en
centro importante en lo comercial, político y cultural. Las influencias má s antiguas y
de má s profundo arraigo fueron de las culturas etrusca y griega; también existió en
Roma una larga tradición oral, en la que aparecieron formas en verso de respuestas
típicas consagradas por la colectividad para situaciones concretas en lo religioso, lo
jurídico o la vida prá ctica, formalidad propia del espíritu tradicionalista romano que
influyó mucho en la evolució n tanto de la lengua como de la literatura.
La forma má s antigua del verso latino fue llamada verso saturnio, o «verso de dichos»,
verso itá lico de gran variedad de formas, basadas esencialmente en la cadencia del
acento en la frase; era un verso largo constituido por dos partes: la primera con ritmo
ascendente y la segunda con ritmo descendente; en este verso aparecían
frecuentemente la aliteració n y la rima.
Los má s antiguos fragmentos de lengua latina son restos de poesía sagrada y fó rmulas
litú rgicas. A la poesía sagrada corresponden los carmina saliaria, o cantos entonados
durante ritos de marzo y octubre, principio y fin del añ o agrícola, por los sacerdotes
de los salios (saltadores), sacerdotes de Marte, custodios de los escudos sagrados,
quienes se acompañ aban de danzas solemnes con armas. Má s conocido era el carmen
arvale, cantado por los fratres arvales, «hermanos del campo», que en mayo
celebraban la fiesta de la Dea Dia, deidad agrícola, con danzas en el bosque y en su
templo; se conserva un protocolo de la hermandad, del añ o 218 a. C., con un texto muy
arcaico en el que en el comienzo se invocaba a los lares y tres veces a Marte.
Se supone la existencia de gran cantidad de cantos profanos, entre los que se
menciona: los cantos en los banquetes de familias patricias, en alabanza de sus
antepasados, ya solos, ya con acompañ amiento de flauta; los cá nticos fú nebres
(neniae) destinados a exaltar los méritos de algú n personaje fallecido; los cantos
burlescos que los soldados, a veces con libertad excesiva de palabra, improvisaban en
ocasió n de los triunfos militares; los cantos de amor, cantilenas infantiles, canciones
de cuna…, sin embargo só lo se conoce la poesía fescenina (versus fescennini)
improvisada en los festejos de bodas campesinas, que luego pasaron a la ciudad y se
popularizaron, sobre todo por su espíritu crítico, cá ustico y mordaz. A partir de estos
versos surgió un tipo de representació n dialogada, en versos saturnios que, al partir
de situaciones reales, evolucionó hacia argumentos ficticios, con actuació n de
campesinos pintados o cubiertos con má scaras. Una variante de este género, la satura,
acompañ ada con mú sica y danza y ejecutada por actores profesionales (histriones), se
originó a mediados del siglo IV a. C. (364), con ejecució n de danzas rituales para evitar
una epidemia, y dieron comienzo a juegos que se celebraban sin mediar ninguna
circunstancia especial. Otra forma de estos juegos correspondía al drama improvisado
que, aunque tuviera forma propiamente romana, parece haberse originado en Atella,
ciudad osca, por lo que recibieron el nombre de ludus oscus, fabula Atellana.
Las sentencias, convertidas en norma de vida, muestran otro ejemplo de lenguaje
formalizado, como también las normas jurídicas, cuyo formulismo se marca
especialmente en el derecho romano, que ganó en importancia a partir de la difusió n
de la escritura y se codificó en el 449 a. C. en las Leges XII tabularum, que recogían el
derecho consuetudinario, que se publica e inspiró a todo el derecho romano, pú blico y
privado, posterior.
El primer texto verdaderamente literario fue las Sententiae de Appio Claudio Calco,
colecció n de proverbios y má ximas morales, a imitació n de las antologías griegas,
compuesta en versos saturnios; eran sentencias sobre la vida prá ctica, en tono
poético, tales como: «Cada uno es el forjador de su felicidad».
Los primeros autores. La expansió n territorial de Roma, primero en el Lacio y luego en
Etruria, la llevó a consolidar la unificació n de Italia al sur del río Po; luego las guerras
pú nicas (primera 264-241; segunda 218-201; tercera: 149-416), en las que venció a
Cartago, le aseguraron el dominio en el Mediterrá neo occidental, a partir de lo cual
siguió su expansió n hacia Macedonia y Grecia.
La conquista de regiones donde predominaba la cultura griega, aumentó sus contactos
con aquella civilizació n; el saqueo de Tarento (272 a. C.) y de Siracusa (212) le
aportaron numerosas obras de arte a Roma, con lo que el helenismo fue tomando
mayor auge como elemento cultural.
De este modo, el primer poeta en Roma fue un griego: Livio
Andró nico, esclavo tomado en Tarento; enseñ ó griego y buen latín,
elocuencia, arte y ciencias a los hijos de un tal Livio, y, por su éxito, a
muchos otros hijos de personajes importantes. Tras muchos añ os de
esclavo, recibió su libertad y creó una escuela para la educació n de
los hijos de los nobles, a los que explicaba textos griegos y leía una
versió n suya de la Odisea en versos saturnios: la Odusia, que luego se
siguió utilizando como texto escolar; la importancia de esta traducció n fue la creació n
de una “expresió n latina segú n el prototipo griego”.
En el 240, para los Ludi Romani se le encargó la representació n de una tragedia y una
comedia, que tradujo de un original griego y lo adaptó a elementos propios de la
lengua latina; en la representació n actuó como corifeo y el espectá culo fue un éxito
completo, con lo que se “marca el comienzo de la educació n de Roma en las letras” y se
creó en Roma un serio interés por el teatro. En el 207, se le encargó que compusiera
una canció n procesional y dirigiera el coro de doncellas destinado a alejar los
presagios que implicaban el peligro de una invasió n de Asdrú bal; el nuevo éxito del
poeta consolidó el prestigio de los artistas, que empezaron a agruparse en una
agremiació n de autores e intérpretes: scribae et histriones, que se reunía en el templo
de Minerva.
En el 235, un soldado latino, Cneo Nevio, partícipe de las campañ as de Sicilia, que
conocía las letras griegas, empezó a adaptar piezas del teatro griego, de Aristó fanes,
en las que se hacía crítica política sobre los abusos de los
funcionarios; por sus ataques fue desterrado a Africa.
Nevio creó el teatro romano (fabula praetexta), con sus
héroes vestidos con el atuendo de los magistrados
romanos (toga praetexta), con modelos propios de la
comedia media y nueva, pero insistencia en la sá tira
política. También se lo considera el precursor de la
epopeya nacional romana, por su poema épico Poenicum
bellum, en que retomó tradiciones latinas y les dio un toque original; es una cró nica
sencilla, apoyada en seria documentació n histó rica y sazonada con los conocimientos
que le daba su propia participació n en los hechos que cantaba. Aquí aparecía Eneas y
su huida de la vencida Troya.

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