Está en la página 1de 276

1

2
4 145

5 153

14 159

30 171

3
40 186

49 196

69 202

77 208

86 221

99 230

106 246

118 260

125 268

135 274
Perséfone

Hades,

4
Debe crear vida en el o perderá su
para siempre.
P
erséfone se sentó a la luz del sol.
Había elegido su lugar habitual en La Casa del Café, una mesa
al aire libre con vistas a la concurrida calle peatonal. El paseo

5
estaba bordeado por árboles y huertos repletos de áster
púrpura y alyssum rosa dulce y blanco. Una ligera brisa llevaba el aroma de
la primavera y el aire meloso era apacible.
Era un día perfecto, y aunque Perséfone había venido aquí para
estudiar, le resultaba difícil concentrarse porque sus ojos se veían atraídos
por el ramo de narcisos que estaba en el delgado jarrón de su mesa. El ramo
era pequeño, solo dos o tres finos tallos, y sus pétalos eran rígidos, marrones
y rizados como los dedos de un cadáver.
Los narcisos eran la flor y el símbolo de Hades, el Dios de los Muertos.
No solían decorar mesas, sino ataúdes. Su presencia en La Casa del Café
probablemente significaba que el propietario estaba de luto, que era
realmente la única vez que los mortales adoraban al Dios del Inframundo.
Perséfone siempre se preguntó cómo se sentiría Hades al respecto, o
si le importaba. Después de todo, era más que solo el Rey del Inframundo.
Siendo el más rico de todos los dioses, se había ganado el título, y había
invertido su dinero en algunos de los clubes más populares de Nueva Grecia,
y no eran cualquier club. Eran locales de juego de élite. Se decía que a Hades
le gustaba una buena apuesta y que rara vez aceptaba una cuyo premio no
fuera el alma humana.
Perséfone había escuchado mucho sobre los clubes mientras estaba
en la universidad, y su madre, que a menudo expresaba su desagrado por
Hades, también se había pronunciado en contra de sus negocios.
—Ha asumido el papel de titiritero. —Había reprendido Deméter—.
Decidir destinos como si fuera uno de los Moirai. Debería estar avergonzado.
Perséfone nunca había estado en uno de los clubes de Hades, pero
tenía que admitir que sentía curiosidad por la gente que asistía y el dios que
los regentaba. ¿Qué poseía a la gente para negociar su alma? ¿Era un deseo
de dinero, amor o riqueza?
¿Y qué decía eso sobre Hades? ¿Que tenía toda la riqueza del mundo
y solo buscaba aumentar su dominio en lugar de ayudar a la gente?
Pero esas eran preguntas para otro momento.
Perséfone tenía trabajo que hacer.
Bajó la mirada del narciso y se centró en su computadora portátil. Era
jueves y había dejado la escuela hacía una hora. Pidió su latte de vainilla
habitual y se dispuso a terminar su ensayo de investigación para poder
concentrarse en su pasantía en Noticias Nueva Atenas, la principal fuente
de noticias en Nueva Atenas. Empezaba mañana, y si las cosas iban bien,
tendría un trabajo después de graduarse en seis meses.
Estaba ansiosa por probarse a sí misma.
Su pasantía se llevaba a cabo en la sexagésima planta de la Acrópolis,
un hito en Nueva Atenas, ya que era el edificio más alto de la ciudad con
ciento un pisos. Una de las primeras cosas que hizo Perséfone cuando se

6
mudó aquí fue tomar un ascensor hasta el observatorio del último piso,
donde podía ver la ciudad en su totalidad. Fue como lo había imaginado:
hermoso, vasto y emocionante. Cuatro años después, era difícil creer que
iría allí casi a diario por trabajo.
Su teléfono sonó sobre la mesa, llamando su atención. Encontró un
mensaje de su mejor amiga, Lexa Sideris. Lexa fue su primera amiga cuando
se mudó a Nueva Atenas. Se giró para mirar a Perséfone en clase y le
preguntó si quería formar pareja para su laboratorio. Habían sido
inseparables desde entonces. Perséfone se había sentido atraída por la
personalidad de Lexa: tenía tatuajes, cabello negro como la noche, y
admiración por la Diosa de la Brujería, Hécate.
¿Dónde estás?
Perséfone respondió:
La Casa del Café.
¿Por qué? ¡Tenemos que celebrar!
Sonrió. Desde que le había dicho a Lexa sobre su pasantía hace dos
semanas, la había estado acosando para que saliera a tomar algo. Perséfone
había logrado posponer la salida, pero se estaba quedando sin excusas
rápidamente y Lexa lo sabía.
Perséfone envió un mensaje de texto.
Estoy celebrando. Con un latte de vainilla.
No con café. Alcohol. Chupitos. Tú + Yo. Esta noche.
Antes de poder responder, una camarera se acercó con una bandeja
y su humeante latte. Perséfone venía aquí con la suficiente frecuencia como
para saber que la chica era tan nueva como los narcisos. Su cabello estaba
en dos trenzas y sus ojos eran oscuros y estaban rodeados por gruesas
pestañas.
La chica sonrió y preguntó:
—¿Latte de vainilla?
—Sí —dijo Perséfone.
La camarera dejó la taza y luego se colocó la bandeja debajo del brazo.
—¿Necesitas algo más?
Perséfone se encontró con la mirada de la chica.
—¿Crees que lord Hades tiene sentido del humor?
No era una pregunta seria, y Perséfone pensó que sería gracioso, pero
los ojos de la chica se agrandaron y respondió:
—No sé a qué te refieres.

7
La camarera estaba claramente incómoda, probablemente al escuchar
el nombre de Hades. La mayoría intentaba evitar decirlo, o lo llamaban
Aidoneus para evitar llamar su atención, pero Perséfone no tenía miedo. Tal
vez tuviera algo que ver con el hecho de que ella era una diosa.
—Creo que debe tener sentido del humor —explicó—. Los narcisos son
un símbolo de la primavera y el renacimiento. —Sus dedos se cernieron
sobre los pétalos marchitos. En todo caso, la flor debería ser su símbolo—.
¿Por qué más lo reclamaría como suyo?
Perséfone devolvió la mirada a la chica y sus mejillas se sonrojaron.
Balbuceó:
—A-avísame si necesitas algo.
Inclinó la cabeza y volvió a trabajar.
Perséfone sacó una foto de su latte y se la envió a Lexa antes de tomar
un sorbo.
Se puso los auriculares y consultó su agenda. Le gustaba ser
organizada, pero más que eso, le gustaba estar ocupada. Sus semanas
estaban repletas: escuela los lunes, miércoles y jueves, y hasta tres horas
cada día en su pasantía. Cuanto más hacía, más excusas tenía para no
volver a casa a ver a su madre en Olimpia.
La próxima semana, tenía un examen de historia y un ensayo para la
misma clase. Sin embargo, no estaba preocupada. La historia era una de
sus materias favoritas. Hablaban de El Gran Descenso, el nombre que se le
dio al día en que los dioses llegaron a la tierra, y La Gran Guerra, las
terribles y sangrientas batallas que siguieron.
No pasó mucho tiempo antes de que Perséfone se perdiera en su
investigación y escritura. Estaba leyendo a un erudito que afirmaba que la
decisión de Hades de resucitar a los héroes de Zeus y Atenea había sido el
factor decisivo en la batalla final cuando un par de manos bien cuidadas
cerraron de golpe su portátil. Saltó y miró a un par de llamativos ojos azules,
puestos en un rostro ovalado enmarcado por espeso cabello negro.
—Adivina. Qué.
Perséfone se quitó los auriculares.
—Lexa, ¿qué haces aquí?
—Iba caminando a casa después de clase y pensé en pasarme y
contarte las buenas noticias.
Daba saltitos de emoción, su cabello negro azulado balanceándose
con ella.
—¿Qué noticias? —preguntó Perséfone.
—¡Nos metí en Nevernight! —Lexa apenas podía controlar su voz, y
ante la mención del famoso club, varias personas se volvieron a mirar.

8
—¡Shh! —ordenó Perséfone—. ¿Quieres que nos maten?
—No seas ridícula. —Lexa puso los ojos en blanco, pero bajó la voz,
sabiendo que Perséfone no estaba exagerando. Era imposible entrar a
Nevernight. Había una lista de espera de tres meses y Perséfone sabía por
qué.
Nevernight era propiedad de Hades.
La mayoría de las empresas propiedad de los dioses eran
increíblemente populares. La línea de vinos de Dionisio se agotó en
segundos y se rumoreaba que contenía ambrosía. También era muy común
que los mortales se encontraran en el Inframundo después de beber
demasiado del néctar.
Los vestidos de alta costura de Afrodita eran tan codiciados, que una
chica fue asesinada por uno hace solo unos meses. Hubo un juicio y todo.
Nevernight no era diferente.
—¿Cómo te las arreglaste para entrar en la lista? —preguntó
Perséfone.
—Un chico de mi pasantía no puede asistir. Lleva dos años en lista de
espera. ¿Puedes creer la suerte? Tú. Yo. Nevernight. ¡Esta noche!
—No puedo ir.
Los hombros de Lexa cayeron.
—Vamos, Perséfone. ¡Nos metí en Nevernight! ¡No quiero ir sola!
—Lleva a Iris.
—Quiero llevarte a ti. Se supone que estamos celebrando. Además,
¡esto es parte de tu experiencia universitaria!
Perséfone estaba bastante segura de que Deméter no estaría de
acuerdo. Le había prometido a su madre varias cosas antes de venir a Nueva
Atenas para asistir a la universidad, entre ellas, que se mantendría alejada
de los dioses.
Por supuesto, no había cumplido muchas de sus promesas. Había
cambiado su especialidad de botánica a mitad de su primer semestre para
hacer periodismo. Nunca olvidaría la sonrisa tensa de su madre o la forma
en que había dicho “qué bien” entre dientes cuando descubrió la verdad.
Perséfone había ganado la batalla, pero Deméter declaró la guerra. Al día
siguiente, dondequiera que fuera, también iba una de sus ninfas.
Aun así, especializarse en botánica no era tan importante como
mantenerse alejada de los dioses, ya que estos no sabían de su existencia.
Bueno, sabían que Deméter tenía una hija, pero nunca la habían
presentado en la corte de Olimpia. Y definitivamente no sabían que se estaba
haciendo pasar por mortal. No estaba segura de cómo reaccionarían los

9
dioses al descubrirla, pero sabía cómo reaccionaría el mundo entero, y no
sería bueno. Tendrían un nuevo dios del cual aprender y al que observar.
No sería capaz de existir, perdería la libertad que acababa de obtener, y no
estaba interesada en eso.
No solía estar de acuerdo con su madre, pero incluso ella sabía que
era mejor llevar una vida normal y mortal. No era como otros dioses y diosas.
—Realmente necesito estudiar y escribir un ensayo, Lexa. Además,
comienzo mi pasantía mañana.
Estaba decidida a causar una buena impresión, y presentarse con
resaca o sin dormir en su primer día no era la manera de hacerlo.
—¡Has estudiado!
Lexa señaló su computadora portátil y la pila de notas sobre la mesa.
Pero lo que Perséfone realmente había estado haciendo era estudiar una flor
y pensar en el Dios de los Muertos.
—Y ambas sabemos que ya has escrito ese ensayo, eres una
perfeccionista.
Las mejillas de Perséfone se sonrojaron. ¿Y qué si era verdad? La
escuela era lo primero y único en lo que era buena.
—¡Por favor, Perséfone! Nos iremos temprano para que puedas
descansar un poco.
—¿Qué voy a hacer en Nevernight, Lex?
—¡Bailar! ¡Beber! ¡Besar a alguien! ¿Quizás jugar un poco? No lo sé,
pero, ¿no es eso lo divertido?
Perséfone se sonrojó de nuevo y desvió la mirada. El narciso pareció
devolverle la mirada, reflejando todos sus fracasos. Nunca había besado a
un chico. Nunca había estado rodeada de hombres hasta que llegó a la
universidad, e incluso entonces, mantuvo la distancia, principalmente por
temor a que su madre se materializara y los hiriera.
No era una exageración. Deméter siempre la había advertido contra
los hombres.
—Eres dos cosas para los dioses —le había dicho cuando era muy
joven—. Un juego de poder, o un juguete.
—Seguro que te equivocas, madre. Los dioses se enamoran. Hay varios
que están casados.
Deméter se había reído.
—Los dioses se casan por el poder, mi flor.
Y, a medida que se hizo mayor, se dio cuenta de que lo que decía su
madre era cierto. Ninguno de los dioses que estaban casados realmente se
amaban, y, en cambio, pasaban la mayor parte de su tiempo engañando y
luego buscando venganza por la traición.

10
Eso significaba que Perséfone iba a morir virgen, porque Deméter
también había dejado en claro que los mortales tampoco eran una opción.
—Ellos… envejecen —dijo con disgusto.
Perséfone había decidido no discutir con su madre sobre que la edad
no importaba si era amor verdadero, porque se había dado cuenta de que
no se trataba de ser una divinidad o mortal, era que su madre no creía en
el amor.
Bueno, al menos, no amor romántico.
—Yo… no tengo nada que ponerme —intentó débilmente.
—Puedes tomar prestada cualquier cosa de mi armario. Incluso te
peinaré y maquillaré. Por favor, Perséfone.
Frunció los labios, considerándolo.
Tendría que escabullirse de las ninfas que su madre había plantado
en su apartamento y fortalecer su glamour 1, lo que causaría problemas.
Deméter querría saber por qué de repente necesitaba más magia. Por otra
parte, podría culpar a su pasantía por el glamour adicional.
Sin ese glamour el anonimato de Perséfone se arruinaría, ya que había
una característica obvia que identificaba a todos los dioses como divinos, y
eran sus cuernos. Los de Perséfone eran blancos y se elevaban directamente
en el aire como los de un cudú2 adulto, y aunque su glamour habitual nunca

1El glamour es la magia más simple que existe, y es la magia más extensamente utilizada
debido a su necesidad: oculta el Mundo de las Sombras de los mundanos. Permite poner
una falsa cubierta sobre algo.
2Es un antílope africano de gran tamaño y notable cornamenta, que habita las sabanas
boscosas del África austral y oriental.
había fallado entre los mortales, no estaba tan segura de que funcionara
para un dios tan poderoso como Hades.
—Realmente no quiero conocer a Hades —dijo al fin.
Esas palabras sabían amargas en su lengua porque eran una mentira.
Una declaración más verdadera sería que sentía curiosidad por él y su
mundo. Le parecía interesante que fuera tan esquivo y las apuestas tan
espantosas que hacía con los mortales. El Dios de los Muertos representaba
todo lo que ella no era, algo oscuro y tentador.
Tentador porque era un misterio y los misterios eran aventuras, y eso
es lo que Perséfone realmente ansiaba. Tal vez era la periodista en ella, pero
le gustaría hacerle algunas preguntas.
—Hades no estará allí —dijo Lexa—. ¡Los dioses nunca dirigen sus
propios negocios!
Eso era cierto, y probablemente aún más para Hades. Era bien sabido

11
que prefería la oscuridad del Inframundo.
Lexa miró a Perséfone durante un largo momento y luego se inclinó
sobre la mesa de nuevo.
—¿Se trata de tu madre? —preguntó en voz baja.
Perséfone miró a su amiga, sorprendida. No hablaba de su madre.
Creía que, cuanto menos se supiera de ella, menos preguntas tendría que
responder y menos mentiras tendría que decir.
—¿Cómo supiste? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar.
Lexa se encogió de hombros.
—Bueno, nunca hablas de ella y vino al apartamento hace un par de
semanas mientras estabas en clase.
—¿Qué? —La boca de Perséfone se abrió. No sabía nada de esa visita—
. ¿Qué dijo? ¿Por qué no me lo contaste?
Lexa levantó las manos.
—Está bien, lo primero, tu madre da miedo. Quiero decir, es hermosa
como tú, pero… —Lexa hizo una pausa para temblar—. Fría. En segundo
lugar, me dijo que no te lo dijera.
—¿Y la escuchaste?
—Bueno, sí. Pensé que te lo diría. Dijo que esperaba sorprenderte,
pero como no estabas en casa, simplemente llamaría.
Perséfone puso los ojos en blanco. Deméter nunca la había llamado.
Probablemente era porque había estado allí buscando algo.
—¿Entró en nuestro apartamento?
—Pidió ver tu habitación.
—Maldita sea. —Tendría que revisar los espejos. Era posible que su
madre hubiera dejado un encantamiento para poder ver lo que hacía.
—De todas formas, tengo la sensación de que es… sobreprotectora.
Ese era el eufemismo del año. Deméter era sobreprotectora hasta tal
punto que Perséfone prácticamente no tuvo contacto con el mundo exterior
hasta los dieciocho años de vida.
—Sí, es una perra.
Lexa arqueó las cejas, luciendo divertida.
—Tus palabras, no las mías. —Hizo una pausa y luego añadió—:
¿Quieres hablar de eso?
—No —dijo. Hablar de eso no haría que se sintiera mejor, pero un viaje
a Nevernight podría hacerlo. Sonrió—. Pero iré contigo esta noche.
Probablemente se arrepentiría de la decisión mañana, especialmente

12
si su madre se enteraba, pero en este momento se sentía rebelde , y ¿qué
mejor manera de rebelarse que ir al club del dios menos favorito de su
madre?
—¿De verdad? —Lexa aplaudió—. ¡Oh, dioses míos, nos divertiremos
mucho, Perséfone! —Lexa se puso de pie de un salto—. ¡Tenemos que
empezar a prepararnos!
—Son solo las tres.
—Eh, sí. —Lexa tiró de su largo y oscuro cabello—. Este cabello está
asqueroso. Además, lleva una eternidad peinarlo, y ahora tengo que peinarte
y maquillarte también. ¡Tenemos que empezar ahora!
Perséfone no hizo ningún movimiento para irse.
—Te alcanzaré en un momento —dijo—. Promesa.
Lexa sonrió.
—Gracias, Perséfone. Esto será genial. Ya verás.
Lexa la abrazó antes de prácticamente salir bailando por la calle.
Sonrió al verla irse. En ese momento, la camarera de antes regresó y
se estiró para tomar la taza de Perséfone. La mano de la diosa salió
disparada, sujetando la muñeca de la chica con fuerza.
—Si informas a mi madre de algo de esto, te mataré.
Era la misma chica de antes con sus lindas trenzas y ojos oscuros,
pero debajo del glamour de la joven universitaria, los rasgos de una ninfa
resultaban evidentes: nariz pequeña, ojos vibrantes y rasgos angulosos.
Perséfone se había dado cuenta antes, cuando la chica le había traído su
bebida, pero no había sentido la necesidad de decirlo. Simplemente estaba
haciendo lo que Deméter le dijo que hiciera: espiar. Pero después de la
conversación con Lexa, Perséfone no quería correr riesgos.
La chica se aclaró la garganta y no miró a Perséfone.
—Si tu madre descubre que mentí, me matará.
—¿A quién temes más? —Perséfone había aprendido hacía mucho
tiempo que las palabras eran su arma más poderosa.
Apretó su agarre en la muñeca de la chica antes de soltarla. La ninfa
limpió rápidamente y se escapó. Perséfone tuvo que admitir que se sentía
mal por la amenaza, pero odiaba que la observaran y la siguieran. Las ninfas
eran como las garras de Deméter, y estaban alojadas en la piel de Perséfone.
Sus ojos se posaron en el narciso moribundo y acarició los pétalos
marchitos con la punta de los dedos. Con el toque de Deméter, se habría
llenado de vida, pero con el suyo, se rizó y se desmoronó.
Perséfone podría ser la hija de Deméter y la Diosa de la Primavera,
pero no podía hacer crecer ni una maldita cosa.

13
N
evernight era una esbelta pirámide de obsidiana sin ventanas.
Era más alta que los brillantes edificios que la rodeaban y, desde
la distancia, parecía una alteración del tejido de la ciudad. La

14
torre se podía ver desde cualquier lugar de Nueva Atenas. Deméter creía y
decía a menudo que la única razón por la que Hades construyó la torre tan
alta era para recordar a los mortales su vida finita.
Cuanto más tiempo permanecía a la sombra del club de Hades más
ansiosa se ponía. Lexa había ido a hablar con un par de chicas que reconoció
de la escuela al final de la fila, dejándola sola. Estaba fuera de su elemento,
rodeada de extraños, preparándose para entrar en el territorio de otro dios
con un vestido sexy y revelador. Se encontró cruzando y descruzando os
brazos, incapaz de decidir si quería ocultar el escote del atuendo o
mostrarlo. Le había pedido prestado el vestido rosa brillante a Lexa, que
tenía muchas menos curvas. Su cabello caía en rizos sueltos alrededor de
su rostro, y Lexa le había aplicado un mínimo de maquillaje para mostrar
su belleza natural.
Si su madre la viera ahora, la enviaría de regreso al invernadero, o
como Perséfone había llegado a llamarlo, la prisión de cristal.
Ese pensamiento hizo que su estómago diera un vuelco. Miró a su
alrededor, preguntándose si los espías de Deméter estarían cerca. ¿Su
amenaza a la camarera de La Casa del Café había sido suficiente para
mantener a la chica en silencio sobre sus planes con Lexa? Desde que le había
dicho a su mejor amiga que vendría esta noche, su imaginación se había
desbocado con todas las formas en que Deméter podría castigarla si la
atrapaba. A pesar de las formas cariñosas de su madre, era vengativa y
castigadora. De hecho, Deméter tenía toda una parcela en el invernadero
dedicada al castigo: cada flor que crecía allí había sido una ninfa, un rey,
una criatura que había provocado su ira.
Fue esa ira lo que la volvió paranoica y la hizo mirar todos los espejos
de su casa cuando regresó al apartamento.
—¡Oh, mis dioses! —Lexa era una visión en rojo y los ojos la siguieron
mientras regresaba junto a Perséfone—. ¿No es hermoso?
Perséfone casi se rio. No estaba tan impresionada con la
majestuosidad de los dioses, si hacían alarde de su riqueza, inmortalidad y
poder, al menos podrían ayudar a la humanidad. En cambio, los dioses
pasaban su tiempo enfrentando mortales contra mortales y destruyendo y
reformando el mundo por diversión.
Volvió a mirar hacia la torre y frunció el ceño.
—El negro no es realmente mi color.
—Cantarás una melodía diferente cuando pongas los ojos en Hades —
dijo Lexa.
Perséfone miró a su compañera de cuarto.
—¡Me dijiste que no estaba aquí!

15
Lexa puso sus manos sobre los hombros de Perséfone y la miró a los
ojos.
—Perséfone. No me malinterpretes, eres sexy y todo eso, pero…
¿cuáles son las probabilidades reales de que captes la atención de Hades?
Este lugar está lleno.
Lexa tenía razón y, sin embargo, ¿y si su glamour fallaba? Sus
cuernos llamarían la atención de Hades. No había forma de que dejara pasar
la oportunidad de enfrentarse a otro dios en sus instalaciones,
especialmente a uno que nunca conoció.
A Perséfone se le hizo un nudo en el estómago, jugueteó con su cabello
y se alisó el vestido. No se dio cuenta de que Lexa la estaba mirando hasta
que dijo:
—Sabes, puedes ser honesta y admitir que te gustaría conocerlo.
La risa de Perséfone fue temblorosa.
—No quiero conocer a Hades.
No estaba segura de por qué era tan difícil decir que estaba interesada,
pero no se atrevía a admitir que tal vez quisiera conocer al dios.
Lexa la miró con complicidad, pero antes de que su mejor amiga
pudiera decir algo, llegaron gritos desde el frente de la fila. Perséfone miró a
su alrededor para ver lo que estaba pasando.
Un hombre trató de golpear a un gran ogro que custodiaba la entrada
al club; Hades empleaba a estas criaturas para proteger su fortaleza, que
eran notoriamente despiadados y brutales. Por supuesto, fue una idea
terrible, el ogro ni siquiera parpadeó cuando su mano se cerró sobre la
muñeca del hombre. De las sombras, emergieron dos ogros más. Eran
grandes y estaban vestidos de negro.
—¡No! ¡Espera! ¡Por favor! ¡Solo quiero… solo la necesito de vuelta! —
se lamentó el hombre a medida que las criaturas lo agarraban y lo
arrastraban por la acera.
Pasó mucho tiempo antes que Perséfone ya no pudiera oír su voz.
A su lado, Lexa suspiró.
—Siempre hay uno.
Perséfone la miró interrogante.
Lexa se encogió de hombros.
—¿Qué? Siempre hay una historia en la Delphi Divine sobre algún
mortal que intenta irrumpir en el Inframundo para rescatar a sus seres
queridos.
La Delphi Divine era la revista de chismes favorita de Lexa. Había
pocas cosas que rivalizaran con la obsesión de Lexa por los dioses, excepto

16
la moda, quizás.
—Pero eso es imposible —respondió Perséfone.
Todos sabían que Hades era conocido por imponer las fronteras de su
reino: ningún alma entraba o salía sin su conocimiento.
Perséfone tenía la sensación de que le pasaba lo mismo a su club.
Y ese pensamiento envió escalofríos por su espalda.
—No impide que la gente lo intente —dijo Lexa.
Cuando ella y Lexa estuvieron bajo la mirada del ogro, Perséfone se
sintió expuesta. Una mirada a los ojos redondos de la criatura, y casi se
marchó. En cambio, cruzó los brazos sobre el pecho y trató de evitar mirar
el rostro deformado del monstruo durante demasiado tiempo. Estaba
cubierto de forúnculos y tenía una boca que dejaba al descubierto unos
dientes amarillos y afilados como navajas. No le preocupaba que la criatura
pudiera ver a través de su encantamiento, ya que la magia de su madre
superaba a la de los ogros, sabía que su madre tenía muchos espías a lo
largo de Nueva Atenas. Nunca se podía ser demasiado precavida.
Lexa dio su nombre y el ogro hizo una pausa mientras hablaba por un
micrófono en solapa de su chaqueta. Después de un momento, extendió la
mano y abrió la puerta de Nevernight.
Perséfone se sorprendió al descubrir que el pequeño espacio en el que
entraron era oscuro y silencioso y había dos ogros más. Los reconoció de
antes, cuando se llevaron al hombre del club.
Los ogros recorrieron con la mirada a Lexa y Perséfone y luego
preguntaron:
—¿Bolsos?
Abrieron sus bolsos para que los dos pudieran buscar materiales
prohibidos, incluidos teléfonos y cámaras.
La única regla en Nevernight era que las fotos estaban prohibidas. De
hecho, Hades tenía esta regla para cualquier evento al que asistiera.
—¿Cómo sabría Hades si algún mortal curioso tomó una foto? —le
había preguntado a Lexa cuando le había explicado la regla.
—No tengo idea de cómo lo sabe —admitió Lexa—. Solo sé que lo hace,
y las consecuencias no valen la pena.
—¿Cuáles son las consecuencias?
—Un teléfono roto, ser vetado de Nevernight, y un artículo en una
revista de chismes.
Perséfone se encogió. Hades hablaba en serio y supuso que tenía
sentido. El dios era notoriamente reservado. Ni siquiera había estado
vinculado a una amante. Dudaba que hubiera hecho un voto de castidad

17
como Artemisa y Atenea y, sin embargo, logró mantenerse fuera de la vista
del ojo público.
Admiraba eso de él.
Una vez fueron revisadas, los ogros abrieron otro par de puertas. Lexa
agarró la mano de Perséfone y la hizo pasar. Una ráfaga de aire fresco la
golpeó, llevando el aroma de los espíritus, sudor y algo parecido a naranjas
amargas.
Narcisos, Perséfone reconoció el olor.
La Diosa de la Primavera se encontró en un balcón que daba al piso
del club. Había gente por todas partes, apiñada alrededor de las mesas
jugando a las cartas y bebiendo, en la barra, hombro con hombro, sus
siluetas iluminadas por una luz de fondo roja. Varias cabinas lujosas
estaban dispuestas en ambientes acogedores y llenas de gente, pero fue el
centro del club lo que llamó la atención de Perséfone. Una pista de baile
hundida contenía cuerpos como agua en una palangana. Las personas se
movían unas contra otras a un ritmo fascinante bajo un haz de luz roja.
Arriba, el techo estaba revestido con candelabros de cristal y hierro forjado.
—¡Vamos! —Lexa llevó a Perséfone por unas escaleras que conducían
a la planta baja. Se aferró con fuerza a la mano de Lexa, temiendo perderla
mientras caminaban entre la multitud.
Le tomó un momento averiguar en qué dirección iba su amiga, pero
pronto se encontraron en el bar, apretujándose en un espacio lo
suficientemente grande para una persona.
—Dos manhattans —ordenó Lexa. Justo cuando alcanzó su bolso, un
brazo se deslizó entre ellas y arrojó unos pocos dólares en la barra.
Una voz dijo:
—Van por mi cuenta.
Lexa y Perséfone se giraron y encontraron a un hombre detrás de ellas.
Tenía una mandíbula tan afilada como un diamante y una cabeza de cabello
espeso y rizado, tan oscuro como sus ojos, y su piel era de un hermoso
marrón bruñido. Era uno de los hombres más apuestos que Perséfone había
visto.
—Gracias —susurró Lexa.
—No hay problema —dijo, mostrando unos bonitos dientes blancos,
una vista bienvenida en comparación con los espeluznantes colmillos del
ogro—. ¿Primera vez en Nevernight?
Lexa respondió rápidamente:
—Sí. ¿Tú?
—Oh… Soy un habitual aquí —dijo.

18
Perséfone miró a Lexa, quien soltó exactamente lo que estaba
pensando Perséfone.
—¿Cómo?
El hombre soltó una carcajada.
—Solo suerte, supongo —dijo y extendió su mano—. Adonis.
Estrechó la mano de Lexa y luego la de Perséfone.
—¿Les gustaría unirse a mi mesa? —preguntó Adonis.
—Claro —dijeron al unísono, riéndose.
Con sus bebidas en la mano, Perséfone y Lexa siguieron a Adonis
hasta uno de los reservados que habían visto desde el balcón. Cada área
tenía dos sofás de terciopelo en forma de media luna con una mesa entre
ellos. Ya había varias personas allí, seis chicos y cinco chicas, pero
cambiaron de posición para que Lexa y Perséfone pudieran sentarse.
—Todos, ellas son Lexa y Perséfone. —Adonis señaló a su grupo de
amigos diciendo nombres, pero Perséfone solo captó a aquellos que estaban
más cerca de ella: Aro, Xeres y Sybil. Aro y Xeres parecían hermanos. Ambos
eran pelirrojos, tenían un montón de pecas, bonitos ojos azules y el mismo
cuerpo delgado como un sauce. Pronto descubrió que eran gemelos. Sybil
era rubia y hermosa. Tenía piernas largas y llevaba un sencillo vestido
blanco. Se sentaba entre los gemelos y se inclinó sobre Aro para hablar con
ellas.
—¿De dónde son ustedes? —preguntó.
—Jonia —dijo Lexa.
—Olimpia —dijo Perséfone.
Los ojos de la chica se agrandaron.
—¿Viviste en Olimpia? ¡Apuesto a que era hermoso!
Perséfone había vivido muy, muy lejos de la ciudad propiamente
dicha, en el invernadero de cristal de su madre, y no había visto mucho de
Olimpia. Era uno de los destinos turísticos más populares de Nueva Grecia,
donde los dioses celebraban el Consejo y tenían extensas propiedades.
Cuando el Divino estaba fuera, muchas de las mansiones y jardines
circundantes estaban abiertas para recorrer.
—Fue hermoso —dijo Perséfone—. Pero Nueva Atenas también es
hermosa. Yo… realmente no tenía mucha libertad allí.
Sybil pareció comprender.
—¿Padres?
Perséfone asintió.
Se enteró de que los chicos y Sybil eran de Nueva Delfos y también
asistían a la Universidad de Nueva Atenas como ella y Lexa.
—¿Qué están estudiando? —preguntó Perséfone.

19
—Arquitectura —dijeron los muchachos al unísono, lo que significaba
que estaban en el Colegio de Hestia.
—Estoy en el Colegio de lo Divino —dijo Sybil.
—Sybil es un oráculo —dijo Aro, señalándola con el pulgar.
La chica se sonrojó y desvió la mirada.
—¡Eso significa que servirás a un dios! —dijo Lexa con los ojos muy
abiertos.
Los oráculos eran puestos codiciados entre los mortales, y para
convertirse en uno, tenían que nacer con ciertos dones proféticos. Los
oráculos actuaban como mensajeros de los dioses. En la antigüedad, eso
significaba servir en los templos. Ahora significaba servir como su gerente
de prensa. Los oráculos daban declaraciones y organizaban circuitos de
prensa, especialmente cuando un dios tenía algo profético que comunicar.
—Apolo ya la tiene en cuenta —dijo Xeres.
Sybil puso los ojos en blanco.
—No es tan maravilloso como parece. Mi familia no estaba feliz.
Sybil no necesitaba decirlo para que Perséfone lo entendiera. Sus
padres eran lo que los fieles y los temerosos de dios llamaban impíos.
Los impíos eran un grupo de mortales que rechazaron a los dioses
cuando llegaron a la tierra. Habiéndose sentido ya abandonados por ellos,
no estaban ansiosos por obedecer. Hubo una revuelta y nacieron dos
bandos. Incluso los dioses que apoyaban a los impíos usaban a los mortales
como marionetas, arrastrándolos por los campos de batalla. Hubo
destrucción y reinó el caos. Después de un año de lucha, la batalla terminó.
Los dioses habían prometido una nueva vida, algo mejor que el Elíseo.
Aparentemente, a Hades no le gustó demasiado, pero los dioses cumplieron,
unieron continentes y llamaron a la nueva masa continental Nueva Grecia,
dividiéndola en territorios con grandes y relucientes ciudades.
—Mis padres habrían estado encantados —dijo Lexa.
Perséfone se encontró con la mirada de Sybil.
—Lamento que no estuvieran emocionados por ti.
Se encogió de hombros.
—Es mejor ahora que estoy aquí.
La diosa tuvo la sensación de que ella y Sybil tenían mucho en común
cuando se trataba de sus padres.
Varios tragos más tarde, la conversación se convirtió en historias
divertidas de la amistad del trío, y Perséfone se distrajo con su entorno. Se

20
dio cuenta de pequeños detalles como hilos de luces diminutas en lo alto
que parecían estrellas en la oscuridad de arriba, narcisos de un solo tallo
en las mesas de cada cabina y las barandillas de hierro forjado del balcón
del segundo piso, donde se asomaba una figura solitaria.
Ahí es donde su mirada permaneció, encontrándose con un par de
ojos sombríos. ¿Había pensado que Adonis era el hombre más guapo que
había visto en su vida?
Se había equivocado.
Ese hombre ahora la estaba mirando.
No podía distinguir el color de sus ojos, pero encendieron un fuego
debajo de su piel, y fue como si él lo supiera, porque sus labios carnosos se
curvaron en una sonrisa áspera, llamando la atención sobre su fuerte
mandíbula, cubierta por una barba oscura. Era grande, más de metro
noventa de altura y vestía de oscuridad desde su cabello azabache hasta su
traje negro.
Su garganta se secó y de repente se sintió incómoda. Se movió
nerviosamente y cruzó las piernas, instantáneamente se arrepintió del
movimiento, porque la mirada del hombre cayó allí y se mantuvo por un
momento antes de deslizarse hacia arriba de su cuerpo, enganchándose en
sus curvas. El fuego que había encendido bajo su piel se acumuló en su
estómago, recordándole lo vacía que se sentía, lo desesperadamente que
necesitaba ser llenada.
¿Quién era este hombre y cómo podía sentirse así por un extraño?
Necesitaba romper la conexión que había creado esta energía tangible y
sofocante entre ellos.
Todo lo que necesitó fue ver un par de delicadas manos deslizarse
alrededor de la cintura del hombre. No esperó a ver el rostro de la mujer. Se
volvió hacia Lexa y se aclaró la garganta.
El grupo pasó a hablar sobre el Pentatlón, una competencia anual de
atletismo con cinco eventos deportivos diferentes, incluido un salto de
longitud, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco, un combate de
lucha libre, y una serie de carreras cortas. Era muy popular y las ciudades
de Nueva Grecia eran muy competitivas.
Perséfone no era realmente una fanática de los deportes, pero amaba
el espíritu del Pentatlón y disfrutaba animando a Nueva Atenas en el torneo.
Trató de seguir la conversación, pero su cuerpo estaba cargado y su mente
estaba en otras cosas, por ejemplo, cómo se sentiría ser tomada por el
hombre en el balcón. Él podría llenar este vacío, encender este fuego,
terminar con su sufrimiento.
Excepto que, obviamente, estaba tomado, y si no lo estaba, entonces
estaba comprometido con otra mujer.
Quería mirar por encima del hombro y ver si todavía estaba en el
balcón. Resistió un rato hasta que ganó la curiosidad. Odiaba lo

21
decepcionada que se sintió cuando descubrió que el balcón estaba vacío.
Estiró el cuello, buscando entre la multitud.
—¿Buscando a Hades? —bromeó Adonis y la mirada de Perséfone se
volvió hacia la suya.
—Oh, no…
—Escuché que estaba aquí esta noche —interrumpió Lexa.
Adonis se rio.
—Sí, normalmente está arriba.
—¿Qué hay arriba? —preguntó Perséfone.
—Un lounge. Es más silencioso. Más íntimo. Supongo que prefiere la
paz cuando negocia sus condiciones.
—¿Condiciones? —preguntó Perséfone.
—Sí, ya sabes, por sus contratos. Los mortales vienen aquí para jugar
con él por cosas: dinero o amor, o lo que sea. La parte más jodida es que, si
el mortal pierde, puede elegir lo que está en juego y, por lo general, les pedirá
que hagan algo imposible.
—¿Qué quieres decir?
—Aparentemente puede ver vicios o lo que sea. Entonces le pedirá a
un adicto que permanezca sobrio y al adicto al sexo que sea casto. Si
cumplen con los términos, pueden vivir. Si fallan, él se queda con su alma.
Es como si quisiera que ellos perdieran.
Perséfone se sintió un poco enferma. No había conocido la extensión
del juego de Hades. Lo más que había escuchado es que pedía el alma del
mortal, pero esto sonaba mucho, mucho peor. Era… manipulación.
—¿Se permite… a cualquiera ir allí? —preguntó Perséfone. Tenía
curiosidad: ¿cómo elegía Hades qué negocios aceptar? ¿Y cómo conocía
estas debilidades mortales? ¿Consultaba a las Moiras, o poseía este poder
él mismo?
—Si te dan la contraseña —dijo.
—¿Cómo se obtiene la contraseña? —preguntó Lexa.
Adonis se encogió de hombros.
—Diablos si lo sé. No vengo aquí para negociar con el Dios de los
Muertos.
Aunque no tenía ningún deseo de entrar en un trato con Hades, se
preguntaba cómo llegaba la gente a la contraseña. ¿Cómo aceptaba Hades
una apuesta? ¿Ofrecían los mortales su caso al dios que entonces
consideraba que si era digno?
—Perséfone, baño —dijo Lexa y se puso de pie, agarrando la mano

22
libre de Perséfone.
La arrastró por la sala llena de gente hasta el baño. Mientras
esperaban al final de una larga fila, Lexa se volvió para charlar sobre Adonis.
—¿Has visto a un hombre más atractivo? —preguntó soñadora.
A Perséfone le hubiera gustado informarle que mientras se comía con
los ojos a Adonis, no había visto al hombre que merecía el término. En
cambio, dijo:
—Estás flechada.
—Estoy enamorada —dijo.
Perséfone puso los ojos en blanco.
—No puedes estar enamorada, ¡lo acabas de conocer!
—Está bien, tal vez no es amor —dijo—. Pero si me pide que lleve a
sus bebés, estaría de acuerdo.
—Eres ridícula.
—Solo honesta —dijo, sonriendo. Luego miró a Perséfone seriamente
y dijo—: Está bien ser vulnerable, ¿sabes?
—¿Qué quieres decir? —La pregunta de Perséfone fue más rápida de
lo que pretendía.
Lexa se encogió de hombros y luego dijo:
—No importa.
Perséfone quería pedirle más detalles. ¿Qué había querido decir con
ser vulnerable? Pero antes que pudiera, se abrió un cubículo y Lexa entró.
Esperó, ordenando sus pensamientos, tratando de averiguar de qué podría
haber estado hablando Lexa cuando se abrió otro cubículo.
Después de ir al baño, buscó a Lexa, pensando que estaría esperando,
pero no la encontró. Miró hacia el balcón donde supuestamente Hades hacía
sus tratos. ¿Se había acercado su amiga allí arriba?
Entonces su mirada se encontró con un par de ojos zafiro. Una mujer
estaba apoyada contra la columna al final de las escaleras. Perséfone pensó
que le resultaba familiar, pero no pudo ubicarla. Su cabello era como seda
dorada y tan radiante como el sol de Helios. Tenía la piel de color crema y
llevaba una versión moderna de un peplo3 en color verde mar.
—¿Buscando a alguien? —preguntó.
—Mi amiga —dijo Perséfone—. Estaba vestida de rojo.
—Subió —dijo la mujer, e inclinó la barbilla hacia los escalones.
Perséfone siguió la mirada de la mujer y ella le preguntó—: ¿Has estado
arriba?
—Oh, no, no he subido —dijo Perséfone.

23
—Puedo darte la contraseña.
—¿Cómo obtuviste la contraseña?
La mujer se encogió de hombros.
—Aquí y allá. —Hizo una pausa—. ¿Entonces?
Perséfone no podía negar que tenía curiosidad. Esta era la emoción
que había estado buscando, la aventura que ansiaba.
—Dime.
La mujer se rio entre dientes, sus ojos brillaban de una manera que
hizo que Perséfone desconfiara.
—Pathos.
Pathos significaba tragedia. Perséfone lo encontró horriblemente
siniestro.
—G-gracias —le dijo a la mujer y subió los escalones en espiral hasta
el segundo piso. Cuando llegó arriba, no encontró nada más que un juego
de puertas oscuras adornadas con oro y una gorgona montando guardia.
El rostro de la criatura estaba muy cicatrizado, evidente, incluso con
la venda blanca que le cubría los ojos. Como otros de su especie, una vez
tuvo serpientes en lugar de cabello. Ahora, una capa blanca con capucha
cubría su cabeza y ocultaba su cuerpo.
Cuando se acercó, notó que las paredes eran reflectantes y se vio en
la superficie, observando el rubor de sus mejillas y el brillo de sus ojos. Su

3Túnica femenina de la antigua Grecia que llevaban las mujeres antes de 500 a. C. Es una
pieza rectangular de grandes pliegues doblada en dos para cubrir el cuerpo y luego cosida
con el fin de formar una especie de tubo cilíndrico, donde la parte superior desciende sobre
el pecho.
glamour se había debilitado desde que llegó al club. Esperaba que, si alguien
lo notaba, pudiera culpar a la emoción y al alcohol.
La gorgona levantó la cabeza, pero no habló. Perséfone no estaba
segura de por qué se sentía tan nerviosa. Tal vez fue porque no sabía qué
esperar más allá de esas puertas. Por un momento, hubo silencio, y lue go
escuchó a la criatura inhalar y se congeló.
—Divino —ronroneó la gorgona.
—¿Disculpa? —preguntó Perséfone.
—Diosa —dijo la gorgona.
—Estás equivocada.
La gorgona se rio.
—Puede que no tenga ojos, pero reconozco a un dios cuando lo huelo.
¿Qué esperanza tienes de entrar?

24
—Eres audaz para ser una criatura que sabe que habla con una diosa
—dijo Perséfone.
La gorgona sonrió.
—¿Solo una diosa cuando te sirve?
—¡Pathos! —espetó Perséfone.
La sonrisa de la gorgona permaneció, pero abrió la puerta y no hizo
más preguntas.
—Disfrute, miladi.
Perséfone miró con enojo al monstruo mientras entraba en una
habitación más pequeña y llena de humo. A diferencia del piso principal del
club, este espacio era íntimo y silencioso. En lo alto, había una única araña
grande que proporcionaba suficiente luz para iluminar mesas y rostros, pero
no mucho más. Había varios grupos de personas reunidos jugando a las
cartas y ninguno de ellos pareció notarla.
Cuando la puerta se cerró con un clic tras ella, comenzó a explorar
buscando a Lexa, pero se encontró distraída por la gente y los juegos.
Observó cómo manos elegantes repartían cartas y escuchó a los jugadores
de la mesa bromear de un lado a otro. Luego llegó a una mesa ovalada donde
se iban los ocupantes. No estaba segura de qué la atrajo, pero decidió
sentarse.
El repartidor asintió.
—Señora —dijo.
—¿Juegas? —dijo una voz detrás de ella. Fue un rugido profundo que
sintió en su pecho.
Se volvió y encontró al hombre del balcón. La temperatura de su
sangre se elevó a un nivel imposible, calentándola por completo. Apretó las
piernas cruzadas y los puños para evitar moverse bajo su mirada.
De cerca, pudo llenar algunos vacíos en su evaluación anterior sobre
su apariencia. Era hermoso de una manera oscura, de una manera que
prometía angustia. Sus ojos eran del color de la obsidiana y estaban
enmarcados por espesas pestañas. Su cabello estaba recogido en un moño
en la parte posterior de su cabeza. Tenía razón en que era alto. Tuvo que
inclinar la cabeza hacia atrás solo para encontrar su mirada.
Cuando le empezó a doler el pecho, se dio cuenta de que había estado
conteniendo la respiración desde que el hombre se acercó. Lentamente,
aspiró aire, junto con éste, su aroma: humo, especias y aire invernal. Llenó
cada lugar vacío dentro de ella.
Mientras miraba, él tomó un sorbo de su vaso y se lamió los labios
para limpiarlos. Era el pecado encarnado. Podía sentirlo en la forma en que

25
su cuerpo respondía a él, y no quería que lo supiera. Entonces, sonrió y dijo:
—Si estás dispuesto a enseñarme.
Sus labios se curvaron y arqueó una ceja oscura. Tomó otro trago,
luego se acercó a la mesa y se sentó a su lado.
—Es valiente sentarse a una mesa sin conocer el juego.
Encontró la mirada del hombre.
—¿De qué otra manera podría aprender?
—Mmm. —Lo consideró y Perséfone decidió que amaba su voz—.
Inteligente.
El hombre la miró como si estuviera intentando ubicarla y ella se
estremeció.
—Nunca te había visto antes.
—Bueno, nunca había estado aquí antes —dijo, y se detuvo—. Debes
venir aquí a menudo.
Sus labios se arquearon.
—Así es.
—¿Por qué? —dijo. La pregunta los sorprendió a ambos, en realidad,
no había querido decir eso en voz alta—. Quiero decir, no tienes que
responder a eso.
—Voy a responder —dijo—. Si me respondes una pregunta.
Lo miró fijamente por un momento y luego asintió.
—Bien.
—Vengo porque es… divertido —dijo, pero no parecía que supiera lo
que era eso—. Ahora tú, ¿por qué estás aquí esta noche?
—Mi amiga Lexa estaba en la lista —dijo.
—No —dijo—. Esa es la respuesta a una pregunta diferente. ¿Por qué
estás tú aquí esta noche?
Consideró su pregunta y luego dijo:
—Parecía rebelde en ese momento.
—¿Y ahora no estás tan segura?
—Oh, estoy segura de que es rebelde —dijo y pasó el dedo por la
superficie de la mesa—. Simplemente no estoy segura de cómo me sentiré
al respecto mañana.
—¿Contra quién te estás rebelando?
Lo miró y sonrió.
—Dijiste una pregunta.
Su sonrisa coincidió con la de ella e hizo que su corazón latiera más

26
fuerte en su pecho.
—Eso dije.
Mirando hacia esos ojos interminables, sintió que él podía verla, no el
glamour o incluso su piel y huesos, sino el núcleo de ella, y eso la hizo
temblar.
—¿Tienes frío? —preguntó.
—¿Qué?
—Has estado temblando mucho desde que te sentaste —comentó.
Sintió que su rostro se enrojecía y de repente dijo:
—¿Quién era esa mujer que estaba contigo antes?
Pareció confundido por un momento y luego dijo:
—Oh, Menta. Ella siempre pone sus manos donde no pertenecen.
Perséfone palideció.
—Yo… creo que debería irme.
La detuvo con una mano. Su toque fue eléctrico y jadeó ante el
contacto, alejándose rápidamente.
—No —dijo, casi ordenando y Perséfone lo miró.
—¿Disculpa?
—Lo que quiero decir es que todavía no te he enseñado a jugar. —Bajó
la voz y fue fascinante—. Permíteme.
Fue un error sostener su mirada porque era imposible decir que no.
Tragó y logró relajarse.
—Entonces enséñame.
Sus ojos ardieron en ella antes de caer sobre las cartas. Las barajó,
explicando:
—Esto es póquer. —Ella notó que tenía manos elegantes y dedos
largos. ¿Tocaba el piano?—. Jugaremos a sacar cinco cartas y
comenzaremos con una apuesta.
Perséfone se miró, no había traído su bolso, pero el hombre se
apresuró a decir:
—Entonces, una pregunta respondida. Si gano, responderás a
cualquier pregunta que te haga, y si ganas, responderé la tuya.
Perséfone hizo una mueca. Sabía lo que iba a preguntarle, pero
responder preguntas era mucho mejor que perder todo su dinero y su alma,
así que dijo:
—Trato.
Esos labios sensuales se curvaron en una sonrisa, lo que profundizó

27
las líneas en su rostro haciéndole lucir más atractivo. ¿Quién era este
hombre? Supuso que podría preguntarle su nombre, pero no estaba
interesada en hacer amigos en Nevernight.
El hombre explicó que, en el póquer, había diez clasificaciones
diferentes, siendo la más baja la carta alta y la más alta la escalera real. El
objetivo era sacar un rango más alto que el otro jugador. Explicó otras cosas,
como ver, retirarse y farolear.
—¿Farolear?
—A veces, el póquer es solo un juego de engaño… Especialmente
cuando estás perdiendo.
Hades repartió cinco cartas a cada uno. Perséfone miró su mano y
trató de recordar lo que había dicho sobre los diferentes rangos. Dejó sus
cartas boca arriba y el hombre hizo lo mismo.
—Tienes un par de reinas —dijo—. Y tengo un full house.
—Entonces… tú ganas —dijo.
—Sí —respondió, y luego reclamó su premio de inmediato—. ¿Contra
quién te estás rebelando?
Sonrió con ironía.
—Mi madre.
Arqueó una ceja.
—¿Por qué?
—Tendrás que ganar otra mano si voy a responder.
Entonces, repartió otra y ganó de nuevo. Esta vez, no hizo la pregunta,
solo la miró expectante.
Suspiró.
—Porque… me hizo enojar.
La miró, esperando, y ella sonrió.
—Nunca dijiste que la respuesta tenía que ser detallada.
Su sonrisa coincidió con la de ella.
—Anotado para el futuro, te lo aseguro.
—¿El futuro?
—Bueno, espero que esta no sea la última vez que juguemos al póquer.
Las mariposas estallaron en su estómago. Debería decirle que esta era
la primera y última vez que vendría a Nevernight.
Repartió de nuevo y ganó. Perséfone se estaba cansando de perder y
responder a las preguntas de este hombre. ¿Por qué estaba tan interesado
en ella, de todos modos? ¿Dónde estaba esa mujer con la que había estado
antes?

28
—¿Por qué estás enojada con tu madre?
Consideró esta pregunta por un momento y luego dijo:
—Porque… quiere que sea algo que no puedo ser. —Perséfone bajó la
mirada a las cartas y luego dijo—: No entiendo por qué la gente hace esto.
Él inclinó la cabeza, como si estuviera interrogante.
—¿No estás disfrutando nuestro juego?
—Sí —dijo—. Pero… no entiendo por qué la gente juega contra Hades.
¿Por qué quieren venderle su alma?
—No aceptan un juego porque quieren vender su alma —dijo—. Lo
hacen porque creen que pueden ganar.
—¿Ellos? ¿Ganan?
—A veces.
—Eso le enoja, ¿no crees? —La pregunta estaba destinada a seguir
siendo un pensamiento en su cabeza y, sin embargo, las palabras se
deslizaron entre sus labios.
Él sonrió y ella pudo sentirlo profundamente en sus entrañas.
—Cariño, yo gano de cualquier manera.
Sus ojos se agrandaron y su corazón se detuvo. Se puso de pie
rápidamente y su nombre escapó de su boca como una maldición.
—Hades.
Su nombre en sus labios parecía tener un efecto en él, pero no pudo
notar si era bueno o malo, sus ojos se oscurecieron y las líneas de su sonrisa
se fundieron en una máscara dura e ilegible.
—Tengo que irme.
Giró y salió de la pequeña habitación. Esta vez, no dejó que él la
detuviera. Se apresuró a bajar los sinuosos escalones y se sumergió en la
masa de cuerpos en el piso principal. Mientras tanto, estaba muy consciente
del lugar en su muñeca donde los dedos de Hades habían tocado su piel.
¿Era una exageración decir que la quemó?
Le tomó un tiempo encontrar la salida, y, cuando lo hizo, empujó las
puertas. Fuera, respiró hondo unas cuantas veces y luego dejó que la fuerza
de lo que había hecho la golpeara.
Había permitido que Hades, el Dios del Inframundo, la instruyera, la
tocara, jugara con ella y la interrogara.
Y había ganado.
Pero esa no fue la peor parte.
No, la peor parte es que había una parte de ella, una parte que no
sabía que existía hasta esta noche, que quería correr dentro, encontrarlo, y

29
exigir una lección sobre la anatomía de su cuerpo.
P
erséfone se miró en el espejo para asegurarse de que su
glamour estaba en su lugar. Era magia débil porque era
prestada, pero suficiente para ocultar sus cuernos y hacer que

30
sus ojos verde botella se volvieran musgosos.
Alzó la mano para aplicar un toque más de glamour a sus ojos. Era lo
más difícil de hacer, y se necesitaba más magia para atenuar su luz brillante
y anormal. Cuando levantó la mano, se detuvo, notando algo en su muñeca.
Algo oscuro.
Miró más de cerca. Una serie de puntos negros marcaban su piel,
algunos más pequeños, otros más grandes. Parecía que le habían hecho un
tatuaje simple y elegante en el brazo.
Y estaba mal.
Abrió el grifo y se frotó la piel hasta que estuvo roja y en carne viva,
pero la tinta no se movió. De hecho, pareció oscurecerse.
Entonces recordó la noche anterior en Nevernight, cuando la mano de
Hades cubrió la suya para evitar que se fuera. El calor de su piel se transfirió
a la de ella, pero cuando huyó del club más tarde, ese calor se convirtió en
una quemadura que solo se intensificó cuando se fue a la cama anoche.
Había encendido la luz varias veces para inspeccionar su muñeca,
pero no encontró nada.
Hasta esta mañana.
Levantó la mirada hacia el espejo y su glamour ondeó por su ira. ¿Por
qué había obedecido su petición de quedarse? ¿Por qué había estado ciega
ante el hecho de que había invitado al Dios de los Muertos a enseñarle a jugar
a las cartas?
Sabía por qué. Su belleza la había distraído. ¿Por qué nadie le había
advertido que Hades era un bastardo encantador? ¿Que su sonrisa robaba el
aliento y su mirada detenía corazones?
¿Qué era esta cosa en su muñeca y qué significaba?
Sabía una cosa con certeza: Hades se lo iba a decir.
Hoy.
Sin embargo, antes de poder regresar a la torre de obsidiana, tenía
que ir a su pasantía. Sus ojos se posaron en una bonita caja adornada que
le había dado su madre. Ahora contenía joyas, pero a los doce años, tenía
cinco semillas de oro. Deméter las había elaborado con su magia y había
dicho que florecerían en rosas del color del oro líquido para ella, la Diosa de
la Primavera.
Perséfone las plantó e hizo todo lo posible por nutrir las flores, pero
en lugar de crecer hasta convertirse en las flores que esperaba, se
marchitaron y ennegrecieron.
Nunca olvidaría la expresión del rostro de su madre cuando la
encontró mirando las rosas marchitas, sorprendida, decepcionada e
incrédula de que las flores de su hija crecieran del suelo como algo sacado

31
directamente del Inframundo.
Deméter se inclinó hacia delante, tocó las flores y estas se llenaron de
vida.
Perséfone nunca volvió a acercarse a ellas y evitó esa parte del
invernadero.
Al mirar la caja, la marca en su piel ardió más, un recordatorio de otro
intento fallido de complacer a su madre. Buscó en la caja hasta que encontró
un brazalete lo suficientemente ancho como para cubrir la marca. Tendría
que hacerlo hasta que Hades la eliminara.
Cuando regresó a su habitación, su madre apareció frente a ella.
Perséfone saltó.
—¡Por los dioses, madre! ¿Puedes al menos usar la puerta como una
madre normal? ¿Y llamar?
La Diosa de la Cosecha era hermosa y no se molestó en usar glamour
para ocultar sus elegantes astas de siete puntas. Su cabello era rubio como
el de Perséfone, pero lacio y largo. Tenía la piel cremosa y sus pómulos altos
eran naturalmente rosados como sus labios. Deméter levantó su barbilla
puntiaguda, evaluando a Perséfone con ojos críticos, ojos que cambiaron de
marrón a verde y a dorado.
—Tonterías —dijo, tomando la barbilla de Perséfone entre el pulgar y
el índice, aplicando más magia. Perséfone sabía lo que estaba haciendo sin
mirarse al espejo: cubrirle las pecas, iluminar el color de sus mejillas y alisar
su cabello ondulado. A Deméter le gustaba cuando se parecía a ella y
Perséfone prefería parecerse lo menos posible a su madre.
—Puede que estés jugando a ser mortal, pero aún puedes lucir divina
—dijo.
Perséfone puso los ojos en blanco. Su apariencia era solo otra forma
en que decepcionó a su madre.
—¡Listo! —exclamó Deméter finalmente, soltando su barbilla—.
Hermosa.
Perséfone se miró en el espejo. Tenía razón: Deméter había cubierto
todo lo que a Perséfone le gustaba de sí misma.
Aun así, logró un forzado:
—Gracias, madre.
—No fue nada, mi flor. —Deméter le dio unas palmaditas en la
mejilla—. Entonces, cuéntame sobre este… trabajo.
La palabra sonó como una maldición en los labios de Deméter.
Perséfone apretó los dientes. La sorprendió lo rápido y furiosamente que la
desgarró la ira.

32
—Es una pasantía, madre. Si me va bien, podría tener un trabajo
cuando me gradúe.
Deméter frunció el ceño.
—Querida, sabes que no tienes que trabajar.
—Eso dices —murmuró en voz baja.
—¿Qué fue eso? —preguntó Deméter.
Perséfone se volvió hacia su madre y dijo más fuerte.
—Quiero hacer esto, madre. Soy buena en ello.
—Eres buena en muchas cosas, Kore —dijo.
—¡No me llames así! —espetó Perséfone. Los ojos de su madre
brillaron. Había visto esa mirada justo antes de que Deméter golpeara a una
de sus ninfas por dejarla vagar fuera de la vista.
Perséfone no debería haberse enojado, pero no pudo evitarlo. Odiaba
ese nombre. Era su apodo de infancia, y significaba exactamente eso:
doncella. La palabra era como una prisión, pero peor que eso, le recordaba
que, si se salía demasiado de la línea, los barrotes de su prisión solo se
solidificarían. Era la hija sin magia de una diosa. No solo eso, tomaba
prestada la magia de su madre. En todo caso, era una atadura que
significaba que obedecer a su madre era aún más importante. Sin el glamour
de Deméter, Perséfone no podría vivir en el mundo mortal de forma anónima.
—Lo siento, madre. —Logró decir, pero no miró a la diosa mientras
hablaba. No porque estuviera avergonzada, sino porque realmente no quería
disculparse.
—Oh, mi flor. No te culpo —dijo, colocando sus manos sobre los
hombros de su hija—. Es este mundo mortal. Está creando una división
entre nosotras.
—Madre, estás siendo ridícula —dijo Perséfone, y suspiró, colocando
las manos a ambos lados de su rostro, y cuando volvió a hablar, dijo en serio
cada palabra—. Eres todo lo que tengo.
Deméter sonrió, sosteniendo las muñecas de su hija. La marca de
Hades ardió. Se inclinó un poco, como para besar la mejilla de Perséfone.
En cambio, dijo:
—Recuerda eso.
Entonces se fue.
Perséfone soltó el aire y su cuerpo se marchitó. Incluso cuando no
tenía nada que ocultar, lidiar con su madre era agotador. Estaba
constantemente nerviosa, preparándose para lo que encontraría inaceptable
a continuación. Con el tiempo, pensó que se había endurecido contra las
palabras no deseadas de su madre, pero a veces la superaban.
Terminó de prepararse, eligiendo un bonito vestido rosa claro con

33
mangas de volantes. Lo combinó con un zapato de cuña y un bolso blancos.
Al salir, se detuvo para comprobar su reflejo en el espejo, quitando el
glamour de su cabello y rostro, devolviendo sus rizos y pecas. Sonrió,
reconociéndose a sí misma una vez más.
Salió. No tenía automóvil ni la capacidad de tele transportarse como
otros dioses, por lo que caminaba o tomaba el autobús cuando necesitaba
moverse por Nueva Atenas. Hoy, el sol había salido y hacía buena
temperatura, así que decidió caminar.
Amaba la ciudad porque era muy diferente al lugar que había conocido
cuando mientras creció. Aquí, había rascacielos reflectantes que brillaban
bajo los cálidos rayos de Helios. Había museos llenos de historias que solo
había aprendido cuando se mudó. Había edificios que parecían arte y
esculturas y fuentes en casi todas las calles. Incluso con toda la piedra, el
vidrio y el metal, había acres de parques con exuberantes jardines y árboles
donde Perséfone había pasado muchas tardes caminando. El aire fresco le
recordaba que era libre.
Inhaló, tratando de aliviar su ansiedad. En cambio, viajó a su
estómago donde se anudó, empeorado por el brazalete entintado alrededor
de su muñeca. Tenía que deshacerse de él antes que Deméter lo viera o sus
pocos años de libertad se convertirían en toda una vida en una caja de
cristal.
Por lo general, era ese miedo lo que la mantenía cautelosa.
Excepto anoche. Anoche, se había sentido rebelde y, a pesar de esta
extraña marca en su piel, había descubierto que Nevernight y su rey eran
todo lo que siempre había deseado.
Deseaba que no fuera así, deseaba haber encontrado repulsivo a
Hades. Deseó no haber pasado la noche anterior recordando cómo sus ojos
oscuros habían recorrido su cuerpo, cómo había tenido que inclinar la
cabeza hacia atrás solo para encontrar su mirada, cómo sus manos gráciles
habían barajado las cartas.
¿Cómo se sentirían esos dedos largos contra su piel? ¿Cómo se
sentiría si la levantaran en sus fuertes brazos y la cargaran?
Después de anoche, quería cosas que nunca antes había querido.
Pronto, su ansiedad fue reemplazada por un fuego tan desconocido y tan
intenso que pensó que podría convertirse en cenizas.
Dioses. ¿Por qué estaba pensando así?
Una cosa era encontrar atractivo al Dios de los Muertos, y otra…
desearlo. No había absolutamente ninguna forma de que pudiera pasar algo
entre ellos. Su madre odiaba a Hades, y sabía sin preguntar que una
relación entre ellos estaba prohibida. También sabía que necesitaba la
magia de su madre más de lo que necesitaba apagar este fuego que rugía
dentro de ella.

34
Se acercó a la Acrópolis, su deslumbrante superficie de espejo casi
cegadora. Subió el corto tramo de escaleras hasta las puertas doradas y de
cristal. El nivel inferior del edificio tenía una fila de torniquetes y guardias
de seguridad, necesarios para los negocios ubicados en el rascacielos. Entre
ellos, la empresa de publicidad de Zeus, Oak & Eagle Creative. Se sabía que
los admiradores de Zeus esperaban en multitudes fuera de la Acrópolis solo
para vislumbrar al Dios del Trueno. Una vez, una turba había intentado
asaltar el edificio para llegar a él, lo cual era un poco irónico, considerando
que Zeus rara vez estaba en la Acrópolis y pasaba la mayor parte de su
tiempo en Olimpia.
Sin embargo, el negocio de Zeus no era el único que necesitaba
seguridad. Noticias Nueva Atenas publicaba algunas historias difíciles,
historias que enfurecían tanto a dioses como a mortales. Perséfone no
estaba al tanto de ninguna represalia, pero mientras pasaba por la
seguridad, sabía que estos guardias mortales no podrían evitar que un dios
enojado asaltara el sexagésimo piso en busca de venganza.
Después de seguridad, encontró un grupo de ascensores que la
llevaron a su planta. Las puertas se abrieron a una gran área de recepción
con las palabras Noticias Nueva Atenas en el techo. Un escritorio de cristal
curvo debajo de él, y una mujer hermosa con rizos largos y oscuros la saludó
con una sonrisa.
—Perséfone —dijo, dando la vuelta al escritorio. Llevaba un vestido
azul marino con cremalleras doradas—. Es bueno verte otra vez.
El nombre de la chica era Valerie. Perséfone la recordaba de su
entrevista.
—Déjame llevarte atrás. Demetri te está esperando.
Valerie dirigió a Perséfone a la sala de redacción, que estaba más allá
de la mampara de cristal. Allí, varios escritorios de metal y vidrio estaban
dispuestos en líneas perfectas. Había una ráfaga de actividad: los teléfonos
sonaban, los papeles se revolvían, las teclas sonaban mientras los escritores
y editores escribían su siguiente artículo. El olor a café era fuerte, como si
todo el lugar estuviera lleno de cafeína y tinta. El corazón de Perséfone se
aceleró con emoción.
—Vi que eras de la universidad de Nueva Atenas —dijo Valerie—.
¿Cuándo te gradúas?
—En seis meses —intervino Perséfone. Había soñado con el momento
en que cruzaría ese gran escenario para recibir su título. Sería el pináculo
de su tiempo entre los mortales.
—Debes estar muy emocionada.
—Lo estoy —respondió Perséfone y miró a Valerie—. ¿Qué pasa
contigo? —preguntó—. ¿Cuándo te gradúas?
—En un par de años —dijo Valerie.

35
—¿Y cuánto tiempo llevas aquí?
—Aproximadamente un año —dijo con una sonrisa.
—¿Planeas quedarte cuando te gradúes?
—En el edificio, sí, solo unos pisos más arriba.
Ah, apostaba a que la empresa de marketing de Zeus la había
contratado.
Valerie llamó a la puerta abierta de una oficina al fondo de la
habitación.
—Demetri, Perséfone está aquí.
—Gracias, Valerie —dijo Demetri.
La chica se volvió hacia la diosa, sonrió y se fue, dejando espacio para
que entrara a la oficina. El nuevo jefe de Perséfone era Demetri Aetos. Era
mayor, pero estaba claro que había sido un rompecorazones en su mejor
momento. Su cabello era corto a los lados, más largo en la parte superior y
salpicado de gris. Llevaba gafas de montura negra, lo que le daba un aire de
estudioso. Tenía lo que Perséfone consideraría rasgos delicados: labios finos
y una nariz más pequeña. Era alto, pero delgado. Llevaba chaqueta azul,
pantalón caqui y una pajarita de lunares.
—Perséfone —dijo, rodeando su escritorio y extendiendo la mano. Ella
la tomó—. Es bueno verte otra vez. Estamos felices de tenerte.
—Estoy feliz de estar aquí, señor Aetos —dijo.
—Llámame Demetri.
—Está bien… Demetri. —No pudo evitar sonreír.
—¡Por favor, siéntate! —Le indicó una silla y ella tomó asiento.
Demetri se apoyó en su escritorio, con las manos en los bolsillos—.
Cuéntame sobre ti.
Cuando Perséfone se mudó aquí por primera vez, odiaba esa pregunta,
porque había un momento en el que todo de lo que podía hablar eran sus
miedos: espacios cerrados, estar atrapada, escaleras mecánicas. Con el
tiempo, sin embargo, había tenido suficientes experiencias, se había vuelto
más fácil definirse por lo que le gustaba.
—Bueno, soy estudiante en la universidad de Nueva Atenas. Me estoy
especializando en periodismo y me graduaré en mayo… —dijo, y Demetri
hizo un gesto con la mano.
—No lo que está en tu currículum. —La miró a los ojos y ella notó que
los tenía azules. Él sonrió—. ¿Qué hay de ti, tus pasatiempos, intereses…?
—Oh. —Se sonrojó, pensó por un momento y luego dijo—: Me gusta

36
hornear. Me ayuda a relajarme.
—¿Sí? Dime más. ¿Qué te gusta hornear?
—Cualquier cosa, en realidad. Me he estado desafiando a mí misma
en el arte de las galletas de azúcar.
Sus cejas se levantaron y su sonrisa se mantuvo.
—Arte de galletas de azúcar, ¿eh? ¿Eso existe?
—Sí, te lo mostraré.
Sacó su teléfono y encontró algunas fotos. Por supuesto, solo había
tomado fotografías de sus mejores galletas.
Demetri miró las fotos.
—Oh, bueno —dijo—. Estas son geniales, Perséfone.
Él encontró su mirada mientras le devolvía el teléfono.
—Gracias. —Nadie más que Lexa le había dicho eso.
—Entonces, te gusta hornear. ¿Qué más?
—Me gusta escribir —dijo—. Historias.
—¿Historias? ¿Como ficción?
—Sí.
—¿Romance? —supuso. Era lo que la mayoría de la gente asumía y el
sonrojo en las mejillas de Perséfone no la ayudaba.
—De hecho, no. Me gustan los misterios.
Las cejas de Demetri se levantaron de nuevo, casi encontrando la línea
del cabello.
—Inesperado —dijo—. Me gusta. ¿Qué esperas ganar con esta
pasantía?
—Aventura —no pudo evitar decir. La palabra se escapó, pero Demetri
pareció complacido.
—Aventura —dijo, apartándose de su escritorio—. Si lo que deseas es
aventura, Noticias Nueva Atenas puede dártelo, Perséfone. Esta posición
puede parecerse a cualquier cosa que desees: es tuya para diseñar y
administrar. Si deseas informar, puedes informar. Si deseas editar, puedes
editar. Si quieres tomar un café, toma café.
Perséfone solo tenía interés en conseguir café para ella. No creía que
pudiera estar más emocionada, pero mientras Demetri hablaba, tuvo la
abrumadora sensación de que esta pasantía cambiaría su vida.
—Estoy seguro de que sabes que nos encontramos mucho en los
medios. —Sonrió con ironía—. Irónico, considerando que somos una fuente
de noticias.
Noticias Nueva Atenas era bien conocido por la cantidad de demandas

37
presentadas en su contra. Siempre había quejas de difamación, calumnias
e invasión de la privacidad. Lo creas o no, esas no eran las peores
acusaciones formuladas contra la empresa. Apolo los había acusado de ser
miembros de Tríada, un grupo de mortales impíos que se organizaban
activamente contra los dioses, apoyando la justicia, el libre albedrío y la
libertad. El periódico había negado la afirmación, por supuesto, mientras
Zeus había declarado a Tríada como una organización terrorista y había
amenazado de muerte a cualquiera sorprendido con su propaganda.
Lo que Zeus no había anticipado, o quizás lo había hecho, era que los
Fieles se organizaron en cultos y comenzaron una persecución propia,
matando a varias personas abiertamente impías, sin importarles si estaban
asociados con la Tríada o no. Fue una época horrible y Zeus tardó más de
lo necesario en manifestarse contra los cultos. Noticias Nueva Atenas lo dijo
así mismo.
—Buscamos la verdad, Perséfone —dijo Demetri—. Hay poder en la
verdad. ¿Quieres poder?
Ni siquiera sabía lo que estaba preguntando.
—Sí —dijo—. Quiero poder.
Esta vez, cuando Demetri sonrió, mostró los dientes.
—Entonces te irá bien aquí.
Demetri le mostró a Perséfone su escritorio, que estaba justo fuera de
su oficina. Se instaló, revisó los cajones, tomó nota de los suministros que
tendría que pedir o comprar, y guardó su bolso. En la parte superior había
una computadora portátil nueva. Estaba fría al tacto, y cuando la abrió, la
pantalla oscura reflejó el rostro de un hombre. Se volvió en su silla y se
encontró con un par de ojos grandes y sorprendidos.
—Adonis —dijo.
—Perséfone. —Agarró una taza de café en una mano y se abrochó un
botón de su chaqueta lavanda. Se veía tan guapo como anoche, solo que
más profesional—. No tenía idea de que eras nuestra nueva interna.
—No tenía idea de que trabajabas aquí —dijo.
—Soy un reportero senior, principalmente enfocado en el
entretenimiento —dijo con bastante aire de suficiencia—. Te extrañamos
cuando te fuiste.
Dejó el club de Hades sin decir nada a Lexa y estaba casi en casa
cuando recibió la llamada de su preocupada amiga. Se sintió mal, pero no
pudo permanecer en esa torre oscura por más tiempo, y hubiera sido injusto
hacer que Lexa volviera a casa solo por su error.
—Oh, sí, lo siento. Quería prepararme para mi primer día.
—No te voy a culpar por eso. Bueno, bienvenida.
—Adonis —dijo Demetri mientras retrocedía hacia el marco de la

38
puerta de su oficina—. ¿Te importaría darle a Perséfone un recorrido por
nuestra planta?
—Para nada. —Le sonrió—. ¿Lista?
Perséfone siguió a Adonis. Estaba feliz de ver un rostro familiar,
incluso si lo acababa de conocer anoche. La hacía sentir más cómoda.
—A esto lo llamamos el cuarto de trabajo. Es donde todo el mundo
sigue las pistas e investiga —dijo. La gente levantó la vista de sus escritorios
y la saludó o sonrió al pasar. Adonis señaló a una pared de habitaciones
acristaladas—. Salas de entrevistas y conferencias. Sala de descanso. Salón.
—Señaló una habitación enorme con varias salas de estar informales y una
luz cálida y tenue. Era acogedor y ya había varias personas por ahí—.
Probablemente preferirás escribir aquí cuando tengas la oportunidad.
Adonis le mostró el armario de suministros y ella lo registró en busca
de bolígrafos, notas adhesivas y cuadernos. Mientras la ayudaba a llevar
sus suministros a su escritorio, le preguntó:
—Entonces, ¿qué tipo de periodismo te interesa?
—Me estoy inclinando hacia los reportajes de investigación —dijo.
—Oh, una detective, ¿eh?
—Me gustan los misterios —dijo.
—¿Algún tema en particular? —preguntó.
Hades.
El nombre del dios apareció en su cabeza sin previo aviso. Sabía que
era por la marca en su muñeca. Estaba ansiosa por llegar a Nevernight y
averiguar qué era.
—No… yo solo… me gusta resolver misterios —respondió.
—Bueno, entonces, tal vez puedas ayudarnos a averiguar quién ha
estado robando los almuerzos del refrigerador en la sala de descanso.
Perséfone se rio.
Tenía la sensación de que le iba a gustar estar aquí

39
M
enos de una hora después de salir de la Acrópolis, Perséfone
estaba fuera de Nevernight, golpeando la puerta negra y
prístina. Había tomado el autobús aquí y casi la había vuelto

40
loca. No podía quedarse quieta. Su mente había despertado todo tipo de
miedos y ansiedades sobre lo que podría significar la marca. ¿Era esta
pulsera una especie de… reclamo? ¿Era algo que uniría su alma al
Inframundo? ¿O era uno de sus horribles contratos?
¡Estaba a punto de averiguarlo, si alguien abría esta maldita puerta!
—¡Hola! —llamó—. ¿Hay alguien ahí?
Continuó golpeando la puerta hasta que le dolieron los brazos. Justo
cuando pensaba en darse por vencida, el ogro que la había estado
atendiendo anoche abrió la puerta de un tirón. Perséfone tropezó con él y
rápidamente se apartó. A la luz del día, tenía un aspecto aún más espantoso.
Su piel gruesa se hundía alrededor de su cuello y la miró con ojos pequeños
y entrecerrados.
—¿Qué deseas? —Sus palabras fueron un gruñido y no pasó
desapercibido para ella que él podría aplastar su cráneo solo con su mano.
—Debo hablar con Hades —dijo.
El ogro la miró fijamente y luego cerró la puerta de golpe.
Eso realmente la enojó.
Golpeó la puerta de nuevo.
—¡Bastardo! ¡Déjame entrar! —gritó.
Siempre supo que existían los ogros, y había aprendido algunas de
sus debilidades leyendo libros de la biblioteca de Artemis en la escuela. ¿Una
de ellas? Odiaban que los insultaran.
El ogro volvió a abrir la puerta y le gruñó, soplándole su apestoso
aliento a podrido en el rostro. Probablemente pensó que la asustaría, y
probablemente había funcionado en otros en el pasado, pero no en
Perséfone. La marca en su muñeca la impulsó. Su libertad estaba en juego.
—¡Exijo que me dejes entrar! —Dio un pisotón con el pie y sus dedos
se curvaron en sus palmas. Consideró cuánto espacio quedaba en la puerta.
¿Podría pasar a la enorme criatura? Si se movía lo suficientemente rápido,
su tamaño probablemente lo haría perder el equilibrio.
—¿Quién eres tú, mortal, para exigir una audiencia con el Dios de los
Muertos? —preguntó la criatura.
—Tu señor me ha marcado y hablaré con él.
La criatura se echó a reír, los ojos pequeños brillaban divertidos.
—¿Tú quieres hablar con él?
—Sí, yo. ¡Déjame entrar!
Con cada segundo que pasaba estaba más enojada.
—No estamos abiertos —respondió la criatura—. Tendrás que volver.
—¡No volveré, me dejarás entrar ahora, grande y feo ogro!

41
Perséfone se dio cuenta de su error tan pronto como las palabras
salieron de su boca. El rostro de la criatura cambió. La agarró por el cuello
y la levantó del suelo.
—¿Qué eres? —demandó—. ¿Una pequeña ninfa tramposa?
Arañó la piel de acero del ogro, pero él solo presionó sus carnosos
dedos más profundamente en su piel. No podía respirar y le lloraban los ojos
y lo único que pudo hacer fue dejar caer su glamour. Cuando sus cuernos
se hicieron visibles, la criatura la soltó como si se quemara.
Perséfone se tambaleó e inhaló profundamente. Se llevó una mano a
la tierna garganta, pero logró mantenerse en pie y mirar al ogro en su
verdadera forma. Él bajó la mirada, incapaz de mirarla o encontrar sus
brillantes y misteriosos ojos.
—Soy Perséfone, Diosa de la Primavera, y si quieres mantener tu
miserable vida, me obedecerás.
Su voz tembló. Todavía estaba nerviosa por ser maltratada por el ogro.
Las palabras que había dicho eran las de su madre, utilizadas en un
momento en que había amenazado a una sirena que se negó a ayudarla en
la búsqueda de Perséfone cuando se alejó. En realidad, Perséfone estaba a
solo unos metros de distancia, escondida detrás de un arbusto cercano.
Escuchó las crudas palabras de su madre y las archivó, sabiendo que, sin
poderes, las palabras serían su única arma.
La puerta se abrió detrás del ogro, y se hizo a un lado, poniéndose de
rodillas cuando Hades apareció a la vista. Perséfone no podía respirar. Se
había pasado todo el día recordando cómo era, recordando sus rasgos
elegantes pero oscuros y, sin embargo, su memoria no era nada comparada
con la realidad. Estaba bastante segura de que estaba usando el traje de
anoche, pero la corbata alrededor de su cuello estaba suelta y los botones
de su camisa estaban abiertos en el cuello, exponiendo su pecho. Era como
si lo hubieran interrumpido en medio de desnudarse.
Entonces recordó a la mujer que había envuelto sus brazos alrededor
de su cintura: Menta. Quizás los había interrumpido. Se sintió muy
satisfecha con ese pensamiento, aunque sabía que no debería importarle.
—Lady Perséfone —dijo, su voz era pesada y seductora y ella se
estremeció.
Obligó a sus ojos a nivelarse con los de él. Eran iguales, después de
todo, y quería que lo supiera porque estaba a punto de hacer demandas. Lo
encontró estudiándola, con la cabeza inclinada hacia un lado. Estar bajo su
mirada en su verdadera forma se sentía extrañamente íntimo y quería
recuperar su glamour de nuevo. Había cometido un error, estaba tan
enojada y tan desesperada que se había expuesto.
—Lord Hades. —Logró decir con un breve asentimiento. Estaba

42
orgullosa de que no le temblara la voz, aunque sí por dentro.
—Milord —dijo el ogro, bajando la cabeza—. No sabía que era una
diosa. Acepto el castigo por mis acciones.
—¿Castigo? —cuestionó Perséfone, sintiéndose cada vez más
expuesta a la luz del día fuera del club. Hades tardó un momento en apartar
la mirada de Perséfone y mirar al ogro.
—Puse mis manos sobre una diosa —dijo el monstruo.
—Y una mujer, además —agregó Hades, con tristeza—. Me ocuparé
de ti más tarde.
Entonces se hizo a un lado.
—Lady Perséfone —dijo, y la dejó entrar a Nevernight. Se quedó en la
oscuridad cuando la puerta se cerró tras ella. El aire estaba pesado, cargado
con una intensidad que sentía profundamente en su vientre, y espeso con
su aroma. Quería inhalar y llenar sus pulmones con eso. En cambio,
contuvo la respiración.
Entonces, él habló en su oreja, sus labios rozaron la piel con la ligereza
de una pluma.
—Estás llena de sorpresas, cariño.
Inhaló bruscamente y se giró para mirarlo, pero cuando lo hizo, Hades
ya no estaba cerca. Había abierto la puerta y estaba esperando que ella
entrara al club.
—Después de ti, diosa —dijo. La palabra no se usó de manera burlona,
pero estaba llena de curiosidad.
Pasó al dios y entró en el club. Se encontró en el balcón que daba al
piso vacío. El lugar estaba sorprendentemente inmaculado. Se volvió y vio a
Hades esperando. Cuando lo miró a los ojos, bajó las escaleras y lo siguió.
Cruzó la sala, dirigiéndose a las escaleras de caracol y a la segunda
planta. Ella vaciló.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
Hizo una pausa y se volvió hacia ella.
—Mi oficina —dijo—. Me imagino que cualquier cosa que tengas que
decirme exige privacidad.
Abrió y cerró la boca, mirando alrededor del club vacío.
—Esto parece bastante privado.
—No lo es —dijo, y subió las escaleras sin decir una palabra más. Ella
lo siguió. Cuando llegaron a lo alto de los escalones, giró a la derecha,
alejándose de la habitación en la que habían estado la noche anterior, hacia
una pared negra elaboradamente adornada con oro. No podía creer que no
lo hubiera notado la noche anterior. Dos grandes puertas mostraban
imágenes de enredaderas y flores enroscadas alrededor del bidente de

43
Hades, en relieve dorado. El resto de la pared estaba decorada con diseños
florales en oro.
Probablemente no debería sorprenderse tanto de que el Dios de los
Muertos eligiera decorar con flores, después de todo, el narciso era su
símbolo.
Sus ojos fueron atraídos hacia Hades cuando abrió una de las puertas
doradas. No estaba ansiosa por estar en un espacio cerrado con él. No
confiaba en sus pensamientos ni en su cuerpo. Esta vez, la llamó.
—¿Va a dudar a cada paso, lady Perséfone? —preguntó.
Lo fulminó con la mirada.
—Solo estaba admirando su decoración, lord Hades. No me di cuenta
de esto anoche.
—Las puertas de mis habitaciones a menudo están veladas durante
el horario comercial —respondió, y luego señaló la puerta abierta—.
¿Pasamos?
Una vez más, se armó de valor y se acercó. Él no dejó mucho espacio
para que pasara, y lo rozó mientras entraba en la habitación.
Se encontró en la oficina de Hades. Lo primero que notó fueron las
ventanas que daban al club. Podía ver todo desde aquí. No había ventanas
al exterior y, a pesar de ello, el espacio estaba iluminado con calidez y era
extrañamente acogedor, incluso con su suelo de mármol negro. Quizás tuvo
algo que ver con la chimenea contra la pared. Un sofá y dos sillas creaban
una hermosa sala de estar, y una alfombra de piel solo se sumaba a la
estética reconfortante. En el otro extremo de la habitación, elevada como un
trono, había una gran losa de obsidiana que actuaba como escritorio. Por lo
que podía decir, no había nada en él, ni papeles ni fotografías. Se
preguntaba si lo usó alguna vez o si era solo por espectáculo.
Inmediatamente frente a ella había una mesa sobre la que descansaba
un jarrón de flores rojo sangre.
Puso los ojos en blanco ante el arreglo floral.
Hades cerró la puerta y ella se puso rígida. Esto era peligroso. Debería
haberse enfrentado a él en el piso de abajo, donde había más espacio, donde
podía pensar y respirar mejor sin inhalarlo. Sus botas golpearon contra el
suelo mientras se acercaba y su cuerpo se burló.
Se detuvo frente a ella. Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose
en sus labios por una fracción de segundo antes de bajar a su cuello.
Cuando extendió la mano para tocarla, la mano de Perséfone lo sujetó por
el brazo. No era que le temiera tanto a él como a su reacción a su toque.
Sus ojos se encontraron.
—¿Estás herida? —preguntó.
—No —dijo, y él asintió, con cuidado liberando su brazo de su agarre.

44
Cruzó la habitación para poner distancia entre ellos, asumió Perséfone.
Luego recordó que estaba en su verdadera forma y comenzó a
aumentar su glamour.
—Oh, es un poco tarde para ser modesta, ¿no crees? —dijo Hades,
atravesándola con esos hermosos ojos oscuros. Tiró de su corbata y la vio
deslizarse de su cuello antes de levantar los ojos hacia él. No estaba
sonriendo como esperaba. Se veía… primitivo. Como un animal hambriento
que finalmente había acorralado a su presa. Tragó y dijo apresuradamente:
—¿Interrumpí algo?
No estaba segura de querer una respuesta.
La comisura de su boca se levantó.
—Estaba a punto de irme a la cama cuando te escuché exigiendo la
entrada a mi club.
¿Cama? Pasaba del mediodía.
—Imagina mi sorpresa cuando encuentro a la diosa de anoche en mi
puerta.
—¿Te lo dijo la gorgona?
Dio un paso más en la habitación, enojada. Hades se estaba
divirtiendo.
—No. Euryale no lo hizo. Reconocí tu magia como la de Deméter, pero
no eres Deméter. —Luego inclinó la cabeza como había hecho antes—.
Cuando te fuiste, consulté algunos textos. Había olvidado que Deméter tenía
una hija. Supuse que eras Perséfone. La pregunta es, ¿por qué no estás
usando tu propia magia?
—¿Es por eso que hiciste esto? —preguntó, quitando el brazalete que
había usado para cubrir la marca en su piel y levantando su brazo.
Hades sonrió.
Realmente sonrió.
Perséfone quería atacarlo. Apretó las manos a los costados para evitar
saltar por la habitación.
—No —dijo—. Ese es el resultado de perder contra mí.
—Me estabas enseñando a jugar —argumentó.
—Semántica —dijo encogiéndose de hombros—. Las reglas de
Nevernight son muy claras, diosa.
—¡Son todo menos claras y tú eres un idiota!
Los ojos de Hades se oscurecieron. Aparentemente, no le gustaba que
lo insultaran más que al ogro. Se apartó del escritorio y se acercó a ella.

45
Perséfone dio un paso atrás.
—No me insultes, Perséfone —dijo, y luego tomó su muñeca. Trazó el
brazalete alrededor, haciéndola temblar—. Cuando me invitaste a tu mesa,
llegaste a un acuerdo. Si hubieras ganado, podrías haberte ido de
Nevernight sin exigencias de tiempo. Pero no lo hiciste y ahora tenemos un
contrato.
Tragó saliva, considerando cada cosa horrible que había oído sobre
los contratos de Hades y sus términos imposibles. ¿Qué oscuridad sacaría
de lo más profundo de ella?
—¿Y qué significa eso? —Su voz seguía siendo cortante.
—Significa que debo elegir los términos —dijo.
—No quiero tener un contrato contigo —dijo entre dientes—. ¡Quítalo!
—No puedo.
—Si lo pones allí, lo puedes quitar. —Sus labios se curvaron—. ¿Crees
que es gracioso?
—Oh, cariño, no tienes ni idea.
La palabra cariño se deslizó por su piel y se estremeció de nuevo. Él
pareció darse cuenta porque sonrió un poco más.
—Soy una diosa. —Intentó de nuevo—. Somos iguales.
—¿Crees que nuestra sangre cambia el hecho de que voluntariamente
celebraste un contrato conmigo? Estas cosas son la ley, Perséfone. —Ella lo
fulminó con la mirada—. La marca se disolverá cuando se haya cumplido el
contrato —dijo como si así todo estuviera mejor.
—¿Y cuáles son tus condiciones? —El hecho de que estuviera
preguntando no significaba que estuviera de acuerdo.
La mandíbula de Hades estaba tensa. Parecía estar reprimiéndose. Tal
vez no estaba acostumbrado a que le dieran órdenes. Cuando levantó la
cabeza y la miró, supo que estaba en problemas.
—Crea vida en el Inframundo —dijo al fin.
—¿Qué? —No estaba preparada para eso, aunque probablemente
debería haberlo estado. ¿No era su mayor debilidad su falta de poder? Una
ironía, considerando su Divinidad.
—Crea vida en el Inframundo —dijo de nuevo—. Tienes seis meses, y
si fallas o te niegas, te convertirás en una residente permanente del
Inframundo.
—¿Quieres que cultive un jardín en tu reino? —preguntó,
sorprendida.
Se encogió de hombros.
—Supongo que es una forma de crear vida.

46
Lo fulminó con la mirada.
—Si me llevas al Inframundo, te enfrentarás a la ira de mi madre.
—Oh, estoy seguro —reflexionó—. Al igual que sentirás su ira cuando
descubra lo que has hecho tan imprudentemente.
Las mejillas de Perséfone se sonrojaron. Él estaba en lo correcto. La
diferencia entre ellos era que Hades no parecía en absoluto desconcertado
por la amenaza. ¿Por qué debería estarlo? Él era uno de los tres, los dioses
más poderosos que existen. Una amenaza de Deméter era lanzar un
guijarro.
Se enderezó, levantó la barbilla, y se encontró con su mirada fija.
—Bien.
Entonces sintió la presión de la mano de Hades en su muñeca como
un grillete y soltó su agarre.
—¿Cuándo empiezo?
Los ojos de Hades brillaron.
—Ven mañana. Te mostraré el camino al Inframundo.
—Tendrá que ser después de clases —dijo.
—¿Clases?
—Soy estudiante de la universidad de Nueva Atenas.
Hades la miró con curiosidad y asintió.
—Después… de clases, entonces.
Se miraron el uno al otro durante un largo rato. Por mucho que lo
odiara en ese momento, era difícil no disfrutar de verlo.
—¿Qué hay de tu portero?
—¿Qué hay de él?
—Preferiría que no me recuerde de esta forma —dijo, indicando a sus
cuernos. Luego convocó su glamour. La relajó un poco, estar en su forma
mortal. Hades observó la transformación como si estuviera estudiando la
forma de una escultura antigua.
—Borraré su recuerdo de ti… después de que sea castigado por el trato
que te ha dado.
Perséfone se estremeció.
—No sabía que era una diosa.
—Pero sabía que eras una mujer y dejó que su ira se apoderara de él
—dijo Hades—. Así que será castigado.
Hades lo dijo con total naturalidad y supo que no había discusión.
—¿Cuánto me costará? —preguntó, porque sabía con quién estaba

47
tratando y acababa de pedir un favor al Dios de los Muertos.
Sus labios se curvaron.
—Inteligente, cariño. Sabes cómo funciona esto. ¿El castigo? Nada.
¿Su recuerdo? Un favor.
—No me llames cariño —espetó—. ¿Qué tipo de favor?
—Lo que quiera —dijo—. Para ser utilizado en el futuro.
Consideró esto por un momento. ¿Qué querría Hades de ella? ¿Qué
podría tener para ofrecerle? Tal vez fue ese pensamiento lo que la hizo estar
de acuerdo, o el temor de que su madre descubriera que había mostrado su
verdadera forma. De cualquier manera, dijo:
—Trato.
Hades sonrió.
—Haré que mi chofer te lleve a casa —dijo.
—Eso no es necesario.
—Lo es.
Apretó los labios.
—Bien —dijo entre dientes. Realmente no tenía ganas de volver a
tomar el autobús, pero la idea de que Hades supiera dónde vivía era
inquietante.
Entonces el dios la agarró por los hombros, se inclinó hacia delante y
presionó los labios contra su frente. El movimiento fue tan repentino que
perdió el equilibrio. Sus dedos se enredaron en su camisa para estabilizarse,
las uñas rozaron la piel de su pecho. Su cuerpo era duro y cálido y sus labios
suaves sobre su piel. Cuando se apartó, no pudo recuperarse lo suficiente
como para enojarse.
—¿Por qué fue eso? —preguntó, su voz un susurro tranquilo.
Hades mantuvo esa sonrisa exasperante, como si supiera que no
podía pensar con claridad y pasó un dedo por su acalorada mejilla.
—Para tu beneficio. La próxima vez, la puerta se abrirá para ti. Prefiero
que no enojes a Duncan. Si vuelve a hacerte daño tendré que matarlo, y es
difícil encontrar un buen ogro.
Perséfone se lo podía imaginar.
—Lord Hades, Thanatos lo está buscando, oh…
Una mujer entró en su oficina por una puerta oculta detrás de su
escritorio. Era hermosa. Su cabello estaba dividido en el centro y tan rojo
como una llama. Sus ojos eran agudos y las cejas arqueadas, labios
carnosos, exuberantes y rojos. Todos sus rasgos eran puntiagudos y
angulosos. Era una ninfa, y cuando miró a Perséfone, había odio en sus
ojos. Fue entonces que Perséfone se dio cuenta de que todavía estaba de pie

48
cerca de Hades, con las manos enredadas en su camisa. Cuando trató de
alejarse, sus manos la apretaron.
—No sabía que tenía compañía —respondió con firmeza.
Hades no miró a la mujer. En cambio, sus ojos permanecieron en
Perséfone.
—Un minuto, Menta.
El primer pensamiento de Perséfone fue: entonces esta es Menta. Era
hermosa de una manera que Perséfone no lo era, de una manera que
prometía seducción y pecado y detestaba los celos que sintió.
Su segundo pensamiento fue: ¿por qué necesitaba un minuto? ¿Qué
más podría tener que decir? Perséfone no vio irse a Menta porque no podía
apartar la mirada de Hades.
—No has respondido a mi pregunta —dijo Hades—. ¿Por qué estás
usando la magia de tu madre?
Fue su turno de sonreír.
—Lord Hades —dijo, deslizando un dedo por su pecho. No estaba
segura de qué la hizo hacerlo, pero se sentía valiente—. La única forma en
que recibirás respuestas es si decido hacer otra apuesta contigo y, en este
momento, no es probable.
Luego tomó las solapas de su chaqueta y la enderezó, sus ojos se
posaron en la flor roja de polianto en el bolsillo de su chaqueta. Lo miró y
susurró.
—Creo que te arrepentirás de esto, Hades.
Tocó la flor y los ojos de Hades siguieron el movimiento. Cuando sus
dedos rozaron los pétalos, la flor se marchitó.
E
l chofer de Hades era un cíclope.
Trató de no parecer sorprendida cuando vio a la criatura
parada frente a un Lexus negro fuera de Nevernight. No era

49
como el cíclope descrito en la historia. Habían sido criaturas
bestiales. Este hombre era más alto que Hades y todo piernas, con hombros
anchos y complexión delgada. Tenía los ojos entrecerrados pero amables, y
sonrió cuando vio a Perséfone.
Hades había insistido en escoltar a Perséfone al exterior. No estaba
ansiosa por ser vista en público con el dios, aunque no creía que ese
pensamiento hubiera cruzado por la mente de Hades. Probablemente estaba
más preocupado por sacarla de sus instalaciones lo antes posible para poder
descansar un poco… o lo que fuera que había estado a punto de hacer antes
de que interrumpiera.
—Lady Perséfone, este es Antoni —dijo Hades—. Él se asegurará de
que llegues a casa a salvo.
Perséfone arqueó una ceja ante el Dios del Inframundo.
—¿Estoy en peligro, mi lord?
—Solo una precaución. No quisiera que tu madre golpeara mi puerta
antes de que tuviera una razón para hacerlo.
Tiene una razón para hacerlo, pensó enojada, y la marca en su muñeca
se sintió caliente. Se encontró con su mirada, con la intención de mirar y
comunicar su enojo, pero le resultaba difícil pensar en absoluto. El Dios de
los Muertos tenía ojos como el universo: vibrantes, vivos, vastos. Estaba
perdida en ellos y en todo lo que prometían.
Estuvo agradecida cuando Antoni la distrajo de esos pensamientos
peligrosos. Nada bueno saldría de encontrar a Hades interesante. ¿No había
aprendido eso ya?
—Miladi —dijo Antoni, abriendo la puerta trasera del auto.
—Milord. —Asintió hacia Hades mientras se apartaba de él y se
deslizaba en el interior de cuero negro.
Antoni cerró la puerta con cuidado y luego se sentó en el asiento del
conductor del automóvil. Se pusieron en camino rápidamente, y tuvo que
hacer todo lo posible para no mirar atrás. Se preguntó cuánto tiempo estuvo
Hades allí antes de regresar a su torre, y si se estaba riendo de su audacia
y su fracaso.
Se quedó mirando el llamativo brazalete de oro que cubría la marca
negra. A esta luz, el oro parecía bronceado y barato. Se lo quitó y examinó
las marcas en su piel. Lo único por lo que podía pensar estar agradecida en
este momento era que la marca era lo suficientemente pequeña y en un lugar
donde podía ocultarse fácilmente.
Crear vida en el Inframundo.
¿Acaso había vida en el Inframundo? Perséfone no sabía nada sobre
el reino de Hades, y en todos sus estudios, nunca había encontrado
descripciones de la tierra de los muertos, solo detalles de su geografía, e
incluso esos parecían estar en conflicto. Sin embargo, supuso que lo

50
averiguaría mañana, la idea de regresar a Nevernight para hacer el descenso
al Inframundo la llenaba de ansiedad.
Gimió. Justo cuando todo parecía estar funcionando para ella.
—¿Volverá a visitar a lord Hades? —preguntó Antoni, mirando por el
espejo retrovisor. El cíclope tenía una voz agradable. Era cálida y
penetrante.
—Me temo que lo haré —dijo Perséfone distraídamente.
—Espero que lo encuentre agradable. Nuestro señor a menudo está
solo.
Perséfone encontró extrañas esas palabras.
—No me parece tan solo.
Pensó en la celosa Menta.
—Tal es el caso del Divino, pero me temo que confía en muy pocos. Si
me pregunta, necesita una esposa.
Perséfone se sonrojó.
—Estoy segura de que lord Hades no está interesado en establecerse.
—Te sorprendería saber lo que le interesa al Dios de los Muertos —
respondió Antoni.
Perséfone no quería conocer los intereses de Hades. Ya sentía que
conocía demasiados, y ninguno de ellos era bueno.
Miró al cíclope desde su asiento en la parte de atrás. Se preguntó cómo
el monstruo llegó a estar al servicio del Dios del Inframundo, así que
preguntó.
—Los tres de mi especie fueron liberados del Tártaro después de que
Cronos nos colocara allí —respondió—. Y por eso hemos devuelto el favor
sirviendo a Zeus, Poseidón y Hades de vez en cuando.
—¿Como chofer? —No pretendía sonar asqueada, pero esto parecía
una tarea servil.
Antoni se rio.
—Sí, pero los de nuestra especie son grandes constructores y herreros
también. Hemos elaborado regalos para los tres y continuaremos.
—Pero eso fue hace mucho tiempo. ¿Seguro que no les has pagado ya
su favor? —preguntó Perséfone.
—Cuando el Dios de los Muertos te da la vida, es un favor que nunca
se devolverá.
Perséfone frunció el ceño.

51
—No entiendo.
—Nunca ha estado en el Tártaro, así que no espero que lo haga. —
Hizo una pausa y agregó—: No me malinterprete. Mi servicio a Hades es mi
elección, y de todos los dioses, me alegra servirle. No es como el otro Divino.
Perséfone realmente quería saber qué significaba eso, porque por lo
que sabía sobre Hades, él era lo peor de lo Divino.
Antoni llegó a su apartamento y salió del auto para abrirle la puerta.
—Oh, no tienes que hacerlo, puedo abrir mi propia puerta —dijo.
Sonrió.
—Es un placer, lady Perséfone.
Comenzó a pedirle que no la llamara así, pero luego se dio cuenta de
que estaba usando su título, como si supiera que era una diosa, pero estaba
usando su glamour…
—¿Cómo…?
—Lord Hades la llamó lady Perséfone —explicó—. Así que yo también.
—Por favor… No es necesario.
Su sonrisa se ensanchó.
—Creo que debería acostumbrarse, lady Perséfone, especialmente si
nos visita con frecuencia, como espero que haga.
Cerró la puerta e inclinó la cabeza. Perséfone entró en su apartamento
aturdida. Este día había sido largo y extraño gracias al Dios de los Muertos.
Tampoco hubo indulto, porque Lexa estaba en la cocina cuando entró
y atacó.
—Eh, ¿de quién es el Lexus que te dejó frente a nuestro pobre
apartamento? —preguntó.
Quería mentir y afirmar que alguien de su pasantía la había dejado,
pero sabía que Lexa no lo creería, se suponía que debía estar en casa hace
dos horas, y su mejor amiga acababa de ver cómo, literalmente, la llevaron
con chofer a su casa.
—Bueno… nunca vas a creer esto, pero… Hades.
Si bien podía admitir eso, no estaba lista para contarle a Lexa sobre
el contrato o la marca en su muñeca.
Lexa dejó caer la taza que sostenía. Perséfone se estremeció cuando
golpeó el suelo y se hizo añicos.
—¿Estás bromeando?
Perséfone negó. Mientras se movía para agarrar una escoba, Lexa la
siguió.
—¿Como… el Hades? ¿Dios de los Muertos, Hades? ¿Propietario de
Nevernight, Hades?

52
—Sí, Lexa. ¿Quién más? —preguntó Perséfone, irritada.
—¿Cómo? —balbuceó—. ¿Por qué?
Perséfone empezó a barrer las piezas de cerámica.
—Fue por mi trabajo. —Técnicamente no era una mentira. Podría
llamarlo investigación.
—¿Y conociste a Hades? ¿Lo viste en carne y hueso?
Perséfone se estremeció al escuchar la palabra carne, recordando la
apariencia desordenada de Hades.
—Sí.
—¿Qué aspecto tiene? —Perséfone se apartó de Lexa y agarró el
recogedor. También estaba tratando de ocultar el furioso rubor que
manchaba sus mejillas—. Detalles. ¡Escúpelo!
Perséfone le entregó a Lexa el recogedor y lo sostuvo mientras
Perséfone barría la taza rota.
—Yo… no sé por dónde empezar —dijo al fin.
Lexa sonrió.
—Empieza por sus ojos —dijo.
Perséfone suspiró. Se sentía íntimo describir a Hades, y parte de ella
quería mantenerlo para sí misma. Era muy consciente de que solo estaba
describiendo una versión atenuada del dios porque aún no lo había visto en
su verdadera forma. Hubo una extraña anticipación que seguía a ese
pensamiento y se dio cuenta de que estaba ansiosa por conocer al dios en
su Divinidad. ¿Sus cuernos serían tan negros como sus ojos y su cabello?
¿Se enroscarían a ambos lados de su cabeza como los carneros, o se
estirarían en el aire, haciéndolo aún más alto?
—Es guapo —dijo, aunque ni siquiera esa palabra le hacía justicia. No
era solo su apariencia, era su presencia—. Él es… poder.
—Alguien tiene un flechazo. —La sonrisa de suficiencia en el rostro de
Lexa le recordó que estaba demasiado concentrada en cómo era el dios y no
lo suficiente en lo que hacía.
—¿Qué? No. No. Mira, Hades es guapo. No soy ciega, pero no puedo
tolerar lo que hace.
—¿Qué quieres decir?
Perséfone le recordó a Lexa lo que habían aprendido de Adonis en
Nevernight.
—Bueno, podrías preguntarle a Hades al respecto.
—No somos amigos, Lexa.
Nunca serían amigos.

53
Entonces Lexa se emocionó mucho.
—¡Oh! ¿Y si escribieras sobre él? ¡Podrías investigar sus tratos con los
mortales! ¡Qué escandaloso!
Era escandaloso, no solo por el contenido, sino porque Perséfone
estaba considerando escribir un artículo sobre un dios, algo que muy pocas
personas hicieron por temor a represalias.
Pero Perséfone no temía las represalias porque no le importaba que
Hades fuera un dios.
—Parece que tienes otra razón para visitar a Hades —dijo Lexa.
Parecía que sí, ¿y no le había ofrecido Hades un acceso fácil? Cuando
presionó sus labios contra su frente, dijo que era para su beneficio. No
tendría que tocar la puerta para entrar de nuevo a Nevernight.
Sonrió.
El Dios del Inframundo definitivamente se arrepentiría de haber
conocido a la Diosa de la Primavera, y esperaba con ansias ese día. Ella
también era una Divina. Aunque no tenía poder propio, podía escribir, y tal
vez eso la convertía en la persona perfecta para exponerlo. Después de todo,
si algo le sucediera, Hades sentiría la ira de Deméter.
De camino a clases en la universidad de Nueva Atenas, Perséfone se
detuvo a comprar una variedad de brazaletes. Dado que tendría que usar la
marca de Hades hasta que cumpliera su contrato, quería personalizar sus
atuendos en consecuencia. Hoy llevaba una pila de perlas, un toque clásico
para complementar su falda rosa brillante y su blusa blanca.
Sus tacones chocaban contra la acera de cemento cuando la
universidad apareció a la vista. Cada paso significaba que el tiempo pasaba,
lo que significaba una hora, un minuto, un segundo más cerca de su regreso
a Nevernight.
Hoy Hades la llevaría al Inframundo. Se había quedado despierta
hasta la noche considerando cómo iba a cumplir con su contrato. Ella le
preguntó si quería que plantara un jardín, y él se encogió de hombros, se
encogió de hombros. Supongo que es una forma de crear vida, dijo. ¿Qué se
suponía que significaba eso y de qué otras formas podría crear vida? ¿No es
por eso que había elegido este desafío? ¿Porque no tenía poder para cumplir

54
la tarea?
Dudaba que fuera porque lord Hades quería hermosos jardines en su
desolado reino. Él estaba interesado en el castigo, después de todo, y por lo
que había escuchado y presenciado del dios, no tenía la intención de que el
Inframundo fuera un lugar de paz y flores bonitas.
A pesar de lo enojada que estaba consigo misma y con Hades, sus
emociones estaban en desacuerdo. Estaba intrigada y nerviosa por
descender al reino del dios.
Sobre todo, sin embargo, tenía miedo.
¿Y si fallaba?
No, cerró los ojos ante el pensamiento. No podía fallar. No lo haría.
Esta noche vería el Inframundo y haría un plan. El hecho de que no pudiera
sacar una flor del suelo con magia no significaba que no pudiera usar otros
métodos. Métodos mortales. Solo tendría que tener cuidado. Necesitaría
guantes, era eso o mataría cada planta que tocara, y mientras el jardín
rumiaba, buscaría otras formas de cumplir el contrato.
O romperlo.
No sabía mucho sobre Hades, excepto lo que su madre y los mortales
creían sobre el dios. Era reservado, no le gustaban las intrusiones, y no le
gustaban los medios de comunicación.
Realmente iba a disgustarle lo que había planeado para hoy, y de
repente tuvo el pensamiento: ¿podría hacer que Hades se enojara lo
suficiente como para que la liberara de este contrato?
Perséfone pasó por la entrada de la universidad de Nueva Atenas. Se
trataba de un conjunto de seis columnas coronadas con un trozo de piedra
puntiaguda. Una vez dentro, se encontró en un patio. La Biblioteca de
Artemisa se alzaba frente a ella, un edificio de estilo panteón que había
tenido el placer de explorar en su primer año.
El campus era fácil de recorrer, ya que estaba diseñado como una
estrella de siete puntas, siendo la biblioteca una de ellas.
Perséfone siempre atravesaba el centro de la estrella, que era el Jardín
de los Dioses, un acre de tierra lleno de las flores favoritas de los Olímpicos
y estatuas de mármol. Aunque había recorrido este camino muchas veces
para ir a clase, hoy se sentía diferente. El jardín era como un opresor, las
flores, enemigas, sus olores se mezclaban en el aire; el denso aroma de
madreselva mezclado con el dulce olor de la rosa, asaltaban sus sentidos.
¿Hades esperaba que ella hiciera algo así de grandioso? ¿Realmente
la sentenciaría a cadena perpetua en el Inframundo si no cumplía con su
pedido en seis meses?
Conocía la respuesta. Hades era un dios estricto. Creía en las reglas

55
y los límites, y los había establecido ayer, sin siquiera temer la amenaza de
la ira de su madre.
Perséfone pasó junto al estanque de Poseidón y una imponente
estatua de un Ares muy desnudo con el yelmo en la cabeza y el escudo en
la mano. No era la única estatua de un dios desnudo en el jardín.
Normalmente lo pensaba poco, pero hoy su mirada se dirigió a los grandes
cuernos sobre la cabeza de Ares. Los suyos se sentían pesados bajo e l
glamour que llevaba. Había escuchado un rumor cuando se mudó a Nueva
Atenas de que los cuernos eran la fuente del poder divino. Perséfone deseaba
que eso fuera cierto. Ni siquiera se trataba de tener poder ahora. Se trataba
de libertad.
—Es solo que las Moiras han elegido un camino diferente para ti, mi flor
—dijo Deméter cuando la magia de Perséfone nunca se manifestó.
—¿Qué camino? —preguntó Perséfone—. ¡No hay camino, solo las
paredes de tu prisión de cristal! ¿Me mantienes escondida porque sientes
vergüenza?
—Te mantengo a salvo porque no tienes poder, mi flor. Hay una
diferencia.
Perséfone aún no estaba segura de qué tipo de camino habían
decidido las Moiras para ella, pero sabía que podía estar a salvo sin ser
encarcelada, y supuso que, en algún momento, Deméter había estado de
acuerdo, porque había dejado a Perséfone ir… aunque, en una correa larga.
—Madre —dijo.
Deméter apareció junto a su hija. Llevaba un glamour humano. No
era algo que hiciera a menudo. No era que a Deméter le disgustaran los
mortales, era increíblemente protectora con sus seguidores, simplemente
conocía su condición de diosa. La máscara mortal de Deméter no era tan
diferente de su apariencia Divina. Mantenía el mismo cabello liso, los
mismos ojos verdes brillantes, la misma piel luminosa, pero sus astas
estaban veladas. Eligió un vestido esmeralda ajustado y tacones dorados.
Para los espectadores, tenía toda la apariencia de una mujer de negocios
inteligente.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Perséfone.
—¿Dónde estabas ayer? —La voz de Deméter fue seca.
—Parece que ya crees saber la respuesta —respondió—. Entonces,
¿por qué no me lo dices?
—No trates esto con sarcasmo, querida. Esto es muy serio, ¿por qué
estuviste en Nevernight?
Perséfone trató de evitar que su corazón se acelerara.
—¿Cómo sabes que estuve en Nevernight?
¿La vio una ninfa?

56
—No importa cómo lo supe. Te hice una pregunta.
—Fui a trabajar, madre. También debo regresar hoy.
—Absolutamente no —dijo—. Necesito recordarte que una condición
de tu tiempo aquí fue que te mantengas alejada de los dioses. Especialmente
Hades.
Dijo su nombre como una maldición y Perséfone se estremeció.
—Madre, tengo que hacer esto. Es mi trabajo.
—Entonces lo dejarás.
—No.
Deméter parecía aturdida, y Perséfone estaba segura de que en sus
veinticuatro años nunca le había dicho a su madre que no.
—¿Qué dijiste?
—Me gusta mi vida, madre. He trabajado duro para llegar a donde
estoy.
—Perséfone, no necesitas vivir esta vida mortal. Te está… cambiando.
—Bien. Eso es lo que quiero. Quiero ser yo, sea lo que sea y tendrás
que aceptarlo.
El rostro de Deméter estaba helado como una piedra, y Perséfone
sabía lo que estaba pensando: No tengo que aceptar nada más que lo que
quiero.
—He escuchado tus advertencias sobre los dioses, especialmente
sobre Hades. ¿A qué le temes? ¿Que permita que me seduzca? Ten más fe
en mí.
Deméter palideció y siseó:
—Esto es serio, Perséfone.
—Hablo en serio, madre. —Consultó su reloj—. Tengo que irme.
Llegaré tarde a clase.
Perséfone esquivó a su madre y salió del jardín. Podía sentir la mirada
de Deméter quemándole la espalda mientras avanzaba.
Se arrepentiría de defenderse, estaba segura.
La pregunta era, ¿qué castigo elegiría la Diosa de la Cosecha?

La clase pasó en un borrón de notas furiosas y disertaciones

57
monótonas. Normalmente estaba atenta, pero tenía muchas cosas en la
cabeza. Su conversación con su madre estaba carcomiendo sus entrañas.
Aunque estaba orgullosa de defenderse, sabía que Deméter podría llevársela
de regreso al invernadero de cristal con un chasquido de dedos. También
estaba pensando en su conversación con Lexa y en cómo podría comenzar
a investigar para su artículo. Sabía que una entrevista sería esencial, pero
no estaba ansiosa por volver a estar en un espacio cerrado con él.
Todavía se sentía mal durante el almuerzo y Lexa se dio cuenta.
—¿Qué pasa?
Consideró cómo decirle a su amiga que su madre la estaba espiando.
Finalmente, dijo:
—Me enteré de que mi madre me ha estado siguiendo —dijo—. Ella…
más o menos se enteró de Nevernight.
Lexa puso los ojos en blanco.
—¿No se da cuenta de que eres una adulta?
—No creo que mi madre me haya visto nunca como una adulta.
Y no creía que lo hiciera nunca si seguía llamándola Kore.
—No dejes que te haga sentir mal por divertirte, Perséfone. Y,
definitivamente, no dejes que te impida hacer lo que quieres.
Pero era más difícil que eso. Obedecer significaba que podía
permanecer en el mundo de los mortales y eso es lo que quería, incluso si
no era tan divertido.
Después del almuerzo, llegaron a la Acrópolis. Lexa dijo que era para
ver dónde trabajaba, pero Perséfone sospechaba que quería echar un vistazo
a Adonis. Y lo consiguió, porque las interceptó cuando pasaban por la
recepción.
—Hola —dijo, sonriendo—. Lexa, ¿verdad? Es bueno verte otra vez.
Dioses. No podía culpar a Lexa ni un poco por caer bajo el hechizo de
Adonis. Este hombre era encantador y ayudaba que fuera notablemente
guapo.
Lexa sonrió.
—No podía creerlo cuando Perséfone me dijo que trabajaba contigo.
Qué casualidad.
Miró a Perséfone.
—Definitivamente fue una agradable sorpresa. Sabes lo que dicen,
mundo pequeño, ¿eh?
—Adonis, ¿vienes un momento? —llamó Demetri desde su puerta.
Todos miraron en su dirección.
—¡Voy! —dijo Adonis y miró a Lexa—. Ha sido bueno verte. Salgamos

58
todos alguna vez.
—Cuidado, haremos que cumplas eso —advirtió.
—Espero que lo hagas.
Adonis se marchó y Lexa miró a Perséfone.
—Dime… ¿es tan guapo como Hades?
Perséfone no quiso burlarse, pero no había comparación. Tampoco
quiso ofrecer un rotundo “No”.
Pero lo hizo.
Lexa arqueó una ceja y sonrió. Se inclinó hacia delante y le dio un
beso en la mejilla.
—Te veré esta noche. Ah, y asegúrate de hablar con Adonis. Tiene
razón, deberíamos salir juntos.
Cuando Lexa se fue, Perséfone depositó sus pertenencias en el
escritorio y fue a hacer café. Después del almuerzo, se sentía cansada y
necesitaba toda su energía para lo que estaba a punto de hacer.
Cuando regresó a su escritorio, Adonis salió de la oficina de Demetri.
—Entonces, sobre este fin de semana… —dijo.
—¿Este fin de semana? —cuestionó.
—Pensé que podríamos ir a las Pruebas —dijo—. Ya sabes, con Lexa.
Invitaré a Aro, Xeres y Sybil.
Las Pruebas eran unas competiciones en las que quienes participaban
esperaban representar su territorio en el próximo Pentatlón. Perséfone
nunca había estado, pero había visto y leído sobre ellas en el pasado.
—Oh… Bueno, en realidad, antes de discutir eso, esperaba que me
ayudaras con algo.
Adonis se animó.
—Seguro, ¿qué pasa?
—¿Alguien aquí ha escrito alguna vez sobre el Dios de los Muertos?
Adonis se rio y luego se detuvo.
—Oh, ¿hablas en serio?
—Mucho.
—Quiero decir, es un poco difícil.
—¿Por qué?
—Porque no es como si Hades obligara a los humanos a jugar con él.
Lo hacen de buena gana y luego afrontan las consecuencias.
—Eso no significa que las consecuencias sean correctas o incluso
justas —argumentó Perséfone.

59
—No, pero nadie quiere terminar en el Tártaro, Perséfone —dijo.
Eso parecía contradecir lo que Demetri le dijo en su primer día: que
Noticias Nueva Atenas siempre buscaba la verdad. Decir que estaba
decepcionada era quedarse corta, y Adonis debió notarlo.
—Mira… Si hablas en serio, puedo enviarte lo que tengo sobre él.
—¿Harías eso? —preguntó.
—Por supuesto —dijo con una sonrisa—. Con una condición: me dejas
leer el artículo que escribas.
No tenía problemas para enviar su artículo a Adonis y agradecía los
comentarios, por lo que dijo:
—Trato.
Adonis cumplió.
Poco después de que regresara a su escritorio, recibió un correo
electrónico con notas y grabaciones de voz que detallaban los acuerdos que
el dios había hecho con varios mortales. No todos los que escribieron o
llamaron fueron víctimas de Hades, algunos eran familias de víctimas cuyas
vidas se habían truncado debido a una negociación perdida.
En total, contó setenta y siete casos diferentes. Mientras leía y
escuchaba, surgió un hilo conductor de las entrevistas.
Todos los mortales que habían ido con Hades en busca de ayuda
necesitaban desesperadamente algo: dinero, salud o amor. Hades estaría de
acuerdo en conceder cualquier cosa que el mortal pidiera si ganaban contra
él en un juego de su elección.
Pero si perdían, estaban a su merced.
Y Hades parecía deleitarse en ofrecer un desafío imposible.
Una hora después, Adonis pasó a ver cómo estaba.
—¿Encontraste algo útil?
—Quiero entrevistar a Hades —dijo—. Hoy, si es posible.
Se sentía impaciente: cuanto antes publicara este artículo, mejor.
Adonis palideció.
—¿Quieres… qué?
—Me gustaría darle a Hades la oportunidad de ofrecer su versión de
las cosas —explicó. Todo lo que Adonis tenía de Hades era desde la
perspectiva de los mortales, y tenía curiosidad por saber cómo veía el dios
las apuestas, los mortales y sus vicios—. Ya sabes, antes de escribir mi
artículo.
Adonis parpadeó un par de veces y finalmente encontró sus palabras.
—No es así como funciona esto, Perséfone. No puedes simplemente
presentarte en el lugar de trabajo de un dios y exigir una audiencia. Hay…

60
hay reglas.
Ella arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Reglas?
—Sí, reglas. Tenemos que enviar una solicitud a su gerente de
relaciones públicas.
—¿Una solicitud que será denegada, supongo? —Adonis parecía
incómodo—. Mira, si vamos allí al menos podemos decir que intentamos
comunicarnos con él para hacer comentarios y se negó. No puedo escribir
este artículo sin intentarlo, y no quiero esperar.
No cuando puedo entrar a Nevernight a voluntad, pensó. Hades se
arrepentiría de besarla cuando viera cómo planeaba usarlo su favor.
Después de un momento, Adonis suspiró.
—Bueno. Le haré saber a Demetri que nos vamos.
Empezó a girarse y Perséfone lo detuvo.
—No le has… contado a Demetri sobre esto, ¿verdad?
—No que planeas escribir este artículo.
—¿Podemos mantenerlo en secreto? ¿Por ahora?
Sonrió.
—Sí, seguro. Lo que quieras, Perséfone.
Adonis estacionó en la acera frente a Nevernight. Su Lexus rojo
brillaba contra el fondo negro de la torre de obsidiana de Hades. Aunque
Perséfone estaba decidida a seguir adelante con esta entrevista, tuvo un
momento de duda. ¿Estaba siendo demasiado audaz al asumir que incluso
podría usar el favor de Hades de esta manera?
Adonis se acercó a ella.
—Se ve diferente a la luz del día, ¿eh?
—Sí —dijo distraídamente. La torre se veía diferente, más dura. Un
corte irregular en una ciudad resplandeciente.
Adonis intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada, por lo que llamó
y no ofreció tiempo para que alguien respondiera antes de retirarse.
—Parece que no hay nadie en casa.
Definitivamente no quería estar aquí, y Perséfone se preguntó por qué
dudaba en confrontar al dios cuando venía a su club con tanta frecuencia
por la noche.
Cuando Adonis se apartó de la puerta, Perséfone lo intentó y se abrió.
—¡Sí! —siseó para sí misma.
Adonis la miró perplejo.
—¿Cómo…? ¡Estaba cerrado!

61
Se encogió de hombros.
—Quizás no tiraste lo suficientemente fuerte. Vamos.
Cuando entró en Nevernight, escuchó a Adonis decir:
—Juro que estaba cerrado.
Bajó las escaleras y entró en el club ahora familiar. Sus tacones
repiquetearon contra el piso negro brillante y miró hacia la oscuridad del
techo alto, sabiendo que este piso podía verse desde la oficina de Hades.
—¿Hola? ¿Alguien en casa? —llamó Adonis.
Perséfone se encogió y resistió el impulso de decirle a Adonis que se
callara. Había tenido en la cabeza que subiría las escaleras a la oficina de
Hades y lo tomaría desprevenido. Sin embargo, no estaba tan segura de que
fuera una gran idea. Pensó en el día anterior, cuando él abrió la puerta
despeinado. Al menos si lo sorprendía, podría descubrir la verdad sobre lo
que fuera que estaba pasando entre él y Menta.
Hablando de Menta, la ninfa pelirroja emergió de la oscuridad de la
habitación. Llevaba un vestido negro entallado y tacones. Era tan hermosa
como la recordaba. La Diosa de la Primavera había conocido a muchas
ninfas y se había hecho amiga de ellas, pero ninguna parecía tan severa
como Menta. Se preguntó si ese era el resultado de servir al Dios del
Inframundo.
—¿Puedo ayudarte? —Tenía una voz acogedora y etérea, pero no
ocultaba la agudeza de su tono.
—Hola. —Adonis pasó junto a Perséfone, de repente encontró su
confianza y extendió la mano. Perséfone se sorprendió y se sintió un poco
frustrada cuando Menta tomó su mano y le ofreció una sonrisa—. Adonis.
—Menta.
—¿Trabajas aquí? —preguntó.
—Soy la asistente de lord Hades —respondió.
Perséfone miró hacia otro lado y puso los ojos en blanco. Asistente
parecía una palabra capciosa.
—¿De verdad? —Adonis parecía realmente sorprendido—. Pero eres
muy hermosa.
Realmente no era culpa de Adonis. Las ninfas tenían ese efecto en las
personas, pero Perséfone estaba en una misión y se estaba impacientando.
Adonis sostuvo la mano de Menta más de lo necesario hasta que
Perséfone se aclaró la garganta y él la soltó.
—Eh… Y esta es Perséfone. —Le hizo un gesto. Menta no dijo nada, ni
siquiera asintió—. Somos de Noticias Nueva Atenas.
—Entonces, ¿eres un reportero? —preguntó, sus ojos brillaron, y

62
Adonis probablemente lo tomó como interés en su ocupación, pero Perséfone
sabía que era lo contrario.
—De hecho, estamos aquí para hablar con Hades —dijo ella—. ¿Está
por aquí?
Los ojos de Menta la quemaron.
—¿Tienes una cita con lord Hades?
—No —dijo Perséfone.
—Entonces me temo que no puedes hablar con él.
—Oh, bueno, eso es una lástima —dijo Adonis—. Volveremos cuando
tengamos una cita. ¿Perséfone?
Ignoró a Adonis y miró a Menta.
—Informa a tu señor de que Perséfone está aquí y le gustaría hablar
con él. —Era una orden, pero Menta no se inmutó y sonrió, mirando a
Adonis.
—Tu compañera debe ser nueva y, por lo tanto, ignorar cómo funciona
esto. Mira, lord Hades no concede entrevistas.
—Por supuesto —dijo Adonis y envolvió sus dedos alrededor de las
muñecas de Perséfone—. Vamos, Perséfone. Te lo dije, hay un protocolo que
debemos seguir.
Perséfone miró los dedos de Adonis envueltos alrededor de su muñeca
y luego encontró sus ojos. No estaba segura de qué mirada le dirigió, pero
sus ojos ardían y la ira subía caliente en su sangre.
—Suéltame.
Sus ojos se abrieron y la soltó. Volvió su atención a Menta.
—No ignoro cómo funciona esto —dijo Perséfone—. Simplemente exijo
hablar con Hades.
—¿Exiges? —Menta cruzó los brazos sobre el pecho, las cejas se
elevaron hasta la línea del cabello, luego sonrió y fue perverso—. Bien. Le
diré que exiges verlo, pero solo porque me complacerá mucho escucharlo
rechazarte.
Giró sobre sus talones y se fundió en la oscuridad. Perséfone se
preguntó por un momento si realmente se lo diría a Hades o si enviaría a un
ogro a echarlos.
—¿Por qué Hades sabría tu nombre? —preguntó Adonis.
No lo miró y respondió:
—Lo conocí la misma noche que a ti.
Podía sentir sus preguntas construyéndose en el aire entre ellos. Solo
esperaba que no las pronunciara.

63
Menta regresó luciendo enojada, y eso llenó a Perséfone de alegría,
especialmente porque la ninfa había estado muy segura de que Hades los
rechazaría.
Levantó la barbilla y dijo con fuerza:
—Síganme.
Perséfone pensó en decirle a Menta que no necesitaba un guía, pero
Adonis estaba allí y ya tenía curiosidad. No quería que supiera que había
estado aquí ayer, o sobre su contrato con el Dios de los Muertos.
Ofreció una mirada a Adonis antes de seguir a Menta por el mismo
tramo de escaleras en caracol por las que había seguido a Hades hasta las
ornamentadas puertas doradas y negras de su oficina. Adonis lanzó un
silbido bajo.
Hoy se centró en el oro en lugar de las flores, pensando que era
apropiado que lo hubiera elegido. Era el Dios de los Metales Preciosos.
Menta no llamó antes de entrar en la oficina de Hades. Se adelantó,
sus caderas balanceándose. Quizás esperaba llamar la atención de Hades,
pero Perséfone sintió su mirada fija en ella en el momento en que entró en
la habitación. La siguió como una presa. Estaba cerca de las ventanas y se
preguntó cuánto tiempo había estado mirándolos abajo.
A juzgar por lo rígido que estaba, supuso que el tiempo suficiente.
A diferencia de ayer, cuando había exigido la entrada a Nevernight, la
apariencia de Hades era impecable. Un elegante abismo de oscuridad que la
habría aterrorizado si no estuviera tan enojada con él.
Menta hizo una pausa y asintió.
—Perséfone, milord.
Su tono había vuelto a adquirir ese tono sensual. Perséfone imaginó
que lo usaba cuando quería doblegar a los hombres a su voluntad. Quizás
olvidó que Hades era un dios. Se giró, volviéndose hacia Perséfone de nuevo,
parada justo detrás del dios.
—Y… su amigo, Adonis —agregó.
Fue ante la mención de Adonis, que los ojos de Hades finalmente
dejaron a Perséfone y se sintió liberada de un hechizo. La mirada de Hades
se deslizó hacia su acompañante y se oscureció antes de asentir con la
cabeza a Menta.
—Puedes retirarte, Menta. Gracias.
Una vez se fue, Hades se movió para llenar un vaso con un líquido
marrón de una jarra de cristal. No les pidió que se sentaran o si querían
hacerlo. No fue una buena señal. Tenía la intención de que esta reunión
fuera muy breve.

64
—¿A qué debo esta… intrusión? —preguntó.
Sus ojos se entrecerraron ante la palabra. Quería preguntarle lo
mismo, porque eso es lo que él había hecho, se había entrometido en su
vida.
—Lord Hades —dijo y sacó un cuaderno de su bolso. Había escrito los
nombres de todas las víctimas que habían llamado a Noticias Nueva Atenas
para presentar una denuncia—. Adonis y yo somos de Noticias Nueva
Atenas. Hemos estado investigando varias quejas sobre usted, y nos
preguntamos si querría hacer algún comentario.
Se llevó el vaso a los labios y bebió un sorbo, pero no dijo nada. A su
lado, Adonis soltó una risa nerviosa.
—Perséfone está investigando —dijo—. Solo estoy aquí… por apoyo
moral.
Ella lo fulminó con la mirada. Cobarde.
—¿Es esa una lista de mis delitos? —preguntó. Sus ojos estaban
oscuros y sin emoción. Se preguntó si así era como daba la bienvenida a las
almas a su mundo.
Ignoró su pregunta y leyó algunos de los nombres en la lista, después
de un momento, miró hacia arriba.
—¿Se acuerda de esta gente?
Tomó un lánguido sorbo de su licor.
—Recuerdo cada alma.
—¿Y todas las apuestas?
Entrecerró los ojos y la estudió un momento antes de preguntar:
—El punto, Perséfone. Ve al punto. No has tenido ningún problema
con eso en el pasado, ¿por qué ahora?
Sintió que Adonis la miraba y ella miró a Hades con el rostro
enrojecido por la ira. Hizo que pareciera que se conocían desde hacía más
de dos días.
—Aceptas ofrecer a los mortales lo que deseen si juegan contigo y
ganan.
—No todos son mortales y no todos los deseos —dijo.
—Oh, perdóname, eres selectivo en las vidas que destruyes.
Su rostro se endureció.
—Yo no destruyo vidas.
—¡Solo das a conocer los términos de tu contrato después de haber
ganado! Eso es un engaño.

65
—Los términos son claros, los detalles son míos para determinar. No
es un engaño, como lo llamas. Es una apuesta.
—Desafías su vicio. Dejas al descubierto sus secretos más oscuros…
—Desafío lo que está destruyendo su vida. Es su elección conquistar
o sucumbir.
Lo miró fijamente. Hablaba con tanta naturalidad, como si hubiera
tenido esta conversación miles de veces.
—¿Y cómo conoce su vicio? —preguntó.
Era la respuesta que había estado esperando, y ante la pregunta, una
sonrisa maliciosa cruzó el rostro de Hades. Lo transformó e insinuó al dios
debajo del glamour.
—Veo el alma —dijo—. Lo que la agobia, lo que la corrompe, lo que la
destruye y la desafía.
Pero, ¿qué ves cuando me miras?
Odiaba pensar que conocía sus secretos y ella no sabía nada sobre él.
Y luego estalló.
—¡Eres el peor tipo de dios!
Hades se estremeció, pero se recuperó rápidamente de su conmoción
cuando se derritió en ira.
—Perséfone… —advirtió Adonis, pero el cálido barítono de Hades lo
ahogó rápidamente.
—Estoy ayudando a estos mortales —argumentó, dando un paso
deliberado hacia ella.
—¿Cómo? ¿Ofreciendo un trato imposible? ¿Abstenerse de la adicción
o perder la vida? Eso es absolutamente ridículo, Hades.
—He tenido éxito —argumentó.
—¿Oh? ¿Y cuál es tu éxito? Supongo que no te importa, ya que ganas
de cualquier manera, ¿verdad? Todas las almas vienen a ti en algún
momento.
Su mirada se volvió pétrea y se movió para acortar la distancia entre
ellos, pero antes de que pudiera, Adonis se interpuso entre el dios y
Perséfone. Los ojos de Hades se encendieron y, con un movimiento de
muñeca, Adonis se quedó flácido y se desplomó en el suelo.
—¿Qué haces? —exigió, y comenzó a alcanzarlo, pero Hades la agarró
por las muñecas, manteniéndola en pie y atrayéndola hacia él. Contuvo la
respiración, no queriendo estar tan cerca, donde pudiera sentir su calor y
oler su aroma. Su aliento acarició sus labios mientras hablaba.
—Supongo que no quieres escuchar lo que tengo que decirte, no te
preocupes, no pediré un favor cuando borre su memoria.

66
—Oh, qué amable de tu parte —se burló ella, estirando el cuello para
encontrar su mirada. Estaba inclinado sobre ella, su agarre en sus muñecas
era lo único que evitaba que cayera de espaldas.
—Qué libertades se toma con mi favor, lady Perséfone. —Su voz era
baja, demasiado baja para este tipo de conversación. Era la voz de un
amante, cálida y apasionada.
—Nunca especificaste cómo tenía que usar tu favor.
Sus ojos se entrecerraron una fracción.
—No lo hice, aunque esperaba que supieras que no debes arrastrar a
este mortal a mi reino.
Fue su turno de entrecerrar los ojos.
—¿Lo conoces?
Hades ignoró la pregunta.
—¿Planeas escribir una historia sobre mí? Dime, lady Perséfone,
¿detallará tu experiencia conmigo? ¿Cómo me invitaste imprudentemente a
tu mesa, me rogaste que te enseñara a jugar a las cartas…?
—¡No rogué!
—Podrías hablar de cómo te ruborizas desde la cabeza a los pies en
mi presencia, cómo te hago perder el aliento…
—¡Cállate!
Mientras hablaba, se inclinó más cerca.
—¿Hablarás del favor que te he hecho, o estás demasiado
avergonzada?
—¡Detente!
Se apartó y la soltó, pero no había terminado.
—Puedes culparme por las decisiones que tomaste, pero eso no
cambia nada. Eres mía durante seis meses, y eso significa que, si escribes
sobre mí, me aseguraré de que haya consecuencias.
Trató con todas sus fuerzas de no temblar ante sus posesivas
palabras. Él parecía tranquilo mientras hablaba, y eso la puso nerviosa
porque tenía la clara impresión de que estaba cualquier cosa menos
tranquilo por dentro.
—Es cierto lo que dicen de ti —dijo, mientras su pecho subía y
bajaba—. No escuchas ninguna oración. No ofreces piedad.
El rostro de Hades permaneció en blanco.
—Nadie reza al Dios de los Muertos, milady, y cuando lo hacen, ya es
demasiado tarde.
Hades agitó la mano y Adonis se despertó, inhalando con fuerza. Se
sentó rápidamente y miró a su alrededor, cuando sus ojos se posaron en

67
Hades y se puso de pie.
—L-lo siento —dijo. Miró al suelo y no se encontró con la mirada de
Hades.
—No responderé más a tus preguntas —dijo Hades—. Menta os
mostrará la salida.
Hades se volvió. Mientras lo hacía, Adonis se puso en pie. Menta
apareció instantáneamente, el cabello y los ojos en llamas, clavados en
Perséfone. Tuvo el pensamiento fugaz de que ella y Hades serían una pareja
bastante intimidante y no le gustó.
Adonis y Perséfone se dieron la vuelta para marcharse.
—Perséfone. —La voz de Hades llamó su atención. Se detuvo en la
puerta y miró hacia atrás—. Agregaré tu nombre a mi lista de invitados esta
noche.
¿Todavía la esperaba esta noche? Su corazón se hundió en su
estómago. ¿Qué tipo de castigo agregaría a su sentencia por su indiscreción?
Tenía el contrato y ya le debía un favor.
Lo miró fijamente por un momento y toda su oscuridad pareció
desdibujarse, excepto por sus ojos, que ardían como un fuego en la noche.
Se volvió para salir de la oficina, ignorando la expresión de asombro
de Adonis.
Una vez que estuvieron fuera de Nevernight, Adonis dijo:
—Bueno, eso fue interesante.
Perséfone no estaba escuchando. Estaba demasiado distraída por lo
que había ocurrido en la oficina de Hades. Estaba consternada por el mal
uso del poder de Hades y su creencia corrupta de que estaba ayudando.
—¿Dijiste que solo conociste a Hades una vez antes? —preguntó
Adonis mientras subían a su auto.
—¿Eh? —preguntó.
—Hades, ¿lo has conocido una vez antes?
Lo miró un momento. Hades había dicho que borraría los recuerdos
de Adonis, pero ante esa pregunta, se preguntó si había funcionado.
—Sí —admitió vacilante—. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Parecía haber mucha tensión entre ustedes dos, como si… tuvieran
una historia.
¿Cómo fue que unas pocas horas de historia entre ellos se sintieron
como vidas? ¿Por qué invitó a Hades a la mesa? Sabía que lamentaría esa
decisión por el resto de su vida. Este tipo de trato tenía garras, y no había

68
forma de que saliera de esto sin cicatrices. Había demasiado en juego,
demasiado prohibido. La libertad de Perséfone estaba envuelta en esto, y la
amenaza venía de todos lados.
—¿Perséfone? —preguntó Adonis. Ella tomó aliento.
—No —dijo después de un momento—. No tenemos historia.
¿Q
ué te pones para un tour por el Inframundo?
Era la pregunta que Perséfone se estuvo haciendo desde
que salió de la oficina de Hades ese mismo día. Debería

69
haber hecho más preguntas como: ¿estarían haciendo
senderismo? ¿Qué clima hacía abajo? Estaba tentada a usar pantalón de
yoga solo para obtener una reacción de él, pero luego recordó que iría a
Nevernight primero y que tenían un código de vestimenta.
Al final, eligió un vestido corto plateado con un escote bajo y tacones
que brillaban a medida que caminaba.
Se bajó del autobús frente al club de Hades y se acercó a la entrada,
ignorando las miradas de celos de la increíblemente larga fila. El guardia de
seguridad no era Duncan, pero era un ogro. Perséfone se preguntó cómo
castigó Hades al monstruo por el trato que le dio. Tenía que admitir que se
sorprendió con el Dios de los Muertos en ese momento. No la defendió
porque fuera una diosa, sino porque era una mujer.
Y a pesar de sus muchos defectos, tenía que respetar eso.
—Mi nombre es... —empezó.
—No necesita presentarse, miladi —dijo el ogro.
Perséfone enrojeció y esperó que nadie en la fila pudiera oír. El ogro
se acercó y abrió la puerta, inclinando la cabeza. ¿Cómo la conocía esta
criatura? ¿Era el favor que Hades le había concedido? ¿Era visible de alguna
manera?
Se encontró con la mirada del ogro.
—¿Cómo te llamas?
La criatura se sorprendió y dijo:
—Mekonnen, miladi.
—Mekonnen —repitió y sonrió—. Llámame Perséfone, por favor.
Sus ojos se agrandaron.
—Miladi… no podría. Lord Hades, él podría…
—Hablaré con lord Hades —dijo, y colocó su mano en el brazo del
ogro—. Llámame Perséfone.
Mekonnen ofreció una sonrisa torcida y luego extendió su mano de
forma dramática, inclinándose por la cintura.
—Perséfone.
Se rio y negó. Le hablaría más tarde sobre la reverencia, pero por
ahora, si nunca más la llamaba “miladi”, lo vería como una victoria.
Entró en el club y se dirigió a la pista, pero justo cuando llegó al final
de los escalones, un sátiro se acercó a ella. Era guapo, y tenía cabello grueso
y oscuro, barba de chivo y cuernos oscuros que sobresalían de su cabeza.
Llevaba un traje negro.
—¿Lady Perséfone? —preguntó.

70
—Solo Perséfone —dijo—. Por favor.
—Disculpe, lady Perséfone, hablo como ordena lord Hades.
¿Iba a tener esta conversación con todos?
—Lord Hades no tiene nada que decir sobre cómo se debe dirigir a mí
—dijo y luego sonrió—. Será Perséfone.
Las comisuras de sus labios se curvaron.
—Ya me gustas. Soy Ilias. Lord Hades desea que me disculpe en su
nombre. Tiene otro compromiso y me ha sugerido que la acompañe a su
oficina. Promete que no tardará mucho.
Se preguntó qué lo retrasaba. Tal vez estaba sellando otro terrible
contrato con un mortal… o con Menta.
—Esperaré en el bar, entonces.
—Me temo que eso no servirá.
—¿Otra orden? —preguntó.
Ilias ofreció una sonrisa de disculpa.
—Me temo que esta debe ser obedecida, Perséfone.
Eso la molestó, pero no era culpa de Ilias. Sonrió al sátiro.
—Solo por ti, entonces. Lidera el camino.
Siguió al sátiro mientras caminaba entre la multitud y por el recorrido
familiar hacia la oficina de Hades. Se sorprendió cuando la siguió dentro y
caminó hasta el bar donde Hades se había servido más temprano ese día.
—¿Puedo ofrecerte algo? ¿Vino, tal vez?
—Sí, por favor… un Cab, si tienes.
Si iba a pasar la noche con Hades y en el Inframundo, quería un trago
en su mano.
—¡Enseguida!
El sátiro era tan alegre que le costaba creer que trabajaba para Hades.
Por otra parte, Antoni parecía venerar al dios. Se preguntó si Ilias sentía lo
mismo. Observó cómo seleccionaba una botella de vino y comenzaba a
descorcharla. Después de un momento, preguntó:
—¿Por qué sirves a Hades?
—No sirvo a lord Hades. Trabajo para él. Hay una diferencia.
Muy bien.
—¿Por qué trabajas para él, entonces?
—Lord Hades es muy generoso —explicó el sátiro—. No creas todo lo
que escuches sobre él. La mayor parte no es verdad.

71
Eso despertó su interés.
—Dime algo que no sea cierto.
El sátiro se rio mientras le servía el vino y deslizaba la copa por la
mesa.
—Gracias.
—Es un placer.
Él inclinó un poco su cabeza, colocando su mano contra su pecho.
Cuando la miró de nuevo, le sorprendió su seriedad.
—Dicen que Hades es protector de su reino, y aunque eso es cierto,
no se trata de poder. Se preocupa por su gente, la protege, y se toma como
algo personal si alguien resulta herido. Si le perteneces, destrozará el mundo
para salvarte.
Se estremeció.
—Pero yo no le pertenezco.
Ilias sonrió.
—Sí, lo haces, o no te estaría sirviendo vino en su oficina —El sátiro
se inclinó—. Si necesitas algo, solo tienes que decir mi nombre.
Con eso, Ilias se marchó y Perséfone se quedó en el silencio. Había
tanto en la oficina de Hades que la chimenea ni siquiera crepitaba. Se
preguntó si esto era una forma de castigo en el Tártaro. Definitivamente la
habría vuelto loca.
Después de un momento, caminó hacia la pared de ventanas que daba
al piso principal del club. Tuvo la extraña sensación de que así se sentían
los Olímpicos cuando se encontraban en las nubes y miraban a la tierra.
Estudió a los mortales abajo. A primera vista, vio grupos de amigos y
parejas, sus preocupaciones desterradas por la bebida en su mano. Para
ellos, esta era una noche de diversión y euforia. Una noche no muy diferente
a la que ella tuvo en su primera visita. Para otros, sin embargo, su visita a
Nevernight significaba esperanza.
Los seleccionó uno a uno. Se delataban por la forma en que miraban
con nostalgia la escalera de caracol que llevaba al segundo piso donde Hades
hacía sus tratos. Notó los hombros caídos de los estresados, el sudor
reluciente en las cejas de los ansiosos, la postura rígida de los desesperados.
La vista la entristeció, pero pronto serían advertidos para no caer en
los juegos de Hades. Se aseguraría de ello.
Se giró y sus ojos cayeron sobre el escritorio de Hades. Era un enorme
trozo de obsidiana, y parecía como si hubiese sido arrancado de la tierra y
pulido. Se preguntó si venía del Inframundo. Pasó sus dedos a lo largo de
su superficie lisa. A diferencia de su escritorio, que estaba cubierto de notas

72
adhesivas y personalizado con fotos, el suyo estaba libre de desorden. Se
decepcionó. Esperaba sacar algo útil del contenido, pero este ni siquiera
tenía cajones.
Suspiró y se dio la vuelta, recordando que Menta apareció por un
pasaje detrás del escritorio de Hades. Mirando ahora a la pared, no había
ninguna indicación de que existiera una puerta. Se acercó, inclinándose
para inspeccionar la pared sin fisuras.
La puerta probablemente respondía a la magia de Hades, lo que
significaba que debía responder a su favor. Pasó su mano por la superficie
lisa hasta que se hundió en la pared. Jadeó y se retiró rápidamente, con el
corazón latiendo fuerte en su pecho. Inspeccionó su mano por delante y por
detrás, pero descubrió que estaba bien.
La curiosidad la invadió entonces, y miró por encima del hombro antes
de volver a intentarlo. Esta vez, presionó más en la pared. Cedió como un
líquido, y cuando cruzó al otro lado, se encontró en un pasillo lleno de
arañas de cristal. La luz mantuvo sus pies en la sombra, y cuando dio un
paso adelante, cayó y aterrizó sobre algo afilado. El impacto le quitó el
aliento. En pánico, inhaló con dificultad hasta que su respiración volvió a la
normalidad. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había caído sobre
un escalón. La luz sobre su cabeza apenas llegaba al borde la escalera.
Luchó por ponerse de pie a pesar de un dolor agudo en su costado. Se
quitó los zapatos y los dejó atrás, bajando los empinados escalones.
Mantuvo una mano presionada en su costado y la otra en la pared, temiendo
que si volvía a caer se rompería las costillas.
Cuando llegó abajo le dolían las piernas y el costado. Más adelante,
una luz cegadora pero borrosa se filtraba en una abertura parecida a una
cueva. Tropezó hacia ella, y caminó directamente hacia un campo de hierba
verde y alta moteada con flores blancas y florecientes. A lo lejos, un palacio
de obsidiana se elevaba, era hermoso pero siniestro, como nubes llenas de
relámpagos y truenos. Cuando miró detrás de ella, descubrió que había
bajado por una gran montaña de obsidiana.
Entonces, esto es el Inframundo, pensó. Se veía normal, hermoso.
Como un mundo completamente diferente debajo del mundo. El cielo aquí
era inmenso y luminoso, pero no podía ver el sol, y el aire no era ni caliente
ni frío, aunque la brisa que movía la hierba y su cabello la hizo estremecerse.
También llevaba una mezcla de olores: flores dulces, especias y ceniza. Así
es como olía Hades también. Quería inhalarlo, pero incluso las respiraciones
superficiales le dolían después de su caída.
Se alejó de la base de la montaña, manteniendo los brazos cruzados
sobre el pecho, dudando en tocar las delicadas flores blancas por miedo a
que se marchitaran. Cuanto más lejos caminó, más se enojó con Hades. A
su alrededor había una vegetación exuberante. Parte de ella había deseado
que el Inframundo estuviera lleno de cenizas, humo y fuego, pero aquí

73
encontró... vida.
¿Por qué le encargó tal tarea si ya se destacaba en crearla?
Siguió avanzando sin otro destino que el palacio. Era lo único que
podía ver más allá del enorme campo. Le sorprendía que nadie hubiera ido
tras ella todavía. Había escuchado que Hades tenía un perro de tres cabezas
que vigilaba la entrada al Inframundo. Se preguntó si era su favor lo que la
ayudó a pasar a este lugar desconocido.
Excepto que deseaba que alguien viniera, porque cuanto más
caminaba y cuanto más respiraba, más le dolía el costado.
Pronto encontró su camino bloqueado por un río. Era una inquietante
masa de agua, oscura y turbulenta, y tan ancha que no podía distinguir lo
que había al otro lado.
Esto debe ser el Estigia, pensó. Marcaba los límites del Inframundo, y
se sabía que estaba custodiado por Caronte, un daimon, también conocido
como espíritu guía, que conducía almas al inframundo en su ferry, pero
Perséfone no vio ningún daimon y ni un ferry. Solo había flores, una
abundancia de narcisos derramados en la orilla del río.
¿Cómo se suponía que iba a cruzar esto? Miró hacia atrás, a la
montaña... Había llegado demasiado lejos para regresar ahora. Era una gran
nadadora, excepto que el dolor en su costado podía hacerla ir más despacio.
Aparte de lo extenso que era, se veía muy poco imponente, solo agua oscura
y profunda.
Se acercó a la orilla. Estaba mojada, resbaladiza y empinada. Las
flores que crecían a lo largo de la pendiente creaban un mar de color blanco,
un extraño contraste con el agua que parecía aceite. La probó con su pie
antes de deslizarse por completo en el río. El agua estaba fría y su
respiración se volvió dificultosa, lo que empeoró el dolor en su costado.
Justo cuando cruzaba el río a un ritmo decente, algo le agarró el
tobillo y tiró. Antes que pudiera gritar, fue arrastrada bajo el agua.
Perséfone pateó y arañó, pero cuanto más luchó, más fuerte fue el
agarre y más rápido se movía la cosa en lo profundo del río. Trató de
retorcerse para ver lo que la había agarrado, pero un espasmo de dolor la
hizo gritar y el agua se filtró en su boca y bajó por su garganta.
Entonces algo se aferró a su muñeca, y fue sacudida bruscamente
cuando la cosa que tiraba de sus pies se detuvo. Cuando miró lo que
sostenía su muñeca, gritó. Era un cadáver. Dos ojos vacíos la miraron
fijamente. Trozos de piel todavía se aferraban a partes de su esqueleto facial.
Estaba atrapada entre ambos mientras la subían y bajaban, estirando
su cuerpo hasta el punto del dolor. Pronto se les unieron dos más que se
agarraron a sus miembros restantes.
Sus pulmones ardían y le dolía el pecho, y sintió que la presión se

74
acumulaba detrás de sus ojos.
Voy a morir en el Inframundo.
Pero entonces uno de los muertos se soltó para atacar al otro y el resto
le siguió poco después. Perséfone aprovechó su oportunidad y nadó tan
rápido como pudo. Estaba débil y cansada, pero podía ver el extraño cielo
iluminando la superficie del río, y la libertad y el aire que prometía la
motivaron.
Irrumpió en la superficie justo cuando uno de los muertos la alcanzó.
Algo afilado le mordió el hombro y la arrastró de nuevo. Esta vez, se salvó
cuando alguien desde la orilla del río se las arregló para agarrar su muñeca.
Fue arrastrada del agua, la cosa muerta se liberó por la fuerza. Un grito la
atravesó y de repente no pudo tomar aire.
Sintió la tierra firme debajo de ella y una voz musical le ordenó que
respirara.
No pudo, era una combinación del dolor y agotamiento. Luego sintió
la presión de una boca contra la suya mientras el aire era empujado hacia
sus pulmones. Se dio la vuelta y gimió mientras el agua se derramaba en la
hierba. Cuando terminó, rodó sobre su espalda, exhausta.
Un rostro se asomó sobre el suyo. Era guapo y le recordaba al sol.
Tenía rizos dorados y la piel bronceada.
Pero eran sus ojos lo que más le gustó. Eran dorados y curiosos.
—Eres un dios —dijo, sorprendida.
Sonrió, mostrando un conjunto de hoyuelos a cada lado de su rostro.
—Lo soy.
—No eres Hades —dijo, confundida.
—No. —Parecía divertido—. Soy Hermes.
—Ah —dijo y apoyó su cabeza en el suelo.
—¿Ah?
—Sí, ah.
Sonrió.
—¿Así que has oído hablar de mí?
Ella puso los ojos en blanco.
—El Dios del Engaño y los Ladrones.
—Te ruego me disculpes, olvidaste mencionar el comercio, los
mercaderes, los deportes de carretera, los viajeros, los atletas, la heráldica...
—¿Cómo pude haber olvidado la heráldica? —preguntó
distraídamente, y luego tembló, mirando al cielo oscuro.
—¿Tienes frío? —preguntó él.

75
—Bueno, acabo de ser sacada de un río.
Se quitó la capa y la cubrió. La tela succionó su piel. Fue entonces
cuando recordó que llevaba un vestido corto y plateado para Nevernight y
se sonrojó.
—Gracias.
—Es un placer —dijo él, todavía mirándola—. ¿Debo adivinar quién
eres?
—Oh, sí, entretente —dijo ella.
Hermes pareció serio por un momento y se dio un golpecito en los
labios con el dedo.
—Hmm. Creo que eres la Diosa de la Frustración Sexual.
Perséfone lanzó una carcajada.
—Creo que esa es Afrodita.
—¿Dije frustración sexual? Me refería a la frustración sexual de
Hades.
Justo cuando las palabras salieron de su boca, el dios fue arrojado
hacia atrás. Su cuerpo hizo temblar el suelo debajo de ella al aterrizar,
arrojando tierra y rocas.
Perséfone se sentó a pesar del dolor y se giró para encontrar a Hades.
Estaba de pie, elevándose por encima de ella con su elegante traje negro.
Sus ojos eran oscuros y furiosos.
—¿Por qué hiciste eso? —exigió ella.
—Pones a prueba mi paciencia, diosa, y mi favor —dijo.
—¡Así que eres una diosa! —Hermes sonó triunfante y se levantó de
los escombros ileso.
Ella miró fijamente a Hades.
—Guardará tu secreto o se encontrará en el Tártaro.
Hermes se quitó la suciedad y las rocas de sus brazos y su pecho.
—Sabes, Hades, no todo tiene que ser una amenaza. Podrías intentar
preguntar de vez en cuando, como me pudiste haber pedido que me alejara
de tu diosa en vez de arrojarme a través del Inframundo.
—¡No soy su diosa! Y tú… —Perséfone miró a Hades. Las cejas de
Hermes se levantaron y se veía muy divertido. Se puso de pie con dificultad,
porque hasta ahora, había estado mirando a ambos desde el suelo—.
Podrías ser más amable con él. ¡Me salvó de tu río!
Una vez que se puso de pie, se arrepintió de haberse movido. Se sentía
mareada y con náuseas.
—¡No tendrías que haber sido salvada de mi río si me hubieras
esperado!

76
—Claro, porque estabas ocupado con otra cosa. —Puso los ojos en
blanco—. Me pregunto qué significa eso.
—¿Te traigo un diccionario?
Hermes se rio y Hades se giró hacia él.
—¿Por qué sigues aquí?
Perséfone se tambaleó. Hades se abalanzó, atrapándola antes de que
cayera al suelo. El impacto golpeó su costado y gimió.
—¿Qué pasa? —le exigió.
—Me caí en las escaleras. Creo que… —Tomó un respiro e hizo un
gesto de dolor—. Creo que me lastimé las costillas.
Cuando encontró su mirada, se sorprendió al ver que parecía
preocupado. Recordó las palabras de Ilias de antes, se lo toma como algo
personal si alguien resulta herido en su reino.
—Está bien —susurró—. Estoy bien.
Entonces Hermes dijo:
—También tiene un corte bastante feo en el hombro. —Y la
preocupación que había visto desapareció con su ira. Su mandíbula se
apretó, y levantó a Perséfone en sus brazos, con cuidado de no sacudirla.
—¿Adónde vamos?
—A mi palacio —dijo, y se teletransportó
—¿P
uedes sentarte? —preguntó Hades.
Abrió sus ojos para encontrar al Rey del Inframundo
mirándola. Había cerrado los ojos cuando se

77
teletransportaron porque usualmente la mareaba.
Asintió, y Hades la bajó al suelo y la ayudó a sentarse. Fue entonces
que se dio cuenta que estaba sobre una cama, una cama cubierta de
sábanas negras. Miró alrededor, descubriendo que la había traído a una
habitación. Le recordaba a Nevernight, con sus brillantes paredes y suelos
obsidianas, y, a pesar de todo el negro, la habitación de alguna manera
parecía acogedora. Quizá tenía que ver con la chimenea al otro lado de la
cama, la peluda alfombra a sus pies, o tal vez la pared de puertas francesas
que llevaban a un balcón con vista a un bosque de árboles de un intenso
verde.
Hades se arrodilló sobre el suelo frente a ella y sintió un poco de
pánico.
—¿Qué estás haciendo?
No dijo nada mientras quitaba la capa de Hermes de su cuerpo. No
había estado preparada o habría luchado, en cambio, se paralizó, expuesta
bajo la mirada de Hades. Se sentó sobre sus talones a medida que sus ojos
viajaban sobre su cuerpo. Permanecieron más tiempo sobre su hombro
herido, capturando todos los lugares a los que se aferraba su vestido
plateado. Llevó un brazo sobre su pecho, intentando mantener un poco de
modestia y entonces Hades se arrodilló, colocando sus brazos a cada lado
de ella. Desde este ángulo, su rostro esta nivelado con el suyo. Sintió su
aliento sobre sus labios cuando habló. Olía a whisky.
—¿Qué lado? —preguntó.
Mantuvo su mirada por un momento antes de alcanzar su mano y
presionarla a su lado. Estaba sorprendida por su audacia, pero
recompensada por su toque. Fue cálido y sanador. Gimió y se inclinó hacia
él. Si alguien entraba a su habitación en este punto, podrían pensar que él
estaba escuchando su corazón por la formar en la que estaba posicionado,
presionado entre sus piernas, la cabeza a un lado.
Tomó unas cuantas respiraciones profundas hasta que ya no sintió el
dolor de sus costillas maltratadas. Después de un momento, se giró hacia
ella, pero no se apartó.
—¿Mejor?
Su voz fue baja, un ronco susurro que rodó sobre su piel. Resistió la
urgencia de estremecerse.
—Sí.
—Tu hombro es el siguiente —dijo, poniéndose de pie.
Empezó a girar su cabeza para obtener un vistazo de la herida, pero
Hades la detuvo con una mano sobre su mejilla.
—No —dijo —. Es mejor si no miras.

78
Se apartó de ella y entró a la habitación adyacente. Escuchó el sonido
de agua corriendo. Mientras esperaba por él, se recostó sobre el costado,
ansiosa por cerrar sus cansados ojos.
—Despierta, querida mía. —La voz de Hades era como su toque,
cálida, atrayente. Se arrodilló ante ella de nuevo, borroso al principio, y
luego aclarándose.
—Lo siento —susurró.
—No te disculpes —dijo, y empezó a limpiar la sangre de su hombro.
—Puedo hacer esto —dijo, y empezó a levantarse, pero Hades la
mantuvo en su lugar y la miró a los ojos.
—Permíteme esto —dijo. Había algo… crudo y primitivo en sus ojos
con lo que supo que no podía discutir, así que asintió.
Su toque era gentil y cerró los ojos. Para que supiera que no estaba
dormida, hizo preguntas.
—¿Por qué hay gente muera en tu río?
—Son las almas que no fueron enterradas con monedas —dijo.
Abrió un ojo.
—¿Todavía haces eso?
Sonrió. Decidió que le gustaba cuando sonreía.
—No. Esas son almas antiguas.
—¿Y qué hacen? Aparte de ahogar a los vivos.
—Eso es todo lo que hacen —replicó, pragmático, y Perséfone
palideció. Entonces comprendió que ese era su propósito. Ningún alma
entra, ningún alma sale. Cualquiera que encontrara su forma de entrar al
Inframundo sin el conocimiento de Hades tendría que cruzar el Estigia y no
era probable que sobreviviera.
Hubo silencio después de eso. Hades terminó de limpiar su herida, y
una vez más, sintió su sanadora calidez irradiar a través de ella. Su hombro
tomó mucho más tiempo que sus costillas y se preguntó qué tan mala había
sido la herida.
Cuando terminó, colocó sus dedos debajo de su barbilla.
—Cámbiate —dijo.
—Yo… no tengo nada para cambiarme.
—Tengo algo —dijo, ayudándola a ponerse de pie. La llevó detrás de
una mampara y le tendió una bata de satén. Era corta y negra. Miró a la
pieza de tela y luego a él.
—¿Supongo que esto no es tuyo?

79
—El Inframundo está preparado para todo tipo de invitados.
—Gracias —dijo secamente—. Pero no creo que quiera usar algo que
una de tus amantes ha usado también.
Deseó que le hubiera dicho que no había amantes, pero en cambio
frunció el ceño y dijo:
—Es esto o nada en lo absoluto, Perséfone.
—No lo harías.
—¿Qué? ¿Desvestirte? Felizmente, y con mucho más entusiasmo del
que comprendes, miladi.
Pasó un momento fulminándolo con la mirada y entonces sus
hombros se hundieron. Estaba exhausta y frustrada, y no estaba interesada
en desafiar al dios. Le quitó la bata.
—Bien.
Le dio la privacidad que necesitaba para cambiarse. Salió de detrás de
la división en la bata e inmediatamente cayó bajo la mirada de Hades. La
contempló por un largo rato antes de aclararse la garganta, tomando su
vestido mojado y colgándolo sobre la mampara.
—¿Ahora qué? —preguntó.
—Descansas —dijo, y la levantó en sus brazos. Quiso protestar. La
había sanado y, a pesar de su cansancio, podía caminar, pero permaneció
en silencio, incapaz de hablar. Hades estaba mirándola y cargándola a su
cama. Sostuvo su mirada, incluso cuando la bajó y pasó las sábanas sobre
su cuerpo.
Sus ojos estaban pesados con sueño.
—Gracias —susurró y entonces notó el severo ceño de su rostro.
Frunciendo el ceño, dijo—. Estás enojado.
Se estiró para suavizar sus cejas fruncidas, trazando sus dedos a lo
largo del costado de su rostro, sobre su mejilla y a la comisura de sus labios.
No se relajó bajo su toque y lo retiró rápidamente. Cerró sus ojos, sin querer
ver su frustración.
—Perséfone —dijo.
—¿Qué? —preguntó, confundido.
—Deseo ser llamada solo Perséfone. No “lady”.
—Descansa —respondió —. Estaré aquí cuando despiertes.
No luchó contra el sueño que llegó.

80
Los ojos de Perséfone se sentían como lija cuando los abrió. Por un
momento, pensó que estaba en casa, en su cama, pero rápidamente recordó
que casi se había ahogado en un río en el Inframundo. Hades la había traído
a su palacio y ahora estaba en su cama.
Se sentó rápidamente, cerrando sus ojos contra el mareo. Cuando
pasó, abrió los ojos de nuevo y encontró a Hades sentado en una silla,
observándola. En una mano sostenía una copa de whisky, aparentemente
su bebida de preferencia. Se había quitado la chaqueta de su traje y llevaba
una camisa negra con las mangas enrolladas hacia arriba y la mitad de los
botones desabrochados. No pudo descifrar su expresión, pero sintió que
estaba enojado.
Hades tomó un trago del whisky y el fuego detrás de él crujió en el
silencio que se extendía entre ellos. En ese silencio, fue súper consciente de
la forma en la que su cuerpo estaba reaccionando a él. Ni siquiera estaba
haciendo nada, pero en esta habitación cerrada, podía olerlo, y eso encendió
un fuego en el fondo de su estómago.
Se encontró deseando que hablara, di algo para poder estar furiosa
contigo de nuevo, pensó. No pasó mucho antes de que aceptara.
—¿Por cuánto tiempo he estado aquí? —preguntó.
—Horas —respondió.
Sus ojos se ensancharon.
—¿Qué hora es?
Se encogió de hombros.
—Tarde.
—Tengo que irme —dijo, pero no se movió.
—Has venido hasta aquí. Permíteme ofrecerte un recorrido por mi
mundo.
Hades se puso de pie y su presencia pareció llenar la habitación. Se
tomó el resto de su whisky y luego caminó hacia donde estaba sentada sobre
la cama. Agarró las sábanas y las apartó. Mientras dormía, la bata que le
había dado se soltó, exponiendo una porción de piel blanca entre sus
pechos. La cerró, sus mejillas sonrojadas.
Hades pretendió no notarlo y extendió su mano. Ella la tomó, y esperó
a que se alejara cuando se puso de pie, pero permaneció cerca, y mantuvo
un agarre sobre sus dedos. Cuando finalmente lo miró, la estaba
observando.
—¿Estás bien? —Su voz era profunda y retumbó a través de ella.
Asintió.

81
—Mejor.
Entonces arrastró su dedo a lo largo de su mejilla, dejando un rastro
de calor.
—Confía en que estoy devastado porque hayas sido herida en mi reino.
Tragó saliva y se las arregló para decir:
—Estoy bien.
Siguió mirándola y luego sus gentiles ojos se endurecieron.
—Nunca ocurrirá de nuevo. Ven.
La llevó al balcón de su habitación y la vista era magnifica. Los colores
del Inframundo eran discretos, y aunque no tan brillantes como aquellos de
arriba, todavía hermosos. El cielo era gris y proveía un telón de fondo para
las montañas negras, que se fusionaban con un bosque de árboles
profundamente verdes. A la derecha, los árboles se disipaban y podía ver el
agua negra del Estigia serpenteando a través del alto césped.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Es hermoso —respondió, y pensó que lucía complacido—. ¿Creaste
todo esto?
Asintió solo una vez.
—El Inframundo evoluciona igual que el mundo de arriba.
Sus dedos seguían enlazados con los de él, y tiró, sacándola del
balcón, por una serie de escaleras que terminaban en uno de los jardines
más hermosos que había visto alguna vez. Glicinas de lavanda creaban una
bóveda sobre un camino de piedra oscura, y racimos de flores moradas y
rojas crecían salvajemente a cada lado del camino.
El jardín la impresionó y la enojó.
Se giró hacia Hades, apartando su mano de la de él.
—¡Bastardo!
—Apodos, Perséfone —advirtió.
—No te atrevas. Esto… ¡esto es hermoso!
Hizo que su corazón doliera y era algo que anhelaba crear. Miró más
tiempo, encontrando nuevas flores, rosas de un azul oscuro, peonías
rosadas, sauces y árboles con hojas morado oscuro.
—Lo es —concordó él.
—¿Por qué me pedirías crear vida aquí? —Intentó evitar que su voz
sonara deprimida, pero no pudo lograrlo, de pie en el centro de su sueño
manifestado fuera de su cabeza. La contempló por un momento, y entonces,
con un movimiento de su mano, las rosas, peonías y sauces desaparecieron.
En su lugar no había nada más que tierra desolada. Miró a Hades.

82
—Es ilusión —dijo él—. Si es un jardín lo que deseas crear, entonces
verdaderamente será la única vida aquí.
Miró fijamente medio impresionada, medio disgustada a la tierra ante
ella. Entonces, ¿toda esta hermosura era la magia de Hades? ¿Y la mantenía
sin esfuerzo? Era ciertamente un dios poderoso.
Llamó a la ilusión de regreso y continuaron caminando a través del
jardín. Mientras seguía a Hades, recordó el tiempo que pasaba en el
invernadero de vidrio donde las flores de su madre brotaban tan fácilmente
y la promesa que había hecho de nunca regresar. Ahora comprendió que
solo intercambiaría una prisión por otra si fallaba en cumplir los términos
de su contrato.
Finalmente, llegaron a una pared de piedra baja donde una parcela
de tierra permanecía estéril y el suelo a sus pies era del color de la ceniza.
—Puedes trabajar aquí —dijo.
—Todavía no entiendo —dijo Perséfone, y Hades la miró—. Ilusión o
no, tienes toda esta belleza. ¿Por qué demandar esto de mí?
—Si no deseas completar los términos de nuestro contrato, solo tienes
que decirlo, lady Perséfone —dijo Hades—. Puedo tener una habitación
preparada para ti en menos de una hora.
—No nos llevamos lo suficientemente bien para ser compañeros de
piso, Hades. —Él lucía entretenido y levantó su barbilla—. ¿Qué tan a
menudo tengo permitido venir aquí y trabajar?
—Tan a menudo como quieras —dijo—. Sé que estás ansiosa por
completar tu misión.
Apartó la mirada y luego se inclinó para recoger un puñado de arena.
Era sedosa y cayó a través de sus dedos como agua. Consideró cómo
plantaría el jardín. Su madre podría crear semillas y germinarlas de la nada.
Perséfone no podía tocar una planta sin que se marchitara. Quizá podría
convencer a Deméter para que le diera unas cuantas de sus propias
semillas. La magia divina tendría una mejor oportunidad en esta tierra que
nada de lo que una mortal podría ofrecer.
Reflexionó su plan, y cuando se puso de pie, encontró a Hades
mirándola de nuevo. Estaba acostumbrándose a esa mirada, pero todavía la
hacía sentir expuesta. No ayudaba que solo usara la bata negra.
—¿Y… cómo entraré al Inframundo? —preguntó—. Estoy asumiendo
que no deseas que regrese de la forma en la que llegué.
—Hmm —dijo, ladeando su cabeza a un lado, como considerando algo.
Solo lo había conocido por tres días, pero lo había visto hacer esto antes,
cuando estaba particularmente entretenido. Era un movimiento que hacía
cuando ya sabía cómo iba a actuar.
Incluso con ese conocimiento, estaba sorprendida cuando la tomó por

83
los hombros y la tiró contra él. Sus brazos se dispararon, encajando contra
su pecho. Cuando sus labios se encontraron con los de ella, perdió su agarre
sobre la realidad. Sus piernas cedieron, y los brazos de Hades se deslizaron
a su alrededor, sosteniéndola más fuerte. Su boca fue caliente y
consumidora. La besó con todo, sus labios, dientes y lengua, y le respondió
con la misma pasión, y aunque sabía que no debería alentarlo, su cuerpo
tenía mente propia.
Cuando sus manos se movieron por su pecho y alrededor de su cuello,
Hades hizo un profundo sonido en su garganta que la emocionó y la asustó.
Entonces se estaban moviendo y sintió la pared de piedra a su espalda.
Cuando la levantó del suelo, envolvió sus piernas alrededor de su cintura.
Era mucho más alto que ella, y esta posición le permitió trazar su mandíbula
con sus labios, morder su oreja y besar su cuello. La sensación la hizo
jadear, y se arqueó contra él, metiendo sus dedos a través de su cabello,
soltando el lazo que sostenía sus oscuras hebras en su lugar, y cuando sus
manos se movieron bajo su vestido, rozando suave piel sensible, gritó,
agarrando su cabello en sus manos.
Ahí fue cuando Hades se alejó. Sus ojos estaban encendidos con una
necesidad que sintió en lo profundo de su núcleo, y lucharon por recuperar
su aliento. Por un largo momento, permanecieron quietos. Las manos de
Hades seguían debajo de su bata, agarrando sus muslos. Ninguno de los
dos estaba seguro de qué hacer, no lo iba a detener si continuaba. Sus dedos
estaban peligrosamente cerca de su núcleo, y sabía que podía sentir su
calor. Aun así, si cedía ante esta necesidad, no podía decir cómo se podría
sentir después, y por alguna razón, no quería arrepentirse de Hades.
Tal vez él también sintió eso, porque quitó sus dedos de su carne y la
bajó al suelo. Su oscuro cabello caía en ondas por sus hombros y creó un
halo oscuro alrededor de su rostro.
—Cuando entres a Nevernight, solo tienes que chasquear tus dedos y
serás traída aquí.
El color se drenó de su rostro y dejó de respirar por un momento. Por
supuesto, pensó. Estaba concediendo favor. En las secuelas de su beso,
Perséfone se sintió avergonzada. ¿Por qué había permitido esto? ¿Por qué
había permitido que las cosas se pusieran tan intensas? Sabía que no debía
confiar en el Dios del Inframundo, ni siquiera en su pasión.
Intentó alejarse, pero él no cedió.
—¿No puedes ofrecer un favor de otra forma? —espetó.
Lucía entretenido.
—No pareció importarte.
Se sonrojó y tocó sus labios hormigueantes con dedos temblorosos.
Los ojos de Hades destellaron, y, por un momento, pensó que podría
retomarlo donde lo dejaron.

84
Y no podía dejar que eso ocurriera.
—Debería irme —dijo.
Hades asintió una vez, entonces envolvió su brazo alrededor de su
cintura.
—¿Qué estás haciendo? —demandó.
Hades chasqueó sus dedos. El mundo cambió, y estaban en la
habitación de ella. Seguía oscuro fuera, pero el reloj junto a su cama
marcaba las cinco de la mañana. Tenía una hora antes de tener que
levantarse y prepararse para el trabajo.
—Perséfone. —La voz de Hades fue un gruñido bajo y lo miró a los
ojos—. Nunca traigas a un mortal a mi reino de nuevo, especialmente a
Adonis. Mantente alejada de él.
Entrecerró sus ojos.
—¿Cómo sabes sobre él?
—Eso no es relevante.
Intentó apartarse de él, pero la mantuvo donde estaba, presionada en
su contra.
—Trabajo con él, Hades —dijo—. Además, no puedes darme órdenes.
—No te estoy dando órdenes —dijo—. Estoy pidiendo.
—Pedir implica que hay una opción.
No estaba segura de que fuera posible, pero Hades la sostuvo más
fuerte. Su rostro estaba a centímetros del de ella, y encontró difícil mirarlo
a los ojos porque su mirada seguía cayendo a sus labios, el recuerdo del
beso que habían compartido en el jardín, un fantasma sobre sus labios.
Cerró sus ojos contra eso.
—Tienes una opción —dijo—. Pero si lo escoges, te tomaré y puede
que no te deje abandonar el Inframundo.
Sus ojos se abrieron y lo miró con desprecio.
—No lo harías —dijo entre dientes.
Hades se rio, inclinándose de forma que cuando habló, su aliento
acarició sus labios.
—Oh, querida. No sabes de lo que soy capaz.
Entonces se había ido.

85
L
exa se sentó frente a Perséfone afuera de El Narciso
Amarillo. Habían caminado al bistró desde su
apartamento para desayunar antes de tomar caminos
separados, Perséfone a la Biblioteca de Artemisa y Lexa al

86
Estadio Talaria para encontrarse con Adonis y sus amigos
para un día de las Pruebas.
Mantente alejada de él. La voz de Hades resonó en su cabeza, como si
su boca estuviera contra su oreja. Se estremeció. A pesar de la advertencia
de Hades, Perséfone habría ido con Lexa, pero tenía un dios que investigar,
un jardín que plantar, y un acuerdo que ganar. Aun así, se preguntaba por
qué Hades desaprobaba a Adonis. ¿El Dios del Inframundo sabía que su
advertencia solo la haría sentirse más curiosa?
—Tus labios están magullados —dijo Lexa.
Perséfone cubrió su boca con sus dedos. Había intentado cubrir la
decoloración con base y labial.
—¿A quién besaste?
—¿Por qué piensas que besé a alguien? —preguntó Perséfone.
—No sé si besaste a alguien. Tal vez alguien te besó. —Perséfone se
sonrojó, alguien la había besado, pero no por la razón que Lexa estaba
pensando. Solo estaba concediéndome un favor, se recordó Perséfone. Haría
casi lo que fuera para asegurarse que no lo molestaras de nuevo. Eso incluía
ofrecerle un atajo a su reino.
No se permitiría romantizar al Dios de los Muertos.
Hades es el enemigo, se recordó. Es tu enemigo. Te engañó a un
contrato. Te desafió a usar poderes que no tienes. Te aprisionará si fallas en
crear vida en el Inframundo.
—Solo estoy adivinando, ya que dejaste el apartamento a las diez
anoche y no regresaste a casa hasta como las cinco de esta mañana.
—¿C… cómo supiste eso?
Lexa sonrió, pero Perséfone pudo notar que su amiga estaba un poco
herida por su carácter furtivo.
—Supongo que ambas tenemos secretos —dijo y admitió—: Estaba
despierta hablando con Adonis. Te escuché entrar.
Lo que había escuchado era a Perséfone entrando de puntillas a la
cocina por agua después de que Hades la había teletransportado a su
habitación.
—Oh. ¿Adonis y tú están hablando?
Fue el turno de Lexa de sonrojarse y Perséfone estuvo feliz de poder
redirigir esta conversación, incluso si no estaba segura sobre cómo sentirse
sobre su mejor amiga saliendo con su colega. Además, todavía tenía que
averiguar por qué le disgustaba a Hades. ¿Era simplemente porque lo había
llevado a Nevernight o algo más?
—No significa nada —dijo, y supo que Lexa solo estaba intentando

87
mantener sus expectativas bajas. Había pasado un largo tiempo desde que
había estado interesada en alguien. Había caído duro y rápido por su primer
novio de escuela, un luchador llamado Alec. Había sido increíblemente
apuesto y encantador… hasta que no lo fue. Lo que Lexa al principio pensó
que era proteccionismo, pronto se volvió controlador. Las cosas escalaron
hasta que una noche le gritó por salir con Perséfone y la acusó de engañarlo.
En ese punto, decidió que las cosas tenían que terminar.
Después de eso, Lexa supo que Alec no le había sido fiel en absoluto.
Toda la cosa había roto su corazón y hubo un tiempo en que Perséfone
dudaba que Lexa se recuperase alguna vez.
—Estábamos haciendo planes para hoy y solo… seguimos hablando
—continuó Lexa—. Es muy interesante.
Perséfone pensó que eso era curioso. Sentía que Lexa era la persona
más interesante que había conocido alguna vez. La chica era una reina de
belleza con una manga de tatuajes. También era una bruja y una jugadora.
Tenía una obsesión con el maquillaje, la moda, y los dioses.
—¿Sabías que fue adoptado? Por eso se hizo periodista. Quiere
encontrar a sus padres biológicos.
Perséfone negó. No sabía nada sobre Adonis, excepto que trabajaba
en Noticias Nueva Atenas, y tenía acceso regular a Nevernight, lo que era
irónico considerando que a Hades realmente parecía no gustarle el mortal.
—No puedo imaginar cómo es —dijo Lexa distraídamente—. Existir en
el mundo sin saber realmente quién eres.
No podía saber lo dolorosas que eran esas palabras. El acuerdo que
Hades había forzado sobre ella le había recordado justo eso.
Tomó un café para llevar y luego se dirigió a la Biblioteca de Artemisa.
Había varias hermosas habitaciones de lectura nombradas por las Nueve
Musas Griegas. A Perséfone le gustaban todas, pero siempre había estado
atraída a la Habitación de Melpómene, a la que entró. No estaba segura de
por qué estaba nombrada con la Musa de la Tragedia, excepto que una
estatua de la diosa permanecía en el centro de la habitación oval. Luz se
derramaba a través de un techo de vidrio, vertiéndose sobre varias mesas
largas y áreas de estudio.
Había venido aquí en busca de un libro, y mientras buscaba, pasó sus
dedos sobre la encuadernación de cuero y la inscripción de oro. Finalmente,
encontró lo que estaba buscando: Lo Divino: Poderes y Símbolos.
Llevó el volumen a una de las mesas y se sentó, abriendo el polvoriento
libro, volteando las páginas hasta que encontró su nombre en llamativas
letras sobre la cima de la página.
Hades, Dios del Inframundo.
Solo ver su nombre hizo que su corazón se acelerara. La entrada

88
incluía un boceto del perfil del dios, que Perséfone trazó con las puntas de
sus dedos. Nadie lo reconocería en persona por esta foto porque era
demasiado oscura, pero podía ver facciones familiares, el arco de su nariz,
su mandíbula, las hebras de su largo cabello hasta sus hombros.
Sus ojos cayeron a la información escrita sobre la página, la cual
detallaba cómo Hades se volvió el Dios del Inframundo. Luego de la derrota
de los Titanes, él y sus dos hermanos menores echaron a suertes, a Hades
le fue dado el Inframundo, a Poseidón el Océano, y a Zeus los Cielos, lo que
le daba igual acceso a la tierra.
A menudo olvidaba que los tres dioses tenían el mismo poder sobre la
tierra, mayormente porque Hades y Poseidón no se aventuraban a menudo
fuera de sus propios reinos. El descenso de Zeus al mundo mortal había
sido un recordatorio, y Hades y Poseidón no iban a permanecer al margen
mientras su hermano tomaba control de un reino al que todos tenían acceso.
Aun así, Perséfone no había considerado lo que eso significaba para los
poderes de Hades. ¿Compartía algunas de las habilidades de su madre?
Continuó leyendo y cuando llegó a la lista de los poderes de Hades,
sus ojos se ensancharon, y no pudo especificar si estaba más asustada o
impresionada por él.
Hades tenía muchos poderes, pero sus principales y más poderosas
habilidades eran la necromancia, incluyendo la reencarnación,
resurrección, transmigración, sentir la muerte y remoción del alma. Debido
a su pertenencia en el reino terrenal, también podía manipular la tierra y
sus elementos, y tenía la habilidad de atraer metales preciosos y joyas del
suelo.
Rico, sin duda.
Los poderes adicionales incluían encanto, la habilidad de influenciar
a mortales y a dioses menores a su voluntad, así como invisibilidad.
¿Invisibilidad?
Eso puso a Perséfone bastante nerviosa. Iba a tener que sacarle una
promesa de que nunca usaría ese poder con ella.
Volteó la página y encontró información de los símbolos de Hades y el
Inframundo.
Los narcisos son sagrados para el Señor de los Muertos. La flor, a
menudo de colores blanco, amarillo o anaranjado, tiene una pequeña corona
en forma de taza y crece en abundancia en el Inframundo. Son un símbolo de
renacimiento. Se dice que Hades escogió la flor para darle a las almas
esperanza de lo que viene cuando sean reencarnadas.
Perséfone se recostó en su silla. Este dios no parecía como el dios que
había conocido unos cuantos días atrás. Ese dios colgaba la esperanza ante
los mortales en la forma de fortuna. Ese dios hacía del dolor un juego. El
descrito en este pasaje sonaba compasivo y bondadoso. Se preguntó qué

89
había pasado en el tiempo desde que Hades había escogido su símbolo.
He tenido éxito, había dicho.
Pero, ¿qué significaba eso?
Decidió que tenía más preguntas para Hades.
Cuando terminó de leer el pasaje sobre el Inframundo, hizo una lista
de las flores mencionadas en el texto, asfódelos, acónito, prímulas, narcisos,
y entonces encontró un libro sobre variedades de plantas que usó para
tomar cuidadosas notas, asegurándose de incluir cómo cuidar de cada flor
y árbol, haciendo una mueca cuando las instrucciones nombraban la luz
del sol directa. ¿El opaco cielo de Hades sería suficiente? Si fuera su madre,
la luz no importaría. Podría hacer crecer una rosa en una tormenta de nieve.
Por otra parte, si fuera su madre, un jardín ya estaría creciendo en el
Inframundo.
Cuando terminó, llevó su lista a una floristería y pidió semillas.
Cuando el empleado, un hombre mayor con salvaje cabello ralo y una larga
barba blanca llegó al narciso, levantó la mirada y dijo:
—No tenemos el símbolo de Hades aquí.
—¿Por qué no? —preguntó, más que nada curiosa.
—Mi niña, pocos invocan el nombre del rey de los Muertos, y cuando
lo hacen, giran sus cabezas.
—Suena como que no tiene ningún deseo de unirse a los muertos en
Asfódelos —dijo.
El empleado palideció, y Perséfone se fue con unas cuantas flores de
más, un par de guantes y una pequeña pala. Esperó que los guantes
evitaran que su toque matara a las semillas antes que las pusiera en el
suelo.
Después de dejar la tienda, se encontró en la de Nevernight por tercer
día consecutivo. Era lo suficientemente temprano para que nadie estuviera
esperando para entrar al club. Cuando se acercó, las puertas se abrieron, y
una vez que entró, respiró hondo y chasqueó sus dedos como Hades le había
mostrado. El mundo cambió a su alrededor y se encontró en el Inframundo,
en el mismo lugar donde Hades la había besado.
Su cabeza giró por unos momentos. Nunca se había teletransportado
por su cuenta, siempre usaba magia prestada. Esta vez, era la magia de
Hades que se aferraba a su piel. Era desconocida pero no desagradable, y
permaneció en su lengua, suave y rica como su beso. Se sonrojó ante el
recuerdo, volvió rápidamente su atención a la tierra baldía a sus pies e hizo
un plan de cómo plantaría.
Empezaría cerca de la pared y plantaría el acónito primero, la flor más
alta que florecería morada. Entonces se movió hacia el asfódelo, que
florecería blanco. Las prímulas eran las siguientes y crecerían en racimos

90
de rojo. Cuando tuvo un plan, se puso de rodillas y empezó a cavar. Colocó
la primera semilla en el suelo y la cubrió con delgada tierra.
Una menos.
Varias más restantes.
Perséfone trabajó hasta que sus brazos y rodillas dolieron. Sudor
cubría su frente y lo limpió con el dorso de la mano. Cuando terminó, se
sentó sobre sus talones y analizó su trabajo. No podía describir con
exactitud cómo se sentía, contemplando el grisáceo terreno, excepto que
algo oscuro e inquietante bordeaba sus pensamientos.
¿Y si no podía hacer esto? ¿Y si fallaba en cumplir los términos de este
contrato? ¿Realmente estaría atrapada aquí, en el Inframundo, para siempre?
¿Su madre, una poderosa diosa en su propio derecho, lucharía por su libertad
cuando descubriera lo que Perséfone había hecho?
Empujó esos pensamientos a un lado. Esto iba a funcionar. Podría no
ser capaz de cultivar un jardín con magia, pero nada iba a detenerla de
intentarlo de la forma mortal… excepto su toque letal. Tendría que esperar
unas cuantas semanas para descubrir si los guantes funcionaban.
Recogió la regadera que había comprado en la floristería y miró
alrededor. Tenía que haber un lugar cerca para llenarla. Su mirada cayó
sobre la pared del jardín. Podría darle suficiente altura para localizar una
fuente o un río.
Cuidadosa de no perturbar sus recién plantadas semillas, se las
arregló para escalar la pared. Como todo lo demás que Hades poseía, era
obsidiana y casi parecía una viciosa erupción volcánica. Trepó por los
ásperos bordes cuidadosamente, solo cayendo una vez, pero se recuperó a
pesar del corte en su palma.
Siseó por la puñalada de dolor, cerrando sus dedos sobre la pegajosa
sangre y finalmente llegó a la cima.
—Oh.
Perséfone había vislumbrado el Inframundo ayer, y todavía se las
arreglaba para sorprenderla. Más allá de la pared había un campo de alto
césped verde. Se extendía por lo que parecía millas antes de terminar en un
bosque de árboles de ciprés. Cortando a través del prolongado césped había
un río corriendo. Desde esta distancia, no podía ver con exactitud el color
del agua, pero sabía que no era negra como el Estigia. Era consciente de que
había varios ríos en el Inframundo, pero demasiado ignorante de su
geografía para siquiera adivinar cuál podría ser el del campo más allá.
Aun así, no importaba, agua era agua.
Bajó la pared y empezó a cruzar el campo, regadera en mano. El alto
césped arañaba sus brazos y piernas. Mezcladas con la hierba había

91
extrañas flores silvestres naranjas que nunca antes había visto. De vez en
cuando una brisa agitaba el aire. Olía a fuego, y aunque no era
desagradable, era un recordatorio de que, aunque estaba rodeada de belleza,
seguía en el Inframundo.
Mientras caminaba a través del césped, se topó con una brillante
pelota roja.
Extraño, pensó. Era más grande que una pelota normal, casi del
tamaño de su cabeza, y cuando se inclinó para recogerla, escuchó un
gruñido bajo. Cuando levantó la mirada, un par de ojos negros miraron de
regreso.
Gritó y tropezó hacia atrás, pelota en mano. Uno, no, tres dóberman
negros estaban de pie frente a ella. Entonces notó que sus miradas estaban
enfocadas sobre la pelota roja que sostenía en la mano. Sus gruñidos se
volvieron lloriqueos mientras más tiempo la sostenía.
—Oh —dijo, mirando a la pelota—. ¿Quieren jugar?
Los tres perros se sentaron, lenguas colgando fuera de sus bocas.
Eran animales aparentemente poderosos con brillante pelaje negro y orejas
recortadas.
Lanzó la pelota y los tres salieron disparados. Se rio mientras los
observaba caer sobre el otro, corriendo para reclamarla. No pasó mucho
antes de que los tres regresaran, la pelota en la boca del de en medio. El
perro la dejó caer a sus pies y entonces los tres se volvieron a sentar
obedientemente, esperando que la lanzara de nuevo. Se preguntó quién los
había entrenado.
Lanzó la pelota de nuevo y continuó hasta que alcanzó el río. A
diferencia del Estigia, el agua en este río era clara y corría sobre rocas que
lucían como piedras lunares. Era hermosa, pero justo cuando se movió para
recoger agua, una mano se posó sobre su hombro y tiró de ella hacia atrás.
—¡No!
Perséfone cayó y levantó la mirada hacia el rostro de una diosa.
—No recojas aguas del Lete —dijo. A pesar de la orden, su voz era
cálida. La diosa tenía largo cabello negro, la mitad echado hacia atrás y el
resto caía sobre sus hombros, más allá de su cintura. Vestía ropa antigua,
un peplo escarlata y una capa negra. En sus sienes, un par de pequeños
cuernos negros brotaban de su cabeza, y usaba una corona dorada. Tenía
un hermoso pero severo rostro, cejas arqueadas acentuaban sus ojos
almendrados en un rostro cuadrado.
Tras ella estaban los tres dóberman.
—Eres una diosa —dijo Perséfone, poniéndose de pie y la mujer
sonrió.
—Hécate —dijo, inclinando su cabeza.
Perséfone sabía un montón sobre Hécate por Lexa. Era la Diosa de la

92
Brujería y la Magia. También era una de las pocas diosas que Deméter en
realidad admiraba. Tal vez tenía algo que ver con el hecho de que no era una
Olímpica. En cualquier caso, Hécate era conocida como una protectora de
mujeres y los oprimidos, una cuidadora a su propia manera, aunque
prefería la soledad.
—Soy…
—Perséfone —dijo, sonriendo —. He estado esperando conocerte.
—¿Lo has hecho?
—Oh, sí. —Y entonces ofreció una risa, lo que pareció hacerla brillar—
. Desde que caíste en el Estigia y ocasionaste un alboroto a lord Hades. —
Perséfone se sonrojó—. Lamento asustarte, pero, como estoy segura que has
aprendido, los ríos del Inframundo son peligrosos, incluso para una diosa
—explicó Hécate—. El Lete te robará tus recuerdos. Hades debió haberte
dicho eso. Lo reprenderé más tarde.
Se rio ante la idea de Hécate reprendiendo a Hades.
—¿Puedo verlo?
—Oh, solo pensaría en reprenderlo frente a ti, querida mía.
Se sonrieron la una a la otra y entonces Perséfone dijo:
—Eh, ¿pero no sabes dónde puedo encontrar algo de agua? Acabo de
plantar un jardín.
—Ven —dijo, y cuando se giró, recogió la gran pelota roja y la lanzó.
Los tres perros corrieron a través del césped—. Veo que has conocido a los
perros de Hades.
—¿Son realmente suyos?
—Oh, sí. Ama a los animales. Tiene a los tres perros, Cerbero, Tifón y
Ortro y cuatro caballos, Orfeo, Aethon, Nicteo y Alastor.
Hécate llevó a Perséfone a una fuente enterrada en lo profundo de los
jardines de Hades.
Mientras llenaba el contenedor, preguntó:
—¿Vives aquí?
—Vivo en muchos lugares —dijo—. Pero este es mi favorito.
—¿En serio? —Perséfone estaba sorprendida por eso.
—Sí. —Hécate sonrió y miró hacia el paisaje—. Disfruto aquí. Las
almas y los perdidos, sor mis amores, y Hades es lo suficientemente amable
para haberme dado una cabaña.
—Es mucho más hermoso de lo que esperaba —dijo Perséfone.
—Lo es para todo el que viene aquí. —Hécate sonrió—. Vamos a regar

93
tu jardín, ¿de acuerdo?
Hécate y Perséfone regresaron al jardín y regaron las semillas. Hécate
apuntó a varias de las marcas que Perséfone había usado para recordar qué
y dónde había plantado. La diosa quería saber los colores y nombres.
Cuando apuntó a la anémona y le preguntó a Perséfone por qué había
escogido esa flor en ese color, había respondido:
—Hades llevaba uno en su traje la noche que lo conocí.
Luego se sonrojó por haber admitido algo tan… personal.
Perséfone recogió sus herramientas, y Hécate le mostró dónde guardar
los elementos, en una alcoba cerca del palacio.
Luego, Hécate llevó a Perséfone en un recorrido de las tierras más allá
del hogar obsidiana de Hades. Caminaron junto a un camino color pizarra
entre el alto césped.
—¡Asfódelos! —exclamó Perséfone, reconociendo las flores mezcladas
entre el césped. Tenían largos tallos y una punta de flores blancas. Perséfone
las amaba, y mientras más caminaban, más abundantes se volvían.
—Sí, estamos cerca de Asfódelo —dijo Hécate.
Hécate extendió su mano, como para detener a Perséfone de ir muy
lejos. Cuando bajó la mirada, estaba al borde de un empinado cañón. El
asfódelo crecía justo al borde de la pendiente, haciendo casi imposible ver
el abismo a medida que se acercaban.
Perséfone no estaba segura de qué esperaba de Asfódelo, pero supuso
que siempre había pensado en la muerte como una clase de existencia sin
sentido, un tiempo donde las almas ocupaban espacio, pero no tenían
propósito. Al fondo del cañón, sin embargo, había vida.
Un campo de verde se extendía por millas, flanqueado por colinas
inclinadas en la distancia. Esparcidos sobre el plano esmeralda había varios
hogares pequeños. Estaba sorprendida de observar que todos parecían ser
ligeramente diferentes, algunos estaban hechos de madera y otros de ladrillo
obsidiana. Humo se elevaba de algunas chimeneas, flores florecían en
algunas cajas de ventanas, y cálida luz iluminaba las ventanas. Un amplio
camino atravesaba el centro del campo, y estaba lleno de almas y coloridas
tiendas.
—¿Están… celebrando algo? —preguntó Perséfone.
Hécate sonrió.
—Es día de mercado —dijo—. ¿Te gustaría explorar?
—Mucho —dijo Perséfone.
Hécate tomó la mano de la joven diosa y se teletransportó, aterrizando
sobre el suelo dentro del valle.

94
Cuando la diosa miró, pudo ver el palacio de Hades levantándose
hacia su cielo opaco. Se dio cuenta que era similar a la forma en la que
Nevernight se cernía sobre los mortales en la superficie. Era tan hermoso
como siniestro, y Perséfone se preguntó qué sentimientos inspiraba la torre
de su rey.
El camino que siguieron a través de Asfódelo estaba bordeado con
linternas. Almas vagaban, luciendo tan sólidas como humanos vivos. Ahora
que Perséfone estaba al nivel del suelo, vio que las coloridas tiendas estaban
llenas con una variedad de bienes, manzanas y naranjas, higos y granadas.
Otras contenían bufandas hermosamente bordadas y sábanas tejidas.
—¿Estás confundida? —preguntó Hécate.
—Yo solo… ¿De dónde vienen todas estas cosas? —preguntó
Perséfone.
—Están hechas por las almas.
—¿Por qué? —Perséfone estaba confundida. Los muertos no
necesitaban nada de estas cosas.
—Creo que malinterpretas lo que significa estar muerto —dijo
Hécate—. Las almas todavía tienen sensación y percepción. Les complace
vivir una existencia familiar.
—¡Lady Hécate! —gritó un alma.
Cuando un alma descubrió a la diosa, otras también lo hicieron y se
acercaron. Se inclinaron y agarraron sus manos. Hécate sonrió y tocó a cada
alma. Presentó a Perséfone como la Diosa de la Primavera. Ante eso, las
almas parecieron confundidas.
—No conocemos a la Diosa de la Primavera. —Por supuesto, no lo
hacían, nadie lo hacía.
Hasta ahora.
—Es la hija de la Diosa de la Cosecha —explicó Hécate—. Estará
pasando tiempo con nosotros en el Inframundo.
Perséfone se sonrojó. Se sentía obligada a ofrecer una explicación,
pero, ¿qué debía decir? ¿Entré en un juego con su señor y me obligó a un
contrato que debo cumplir? Decidió que permanecer en silencio era lo mejor.
Ella y Hécate caminaron por un largo rato, explorando el mercado.
Almas les ofrecieron de todo: fina seda y joyas, panes frescos y chocolate.
Entonces una joven chica corrió hacia Perséfone con una pequeña flor
blanca. La ofreció en su pálida mano, con los ojos brillantes, luciendo tan
viva como nunca. Era una extraña visión e hizo que el corazón de Perséfone
se sintiera pesado.
La mirada de Perséfone cayó a la flor. Vaciló porque si tocaba el pétalo,
se marchitaría. En cambio, se arrodilló y le permitió al alma enrollarla en su

95
cabello. Luego, varias almas más de todas las edades se acercaron a ella a
ofrecer flores.
Para el tiempo que ella y Hécate dejaron Asfódelo, una corona de flores
decoraba la cabeza de Perséfone y su rostro dolía de sonreír tanto.
—La corona te queda —dijo.
—Son solo flores —dijo Perséfone.
—Aceptarlas de las almas significa mucho —dijo Hécate.
Perséfone y Hécate continuaron hacia el palacio, y a medida que
subían la colina, Perséfone se detuvo de golpe, encontrando a Hades en el
claro. Estaba sin camisa y esculpido, sudor resplandecía sobre su espalda
y brazos definidos. Su brazo estaba atrás mientras se preparaba para lanzar
la pelota roja que sus tres perros le habían traído más temprano.
Por un momento, se sintió aterrada, como si estuviera
entrometiéndose o viendo algo que no debía ver, este momento de abandono
donde estaba comprometido en algo tan… mortal.
Encendió algo bajo en su estómago, un aleteo que se extendió a su
pecho.
Hades lanzó la pelota, su fuerza y poder evidente en lo imposiblemente
lejos que fue.
Los perros salieron disparados y Hades se rio, profundo y ruidoso.
Ella se congeló. Era cálido como su piel y resonó en su pecho.
Entonces el dios se giró y sus ojos encontraron a Perséfone
inmediatamente, como si estuviera atraído hacia ella. Los ojos de ella se
ensancharon cuando lo analizó. Su piel estaba bronceada y sus ojos
recorrieron desde sus amplios hombros a la profunda V de sus abdominales.
Era hermoso, una obra de arte, cuidadosamente esculpida. Cuando se las
arregló para mirarlo a los ojos de nuevo, encontró a Hades sonriendo con
satisfacción, y rápidamente apartó los ojos, sonrojándose.
Hécate marchó hacia delante, como si ni siquiera estuviera afectada
por el físico de Hades.
—Sabes que nunca se comportan para mí después que los malcrías
—dijo Hécate.
Hades sonrió.
—Se vuelven perezosos bajo tu cuidado, Hécate.
Luego sus ojos se deslizaron hacia Perséfone.
—Veo que has conocido a la Diosa de la Primavera.
—Sí y es bastante afortunada de que lo hiciera. ¡¿Cómo te atreves a
no advertirle de mantenerse alejada del Lete?!
Los ojos de Hades se ensancharon y Perséfone intentó no sonreír por

96
el tono de Hécate. Cuando la Diosa de la Brujería terminó de reprender a
Hades, sus ojos cayeron sobre Perséfone. Se sintió acalorada bajo su
mirada.
—Parece que te debo una disculpa, lady Perséfone.
Perséfone quiso decirle que le debía mucho más, pero no pudo hacer
que su boca se moviera. La forma en la que Hades la miraba le quitó el
aliento. Tragó saliva y estuvo aliviada cuando un cuerno sonó en la
distancia. Perséfone observó a Hécate y Hades girarse en su dirección.
—Estoy siendo invocada —dijo ella.
—¿Invocada?
Hécate sonrió.
—Los jueces están en necesidad de mi consejo.
Perséfone no entendió y Hécate no explicó.
—Querida mía, llama la próxima vez que estés en el Inframundo.
Regresaremos a Asfódelo.
—Me encantaría eso —dijo Perséfone.
Con eso, Hécate se desvaneció, dejándola sola con Hades.
—¿Por qué los jueces necesitarían el consejo de Hécate?
Hades ladeó la cabeza a un lado, como si estuviera intentando decidir
si debería decirle la verdad.
—Hécate es la Señora del Tártaro —explicó Hades—. Y
particularmente buena en decidir castigos para los malvados.
Perséfone se estremeció.
—¿Dónde está el Tártaro?
—Te lo diría si pensara que usarías el conocimiento para evitarlo.
—¿Crees que quiero visitar tu cámara de tortura?
La miró fijamente con su oscura mirada.
—Creo que eres curiosa —dijo—. Y ansiosa por probar que soy lo que
el mundo asume, una deidad para ser temida.
—Temes que escriba sobre lo que vea.
Hades se rio entre dientes.
—Temor no es la palabra, querida.
Ella puso los ojos en blanco.
—Por supuesto, no temes a nada.
Hades respondió estirándose para arrancar una flor de su cabello.
—¿Disfrutaste Asfódelo?

97
—Lo hice —dijo sonriendo. No pudo evitarlo. Todos habían sido tan
amables—. Tus almas… parecen muy felices.
—¿Estás sorprendida?
—Bueno, no eres exactamente conocido por tu amabilidad —dijo
Perséfone y entonces se arrepintió de la dureza de sus palabras.
La mandíbula de Hades se apretó y entonces dijo:
—No soy conocido por mi amabilidad a los mortales. Hay una
diferencia.
—¿Es por eso que juegas con sus vidas? —preguntó.
Los ojos de Hades se estrecharon y pudo sentir la tensión elevarse
entre ellos, como las inquietas aguas del Estigia.
—Creo recordar que no respondería ninguna de tus preguntas.
La boca de Perséfone se abrió.
—No puedes hablar en serio.
—Completamente —dijo.
—Pero… ¿Cómo llegaré a conocerte?
Ladeó la cabeza, esa estúpida sonrisita sobre su rostro.
—¿Quieres llegar a conocerme?
Evitó su mirada y sus mejillas se sonrojaron.
—Estoy siendo forzada a pasar tiempo aquí, ¿correcto? ¿No debería
llegar a conocer mejor a mi carcelero?
—Qué dramática —dijo, pero estuvo en silencio por un momento,
considerando.
—Oh, no —dijo Perséfone.
Hades lucía sorprendido.
—¿Qué?
—Conozco esa mirada.
Levantó una curiosa ceja.
—¿Qué mirada?
—Tienes esa... mirada. Cuando sabes lo que quieres.
Se sintió ridícula de expresarlo en voz alta.
Sus ojos se oscurecieron y su voz bajó.
—¿Lo hago? —Se detuvo—. ¿Puedes adivinar lo que quiero?
—¡No soy una lectora de mentes!
—Lástima —dijo, y entonces—. Si quieres hacer preguntas, entonces
propongo un juego.

98
—No. No voy a caer de nuevo.
—Sin contrato —dijo—. Sin deber favores, solo preguntas
respondidas, como tú quieras.
Levantó su barbilla y entrecerró sus ojos.
—Bien. Pero yo escojo el juego.
Él no había esperado eso y la sorpresa se mostró en su rostro.
Entonces sonrió.
—Muy bien, Diosa.
—E
ste juego suena horrible —se quejó Hades de pie en
medio de su estudio, una hermosa habitación con
ventanas del suelo al techo y una gran chimenea de

99
obsidiana. Había encontrado una camisa en el
momento que habían regresado al palacio, y Perséfone estaba feliz, porque
su desnudez habría probado ser una distracción durante su juego.
—Solo estás enojado porque no has jugado.
—Suena demasiado simple: piedra vence tijeras, tijeras vence papel,
y papel vence piedra, ¿cómo exactamente el papel vence a la piedra?
—Papel cubre a la piedra —dijo Perséfone.
Hades no apreció su razonamiento y la diosa se encogió de hombros.
—¿Por qué el As es un comodín?
—Porque son las reglas.
—Bueno, es una regla que el papel cubra la piedra —dijo—. ¿Listo?
Levantaron sus manos y Perséfone no pudo evitar reírse. Ver al Dios
de los Muertos jugando piedra, papel o tijeras debería estar en la lista de
deseos de cada mortal.
—¡Piedra, papel o tijeras! —dijeron al unísono.
—¡Sí! —chilló Perséfone—. ¡Piedra vence tijeras!
Simuló aplastar las tijeras de Hades con su puño. El dios lucía
confundido.
—Demonios. Pensé que escogerías el papel.
—¿Por qué?
—Porque acababas de cantar las alabanzas del papel.
—Solo porque preguntaste por qué el papel cubre la piedra. Esto no
es póker, Hades, no es sobre engaño.
Se encontró con su mirada, sus ojos ardiendo.
—¿No lo es?
Apartó la mirada, inhalando antes de preguntar:
—Dijiste que tuviste éxito antes con tus contratos. Dime sobre ellos.
Hades se movió a una barra al otro lado de la habitación. Sirvió su
bebida de preferencia, whisky, y tomó asiento sobre su sofá de cuero negro.
—¿Qué hay que decir? He ofrecido a muchos mortales el mismo
contrato a lo largo de los años: a cambio de dinero, fama, amor, deben
renunciar a su vicio. Algunos mortales son más fuertes que otros y
conquistan sus hábitos.
—Conquistar una enfermedad no es sobre fuerza, Hades.
—Nadie dijo nada sobre enfermedad.
—La adicción es una enfermedad. No puede ser curada. Debe ser
manejada.

100
—Es manejada —discutió.
—¿Cómo? ¿Con más contratos?
—Esa es otra pregunta.
Levantó sus manos y jugaron otra ronda. Cuando sacó piedra y él
tijeras, no lo celebró, demandó:
—¿Cómo, Hades?
—No les pido que renuncien a todo de una vez. Es un proceso lento.
Jugaron de nuevo, y esta vez, Hades ganó.
—¿Qué harías?
Parpadeó.
—¿Qué?
—¿Qué cambiarías? ¿Para ayudarlos?
Su boca se abrió un poco por su pregunta, y entonces dijo:
—Primero, no le permitiría a un mortal apostar su alma. Segundo, si
vas a solicitar un trato, desafíalos a ir a rehabilitación si son adictos, y haz
algo mejor, paga por ello. Si tuviera todas las riquezas en el mundo como
tú, lo gastaría ayudando personas.
La estudió por un momento.
—¿Y si recayeran?
—Entonces, ¿qué? —preguntó—. La vida es dura allí fuera, Hades, y
algunas veces vivirla es suficiente penitencia. Los mortales necesitan
esperanza, no amenazas y castigos.
El silencio se extendió entre ellos y entonces Hades levantó sus
manos. Otro juego. Esta vez, cuando Hades ganó, tomó su muñeca y tiró de
ella hacia él. Aplanó su palma, sus dedos rozando el vendaje que Hécate le
había ayudado a atar.
—¿Qué ocurrió?
Ofreció una risa jadeante y dijo:
—No es nada comparado con costillas magulladas.
El rostro de Hades se endureció y no dijo nada. Después de un
momento, presionó un beso sobre su palma y sintió la sanadora calidez de
sus labios sellar su piel. Ocurrió tan rápido que no tuvo tiempo de alejarse.
—¿Por qué te molesta tanto? —No sabía por qué estaba susurrando.
Supuso que era porque todo esto se sentía íntimo, la forma en la que se
sentaron, enfrentándose el uno al otro sobre el mueble, inclinándose tan
cerca que podría besarlo.
En lugar de responder, colocó una mano sobre el costado de su rostro
y Perséfone tragó saliva. Si la besaba ahora, no sería responsable por lo que

101
pasara después.
Entonces la puerta del estudio de Hades se abrió y Menta entró a la
habitación. Llevaba un vestido azul eléctrico y abrazaba sus curvas en
formas que dejaba poco a la imaginación. Perséfone estaba sorprendida por
la descarga de celos que rebotó a través de ella, y tuvo un pensamiento de
que, si fuera la Señora del Inframundo, Menta siempre usaría cuello de
tortuga y tocaría antes de entrar a cualquier habitación.
La ninfa de cabello flameante se detuvo de golpe cuando vio a
Perséfone sentada junto a Hades, su furia obvia. Una sonrisa curvó los
labios de Perséfone por la idea de que Menta podría estar celosa.
El dios retiró la mano de su rostro y preguntó con una voz irritada:
—¿Sí, Menta?
—Milord, Caronte ha requerido su presencia en el trono.
—¿Ha dicho por qué?
—Ha atrapado un intruso.
Perséfone lucía confundida.
—¿Un intruso? ¿Cómo? ¿No se ahogarían en el Estigia?
—Si Caronte atrapó un intruso, es probable que intentara escurrirse
en su ferri —dijo.
Hades se puso de pie y extendió su mano.
—Ven, te unirás a mí.
Perséfone tomó su mano, un movimiento que Menta observó con fuego
en sus ojos. Se giró sobre sus talones y dejó el estudio delante de ellos. La
siguieron por el pasillo y hacia sala de su trono. Era cavernosa, el techo alto.
Redondas ventanas de cristal dejaban entrar luz opaca. Banderas negras
portando imágenes de narcisos dorados flanqueaban cada lado de la
habitación. El trono de Hades se posaba sobre un precipicio. Como él,
estaba esculpido y lucía como si estuviera compuesto de miles de afiladas
piezas de obsidiana quebrada.
Un hombre de piel moca estaba de pie cerca del precipicio. Estaba
cubierto de blanco y coronado con oro. Su cabello era largo, y dos trenzas
colgaban sobre sus hombros, sujetadas con oro. Sus ojos oscuros cayeron
primero sobre Hades y luego sobre ella.
Perséfone probó el agarre de Hades sobre su mano, pero el dios solo
la sostuvo más fuerte, llevándola más allá del barquero y hacia las escaleras
de su trono. Hades ondeó su mano y un trono más pequeño se materializó
junto al suyo. Perséfone vaciló.
—Eres una diosa. Te sentarás en un trono —dijo, guiándola a
sentarse. Fue solo entonces que liberó su mano. Tomó su lugar sobre su
trono. Pensó por un momento que podría dejar caer su glamour, pero no lo

102
hizo.
—Caronte, ¿a qué debo la interrupción? —preguntó Hades.
—¿Eres Caronte? —preguntó Perséfone, sorprendida.
No lucía para nada como los dibujos en su libro de Griego Antiguo.
Era, o un anciano, un esqueleto, o una figura encapuchada de negro. Esta
versión casi se parecía a un dios, hermoso y encantador.
Caronte sonrió y la mandíbula de Hades se apretó.
—En efecto, lo soy, miladi —dijo, inclinando su cabeza.
—Por favor, llámame Perséfone —dijo.
—Miladi servirá —dijo Hades mordazmente—. Me estoy
impacientando, Caronte.
El barquero inclinó la cabeza. Perséfone tuvo la sensación de que
Caronte estaba entretenido por el humor de Hades.
—Milord, un hombre llamado Orfeo fue atrapado escurriéndose dentro
de mi ferri. Desea una audiencia con usted.
—Déjalo entrar. Estoy ansioso por regresar a mi conversación con lady
Perséfone.
Caronte chasqueó sus dedos, y un hombre apareció frente a ellos
sobre sus rodillas, manos atadas detrás de su espalda. Perséfone inhaló,
sorprendida por la forma en la que había sido restringido. El cabello rizado
del hombre estaba pegado a su frente, todavía goteando con agua del río
Estigia. Lucía derrotado.
—¿Es peligroso? —preguntó Perséfone.
Caronte miró a Hades y entonces Perséfone también lo hizo.
—Puedes ver su alma. ¿Es peligroso? —preguntó de nuevo.
Podía decir, por la forma en la que las venas en su cuello se elevaron,
que estaba apretando sus dientes. Finalmente, dijo:
—No.
—Entonces libéralo de esas ataduras.
Los ojos de Hades taladraron los suyos. Finalmente, si giró hacia el
hombre y ondeó su mano. Cuando las ataduras desaparecieron, cayó hacia
delante, golpeando el suelo. Cuando se puso de pie, miró a Perséfone.
—Gracias, miladi.
—¿Por qué has venido al Inframundo? —preguntó Hades. Perséfone
estaba impresionada. El mortal sostuvo la mirada de Hades y no mostró
ningún signo de miedo.
—He venido por mi esposa —dijo. Hades no respondió, y el hombre
continuó—. Deseo proponer un trato, mi alma a cambio de la suya.

103
—No intercambio almas, mortal —respondió el dios.
—Milord, por favor…
Hades levantó su mano, y entonces el hombre giró su mirada hacia
Perséfone, suplicando.
—No la mires por ayuda, mortal. No puede ayudarte.
Perséfone se tomó eso como un desafío.
—Dime sobre tu esposa —dijo Perséfone. Sintió la mirada de Hades
quemar en su interior.
—Murió un día después de que nos casáramos.
—Lo siento. ¿Cómo murió?
—Solo fue a dormir y nunca despertó. —Su voz se rompió.
—La perdiste repentinamente. —Perséfone sintió empatía por el
hombre que estaba de pie ante ellos.
—Las Moiras cortaron su hilo de vida —dijo Hades—. No puedo
regresarla a los vivos y no negociaré intercambiando almas.
Los puños de Perséfone se apretaron. Quería discutir con el dios en
ese momento, ante Menta y Caronte, y este mortal. ¿No es eso lo que había
hecho durante la Gran Guerra? ¿Negociar con los dioses para regresar a sus
héroes?
—Lord Hades, por favor… —dijo Orfeo con voz ahogada—. La amo.
Algo duro se asentó en su estómago cuando escuchó a Hades reírse,
una sola carcajada cruel.
—Puede que la ames, mortal, pero no viniste aquí por ella. Viniste por
ti. —Hades se reclinó en su trono—. No concederé tu petición. Caronte.
El nombre del daimon fue una orden, y con un chasquido de su
muñeca, él y Orfeo se fueron. Perséfone gruñó. Estaba sorprendida cuando
Hades rompió el silencio.
—Deseas decirme que haga una excepción.
—Deseas decirme por qué no es posible —contraatacó.
Sus labios se curvaron.
—No puedo hacer una excepción por una persona, Perséfone. ¿Sabes
qué tan a menudo soy solicitado a regresar almas del Inframundo?
Imaginó que a menudo, pero, aun así.
—A penas le ofreciste una voz —dijo—. Solo estuvieron casados por
un día, Hades.
—Trágico —dijo.
Lo miró con desprecio.

104
—¿Eres un desalmado?
—No son los primeros en tener una trágica historia de amor,
Perséfone, ni serán los últimos, imagino.
—Has traído mortales de regreso por menos —dijo.
Hades la miró.
—El amor es una razón egoísta para traer a los muertos de regreso.
—¿Y la guerra no?
Los ojos de Hades se oscurecieron.
—Hablas de lo que no sabes, diosa.
—Dime cómo escogiste lados, Hades —dijo.
—No lo hice.
—Justo como no le ofreciste a Orfeo otra opción. ¿Habría sido
abandonar tu control ofrecerle incluso un destello de su esposa, a salvo y
feliz en el Inframundo?
—¿Cómo te atreves a hablarle a lord Hades…? —dijo Menta, pero
tropezó cuando Perséfone la fulminó con la mirada. Deseó tener poderes,
porque habría convertido a Menta en una planta.
—Suficiente. —Hades se puso de pie—. Terminamos aquí.
—¿Debo mostrarle a Perséfone la salida? —preguntó Menta.
—Puedes llamarla lady Perséfone —dijo Hades—. Y no. No hemos
terminado.
Menta no tomó su despedida bien, pero se fue, sus tacones sonando
contra el mármol. Perséfone la observó irse hasta que sintió los dedos de
Hades bajo su barbilla. Levantó sus ojos a los de él.
—Parece que tienes un montón de opiniones sobre cómo manejo mi
reino.
—No le mostraste compasión —dijo. La miró por un momento, pero
no dijo nada, y se preguntó qué estaba pensando—. Peor, te burlaste del
amor que tenía por su esposa.
—Cuestioné su amor, no me burlé.
—¿Quién eres para cuestionar el amor?
—Un dios, Perséfone.
Lo miró con desprecio.
—Todo tu poder y no haces nada con él más que herir. —Se estremeció
por eso y ella continuó—. ¿Cómo puedes ser tan apasionado y no creer en
el amor?
Hades ofreció una risa sin humor.

105
—Porque la pasión no necesita amor, querida.
Perséfone sabía tan bien como él que la lujuria avivaba la pasión que
compartían, y, sin embargo, se sorprendió y enfureció por su respuesta. ¿Por
qué? No la había tratado con compasión y era una diosa. Quizás había
esperado verlo afectado por la súplica de Orfeo como ella lo había estado.
Tal vez había esperado ver a un dios diferente en el momento, uno que
probaría erróneas sus suposiciones.
Y, sin embargo, solo las había confirmado.
—Eres un dios despiadado —dijo, y chasqueó sus dedos, dejando a
Hades solo en su sala del trono.
P
erséfone llegó a la Acrópolis temprano el lunes. Quería empezar
su artículo y Hades le había dado más que suficiente para
trabajar durante su visita al Inframundo. Todavía estaba

106
enfadada por cómo había tratado a Orfeo. Aún podía oír su
amarga risa por la expresión de amor del pobre hombre hacia su difunta
esposa y le hacía sentir frío.
Al menos había mostrado su verdadera naturaleza, y lo había hecho
en el preciso instante en que comenzó a pensar que poseía una conciencia.
Las Moiras deben estar de su lado, pensó.
Cuando bajó del ascensor en su piso, encontró a Adonis parado al
frente con Valerie. Estaba inclinado sobre su escritorio charlando. Parecían
sorprendidos cuando llegó, y sintió que se entrometía en un momento
privado.
—Perséfone, llegas temprano. —Adonis aclaró su garganta y se
enderezó.
—Solo quería adelantar. Tengo mucho que hacer —dijo, y los pasó,
dirigiéndose directamente a su escritorio.
Adonis la siguió.
—¿Cómo te fue en Nevernight?
Se congeló por un momento.
—¿Qué quieres decir?
—Hades te invitó a Nevernight antes de que saliéramos de la
entrevista. ¿Cómo te fue?
Oh, claro. Eres demasiado paranoica, Perséfone, pensó.
—Estuvo bien —respondió, guardando su bolso y abriendo su portátil.
—Pensé que podría haberte convencido para que no escribieras el
artículo.
Perséfone tomó asiento. No había considerado que la intención de
Hades al invitarla a una gira por el Inframundo podría ser una táctica para
evitar que escribiera sobre él.
Miró a Adonis y le contestó:
—En este momento, nada podría convencerme de no escribir sobre él.
Ni siquiera el mismo Hades.
Especialmente Hades. Cada vez que abría la boca, encontraba otra
razón para que le disgustase, aunque esa boca la excitaba.
Adonis sonrió, ajeno a sus pensamientos traicioneros.
—Vas a ser una gran periodista, Perséfone. —Dio un paso atrás y la
señaló—. No te olvides de enviarme el artículo. Ya sabes, cuando hayas
terminado.
—Bien —dijo.

107
Cuando estuvo sola, intentó ordenar sus pensamientos sobre el Dios
de los Muertos. Hasta ahora, sentía que había visto dos lados de él. Uno era
un dios manipulador y poderoso que había estado exiliado del mundo tanto
tiempo, que parecía no entender a la gente. Ese mismo dios la había atado
a un contrato con las mismas manos que había usado para curarla. Había
sido cuidadoso y gentil hasta que llegó el momento de los besos, y entonces
su pasión apenas se reprimió.
Era como si estuviera hambriento de ella.
Pero eso no podía ser cierto, porque era un dios y había vivido durante
siglos, lo que significaba siglos de experiencia, y ella se obsesionaba con esto
porque no tenía ninguna.
Dejó caer la cabeza en sus manos, frustrada consigo misma.
Necesitaba reavivar la ira que sentía cuando Hades había admitido tan
arrogantemente que abusaba de su poder bajo la pretensión de que estaba
ayudando a los mortales. Sus ojos se fijaron en las notas que había tomado
después de entrevistar a Hades. Había escrito tan rápido que las palabras
eran apenas legibles, pero después de unas cuantas lecturas cuidadosas,
fue capaz de unirlas.
Si es la ayuda que Hades quiere ofrecer, debería desafiar al adicto a la
rehabilitación. ¿Por qué no dar un paso más y pagar por ello?
Se sentó un poco más recta y escribió eso, sintiendo la chispa de la
ira en su torrente sanguíneo de nuevo. Era como una llama para el
combustible, y pronto sus dedos volaron a través de las teclas, añadiendo
palabra tras palabra de ira.
Veo el alma. Lo que la agobia, lo que la corrompe y destruye, y la
desafío.
Esas palabras atravesaron todas las partes equivocadas de ella.
¿Cómo era ser el Dios del Inframundo? ¿Solo ver la lucha, el dolor y los
vicios de los demás?
Sonaba miserable.
Debe de ser miserable, decidió. Cansado de ser el Dios de los Muertos,
se insertó en el destino de las vidas mortales para entretenerse. ¿Qué tenía
que perder?
Nada.
Dejó de escribir y se sentó, respirando profundamente.
Nunca antes había sentido tantas emociones por una sola persona.
Estaba enojada con él, y curiosa, atrapada entre la sorpresa y el asco por
las cosas que había creado y las cosas que dijo. En guerra con ambos la
extrema atracción que sintió cuando estuvo con él. ¿Cómo podía quererlo?
Representaba lo contrario de todo lo que había soñado en toda su vida. Era

108
su carcelero cuando todo lo que quería era libertad.
Excepto que había liberado algo dentro de ella.
Algo largamente reprimido y nunca explorado.
Pasión, lujuria y deseo, probablemente todas las cosas que Hades
buscaba en un alma agobiada.
Flexionó sus dedos sobre el teclado. Empezó a imaginarse cómo sería
besarlo con toda esa rabia en sus venas.
¡Alto! Se ordenó a sí misma, mordiéndose el labio con fuerza. Esto es
ridículo.
Hades es el enemigo.
Es tu enemigo.
Solo la besó para concederle un favor y que no le causara ningún caos.
Lo más probable es que su experiencia cercana a la muerte en el Inframundo
le haya alejado de cosas importantes.
Como Menta.
Puso los ojos en blanco y se concentró en la pantalla de nuevo, leyendo
la última línea que había escrito.
Si este es el dios que se nos presenta en nuestra vida, ¿con qué dios
nos encontraremos al morir? ¿Qué esperanzas podemos tener de una vida
feliz después de la muerte?
Esas palabras le dolieron y sabía que probablemente estaba siendo
un poco injusta. Después de recorrer parte del Inframundo, estaba claro que
Hades se preocupaba por su reino y los que lo ocupaban. ¿Por qué si no se
tomaría la molestia de mantener una ilusión tan grande?
Porque probablemente lo beneficia, se recordó. Es obvio que le gustan
las cosas bonitas, Perséfone. ¿Por qué no iba a cultivar un reino bonito?
La interrumpieron del trabajo cuando sonó el teléfono de su escritorio.
El sonido la asustó, y saltó, agarrando rápidamente el receptor para
silenciar el sonido.
—Habla Perséfone —dijo. Su corazón seguía acelerado, y respiró
profundamente para calmarse.
—Perséfone, soy Valerie. Creo que tu madre está aquí.
¿Su madre? Su corazón acelerado cayó a su estómago. ¿Qué hacía
Deméter aquí? Se mordió el labio por un momento. ¿Se enteró Deméter de
su visita al Inframundo el fin de semana? Recordó sus palabras en el Jardín
de los Dioses… Te recuerdo que una condición de tu tiempo aquí era que te
mantuvieras alejada de los dioses. Especialmente Hades. Aún no había
descubierto cómo su madre sabía que estuvo en Nevernight, pero asumió

109
que la Diosa de la Cosecha probablemente tenía un espía entre los del club
de Hades.
—Subiré enseguida. —Perséfone se las arregló para mantener su voz
serena.
Fue fácil localizar a Deméter. Lucía lo más cerca posible de su forma
divina, manteniendo su brillo de sol y sus ojos brillantes. Hoy llevaba un
vestido rosa claro y tacones blancos.
—¡Mi flor! —Deméter se acercó a ella con los brazos abiertos, llevando
a Perséfone en un abrazo.
—Madre. —Perséfone se alejó—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Deméter parecía sorprendida.
—Es lunes.
Le tomó un momento darse cuenta de que era la respuesta de Deméter
y luego otro momento para recordar lo que significaba el lunes.
Oh, no.
El color desapareció del rostro de Perséfone.
¿Cómo podría haberlo olvidado? Todos los lunes ella y su madre
almorzaban, pero con todo lo que había pasado en los últimos días, se le
olvidó por completo.
—Hay un café encantador al final de la calle —continuó Deméter, pero
Perséfone sintió la tensión en su voz. Sabía que se había olvidado y no le
gustaba—. Pensé que podríamos intentarlo hoy. ¿Qué te parece?
Perséfone pensó que no quería estar a solas con su madre. Sin
mencionar que acababa de ganar el impulso necesario para escribir este
artículo sobre Hades. Si se detuviera ahora, podría no terminar.
—Madre, lo… siento mucho. —Esas palabras se sintieron como un
vidrio saliendo de su boca. Eran una mentira, por supuesto. No se arrepintió
de lo que iba a decir—. Hoy estoy muy ocupada. ¿Podemos reprogramarla?
Deméter parpadeó.
—¿Reprogramarla?
Dijo la palabra como si nunca la hubiera escuchado antes. Su madre
odiaba que las cosas no salieran como quería, y Perséfone nunca había
pedido una nueva cita. Siempre recordaba el almuerzo como siempre
recordaba las reglas de su madre, dos cosas que había ignorado en la última
semana.
Sabía que su madre estaba haciendo una lista de los delitos que había
cometido contra ella y era solo cuestión de tiempo que Deméter le hiciera
pagar.
—Lo siento mucho, madre —dijo otra vez.

110
Deméter finalmente encontró su mirada. La Diosa de la Cosecha
estaba furiosa, y aun así se las arregló para decir en un tono perfectamente
indiferente:
—En otro momento, entonces.
Se dio vuelta sin despedirse y se fue.
Perséfone liberó la respiración que había estado reteniendo. Había
pasado todo este tiempo preparándose para luchar con su madre, y ahora
que la adrenalina se había ido, se sentía exhausta.
—Vaya, tu madre es hermosa. —El comentario de Valerie atrajo la
mirada de Perséfone. La chica tenía una mirada de ensueño en su rostro—.
Es una lástima que no pudieras ir a comer con ella.
—Sí —dijo Perséfone.
Regresó lentamente a su escritorio, agobiada por una nube de culpa
hasta que notó a Adonis parado detrás de su silla, mirando la pantalla de
su portátil.
—Adonis —dijo, y cerró de golpe la tapa cuando se acercó—. ¿Qué
estás haciendo?
—Oh, hola, Perséfone. —Sonrió—. Solo estoy leyendo tu artículo.
—No está terminado. —Trató de mantener la calma, pero fue difícil.
Sentía que acababa de invadir su privacidad.
—Creo que es bueno —dijo—. Realmente tienes algo.
—Gracias, pero te agradecería mucho que no miraras mi ordenador,
Adonis —dijo.
Se rio un poco.
—No voy a robar tu trabajo si eso es lo que te preocupa.
—Te dije que enviaría el artículo cuando terminara.
Levantó las manos y se alejó de su escritorio.
—Oye, cálmate.
—No me digas que me calme —dijo entre dientes. Odiaba que la gente
le dijera que se calmara. Era despreciativo y solo la hacía enojar más.
—No quise decir nada con eso.
—No me importa lo que quisiste decir —dijo ella.
Adonis finalmente se quedó en silencio. Supuso que se dio cuenta de
que no iba a ser capaz de salir de esta.
—¿Todo bien por aquí? —Demetri apareció en su puerta. Perséfone
miró a Adonis.
—Sí, todo está bien —dijo Adonis.
—¿Perséfone? —preguntó Demetri, mirándola expectante.

111
Debería haberle dicho que no, que, de hecho, no todo estaba bien, que
estaba equilibrando un contrato imposible con el Dios del Inframundo y
escondiendo el hecho a su madre, quien se aseguraría de que nunca volviera
a ver los relucientes rascacielos de Nueva Atenas si se enteraba. Además de
eso, este mortal parecía pensar que era perfectamente aceptable leer sus
pensamientos personales, porque eso es lo que era, un borrador de un
artículo que estaba planeando.
Y tal vez por eso estaba tan enojada.
Porque las palabras que había escrito eran crudas, enojadas y
apasionadas. La hicieron vulnerable, y si abría la boca para contradecir a
Adonis, no estaba segura de lo que saldría.
Respiró hondo antes de forzar las palabras a salir de su boca:
—Sí, todo está bien.
Y cuando vio la expresión engreída en el rostro de Adonis, tuvo la
sensación de que se arrepentiría de haber mentido.

Unos días después, Perséfone llegó tarde a Nevernight. Su grupo de


estudio había terminado, y aunque estaba cansada, sabía que necesitaba
revisar su jardín. La tierra del Inframundo retenía la humedad como el
desierto, lo que significaba que tenía que regar su jardín todos los días si
quería que tuviera una oportunidad en el infierno de sobrevivir.
Se bajó del autobús con su pantalón de yoga y una camiseta sin
mangas. Se había recogido el cabello largo en un moño desordenado al
principio de su sesión de estudio y no se había molestado en ni siquiera
mirarse al espejo. Solo pensaba en ello ahora porque una fila de gente
glamurosa esperaba para entrar al club de Hades y la miraban como si
tuviera garras y alas.
No estás aquí para impresionar a nadie, se recordó a sí misma. Solo
entra ahí y ve al Inframundo lo antes posible.
No había querido perder tiempo corriendo a casa para cambiarse solo
para regar un jardín, y la idea de meterse en un vestido y unos tacones a
estas alturas del día la hacía estremecer. Hades tendría que lidiar con ello.
Se ajustó las correas de su pesada mochila, haciendo un gesto de
dolor en los hombros y marchó hacia la puerta.
Mekonnen emergió de la oscuridad. Frunció el ceño hasta reconocerla

112
y entonces una encantadora sonrisa amarilla se extendió por su rostro.
—Miladi, quiero decir, Perséfone —dijo, alcanzando la puerta.
—Buenas noches, Mekonnen. —Sonrío al ogro al pasar al club.
Se detuvo en el vestíbulo oscuro. Prefirió no entrar en el club
propiamente dicho, y decidió teletransportarse. Chasqueó los dedos y
esperaba sentir el familiar cambio en el aire a su alrededor.
Pero no pasó nada.
Lo intentó de nuevo.
Todavía nada.
Frustrada, decidió que iría a la oficina de Hades y entraría al
Inframundo por allí. Mantuvo la cabeza baja mientras atravesaba el
abarrotado club. Sabía que la gente estaba mirando. Podía sentir que su
rostro se ponía al rojo vivo con su juicio.
Una mano le apretó en el hombro. Se volvió, esperando encontrar un
ogro u otro empleado de Hades. Imaginó que la detenían por la forma en que
estaba vestida. Una discusión estaba en la punta de su lengua, pero cuando
se giró, miró a un par de ojos dorados familiares.
—Hermes —dijo, aliviada. Incluso con glamour, era ridículamente
guapo. Su cabello dorado estaba perfectamente peinado, rapado a los lados,
con largos rizos en la parte superior. Llevaba una camisa blanca y pantalón
gris, una bebida ya en la mano.
—¡Sefi! —exclamó—. ¿Qué llevas puesto?
Se miró, aunque no era necesario. Sabía perfectamente bien lo que
llevaba puesto.
—Acabo de venir de clase.
—College chic. —Levantó sus cejas doradas—. Sexy.
Ella puso los ojos en blanco y se apartó de él, dirigiéndose hacia los
escalones. El Dios del Engaño la siguió.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Perséfone.
—Bueno, soy el mensajero de los dioses —dijo.
—No, ¿qué estás haciendo aquí? ¿En el Nevernight? —aclaró.
—Los dioses también juegan, Sefi —respondió.
—No me llames así —dijo—. ¿Y por qué los dioses jugarían con Hades?
—Por la emoción —dijo Hermes con una sonrisa maliciosa.
Perséfone subió las escaleras con Hermes a la cabeza.
—¿Adónde vamos, Sefi?
Le pareció gracioso que se incluyera a sí mismo en esa declaración.
—Voy a la oficina de Hades —respondió.

113
—No estará allí —dijo, y se le ocurrió que tal vez Hermes no sabía nada
de ella y del trato de Hades.
Miró al dios, y aunque no estaba aquí para ver a Hades, todavía se
preguntó en voz alta:
—Entonces, ¿dónde está?
Hermes parecía divertido.
—Está revisando propuestas de contratos en el camino.
La mandíbula de Perséfone se apretó, frustrada. Por supuesto, lo está,
pensó ella.
—No estoy aquí por Hades —dijo, y se apresuró a ir a la oficina. Una
vez dentro, dejó caer su mochila en el sofá y rodó sus hombros,
restregándose por el dolor.
Buscó hasta encontrar a Hermes en el bar. Levantó varias botellas,
leyendo las etiquetas. Lo que tenía en sus manos debió ser atractivo porque
lo desenroscó y lo vertió en un vaso vacío.
—¿Deberías estar haciendo eso? —preguntó.
El dios se encogió de hombros.
—Hades me debe, ¿verdad? Te salvé la vida.
Perséfone se sonrojó, mirando hacia otro lado.
—Te debo —dijo—. No Hades.
—Cuidado, diosa —dijo Hermes—. Un trato con un dios es suficiente,
¿no crees?
Se asustó.
—¿Lo sabes?
Hermes sonrió y dijo:
—Sefi, no nací ayer.
—Debes pensar que soy increíblemente estúpida —dijo.
—No —dijo—. Creo que te atrajeron los encantos de Hades.
—Entonces, ¿estás de acuerdo en que Hades ha actuado mal
conmigo?
—No —dijo—. Estoy diciendo que te atrae Hades.
Perséfone puso los ojos en blanco y se apartó del dios. Cruzó la oficina
de Hades y probó la puerta invisible detrás de su escritorio, pero sus manos
no se hundieron en la superficie como la última vez.
Su entrada al Inframundo estaba prohibida. ¿Le había revocado el
favor porque había llevado a Adonis a Nevernight? ¿O estaba enojado por
cómo ella lo había dejado en su salón del trono unos días antes? ¿No le había

114
concedido el favor para que no tuviera que molestarlo?
Las puertas de la oficina de Hades se agitaron. Hermes agarró a
Perséfone y la arrastró hacia el espejo sobre la chimenea. Ella se resistió,
pero Hermes apretó sus labios contra su oreja y dijo:
—Confía en mí, querrás ver esto.
Chasqueó sus dedos y Perséfone sintió su piel tensarse a través de
sus huesos. Fue la sensación más extraña y no desapareció, incluso cuando
estaban dentro del espejo. La sensación fue como estar detrás de una
cascada y mirar el mundo nebuloso.
Empezó a preguntar si podían ser vistos, pero Hermes se llevó un dedo
a los labios y dijo:
—Shh.
Hades apareció a la vista y Perséfone se quedó sin aliento, no
importaba cuán a menudo lo viera, no creía que pudiera acostumbrarse a
su belleza. Hoy se veía tenso y severo. Se preguntó qué había pasado.
Pronto recibió su respuesta.
Menta lo siguió de cerca y Perséfone sintió una ráfaga de celos.
Estaban discutiendo.
—¡Estás perdiendo el tiempo! —Oyó decir a Menta.
—No es como si se me acabara —espetó Hades, claramente no
deseando escuchar a la ninfa que le daba un regaño. El rostro de Menta se
endureció.
—Esto es un club. Los mortales negocian sus deseos, no hacen
peticiones al Dios del Inframundo.
—Este club es lo que yo digo que es.
Menta miró al dios.
—¿Crees que esto hará que la diosa piense mejor de ti?
¿La diosa? ¿Menta se refería a ella?
Los ojos de Hades se oscurecieron con el comentario de la ninfa.
—No me importa lo que los demás piensen de mí, y eso te incluye a ti.
—El rostro de la ninfa cayó y Hades continuó—: Escucharé su oferta, Menta.
La ninfa no dijo nada, y se giró sobre sus talones, caminando fuera de
la vista. Después de un momento, una mujer entró en la oficina de Hades.
Llevaba una gabardina beige, un gran suéter y pantalón vaquero. Su cabello
estaba recogido en una cola de caballo. A pesar de ser bastante joven,
parecía exhausta, y Perséfone no necesitaba los poderes de Hades para
saber que cualquier carga que llevara en este momento de su vida era
pesada.
Cuando la mujer vio al dios, se congeló.
—No tienes nada que temer —dijo Hades, ese cálido tono de barítono

115
la calmó y la mortal pudo moverse de nuevo. Ofreció una pequeña y nerviosa
risa y cuando habló su voz fue áspera.
—Me dije que no dudaría —dijo—. No dejaría que el miedo se apodere
de mí.
Hades inclinó su cabeza hacia un lado. Perséfone sabía que ese
aspecto era curioso.
—Pero has tenido miedo. Durante mucho tiempo.
La mujer asintió y las lágrimas se derramaron por su rostro. Las
limpió ferozmente, con las manos temblorosas. Volvió a ofrecer esa risa
nerviosa.
—También me dije que no lloraría.
—¿Por qué?
Perséfone se alegró de que Hades le preguntara, porque tenía la misma
curiosidad. Cuando la mujer se encontró con la mirada del dios, estaba
seria, su rostro aún brillaba con lágrimas.
—Lo Divino no se conmueve con mi dolor.
Perséfone se estremeció… Hades no lo hizo.
—Supongo que no puedo culparte —continuó la mujer—. Soy una
entre un millón suplicando.
De nuevo, Hades inclinó su cabeza.
—Pero no estás suplicando por ti, ¿verdad?
La boca de la mujer tembló y respondió en un susurro:
—No.
—Dime —la convenció, fue como un hechizo, y la mujer obedeció.
—Mi hija. —Las palabras fueron un sollozo—. Está enferma.
Pinealoblastoma. Es un cáncer agresivo. Apuesto mi vida por la de ella.
—¡No! —dijo Perséfone en voz alta, y Hermes rápidamente la silenció,
pero todo lo que pudo pensar fue… ¡Él no puede! ¡No lo hará!
Hades estudió a la mujer durante un largo momento.
—Mis apuestas no son para almas como tú —dijo.
Perséfone comenzó a avanzar. Saldría de este espejo y lucharía por
esa mujer, pero Hermes se agarró a su hombro con fuerza.
—Espera —ordenó.
Contuvo la respiración.
—Por favor —susurró la mujer—. Te daré lo que sea, lo que quieras.
Hades se atrevió a reír.
—No podrías darme lo que quiero.

116
La mujer lo miró fijamente y el corazón de Perséfone se estremeció
ante la mirada en los ojos de la mujer. Estaba derrotada. Bajó su cabeza y
sus hombros temblaron mientras sollozaba en sus manos.
—Tú eras mi última esperanza. Mi última esperanza.
Hades se acercó a ella, puso sus dedos bajo su barbilla y levantó su
cabeza. Después de limpiarle las lágrimas, le dijo:
—No firmaré un contrato contigo porque no quiero quitarte nada —
dijo—. Eso no significa que no te ayude.
La mujer estaba conmocionada… Perséfone estaba conmocionada, y
Hermes se rio en voz baja.
—Tu hija tiene mi favor. Estará bien y será tan valiente como su
madre, creo.
—¡Oh, gracias! ¡Gracias! —La mujer arrojó sus brazos alrededor de
Hades, y el dios se puso rígido, claramente inseguro de qué hacer con la
mujer. Finalmente, cedió y la abrazó. Después de un momento, la apartó y
le dijo—: Ve. Ve a ver a tu hija.
La mujer dio unos pasos atrás y dijo:
—Eres el dios más generoso.
Hades parecía divertido.
—Modificaré mi declaración anterior. A cambio de mi favor, no le dirás
a nadie que te he ayudado.
La mujer parecía sorprendida.
—Pero…
Hades levantó la mano, no escuchó ningún argumento. Finalmente,
la mujer asintió.
—Gracias —dijo y luego se dio vuelta para irse, prácticamente
saliendo corriendo de la oficina—. ¡Gracias!
Hades observó la puerta por un momento antes de cerrarla con un
chasquido de sus dedos. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba
pasando, ella y Hermes se cayeron del espejo. Perséfone no estaba
preparada y golpeó el suelo con un fuerte golpe. Hermes aterrizó de pie.
—Grosero —le dijo el Dios del Engaño a Hades.
—Podría decir lo mismo —respondió el Dios de los Muertos, sus ojos
cayendo desfavorablemente hacia Perséfone cuando se puso de pie—.
¿Escuchaste todo lo que querías?
—Quería ir al Inframundo, pero alguien me revocó el favor.
Era como si ni siquiera hubiera hablado. La mirada de Hades se volvió
hacia Hermes.
—Tengo un trabajo para ti, mensajero.

117
Hades chasqueó sus dedos, y, sin previo aviso, Perséfone fue arrojada
sobre su trasero en su desolado jardín. Un gruñido de frustración brotó de
su boca, y cuando se puso en pie, quitándose la suciedad de su ropa, gritó
al cielo.
—¡Imbécil!
P
erséfone regó su jardín maldiciendo a Hades mientras trabajó.
Esperaba que pudiera escuchar cada palabra. Esperaba que le
hiriera profundamente. Esperaba que lo sintiera cada vez que

118
se moviera.
La había ignorado.
La dejó en el Inframundo como si no fuera nada.
Tenía preguntas. Tenía demandas. Quería saber por qué había
ayudado a la mujer, por qué había exigido su silencio. ¿Cuál era la diferencia
entre la petición de esta mujer y el deseo de Orfeo de traer a Eurídice de
vuelta de la muerte?
Cuando terminó de regar su jardín, intentó teletransportarse a la
oficina de Hades, pero se quedó atascada.
Luego intentó maldiciendo el nombre de Hades, y cuando no funcionó,
pateó la pared del jardín.
¿Por qué la envió aquí? ¿Tenía planes para encontrarla después de
terminar con Hermes? ¿Le devolvería el favor o tendría que encontrarlo cada
vez que quisiera entrar en el Inframundo?
Eso sería molesto.
Debe haberlo hecho enojar mucho.
Decidió que exploraría su palacio en su ausencia. Solamente había
visto unas pocas habitaciones: el despacho de Hades, el dormitorio, y el
salón del trono. Tenía curiosidad por el resto, y estaba en su derecho de
explorar. Si Hades se enojaba, podía argumentar que, a juzgar por el estado
de su jardín, sería su casa en seis meses, de todos modos.
Mientras investigaba, notó la atención de Hades a los detalles. Había
toques dorados, y varias texturas: alfombras de piel y sillas de terciopelo.
Era un palacio lujoso, y admiraba la belleza del mismo, como admiraba la
belleza de Hades. Trató de discutir consigo misma, estaba en su naturaleza
admirar la belleza. No significaba nada pensar que el Dios de los Muertos y
su palacio eran extraordinarios. Era un dios, después de todo.
Su exploración del palacio terminó cuando encontró la biblioteca.
Era magnífica. Nunca había visto nada como esto; estanterías y más
estanterías de libros con preciosos y gruesos lomos y repujados en oro. La
habitación en sí, estaba bien amueblada. Una gran chimenea ocupaba la
pared del fondo, flanqueada por oscuras estanterías. No estaban llenas de
libros, sino antiguos jarrones de arcilla con imágenes de Hades y el
Inframundo. Podía imaginarse instalarse en una de las acogedoras sillas,
enroscar los dedos de los pies en la suave alfombra y leer.
Este sería uno de sus lugares favoritos, decidió Perséfone, si viviera
aquí.
Pero no debería pensar en vivir en el Inframundo en absoluto. Tal vez,
después de que todo esto terminara, Hades extendería su favor al uso de su
biblioteca.
Entonces, se preguntó distraída, si había un beso para eso.

119
Bajó por las pilas, pasando sus dedos a lo largo de los lomos. Se las
arregló para sacar algunos libros de historia y luego buscó una mesa para
poder mirar a través de ellos. Pensó que había encontrado una cuando
descubrió lo que parecía una mesa redonda, pero cuando iba a colocar los
libros en esta, vio que era en realidad una cuenca llena de agua oscura,
similar a la del Estigia.
Dejó los libros en el suelo para ver mejor la cuenca. Mientras miraba,
un mapa apareció ante ella. Podía ver el río Estigia y el Lete, el palacio y los
jardines de Hades. Aunque el mapa parecía estar en el agua negra, el color
glorioso tan vibrante como los jardines pronto se desangró en el paisaje. Le
pareció gracioso que el Dios de los Muertos, que vestía tanto de negro,
disfrutara tanto del color.
—Hmm. —Perséfone estaba segura de que a este mapa le faltaban
partes vitales del Inframundo, como Elíseo y Tártaro—. Extraño —susurró,
alcanzando la cuenca.
—La curiosidad es una cualidad peligrosa, milady.
Jadeó y se volvió para encontrar a Hades detrás de ella. Su corazón
latía con fuerza en su pecho.
—Soy más que consciente —dijo. La marca en su muñeca le había
enseñado eso—. Y no me llames milady. —Hades la observó, y cuando no
dijo nada, Perséfone habló—: Este mapa de tu mundo no está completo.
Hades miró al agua.
—¿Qué ves?
—Tu palacio, Asfódelos, el río Estigia y el Lete... eso es todo. —Todos
los lugares en los que había estado antes—. ¿Dónde está el Elíseo? ¿Tártaro?
Las esquinas de la boca de Hades se arquearon.
—El mapa los revelará cuando te hayas ganado el derecho a saber.
—¿Qué quieres decir con ganado?
—Solo aquellos en los que más confío pueden ver este mapa en su
totalidad.
Se enderezó.
—¿Quién puede ver todo el mapa? —Él solo sonrió, así que exigió—.
¿Puede Menta ver todo?
Sus ojos se entrecerraron y preguntó:
—¿Te molestaría eso, lady Perséfone?
—No —mintió.
Los ojos de él se endurecieron y sus labios se apretaron. Entonces se
giró y desapareció entre las estanterías. Ella se apresuró a recoger los libros
que sacó del estante y lo siguió.

120
—¿Por qué revocaste mi favor? —exigió.
—Para darte una lección —respondió.
—¿No traer mortales a tu reino?
—Que no te vayas cuando estés enojada conmigo —dijo.
—¿Disculpa?
Se detuvo y dejó los libros en un estante cercano. No esperaba esa
respuesta. Hades también se detuvo y se enfrentó a ella. Estaban de pie
entre las estrechas estanterías, y el olor a polvo flotaba en el aire a su
alrededor.
—Me pareces alguien que tiene muchas emociones y nunca se le ha
enseñado a lidiar con todo, pero te aseguro que huir no es la solución.
—No tengo nada más que decirte.
—No se trata de palabras —dijo—. Prefiero ayudarte a entender mis
motivaciones que tenerte espiándome.
—No era mi intención espiar —dijo—. Hermes...
—Sé que fue Hermes quien te empujó a ese espejo —dijo—. No deseo
que te vayas y te enfades conmigo.
Debió tomar su comentario como algo entrañable, pero no pudo evitar
parecer disgustada cuando preguntó:
—¿Por qué?
Realmente no era disgusto, era confusión. Hades era un dios, ¿qué le
importaba lo que pensaba de él?
—Porque —dijo, y luego pensó por un momento—. Es importante para
mí. Prefiero explorar tu ira. Escucharía tu consejo. Deseo entender tu
perspectiva.
Empezó a abrir la boca y preguntar por qué otra vez, cuando él
respondió:
—Porque has vivido entre mortales. Los entiendes mejor que yo.
Porque eres compasiva.
Ella tragó y luego se las arregló para decir:
—¿Por qué ayudaste a la madre esta noche?
—Porque quería.
—¿Y Orfeo?
Hades suspiró, frotándose los ojos con el índice y el pulgar.
—No es tan simple. Sí, tengo la capacidad de resucitar a los muertos,
pero no funciona con todo el mundo, especialmente cuando las Moiras están
involucradas —respondió Hades—. La vida de Eurídice fue acortada por las
Moiras por una razón. No puedo tocarla.

121
—¿Pero la niña?
—No estaba muerta, solo en el limbo. Puedo negociar con las Moiras
por vidas en el limbo.
—¿Qué quieres decir con negociar con las Moiras?
—Es una cosa frágil —dijo él—. Si le pido a las Moiras que perdonen
un alma, no puedo opinar sobre la vida de otra.
—¡Pero... tú eres el Dios del Inframundo!
—Y las Moiras son Divinas —dijo—. Debo respetar su existencia como
respetan la mía.
—Eso no parece justo.
Hades levantó una ceja.
—¿No es así? ¿O es que no suena justo para los mortales?
Era exactamente eso.
—Entonces, ¿los mortales van a sufrir por el bien de tu juego?
La mandíbula de Hades se apretó.
—No es un juego, Perséfone. Al menos de los míos. —La voz de Hades
era severa, y le dio una pausa.
Lo miró fijamente.
—Así que has ofrecido una explicación para parte de tu
comportamiento, pero ¿qué pasa con las otras ofertas?
Los ojos de Hades se oscurecieron, y dio un paso hacia ella en el ya
restringido espacio.
—¿Estás preguntando por ti, o por los mortales que reclamas
defender?
—¿Reclamar? —Le enseñaría que sus trucos con los mortales no
estaban bien.
—Solo te interesaste en mis negocios después de firmar un contrato
conmigo.
—¿Negocios? ¿Así llamas a engañarme deliberadamente?
Las cejas de él se alzaron.
—Así que, esto es sobre ti.
—Lo que has hecho es injusto, no solo para mí, sino para todos los
mortales...
—No quiero hablar de los mortales. Me gustaría hablar de ti.
Hades se acercó a ella, y dio un paso al costado, la estantería de libros
presionada en su espalda.
—¿Por qué me invitaste a tu mesa?

122
Perséfone lo miró con ira y luego miró hacia otro lado.
—Dijiste que me enseñarías.
—¿Enseñarte qué, diosa? —La miró fijamente un momento, con ojos
seductores y oscuros. Luego su cabeza cayó en la curva de su cuello, y sus
labios rozaron ligeramente su piel—. ¿Qué es lo que realmente deseabas
aprender entonces?
—Cartas —susurró, pero apenas podía respirar, y sabía que estaba
mintiendo. Quería aprender sobre él, su sensación, su olor, su poder.
Susurró palabras contra su piel.
—¿Qué más?
Se atrevió a girar la cabeza entonces, y sus labios rozaron los de ella.
Su aliento se atascó en la garganta. No podía responder... no podía. Su boca
permaneció cerca de la de ella, pero no la besó, esperó.
—Dime.
Su voz era hipnótica y su calor la tenía bajo un hechizo perverso. Él
era la aventura que anhelaba. Era la tentación que quería satisfacer. Un
pecado que quería cometer.
Sus ojos se cerraron y sus labios se separaron. Pensó que podría
reclamarla entonces, pero cuando no lo hizo, respiró profundamente, su
pecho se elevó contra el suyo, y dijo:
—Solo cartas.
Se retiró, y Perséfone abrió los ojos. Creyó que había captado su
sorpresa, justo antes de que se fundiera en una máscara ilegible.
—Debes desear volver a casa —dijo, y comenzó a avanzar por las pilas.
Si no estuviera hablando con el Dios de los Muertos, habría pensado que
estaba avergonzado—. Puedes llevar prestados esos libros, si lo deseas.
Los reunió en sus brazos y rápidamente lo siguió.
—¿Cómo? —preguntó—. Me has retirado el favor.
Se volvió hacia ella, sus ojos oscuros y sin emociones.
—Confía en mí, lady Perséfone. Si te despojara de mi favor, lo sabrías.
—Entonces, ¿soy lady Perséfone otra vez?
—Siempre has sido lady Perséfone, tanto si eliges abrazar tu sangre
como si no.
—¿Qué hay que abrazar? —preguntó—. Soy una diosa desconocida en
el mejor de los casos... y una menor en el otro.
Odiaba la mirada de decepción que ensombrecía su rostro.

123
—Si así es como piensas de ti misma, entonces nunca conocerás el
poder.
Se sorprendió por su comentario, y se encontró con su mirada.
Entonces vio que su mano se movía... estaba a punto de echarla sin avisar
otra vez.
—No —ordenó, y Hades hizo una pausa—. Me pediste que no me fuera
cuando estoy enojada y te pido que no me eches cuando estás enfadado.
—No estoy enojado —dijo, dejando caer su mano.
—¿Entonces por qué me dejaste en el Inframundo antes? —
preguntó—. ¿Por qué me enviaste lejos?
—Necesitaba hablar con Hermes —dijo.
—¿Y no pudiste decir eso?
Dudó.
—No me pidas cosas que no puedas entregar tú mismo, Hades.
La miró fijamente. No estaba segura de lo que esperaba de él... ¿Que
sus demandas le hicieran enojar? ¿Que argumentase que esto era diferente?
¿Que era un dios poderoso y que podía hacer lo que quisiera? En vez de eso,
asintió.
—Te concederé esa cortesía.
Tomó un respiro, aliviada.
—Gracias.
Extendió su mano.
—Ven, podemos volver juntos a Nevernight. Tengo... asuntos
pendientes allí.
Aceptó la oferta y se teletransportaron a su oficina, apareciendo justo
delante del espejo en el que ella y Hermes se habían escondido.
Perséfone inclinó su cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos.
—¿Cómo supiste que estábamos ahí? Hermes dijo que no nos podían
ver.
—Sabía que estabas aquí porque podía sentirte.
Sus palabras la hicieron estremecerse, y se retiró de su calor. Recogió
su mochila de donde la había dejado en el sofá, y la cargó sobre sus
hombros. Al salir por la puerta, hizo una pausa.
—Dijiste que el mapa solo es visible para aquellos en los que confías.
¿Qué se necesita para ganarse la confianza del Dios de los Muertos?
Él simplemente respondió:
—Tiempo.

124
—¡P
erséfone!
Alguien la llamaba por su nombre. Se dio la vuelta y se
cubrió la cabeza con su manta para amortiguar el

125
sonido. Salió del Inframundo anoche, y como estaba
demasiado excitada para dormir, se quedó despierta para trabajar en su
artículo.
Le costó mucho elegir cómo proceder después de ver cómo Hades
ayudaba a la madre. Al final decidió que tenía que centrarse en los tratos
que hizo con los mortales… en los que eligió ofrecer un trato imposible.
Mientras trabajaba en el artículo, se dio cuenta de que seguía frustrada,
aunque no sabía si era por su trato con Hades o por el tiempo que habían
pasado en las estanterías, por la forma en que le había preguntado qué
quería y se negó a besarla.
Su piel se erizó con anticipación, aunque no estaba en ningún lugar
cerca de él.
Perséfone presionó guardar su artículo a las cuatro de la mañana y
decidió descansar unas horas antes de releerlo.
Cuando empezó a dormirse, Lexa irrumpió en la puerta de su
dormitorio.
—¡Perséfone! ¡Despierta!
Ella gruñó.
—¡Vete!
—Oh, no, vas a querer ver esto. ¡Adivina qué hay en las noticias de
hoy!
De repente, estaba completamente despierta. Perséfone se quitó las
mantas y se sentó. Su imaginación se detuvo. ¿Alguien le tomó una foto en
su forma de diosa en las afueras de Nevernight? ¿Alguien la había atrapado
dentro del club con Hades? Lexa empujó su tableta en el rostro de Perséfone
y sus ojos se enfocaron en algo mucho peor.
—Está en todos los medios sociales hoy en día —explicó Lexa.
—No, no, no. —Agarró la tableta con ambas manos. El título en la
parte superior de la página era negro y familiar:
Hades, Dios del Juego, por Perséfone Rosi.
Leyó la primera línea, “Nevernight, un club de élite de apuestas
propiedad de Hades, Dios de los Muertos, puede ser visto desde cualquier
lugar de Nueva Atenas. El elegante pináculo imita expertamente la imponente
naturaleza del propio dios y es un recordatorio para los mortales de que la
vida es corta, incluso más si aceptas jugar con el Señor del Inframundo”.
Este era su borrador. Su verdadero artículo permanecía a salvo en su
ordenador.
—¿Cómo se publicó esto?
Lexa parecía confundida.

126
—¿Qué quieres decir? ¿No lo enviaste?
—No. —Se desplazó por el artículo, con el estómago hecho un nudo.
Notó algunas adiciones, como una descripción de Hades que nunca habría
escrito. Sus ojos fueron descritos como abismos incoloros, su rostro
insensible, sus modales, fríos y groseros.
¿Grosero?
Ella nunca habría descrito a Hades de esa manera. Sus ojos eran de
tinta, pero expresivos y cada vez que se encontraba con su mirada, sentía
que podía ver los hilos de sus vidas allí. En realidad, su rostro podía ser
insensible, pero cuando la miraba, veía algo diferente, una suavidad en su
mandíbula, diversión en su rostro. Una curiosidad que ardía, y sus modales
eran todo menos fríos y groseros. Era apasionado, encantador y refinado.
Solo había una persona que había ido con ella y vio a Hades en carne
y hueso, Adonis. También invadió su espacio de trabajo y leyó su artículo
sin permiso. Supongo que había estado haciendo algo más que leerlo. La
ansiedad de Perséfone era ahora tan fuerte como su furia. Echó la tableta a
un lado y saltó de la cama. Las palabras que corrían por su cabeza eran
furiosas y vengativas y se sentían más como de su madre que suyas.
Será castigado, pensó. Porque yo seré castigada.
Respiró profundamente para calmar su ira y conscientemente trabajó
para desenroscar sus dedos. Si no tenía cuidado, su glamour se
desvanecería. Siempre parecía reaccionar a sus emociones, tal vez porque
su magia era prestada.
En realidad, no quería que Adonis fuera castigado, al menos no por
Hades. Al Dios de los Muertos no le gustaban los mortales. Traerlo a
Nevernight había sido un error por varias razones, eso estaba claro ahora.
Quizás era parte de la razón por la que Hades había querido que se alejara
de él.
Una tercera emoción se elevó dentro de su miedo y la aplastó. No
permitiría que Hades sacara lo mejor de ella. Además, había planeado
escribir sobre el dios a pesar de su amenaza.
—¿A dónde vas? —preguntó Lexa.
—A trabajar. —Perséfone desapareció en su armario, cambiando su
camisa de dormir por un simple vestido verde. Tal vez podría conseguir que
el artículo fuera sacado de la publicación antes de que Hades lo viera.
—Pero… no trabajas hoy —señaló Lexa. Todavía sentada en la cama
de Perséfone.
—Tengo que ver si puedo adelantarme a esto. —Perséfone reapareció,
cojeando en un pie para abrochar sus sandalias.
—¿Anticiparte a qué?
—El artículo. Hades no puede verlo.

127
La risa de Lexa se escapó antes de que pudiera controlarla.
—Perséfone, odio tener que decírtelo, pero Hades ya ha visto el
artículo. Tiene gente que busca este tipo de cosas. —Perséfone se encontró
con la mirada de Lexa—. Vaya —dijo.
—¿Qué? —Perséfone sintió que la histeria se elevaba dentro de ella.
—Tus ojos… son… raros.
Perséfone miró hacia otro lado rápidamente. Sus emociones estaban
dispersas. Evitó la mirada de Lexa mientras buscaba su bolso.
—No te preocupes por eso —dijo rápidamente—. Volveré más tarde.
Salió de su habitación y cerró la puerta de su apartamento mientras
Lexa la llamaba.
El autobús no funcionó durante quince minutos, así que decidió ir a
pie. Sacó la polvera de su bolso y aplicó más magia mientras caminaba. Sus
ojos habían perdido todo su glamour y brillaban de color verde botella. No
era de extrañar que Lexa se asustara. Su cabello era más brillante, su rostro
más afilado. Se veía más divina que nunca en público.
Cuando llegó a la Acrópolis, su apariencia mortal había sido
restaurada. Cuando salió del ascensor, Valerie se puso de pie.
—Perséfone —dijo nerviosamente—. No pensé que estuvieras aquí
hoy.
—Hola, Valerie —dijo, tratando de mantenerse alegre y actuar como
si nada estuviera fuera de lo normal, que Adonis no había robado su artículo
y que Lexa no la había despertado para arrojarle la publicación—. Solo vengo
a ocuparme de algunas cosas.
—Oh, bueno, tienes varios mensajes. Los he transferido a tu buzón de
voz.
—Gracias.
Pero a Perséfone no le interesaban sus mensajes de voz. Estaba aquí
por Adonis. Dejó el bolso en su escritorio y acechó en la sala de trabajo.
Adonis se sentó con los auriculares puestos, enfocado intensamente en su
ordenador. Al principio, pensó que estaba trabajando en algo,
probablemente editando uno que había robado, pensó enojada, pero cuando
se acercó por detrás de él, descubrió que estaba viendo una especie de
programa de televisión, Titans After Dark.
Puso los ojos en blanco. Era una telenovela popular sobre cómo los
Olímpicos habían derrotado a los Titanes. Aunque solo había visto partes de
ella, había empezado a imaginar a la mayoría de los dioses tal y como eran
retratados en el programa.
Hades estaba todo mal, una pálida y ágil criatura con el rostro hueco.
Si Hades iba a buscar venganza por algo, debería ser por la forma en que lo
describieron en ese programa.

128
Le tocó el hombro y el mortal saltó.
—Perséfone —dijo, sacando un auricular—. Feli…
—Robaste mi artículo —lo interrumpió.
—Robar es un término duro para lo que hice, Perséfone —dijo,
alejándose de su escritorio—. Te di todo el crédito.
—¿Crees que eso importa? —dijo ella—. Era mi artículo, Adonis. No
solo me lo quitaste, sino que le añadiste. ¿Por qué? Te dije que te lo enviaría
una vez lo terminara.
Con toda honestidad, no estaba segura de lo que esperaba que dijera,
pero no fue la respuesta que dio. Él apartó la vista de ella.
—Pensé que cambiarías de opinión.
Lo miró fijamente un momento.
—Te dije que quería escribir sobre Hades.
—No sobre eso —dijo—. Pensé que podría convencerte de que estaba
justificado en sus contratos con los mortales.
—Déjame ver si entiendo. ¿Decidiste que no podía pensar por mí
misma, así que robaste mi trabajo, lo alteraste y lo publicaste?
—No es así. Hades es un dios, Perséfone…
Soy una diosa, quiso gritar.
—Hades es un dios, y por esa misma razón, no quisiste escribir sobre
él. Le temías, Adonis. Yo no.
Se acobardó.
—No quise decir…
—Lo que quisiste decir no importa —dijo ella.
—¿Perséfone? —llamó Demetri desde su oficina. Ella y Adonis miraron
en dirección a la oficina de su supervisor—. ¿Un momento?
Sus ojos se deslizaron hacia Adonis, y lo inmovilizó con una última
mirada antes de entrar en la oficina de Demetri.
—¿Sí, Demetri? —Se paró en la puerta. Estaba sentado detrás de su
escritorio, una edición fresca del periódico en mano.
—Toma asiento —dijo.
Lo hizo, en el borde, porque no estaba segura de lo que Demetri
pensaría del artículo, le costaba mucho llamarlo suyo. ¿Sus siguientes
palabras serían “estás despedida”? Una cosa era decir que quería la verdad
y otra publicarla.
Pensó en lo que haría cuando perdiera sus prácticas. Ahora le
quedaban menos de seis meses para graduarse. Era poco probable que otro
periódico contratara a la chica que se atrevió a llamar al Dios del

129
Inframundo el peor de los dioses. Sabía que mucha gente compartía el miedo
de Adonis al Tártaro.
Justo cuando Demetri empezó a hablar, Perséfone dijo:
—Puedo explicarlo.
—¿Qué hay que explicar? —preguntó—. En tu artículo queda claro lo
que intentabas hacer aquí.
—Estaba enojada —explicó.
—Querías exponer una injusticia —dijo.
—Sí, pero hay más. No es toda la historia —dijo. En realidad, solo
había mostrado el Hades con una luz y no había ninguna luz en absoluto,
solo oscuridad.
—Espero que no lo sea —dijo Demetri.
—¿Qué? —Perséfone estaba confundida.
—Te pido que escribas más —dijo Demetri.
La Diosa de la Primavera estaba tranquila y Demetri continuó:
—Quiero más. ¿Qué tan pronto puedes tener otro artículo?
—¿Sobre Hades?
—Oh, sí. Solo has arañado la superficie de este dios.
—Pero pensé… ¿no le tienes… miedo?
Demetri dejó el papel y niveló su mirada con la de ella.
—Perséfone, te lo dije desde el principio. Buscamos la verdad aquí en
las Noticias Nueva Atenas y nadie sabe la verdad del Rey del Inframundo,
puedes ayudar al mundo a entenderlo.
Demetri hizo que todo pareciera inocente, pero Perséfone sabía que lo
que provocaría en Hades con ese artículo publicado hoy era solo odio.
—Los que temen a Hades también son curiosos. Ellos querrán más y
tú vas a cumplir.
Perséfone se enderezó ante su orden directa. Demetri se puso de pie y
caminó hacia la pared de ventanas, con las manos a la espalda.
—¿Qué tal un reportaje quincenal?
—Eso es mucho, Demetri. Todavía estoy en la escuela —le recordó.
—Mensual, entonces —dijo—. ¿Qué le dices a… cinco, seis artículos?
—¿Tengo elección? —murmuró, pero Demetri aun así la escuchó. La
comisura de su boca se curvó—. No te subestimes, Perséfone. Solo piensa
que si esto es tan exitoso como creo que será, habrá una fila de gente
esperando para contratarte cuando te gradúes.

130
Excepto que no importaría porque sería una prisionera no solo del
Inframundo, sino del Tártaro. Se preguntó cómo elegiría torturarla Hades.
Probablemente se negará a besarte, pensó y puso los ojos en blanco.
—Tu próximo artículo está previsto para el primero —dijo—.
Tengamos un poco de variedad, no solo hablemos de sus negocios, ¿qué más
hace? ¿Cuáles son sus hobbies? ¿Cómo es realmente el Inframundo?
Perséfone se sentía incómoda con las preguntas de Demetri, y dudaba
si estas preguntas eran para él y no para el público.
Con eso, fue despedida. Salió de la oficina de Demetri y se sentó en
su escritorio sintiéndose aturdida. ¿Un reportaje mensual siguiendo al Dios
de los Muertos?
¿En qué te has metido, Perséfone? Gruñó. Hades nunca iba a estar de
acuerdo.
No tiene que estar de acuerdo, se recordó.
Tal vez esto le dé la oportunidad de negociar con Hades. ¿Podría
aprovechar la amenaza de más artículos para convencerlo de que la dejara
fuera del contrato?
¿Y su promesa de castigo resultaría ser cierta?

Perséfone fue a clase después de dejar la Acrópolis. Parecía que todo


el mundo tenía hoy una copia de las Noticias Nueva Atenas. Ese audaz y
negro titular la miró con fuerza en el autobús, en su caminata por el
campus, incluso en clase.
Alguien le dio un golpecito en el hombro y se giró para encontrar dos
chicas. No estaba segura de sus nombres, pero se sentaron detrás de ella
desde el principio del semestre y no dijeron nada hasta hoy. La chica de la
derecha tenía una copia del periódico.
—Eres Perséfone, ¿verdad? —preguntó una de ellas—. ¿Es cierto todo
lo que escribiste?
Esa pregunta la hizo estremecerse. Su instinto fue decir que no. No
había escrito la historia, no en su totalidad, pero no podía. Decidió decir:
—La historia está evolucionando.
Lo que no anticipó fue la emoción en los ojos de las chicas.
—Entonces, ¿habrá más?

131
Perséfone aclaró su garganta.
—Sí… sí.
La chica de la izquierda se inclinó más sobre la mesa.
—Entonces, ¿conoces a Hades?
—Es una pregunta estúpida —regañó la otra chica—. Lo que ella
quiere saber es cómo es Hades. ¿Tienes fotos?
Una extraña sensación surgió en el estómago de Perséfone, un giro
metálico que la hizo sentir celosa y protectora de Hades, irónico, porque
había prometido escribir sobre él. Aun así, ahora que se le planteaban estas
preguntas, no estaba segura de querer compartir su íntimo conocimiento
del dios. ¿Quería hablar de cómo lo había atrapado jugando a la pelota con
sus perros en un bosquecillo del Inframundo? ¿O cómo la había divertido
jugando a piedra, papel o tijera?
Estos eran… aspectos humanos del dios, y, de repente, se sintió
posesiva de ellos. Eran suyos.
Ofreció una pequeña sonrisa sin miedo y dijo:
—Supongo que tendrás que esperar y ver.
Demetri tenía razón. El mundo tenía tanta curiosidad por el dios como
miedo a él.
Las chicas de su clase no fueron las únicas que la detuvieron para
preguntarle sobre su artículo. En su camino a través del campus, varios
otros extraños la llamaron. Imaginó que estaban probando su nombre, y
una vez que descubrieron que era Perséfone, corrieron hacia ella para
hacerle las mismas preguntas: ¿Realmente conociste a Hades? ¿Qué aspecto
tiene? ¿Tienes una foto?
Puso excusas para escapar rápidamente. Si había algo que no había
previsto, era esto: la atención que recibiría. No podía decidir si le gustaba o
no.
Perséfone pasó por el Jardín de los Dioses, cuando sonó su teléfono.
Respondió:
—¿Hola?
—¡Adonis me contó las buenas noticias! ¡Una serie sobre Hades!
¡Felicidades! ¿Cuándo lo entrevistarás la próxima vez y puedo ir? —Lexa se
rio.
—G… Gracias, Lex —logró decir Perséfone. Después de robar su
artículo, no le sorprendió que Adonis también aprovechara la oportunidad
para enviarle un mensaje a su amiga sobre su nuevo trabajo antes de que
tuviera la oportunidad de decírselo.
—¡Deberíamos celebrar! ¿La Rose este fin de semana? —preguntó

132
Lexa.
Perséfone gimió. La Rose era un club nocturno de lujo propiedad de
Afrodita. Nunca había estado dentro, pero había visto fotos. Todo era color
crema y rosa y, como en el Nevernight de Hades, había una lista de espera
imposible.
—¿Cómo se supone que vamos a entrar en La Rose? —preguntó
Perséfone.
—Tengo mis métodos —respondió Lexa, con picardía. Perséfone se
preguntaba si esas maneras incluían a Adonis y estaba a punto de decir eso
cuando vio un destello por el rabillo del ojo. Lo que sea que Lexa estaba
diciendo en la otra línea se perdió mientras su atención se dirigía a su madre
que ahora estaba de pie unos metros delante de ella.
—Oye, Lex. Te llamo luego —dijo y colgó. Miró fijamente a Deméter y
la saludó con un gesto brusco—: Madre. ¿Qué haces aquí?
—Tenía que asegurarme de que estuvieras a salvo después de ese
ridículo artículo que escribiste. ¿En qué estabas pensando?
Perséfone se sorprendió.
—Pensé… pensé que estarías orgullosa. Odias a Hades.
—¿Orgullosa? ¿Pensaste que estaría orgullosa? —se burló—.
Escribiste un artículo crítico sobre un dios… ¡pero no cualquier dios, Hades!
Rompiste deliberadamente mi regla, no una, sino varias veces. —Cuando
parecía sorprendida, su madre dijo—: Oh, sí. Sé que has vuelto a Nevernight
en múltiples ocasiones.
Perséfone miró a su madre por un momento y luego preguntó:
—¿Cómo?
Los ojos de Deméter cayeron sobre el teléfono que tenía en la mano.
—Te he rastreado.
—¿Rastreaste mi teléfono? —Sabía que su madre no estaba por
encima de violar su privacidad para vigilarla. Lo demostró haciendo que sus
ninfas la espiaran. Aun así, Deméter no había comprado su teléfono, ni pagó
la cuenta. No tenía derecho a usarlo como un GPS—. ¿Hablas en serio?
—Tenía que hacer algo —dijo Deméter—. No estabas hablando
conmigo.
—¿Desde cuándo? —exigió—. ¡Te vi el lunes!
—Y cancelaste nuestro almuerzo —resopló la diosa—. Ya casi no
pasamos tiempo juntas.
—¿Y crees que acosarme me animará a pasar más tiempo contigo? —
exigió Perséfone.
Deméter se rio.

133
—Oh, mi flor, no puedo acecharte. Soy tu madre.
Perséfone la fulminó con la mirada.
—No tengo tiempo para esto. —Intentó esquivar a su madre e irse,
pero se dio cuenta de que no podía moverse, sus pies estaban soldados al
suelo. La histeria se elevó en su interior y se encontró con la mirada oscura
de su madre. Fue en ese momento que vio a su madre como la diosa
vengativa que era, la que azotaba a ninfas y mataba reyes.
—No te he despedido —dijo su madre—. Recuerda, Perséfone, solo
estás aquí por la gracia de mi magia.
Perséfone quería gritarle. Sigue recordándome que soy impotente. Pero
sabía que desafiarla era el movimiento equivocado. Era lo que Deméter
quería para poder repartir su castigo, así que, en vez de eso inhaló una
respiración temblorosa y susurró sus disculpas.
—Lo siento, madre. —Hubo un momento de tensión mientras
Perséfone esperaba para ver si Deméter la liberaría o la secuestraría.
Entonces sintió que el agarre de su madre se aflojaba y sus piernas
temblaban.
—Si vuelves a Nevernight otra vez, si vuelves a ver a Hades de nuevo,
te sacaré de este mundo —amenazó.
Perséfone no estaba segura de dónde había reunido su valor, pero se
las arregló para mirar a su madre a los ojos y le dijo:
—No pienses ni por un segundo que te perdonaré si me envías de
vuelta a esa prisión.
A Deméter le divirtió.
—Mi flor, no requiero el perdón.
Luego desapareció.
Perséfone sabía que Deméter se refería a su advertencia. El problema
era que no había forma de evitar volver a Nevernight. Tenía un contrato que
cumplir y artículos que escribir.
El teléfono de Perséfone vibró en su mano y miró hacia abajo para ver
un mensaje de Lexa.
¿Sí a La Rose?
Le envió un mensaje de texto:
Suena genial.
Iba a necesitar mucho alcohol para olvidar este día.

134
P
erséfone y Lexa tomaron un taxi a La Rose. No era su método
preferido de viaje. Sentía que eran un juego de azar, nunca
sabía lo que iba a conseguir. Un taxi maloliente, un conductor

135
parlanchín, o uno espeluznante. Esta noche, consiguieron uno
espeluznante. Siguió mirándolas por el espejo retrovisor y se distrajo tanto
que tuvo que dar un volantazo por no ver el tráfico que venía en dirección
contraria.
Miró a Lexa, que había insistido en que no podían llegar a La Rose en
autobús.
Mejor eso que estar muerta, murmuró ahora.
—Cinco artículos sobre el Dios de los Muertos—dijo Lexa—. ¿Sobre
qué crees que escribirás a continuación?
Sinceramente, no lo sabía, y ahora mismo no quería pensar en Hades,
pero Lexa no iba a dejarlo pasar.
Jadeó, era el sonido que hacía cuando tenía una idea o pasaba algo
terrible. Perséfone estaba segura de que lo que estaba a punto de salir de su
boca era probablemente ambas cosas.
—Deberías escribir sobre su vida amorosa.
—¿Qué? No. Absolutamente no.
Lexa hizo morritos.
—¿Por qué no?
—Uh, ¿qué te hace pensar que Hades compartiría esa información
conmigo?
—Perséfone, eres una periodista. ¡Investiga!
—No estoy realmente interesada en las amantes del pasado de Hades
—dijo Perséfone, mirando por la ventana.
—¿Amantes del pasado? —preguntó su mejor amiga—. Eso hace que
suene como si tuviera una amante actual… como si tú fueras la amante
actual.
—Uh, no. —Perséfone se sonrojó—. Estoy bastante segura de que el
lord del Inframundo se acuesta con su asistente.
—¡Escribe sobre eso! —animó Lexa.
—Preferiría no hacerlo, Lexa. Trabajo para Noticias Nueva Atenas, no
para el Delphi Divine. Me interesa la verdad.
Además, preferiría no saber si eso era verdad o no. Solo pensar en ello
la enfermaba.
—¡Estás segura de que Hades se está tirando a su asistente, solo
tienes que confirmarlo y es la verdad!
Suspiró, frustrada.

136
—No quiero escribir sobre cosas triviales. Quiero escribir sobre algo
que cambiará al mundo.
—¿Y destrozar las travesuras divinas de Hades cambiará el mundo?
—Podría —argumentó Perséfone y Lexa negó—. ¿Qué?
Su amiga suspiró.
—Es solo que… todo lo que hiciste al publicar ese artículo fue
confirmar los pensamientos y temores de todos sobre el Dios de los Muertos.
Supongo que hay otras verdades sobre Hades que no estaban en ese
artículo.
—¿Cuál es tu punto?
—Si quieres que tus escritos cambien el mundo, escribe sobre el lado
de Hades que te hace sonrojar.
El rostro de Perséfone se calentó.
—Eres tan romántica, Lexa.
—Ahí vas de nuevo —dijo—. ¿Por qué no puedes admitir que
encuentras a Hades atractivo…
—He admitido…
—¿Que te sientes atraída por él?
La boca de Perséfone se cerró, y cruzó sus brazos sobre su pecho,
retirando su mirada de Lexa a la ventana. No quería hablar de esto.
—¿De qué tienes miedo, Perséfone?
Perséfone cerró los ojos ante esa pregunta. Lexa no lo entendería. No
importaba si le gustaba Hades o no, si lo encontraba atractivo o no, si lo
quería o no. Él no era para ella. Estaba prohibido. Tal vez el contrato era
una bendición, era una forma de pensar en Hades como algo temporal en
su vida.
—¿Perséfone?
—No quiero hablar de ello, Lexa —dijo con firmeza, odiando la
dirección que esta conversación había tomado.
No hablaron, incluso después de llegar a La Rose. Cuando Perséfone
salió del taxi, el olor distintivo de la lluvia golpeó su nariz, y cuando levantó
la vista, un rayo iluminó el cielo. Se estremeció, deseando haber elegido un
atuendo diferente. Llevaba un resbaladizo y brillante vestido color cereza
que llegaba hasta la mitad de su pierna. Abrazaba la curva de sus pechos y
caderas, y el profundo cuello en V dejaba poco a la imaginación. Había
elegido el vestido para molestar a Hades, era una tontería. Quería verse
como el poder, la tentación, el pecado… todo para él.
Quería ponerse delante de él y luego retroceder en el último momento

137
cuando estuviera lo suficientemente cerca para probarla.
Quería que la quisiera.
Todo era inútil, por supuesto. La Rose era territorio de otro dios y era
poco probable que Hades la viera esta noche.
La Rose era un hermoso edificio que parecía tener varios cristales
sobresaliendo de la tierra. Estaban hechos de cristal reflectante, de modo
que, por la noche, reflejaban la luz de la ciudad. Como en Nevernight, había
una enorme fila para entrar.
Un repentino escalofrío de inquietud la recorrió y miró a su alrededor,
sin saber de dónde venía, cuando sus ojos se posaron en Adonis.
Sonreía de oreja a oreja, caminando hacia ella y Lexa vestido con una
camisa negra y pantalón vaquero. Se veía cómodo, confiado y engreído.
Estaba a punto de preguntarle qué hacía aquí cuando Lexa lo llamó.
—¡Adonis! —Lo abrazó por la cintura y él le devolvió el abrazo.
—Hola, nena.
—¿Nena? —preguntó Perséfone directamente—. Lexa… ¿qué está
pasando?
Ella se alejó de Adonis.
—Adonis quería festejarte, así que se acercó a mí. Pensamos que sería
divertido sorprenderte.
—Oh, estoy sorprendida —dijo Perséfone, mirando a Adonis.
—Vengan, tengo un reservado —dijo Adonis. Tomó la mano de Lexa y
la enlazó en su brazo, y cuando le ofreció lo mismo a Perséfone, lo rechazó.
La sonrisa de Adonis vaciló por un momento, pero se recuperó
rápidamente, mirando a Lexa con una sonrisa como si nada estuviera mal.
La diosa consideró irse, pero había llegado con Lexa y realmente no
se sentía cómoda dejándola con Adonis. En algún momento de la noche, iba
a tener que contarle a su mejor amiga lo que su enamoramiento había
hecho.
Adonis las condujo a través de la fila y dentro del club.
La música hizo vibrar el cuerpo de Perséfone al entrar, y había un
matiz brumoso y rosado en el aire por las luces láser. La planta baja tenía
espacio para bailar y lugares para sentarse que estaban cubiertos de
cristales. Las gradas superiores del club eran reservados y daban a un
escenario y a la pista de baile.
Adonis las condujo por unas escaleras hasta una de las salas en el
segundo piso. Era lujosa. Una cortina de cristales creaba una barrera del
mundo exterior. Suaves sofás rosados se situaban a ambos lados de una
chimenea que ofrecía calor y un lugar para las bebidas.

138
—Este es mi reservado personal —dijo Adonis.
—Esto es increíble —dijo Lexa, caminando directamente al balcón con
vistas a la pista de baile.
—¿Te gusta? —preguntó Adonis, todavía de pie cerca de la entrada.
—Por supuesto —respondió Lexa—. Tendría que estar loca para no
hacerlo.
—¿Qué hay de ti, Perséfone? —Adonis la miró expectante. ¿Por qué
buscaba su elogio?
—Debes ser muy afortunado —dijo en vez de responderle—. Estás en
la lista VIP de dos clubs propiedad de los dioses.
Los ojos de Adonis se oscurecieron, pero no perdió la calma.
—Deberías saber que soy afortunado, Perséfone. Puse en movimiento
tu carrera.
Lo miró con enfado, y él sonrió, y luego cruzó la habitación para
pararse al lado de Lexa que no había escuchado su intercambio por la
música. Lexa se inclinó hacia él y Adonis puso su mano en la parte baja de
su espalda. Perséfone los miró fijamente por un momento, sintiendo
conflicto por su ira hacia Adonis y el encaprichamiento de Lexa con el
hombre. Se preguntó cómo hacía Adonis sentir a Lexa. ¿Su corazón se sentía
como si quisiera salir de su pecho? ¿Hacía que todo su cuerpo se sintiera
eléctrico cuando la tocaba? ¿Sus pensamientos se dispersaban cuando él
entraba en la habitación?
Una camarera se acercó para tomar su pedido. Era mortal, y estaba
usando un vestido apretado e iridiscente. Le recordaba el interior de una
concha.
—Un Cab, por favor —le dijo Perséfone a la chica.
Poco después de que llegaran sus bebidas, Sybil, Aro y Xeres llegaron.
Sybil llevaba una falda corta de cuero negro y un top de encaje. Los gemelos
hacían juego esta noche, eligiendo pantalones oscuros, camisas negras y
chaquetas de cuero. Tomaron asiento frente a Perséfone, e hicieron sus
pedidos a la camarera. Cuando se fue, Sybil se paró y miró alrededor de la
suite.
—Cielos, cielos, cielos, Adonis. Parece que tu favor tiene sus ventajas.
El aire en la habitación cambió. Perséfone buscó la mirada de Lexa,
pero no la miraba a ella ni a nadie. Había dirigido su atención a la pista de
baile. Esto es lo que Perséfone temía. Si Adonis tenía el favor de un dios,
significaba que cualquier mortal al que apuntara estaba posiblemente en
peligro. Lexa lo sabía y no iba a arriesgarse a la ira de un dios.
—No creas todo lo que oyes, Sybil —dijo.
—¿Esperas que creamos que obtienes todos estos pases porque

139
trabajas para Noticias Nueva Atenas? —preguntó Xeres.
Adonis suspiró, poniendo los ojos en blanco.
—Perséfone —dijo Aro—. Trabajas para el noticiero, ¿consigues pases
para los clubs populares?
Dudó.
—No…
—Perséfone fue invitada a Nevernight por el mismo Hades.
Miró con enojo a Adonis por abrir la boca. Sabía lo que estaba
haciendo, tratando de quitar la atención de sí mismo. Por suerte, nadie
mordió el anzuelo.
—Sigue negándolo. Reconozco a un encantador cuando lo veo —dijo
Sybil.
—Y todos sabemos que eres del jodido Apolo, pero no decimos nada
—dijo Adonis.
—Vaya, eso estuvo fuera de lugar, hombre —dijo Aro, pero Sybil
levantó la mano para silenciar la defensa de su amigo.
—Al menos soy honesta sobre mi beneficio —dijo.
Cuanto más tiempo pasaba, más sabía Perséfone que tenía que sacar
a su amiga de esta suite. Lexa iba a necesitar aire y algo de tiempo para
superar la decepción de tener esperanzas sobre Adonis.
Perséfone se levantó y cruzó la habitación.
—Lexa, vamos a bailar. —Tomó su mano y la llevó fuera de la suite.
Una vez que estuvieron abajo, Perséfone se giró hacia Lexa.
—Estoy bien, Perséfone —dijo rápidamente.
—Lo siento, Lexa.
Estuvo callada un momento y se mordió el labio.
—¿Crees que Sybil tiene razón?
La chica era un oráculo, lo que significaba que probablemente estaba
más en sintonía con la verdad que nadie en la fiesta, pero, aun así, todo lo
que pudo decir fue:
—¿Quizás?
—¿Quién crees que sea?
Podría ser cualquiera, pero había unas cuantas diosas y dioses que
eran famosos por tener amantes mortales, Afrodita, Hera y Apolo, solo por
nombrar algunos.
—No pienses en ello. Vinimos aquí a divertirnos, ¿recuerdas?
Una camarera se acercó a ellas y les dio dos bebidas.
—Oh, no ordenamos… —empezó a decir Perséfone, pero la camarera

140
interrumpió.
—A cuenta de la casa —dijo y sonrió.
Ella y Lexa tomaron una copa. El líquido que había dentro era rosa y
dulce, y bebieron rápidamente: Lexa para ahogar su tristeza, y Perséfone
para tener el valor de bailar. Una vez que terminaron, tomó la mano de Lexa
y la arrastró hacia la multitud.
Bailaron juntas y la multitud se movió a su alrededor, meciéndolas de
un lado a otro. No pasó mucho tiempo antes de que Perséfone se sintiera
sonrojada y mareada. Dejó de bailar, pero el mundo siguió girando, haciendo
que su estómago se revolviera.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había separado de Lexa.
Los rostros se desdibujaron a su alrededor mientras se abría paso entre la
multitud, mareándose con cada sacudida de su cuerpo. Pensó ver el vestido
azul eléctrico de su amiga y la siguió, pero cuando llegó al borde de la pista
de baile, Lexa no estaba allí.
Tal vez regresó al reservado.
Comenzó a subir los escalones. Cada movimiento hacía que su cabeza
se sintiera como si estuviera llena de agua. En un momento el mareo fue
demasiado y se detuvo para cerrar los ojos.
—¿Perséfone?
Abrió los ojos para encontrar a Sybil parada frente a ella.
—¿Estás bien?
—¿Has visto a Lexa? —preguntó. Su lengua se sentía pesada e
hinchada.
—No. ¿Has…?
—Tengo que encontrar a Lexa —dijo, y se alejó de ella, bajando las
escaleras. En ese momento, supo que algo le pasaba. Necesitaba regresar a
casa.
—Oye, oye, espera. —Sybil se puso delante de ella—. Perséfone,
¿cuánto has bebido?
—Una copa —dijo.
La chica negó, pareciendo preocupada.
—No hay manera de que solo hayas tomado una copa.
Perséfone la empujó, no iba a discutir sobre cuánto alcohol había
bebido esta noche. Tal vez Lexa estaba en el baño. Trató de mantenerse
contra la pared mientras buscaba a su amiga, pero se encontró inmersa en
un mar de cuerpos en movimiento. Fue entonces cuando alguien la agarró
de la muñeca y la arrastró a su lado. Extendió sus manos, y aterrizaron en
un pecho duro, pero el cuerpo no era de Hades.

141
En su lugar, miró el rostro de Adonis.
—Oye, ¿a dónde vas, nena?
—Suéltame, Adonis —respondió y trató de alejarse.
—Shh, está bien. Soy un amigo.
—Si fueras un amigo…
—Vas a tener que superar lo del pequeño artículo, nena.
—No me llames nena y no me digas qué hacer.
—¿Alguna vez alguien te ha dicho que eres problemática? —preguntó,
y entonces su agarre se apretó, forzando sus caderas a juntarse. Quería
vomitar y pensó que podría hacerlo—. Bailemos.
—Si quisiera bailar contigo, no te pediría que me dejaras ir.
—Solo quiero hablar —dijo.
—No.
El rostro de Adonis cambió en ese momento. Su sonrisa juguetona
desapareció y sus ojos brillantes se oscurecieron.
—Bien —dijo—. No tenemos que hablar.
Su mano serpenteó detrás de su cabeza, empuñando su cabello y
presionó sus labios contra los de ella con fuerza. Cerró la boca y lo empujó
con fuerza, pero él la sujetó, intentando abrirle la boca con la lengua. Lo
odió y lágrimas brotaron de sus ojos. Fue un beso horrible, frío, sin vida y
no deseado. Luego fue arrancado de ella y arrastrado por dos ogros.
Se giró, y el alivio inundó todo su cuerpo.
—Hades —susurró. Se acercó a él, envolviendo sus brazos alrededor
de su cintura. Una de las manos de Hades presionó su espalda, la otra se
enroscó en su cabello. La sostuvo cerca por un momento antes de retirarla.
Tomó su barbilla y le levantó la cabeza para que sus ojos se encontraran.
—¿Estás bien? —preguntó.
Sacudió su cabeza diciendo que no, tragando copiosamente. Había
tantas cosas malas con este día y noche.
—Vámonos.
La condujo hacia él, envolviendo un brazo protector alrededor de su
hombro y la guio a través de la multitud. Se separaban de él fácilmente.
Estaba vagamente consciente de que la presencia de Hades en el club había
causado un tipo de caos silencioso. La música seguía sonando de fondo,
pero nadie estaba bailando. Todos se habían parado a ver cómo la sacaba
de la pista de baile.
—Hades… —comenzó a advertirle, pero el dios parecía saber lo que
estaba pensando y respondió:

142
—No recordarán esto.
Eso la convenció y continuó con Hades hacia la salida, hasta que
recordó que necesitaba encontrar a su mejor amiga.
—¡Lexa!
Se dio la vuelta demasiado rápido y su visión se nubló. Se tambaleó,
y Hades la atrapó, tomándola en sus brazos.
—Me aseguraré de que llegue a casa a salvo —dijo Hades.
En cualquier otro momento habría protestado o discutido, pero el
mundo seguía girando, incluso con los ojos cerrados.
—¿Perséfone? —preguntó Hades. Su voz era baja y su aliento rozaba
sus labios.
—¿Hmm? —preguntó, sus cejas se juntaron y apretó los ojos con
fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Mareada —susurró.
No volvió a hablar. Se dio cuenta cuando salieron porque el aire fresco
tocó cada centímetro de su piel expuesta y el sonido de la lluvia golpeó el
toldo de la entrada de La Rose. Se estremeció, acurrucándose más cerca del
calor de Hades. Inhaló su ahora familiar a ceniza y especias.
—Hueles bien —murmuró.
Agarró su chaqueta, acercándose a él lo más posible. Su cuerpo era
como una roca. Tuvo siglos para cincelar este físico.
Escuchó a Hades reírse y abrió los ojos para encontrarlo mirándola.
Antes de que pudiera preguntarle de qué se reía, se movió, abrazándola
firmemente mientras se acomodaba en el asiento trasero de una limusina
negra. Vio a Antoni mientras cerraba la puerta del auto.
La cabina en la que estaban era acogedora y privada. Hades la deslizó
de su regazo al asiento de cuero que estaba a su lado. Vio cómo sus dedos
ágiles ajustaban los controles para que los ventiladores apuntaran hacia ella
y la calefacción estuviera a tope.
Después de que estuvieron en la carretera, ella preguntó:
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No escuchas órdenes.
Se rio.
—No recibo órdenes de ti, Hades.
Él levantó una ceja.
—Confía en mí, querida. Soy consciente.

143
—No soy tuya y no soy tu querida.
—Ya hemos pasado por esto, ¿no? Tú eres mía. Creo que lo sabes tan
bien como yo.
Dobló los brazos sobre su pecho.
—¿Has pensado alguna vez que tal vez eres mío, en cambio?
Sus labios se curvaron y sus ojos cayeron en su muñeca.
—Es mi marca en tu piel.
Tal vez el alcohol la hizo valiente. Se movió, deslizando su pierna sobre
el regazo de Hades, de modo que se puso a horcajadas sobre él. Su vestido
se levantó, y pudo sentirlo contra ella, duro y excitado. Sonrió y su mirada
regresó a la suya al instante, esta vez, fue como un fuego que quemó su piel.
—¿Debo dejar una marca? —preguntó.
—Cuidado, diosa. —Sus palabras fueron un duro gruñido.
—Otra orden. —Puso los ojos en blanco.
—Una advertencia —dijo Hades a través de dientes apretados, y luego
sus manos agarraron sus piernas desnudas y ella inhaló bruscamente al
sentir la piel de él contra la suya—. Pero ambos sabemos que no escuchas,
incluso cuando es bueno para ti.
—¿Crees que sabes lo que es bueno para mí? —preguntó,
peligrosamente cerca de sus labios—. ¿Crees que sabes lo que necesito?
Sus manos se movieron hacia arriba empujando su vestido más alto
y jadeó cuando sus dedos se acercaron al ápice de sus caderas. Hades se
rio.
—No lo creo, diosa, lo sé. Podría hacer que me adoraras.
Perséfone se mordió el labio, y los ojos de él cayeron allí y
permanecieron. Entonces, cerró la distancia entre ellos, sellando sus labios
con los de él. Se abrió inmediatamente a ella, y lo probó profundamente,
tomando lo que era suyo para reclamar. Sus dedos se enredaron en su
cabello, inclinando su cabeza hacia atrás para besarlo más profundamente.
En esta posición, se sintió poderosa.
Cuando finalmente se apartó, fue para mordisquear su oreja.
—Me adorarás —dijo y giró sus caderas contra él. Sus manos se
clavaron en su piel, y se movió, su mejilla rozando la suya mientras
susurraba—: Y ni siquiera tendré que ordenártelo.
Pensó que sus manos no podrían agarrarla más fuerte, y, de repente,
la levantó sin esfuerzo, y la giró para acunarla fuerte contra él. Le arregló el
vestido y luego la cubrió con su propia chaqueta.
—No hagas promesas que no puedas cumplir, diosa.

144
Parpadeó, confundida por el repentino cambio en Hades. La había
rechazado.
—Solo tienes miedo —dijo ella.
Hades no habló, pero cuando lo miró, estaba observando por la
ventana, con la mandíbula apretada y las manos en alto, y tuvo la sensación
de que podía tener razón.
No mucho tiempo después se quedó dormida en sus brazos.
C
uando Perséfone se despertó, se dio cuenta de dos cosas: una,
estaba en la cama de un extraño, y dos, estaba desnuda. Se
sentó, sosteniendo las sábanas de seda negra en su pecho.

145
Estaba en la habitación de Hades. La reconoció del día que
cayó en el Estigia y él la curó.
Encontró a Hades sentado ante su chimenea encendida. Era
probablemente lo más parecido a un dios que jamás había visto. Se veía
perfectamente intacto, ni un cabello fuera de lugar, ni una arruga en su
chaqueta, ni un botón desabrochado. Sostenía su whisky en una mano, y
los dedos de la otra mano descansaban sobre sus labios. El halo de fuego
que rugía detrás de él también parecía apropiado, ya que ardía como sus
ojos.
Así supo que, aunque parecía estar recostado, se encontraba tenso.
Mantuvo su mirada, sin hablar, y tomó un sorbo de su bebida.
—¿Por qué estoy desnuda? —preguntó.
—Porque insististe en ello —respondió con la voz ausente del deseo
apenas reprimido que había exhibido en la limusina. No tenía muchos
recuerdos de anoche, pero estaba segura de que nunca olvidaría la presión
de los dedos de Hades en sus piernas, o la deliciosa fricción que enviaba
ondas expansivas a través de su cuerpo—. Estabas muy decidida a
seducirme.
Perséfone se sonrojó ferozmente, avergonzada. Miró hacia otro lado
cuando preguntó.
—¿Nosotros...?
Hades rio sombríamente. Perséfone apretó sus dientes tan fuerte que
le dolió la mandíbula. ¿Por qué se reía?
—No, lady Perséfone. Confía en mí, cuando follemos, lo recordarás.
¿Cuándo?
—Tu arrogancia es alarmante.
Sus ojos brillaron.
—¿Es eso un desafío?
—¡Solo dime qué pasó, Hades! —exigió.
—Te drogaron en La Rose. Tienes suerte de ser inmortal. Tu cuerpo
quemó rápidamente el veneno.
No lo suficientemente rápido para evitar la vergüenza, aparentemente.
Recordaba a una camarera que se acercó una vez que llegaron a la
pista de baile. Les llevó bebidas, dijo que eran a cuenta de la casa. Poco
después de que la consumiera y empezara a bailar, la música sonó a lo lejos,
las luces eran cegadoras, y cada movimiento que hacía provocaba que su
cabeza diera vueltas.
También recordó las manos sobre su cuerpo y los labios fríos que se
cerraron sobre los suyos.

146
—Adonis —dijo Perséfone. La mandíbula de Hades se apretó al oír el
nombre del mortal—. ¿Qué le hiciste?
Hades miró su vaso, agitando el whisky antes de beber el último trago.
Una vez que terminó, dejó el vaso a un lado, sin mirarla.
—Está vivo, pero eso es solamente porque estaba en el territorio de su
diosa —respondió.
—¡Lo sabías! —acusó Perséfone, se levantó de la cama y se puso de
pie. Las sábanas de seda de Hades se agitaron a su alrededor. Su penetrante
mirada se deslizó desde su rostro hacia abajo, trazando cada línea de su
cuerpo. Se sintió como si estuviera parada desnuda ante él—. ¿Por eso me
advertiste que me alejara de él?
—Te aseguro que hay más razones para alejarse de ese mortal que el
favor que Afrodita le ha otorgado.
—¿Cómo cuáles? No puedes esperar que lo entienda si no explicas
nada.
Había dado un paso hacia él, aunque una parte de ella sabía que era
peligroso. Lo que sea que Hades haya pensado durante la noche, aún está
recorriendo su mente.
—Espero que confíes en mí —dijo él, poniéndose de pie. La confesión
la conmocionó. Luego añadió—: Y si no es en mí, entonces en mi poder.
Ni siquiera había considerado sus poderes, la capacidad de ver el alma
como lo que era, desgarrada y abrumada. ¿Qué vio cuando miró a Adonis?
Un ladrón, pensó. Un manipulador.
Hades puso distancia entre ellos, rellenando su vaso en el pequeño
bar de su habitación.
—¡Pensé que estabas celoso!
Hades estaba a punto de tomar un trago, pero se detuvo a reír. Ella
estaba enojada y herida por su rechazo.
—No finjas que no sientes celos, Hades. Adonis me besó anoche.
Hades bajó de golpe el vaso.
—Sigue recordándomelo, diosa, y lo reduciré a cenizas.
—¡Así que estás celoso! —acusó.
—¿Celoso? —preguntó él, y la acechó—. Esa... sanguijuela... te tocó
después de que le dijeras que no. He enviado almas al Tártaro por menos.
Recordó la ira de Hades hacia Duncan, el ogro que le había puesto las
manos encima, y se dio cuenta de que por eso estaba al borde.
Probablemente quería encontrar a Adonis e incinerarlo.
—Lo... siento.
No estaba segura de qué decir, pero su angustia parecía tan grande,

147
que pensó que podría aliviarla con una disculpa.
Solo lo empeoró.
—No te atrevas a disculparte. —Acunó su rostro entre sus manos—.
No por él. Nunca por él. —La estudió y luego susurró—: ¿Por qué estás tan
desesperada por odiarme?
Sus cejas se juntaron y cubrió sus manos con las suyas.
—No te odio —dijo en voz baja, y Hades se tensó, alejándose de ella.
La violencia con la que se movía la sorprendió, y la ira y la tensión que
había visto en él esta mañana regresó.
—¿No? ¿Debo recordártelo? Hades, Señor del Inframundo, Rico, y
posiblemente el dios más odiado entre los mortales, exhibe un claro desprecio
por la vida mortal.
Citó su artículo palabra por palabra, y Perséfone se estremeció.
¿Cuántas veces lo había leído? Cómo debió sentirse.
La mandíbula de Hades trabajó.
—¿Esto es lo que piensas de mí?
Abrió la boca y la cerró antes de decidir explicarse:
—Estaba enojada...
—Oh, eso es más que obvio. —La voz de Hades era afilada.
—¡No sabía que lo publicarían!
—¿Una carta mordaz que ilustra todos mis defectos? ¿No pensaste
que los medios de comunicación la publicarían?
Lo miró fijamente.
—Te lo advertí.
Fue un error decir eso.
—¿Me lo advertiste? —Dirigió su mirada hacia ella, oscura y furiosa—
. ¿Me advertiste sobre qué, diosa?
—Te advertí que te arrepentirías de nuestro contrato.
—Y te advertí que no escribieras sobre mí.
Se acercó, y ella no retrocedió, inclinando la cabeza para mantener su
mirada.
—Tal vez en mi próximo artículo, escriba sobre lo mandón que eres —
dijo.
—¿Siguiente artículo?
—¿No lo sabías? Me han pedido que escriba una serie sobre ti.
—No —dijo.
—No puedes decir que no. No tienes el control aquí.

148
—¿Y tú crees que lo tienes?
—Escribiré los artículos, Hades, y la única manera de parar es si me
dejas salir de este maldito contrato.
Hades se tensó, y luego siseó:
—¿Crees que puedes negociar conmigo, diosa?
El calor que se desprendía de él era casi insoportable. Se acercó más,
aunque no era como si tuviera mucho espacio, ya estaba muy cerca de ella.
Ella extendió una mano, agarrando la sábana a su cuerpo con la otra.
—Ha olvidado una cosa importante, lady Perséfone. Para negociar,
necesita tener algo que yo quiera.
—¡Me preguntaste si creía lo que escribí! —discutió—. ¡Te importa!
—Se llama engaño, querida.
—Bastardo —siseó.
Hades extendió la mano, enterrándola en su cabello, la arrastró hacia
él y tiró de su cabeza hacia atrás para que su garganta experimentara la
burla. Era salvaje y posesivo. El aliento de ella quedó atrapado en su
garganta, y el espacio entre sus muslos se sintió empapado. Lo deseaba.
—Déjame ser claro, tú negociaste y perdiste. No hay forma de salir de
nuestro contrato a menos que cumplas sus términos. De lo contrario, te
quedas aquí. Conmigo.
—Si me haces tu prisionera, pasaré el resto de mi vida odiándote.
—Ya lo haces.
Se estremeció de nuevo. No le gustaba que pensara eso y siguió
diciéndolo.
—¿Realmente crees eso?
No respondió, solo le ofreció una risa burlona, y luego le dio un beso
ardiente antes de separarse con violencia.
—Borraré el recuerdo de él de tu piel.
Le sorprendió su ferocidad, pero la emocionó. Le arrancó la sábana de
seda y se quedó desnuda ante él. La levantó del suelo y envolvió sus piernas
alrededor de su cintura sin pensarlo dos veces. La agarró con fuerza por el
trasero y la besó. La fricción de sus ropas contra su piel desnuda la llevó al
borde, y el calor líquido se acumuló en su interior. Perséfone arrastró sus
manos por el cabello de Hades, rozando su cuero cabelludo mientras
liberaba sus largas hebras, agarrándolas con fuerza en sus manos. Tiró de
su cabeza hacia atrás y lo besó fuerte y profundamente. Un sonido gutural
escapó de la boca de Hades, y se movió, apoyándola en el poste de la cama,
golpeándola con fuerza. Sus dientes rozaron su piel, mordiendo y chupando.
Le impidió respirar, provocando jadeos en lo profundo de su garganta.

149
Juntos eran insensatos, y cuando se encontró tendida en la cama,
sabía que le daría cualquier cosa. Ni siquiera tendría que pedirlo.
Pero el Dios de los Muertos estaba sobre ella, respirando con fuerza.
Su cabello se derramaba sobre sus hombros. Sus ojos eran oscuros,
furiosos, excitados, y en vez de cerrar la distancia que había creado entre
ellos, sonrió.
Era inquietante, y Perséfone sabía que no le iba a gustar lo que
vendría después.
—Bueno, probablemente te gustaría follar conmigo, pero
definitivamente no te gusto.
Luego se fue.

Perséfone encontró su vestido cuidadosamente doblado en una de las


dos sillas frente a la chimenea de Hades. Una capa negra estaba a su lado.
Mientras se ponía el vestido y la capa, pensó en cómo la había mirado Hades
cuando se despertó. ¿Cuánto tiempo estuvo sentado viéndola dormir?
¿Cuánto tiempo se había cocinado a fuego lento en su rabia? ¿Quién era ese
dios que apareció de la nada para rescatarla de avances indeseados,
afirmando que no eran celos, y dobló su ropa? ¿Quien la acusó de odiarlo,
pero la besó como si nunca hubiera participado en algo tan dulce?
Su cuerpo se sonrojó al pensar en cómo la había levantado y llevado
a la cama. No podía recordar lo que estaba pensando, pero sabía que no le
dijo que se detuviera, aun así, la dejó.
Ese arrebato embriagador se convirtió en ira.
Se había reído y la había dejado.
Porque esto es un juego para él, se recordó. No podía dejar que su
extraña y eléctrica atracción hacia él se impusiera a esa realidad. Tenía un
contrato que cumplir.
Perséfone dejó la habitación de Hades a través del balcón para ver su
jardín. A pesar de su resentimiento hacia el invernadero, Perséfone seguía
amando las flores, y el Dios del Inframundo consiguió crear uno de los
jardines más hermosos que jamás había visto. Se maravilló de los colores y
los olores: el dulce olor de la glicinia, el embriagador y sensual aroma de las
gardenias y las rosas, el calmante aroma de la lavanda.

150
Y todo era mágico.
Hades tuvo vidas para aprender sus poderes, para crear ilusiones que
engañaban a los sentidos. Perséfone nunca había conocido la sensación de
poder en su sangre. ¿Ardía caliente como la necesidad que Hades encendía
dentro de ella? ¿Se sentía como anoche, cuando se atrevió a montarlo a
horcajadas y le susurró desafíos mientras probaba su piel?
Eso había sido poder.
Por un momento, lo había controlado.
Vio la lujuria nublar su mirada, escuchó su gruñido de pasión, sintió
su fuerte excitación.
Pero no fue lo suficientemente poderosa para mantenerlo bajo su
hechizo.
Comenzaba a pensar que nunca lo sería.
Por eso una vida mortal le venía tan bien, porque no podía dejar que
Hades ganara.
Excepto que no estaba segura de cómo se suponía que iba a ganar
cuando su jardín todavía parecía un pedazo de tierra quemada. Al llegar al
final del camino, los exuberantes jardines dieron paso a un pedazo de tierra
baldía donde el suelo era más como la arena, y negro como la ceniza. Habían
pasado unas pocas semanas desde que plantó las semillas en la tierra. Ya
deberían estar brotando, incluso sin magia, los jardines mortales al menos
producían esa cantidad de vida. Si el jardín hubiera sido de su madre, ya
estaría completamente desarrollado. Perséfone había albergado una
esperanza secreta de que, a través de este proceso, descubriría algún poder
latente que no implicara robar vida, pero al estar de pie ante este árido
parche de la tierra se dio cuenta de lo ridícula que era esa esperanza.
No podía esperar a que el poder se manifestara o a que las semillas
mortales brotaran en el suelo imposible del Inframundo. Tenía que hacer
algo más.
Se enderezó y fue en busca de Hécate.
Perséfone encontró a la diosa en una arboleda cerca de su casa.
Hécate vestía túnicas púrpuras hoy, y su largo cabello estaba trenzado y
serpenteado sobre su hombro. Estaba sentada, con las piernas cruzadas,
en la suave hierba acariciando una comadreja peluda. Perséfone chilló
cuando la vio.
—¿Qué es eso? —exigió.
Hécate sonrió suavemente y rascó a la criatura detrás de su pequeña
oreja.
—Esta es Gale. Es un turón.
—Eso no es un gato —argumentó Perséfone.

151
—Turón —dijo Hécate, riéndose en voz baja—. Una vez fue una bruja
humana, pero era una idiota, así que la convertí en un turón.
Perséfone miró fijamente a la diosa, pero Hécate no pareció notar su
aturdido silencio.
—Me gusta más así —agregó Hécate, luego miró a la Diosa de la
Primavera y preguntó—: Pero basta de hablar de Gale. ¿En qué puedo
ayudarte, querida?
Esa pregunta fue lo único que hizo falta, Perséfone entró en erupción,
explotando en una tangente furiosa sobre Hades, el contrato, y su apuesta
imposible, evitando los detalles sobre el desastre de esta mañana. Incluso
admitió su mayor secreto: que no podía cultivar ni una sola cosa. Cuando
terminó, Hécate parecía pensativa pero no sorprendida.
—Si no puedes dar vida, ¿qué puedes hacer? —preguntó.
—Destruirla.
Las bonitas cejas de Hécate se arrugaron sobre sus ojos oscuros.
—¿Nunca hiciste crecer nada en absoluto? —preguntó Hécate.
Perséfone negó, y luego se encontró con la mirada de la diosa.
—Muéstrame.
—Hécate... no creo que eso...
—Me gustaría ver.
Perséfone suspiró, y giró sus manos. Miró fijamente sus palmas
durante un largo momento antes de doblarlas y presionarlas contra la
hierba. Donde antes era verde, se puso amarillo y se marchitó bajo su toque.
Cuando miró a Hécate, la diosa se quedó mirando sus manos.
—Creo que es por eso que Hades me desafió a crear vida, porque sabía
que era imposible.
Hécate no parecía tan segura.
—Hades no desafía a la gente con lo imposible. Los desafía a abrazar
su potencial.
—¿Y cuál es mi potencial? —preguntó.
—Ser la Diosa de la Primavera —respondió Hécate. El turón saltó de
su regazo cuando se puso de pie, limpiándose las faldas. Esperaba que la
diosa continuara haciendo preguntas sobre su magia, pero en vez de eso,
pensativamente dijo—: La jardinería no es la única forma de crear vida.
Perséfone miró a la diosa.
—¿De qué otra forma debería crear vida?
Se dio cuenta por la mirada divertida de su rostro que no le iba a

152
gustar lo que Hécate tenía que decir.
—Podrías tener un bebé.
—¿Qué?
—Por supuesto, para cumplir el contrato, Hades tendría que ser el
padre —continuó como si no hubiera oído a Perséfone—. Se pondría furioso
si fuera cualquier otro.
Decidió que iba a ignorar ese comentario.
—No voy a tener un hijo de Hades, Hécate.
—Pediste sugerencias. Solo intentaba ser una buena amiga.
—Y lo eres, pero no estoy preparada para tener hijos, y Hades no es
un dios que quisiera como padre para mis hijos. —Se sintió un poco culpable
por decir esa última parte en voz alta—. ¿Qué voy a hacer? Ugh. ¡Esto es
imposible!
—No es tan imposible como parece, querida. Estás en el Inframundo,
después de todo.
—Te das cuenta de que el Inframundo es el reino de los muertos, ¿no
es así Hécate?
—También es un lugar para nuevos comienzos —dijo—. A veces, la
existencia que un alma lleva aquí es la mejor vida que han tenido. Estoy
segura de que tú, entre todos los dioses, lo entiendes.
La comprensión se asentó pesadamente sobre los hombros de
Perséfone. Lo entendía.
—Vivir aquí no es diferente a vivir arriba. Desafiaste a Hades a ayudar
a los mortales a llevar una mejor existencia. Él simplemente te ha encargado
lo mismo aquí, en el Inframundo.
P
asó otra semana muy ocupada, llena de artículos de lectura,
trabajos de escritura y exámenes. Perséfone pensó que, a estas
alturas, el alboroto por su artículo se habría calmado, pero no

153
fue así. Aun así, se detuvo en su camino a la Acrópolis y la
Universidad. Unos extraños le preguntaron cuándo saldría el próximo
artículo sobre Hades, y sobre qué planeaba escribir.
Estaba un poco cansada de las preguntas, y de repetirse, el artículo
saldrá en unas semanas, y tendrás que comprar el periódico. Comenzó a
ponerse los auriculares en sus paseos para poder decir que no podía oír a
la gente cuando la llamaban.
—¿Perséfone?
Lástima que no pueda hacer eso en el trabajo ahora mismo.
Demetri asomó la cabeza fuera de su oficina. Llevaba una camisa de
mezclilla y una corbata de lunares, y Perséfone pensó que, de alguna
manera, parecía más joven y más viejo al mismo tiempo con ese traje. Tal
vez porque el azul resaltaba el gris de su cabello, y la corbata de lazo era
divertida.
—¿Sí? —preguntó.
—¿Tienes un momento?
—Claro —dijo.
Guardó lo que estaba trabajando y luego cerró su computadora,
siguiendo a Demetri a su oficina y se sentó.
Su jefe se apoyó en su escritorio.
—¿Cómo va ese artículo? —preguntó.
—Bien. Está... bien.
Si él buscaba un resumen de lo que planeaba escribir, no lo tenía.
Pensó en escribir sobre la madre que llegó a Hades para pedir la vida de su
hija, y aunque no entendía por qué quería mantenerlo en secreto, quería
honrar la petición que le hizo a la mujer.
Desde la mañana siguiente en La Rose, cuando Hades la confundió
con su pasión e ira, se concentró en evitarlo. Sabía que eso no era lo mejor,
especialmente si quería enviar este artículo en unas semanas, pero aún
tenía el fin de semana, y con su historial y el de Hades, estaba obligado a
hacer algo para enfadarla, lo que significaba un material de escritura ideal.
—Dios del Juego fue nuestra historia más popular hasta la fecha.
Millones de visitas, miles de comentarios y artículos vendidos.
—Tenías razón —dijo ella—. La gente tiene curiosidad por Hades.
—Por eso te llamé —dijo. Perséfone se enderezó. Sus pensamientos
iban en todo tipo de direcciones. Estuvo esperando a que Demetri le pidiera
más. Hasta ahora, le había dejado tener un control creativo sobre cómo
cubría a Hades, y no quería perderlo—. Tengo una asignación para ti.
—¿Una asignación? —repitió.
—He estado guardando esto. —Tomó un sobre en su escritorio y se lo

154
entregó—. No había decidido a quién enviar, pero no tenía dudas después
del éxito de tu artículo.
—¿Qué es?
Estaba demasiado nerviosa para abrir el sobre, pero su jefe solamente
sonrió.
—¿Por qué no lo abres?
Perséfone hizo lo que le pidió, y encontró dos entradas para la Gala
Olímpica del sábado. Eran unas hermosas invitaciones, negras con letras
de hojas de oro, y parecían tan caras como la misma gala.
Los ojos de Perséfone se abrieron. La Gala Olímpica era el mayor
evento del año. Era un gran desfile de moda, una fiesta y un evento de
caridad. Cada año se elegía un tema, inspirado en un dios o diosa, y ese
dios o diosa tenía que elegir qué proyecto de caridad se financiaba con el
dinero recaudado en la gala.
Las entradas eran codiciadas, y costaban cientos de dólares.
—Pero... ¿por qué yo? —No lo entendía—. Tú deberías ir a esto. Eres
el editor en jefe.
—Tengo otra obligación esa noche.
—¿Más grande que la Gala Olímpica?
Demetri sonrió con suficiencia.
—He asistido muchas veces, Perséfone.
—No lo entiendo. Hades ni siquiera va a la gala.
Había visto la cobertura en directo del evento con Lexa y nunca lo vio
entrar con los otros dioses, y nadie le tomó una foto.
—Lord Hades no permite que le fotografíen, pero siempre asiste —
respondió Demetri.
—No puedo ir —dijo después de un largo silencio.
Su jefe dirigió su mirada a la de ella.
—Perséfone, ¿de qué tienes tanto miedo?
—No tengo... miedo.
Aunque más o menos lo tenía. La última vez que vio a su madre,
amenazó con enviarla de vuelta al invernadero si iba a Nevernight o veía de
nuevo a Hades. No importaba dónde. Además, se suponía que no debía estar
cerca de los dioses, y no podía ocultar a su madre el hecho de que estaba
allí porque Deméter también estaría presente.
Pero eso era demasiado complicado para decírselo a Demetri.
—Considéralo una oportunidad para investigar y observar —dijo—.

155
Siempre escribimos sobre la Gala Olímpica, solo pondrás el foco en Hades.
—No entiendes... —empezó.
—Toma los boletos, Perséfone. Piénsalo bien, pero no te tomes
demasiado tiempo. No tienes mucho para decidirte.
No se sentía cómoda tomando las entradas porque estaba segura de
que no iba a ir a la gala. Aun así, Demetri la envió de vuelta a su mesa con
ellas. Se sentó aturdida, mirando el sobre. Después de un momento, sacó
las entradas.
Se leía:
Únete a nosotros para una noche en el Inframundo
No tenía ni idea de que el tema de este año era el Inframundo. Su
curiosidad aumentó, ¿cómo interpretarían los organizadores de este evento
el Inframundo? Apostó que nunca adivinarían que había tanta vida abajo.
También se preguntaba a qué caridad elegiría Hades donar.
Dioses, realmente quería ir.
Pero había tantos inconvenientes, su madre, para empezar. También
faltaban unos días y no tenía un vestido de gala por ahí tirado.
Su mirada se dirigió de nuevo a los boletos donde el código de
vestimenta estaba impreso más abajo en la página e indicaba que la gala
era un baile de máscaras.
No era probable que pudiera esconderse de su madre con una
máscara, pero ahora se preguntaba si Hécate tenía algún hechizo bajo la
manga que la ayudara. Hizo una nota mental para preguntar cuando
visitara el Inframundo esta noche.
Sonó el teléfono de su escritorio y lo contestó.
—Esta es Perséfone.
—La asistente de Hades… ¿está aquí para verte? —dijo Valerie.
A Perséfone le tomó un momento responder, seguramente no, pensó.
—¿Menta?
¿Qué podría tener Menta que decirle?
—Oh, Adonis la está llevando —agregó Valerie.
Perséfone levantó la vista para ver a la ninfa que se dirigía hacia ella.
Estaba vestida de negro, y su cabello y ojos eran como el fuego. Adonis
caminó a su lado como un escolta, enamorado, y de repente el desagrado de
Perséfone por él se hizo más profundo.
—Oye, Perséfone —dijo Adonis, sin darse cuenta de su frustración—.
¿Te acuerdas de Menta?
—¿Cómo podría olvidarla? —preguntó Perséfone, sin rodeos.
La ninfa sonrió.

156
—He venido a hablar contigo sobre el artículo que publicó sobre mi
empleador.
—Me temo que no tengo tiempo para reunirme contigo hoy. Tal vez
otro día.
—Me temo que debo exigir una audiencia.
—Si tiene quejas sobre el artículo, debe hablar con mi supervisor.
—Prefiero expresar mis preocupaciones contigo.
Los ojos de Menta brillaron, y Perséfone supo que se necesitaría una
fuerza de la naturaleza, probablemente de Hades, para sacar a esta dama
del edificio.
Se miraron fijamente durante un largo momento y Adonis aclaró su
garganta.
—Bueno, dejaré que ustedes dos resuelvan esto.
Ninguna de las mujeres reconoció a Adonis y él se escabulló,
dejándolas solas. Después de un momento, Perséfone preguntó:
—¿Sabe Hades que estás aquí?
—Es mi trabajo aconsejar a Hades en asuntos que puedan dañar su
reputación, y cuando no atiende a razones, actuar.
—A Hades no le importa su reputación.
—Pero a mí sí. Y tú la estás amenazando.
—¿Por mi artículo?
—Porque existes —dijo.
Perséfone fijó su mirada en ella.
—La reputación de Hades precedió a su conocimiento de mi
existencia. ¿No crees que es un poco absurdo culparme?
—No estoy hablando de sus tratos con los mortales. Estoy hablando
de su trato contigo. —Menta habló más fuerte, y aunque Perséfone sabía lo
que hacía, la táctica funcionó. Perséfone quería que se callara—. Ahora, si
eres tan amable de darme el tiempo que he pedido —dijo Menta.
—Por aquí —dijo Perséfone con los dientes apretados.
Llevó a la ninfa a una sala de entrevistas, cerrando la puerta más
fuerte de lo necesario. Se giró hacia Menta y esperó, cruzando los brazos
sobre su pecho. Ninguna de las dos se sentó, lo que indicó que esto no
duraría mucho.
—Parece que piensas que tienes a Hades completamente descifrado —
dijo Menta, con los ojos entrecerrados.
Perséfone se puso rígida.

157
—¿Y tú no estás de acuerdo?
Ella sonrió.
—Bueno, lo conozco desde hace siglos.
—No creo que necesite conocerlo durante siglos para entender que no
tiene ningún conocimiento de la situación humana. Ni tampoco entiende
cómo ayudar al mundo.
Aunque lo que hizo por esa madre fue más que generoso. Comenzaba
a entender que había reglas que impedían incluso a Hades, un poderoso y
antiguo dios, hacer lo que él quisiera.
—Hades no se arrodillará ante cada uno de tus caprichos —dijo
Menta.
—No espero que se arrodille —dijo Perséfone—. Aunque sería un buen
toque.
Menta dio un paso adelante, enfadada.
—¡Niña arrogante! —escupió Menta.
Perséfone se puso rígida y bajó los brazos.
—No soy una niña.
—¿Sabes qué? No sé lo que un dios tan poderoso ve en ti. Eres
privilegiada y sin magia, y aun así continúa dejándote entrar en nuestro
reino...
—Confía en mí, ninfa. No es una elección.
—¿No lo es? ¿No es una elección cada vez que dejas que te ponga las
manos encima? ¿Cada vez que te besa? Conozco a lord Hades, y si le pidieras
que se detuviera, lo haría, pero no lo haces. Nunca lo haces.
El rubor de Perséfone era feroz, pero se las arregló para decir:
—No deseo discutir esto contigo.
—¿No? Entonces iré al grano. Estás cometiendo un error. A Hades no
le interesa el amor, y no es material para una relación. Sigue caminando por
este camino y saldrás lastimada.
—¿Me estás amenazando?
—No, es la promesa de enamorarse de un dios.
—No me estoy enamorando de Hades —argumentó Perséfone.
La ninfa ofreció una sonrisa cruel.
—Negación —dijo—. Es la primera etapa del amor renuente. No
cometas este error, Perséfone.
Odiaba que su nombre estuviera en la lengua de la ninfa y no pudo
reprimir un escalofrío. Tragando, Perséfone sintió su glamour se agitaba.
—¿Es por esto que viniste a mi trabajo? —preguntó—. ¿Para

158
advertirme sobre Hades?
—Sí —dijo—. Y ahora tengo una oferta que hacerte.
—No quiero nada de ti —la voz de Perséfone tembló.
—Si realmente deseas ser libre de tu contrato, aceptarás mi oferta.
Perséfone miró con desagrado, aún desconfiada, pero no podía negar
que quería escuchar lo que la ninfa tenía que decir. Menta se rio.
—Hades te ha pedido que crees vida en el Inframundo. Hay un
manantial en las montañas donde se encuentra el Pozo de la Reencarnación.
Le dará vida a cualquier cosa, incluso a tu desolado jardín.
Perséfone nunca oyó hablar de ese lugar en ninguna de sus lecturas
del Inframundo, aunque eso no decía mucho. Esos libros también
describían el Inframundo como muerto y desolado.
—¿Y por qué debería confiar en ti?
—No tiene nada que ver con la confianza. Tú quieres ser libre de tu
contrato con Hades, y yo quiero que Hades se libere de ti.
Miró fijamente a Menta por un momento. No estaba segura de lo que
la impulsó a hacer la pregunta, pero encontró las palabras rodando por su
lengua.
—¿Lo amas?
—¿Crees que esto tiene que ver con el amor? —preguntó Menta—. Qué
dulce. Lo estoy protegiendo. Hades solo ama las buenas apuestas, y tú, mi
joven diosa, eres la peor apuesta que ha hecho.
Entonces Menta se fue.
E
res la peor apuesta que ha hecho.
Las palabras de Menta giraron en la cabeza de Perséfone. De
vez en cuando golpeaban un cordón tan sensible que sentía

159
un nuevo arrebato de rabia cuando se dirigía a Nevernight.
A pesar de darse cuenta de que su jardín podría no cumplir el contrato
entre ella y Hades, sintió que sería renunciar al ignorarlo por completo, así
que regresó, regó su jardín y luego buscó a sus nuevos amigos en Asfódelos.
Perséfone se propuso pasar por Asfódelos cada vez que visitaba el
Inframundo. Allí, en el verde valle, encontraba a los muertos vivientes,
quienes plantaban jardines y cosechaban frutos. Hacían mermeladas,
mantequilla y pan. Cosían, tejían y teñían, haciendo ropa, bufandas y
alfombras. Era la razón por la que tenían un extenso mercado que se
extendía por los callejones entre las extrañas casas de cristal volcánico.
Más que de costumbre, los muertos estaban fuera en grandes
cantidades y el mercado estaba lleno de una energía que aún no había
experimentado en el Inframundo, era emoción. Algunas almas colgaron
linternas entre sus hogares, decorando el callejón que compartían.
Perséfone los observó por varios momentos hasta que escuchó una voz
familiar.
—¡Buenas noches, milady!
Perséfone se dio la vuelta para encontrar a Yuri, una joven hermosa
con gruesos rizos. Vestía túnicas rosas y llevaba una gran cesta de
granadas.
—Yuri.
Perséfone sonrió y abrazó a la chica. Las dos se conocieron un día en
que Yuri le ofreció una de sus mezclas de té. A Perséfone le encantó. Cuando
intentó comprar una lata, Yuri rechazó su dinero y se la ofreció gratis,
explicando “¿Qué haría yo con el dinero en el inframundo?”.
La siguiente vez que Perséfone la visitó, le llevó a Yuri un broche con
joyas para poder sujetarse su grueso cabello. La chica estaba tan agradecida
que abrazó a Perséfone y se alejó rápidamente, disculpándose por ser tan
atrevida. Perséfone solo se rio y dijo:
—Me gustan los abrazos.
Las dos eran buenas amigas desde entonces.
—¿Está... pasando algo hoy? —preguntó Perséfone.
Yuri sonrió.
—Estamos celebrando a lord Hades.
—¿Por qué? —No quería parecer tan sorprendida—. ¿Es su
cumpleaños?
Yuri se rio de esa pregunta, y Perséfone se dio cuenta de lo tonto que
era preguntarle a Hades que probablemente no celebraba un cumpleaños o
ni siquiera recordaba cuándo nació.
—Porque es nuestro rey y queremos honrarlo —dijo. Existían varios

160
festivales que celebraban a los dioses de la superficie, pero ninguno de ellos
celebraba al Dios del Inframundo—. Tenemos la esperanza de que pronto
tenga una reina.
Perséfone palideció. Su primer pensamiento fue ¿quién? Y luego, ¿por
qué? ¿Qué les había dado la impresión de que podrían tener una reina?
—Una... ¿qué?
Yuri sonrió.
—Vamos, Perséfone. No estás tan ciega.
—Creo que lo estoy —respondió.
—Lord Hades nunca le ha dado a un dios tanta libertad sobre su reino.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Yuri se refería a ella.
—¿Qué pasa con Hécate? ¿Hermes? —argumentó. Cada uno tenía
acceso al inframundo y entraba y salía a su antojo.
—Hécate es una criatura de este mundo y Hermes es solo una especie
de mensajero. Tú... eres algo más.
Perséfone negó.
—No soy más que un juego, Yuri.
Podía decir que el alma estaba confundida por su declaración, pero
Perséfone no iba a discutir. Conocía la realidad de su situación. Las almas
del Inframundo podrían ver el tratamiento de Hades como algo especial, pero
ella sabía cómo era.
Yuri metió la mano en su cesta y ofreció a la diosa una granada.
—Aun así, ¿no te quedarás? Esta celebración, es tanto para ti como
para Hades.
La conmoción por las palabras de Yuri fue profunda.
—Pero no soy... No puedes adorarme.
—¿Por qué no? Eres una diosa, te preocupas por nosotros, y te
preocupas por nuestro rey.
—Yo... —Quería argumentar que no le importaba lord Hades, pero las
palabras no venían y entonces su atención fue atraída por un coro de voces.
—¡Lady Perséfone! ¡Lady Perséfone!
Algo pequeño pero poderoso se estrelló contra sus piernas, y casi cayó
sobre Yuri y su cesta.
—¡Issac! Discúlpate con tu... —Yuri se detuvo, y tuvo la sensación de
que las almas de Asfódelos ya comenzaban a llamarla por un título que no
poseía—. Discúlpate con lady Perséfone.
El niño en cuestión retiró su abrazo de las piernas de Perséfone. Fue
seguido por un ejército de niños de diferentes edades. Perséfone los conoció
a todos antes, y jugó varios juegos con ellos. Se unieron a ellos los perros de

161
Hades, Cerbero, Tifón y Ortro. Cerbero agarraba su gran pelota roja con su
mandíbula.
—Lo siento, lady Perséfone. ¿Jugará con nosotros?
—Lady Perséfone no está vestida para jugar, Isaac —dijo Yuri, y el
niño frunció el ceño. Era cierto que Perséfone no estaba vestida para jugar
en el prado. Todavía llevaba su atuendo de trabajo, un vestido blanco que
se adaptaba a su forma.
—Está perfectamente bien, Yuri —dijo, y estiró la mano para levantar
a Isaac en sus brazos. Era el más joven del grupo, supuso que solo tenía
unos cuatro años. Le dolía pensar en por qué este niño estaba aquí, en
Asfódelos. ¿Qué le había ocurrido en el Mundo Superior? ¿Cuánto tiempo
llevaba aquí? ¿Alguna de estas almas era su familia?
Alejó esos pensamientos tan pronto como llegaron. Podía pasar horas
pensando en todas las razones por las que alguna de estas personas estaba
aquí y no serviría de nada. Los muertos eran muertos y ella estaba
aprendiendo que su existencia aquí no era tan mala.
—Por supuesto que jugaré —dijo.
Un coro de vítores estalló mientras caminaba con los niños a una
parte despejada de la pradera fuera del camino de las almas que se
preparaban para la celebración para Hades.
Perséfone jugaba a la pelota con los perros y a atrapar, y a un millón
de otros juegos que los niños inventaban. El prado estaba mojado y
Perséfone se deslizó mucho. Cuando se alejó del campo, estaba cubierta de
barro, pero felizmente agotada.
Había oscurecido en el Inframundo, y los músicos comenzaron a tocar
notas dulces en sus instrumentos. Las almas llenaron las calles para charlar
y reír. El olor de la carne cocinándose y los postres horneándose llenaba el
aire. No pasó mucho tiempo antes de que Perséfone encontrara a Hécate
entre la multitud, y la diosa sonrió, divertida por la apariencia de Perséfone.
—Querida, eres un desastre.
La Diosa de la Primavera sonrió.
—Fue un intenso juego de persecución.
—Espero que hayas ganado.
—Fui un completo fracaso —dijo—. Los niños son mucho más hábiles.
Ambas se rieron, y otra alma se acercó. Perséfone reconoció al hombre
como Ian. Era un herrero y mantenía su forja caliente, trabajando el metal
en hermosas cuchillas y escudos. Una vez le preguntó por qué parecía estar
preparándose para la batalla, y el hombre respondió que por hábito.
Perséfone no pensó demasiado en ello, al igual que trató de no pensar
demasiado en Isaac.

162
—Milady —dijo Ian—. Asfódelos tiene un regalo para ti.
Perséfone esperó, curiosa, mientras el alma se arrodillaba y sacaba
una hermosa corona de oro de su espalda. Pero no era una corona
cualquiera. Era una serie de flores cuidadosamente elaboradas en un
círculo. Entre el ramo, observaba rosas y lirios y narcisos. Pequeñas gemas
de varios colores brillaban en el centro de cada flor.
—¿Llevarás nuestra corona, lady Perséfone?
El alma no la miró, y se preguntó si temía su rechazo. Levantó la
mirada, y notó que todo el lugar se había quedado en silencio. Las almas
esperaban, expectantes. Pensó en los comentarios de Yuri antes. Esta gente
ha llegado a pensar en ella como una reina, y aceptar esta corona solo
animaría eso, pero no aceptarla les haría daño.
En contra de su buen juicio, puso una mano en el hombro de Ian y se
arrodilló ante él. Lo miró a los ojos y respondió.
—Con gusto usaré tu corona, Ian.
Permitió que el alma colocara la corona sobre su cabeza y todos
rompieron en vítores. Ian sonrió, ofreciendo su mano, la llevó a bailar en el
centro del camino de tierra, bajo las luces que las almas habían colgado en
lo alto.
Perséfone se sintió ridícula con su vestido manchado y su corona de
oro, pero los muertos no parecieron darse cuenta ni preocuparse. Bailó
hasta que apenas pudo respirar y le dolían los pies. Cuando se dirigió hacia
Hécate para descansar, la Diosa de la Brujería dijo:
—Creo que te vendría bien un poco de descanso. Y un baño.
Perséfone se rio.
—Creo que tienes razón.
—Lo celebrarán toda la noche —dijo—. Pero tú has hecho su noche.
Hades nunca ha visitado para celebrar con ellos.
El corazón de Perséfone cayó.
—¿Por qué no?
Hécate se encogió de hombros.
—No puedo hablar por él, pero es una pregunta que tú puedes hacer.
Las dos regresaron al palacio. De camino a los baños, Perséfone
explicó que recibió dos entradas para la Gala Olímpica, y preguntó si Hécate
tenía algún hechizo que pudiera ayudar a que su madre no la viera.
La diosa consideró su petición y luego preguntó:
—¿Tienes una máscara?
Perséfone frunció el ceño.
—Planeaba conseguir una mañana.

163
—Déjamelo a mí —dijo Hécate.
Los baños se encontraban en la parte trasera de la fortaleza y se
accedía a ellos a través de un arco. Cuando entró, fue recibida por el olor a
lino fresco y lavanda. Una cálida niebla cubrió su piel y se hundió en sus
huesos. Se ruborizó con el calor del aire, y fue bienvenida después de su
tarde en el prado fangoso.
Hécate la llevó por una red de escaleras, pasó por varias piscinas y
duchas más pequeñas.
—¿Este es un baño público? —preguntó.
En la antigüedad, los baños públicos eran muy comunes, pero
perdieron popularidad en los tiempos modernos. Se preguntó cuántos en el
palacio usaban esta casa, entre ellos, Menta y Hades.
Hécate se rio.
—Sí, aunque lord Hades tiene su propia piscina privada. Ahí es donde
te bañarás.
No protestó. No le gustaba bañarse en público. Hécate se detuvo para
recoger suministros como jabón y toallas para Perséfone y un peplo lavanda.
Perséfone no había usado la antigua prenda en casi cuatro años, desde que
dejó Olimpia y el invernadero para ir a Nueva Atenas.
Bajaron una última escalera y llegaron a la piscina de Hades. Era un
gran óvalo rodeado de columnas. En la parte superior, el techo estaba
expuesto al cielo.
—Llámame si necesitas algo —dijo Hécate, y dejó que Perséfone se
desnudara en privado—. Cuando termines, únete a nosotros en el comedor.
Desnuda, dio un paso tentativo hacia el agua, sumergiendo su pie
para probar la temperatura, estaba caliente, pero no hirviendo. Entró en la
piscina y gimió de placer. El vapor se elevaba a su alrededor y sacaba el
sudor de su piel. El agua la limpiaba y sentía como si se estuviera limpiando
del día. Afortunadamente, la celebración en Asfódelos alivió el estrés de la
visita anterior de Menta, pero, aun así, se sentía enojada porque la asistente
de Hades se atrevió a ir a su trabajo.
¿Cómo era ella la que amenazaba la reputación de Hades? El Dios de
los Muertos hizo suficiente daño por su cuenta. A pesar del hecho de que
Perséfone quería salir de su contrato, no estaba segura de confiar en Menta
lo suficiente como para escucharla.
Frotó su piel y cuero cabelludo hasta que quedó en carne viva y
rosada, sintiéndose renovada. No estaba segura de cuánto tiempo se quedó
sumergida en el agua después de eso. Se distrajo en los detalles del baño,
notando una línea de azulejos blancos con narcisos rojos que sobresalían
en el borde del agua alrededor de la piscina. Las columnas que pensó eran
blancas, en realidad estaban pintadas de oro. El cielo sobre su cabeza

164
oscureció, y pequeñas estrellas brillaron.
Estaba asombrada por la magia de Hades. Cómo mezclaba los olores
y las texturas. Era un maestro con su pincel, alisando y moteando, creando
un reino que rivalizaba con la belleza de los destinos más buscados del
Mundo Superior.
Estaba tan perdida en sus pensamientos que casi no escuchó el
sonido de las botas pisando los escalones de la bañera. Hades estaba al
borde de la piscina, y sus ojos se encontraron. Se alegró de que el agua le
hubiera enrojecido la piel y de que él no pudiera ver el calor que había
experimentado en su presencia.
No dijo nada durante un largo momento, solo la miró fijamente en su
bañera. Luego sus ojos se fijaron en la ropa que ella se había quitado a sus
pies. Entre ellas, la corona de oro.
Hades se inclinó y la recogió.
—Esto es hermoso —dijo.
Ella se aclaró la garganta.
—Lo es. Ian la hizo para mí.
No se molestó en preguntarle si conocía a Ian, Hades le dijo
anteriormente que conocía a todas las almas del inframundo.
—Es un artesano talentoso. Es lo que le llevó a su muerte.
Perséfone frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Fue favorecido por Artemisa, y lo bendijo con la habilidad de crear
armas que aseguraban que su portador no pudiera ser derrotado en la
batalla. Fue asesinado por ello.
Perséfone tragó... era solo otra forma en que el favor de un dios podría
resultar en dolor y sufrimiento.
Hades pasó un momento más inspeccionando la corona antes de
colocarla de nuevo en su sitio. Cuando se puso en pie, Perséfone siguió
mirándolo y no se había movido ni un centímetro.
—¿Por qué no fuiste? —preguntó ella—. A la celebración en Asfódelos.
Era para ti.
—Y para ti —dijo. Le tomó un momento para entender lo que él quería
decir—. Te celebraban a ti. Como deberían.
—No soy su reina.
—Y yo no soy digno de su celebración.
Se quedó mirándolo. ¿Cómo podría este confiado y poderoso dios
sentirse indigno de la celebración de su pueblo?

165
—Si ellos sienten que eres digno de ser celebrado, ¿no crees que eso
es suficiente?
No respondió. En su lugar, sus ojos se oscurecieron y una extraña
sensación invadió el aire... era pesada, ardiente y picante. Hizo que su pecho
se sintiera pesado, restringiendo su respiración.
—¿Puedo unirme a ti? —Su voz fue profunda y sensual.
El cerebro de Perséfone sufrió un cortocircuito. Se refería a la piscina.
Desnudo. Donde solo el agua proporcionaría una cubierta. Se encontró
asintiendo, y se preguntó brevemente si se había vuelto loca por haber
estado en el agua demasiado tiempo, pero había una parte de ella que ardía
tan caliente para este dios que haría cualquier cosa para saciar la llama,
incluso si eso significaba probarla.
Él no sonrió y no le quitó los ojos mientras se desnudaba. Sus ojos
descendieron lentamente de su rostro a sus brazos y pecho, a su torso, y se
mantuvieron en su excitación. No era la única que sentía esta atracción
eléctrica, y temía que cuando entraran juntos al agua, podrían incinerarse.
Se metió en la piscina, sin decir nada. Se detuvo a unos pocos
centímetros de ella.
—Creo que te debo una disculpa.
—¿Por qué, específicamente? —preguntó. Había varias cosas por las
que él podría disculparse en su mente; la visita no anunciada de Menta (si
él lo sabía), la forma en que la trató la mañana después de La Rose, el
contrato. Hades sonrió con suficiencia, pero el humor no tocó sus ojos... no,
su mirada ardió.
El Rey del Inframundo extendió la mano y tocó su rostro, pasando un
dedo por su mejilla.
—La última vez que nos vimos, fui injusto contigo.
La había desnudado y se había burlado de ella de la forma más cruel,
y cuando la dejó, se sintió avergonzada, enfadada y abandonada. No quería
que él viera nada de eso en sus ojos, así que miró a otro lado y dijo:
—Fuimos injustos el uno con el otro.
Cuando se las arregló para mirarlo de nuevo, la estaba estudiando.
—¿Te gusta tu vida en el reino de los mortales?
—Sí. —Ante su pregunta, puso distancia entre ellos, nadando hacia
atrás, pero Hades la siguió, lento y calculador—. Me gusta mi vida. Tengo
un apartamento, amigos y una pasantía. Pronto me graduaré en la
universidad.
Y podría quedarse si mantenía en secreto a Hades y el contrato.
—Pero tú eres Divina.
—Nunca he vivido como tal y lo sabes.

166
De nuevo, la estudió, en silencio por un momento.
—¿No tienes ningún deseo de entender lo que es ser una diosa?
—No —mintió.
Las garras de ese sueño de hace mucho tiempo todavía la retenían, y
cuanto más visitaba el Inframundo, más le dolía el corazón por ello. Pasó su
infancia sintiéndose inadecuada, rodeada por la magia de su madre. Cuando
llegó a Nueva Atenas, finalmente encontró algo en lo que era buena, la
escuela, la escritura y la investigación, pero una vez más se encontró en la
misma situación que antes, un dios diferente, un reino diferente.
—Creo que estás mintiendo —dijo.
—No me conoces —dejó de moverse y lo miró con ira, porque vio a
través de ella.
Hades estaba ahora pegado a ella, mirando hacia abajo, con los ojos
como carbones.
—Te conozco. —Pasó sus dedos por encima de su clavícula, y se movió
de manera que estaba en su espalda—. Sé la forma en que tu aliento se agita
cuando te toco. Sé cómo tu piel se ruboriza cuando piensas en mí. Sé que
hay algo debajo de esta bonita fachada.
Los dedos de Hades continuaron su caricia ligera como una pluma
sobre la piel de Perséfone. Sus palabras no se alejaron, susurrando a lo largo
del camino de calor que dejó. Besó su hombro.
—Hay rabia. Hay pasión. Hay oscuridad. —Se detuvo un momento, y
dejó que su lengua se arremolinara contra su cuello. Su aliento se quedó
atrapado en su garganta tan fuerte, que pensó que podría ahogarse—. Y
quiero probarlo.
Su brazo rodeó su cintura y su espalda se encontró con su pecho. El
arco de su cuerpo encajaba perfectamente con el suyo. Su excitación la
presionó, y se preguntó qué se sentiría al tener esa carne dentro de ella.
—Hades —dijo sin aliento.
—Déjame mostrarte lo que es tener el poder en tus manos —dijo—.
Deja que te saque la oscuridad, te ayudaré a darle forma.
Sí, pensó. Sí.
La cabeza de Hades descansaba en su cuello mientras su mano
recorría su estómago y descendía. Cuando ahuecó su sexo, jadeó,
arqueándose contra él.
—Hades, yo nunca...
—Déjame ser el primero —dijo, rogó, y su voz retumbó en su pecho.
No podía hablar, pero respiró un poco y luego asintió.

167
Él respondió rozando sus dedos a través de sus rizos, y luego pasando
su pulgar contra ese sensible nudo en el ápice de su núcleo. Inhaló
bruscamente y luego contuvo la respiración mientras él jugaba con ella allí,
acariciando y dando vueltas.
—Respira —dijo él.
Y lo hizo, tanto como pudo, de todos modos, hasta que sus dedos se
hundieron en su cuerpo. Perséfone echó la cabeza hacia atrás, gritando
mientras Hades gemía, sus dientes rozaban su hombro.
—Estás tan mojada.
Su boca estaba caliente contra su piel.
Se movió lentamente entrando y saliendo, y Perséfone se aferró a su
brazo, con las uñas clavadas en su piel. Luego sintió que la otra mano de
Hades guiaba la suya hacia abajo.
—Tócate a ti misma. Aquí —dijo.
La ayudó a rodear la carne sensible con la que había jugado durante
tanto tiempo antes de entrar en ella. El placer se enroscó en su estómago.
Se balanceó contra él, arqueando su espalda. Hades besó su piel sin piedad
y tomó su pecho, amasando sus pezones hasta que se endurecieron y se
burlaron. Pensó que iba a explotar.
Hades se movió más rápido y Perséfone frotó más fuerte y luego, de
repente, se retiró. La ausencia de él fue tan impactante que gritó.
Se giró hacia él con ira, y le agarró las muñecas. Tirando de ella hacia
él, su boca descendió sobre la suya. Su beso fue devastador. Sus lenguas
chocaron, desesperadas y buscando. Pensó que él podría estar tratando de
saborear su alma.
Se apartó, apoyando su frente contra la de ella.
—¿Confías en mí? —preguntó.
—Sí —dijo sin aliento y sintió la verdad de sus palabras en lo más
profundo de su alma. Era un conocimiento tan primario y tan puro que
pensó que podría llorar. En esto confiaba en él, en esto siempre confiaría en
él.
La besó de nuevo y la levantó hasta el borde de la bañera.
—Dime que nunca has estado desnuda ante un hombre —le dijo—.
Dime que soy el único.
Tomó su rostro, lo miró a los ojos y le contestó.
—Lo eres.
La besó antes de pasar los brazos por debajo de sus rodillas,
moviéndolos para que apenas descansara en el borde de la piscina. No podía
respirar mientras la besaba por la parte interior de su pierna, deteniéndose
cuando llegó a los moretones en su piel. Ella no los había notado, pero al

168
mirarlos ahora, sabía exactamente de donde provenían. La noche en la
limusina cuando Hades la sujetó con fuerza. Fue una señal de su necesidad
y de su contención.
La miró.
—¿Fui yo?
—Está bien —susurró y le pasó los dedos por el cabello.
Pero Hades frunció el ceño y besó cada moretón, ocho en total.
Perséfone contó.
Lentamente, se movió desde el exterior hacia el interior, más cerca de
su núcleo. Y entonces su boca estaba sobre ella y un grito escapó de su
boca. Se sintió derretida donde la tocó, y se extendió por todo su cuerpo. Su
lengua rodeó su sensible nudo y separó su humedad, bebiéndola hasta que
explotó.
Se levantó en toda su altura y la besó con fuerza en los labios. Se
fundió con él, envolviendo sus piernas alrededor de su cintura. Podía sentir
su polla presionando su entrada, y quería desesperadamente sentirlo dentro
de ella. Saber lo que era estar llena y completa.
Hades se alejó del beso, pidiendo sin palabras permiso, y lo habría
concedido si no hubiera oído una voz suave y femenina gritar.
—¿Lord Hades?
Hades la giró para que la mujer que se acercó solo pudiera ver su
espalda. Estaban pecho contra pecho, y las piernas de Perséfone aún
enrolladas alrededor de la cintura de Hades. Dejó que su mano se deslizara
entre ellos y envolvió sus dedos alrededor de su dura carne. Los ojos de
Hades se clavaban en los suyos cuando lo tocó.
—Ha...
Perséfone reconoció la voz ahora, era Menta. No podía ver a la hermosa
ninfa, pero sabía por su voz que estaba sorprendida de encontrarlos juntos.
Probablemente esperaba que Perséfone prestara atención a su advertencia
anterior y se mantuviera alejada.
—¿Sí, Menta? —dijo Hades, su voz era firme.
Perséfone no estaba segura de si era porque estaba enojado por haber
sido interrumpido o por el hecho de que acababa de acariciarlo desde la
basa hasta la punta. Era grueso, duro y suave.
—Te... echamos de menos en la cena —dijo—. Pero veo que estás
ocupado.
Otro movimiento.
—Mucho —gruñó él.
—Le haré saber al cocinero que has quedado completamente saciado.

169
Otro.
—Bastante —dijo con dientes apretados.
El suave golpe de los tacones de Menta hizo eco y desapareció. Cuando
estuvo fuera del alcance para oírlos, Perséfone se alejó de Hades. No podía
creer que dejara que esto sucediera. Se volvió loca, con palabras bonitas y
un dios sorprendentemente atractivo. Debió mantenerse alejada, no por la
advertencia de Menta, sino por la propia Menta.
—¿A dónde vas? —demandó, siguiéndola.
—¿Con qué frecuencia viene Menta a tu baño? —preguntó, mientras
salía de la piscina.
—Perséfone.
No lo miró mientras tomaba una toalla para cubrirse. Alcanzó el peplo
y la corona que Ian había hecho para ella.
—Mírame, Perséfone.
Lo hizo.
No había salido de la piscina, pero se paró en los escalones, con los
pies y las piernas sumergidos. Era enorme, su cuerpo y erección.
—Menta es mi asistente.
—Entonces ella puede asistirte con tu necesidad —dijo, mirando
directamente a su polla. Empezó a alejarse, pero Hades la alcanzó y la llevó
hacia él.
—No quiero a Menta —gruñó.
—Yo no te quiero a ti.
Hades inclinó su cabeza a un lado, y sus ojos brillaron.
—¿No... me quieres? —repitió.
—No —dijo, pero era como si tratara de convencerse a sí misma, sobre
todo porque los ojos de Hades habían caído sobre sus labios.
—¿Conoces todos mis poderes, Perséfone? —preguntó, finalmente
nivelando su mirada con la de suya.
Era muy difícil pensar cuando estaba tan cerca, y lo miró con recelo,
preguntándose a dónde quería llegar.
—Algunos de ellos —dijo.
—Ilumíname.
Recordó el pasaje que había leído sobre la magia del Señor de los
Muertos.
—Ilusión —dijo.
Y mientras hablaba, él se inclinó, besando ligeramente la columna de
su cuello.

170
—Sí —dijo.
—¿Invisibilidad?
Una opresión de su lengua en el hueco de su garganta.
—Muy valioso —murmuró.
—¿Encanto? —dijo ella.
—Hmm. —El murmullo de sus palabras vibró contra su piel, más bajo
esta vez, más cerca de su pecho—. Pero no funciona en ti... ¿verdad?
—No. —Tragó profundamente.
—Parece que no has oído hablar de uno de mis más valiosos talentos.
—Bajó la toalla, exponiendo sus pechos, y tomó un brote apretado entre sus
dientes, chupando hasta que un sonido gutural escapó de su boca. Se retiró
y niveló su mirada con la de ella—. Puedo saborear las mentiras, Perséfone.
Y las tuyas son tan dulces como tu piel.
Lo empujó, y él dio un paso atrás.
—Esto fue un error.
Esa parte la creía. Vino aquí para cumplir con los términos de su
contrato. ¿Cómo había terminado desnuda en una piscina con el Dios de los
Muertos? Perséfone agarró su ropa del suelo y subió las escaleras.
—Podrás creer que esto fue un error —dijo, y ella hizo una pausa, pero
no se giró para mirarlo—. Pero me quieres a mí. Estaba dentro de ti. Te
probé. Esa es una verdad de la que nunca escaparás.
Se estremeció y luego corrió.
P
erséfone no pudo dormir.
Se sentía agobiada por la energía no gastada que corría por sus
venas, haciendo que su cuerpo se sintiera acalorado bajo las

171
mantas. Las empujó, pero encontró poco alivio. Su delgado
camisón de algodón era como un peso contra su piel, y cuando se movía, la
tela rozaba sus sensibles pechos. Enroscó sus dedos en puños y juntó sus
piernas en un intento de detener la presión que se acumulaba en su cuerpo.
Y no podía pensar en nadie más que en Hades, la presión de su cuerpo
contra el de ella, el calor de su beso, la sensación de su lengua saboreando
más que la piel de su clavícula.
Suspiró, se frustró y se movió en la cama, pero el pulso no se detuvo.
—Esto es ridículo —dijo en voz alta y se puso de pie.
Se paseó por su habitación. Debería concentrarse en cumplir los
términos del contrato con Hades, no en besar al rey de los Muertos.
Estúpido favor, pensó.
Cada vez que Hades la besaba, las cosas iban más y más lejos. Ahora
estaba siendo llevada al límite de algo que no entendía, algo que no había
explorado y que no se podía quitar.
Miró a su cama, el edredón arrugado parecía como si la hubiera
compartido con alguien. Apretó y soltó las primeras veces. Tenía que hacer
que esta sensación desapareciera o no iba a dormir y tenía mucho que hacer.
Ella y Lexa tenían que ir de compras y prepararse para la Gala Olímpica.
Tomó una decisión difícil y se bajó las bragas. El aire fresco alivió la
tensión en su núcleo, apenas. También la hizo hiper-consciente de la
humedad entre sus muslos. Acostada de nuevo, separó sus piernas y deslizó
sus dedos a lo largo de sus piernas hasta que llegaron a su sexo. Estaba
húmeda y caliente, y sus dedos se hundieron en una parte de ella que nunca
había tocado. Jadeó, arqueando su espalda mientras se complacía a sí
misma. Su pulgar encontró el brote sensible en el ápice de sus muslos y lo
manipuló como Hades le enseñó, hasta que su cuerpo se sintió eléctrico y
las ondas de placer la marearon y la dejaron sensible.
Trabajó arduamente, imaginando que era la mano de Hades en lugar
de la suya, imaginando que podía penetrar su dura longitud dentro de ella.
Sabía que, si Menta no hubiera interrumpido, habría dejado que Hades la
tomara en la piscina. Ese pensamiento la estimuló. Su aliento se hizo más
difícil y se movió más rápido.
—Dime que estás pensando en mí. —Su voz surgió de las sombras,
una brisa fría contra una llama brillante.
Perséfone se congeló y giró, encontrando a Hades de pie al final de su
cama. No podía saber lo que llevaba puesto en la oscuridad, pero pudo ver
sus ojos, y brillaban como brasas en la noche.
Cuando no contesto nada, él dijo:
—¿Y bien?

172
Sus pensamientos se dispersaron. Un pequeño rayo de luz cayó sobre
un pómulo y sus labios llenos. Quería que esos labios estuvieran en todos
los lugares donde sintiera fuego. Se incorporó sobre sus rodillas y mantuvo
su mirada mientras se quitaba el camisón por completo. Hades gruñó y se
apoyó contra el pie de la cama.
—Sí —suspiró—. Estaba pensando en ti.
La tensión en el aire se hizo más espesa. Hades habló con un gruñido
que hizo que la piel de Perséfone punzara.
—No te detengas por mí.
Perséfone comenzó donde lo dejó. Hades respiró a través de sus
dientes apretados mientras la observaba darse placer a sí misma. Al
principio, mantuvo el contacto visual, deleitándose con la sensación de sus
ojos recorriendo cada centímetro de su piel, deleitándose con este pecado.
Pronto el placer fue demasiado, y su cabeza se echó hacia atrás, su cabello
se derramó por su espalda, exponiendo sus pechos para que Hades los viera.
—Córrete para mí —instó, y luego ordenó de nuevo—. Ahora, cariño.
Y lo hizo con un grito estrangulado. La dulce liberación la atravesó y
se desplomó en la cama. Su cuerpo se sacudió, cayendo de lo alto. Respiró
hondo, inhalando el olor a pino y ceniza, y al recobrar sus pensamientos
dispersos, la realidad de su audacia descendió como la ira de su madre.
Hades.
Hades estaba en su dormitorio.
Se sentó con un sobresalto, buscando su camisón para cubrir su piel
desnuda. Era un poco ridículo, dado lo que había pasado entre ellos.
Comenzó a sermonear a Hades sobre su abuso de poder y la violación de su
privacidad cuando descubrió que estaba sola.
Recorrió la habitación con su cabeza.
—¿Hades? —susurró su nombre, sintiéndose ridícula y nerviosa al
mismo tiempo. Se puso su camisón y se deslizó de la cama, revisando cada
rincón de su habitación, pero no lo encontró por ningún lado.
¿Su deseo era tan fuerte que alucinó?
Sintiéndose insegura, se subió a la cama, con los ojos pesados, y se
durmió con el recordatorio de que las alucinaciones no huelen a pino y
ceniza.

173
—Te ves como una diosa —dijo Lexa.
Perséfone se miró en el espejo. Llevaba un vestido de seda roja. Era
simple, pero le quedaba como un guante, acentuando la curva de sus
caderas donde la tela se juntaba y luego se dividía a mitad de muslo para
exponer una pierna cremosa. Un bonito aplique floral negro se extendía
sobre su hombro derecho, bajando por el lado derecho de la espalda abierta.
Lexa le arregló el cabello, tirando de él en una cola de caballo alta y
rizada, y le maquilló, eligiendo unos ojos oscuros y ahumados. Perséfone
llevaba unos sencillos pendientes de oro y el brazalete de oro que usaba para
cubrir la marca de Hades. En ese momento, sintió la quemadura en su piel.
Perséfone se sonrojó.
—Gracias.
Pero Lexa no había terminado. Añadió:
—Como... la Diosa del Inframundo.
—No hay ninguna Diosa del Inframundo —respondió Perséfone.
Recordó las palabras de Yuri y la esperanza de las almas de que Hades
tuviera pronto una reina.
—El lugar está vacío —dijo Lexa.
Perséfone no quería hablar de Hades. Lo vería muy pronto, y nunca
se había sentido tan confundida por nada en su vida. Sabía que su atracción
por él solo la metería en problemas. A pesar de odiar las palabras de Menta,
las creía. Hades no era el tipo de dios que quería una relación, y sabía que
él no creía en el amor, y Perséfone quería amor.
Desesperadamente.
Se le había negado tanto durante toda su vida. No se le negaría el
amor.
Perséfone sacudió su cabeza, aclarando esos pensamientos.
—¿Cómo está Jaison? —preguntó.
Lexa conoció a Jaison en La Rose. Intercambiaron números y
estuvieron hablando desde entonces. Él era un año mayor que ellas, y un
ingeniero en computación. Cuando Lexa hablaba de él, eran completamente
opuestos, pero de alguna manera, funcionaba.
Lexa se sonrojó.
—Realmente me gusta.
Perséfone sonrió.
—Te lo mereces, Lex.
—Gracias.

174
Lexa volvió a su habitación para terminar de prepararse y Perséfone
fue a buscar su bolso cuando sonó el timbre.
—¡Yo atiendo! —dijo a Lexa.
Cuando abrió la puerta, no encontró a nadie, solo un paquete que
descansaba en su puerta. Era una caja blanca con una cinta roja atada en
un lazo. Lo recogió y lo llevó dentro, mirando para comprobar si estaba
dirigido a alguien.
Encontró una etiqueta que decía: Perséfone.
Dentro, descansando en terciopelo negro, había una nota y una
máscara. Lleva esto con tu corona, decía.
Perséfone se sentó a un lado y sacó una máscara de oro bellamente
diseñada, a pesar de su detalle, era simple y no cubría mucho de su rostro.
—¿Eso es de Hades? —preguntó Lexa, entrando en la cocina. La boca
de Perséfone se abrió cuando vio a su mejor amiga. Lexa eligió un vestido de
tafetán azul real sin tirantes. Su máscara era blanca, adornada con plata, y
tenía un montón de plumas saliendo de la parte superior derecha.
—¿Y bien? —preguntó cuando Perséfone no respondió.
—Oh. —Miró hacia abajo a la máscara—. No, no es de Hades.
Perséfone llevó la caja a su habitación. Se sintió un poco tonta al
ponerse la corona que Ian le había dado en la cabeza, pero una vez que se
puso la máscara, entendió las instrucciones de Hécate. La combinación era
llamativa y realmente parecía una reina.
Perséfone y Lexa tomaron un taxi al Museo de Artes Antiguas. Sus
boletos indicaban un tiempo de llegada a las cinco y media, una hora y
media antes que los dioses. Nadie quería fotos de los mortales a menos que
envolvieran el brazo de uno de los Divinos.
Esperaron en la parte de atrás del sofocante taxi al final de una larga
fila de vehículos. Cuando finalmente las dejaron salir en una gran escalera
cubierta de alfombra roja, Perséfone estaba agradecida por el aire fresco,
excepto que fue acosada inmediatamente por las luces de las cámaras. Se
sintió abrumada y claustrofóbica, su pecho se apretó una vez más.
Los asistentes las condujeron por las escaleras para que subieran al
ominoso museo, cuya fachada era moderna, hecha de pilares de hormigón
y vidrio. Una vez dentro, fueron llevadas por un pasillo bordeado de
brillantes cristales. Colgaban de cuerdas como si fueran luces. Era hermoso
y un elemento que Perséfone no esperaba.
La anticipación aumentó cuando se acercaron al final del pasillo.
Pasaron a través de una cortina de los mismos cristales y se encontraron en
una habitación ricamente decorada. Había varias mesas organizadas
alrededor de un salón de baile, dejando espacio en el centro para bailar. Las
mesas eran redondas, cubiertas con telas negras y llenas de porcelana fina.

175
Las verdaderas obras maestras eran los centros de mesa, estatuas de
mármol que rendían homenaje a los dioses de la antigua Grecia.
—Perséfone, mira. —Lexa le dio un codazo e inclinó la cabeza hacia
atrás para encontrar un hermoso candelabro en el centro de la habitación.
Hebras de los brillantes cristales cubrían el techo y brillaban como las
estrellas en el cielo del Inframundo.
Encontraron su mesa, tomaron una copa de vino y pasaron un tiempo
mezclándose. Perséfone admiraba la habilidad de Lexa para hacerse amiga
de cualquiera. Empezó a charlar con una pareja en su mesa y su grupo
creció hasta incluir a varias personas más cuando sonó una campana en la
habitación. Todo el mundo intercambió miradas, y Lexa jadeó.
—¡Perséfone, los dioses están llegando! ¡Vamos!
Lexa tomó la mano de Perséfone, arrastrándola por el suelo y por unas
escaleras que llevaban al segundo piso.
—Lexa, ¿a dónde vamos? —preguntó Perséfone mientras se dirigían a
las escaleras.
—¡A contemplar la llegada de los dioses! —dijo, como si eso fuera
obvio.
—Pero... ¿No los veremos dentro? —preguntó.
—¡No es el punto! He visto esta parte en la televisión durante años.
Quiero verla en persona esta noche.
Había varias exhibiciones en el segundo piso, pero Lexa quería
asegurarse un lugar en la terraza exterior que daba a la entrada del museo.
Ya había varias personas apiñadas en el borde del balcón para ver a los
Divinos a medida que llegaban, pero Perséfone y Lexa se las arreglaron para
meterse en un pequeño espacio. Una masa de fanáticos y periodistas
gritando se amontonaban en las aceras y al otro lado de la calle. Las luces
de las cámaras parpadeaban como un rayo por todas partes.
—¡Mira! ¡Ahí está Ares! —chilló Lexa, pero el estómago de Perséfone
se revolvió.
No le gustaba Ares. Era un dios que tenía sed de sangre y violencia.
Fue una de las voces más fuertes antes del Gran Descenso, persuadiendo a
Zeus para que descendiera a la tierra y declarara la guerra a los mortales.
Y Zeus escuchó, ignorando el consejo y la sabiduría de la contraparte
de Ares, Atenea.
El Dios de la Guerra caminó por las escaleras. Llevaba un quitón
dorado y parte de su pecho estaba descubierto, revelando los músculos
esculturales y la piel dorada. Una capa roja cubría un hombro. En lugar de
llevar una máscara, llevaba un yelmo dorado con un largo penacho de
plumas rojas que caía por su espalda. Sus cuernos de cimitarra eran largos,

176
flexibles y letales, inclinándose con sus plumas. Era majestuoso, hermoso y
aterrador.
Después de Ares vino Poseidón. Era enorme, sus hombros, pecho y
brazos sobresalían por debajo de la tela de su chaqueta de traje color
aguamarina. Llevaba un hermoso cabello rubio que le recordaba a Perséfone
las inquietas olas. Usaba una máscara minimalista que brillaba como e l
interior de una concha. Tenía la idea de que Poseidón no quería ningún
misterio en su presencia.
Siguiendo a Poseidón estaba Hermes. Estaba guapo con un llamativo
traje dorado. Dejó caer el glamour de sus alas, y las plumas crearon una
capa alrededor de su cuerpo. Sobre su cabeza, llevaba una corona de hojas
de oro. Perséfone podía decir que a Hermes le gustaba caminar por la
alfombra roja. Se regocijaba en la atención, sonriendo ampliamente y
posando. Pensó en llamarlo, pero no fue necesario, la encontró rápidamente,
guiñándole un ojo antes de desaparecer de la vista.
Apolo llegó en un carruaje de oro tirado por caballos blancos. Era
conocido por sus rizos oscuros y ojos violetas. Su piel era marrón bronceada
e hizo que el quitón blanco que llevaba pareciera una flama. En lugar de
mostrar sus cuernos, llevaba una corona de oro que se asemejaba a los
rayos del sol.
Estaba acompañado por una mujer que Perséfone reconoció.
—¡Sybil! —Ella y Lexa llamaron alegremente, pero la hermosa rubia
no pudo escucharlas a través de los gritos de la multitud. Los periodistas
gritaban preguntas a Sybil, preguntando su nombre, exigiendo saber quién
era, de dónde era, y cuánto tiempo llevaba con Apolo.
Perséfone admiró la forma en que Sybil manejó todo. Parecía disfrutar
de la atención, sonriendo y saludando, y de hecho respondió a las
preguntas. Llevaba un hermoso vestido rojo que brillaba mientras caminaba
al lado de Apolo y entraba en el museo.
Perséfone reconoció el vehículo de Deméter, una larga limusina
blanca. Su madre optó por un estilo más moderno, eligiendo un vestido
lavanda que tenía pétalos rosas. Literalmente parecía como si un jardín
estuviera creciendo en su falda. Su cabello estaba recogido y sus cuernos
en exhibición.
Lexa se inclinó y susurró:
—Algo debe estar mal. Deméter siempre trabaja en la alfombra roja.
Lexa tenía razón. Su madre solía montar un espectáculo elegante y
extravagante, sonriendo y saludando a la multitud. Esta noche, frunció el
ceño, apenas mirando a los periodistas cuando la llamaron. Todo lo que
Perséfone podía pensar era que, por lo que su madre estaba pasando, era
todo culpa suya.

177
Negó.
Detente, se dijo. Ella no iba a dejar que Deméter le arruinara la
diversión. No esta noche.
La multitud aumentó su volumen a medida que otra limusina se
acercaba. Afrodita salió con un sorprendente vestido de noche de buen
gusto. Flores blancas y rosas decoraban el corpiño. El centro era
transparente, y las flores continuaban bajando por los pliegues de tul.
Llevaba un tocado de peonías y perlas rosas, y sus elegantes cuernos de
gacela brotaban de su cabeza detrás de éste. Era impresionante, pero lo que
tenía Afrodita, todas las diosas, en realidad, era que también eran guerreras.
Y la Diosa del Amor, por la razón que sea, era particularmente despiadada.
Esperó fuera de su limusina, y tanto Perséfone como Lexa gimieron
cuando vieron a nada menos que Adonis saltar del asiento trasero.
Lexa se inclinó y susurró:
—Se rumorea que Hefesto no la quiere.
Perséfone resopló.
—No puedes creer todo lo que oyes, Lexa.
Hefesto no era un Olímpico, pero era el Dios del Fuego. Perséfone no
sabía mucho de él, excepto que era callado y un brillante inventor. Escuchó
muchos rumores sobre su matrimonio con Afrodita y ninguno de ellos era
bueno.
Los últimos en llegar fueron Zeus y Hera.
Zeus, como sus hermanos, era enorme. Llevaba un quitón que
exponía parte de su pecho musculoso. Su cabello caía en ondas hasta sus
hombros y era de color marrón, enhebrado con toques de blanco plateado.
Su barba gruesa y bien cuidada. Sobre su cabeza, llevaba una corona
dorada que encajaba entre un par de cuernos de ciervo que se enroscaban
alrededor de su rostro. Le hacía parecer feroz y aterrador.
A su lado, Hera caminaba con un aire de gracia y nobleza. Su cabello,
largo y castaño, estaba sobre su hombro. Su vestido era bello pero sencillo,
negro, el corpiño bordado con coloridas plumas de pavo real. Un círculo
dorado descansaba sobre su cabeza, encajando perfectamente alrededor de
un par de cuernos de ciervo.
Aunque Demetri le dijo que Hades nunca llegaba junto a los otros
dioses, Perséfone pensó que podría hacer una excepción esta vez, ya que la
noche era temática de su reino, pero cuando la multitud comenzó a
dispersarse, se dio cuenta de que no llegaría, al menos no a través de esta
entrada.
Perséfone y Lexa se dirigieron al interior.
—¿No fueron todos magníficos? —preguntó Lexa mientras Perséfone

178
se dirigía dentro.
Estaban todos y cada uno de ellos, y, sin embargo, a pesar de todo su
estilo y glamour, Perséfone todavía anhelaba ver un rostro entre la multitud.
Comenzó a bajar las escaleras y se detuvo abruptamente.
Está aquí, pensó. La sensación la atravesó, tensando su columna
vertebral. Podía sentirlo, saborear su magia. Entonces sus ojos encontraron
lo que buscaban y la habitación se calentó de repente.
—¿Perséfone? —preguntó Lexa, confundida por el motivo por el cual
no se movía.
Entonces sus ojos siguieron la mirada de Perséfone, y no pasó mucho
tiempo antes de que toda la habitación se quedara en silencio.
Hades estaba de pie en la entrada, el fondo de cristales creaba un
hermoso y agudo contraste con su traje negro a medida. La chaqueta era de
terciopelo con una simple flor roja en el bolsillo del pecho. Su cabello era
liso y atado en un moño en la parte de atrás de su cabeza, y su barba
recortada y definida. Llevaba una simple máscara negra que solo le cubría
los ojos y el puente de la nariz.
Sus ojos se deslizaron desde sus brillantes zapatos negros hasta su
alta y poderosa figura y sobre sus anchos y musculosos hombros hasta sus
brillantes ojos carbón. Él también la había encontrado. El calor de su mirada
la siguió, recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Se sentía como una
flama expuesta a un viento frío.
Podría haber pasado toda la noche mirándolo si no fuera por la ninfa
pelirroja que apareció a su lado. Menta era preciosa, vestida con un vestido
esmeralda y con un escote de corazón. Abrazaba sus caderas y se abría,
dejando un rastro de tela detrás de ella. Su cuello y orejas estaban cubiertos
de finas joyas que brillaban cuando la luz las alcanzaba. Perséfone se
preguntó si Hades se las había suministrado cuando Menta enlazó su brazo
con él.
Su ira ardía en llamas, y sabía que su glamour se estaba
desvaneciendo. Su mirada se dirigió hacia Hades, y lo miró fijamente. Si
pensaba que podía tenerla a ella y a Menta también, estaba equivocado. Se
bebió el resto del vino y luego miró a Lexa.
—Busquemos otro trago —dijo.
Perséfone y Lexa caminaron entre la multitud, llamando a un
camarero para cambiar sus copas vacías por otras llenas.
—¿Puedes sostener esto? —preguntó Lexa—. Necesito el baño.
Perséfone agarró la copa de Lexa y comenzó a beber de la propia
cuando escuchó una voz familiar detrás de ella.
—Vaya, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —Se giró para encontrar a
Hermes—. Una diosa del Tártaro.

179
Perséfone levantó una ceja en cuestión.
—¿Lo entiendes? ¿Tortura?
Lo miró fijamente y él frunció el ceño, explicando.
—¿Porque estás torturando a Hades?
Le tocó a Perséfone poner los ojos en blanco.
—¡Oh, vamos! ¿Por qué si no te pondrías ese vestido?
—Por mí misma —respondió un poco a la defensiva.
No había elegido su vestido pensando en Hades. Quería verse hermosa
y sexy y sentirse poderosa.
Este vestido hizo todas esas cosas.
El Dios del Engaño levantó una ceja, sonrió, y concedió:
—Justo. Aun así, toda la habitación se dio cuenta de que estabas
follando con los ojos a Hades.
—No estaba… —Cerró la boca, sus mejillas sonrojándose.
—No te preocupes, todos notaron que él también te folló con los ojos.
Perséfone puso los ojos en blanco.
—¿Notaron a Menta en su brazo?
La sonrisa de Hermes se volvió malvada.
—Alguien está celosa.
Comenzó a negarlo, pero decidió que era una tontería intentarlo.
Estaba celosa, así que admitió.
—Lo estoy.
—Hades no está interesado en Menta.
—Seguro que no lo parece —murmuró.
—Confía en mí. Hades se preocupa por ella, pero si le interesara, la
habría hecho su reina hace mucho tiempo.
—¿Qué se supone que significa eso?
Hermes se encogió de hombros.
—Que, si la amara, se habría casado con ella.
Perséfone se burló.
—Eso no suena como Hades. No cree en el amor.
—Bueno, ¿quién soy yo para decirlo? Solo conozco a Hades desde hace
siglos, y a ti desde hace unos meses.
Perséfone frunció el ceño.

180
Era difícil para ella ver a Hades de otra manera que no fuera la que
su madre le proyectó, y era feo y poco favorecedor. Tenía que admitir que
cuanto más tiempo pasaba en el Inframundo y con él, más comenzaba a
cuestionarse cuánta verdad había en lo que su madre dijo, y en los rumores
difundidos por los mortales.
Hermes le dio un empujón con su hombro.
—No te preocupes, amor. Cuando estés celosa, haz algo para
recordarle a Hades lo que se está perdiendo.
Lo miró y él le besó la mejilla. El movimiento la sorprendió, y Hermes
se rio mientras se alejaba flotando, con sus alas blancas arrastrándose por
el suelo como una capa real.
—¡Reserva un baile para mí!
Cuando Lexa regresó, parecía desconcertada.
—¿Te acaba de besar Hermes en la mejilla?
Perséfone aclaró su garganta.
—Sí.
—¿Lo conoces?
—Lo conocí en Nevernight —dijo.
—¿Y no me lo dijiste?
Perséfone frunció el ceño.
—Lo siento. Simplemente no pensé en ello.
Los ojos de Lexa se suavizaron.
—Está bien. Sé que las cosas han sido una locura últimamente.
Había una razón por la que Lexa era su mejor amiga, y era en
momentos como este cuando se sentía más agradecida por ella.
Atravesaron la multitud y regresaron a su mesa. Después de unos
anuncios rápidos, comenzó la cena. Se les sirvió una combinación de
alimentos antiguos y modernos. Sus aperitivos consistían en aceitunas,
uvas, higos, pan de trigo y queso. El plato principal era pescado, verduras y
arroz. El postre era un rico pastel de chocolate. A pesar de la hermosa
comida, Perséfone descubrió que no tenía tanta hambre.
La conversación alrededor de la mesa no faltó. El grupo habló de
varios temas, incluyendo el Pentatlón y Titanes al Anochecer. Su
conversación se interrumpió cuando comenzaron los aplausos, y Menta
cruzó el escenario y subió al podio.
—Lord Hades se honra en revelar la obra de caridad de este año, el
Proyecto Halcyon.

181
Las luces de la habitación se atenuaron, y una pantalla descendió
para reproducir un corto video sobre Halcyon, un nuevo centro de
rehabilitación especializado en el cuidado gratuito de los mortales. El video
detallaba las estadísticas sobre el gran número de muertes accidentales
debido a sobredosis, tasas de suicidio y otros desafíos que los mortales
enfrentaban después de la Gran Guerra y cómo los olímpicos tenían el deber
de ayudar.
Eran palabras que Perséfone había pronunciado, presentadas de
nuevo a su audiencia.
¿Qué es esto? Se preguntó. ¿Era esta la forma en que Hades se burlaba
de ella? Sus pensamientos alimentaron su ira.
Entonces el video terminó y las luces se encendieron. Perséfone se
sorprendió al ver a Hades de pie en el escenario. Su presencia provocó los
vítores del público.
—Hace días, se publicó un artículo en el Noticias Nueva Atenas. Era
una crítica mordaz a mi actuación como dios. Entre esas palabras enojadas
había sugerencias sobre cómo podría ser mejor. No me imagino que la mujer
que lo escribió esperara que me tomara esas ideas a pecho, pero al pasar
tiempo con ella, comencé a ver cómo podría ser mejor. —Se detuvo a reírse
en voz baja, como si recordara algo que habían compartido, y Perséfone se
estremeció—. Nunca he conocido a nadie que estuviera tan apasionado por
mi equivocación, así que seguí su consejo e inicié el Proyecto Halcyon. A
medida que avance la exhibición, es mi esperanza que Halcyon sirva como
una llama en la oscuridad para los perdidos.
La multitud estalló en aplausos, poniéndose de pie para honrar al
dios, incluso algunos de los Divinos los siguieron, incluyendo a Hermes.
A Perséfone le llevó un momento ponerse de pie. Estaba sorprendida
por la caridad de Hades, pero también era cautelosa. ¿Estaba haciendo esto
solo para revertir el daño que ella había hecho a su reputación? ¿Estaba
tratando de probar que estaba equivocada?
Lexa le dio a Perséfone una mirada inquisitiva.
—Sé lo que estás pensando —dijo Perséfone.
Ella arqueó una ceja.
—¿Y qué estoy pensando?
—No hizo esto por mí. Lo hizo por su reputación.
—Sigue diciéndote eso —dijo Lexa, sonriendo—. Creo que está
enamorado.
—¿Enamorado? Has estado leyendo demasiadas novelas románticas.
Lexa caminó hacia la exhibición con los demás en su mesa. Perséfone
se quedó atrás, temerosa de ver más de la creación inspirada por ella. No
podía explicar su vacilación, tal vez porque sabía que estaba en peligro de

182
enamorarse de este dios que su madre odiaba y que la había arrastrado a
un contrato que no podía ganar. Tal vez era porque él la escuchaba. Tal vez
fue porque nunca se sintió más atraída por otra persona en su corta y
protegida vida.
Se adentró en la exposición lentamente. El espacio se oscureció para
que el centro de atención se mostrara en las exhibiciones que ilustraban los
planes y la misión del Proyecto Halcyon. Perséfone se tomó su tiempo, y se
detuvo en el centro de la habitación para observar una pequeña maqueta
blanca del edificio. La tarjeta que estaba a su lado decía que era un diseño
de Hades. No era un edificio moderno como ella esperaba. Parecía una
mansión de campo, asentada en diez acres de exuberante tierra.
Pasó mucho tiempo recorriendo la exposición, leyendo cada
presentación, aprendiendo sobre la tecnología que se incorporaría a la
instalación. Era realmente de última generación.
Para cuando se fue, la gente había comenzado a bailar. Vio a Lexa con
Hermes y a Afrodita con Adonis. Se alegró de que su compañero no hubiera
intentado hablar con ella y había estado manteniendo su distancia en el
trabajo.
Le llevó un momento, pero se dio cuenta de que estaba buscando a
Hades. No estaba entre los bailarines o los asistentes en las mesas. Frunció
el ceño y se giró para encontrar a Sybil acercándose.
—Perséfone. —Ella sonrió, y se abrazaron—. Te ves hermosa.
—Tú también.
—¿Qué piensas de la exhibición? Maravillosa, ¿no?
—Lo es —aceptó. No podía negar que era todo lo que había imaginado
y más.
—Sabía que grandes cosas vendrían de su unión —dijo.
—¿Nuestra... unión? —preguntó Perséfone, confundida.
—Tú y Hades.
—Oh, no estamos juntos...
—Tal vez todavía no —dijo—. Pero sus colores, están todos enredados.
Lo han estado desde la noche en que te conocí.
—¿Colores?
—Sus caminos —dijo Sybil—. Tú y Hades... fue el destino, tejido por
las Moiras.
Perséfone no estaba segura de qué decir. Sybil era un oráculo, así que
las palabras que salieron de su boca eran verdad, ¿pero podría ser que
estuviera destinada a casarse con el Dios de los Muertos? ¿El hombre que
su madre odiaba?
Sybil frunció el ceño.

183
—¿Estás bien? —Perséfone no estaba segura de qué decir—. Lo siento.
Yo... no debería habértelo dicho. Pensé que estarías feliz.
—No estoy... infeliz —le aseguró Perséfone—. Solo...
No pudo terminar su frase. Esta noche y los últimos días pesaban
sobre ella, las emociones variaban y eran intensas. Si estaba destinada a
estar con Hades, eso explicaba su insaciable atracción por el dios y, sin
embargo, complicaba muchas otras cosas en su vida.
—¿Me disculpas? —preguntó, y se dirigió al baño.
Respiró hondo, poniendo las manos a ambos lados del lavabo y se
miró en el espejo. Abrió el grifo, corriendo agua fría sobre sus manos y
salpicando ligeramente sus mejillas calientes, tratando de no estropear su
maquillaje. Se secó la cara con palmaditas y se preparó para regresar
cuando escuchó una voz desconocida.
—¿Así que eres la pequeña musa de Hades? —El tono era rico,
seductor. Era una voz que atraía a los hombres y hechizaba a los mortales.
Perséfone vio a Afrodita aparecer detrás de ella. No estaba segura de dónde
había salido la diosa, pero una vez que encontró su mirada, le resultó difícil
moverse.
Afrodita era hermosa, y Perséfone tenía la sensación de que había
conocido a esta diosa antes, aunque sabía que eso era imposible. Sus ojos
eran del color de la espuma del mar, y estaban enmarcados por gruesas
pestañas. Su piel era como la crema y sus mejillas ligeramente enrojecidas.
Sus labios tenían una plenitud perfecta y mostraban pucheros. A pesar de
su belleza, había algo detrás de su expresión, algo que hacía pensar a
Perséfone que estaba sola y triste.
Tal vez lo que Lexa dijo era cierto y Hefesto no la quería.
—No sé de qué estás hablando —dijo Perséfone.
—Oh, no te hagas la tímida. Vi la forma en que lo mirabas. Siempre
ha sido apuesto. Solía decirle que todo lo que tenía que hacer era mostrar
su rostro y su reino se llenaría de voluntarios y fieles.
Eso hizo que Perséfone se sintiera un poco mal. No quería discutir
esto con nadie, mucho menos con Afrodita.
—Disculpe.
Perséfone intentó rodear a Afrodita, pero la diosa la detuvo.
—Pero no he terminado de hablar.
—No lo entiendes —respondió Perséfone—. No quiero hablar contigo.
La Diosa de la Primavera pasó por delante de Afrodita y salió del baño.
Tomó un vaso de champagne y descubrió un anuncio para ver a los
bailarines. Consideró la posibilidad de irse. Jaison ya había aceptado
recoger a Lexa, pues planeaba pasar la noche en su casa.

184
Justo cuando decidió llamar al taxi, sintió que Hades se acercaba. Se
enderezó, preparándose para su cercanía, pero no se giró para mirarlo.
—¿Algo que criticar, lady Perséfone?
Su voz retumbó en su garganta como un hechizo embriagador.
—No —susurró, y miró a su derecha. Todavía no podía verlo, ni
siquiera en su periferia—. ¿Cuánto tiempo has estado planeando el Proyecto
Halcyon?
—No mucho —respondió.
—Será hermoso.
Sintió que se acercaba más. Se sorprendió cuando sus dedos rozaron
su hombro, donde estaba cosido el aplique negro.
—Un toque de oscuridad —dijo. Trazó sus dedos por el brazo de ella y
luego enroscándolos en los suyos—. Baila conmigo.
No se apartó y, en su lugar, se giró para mirarle. Él nunca dejaba de
quitarle el aliento, pero había una dulzura en su rostro que hizo que su
corazón se estremeciera en su pecho.
—Muy bien.
Los ojos los siguieron, curiosos y sorprendidos, mientras Hades la
llevaba a la pista. Perséfone hizo todo lo posible por ignorar las miradas y se
centró en el dios que estaba a su lado. Era mucho más alto, mucho más
grande, y cuando se giró para mirarla, recordó cómo la había tocado en el
agua.
Sus dedos permanecieron entrelazados con los de ella mientras la otra
mano se posaba en su cadera. No apartó sus ojos de los suyos mientras él
la acercaba, gruñendo bajo mientras sus cuerpos se tocaban. La guio, y cada
roce de sus cuerpos la incendió. Durante un tiempo, ninguno de ellos habló,
y Perséfone se preguntó si a Hades le costaba hablar por las mismas razones
que a ella.
Probablemente por eso eligió llenar el silencio con su siguiente
comentario.
—Deberías estar bailando con Menta.
Los labios de Hades se apretaron.
—¿Preferirías que bailara con ella?
—Es tu cita.
—Ella no es mi cita, es mi asistente, como te he dicho.
—Tu asistente no llega de tu brazo a una gala.
Su agarre se apretó, y se preguntó si estaba frustrado.
—Estás celosa.

185
—No estoy celosa —dijo, y ya no lo estaba. Estaba enojada. Él se
divirtió con su negación, y quiso golpearlo—. No seré usada, Hades.
Eso borró la sonrisa de su rostro.
—¿Cuándo te he usado?
No respondió.
—Responde, diosa.
—¿Te has acostado con ella?
Era la única pregunta que importaba.
Dejó de bailar, y los que compartían la pista con ellos también lo
hicieron, mirando con obvio interés.
—Suena como si estuvieras solicitando un juego, diosa.
—¿Deseas jugar un juego? —se burló ella, alejándose de él—. ¿Ahora?
Él no respondió, y simplemente extendió su mano para que la tomara.
Hace unas semanas, habría dudado, pero esta noche había tomado unas
copas de vino, su piel estaba caliente, y este vestido era incómodo.
Además, quería respuestas a sus preguntas.
Presionó sus dedos en la palma de la mano de Hades, y el dios sonrió
malvadamente. Sus dedos se cerraron sobre los de ella y se
teletransportaron al Inframundo.
H
ades apareció en su oficina. La última vez que estuvo aquí, ella
y Hades jugaron a piedra, papel y tijera. Un fuego crepitaba en
la chimenea, pero el calor no era necesario. Ya era un infierno

186
por su baile, y esa sonrisa que él había ofrecido justo antes de
teletransportarse no había ayudado, sino que prometía algo pecaminoso.
Dioses. ¿Sería posible controlar la reacción de su cuerpo ante él? Era
terrible resistiéndose a él, y tal vez era porque la oscuridad en ella respondía
a la oscuridad en él.
Hades le ofreció vino, y aceptó una copa mientras él elegía su whisky
habitual.
Levantó la mirada y preguntó:
—¿Tienes hambre? Apenas comiste en la gala.
Perséfone entrecerró los ojos.
—¿Me estabas observando?
—Querida, no finjas que tú no me estabas observando. Conozco tu
mirada sobre mí como conozco el peso de mis cuernos.
Apartó la mirada, con las mejillas enrojecidas.
—No, no tengo hambre.
No de comida, de todas formas, pero no lo dijo en voz alta.
Él aceptó esto y se dirigió a una mesa frente a la chimenea. Era como
la de Nevernight, y en vez de sentarse uno al lado del otro, Hades y Perséfone
ocuparon los extremos opuestos.
Una sola baraja de cartas esperaba. Nunca imaginó que unos pocos
pedazos de plástico pudieran tener tanto poder, estas cartas podían tomar
u otorgar riquezas, podían conceder la libertad o convertirse en el carcelero.
Podían responder preguntas y arrebatar la dignidad.
Hades tomó un sorbo de su vaso y luego lo dejó con un clic audible,
alcanzando las cartas.
—¿El juego? —preguntó Perséfone.
—Póquer —dijo, sacando las cartas de la caja. Empezó a barajarlas,
el sonido atrajo la atención de Perséfone, al igual que sus gráciles dedos. El
aire en la habitación se hizo más denso y pesado, y tomó una respiración
antes de preguntar:
—¿La apuesta?
Hades sonrió.
—Mi parte favorita. Dime lo que quieres.
Le vinieron mil cosas a la vez y todas tenían que ver con volver a los
baños y terminar lo que habían empezado.
Finalmente, dijo:
—Si gano, tú respondes a mis preguntas.
—Reparto —dijo, continuando con el barajeo de las cartas. Cuando

187
terminó, dijo—: Si gano, quiero tu ropa.
—¿Quieres desvestirme? —preguntó.
Se rio entre dientes.
—Cariño, eso es solo el comienzo de lo que quiero hacerte.
Se aclaró la garganta.
—¿Una victoria es igual a una pieza de ropa?
—Sí. —Él miró su vestido, y realmente no era justo porque era todo lo
que llevaba puesto excepto sus joyas, así que tocó el collar entre sus pechos
y los ojos del Hades la siguieron. Pareció evaluar sus joyas.
—Y... ¿qué pasa con las joyas? ¿Consideras que eso es desnudarse?
Tomó un sorbo de su bebida antes de responder.
—Depende.
—¿De qué?
—Podría decidir que quiero follarte con la corona puesta.
Sonrió con suficiencia.
—Nadie dijo nada sobre follar, lord Hades.
—¿No? Lástima.
Se inclinó sobre la mesa, y aunque se sentía temblorosa por dentro,
se las arregló para usar una voz lo más firme posible.
—Aceptaré tu trato.
Sus cejas se elevaron, sus ojos se iluminaron.
—¿Confiada en tu capacidad para ganar?
—No te tengo miedo, Hades.
Excepto que tenía miedo de no tener la fuerza para resistirse a él
cuando viniera por ella. Era muy consciente del revoloteo en su vientre bajo,
recordándole que los ágiles dedos de Hades habían estado dentro de ella.
Que había bebido su pasión y necesidad de su cuerpo y que no había
terminado.
Necesitaba que terminara.
Perséfone se estremeció.
—¿Frío? —preguntó mientras repartía la primera mano.
—Calor —dijo, y se aclaró la garganta.
El calor se acumuló en su interior y, de repente, no pudo ponerse
cómoda. Se movió, cruzando las piernas con más fuerza, sonriendo a Hades,
esperando que no pudiera notar lo terriblemente nerviosa que estaba.
Hades dejó sus cartas, un par de reyes. Juntó sus labios
apretadamente, antes de mostrar las suyas, sabiendo ya que había perdido.

188
Una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, y sus ojos brillaron con
lujuria. Él se recostó, evaluando. Después de un momento, dijo:
—Supongo que tomaré el collar.
Ella intentó quitarlo, pero la detuvo.
—No, déjame.
Dudó, pero lentamente dejó caer sus manos en su regazo. Hades se
puso de pie y caminó hacia su costado, el chasquido de sus zapatos hizo
que su corazón se acelerara. Recogió su cabello y lo puso sobre su hombro.
Cuando sus dedos tocaron su piel, inhaló y contuvo la respiración mientras
desabrochaba el collar. Soltó un lado, y el metal frío cayó entre sus pechos.
Mientras lo sacaba, la cadena se deslizó a lo largo de su clavícula, y pronto
fue reemplazada por sus labios.
—¿Todavía caliente? —preguntó contra su piel.
—Un infierno —dijo ella sin aliento.
—Podría liberarte de este infierno —dijo. Sus labios subieron por la
columna de su cuello y tragó con fuerza.
—Acabamos de empezar —respondió.
Su risa entrecortada fue cálida contra su piel, y sintió frío cuando se
alejó y regresó a su asiento para repartir otra mano.
Perséfone sonrió cuando sus cartas estuvieron sobre la mesa y dijo:
—Yo gano.
Hades mantuvo su mirada fija en ella.
—Haz tu pregunta, diosa. Estoy ansioso por jugar otra mano.
Seguro que sí.
—¿Te has acostado con ella?
La mandíbula de Hades se apretó y después de lo que pareció una
eternidad, respondió. La palabra fue como una piedra, lanzada justo en la
boca de su estómago.
—Una vez —admitió.
—¿Hace cuánto tiempo?
—Hace mucho tiempo, Perséfone.
Tenía otras preguntas, pero la forma en que dijo su nombre, suave y
gentil, como si se arrepintiera de haber estado con Menta, le impidió decir
algo más. No era realmente una opción de todos modos, él ya le había dado
dos respuestas, solo había ganado el derecho a una.
Tragó y miró hacia otro lado, sorprendida cuando él le hizo una
pregunta.

189
—¿Estás...enojada?
Se encontró con su mirada.
—Sí —admitió—. Pero... no sé por qué exactamente.
Pensó que podría tener algo que ver con el hecho de que ella no fue su
primera, pero eso era tonto e irracional. Hades llevaba en este mundo mucho
más tiempo que ella, y esperar que él se abstuviera del placer era ridículo.
La miró fijamente durante un momento antes de tenderle otra mano.
Cada tirada de las cartas la ponía más y más tensa. El aire en la habitación
era denso con el trato que habían hecho. Cuando ganó la segunda ronda,
pidió sus pendientes. Fue una tortura lenta, ya que los sacó y le mordisqueó
el lóbulo de la oreja. Jadeó ante el rasguño de sus dientes, apretando el
borde de la mesa para evitar pasar sus manos por su cabello y forzar sus
labios sobre los de ella.
Cuando se sentó de nuevo frente a ella, todavía estaba tratando de
recuperar el aliento. Si Hades ganaba el siguiente asalto, le pediría lo único
que le quedaba: su vestido. Estaría desnuda ante él, y no estaba segura de
poder soportarlo.
Se salvó de averiguarlo cuando ganó el siguiente asalto. Tenía otra
pregunta importante.
—Tu poder de invisibilidad —dijo—. ¿Lo has usado alguna vez... para
espiarme?
Hades pareció divertirse y sospechar de su pregunta, pero estaba
preguntando por una razón muy importante. Necesitaba saber si él había
estado en su dormitorio esa noche o si su deseo por él simplemente le
provocó una fantasía.
—No —respondió.
Se sintió aliviada. Estaba completamente consumida por su propio
placer y no había pensado dos veces en la aparición de Hades al final de su
cama... hasta después.
—¿Y prometes no usar nunca la invisibilidad para espiarme?
Hades la estudió, como si tratara de averiguar por qué le estaba
pidiendo esto. Finalmente, respondió:
—Lo prometo.
Cuando empezó a repartir otra mano, ella hizo otra pregunta.
—¿Por qué dejas que la gente piense cosas tan horribles de ti?
Barajó las cartas, y, por un momento, pensó que no respondería, pero
después dijo:
—No controlo lo que la gente piensa de mí.
—Pero no haces nada para contradecir lo que dicen —argumentó.

190
Levantó una ceja.
—¿Crees que las palabras tienen un propósito?
Lo miró fijamente, confundida, y mientras seguía hablando, repartió
otra mano.
—Son solo eso, palabras. Las palabras se usan para tejer historias y
crear mentiras, y, ocasionalmente, se unen para decir la verdad.
—Si las palabras no tienen peso para ti, ¿qué lo tiene?
Sus ojos se cerraron, y algo cambió en el aire entre ellos, algo cargado
y poderoso. Se acercó a ella, con las cartas en la mano, y las puso sobre la
mesa, una escalera real. Perséfone miró fijamente las cartas. Todavía tenía
que alcanzar las suyas, pero no era necesario. No había duda en su mente
de que él había ganado esta ronda.
—Acción, lady Perséfone. La acción tiene peso para mí.
Se levantó para encontrarse con él y sus labios chocaron. La lengua
de Hades se entrelazó con la de ella, y sus manos sujetaron sus caderas. Él
se retorció, sentándose y arrastrándola a su regazo. Tiró de las correas de
su vestido y le tomó los pechos, apretándole los pezones hasta conseguir
provocarlos entre sus dedos.
Perséfone jadeó y mordió con fuerza su labio, provocando un gruñido
que la hizo temblar. Sus labios dejaron los de ella y descendieron sobre sus
pechos, lamiendo y chupando, rozando cada pezón con sus dientes. Se
aferró a él, con los dedos entrelazados en su cabello, liberándolo de su
sujeción, tirando con fuerza de las hebras cuanto más trabajaba.
Luego sintió sus manos levantando su vestido, y la alzó, poniéndola
de nuevo sobre la dura mesa.
—He pensado en ti todas las noches desde que me dejaste en el baño
—dijo, y le separó las piernas, apretándose contra ella—. Me dejaste
desesperado, hinchado y necesitado solo de ti —dijo. Por un momento,
pensó que la dejaría desesperada, pero luego dijo—: Pero seré un amante
generoso.
Bajó y besó la parte interna de su muslo, y siguió con su lengua
arremolinada hasta llegar a su centro. Entonces sus manos la extendieron
más y lo sintió allí, una lengua experta, luego una exploración más
profunda, y se arqueó en la mesa gritando. Lo alcanzó, deseando enredar
sus dedos en su oscuro cabello, pero le agarró las muñecas y las sostuvo
contra sus costados.
—Dije que sería un amante generoso, no uno amable.
Se retorció mientras trabajaba, presionando sus caderas contra él solo
para sentirlo más profundamente, y la liberó, soltándola para hundir sus
dedos en su centro húmedo. No pudo evitar que los gemidos se le escaparan

191
de la boca. La llevó al borde, y se resistió, queriendo prolongar este éxtasis
el mayor tiempo posible, pero él se volvió feroz y malvado, y pronunció su
nombre una y otra vez, un cántico que coincidía con sus caricias hasta que
se desmoronó.
No tuvo tiempo de recuperarse. Hades la agarró, arrastrándola a su
boca. Se probó a sí misma en sus labios y alcanzó los botones de su camisa,
pero Hades atrapó sus muñecas, deteniéndola. Estaba aún más confundida
cuando tiró de las correas de su vestido en su sitio.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
Él se atrevió a reírse.
—Paciencia, querida.
Era cualquier cosa menos paciente, el calor entre sus piernas solo
había sido acariciado, y estaba desesperada por ser satisfecha.
La tomó en sus brazos y salió de su estudio a los pasillos del palacio.
—¿Adónde vamos? —preguntó, con las manos apretando su camisa.
Estaba lista para arrancarla, para verlo desnudo ante ella, para conocerlo
tan íntimamente como él la conocía a ella.
—A mis aposentos —dijo.
—¿Y no puedes teletransportarte? —preguntó.
—Preferiría que todo el palacio supiera que no estamos destinados a
ser molestados.
Perséfone se sonrojó. Solo compartía la mitad de ese deseo, y era no
ser molestada.
La sostuvo cerca mientras caminaba, y la realidad de por qué iban a
su dormitorio la alcanzó. No había vuelta atrás de esto, lo supo desde el
principio. La noche que compartieron en la piscina fue una de las
experiencias más estimulantes de su vida, pero esta noche sería una de las
más devastadoras.
Sus oscuridades se unirían. Después de esta noche, este dios siempre
sería parte de ella.
Una vez dentro de la habitación de Hades, pareció sentir el cambio en
sus pensamientos. La bajó al suelo, manteniéndola cerca. Encajaba
perfectamente contra su cuerpo, y tuvo el fugaz pensamiento de que siempre
estuvieron destinados a unirse de esta manera.
—No tenemos que hacer esto —dijo él.
Tomó las solapas de su chaqueta y lo ayudó a quitársela.
—Lo quiero —dijo—. Sé mi primero, sé mi todo.
Fue todo el estímulo que necesitó. Los labios de Hades se encontraron
con los suyos al principio, y luego se unieron con urgencia. La apartó y le

192
dio la vuelta, abriendo su vestido. La seda roja cayó, formando un charco
en el suelo a sus pies. Aún llevaba los tacones, pero estaba desnuda ante
él.
Hades gimió y la rodeó para enfrentarla. Había presión en sus
hombros, estaba muy tenso.
—Eres hermosa, querida —dijo.
La besó de nuevo y Perséfone jugueteó con su camisa hasta que Hades
tomó el control, haciendo un rápido trabajo con los botones, luego la agarró,
pero ella dio un paso atrás. Por un momento, Hades estaba confundido, y
entonces Perséfone dijo:
—Deja caer tu glamour.
La miró con curiosidad.
Ella se encogió de hombros.
—Tú deseas follarme con esta corona, yo deseo follarme a un dios.
Su sonrisa fue diabólica, y respondió:
—Como quieras.
El glamour de Hades se evaporó como el humo que se agita en el aire.
El negro de sus ojos se derritió en un azul eléctrico, y dos cuernos de gacela
negros salieron en espiral de su cabeza. Parecía más grande que nunca,
llenando todo el espacio con su oscura presencia.
No tuvo tiempo para disfrutar de su aspecto, porque tan pronto como
su glamour cayó, la alcanzó y la levantó del suelo, depositándola en la cama.
La besó de nuevo en los labios, y luego en el cuello, pasando la lengua por
un pezón y otro. Se quedó allí un rato, trabajando cada uno en un capullo
apretado. Perséfone trató de alcanzar el botón de su pantalón, pero se alejó,
riéndose.
—¿Ansiosa por mí, diosa? —preguntó, besando su estómago y luego
sus piernas. Se arrodilló y Perséfone pensó que iba a presionar su boca una
vez más contra su centro, pero en vez de eso se puso de pie, quitándose cada
uno de sus zapatos y luego el resto de su ropa.
Nunca se cansaría de verlo desnudo. Él era pecado y sexo, y su olor
la rodeaba, aferrándose a su cabello y piel. Sus ojos cayeron a su excitación,
grueso e hinchado. Lo alcanzó, sin miedo, sin pensar, y mientras sus manos
rodeaban su eje caliente, él siseó.
Le gustó el sonido. Lo trabajó de arriba a abajo, de la base a la punta
y con cada gemido que se escapaba de su boca, Perséfone se volvía más
confiada. Se inclinó y le dio un beso en la punta de la polla.
—Maldita sea.
Entonces lo tomó en su boca y Hades se apoyó en sus hombros. Ella
no sabía qué hacer, nunca había hecho esto antes, pero le gustó el sabor

193
salado de su piel. Sus dientes rozaron la parte superior de su cabeza
mientras lo llevaba dentro y fuera, y pronto sus caderas se movieron,
demasiado fuertes y rápidas hasta que la apartó.
Confundida, preguntó:
—¿Hice algo mal?
Su risa fue oscura, su voz ronca, sus ojos depredadores.
—No.
Su mano le agarró la nuca y la besó, con su lengua hundiéndose antes
de apartarla diciendo:
—Dime que me deseas.
—Te deseo. —Estaba sin aliento y desesperada.
La empujó, y trepó sobre ella, cubriendo su cuerpo, estirándose para
que sintiera la presión de su erección contra su estómago.
—Dime que mentiste —dijo.
—Pensé que las palabras no significaban nada.
Le dio un beso contundente, y su toque alivió el calor de su piel,
dejando un rastro en todos los sitios donde estuvo.
—Tus palabras importan —dijo—. Solo las tuyas.
Le rodeó la cintura con las piernas y lo empujó contra su calor.
—¿Quieres que te folle? —preguntó.
Ella asintió.
—Dime —dijo—. Usaste palabras para decirme que no me querías,
ahora usa palabras para decir que sí.
—Quiero que me folles —dijo.
Gimió y la besó profundamente antes de provocarla moviendo su polla
de arriba a abajo en su húmeda entrada. Tiró de él contra sí, instándole a
entrar, y Hades se rio... ella gruñó, frustrada.
—Paciencia, querida. Tuve que esperarte.
—Lo siento —dijo, con la voz baja y sincera, y luego él la llenó
completamente.
Gritó, su cabeza cayendo de nuevo en la almohada. Cubrió su boca
para guardar silencio, pero Hades apartó su mano, sosteniendo sus
muñecas por encima de su cabeza.
—No, déjame oír esto —dijo salvajemente.
La penetró una y otra vez. No había nada de lento o suave en sus
movimientos, y con cada embestida, él hablaba y ella lloraba en éxtasis.
—Me dejaste desesperado —dijo, retirándose hasta que apenas estaba
dentro de ella. Luego la penetró con fuerza—. He pensado en ti todas las

194
noches desde entonces.
Embestida.
—Y cada vez que dijiste que no me querías, probé tus mentiras.
Embestida.
—Tú eres mía.
Embestida.
—Mía.
Se movió más profundo y más rápido, embistiendo. Se perdió en él, y
la presión se acumuló en su estómago y explotó. Hades llegó poco después.
Sintió su pulso dentro de ella y luego se retiró, un chorro de calor se extendió
por sus piernas. Se desplomó contra ella, empapado en sudor y sin aliento.
Después de un momento, se retiró, presionando besos en su rostro,
sus ojos, sus mejillas, sus labios.
—Eres una prueba, diosa —dijo—. Una prueba ofrecida por las
Moiras.
No podía pensar con claridad para responder. Sus piernas se sentían
temblorosas, y estaba gloriosamente agotada.
Cuando Hades se movió, lo alcanzó.
—No. No te vayas.
Se rio, besándola una vez más.
—Volveré, querida.
Se fue un momento y regresó con un paño húmedo. La limpió, y luego
la movió, colocando su espalda contra su pecho, acercándola. Envuelta en
su calor, se quedó dormida.
Poco después, se despertó con Hades presionándola por detrás, con
su excitación dura y gruesa contra su trasero mientras sujetaba sus
caderas, dejando besos en su cuello. Su necesidad por él superó su
agotamiento, y giró la cabeza, encontrándose con sus suaves labios,
desesperada por probarlo de nuevo.
Hades la puso de espaldas y se colocó sobre ella, besándola hasta que
se quedó sin aliento. Intentó alcanzarlo, deseando enroscar sus dedos en su
suave cabello, pero la sujetó, colocando sus muñecas sobre su cabeza. Él
usó la posición a su favor, mordisqueando los lóbulos de sus orejas, besando
su cuello y rozando sus pezones con sus dientes. Cada sensación provocó
un gemido de la garganta de Perséfone, y los sonidos parecían alimentar la
lujuria de Hades. Se dirigió a sus muslos y no perdió tiempo en separar sus
piernas y lamer su calor húmedo. Sus dedos se unieron, introduciéndose
con fuerza y rapidez, trabajándola hasta que sus gemidos se multiplicaron
rápidamente, hasta que apenas pudo respirar, y cuando se corrió, fue con
su nombre en los labios, la única palabra que había dicho desde que esto

195
comenzó.
Hades no dijo nada, perdido en una neblina de necesidad, y se elevó
para cubrirla una vez más, posicionándose en su entrada. Se hundió
profundamente, sus embestidas fueron duras y salvajes.
En algún momento, la levantó como si no pesara nada, sentándose
sobre sus talones y sujetando sus caderas, la movió arriba y abajo de su eje.
La sensación de él dentro de ella era perfecta, y le dio hambre para sentirlo
más profundo y más rápido. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se
movió contra él. Sus bocas se juntaron, los dientes rozando, las lenguas
buscando. Juntos, cabalgaron ola tras ola de sensaciones sin sentido y se
unieron, colapsando en un montón de extremidades y sudor y respiraciones
fuertes.
Antes de volver a dormirse, tuvo el fugaz pensamiento de que, si este
era su destino, lo reclamaría con gusto.
P
erséfone se despertó y encontró a Hades dormido a su lado.
Estaba acostado de espaldas, con sábanas negras cubriendo la
mitad inferior de su cuerpo, dejando los contornos de su

196
estómago expuestos. Su cabello se esparcía sobre la almohada,
su mandíbula cubierta de barba. Quería extender la mano y trazar sus cejas,
nariz y labios perfectos, pero no deseaba despertarlo, y el movimiento
parecía demasiado íntimo.
Se dio cuenta de que sonaba ridículo considerando lo que había
ocurrido entre ellos anoche. Aun así, tocarlo sin invitación o iniciación
parecía algo que un amante podría hacer, y Perséfone no se sentía como la
amante de Hades.
Ni siquiera estaba segura de querer ser una amante. Siempre imaginó
que enamorarse era algo embriagador, casi tímido, pero las cosas con el Dios
de los Muertos habían sido todo menos tímidas. Su atracción era carnal y
codiciosa y ardiente. Le robaba el aliento, atestaba su mente, invadía su
cuerpo.
El calor comenzó a acumularse en la boca de su estómago,
encendiendo el deseo que había sentido tan intensamente ayer. Respira, se
dijo, deseando que el calor se disipase.
Después de un momento, se levantó de la cama. Encontró la túnica
negra que Hades le prestó cuando llegó al Inframundo y se la puso. Vagando
por el balcón, respiró profundamente y, en la tranquilidad del día, todo el
peso de lo que había hecho con Hades cayó sobre ella. Nunca había estado
tan confundida o asustada.
Confundida porque sus sentimientos por el dios estaban mezclados.
Estaba enojada con él, sobre todo por el contrato, pero también intrigada, y
la forma en que la hizo sentir anoche... Bueno, nada se puede comparar. Él
la había adorado. Se había desnudado a sí mismo, admitiendo su deseo por
ella. Juntos, fueron vulnerables, insensatos y salvajes. No necesitaba
mirarse al espejo para saber que su piel estaba marcada en todos los lugares
que Hades había mordido, chupado y sujetado. Exploró partes de ella que
nadie más conocía.
Y ahí es donde entró el miedo.
Se estaba perdiendo en este dios, en este mundo debajo del suyo.
Antes, cuando todo lo que habían compartido era un momento de debilidad
en los baños, podría haber jurado mantenerse alejada y lo diría en serio,
pero ahora, sería solo una mentira.
Lo que fuera que había entre ellos, era poderoso. Lo sintió en el
momento en que puso los ojos en el dios. Lo supo en lo profundo de su alma.
Cada interacción desde entonces fue un intento desesperado de ignorar su
verdad, que estaban destinados a unirse, y Sybil lo confirmó anoche.
Era el destino, tejido por las Moiras.
Pero Perséfone sabía que había muchas alianzas de este tipo, y que
estar destinados el uno al otro no significaba perfección o incluso felicidad.

197
A veces era el caos y la lucha, y dado lo tumultuosa que había sido su vida
desde que conoció a Hades, nada bueno saldría de su amor.
¿Por qué estaba pensando en el amor?
Alejó esos pensamientos. No se trataba de amor. Se trataba de
satisfacer la atracción eléctrica que se había estado construyendo entre ellos
desde esa primera noche en Nevernight. Ahora ya estaba hecho. No se
permitiría arrepentirse. En vez de eso, lo abrazaría. Hades la había hecho
sentir poderosa. La hizo sentir como la diosa que se suponía que debía ser,
y disfrutó cada parte de ello.
Inhaló mientras el calor se elevaba desde el fondo de su estómago. Al
inhalar el aire fresco del Inframundo, sintió algo... diferente.
Era cálido. Tenía pulso. Era vida.
Se sentía distante como un recuerdo que sabía que existía pero que
no podía recordar, y cuando empezó a desvanecerse, intentó perseguirlo.
Bajó los escalones del jardín, se detuvo en la piedra negra. Su corazón
se aceleró y su respiración se volvió difícil. Trató de calmarse de nuevo,
conteniendo el aliento hasta que su pecho se apretó.
Justo cuando pensó que lo había perdido, sintió el pulso ligero de los
bordes de sus sentidos.
Magia.
Era magia. ¡Su magia!
Dejó el camino y se adentró en los jardines. Rodeada de rosas y
peonías, cerró los ojos y respiró hondo. Cuanto más calmada estaba, más
vida sentía a su alrededor. Calentó su piel, empapándola profundamente en
sus venas. Era tan embriagadora como la lujuria que sentía por Hades.
—¿Estás bien?
Los ojos de Perséfone se abrieron, y se giró para enfrentarse al Dios
de los Muertos. Estaba unos pasos detrás de ella. Se había parado junto a
él a menudo, pero esta mañana, en el jardín rodeado de flores y llevando
solo una túnica alrededor de su cintura y aún en su forma divina, pareció
engullir su visión. Sus ojos cayeron de su rostro a su pecho y bajaron,
trazando todos los planos de su cuerpo que había tocado y probado anoche.
—¿Perséfone? —Su voz adquirió un tono lujurioso, y cuando encontró
su mirada de nuevo, supo que se estaba conteniendo. Consiguió una
sonrisa.
—Estoy bien —dijo.
Hades tomó una respiración, y luego se acercó, agarrando su barbilla
entre los dedos. Pensó que la besaría, pero en vez de eso, le preguntó:
—¿No te arrepientes de nuestra noche juntos?
—¡No! —Sus ojos bajaron, y repitió en voz baja—. No.

198
El pulgar de Hades pasó sobre su labio inferior.
—No creo que pueda soportar tu arrepentimiento.
La besó, pasó sus dedos por su cabello, y le tomó su nuca,
sosteniéndola contra él. No pasó mucho tiempo antes de que su bata se
separara y su piel cremosa se expusiera a la mañana. Las manos de Hades
bajaron por su cuerpo, agarrando sus piernas. La levantó y la penetró. Jadeó
y lo sostuvo con fuerza, moviéndose contra él más y más rápido, sintiendo
que olas y olas de placer corrían por su cuerpo mientras la vida revoloteaba
a su alrededor.
Era intoxicante.
Enterró su rostro en el cuello de Hades, mordiendo con fuerza
mientras se rompía en sus brazos. Un gruñido atravesó su garganta, y él
bombeó con más fuerza hasta que sintió su pulso en su interior. La sostuvo
un momento mientras respiraban profundamente el uno contra el otro antes
de retirarse y ayudarla a bajar al suelo. Se aferró a él, con las piernas
temblorosas, por miedo a caerse. Hades pareció darse cuenta y la levantó,
acunándola contra él.
Cerró los ojos. No quería que él viera lo que había allí. Es cierto que
no se arrepentía de anoche o de ahora, pero tenía preguntas, no solo para
él, sino para ella misma. ¿Qué estaban haciendo? ¿Qué significaba esta
noche para ellos? ¿Su futuro? ¿Su contrato? ¿Qué haría la próxima vez que
las cosas empezaran a ir demasiado lejos?
Regresaron a la habitación de Hades donde se ducharon, y cuando
Perséfone fue a recoger su vestido desechado, frunció el ceño. Era
demasiado elegante para usarlo en el Inframundo, y planeaba quedarse un
tiempo.
—¿Tienes... algo que pueda usar?
Hades le dio una mirada de evaluación.
—Lo que tienes puesto servirá.
Lo miró fijamente.
—¿Prefieres que deambule por tu palacio desnuda? Frente a Hermes
y Caronte...
La mandíbula de Hades se apretó.
—Pensándolo bien...
Desapareció y regresó en un instante, llevando un trozo de tela. Era
de un hermoso tono verde.
—¿Me permitirás vestirte?
Tragó con fuerza. Se estaba acostumbrando a este tipo de palabras
que salían de su boca, pero, aun así, era extraño. Era antiguo, poderoso y
hermoso. Era conocido por su despiadada apreciación de las almas y sus

199
tratos imposibles y, aun así, le pedía vestirla después de una noche de sexo
apasionado.
¿Nunca cesarían las maravillas?
Asintió y Hades se puso a trabajar, envolviendo la tela alrededor de su
cuerpo. Se tomó su tiempo, usando esto como excusa para tocarla, besarla
y provocarla, y cuando terminó, su cuerpo estaba al límite. Hizo falta todo
lo que estaba a su alcance para dejar que se alejara. Quería exigirle que
terminara lo que había empezado, pero entonces nunca saldrían de esta
habitación.
La besó antes de salir y la dirigió a un hermoso comedor. Casi sintió
que era un poco ridículo. Varios candelabros atravesaban el centro del
techo, y un escudo de oro colgaba en la pared sobre una silla ornamentada
parecida a un trono al final de una mesa de banquete ébano llena de sillas.
Era una sala de banquetes para ellos dos.
—¿Realmente comes aquí? —preguntó Perséfone.
Hades pareció divertirse.
—Sí, pero no a menudo. Normalmente tomo mi desayuno para llevar.
Hades sacó una silla y ayudó a Perséfone a sentarse. Una vez que se
sentó, un par de ninfas entraron en el comedor con bandejas de fruta, carne,
queso y pan. Fueron seguidas por Menta. Las ninfas colocaron la comida en
la mesa y Menta se interpuso entre ella y Hades.
—Mi lord —dijo Menta—. Hoy tienes la agenda llena.
—Despeja la mañana —dijo sin mirarla.
—Ya son las once, mi señor —dijo Menta con firmeza.
Hades llenó su plato y cuando terminó, miró a Perséfone.
—¿No tienes hambre, querida? —preguntó.
Sabía muy bien por qué la había llamado “querida”. Aunque lo había
hecho desde que se conocieron, nunca lo dijo delante de nadie. Una mirada
a Menta le dijo que la ninfa lo había oído y no le gustó.
—No —contestó—. Yo... normalmente solo tomo café para el
desayuno.
La miró fijamente durante un momento, y luego, con un movimiento
de muñeca, una humeante taza de café apareció frente a ella.
—¿Crema? ¿Azúcar? —preguntó.
—Crema —dijo, sonriendo, y se la entregaron.
Colocó sus manos alrededor de la taza.
—Gracias.
—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó Hades.
A Perséfone le llevó un momento darse cuenta de que estaba hablando

200
con ella.
—Oh, necesito escribir...
Dejó de hablar abruptamente.
—¿Tu artículo? —preguntó Hades. No podía decir lo que estaba
pensando, pero lo sentía y no era bueno.
—Terminaré pronto, Menta —dijo Hades al final, y el corazón de
Perséfone cayó—. Déjanos.
—Como desee, mi lord.
Había diversión en la voz de Menta que Perséfone odió.
Cuando estuvieron solos, Hades preguntó:
—Entonces, ¿continuarás escribiendo sobre mis defectos?
—No sé qué voy a escribir esta vez —dijo—. Yo...
—¿Tú qué?
—Esperaba poder entrevistar a algunas de tus almas.
—¿Las que están en tu lista?
—No quiero escribir sobre la Gala Olímpica o el Proyecto Halcyon —
explicó ella—. Todos los demás periódicos saltarían sobre esa historia.
Hades la miró fijamente durante un largo momento y luego se limpió
la boca con la servilleta. Después, se apartó de la mesa y se puso de pie,
caminando a zancadas hacia la salida. Perséfone le siguió.
—Creí que habíamos acordado que no nos apartaríamos el uno del
otro cuando estuviéramos enojados... ¿No pediste que lo solucionáramos?
Hades se giró hacia ella.
—Simplemente no me emociona que mi amante siga escribiendo sobre
mi vida.
Se sonrojó al oírle llamarla su amante. Pensó en corregirlo, pero
decidió no hacerlo.
—Es mi asignación —argumentó Perséfone—. No puedo simplemente
detenerme.
—No habría sido tu asignación si hubieras escuchado mi petición.
Perséfone cruzó los brazos sobre su pecho.
—Nunca pides nada, Hades. Todo es una orden. Me ordenaste que no
escribiera sobre ti. Dijiste que habría consecuencias.
Su rostro cambió entonces, y la mirada que le dio fue más cariñosa
que enojada. Hizo que su corazón se agitara.
—Y aun así lo hiciste de todas formas.

201
Abrió la boca para negarlo, porque la realidad era que ella no lo había
hecho, sino Adonis y, a pesar de que no le gustaba el asqueroso mortal, no
quería que Hades supiera que era el responsable. En realidad, prefería tratar
con Adonis ella misma.
—Debí haberlo esperado —dijo él, arrastrando su dedo a lo largo de
su mandíbula, inclinando su cabeza hacia atrás—. Eres desafiante y estás
enfadada conmigo.
—No estoy... —Empezó a decir, pero entonces las manos de Hades
ahuecaron su rostro.
—¿Te recuerdo que puedo saborear las mentiras, cariño? —Le rozó el
labio inferior con el pulgar—. Podría pasar todo el día besándote.
—Nadie te lo impide —dijo, sorprendida por las palabras que salían
de su boca. ¿De dónde venía esa audacia?
Pero Hades solo rio y presionó sus labios contra los de ella.
F
ue una hora o algo así más tarde cuando Hades llevó a
Perséfone afuera. Sostuvo su mano, dedos entrelazados, y
llamó un nombre al aire.

202
—¡Tánatos!
Perséfone estaba sorprendida cuando un dios vestido de negro
apareció ante ellos. Era joven y su cabello era blanco, lo que causaba que
sus facciones resaltaran, sus ojos color zafiro y labios rojo sangre. Dos
cuernos negros de gayal sobresalían al costado de su cabeza. Eran
pequeños, con una ligera curva, y terminaba en afiladas puntas. Largas alas
negras brotaban de su espalda. Lucían pesadas y ominosas.
—Milord, milady —dijo Tánatos, inclinándose ante ellos.
—Tánatos, lady Perséfone tiene una lista de almas a las que le gustaría
ver. ¿Te importaría escoltarla?
—Estaría honrado, milord.
Hades la miró entonces.
—Te dejaré al cuidado de Tánatos.
—¿Te veré después? —preguntó.
—Si lo deseas —dijo, y levantó su mano hacia sus labios. Se sonrojó
cuando besó sus nudillos, lo que parecía tonto considerando todos los
lugares en los que esos labios habían estado.
Hades debió haber pensado lo mismo, porque se rio suavemente y se
desvaneció.
Perséfone se giró para enfrentar a Tánatos, encontrándose con esos
impactantes ojos azules.
—Entonces, tú eres Tánatos.
El dios sonrió.
—El mismísimo.
Estaba impresionada por lo amable y confortante que sonaba su voz.
Se sintió instantáneamente cómoda con él y hubo una parte de su cerebro
que comprendió que debía ser uno de sus dones, reconfortar a los mortales
cuyas almas estaba a punto de recolectar.
—Confieso que he estado ansioso por conocerte. Las almas hablan
bien de ti.
Sonrió.
—Disfruto estando con ellas. Hasta que visité Asfódelos, no tenía una
visión muy pacífica del Inframundo.
Lucía comprensivo, como si entendiera.
—Me lo imagino. El Mundo Superior ha convertido a la muerte en
malvada, y supongo que no puedo culparlos.
—Eres bastante comprensivo —observó.

203
—Bueno, paso un montón de tiempo en la compañía de mortales, y
siempre en sus peores o más duros momentos.
Ella frunció el ceño. Parecía triste que esta fuera la existencia de
Tánatos, la Muerte rápidamente apaciguó.
—No sufra por mí, milady. La sombra de la muerte es a menudo un
consuelo para el moribundo.
Decidió que realmente le gustaba Tánatos.
—¿Vamos a encontrar a estas almas con las que deseas hablar? —
preguntó rápidamente, cambiando el tema.
—Sí, por favor —dijo, tendiéndole la lista que había hecho en su
primer día en Noticias Nueva Atenas cuando había empezado su búsqueda
sobre Hades—. ¿Puedes llevarme a alguna de estas?
Las cejas de Tánatos se unieron mientras leía la lista, e hizo una
mueca. No creyó que ese fuera un buen signo.
—Si se me permite, ¿por qué estas almas?
—Creo que todas tenían algo en común antes de morir —dijo
Perséfone—. Un contrato con Hades.
—Lo tenían —concordó Tánatos. A Perséfone le sorprendió que lo
supiera—. Y deseas… ¿entrevistarlas? ¿Para tu artículo?
—Sí.
Perséfone se encontró respondiendo vacilantemente, repentinamente
insegura. ¿Tánatos compartía la opinión de Menta?
La Muerte dobló el trozo de papel y dijo:
—Te llevaré con ellos. Sin embargo, creo que estarás decepcionada.
No tuvo de preguntar por qué, cuando Tánatos estiró sus alas, las
dobló alrededor de ella y se teletransportaron.
Cuando fue liberada de su agarre emplumado, estaban en medio de
un campo. Lo primero que notó fue el silencio. Era diferente aquí, una cosa
tangible que tenía peso y presionaba contra sus oídos. El césped debajo de
sus pies era de color dorado, y los árboles altos y frondosos, llenos de fruta.
El lugar era hermoso y pacífico.
—¿Dónde estamos?
—Estos son los Campos Elíseos —respondió Tánatos.
—Yo… no entiendo.
Los Campos Elíseos eran conocidos como la Isla de los Bendecidos,
reservados para los héroes y aquellos que tuvieron una vida pura y honrada,
dedicada a los dioses. Eso estaba lejos de la verdad de las almas de la lista
que le había dado a Tánatos. Estas eran personas que habían luchado en

204
vida, tomado malas decisiones, entre ellas negociar con Hades, que
terminaron con sus vidas.
Tánatos le ofreció una pequeña sonrisa, como si entendiera su
confusión.
—Es un paraíso. Un santuario. Es donde el afligido viene a sanar en
paz y soledad. Es el lugar al que Hades envió a las almas en la lista que diste
cuando murieron.
Miró hacia las planicies donde permanecían varias almas. Eran
hermosos fantasmas, vestidos de blanco y resplandeciendo, pero más que
eso, sabía que este lugar era sanador. Su corazón se sentía más ligero,
aliviado de la frustración e ira que sintió en el último par de meses.
—¿Por qué? ¿Se sintió culpable? —Tánatos le dio una mirada
confundida—. Él es la razón por la que murieron —explicó—. Hizo un trato
con ellos, y cuando no pudieron cumplirlo, tomó sus almas.
—Ah —dijo Tánatos, como si entendiera ahora—. Lo malentiendes.
Hades no decide cuándo vienen las almas al Inframundo. Las Moiras lo
hacen.
—Pero es el Señor del Inframundo. ¡Él hace los contratos!
—Hades es el Señor del Inframundo, pero no es la muerte, ni el
destino. Puede que veas un trato con un mortal, pero Hades realmente está
negociando con las Moiras. Puede ver el hilo de vida de cada humano, sabe
cuándo está cargada su alma, y desea cambiar la trayectoria. Algunas veces
las Moiras tejen un nuevo futuro, algunas veces cortan el hilo.
—Seguramente tiene influencia.
Tánatos se encogió de hombros.
—Es un balance. Todos entendemos eso. Hades no puede salvar a
todas las almas y no todas las almas quieren ser salvadas.
Estuvo en silencio por un largo rato. Comprendió que realmente no
había estado escuchando a Hades. Le había dicho antes que las Moiras
estaban envueltas en su toma de decisiones, y que era un balance, un dar
y tomar. Sin embargo, no había pensado dos veces en sus palabras.
No había pensado en un montón de cosas.
Pero eso no cambiaba el hecho de que podía ofrecerles a los mortales
un mejor camino para sobrellevar sus batallas. Lo que sí significaba era que
las intenciones de Hades eran mucho más nobles de lo que había dado
crédito.
—¿Por qué no me lo dijo? —preguntó, repentinamente enojada.
¿Por qué le dejó pensar esas horribles cosas sobre él? ¿Quería que lo
odiara?

205
Tánatos siguió sonriendo.
—Lord Hades no tiene el hábito de intentar convencer al mundo de
que es un buen dios.
Eres la peor clase de dios, le había dicho.
Su pecho se apretó por el recuerdo de las palabras. No podía
armonizar sus sentimientos. Aunque estaba aliviada de que Hades no fuera
tan monstruoso o insensible como había creído al principio, ¿por qué le
arrastró a un contrato? ¿Qué veía cuando la miraba?
Tánatos le ofreció su brazo y aceptó. Atravesaron el campo. A
diferencia de los asfódelos, las alamas aquí estaban en silencio y contentas
de estar solas. Ni siquiera parecían comprender que dos dioses caminaban
entre ellos.
—¿Hablan?
—Sí, pero las almas que residen en los Elíseos deben beber del Lete.
No pueden tener recuerdos de su tiempo en el Mundo Superior si van a
reencarnar.
—¿Cómo pueden sanar si no poseen recuerdos?
—Ningún alma ha sanado nunca ahondando el pasado —respondió
Tánatos.
—¿Cuándo reencarnarán?
—Cuando sanen.
—¿Y cuánto les toma sanar?
—Varía… Meses, años, décadas, pero no hay prisa —respondió
Tánatos—. Todo lo que tenemos es tiempo.
Supuso que eso era cierto para todas las almas, vivas o muertas.
—Hay unas cuantas almas que reencarnarán en menos de una
semana —dijo Tánatos—. Creo que las almas del Asfódelos están planeando
una celebración. Deberías unirte a ellos.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Perséfone.
Ofreció una pequeña risa.
—No creo que las almas deseen que su recolector se les una para una
celebración.
—¿Cómo lo sabes?
Tánatos abrió su boca, y entonces admitió:
—Supongo que no lo sé.
—Creo que deberías ir. Todos deberíamos, incluso Hades.
Tánatos lucía completamente entretenido.
—Puedes contar con mi presencia, milady, aunque no puedo hablar

206
por lord Hades.
Caminaron un rato en silencio, y entonces Perséfone dijo:
—Hades hace tanto por sus almas… excepto… vivir junto a ellas.
Tánatos no respondió inmediatamente, y Perséfone se detuvo,
enfrentando a la Muerte.
—Cuando Asfódelos hizo una fiesta en su honor, me dijo que no iba
porque no era digno de su celebración. ¿Por qué?
—Lord Hades tiene muchas cargas, como todos. La más pesada de
ellas es el arrepentimiento.
—¿Arrepentimiento por qué?
—Porque no siempre fue tan generoso.
Perséfone dejó que ese comentario se hundiera. ¿Así que Hades se
arrepentía de su pasado, y por eso se negaba a celebrar su presente? Eso era
ridículo y dañino. Tal vez la razón por la que nunca intentó cambiar lo que
otros pensaban de él era porque creía todo lo que la gente decía.
Probablemente le creyó a ella, ya que dijo que sus palabras eran tan
importantes para él.
—Ven, milady —dijo Tánatos—. Te llevaré de regreso al palacio.
Mientras los dos caminaban, ella preguntó:
—¿Cuánto ha pasado desde que organizó una fiesta en el palacio?
Las cejas de Tánatos se elevaron.
—No creo que alguna vez lo haya hecho.
Eso estaba a punto de cambiar, así como la opinión de Hades sobre sí
mismo.
Antes de dejar el Inframundo, se detuvo para informar a Hécate sobre
sus planes, y también para decirle de su recién descubierta habilidad para
sentir la vida.
Los ojos de Hécate se ampliaron.
—¿Estás segura?
Asintió.
—¿Puedes ayudarme, Hécate?
Le alegraba sentir magia, pero no tenía idea de cómo emplearla. Si
pudiera aprender cómo usarla, y rápido, podría cumplir los términos de su
contrato con Hades.
—Querida mía —dijo Hécate—. Por supuesto que te ayudaré.

207
C
uando Perséfone regresó a casa el domingo, se quedó
despierta hasta tarde y trabajó en su artículo, terminando
alrededor de las cinco de la mañana. Decidió escribir sobre

208
la gala y el Proyecto Halcyon, y empezó el artículo con una
disculpa, escribiendo: Estaba equivocada sobre el Dios del
Inframundo. Lo acusé de comprometer insensiblemente a los mortales en
tratos que llevaba a sus muertes. Lo que he aprendido es que estos contratos
son mucho más complicados y los motivos mucho más puros.
Se mantuvo firme en su declaración original de que Hades debería
ofrecer ayuda de una forma distinta, pero reconoció que el Proyecto Halcyon
era, de hecho, un resultado directo de una conversación que habían tenido,
añadiendo:
Cuando otros dioses podrían vengarse por mi honesta opinión sobre sus
caracteres, lord Hades hizo preguntas, escuchó, y cambió. ¿Qué más
podríamos querer de nuestros dioses que eso?
Perséfone se rio de sí misma. Nunca en su vida habría pensado que
sugeriría que Hades era el estándar por el cual deberían ser medidos todos
los dioses, pero mientras más aprendía sobre él, más sentía que ese podría
ser el caso. No que Hades fuera perfecto, de hecho, era su imperfección, y
voluntad para reconocerla, lo que lo hacía un dios como ningún otro.
Sigues en un contrato con él, se recordó antes de poner al Señor del
Inframundo en un pedestal demasiado alto.
Luego de su visita a los Elíseos y su conversación con Tánatos, había
querido hacerle muchas preguntas a Hades. ¿Por qué yo? ¿Qué viste cuando
me miraste? ¿Qué debilidad deseas desafiar dentro de mí? ¿Qué parte de mí
estabas deseando salvar? ¿Qué destino tenían las Moiras forjado para ella
que Hades deseaba desafiar?
Pero no había tenido la oportunidad.
Cuando Hades había regresado al Inframundo, la había tomado en
sus brazos y la había llevado a la cama, destrozando todos los pensamientos
racionales.
Regresar a casa había sido exactamente lo que necesitaba, le había
dado la distancia para recordarse que, si quería que… lo que sea que
hubiera entre ella y Hades funcionara, el contrato debía terminar.
Tras un par de horas de sueño, Perséfone se preparó para el día. Tenía
que emplear unas cuantas horas en su pasantía y luego irse a clase .
Mientras estaba en la cocina haciendo café, Lexa llegó.
Perséfone le sirvió una taza y la deslizó a través de la encimera.
—¿Cómo estuvo tu fin de semana?
Lexa sonrió.
—Mágico.
Perséfone bufó, pero se pudo identificar, se preguntó si ella y su mejor
amiga tuvieron experiencias similares.
—Estoy feliz por ti, Lex.

209
Lo había dicho antes, y lo diría muchas veces después.
—Gracias por el café —dijo Lexa, y empezó a dirigirse a su habitación,
pero se detuvo—. Oh, quería preguntarte… ¿Cómo estuvo el Inframundo?
Perséfone se congeló.
—¿A qué te refieres?
—Perséfone. Sé que te fuiste con Hades el sábado por la noche. Es
todo de lo que el mundo habla, la chica de rojo, robada al Inframundo.
Palideció.
—¿Alguien…? Nadie sabe que soy yo, ¿verdad?
Lexa lucía un poco compasiva.
—Quiero decir, Hades acababa de anunciar el Proyecto Halcyon, el
cual fue inspirado por ti, así que la gente llegó a su propia conclusión.
Perséfone gimió. Eso era todo lo que necesitaba, más presión sobre su
supuesta relación con Hades.
Una muy oscura y muy ruidosa parte de ella se preguntó si el
comportamiento de Hades en la gala había sido intencional. ¿Estaba
buscando una forma de desviar la atención de sus trucos al llevar el foco
sobre una relación? Y si ese fuera el caso, ¿ella era solo un peón?
—Sé que no quieres reconocer lo que sea que está pasando entre
Hades y tú… Pero soy tu mejor amiga. Me puedes decir lo que sea. Sabes
eso, ¿verdad?
—Lo sé, lo sé. Realmente no intentaba irme con él. Iba a llamar un
taxi y entonces… —Su voz se detuvo.
—¿Te levantó del suelo? —Lexa meneó sus cejas, y Perséfone no pudo
evitar reírse—. Solo dime una cosa… ¿Te besó?
Perséfone se sonrojó y admitió:
—Sí.
Lexa chilló.
—¡Por los dioses, Perséfone! ¡Tienes que contarme todo!
Perséfone miró hacia el reloj.
—Tengo que irme, ¿almuerzo con Sybil?
—No me lo perdería por nada en el mundo —respondió.
A pesar de salir tarde de su apartamento, Perséfone se tomó su tiempo
caminando al trabajo, deleitándose en la sensación de vida a su alrededor.
Seguía sin poder creerlo. Su magia había surgido, y había despertado en el
Inframundo. Todavía no tenía idea de qué hacer con eso, no sabía cómo
canalizar lo que sentía, o usarlo para crear ilusiones, pero planeaba
encontrarse con Hécate esta noche para lecciones.

210
Cuando llegó a la Acrópolis, Demetri pidió verla. Ofreció unas cuantas
ediciones para su artículo y antes de sentarse a trabajar en ellas, fue a la
sala de descanso para tomar un poco de café.
—Hola, Perséfone —dijo Adonis cuando se unió a ella. Puso su sonrisa
más encantadora, como si pudiera borrar el pasado y construir un futuro
completamente nuevo.
Le echó un vistazo.
—Realmente no quiero hablar contigo.
No necesitó mirarlo para saber que había dejado de sonreír.
Probablemente le sorprendía que su sonrisa no hubiera hecho su magia
usual.
—¿En serio vas a dejar de hablarme? Sabes que eso es imposible.
Trabajamos juntos.
—Todavía seré profesional —dijo ella.
—No estás siendo muy profesional justo ahora.
—De hecho, no tengo que conversar contigo para ser profesional —
debatió—. Solo tengo que hacer mi trabajo.
—O podrías perdonarme —dijo Adonis—. Estaba ebrio y apenas te
toqué.
¿Apenas tocó?
Había tirado de su cabello e intentó abrirle la boca a la fuerza. Aparte
de eso, su toque, sin importar lo ligero o agresivo, fue completamente
indeseado.
Perséfone lo ignoró, dejando la sala de descanso.
La siguió.
—¿Esto es por Hades? —demandó—. ¿Estás durmiendo con él?
—Esa no es una pregunta apropiada, Adonis, y tampoco es de tu
incumbencia.
—Te dijo que te alejaras de mí, ¿no?
Perséfone se giró para enfrentarlo. Nunca había conocido a nadie que
fuera ignorante sobre sus propias malas acciones.
—Soy capaz de tomar mis propias decisiones, Adonis. Pensé que
recordarías eso después de robar mi artículo —espetó—. Pero solo para que
quede claro, no quiero hablar contigo porque eres un manipulador, nunca
tomas responsabilidad de tus errores, y me besaste cuando específicamente
te dije que no lo hicieras, lo que te hace un depredador.
Hubo una pesada pausa a medida que las palabras de Perséfone
golpeaban el blanco. A Adonis le tomó un momento, pero finalmente pareció
entender lo que estaba diciendo y entonces la llamó perra.

211
—Adonis. —La voz de Demetri atravesó su conversación como un
látigo. Perséfone estaba atónita, y se giró para ver a su jefe de pie fuera de
su oficina. Nunca lo había imaginado capaz de la furia que vio en su rostro—
. Un momento.
Adonis lucía afligido, y fulminó a Perséfone como si ella fuera la
culpable.
Cuando el mortal desapareció en la oficina de Demetri, su jefe le dio
una mirada de disculpa antes de entrar y cerrar la puerta. Diez minutos
después, un oficial de seguridad llegó al piso y entró a la oficina de Demetri.
Tras un momento, el oficial, Demetri y Adonis salieron. Adonis estaba
flanqueado por los dos cuando pasó por su escritorio. Estaba rígido, sus
manos empuñadas. Murmuró entre dientes:
—Esto es ridículo. Ella es una soplona.
—Te delataste tú solo —dijo Demetri.
Desaparecieron en dirección a su escritorio, y reaparecieron después,
llevando a Adonis al elevador con una caja en mano.
Cuando Demtri regresó, se acercó al escritorio de Perséfone.
—¿Tienes un momento?
—Sí —dijo suavemente, y lo siguió a su oficina.
Una vez adentro, tomó asiento, y Demetri hizo lo mismo.
—¿Quieres decirme qué ocurrió?
Explicó solo la parte donde Adonis robó su artículo y lo entregó sin su
conocimiento porque esa era la única parte que realmente contaba en el
trabajo.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Perséfone se encogió de hombros.
—Quería entregarlo de todas maneras. Solo ocurrió más rápido de lo
que anticipé.
Demetri hizo una mueca.
—En el futuro, quiero que vengas a mí cuando te sientas agraviada,
Perséfone. Tu satisfacción en este trabajo es importante para mí.
—Yo… aprecio eso.
—Y entenderé si quieres parar de escribir artículos sobre Hades.
Lo miró fijamente, sorprendida.
—¿Lo harías? ¿Por qué?
—No voy a fingir que no he notado la frustración y estrés que te ha
causado —dijo, y tuvo que admitir que estaba un poco sorprendida porque
se hubiera dado cuenta—. Te volviste famosa de repente y ni siquiera has

212
terminado la universidad.
Llevó su mirada a sus manos y retorció sus dedos nerviosamente.
—Pero, ¿qué pasa con los lectores?
Demetri se encogió de hombros.
—Esa es la cosa con las noticias. Siempre hay algo nuevo.
Perséfone soltó una pequeña risa, y consideró las cosas. Si dejaba de
escribir ahora, no haría justicia a la historia de Hades. Había empezado con
una crítica muy dura sobre él, y, tal vez egoístamente, quería explorar otras
facetas de su personaje. Comprendió que no tenía que escribir un artículo
para hacer eso, pero una parte de ella quería mostrar a Hades en la luz.
Quería que otros lo conocieran como ella lo había llegado a hacer; como
alguien amable y atento.
—No —le dijo a Demetri—. Está bien. Quiero continuar con la serie…
por ahora.
Demetri sonrió, pero dijo:
—De acuerdo, pero si deseas terminarlo, quiero que me informes.
Accedió y regresó a su escritorio.
Cuando terminó con su trabajo, se dirigió al campus. Durante la clase,
encontró difícil concentrarse. Su noche de insomnio estaba alcanzándola, y
aunque tomó notas, al final de la clase, cuando intentó leer lo que había
escrito, eran solo garabatos.
Realmente necesitaba un descanso.
Un golpecito en el hombro la hizo saltar. Se giró y miró al rostro de
una chica con pequeñas facciones de hada y una sombra de lindas pecas.
Sus ojos eran grandes y redondos.
—Eres Perséfone Rosi, ¿verdad?
Estaba acostumbrándose a esa pregunta, y aprendiendo a temerle.
—Lo soy —dijo vacilantemente—. ¿Puedo… ayudarte?
La chica levantó una revista que descansaba en la cima de los libros
que acunaba contra su pecho. Era el Delphi Divine. La portada tenía una
foto de Hades. A Perséfone le impactó que Hades hubiera permitido que le
fotografiaran. El encabezado decía: Dios del Inframundo le Atribuye a
Periodista el Proyecto Halcyon.
Perséfone lo tomó, lo hojeó a máxima velocidad y empezó a leer,
rodando sus ojos.
Probablemente la peor parte, aparte del artículo sugiriendo que la
razón del proyecto era porque Hades había caído por la “hermosa y rubia
mortal”, era que habían obtenido una foto de ella. Era la que habían tomado
para sus pasantías en Noticias Nueva Atenas.

213
—¿Es cierto? —preguntó la chica—. ¿Realmente estás saliendo con
lord Hades?
Perséfone la miró y se puso de pie, colocándose su bolso. No creía que
hubiera una palabra para describir lo que estaba ocurriendo entre ella y el
Dios de los Muertos. Hades la había llamado amante, pero todavía se
describiría como una prisionera, y ese sería el caso hasta que el contrato
fuera removido.
En lugar de responder, Perséfone preguntó:
—¿Sabes que el Divine es una revista de cotilleos?
—Sí, pero… creó el Proyecto Halcyon solo por ti.
—No es por mí —dijo, empezando a caminar junto a la chica—. Es por
mortales que lo necesitan.
—Aun así, ¿no crees que es romántico?
Perséfone se detuvo y se giró para mirar a la chica.
—Simplemente escuchó. No hay nada romántico en eso.
La chica lucía confundida, pero Perséfone no estaba interesada en
romantizar a Hades por hacer algo que todos los hombres deberían hacer, y
eso le dijo a la chica.
—¿Entonces no crees que le gustas? —preguntó.
—Preferiría que me respetara —respondió.
El respeto podía crear un imperio. La confianza podría hacerlo
irrompible. El amor podría hacerlo durar para siempre. Y ella sabría que
Hades la respetaba cuando quitase esta estúpida marca de su piel.
—Discúlpame —dijo, y se fue. Era casi el almuerzo y tenía una cita
con Lexa y Sybil.
Dejó el Salón Hestia y cruzó el campus, atravesando el Jardín de los
Dioses, siguió el camino de piedra familiar, pasando por la estatua de
mármol de Apolo, cuando la esencia de la magia de Hades la golpeó. Fue la
única advertencia que tuvo antes de ser teletransportada. Apareció en una
parte diferente del jardín donde los narcisos florecían, de pie, frente a frente
con Hades.
Él se estiró hacia delante, agarró su nuca, y llevó sus labios a los de
ella. Lo besó ansiosamente, pero estaba distraída por el artículo y sus
pensamientos sobre el contrato.
Cuando él se alejó, la miró fijamente por un momento, y entonces
preguntó:
—¿Estás bien?
Su estómago se tambaleó. No estaba acostumbrada a esa pregunta, o
a la forma en la que la hizo, en un tono resonando sinceridad y

214
preocupación.
—Sí —respondió jadeantemente. Dile, pregúntale sobre el contrato, se
ordenó. Demanda que te libere si desea seguir estando contigo. En cambio,
preguntó—: ¿Qué estás haciendo aquí?
Las esquinas de sus labios se elevaron, y frotó su pulgar sobre su labio
inferior.
—Vine a despedirme.
—¿Qué?
La pregunta salió más demandante de lo que quería. ¿A qué se refería
con despedirse?
Se rio entre dientes, y respondió:
—Debo ir a Olimpia para una Junta del Consejo.
La Junta para los dioses ocurría trimestralmente a menos que hubiera
guerra. Si Hades iba, eso significaba que Deméter también.
—Oh. —Se sonrojó—. ¿Por cuánto tiempo?
Se encogió de hombros.
—Si tengo un voto al respecto, un día y nada más.
—¿Por qué no tendrías un voto? —preguntó.
—Depende de lo mucho que discutan Zeus y Poseidón.
Quiso reírse, pero después de verlos enfrentarse en la gala, tuvo la
sensación de que su discusión no era simpática, sino brutal. Todavía peor
que Zeus o Poseidón, Perséfone se preguntó cómo trataría su madre al Dios
de los Muertos.
Se estremeció y entonces se encontró con la mirada de Hades, pero
sus ojos habían caído en la revista. La retiró de la cima de sus cosas y
frunció el ceño, lo frunció más profundamente cuando ella preguntó:
—¿Es por esto que anunciaste el Proyecto Halcyon en la gala? ¿Para
que la gente se enfocara en algo más que mi opinión sobre tu personaje?
—¿Crees que creé el Proyecto Halcyon por mi reputación?
Se encogió de hombros.
—No querías que siguiera escribiendo sobre ti. Lo dijiste ayer.
La contempló por un momento, claramente frustrado.
—No empecé el Proyecto Halcyon con la esperanza de que el mundo
me admirase. Lo empecé por ti.
—¿Por qué?
—Porque vi la verdad en lo que dijiste. ¿Es realmente tan difícil de

215
creer?
No podía responder, y las cejas de Hades se unieron fuertemente.
—Mi ausencia no afectará tu habilidad para entrar al Inframundo.
Puedes ir y venir como te plazca.
No le gustó lo distante que se sintió repentinamente, y ni siquiera se
había ido todavía. Se acercó a él, y ladeó su cabeza hacia atrás para poder
mirarlo a los ojos.
—Antes de que te vayas, estaba pensando… —dijo, y alcanzó las
solapas de su chaqueta—. Me gustaría planear una fiesta en el
Inframundo… Para las almas.
Las manos de Hades se cerraron sobre sus muñecas. Sus ojos estaban
buscando. No estaba segura si la apartaría o la acercaría.
—¿Qué clase de fiesta?
—Tánatos dice que algunas almas se reencarnarán al final de la
semana y que en los asfódelos ya están planeando una celebración. Creo
que deberíamos moverla al palacio.
—¿Deberíamos? —preguntó.
Perséfone se mordió el labio y se sonrojó.
—Te estoy preguntando si puedo planear una fiesta en el Inframundo.
Solo la observó, así que siguió hablando.
—Hécate ya ha accedido a ayudar.
Sus cejas se elevaron.
—¿Lo hizo?
—Sí. —Sus ojos cayeron a donde sus palmas descansaban ahora,
planas sobre su pecho—. Está pensando que deberíamos hacer un baile.
Estuvo en silencio tanto tiempo que pensó que estaba enojado, así que
levantó la vista para mirarlo a los ojos.
—¿Estás intentando seducirme para que acceda a tu baile? —
preguntó.
—¿Está funcionando?
Se rio entre dientes y la acercó. Su miembro estaba duro contra su
estómago, y jadeó. Era la única respuesta que necesitaba, y aun así dijo
contra su oreja:
—Está funcionando.
La besó profundamente y la liberó.
—Planea tu baile, lady Perséfone.
—Ven a casa pronto, lord Hades.
Sonrió malvadamente antes de desvanecerse.

216
Comprendió en ese momento que tenía miedo a decir algo sobre el
contrato porque podría ser una decepción. Podría ser una prueba real de
que esto nunca funcionaría.
Y eso la rompería.

Perséfone se encontró con Lexa y Sybil para el almuerzo en La


Manzana Dorada. Afortunadamente, con Sybil presente, Lexa no hizo
ninguna pregunta sobre el beso, aunque era posible que Sybil ya supiera los
detalles. Las chicas hablaron sobre los finales, la graduación, la gala, y
Apolo.
Todo empezó porque Lexa le preguntó a Sybil:
—Entonces, ¿tú y Apolo están…?
—¿Saliendo? No —dijo Sybil—. Pero creo que espera que acceda a ser
su amante.
Perséfone y Lexa intercambiaron una mirada.
—Espera —dijo Lexa—. ¿Él pidió? Como… ¿permiso?
Sybil parecía entretenida, y Perséfone admiró cómo el oráculo podía
hablar de esto tan fácilmente.
—Lo hizo, y le dije que no.
—¿Le dijiste a Apolo, el Dios del Sol, perfección encarnada, que no?
—Lexa sonaba asombrada y lucía ligeramente consternada—. ¿Por qué?
—¡Lexa, no puedes preguntar eso! —reprendió Perséfone, pero Sybil
solo sonrió y dijo:
—Apolo no amará a una sola persona y no deseo compartir.
Perséfone entendió por qué Sybil no querría verse envuelta con el dios.
Apolo tenía una larga lista de amantes que abarcaban deidades, semidioses
y mortales y, como había probado la lista del Dios de la Luz, nunca se
quedaba con una persona demasiado tiempo.
La conversación terminó en hacer planes para el fin de semana, y
cuando decidieron dónde se encontrarían para beber y bailar, Perséfone se
fue al Inframundo.
Regó su jardín y encontró a Hécate en su cabaña. Era un pequeño
hogar situado en un prado oscuro y, aunque era encantador, había algo…

217
premonitorio sobre este. Quizás era por el conjunto, los costados eran gris
oscuro, la puerta era de color morado oscuro, y la hiedra subía por la casa,
cubriendo las ventanas y el techo.
Dentro, era como si hubiera entrado a un jardín lleno de flores que
florecen en la noche, tupidas visterias chinas colgaban como racimos de
estrellas en una noche oscura mientras que una alfombra de nicotianas
cubría el suelo. Una mesa, sillas, y cama estaban elaborados de suave
madera negra que lucía como si hubiera crecido hasta convertirse en cada
pieza. Orbes se alzaban en el aire y le tomó un momento reconocer que
realmente eran lámpades, como eran llamadas en el Inframundo. Eran
pequeñas y hermosas criaturas con apariencia de hada con cabello como la
noche, atado con flores blancas y piel plateada.
Hécate no estaba sentada sobre la cama o en la mesa, sino en el
herboso suelo. Sus piernas estaban dobladas debajo de ella, y sus ojos
estaban cerrados. Una vela negra encendida estaba frente a ella.
—¿Hécate? —preguntó, golpeando el marco de la puerta, pero la diosa
no se movió. Dio un paso más dentro de la habitación—. ¿Hécate?
Sin respuesta todavía. Era como si estuviera dormida.
Perséfone se inclinó y apagó la vela. Ahí fue cuando los ojos de Hécate
se abrieron de golpe. Por un momento, lució completamente malvada, y
Perséfone comprendió repentinamente la clase de diosa en la que Hécate
podría convertirse si fuera presionada, la clase de diosa que convirtió a Gale
la bruja en Gale el turón.
Cuando reconoció a Perséfone, sonrió.
—Bienvenida de vuelta, milady —dijo Hécate.
—Perséfone —corrigió, y Hécate sonrió.
—Solo lo estoy ensayando —dijo—. Ya sabes, para cuando te vuelvas
la dueña del Inframundo.
Perséfone se sonrojó ferozmente.
—Te estás precipitando, Hécate.
La diosa levantó una ceja y Perséfone rodó los ojos.
—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Perséfone.
—Oh, solo maldiciendo a un mortal —respondió Hécate, casi
animadamente.
La diosa alcanzó la vela y se puso de pie. La apartó, y se giró para
mirar a Perséfone.
—¿Ya regaste tu jardín, querida?
—Sí.
—¿Empezamos? —preguntó Hécate.

218
Fue rápida en ponerse manos a la obra. La diosa ordenó a Perséfone
sentarse en el suelo. Vaciló, pero tras los ánimos de Hécate para ver si su
toque todavía tomaba vida, se arrodilló en el suelo.
Cuando presionó sus manos en el césped, nada ocurrió.
—Asombroso —susurró Perséfone.
Hécate pasó la siguiente media hora guiándola a través de una
meditación que debía ayudarla a visualizar y usar su poder.
—Debes practicar el llamado de tu magia —dijo Hécate.
—¿Cómo hago eso?
—La magia es maleable —dijo—. Cuando la llames, piensa en ella
como arcilla, moldéala a tu deseo y luego… dale vida.
—Lo haces sonar muy fácil —dijo Perséfone, negando.
—Es fácil —dijo Hécate—. Todo lo que se necesita es convicción.
Perséfone no estaba segura de eso, pero intentó hacer lo que Hécate
ordenó. Imaginó la vida que sentía en la visteria sobre ella como algo que
podía moldear, y deseó que las plantas se hicieran más grandes y vibrantes,
pero cuando abrió sus ojos, nada había cambiado.
Hécate debió haber notado su decepción, porque colocó una mano
sobre su hombro.
—Tomará tiempo, pero dominarás esto.
Perséfone le sonrió, pero se sintió marchita en el interior. No tenía más
opción que dominar esto si quería cumplir su contrato con Hades, porque,
por más que le gustara el Rey del Inframundo, no tenía deseos de ser una
prisionera.
—¿Perséfone?
—¿Eh?
Parpadeó, mirando a Hécate quien sonreía.
—¿Pensando en nuestro rey?
Alejó su mirada.
—Todos lo saben, ¿no?
—Bueno, te cargó por el palacio hacia su habitación.
Contempló el césped. No había pretendido tener esta conversación.
Aunque le dolió, dijo:
—No estoy segura de que debiera haber ocurrido.
—¿Por qué no?
—Por muchas razones, Hécate.
La diosa esperó.

219
—El contrato, para empezar —explicó Perséfone—. Y mi madre nunca
me dejará fuera de su vista de nuevo si lo descubre. —Perséfone se detuvo—
. ¿Y si puede verlo cuando me mire? ¿Qué pasa si sabe que no soy la diosa
virginal que siempre ha querido?
Hécate se rio entre dientes.
—Ningún dios tiene el poder de determinar si eres virgen.
—No un dios, sino una madre.
Hécate frunció el ceño.
—¿Te arrepientes de dormir con Hades? Olvida a tu madre y el
contrato, ¿te arrepientes?
—No —respondió—. Nunca podría arrepentirme de él.
—Querida mía, estas en guerra contigo misma. Has creado oscuridad
dentro de ti.
—¿Oscuridad?
—Ira, miedo, resentimiento —dijo Hécate—. Si no te liberas primero,
nadie más podrá.
Perséfone sabía que la oscuridad siempre había existido dentro de
ella, y se había profundizado en los últimos meses, elevándose a la superficie
cuando se sentía desafiada o enojada. Pensaba en cómo había amenazado
a esa ninfa en La Casa del Café, y cómo le había espetado a su madre, lo
celosa que había estado de Menta.
Su madre podría afirmar que el mundo mortal le había hecho esto,
convertir la oscuridad en algo tangible, pero Perséfone pensaba de otra
manera. Siempre había estado allí, una semilla oscura, alimentando sus
sueños y pasiones, y Hades la había despertado, encantado, alimentado.
Déjame extraer la oscuridad de ti, te ayudaré a moldearla.
Y lo había dejado.
—¿Cuándo sentiste vida por primera vez? —preguntó Hécate, curiosa.
—Después que Hades y yo…
No necesitó terminar la oración.
—Hmm. —La Diosa de la Magia golpeteó su barbilla—. Creo que,
quizás, el Dios de los Muertos ha creado vida dentro de ti.

220
P
ara el viernes, Hades no había regresado de Olimpia y Perséfone
estaba sorprendida por lo ansiosa que eso la ponía. Sabía que
planeaba estar en el Baile de Ascensión esta noche porque

221
cuando llegó al Inframundo para ayudar a decorar, Hécate la
condujo a otra parte del palacio para prepararse.
—Lord Hades ha enviado tu vestido. Es hermoso —dijo.
Perséfone no tenía idea de que Hades planeaba enviarle un vestido.
—¿Puedo verlo?
—Luego, querida —dijo, abriendo una serie de puertas doradas. Al
otro lado había una suite. El espacio era diferente al resto del palacio. En
lugar de suelos y paredes oscuras, eran de color blanco mármol con
incrustaciones de oro. La cama era lujosa y cubierta de suaves sábanas, el
suelo en suaves pieles. Por encima, un gran candelabro caía de una cúpula.
—Estos aposentos, ¿para quién son? —preguntó cuando entró,
deslizando sus dedos a lo largo del borde un tocador blanco.
—Para la Señora del Inframundo —respondió Hécate.
Perséfone dejó que eso se asentara un poco. Sabía que Hades había
creado todo en su reino, así que añadir una habitación para una esposa
debió haber significado que había considerado tener una. Recordaba lo que
Hermes había dicho sobre Hades queriendo una esposa en la gala. ¿Esta
habitación probaba que el dios había tenido esperanza de casarse?
—Pero… Hades nunca ha tenido una esposa —dijo Perséfone.
—No la ha tenido.
—Entonces… ¿Esta habitación nunca ha sido ocupada?
—No que estemos enterados. Ven, vamos a prepararte.
Hécate llamó a sus lámpades y se pusieron a trabajar. Perséfone se
bañó, y mientras se reclinaba en la tina, las ninfas de Hécate pulieron los
dedos de sus pies y manos. Cuando estuvo seca, frotaron aceites sobre su
piel. Olían a lavanda y vainilla, sus esencias favoritas. Cuando lo dijo,
Hécate sonrió.
—Ah, lord Hades dijo que las amabas.
—No recuerdo decirle a Hades mis esencias favoritas.
—No creo que tuvieras que hacerlo —dijo distraídamente—. Puede
olerlas.
Dirigió a Perséfone al tocador con un espejo tan grande que podía ver
la pared entera al lado opuesto de la habitación. Las ninfas se tomaron su
tiempo arreglando su cabello, apilándolo sobre su cabeza. Cuando
terminaron, lindos rizos enmarcaban su rostro, y broches dorados
resplandecían en su cabello rubio.
—Es hermoso —dijo Perséfone a las lámpades—. Me encanta.
—Solo espera a ver tu vestido —dijo Hécate.

222
La Diosa de la Brujería desapareció en el vestidor y regresó con una
franja de resplandeciente tela dorada. Perséfone no podía decir cómo
quedaría hasta que se lo probó. La tela era fría contra su piel, y cuando miró
al espejo, difícilmente se reconoció. El vestido que Hades había escogido
para ella colgaba sobre su cuerpo como oro líquido. Con un escote profundo,
diseño sin espalda, y una división hasta el muslo, era hermoso, atrevido y
delicado.
—Eres una visión —dijo Hécate.
Perséfone sonrió.
—Gracias, Hécate.
La Diosa de la Brujería fue a prepararse para las festividades de la
noche, dejando sola a Perséfone.
—Esto es lo más cerca que he estado de parecer una diosa —dijo en
voz alta, pasando sus manos sobre su vestido.
La sensación de la magia de Hades la hizo detenerse. Era cálida,
segura y familiar. Se preparó para teletransportarse, ya que la última vez
que lo había sentido, eso es exactamente lo que había ocurrido. Esta vez,
sin embargo, Hades apareció tras ella. Se encontró con sus oscuros ojos en
el espejo, y empezó a girarse, pero la voz de Hades resonó.
—No te muevas —dijo—. Déjame mirarte.
Sus instrucciones eran más una petición que una orden, y ella tragó,
apenas capaz de manejar el calor que su presencia encendía en su interior.
Irradiaba poder y oscuridad, y su cuerpo respondió; ansiaba el poder,
hambrienta por el calor, anhelaba la oscuridad. Ardía por tocarlo, pero él
sostuvo su mirada por un instante antes de empezar a formar un lento
circulo a su alrededor.
Cuando terminó, envolvió un brazo alrededor de su cintura,
empujando contra su pecho, uniendo sus cuerpos.
—Deja caer tu glamour —dijo.
Vaciló. En realidad, su glamour humano era su protección, y la orden
de Hades la hizo querer aferrarse fuertemente a ella.
—¿Por qué? —preguntó.
—Porque deseo verte —dijo. Fue como si su agarre se apretara sobre
su glamour, pero Hades persuadió en un tono que la hizo derretirse—.
Déjame verte.
Cerró los ojos y liberó el agarre. Su glamour se deslizó como agua
goteando por su piel, y supo cuándo se fue completamente porque se sintió
cargada y expuesta.
—Abre los ojos —animó Hades, y cuando lo hizo, estaba en su forma
Divina.

223
Todo sobre su presencia se había intensificado, y brillaba contra la
oscuridad de Hades.
—Querida, eres una diosa —dijo Hades, y presionó los labios contra
su cuello y a lo largo de su hombro. Perséfone envolvió su mano alrededor
de su cuello, acercándolo. Sus labios chocaron, y cuando Hades gruñó,
Perséfone se giró en sus brazos.
—Te he extrañado.
Él acunó su rostro, sus ojos buscando. Se preguntó qué quería
encontrar.
—También te extrañé.
La admisión la hizo sonrojar, y Hades sonrió, acercándola para otro
beso. Sus labios rozaron los de ella, una, dos veces, burlándose, antes de
que Perséfone envolviera sus brazos alrededor de su cuello y sellara sus
labios. Estaba hambrienta y él sabía dulce y ahumado, como el whisky que
bebía. Sus manos bajaron por su pecho. Quería tocarlo, sentir su piel contra
la de ella, pero Hades la detuvo con sus manos sobre sus muñecas,
rompiendo el beso.
—Estoy igual de ansioso, cariño —dijo—. Pero si no nos vamos ahora,
creo que podríamos perdernos la fiesta.
Quiso hacer pucheros, pero también sabía que tenía razón.
—¿Vamos? —preguntó él, extendiendo su mano.
Cuando la tomó, Hades dejó caer su glamour. Podría observarlo todo
el día, la forma en la que su magia se movía como una sombra,
despegándose de él como humo, revelando su impactante forma. Su cabello
caía sobre sus hombros, y una corona de plata hecha de bordes dentados
decoraba la base de sus masivos cuernos. El traje que había estado usando
instantes atrás fue reemplazado por túnicas negras, los bordes bordados en
plata.
—Cuidado, diosa —advirtió Hades en un gruñido bajo—. O no
dejaremos esta habitación.
Se estremeció y rápidamente apartó la mirada.
Con los dedos entrelazados, la llevó fuera de la suite y hacia el pasillo.
Llegaron a una serie de puertas doradas. Más allá de ellas, podía escuchar
el bajo rumor de una gran multitud. Su ansiedad se disparó, probablemente
porque no tenía ningún glamour para protegerla. Comprendió que era una
tontería. Conocía a estas personas y ellas la conocían. Aun así, se sintió
como una impostora; una diosa impostora, una reina impostora, una
amante impostora.
Cada uno de esos pensamientos dolió más que el otro, así que se los
tragó y entró al salón de baile junto a Hades.

224
Todo se quedó en silencio.
Quedaron de pie en la cima de una escalera que llevaba al repleto
suelo del salón de baile. La habitación estaba abarrotada de pared a pared,
y reconoció a muchos de los presentes, dioses, almas, y criaturas por igual.
Vio a Euríale, Ilias y a Mekonnen. Les sonrió, su ansiedad olvidada, y
cuando se inclinaron, Hades la guio por las escaleras.
A medida que atravesaban la multitud, Perséfone sonrió y asintió, y
cuando sus ojos cayeron sobre Hécate, se apartó de Hades para tomar sus
manos.
—¡Hécate! ¡Estás hermosa!
Se abrazaron. La Diosa de la Brujería estaba brillante, llevaba un
reluciente vestido plateado que se ajustaba a su cuerpo y se ensanchaba.
Su espeso cabello oscuro se derramaba sobre sus hombros, y brillantes
estrellas resplandecían en sus largos mechones.
—Me halagas, querida mía —dijo mientras se abrazaban.
De repente, Perséfone se encontró rodeada de almas. La abrazaron y
le agradecieron, le dijeron lo asombroso que lucía el palacio y lo hermosa
que estaba. No supo cuánto tiempo estuvo allí, aceptando abrazos y
hablando con la gente del Inframundo, pero fue la música la que dispersó
la multitud.
El primer baile de Perséfone fue con unos cuantos niños del
Inframundo. Se movieron en círculos y giraron, riendo con gozo. Cuando ese
baile terminó, Caronte se acercó. Estaba todo vestido de blanco, su color
típico, excepto que los bordes de su túnica estaban bordados con hilo azul.
Se inclinó, una mano cubriendo su corazón.
—Milady, ¿puedo tener el próximo baile?
Sonrió y tomó su mano.
—¡Por supuesto!
Perséfone se unió a una danza en línea, zigzagueado entre las almas.
Nunca se había reído o sonreído tanto en su vida. Dos bailes después, se
giró para encontrar a Hermes inclinándose.
—Milady —dijo.
—Es Perséfone, Hermes —dijo, tomando su mano. La música era
diferente ahora, deslizándose a una encantadora melodía lenta.
—Luces casi tan encantadora como yo —dijo arrogantemente a
medida que se movían por la habitación.
—Qué cumplido tan considerado —bromeó.
El dios sonrió y entonces se inclinó.
—No puedo decir si es el vestido o todo el sexo que has estado teniendo
con el dios de este reino.

225
Perséfone se sonrojó.
—¡No es gracioso, Hermes!
Parecía entretenido.
—¿No lo es?
—¿Cómo es que siquiera lo sabes?
—Bueno, se rumorea que te cargó por el palacio hasta su cama. —Se
sonrojó ferozmente. Nunca perdonaría a Hades por eso—. Veo que es cierto.
Ella rodó los ojos.
—Entonces, dime, ¿cómo fue?
—No voy a hablar contigo al respecto, Hermes.
—Apuesto a que es rudo —musitó Hermes.
Perséfone apartó la mirada tanto para esconder su sonrojo como su
risa.
—Eres imposible.
Hermes se rio entre dientes.
—Pero en serio, el amor luce bien en ti.
—¿Amor? —Casi se ahogó.
—Oh, querida, no lo has comprendido aún, ¿verdad?
—¿Comprender qué?
—Que estás enamorada de Hades.
—¡No lo estoy!
—Lo estás, demasiado —dijo—. Y él te ama.
—Casi prefiero tus preguntas sobre mi vida sexual —farfulló.
Hermes se rio.
—Entraste a esta habitación como si fueras su reina. ¿Crees que
dejaría hacer eso a cualquiera?
Honestamente, no lo sabía.
—Creo que el Señor del Inframundo ha encontrado a su coima.
Quiso debatir que Hades no la había encontrado, la había
secuestrado, pero en lugar de decir eso, levantó sus cejas al Dios del Engaño
y dijo:
—Hermes, ¿estás ebrio?
—Un poco —admitió tímidamente, y aunque se rio, sus palabras
quedaron rondando en su mente. ¿Amaba a Hades? Solo se había permitido
pensar en ello brevemente después de su primera noche juntos, y luego
aplastó completamente esos pensamientos.

226
Cuando la giró, echó un vistazo alrededor, buscando a Hades en la
multitud. No lo había visto desde que bajaron las escaleras juntos, y había
estado inmediatamente rodeada de almas. Lo localizó sentado en un trono
oscuro. Estaba reclinado, una mano elevada hacia sus labios, y la estaba
mirando fijamente. Tánatos estaba de pie a un lado del trono, vestido de
negro, sus alas dobladas pulcramente como una capa. Menta se cernía
sobre el trono luciendo radiante en un brillante negro. Eran como un ángel
y un demonio sobre los hombros del Dios de los Muertos.
Perséfone apartó la mirada rápidamente, pero Hermes pareció notar
que estaba distraída y dejó de bailar.
—Está bien, Sefy —dijo, liberándola—. Ve con él.
Perséfone vaciló.
—Está bien…
—Reclámalo, Perséfone.
Sonrió a Hermes, y la multitud se dividió a medida que recorría el
camino hacia Hades. Él la observaba, y no pudo ubicar con exactitud la
expresión en su rostro, pero algo en su interior estaba atraído hacia él.
Mientras se acercaba, su mano cayó, descansando sobre el brazo de su
trono. Se inclinó profundamente, y entonces se enderezó.
—Milord, ¿bailas?
Los ojos de Hades estaban encendidos y sus labios se estremecieron.
Se puso de pie, una imponente y dominante figura, y tomó su mano,
llevándola a la pista. Las almas se movieron, colocándose contra las paredes
para darles espacio y observar. Hades la pegó contra él, su mano firme sobre
su espalda, la otra entrelazada con sus dedos.
Había estado más cerca de él que esto, pero había algo sobre la forma
en la que la sostenía ahora, ante todos sus súbditos, que hizo que su piel
ardiera. El aire se espesó y se cargó entre ellos. No hablaron por un largo
rato, solo se miraron el uno al otro.
—¿Estás disgustado? —preguntó tras un rato.
—¿Me disgustaría que hayas bailado con Caronte y Hermes? —
preguntó.
¿Era eso lo que estaba preguntando? Lo miró y él se inclinó hacia
delante, presionando sus labios contra su oreja.
—Estoy disgustado por no estar en tu interior.
Intentó no sonreír.
—Milord, ¿por qué no lo dijo?
Sus ojos se oscurecieron.
—Cuidado, diosa, no tengo inconveniente en tomarte frente a todo mi
reino.

227
—No lo harías.
Su mirada decía “Rétame”.
No lo hizo.
Se deslizaron por toda la pista en silencio un poco más antes que
Hades la levantara del suelo y la llevara por las escaleras. Tras ellos, la
multitud aplaudió y silbó.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—A remediar mi disgusto —respondió.
Una vez fuera del salón de baile, la llevó a un balcón al final del pasillo.
Era un gran espacio, y Perséfone se distrajo por la vista que ofrecía, un
Inframundo envuelto en tinieblas, encendido por la luz de las estrellas. Se
maravilló del trabajo y la atención al detalle.
Esta era la magia de Hades.
Pero cuando empezó a caminar hacia delante, Hades la tiró de regreso
hacia él. Sus ojos eran oscuros, comunicando su necesidad.
—¿Por qué me pediste que dejara caer mi glamour? —preguntó ella.
Hades metió un mechón de cabello extraviado detrás de su oreja.
—Te lo dije, no te esconderás aquí. Necesitabas entender lo que es ser
un dios.
—No soy como tú —dijo.
Sus manos subieron hacia sus brazos y sonrió.
—No, solo tenemos dos cosas en común.
Ella levantó una ceja.
—¿Y esas son?
—Ambos somos Divinos —dijo, acercándose un poco más—. Y el
espacio que compartimos.
La levantó en sus brazos. Su espalda conectó con la pared. Las manos
de Hades eran casi desesperadas, subiendo el vestido y abriendo la túnica,
se hundió profundamente dentro de ella sin advertencia y ambos gimieron.
Su frente descansaba contra la de ella, tomó una temblorosa respiración.
—¿Así es como es ser un dios? —preguntó.
Hades se apartó para encontrarse con su mirada.
—Así es como es tener mi favor —respondió, y se movió, deslizándose
dentro y fuera, invadiéndola de la más deliciosa manera. Sus miradas se
sostuvieron y sus respiraciones se hicieron más pesadas, más rápidas. La
cabeza de Perséfone cayó hacia atrás, la piedra arañaba su cabeza y espalda,
pero no le importaba. Cada empuje tocaba algo profundo en su interior,
construyendo sensación tras sensación.

228
—Eres perfecta —dijo, sus dedos enrollándose en su cabello. Acunó
su nuca, sus empujes provocando mientras se ralentizaba, moviéndose a un
ritmo con el que se aseguraba que pudiera sentir cada parte de él.
—Eres hermosa. Nunca he querido como te quiero a ti.
Su admisión llegó con un beso, y entonces Hades bombeó más duro
que nunca y su cuerpo lo devoró. Se corrieron juntos, sus gritos
amortiguados por sus labios unidos.
Hades se retiró cuidadosamente, sosteniéndola hasta que sus piernas
dejaron de temblar. Entonces el cielo se incendió tras ellos, y Hades la llevó
al borde del balcón.
—Observa —dijo.
En el oscuro horizonte, el fuego se disparó en el cielo, desapareciendo
en un sendero de resplandecientes chispas.
—Las almas están regresando al mundo mortal —dijo Hades—. Esto
es la reencarnación.
Perséfone observó con asombro mientras más y más almas se
elevaban al cielo, dejando rastros de fuego a su paso.
—Es hermoso —dijo.
Era mágico.
Abajo, los residentes del Inframundo se habían reunido en el patio de
piedra, y cuando las últimas almas se elevaron en el aire, estallaron en
aplausos, la música empezó de nuevo, y la celebración continuó. Perséfone
se encontró sonriendo, y cuando miró a Hades, este la estaba contemplando.
—¿Qué? —preguntó.
—Déjame adorarte —dijo.
Recordaba las palabras que le había susurrado en la parte trasera de
la limusina cuando salieron de La Rose. Me adorarás, y ni siquiera tendré
que ordenártelo. Su petición se sintió pecaminosa y perversa y se deleitó en
ella.
Respondió:
—Sí.

229
P
erséfone estaba ansiando una cita con Hades.
Habían pasado unas cuantas semanas desde el Baile de
Ascensión, y había pasado un montón de tiempo con él.

230
Empezó a buscarla mientras estaba en el Inframundo y a
pedirle salir a dar paseos o jugar un juego de su elección. Ella también había
empezado a hacerle peticiones. Como resultado, había jugado con los niños
del Inframundo, añadió una nueva área de juegos para ellos, y organizó
unas cuantas cenas para las almas y su personal.
Era durante estos momentos que su conexión con él crecía, y
descubrió que sentía mucha más pasión por él que antes. Se manifestaba
cuando llegaban tarde en la noche, haciendo el amor como si nunca se
fueran a volver a ver. Todo se sentía desesperado, y Perséfone comprendió
que era porque ninguno de ellos estaba usando palabras para comunicar
cómo se sentían.
Y sentía como si estuviera cayendo.
Una noche, tras un increíblemente intenso juego de póquer de
prendas, yacían en la cama. La cabeza de Perséfone descansaba sobre el
pecho de Hades, y este rozó sus dedos a través de su cabello distraídamente.
—Permíteme llevarte a cenar.
—¿Cenar? ¿Como… salir en público?
Estaba, por supuesto, preocupada por la prensa. Desde que Hades
había anunciado el Proyecto Halcyon, más artículos sobre ella estaban
apareciendo en revistas de toda Nueva Grecia; el Crónicas Corinto, El
Investigador de Ithaca. Las que más ansiosa la ponían eran esas que
intentaban investigar sus antecedentes. Hasta ahora, habían encontrado
suficiente para satisfacerlos, escribiendo cosas como que había sido
educada en casa hasta los dieciocho, momento en el que vino a la
Universidad de Nueva Atenas desde Olimpia. Especializándose en
periodismo, consiguió una pasantía con Noticias Nueva Atenas y empezó su
relación con Hades tras una entrevista.
Era solo cuestión de tiempo que quisieran más. Debería saberlo, era
periodista.
—No en público, exactamente —dijo—. Pero sí quiero llevarte a un
restaurante público.
Vaciló, y Hades le dio una mirada significativa.
—Te mantendré a salvo.
Sabía que era cierto, y este dios se las había arreglado para evitar la
prensa por un largo tiempo, aunque sabía que tuvo un poco que ver con su
poder de invisibilidad y el miedo que infundía en los mortales.
—Está bien —accedió, sonriendo.
Pensó que era terriblemente romántico que Hades quisiera hacer algo
tan… simple, como llevarla a cenar.
Desde esa noche, todo había sido caótico. La universidad estaba liada,

231
el trabajo era estresante. Además, había sido acosada por extraños en
persona y vía correo electrónico. La gente se detenía y la interrogaba sobre
su relación con Hades en el autobús, durante caminatas, y mientras escribía
en La Casa del Café. Los periodistas le escribían para preguntarle si podrían
entrevistarla para sus periódicos, otros ofrecían trabajo. Había tomado el
hábito de revisar su bandeja de entrada una vez al día y eliminar en masa
la mayoría de los mensajes que recibía sin leerlos, pero esta vez, cuando
ingresó, notó un perturbador asunto:
Sé que te lo estás follando.
Los periodistas eran un poco más profesionales que eso.
Terror se acumuló en su estómago cuando abrió correo electrónico y
encontró una serie de fotos. Eran imágenes de ella con Hades, todas
tomadas en el Inframundo mientras estaban en el balcón durante el Baile
de Ascensión. Al final del correo, se leía:
Quiero mi trabajo de regreso, o enviaré esto a la prensa.
El correo era de Adonis. Sacó su teléfono. Todavía no había borrado
su número, e imaginó que esta era la mejor manera de localizarlo.
Podía decir que respondió el teléfono, pero no ofreció ningún saludo,
solo esperó a que hablara.
—¿Qué demonios, Adonis? —demandó—. ¿Dónde conseguiste las
fotos?
—Estoy seguro que te encantaría saber.
—Hades te destruirá —dijo.
—Puede intentarlo, pero probablemente no quiere enfrentar la furia
de Afrodita.
—Eres un bastardo.
—Tienes tres semanas —dijo.
—¿Cómo se supone que voy a conseguir que te readmitan? —espetó.
—Pensarás en algo. Hiciste que me despidieran.
—Tú mismo hiciste que te despidieran, Adonis —siseó—. No debiste
haber robado mi artículo.
—Te hice famosa —discutió.
—No me hiciste nada más que una víctima, y no estoy interesada en
continuar esa tendencia.
Hubo una larga pausa al otro lado antes de que Adonis hablara de
nuevo.
—El tiempo está acabándose, Perséfone.
Colgó, y ella bajó el teléfono. Reflexionó por un momento. Lo más fácil
de hacer era preguntarle a Demetri si consideraría contratar a Adonis de

232
vuelta, así que se levantó de su asiento y tocó la puerta de Demetri.
—¿Tienes un momento?
Su jefe levantó la mirada de su computadora. Hoy había escogido usar
una camisa azul y corbata amarilla. El color se reflejaba en sus lentes, y
hacía casi imposible hacer contacto visual con él.
—Sí, entra —respondió.
Perséfone solo dio unos cuantos pasos dentro de la habitación.
—¿Cuáles son las posibilidades de que Adonis pudiera… regresar? —
preguntó.
—Fue deshonesto, Perséfone. No tengo interés en contratarlo de
nuevo.
Asintió, y él preguntó:
—¿Por qué?
—Solo me siento… un poco mal por él, es todo —mintió, aunque las
palabras eran completamente falsas y sabían a sangre en su boca.
Demetri se quitó las lentes. Ahora podía ver sus ojos, llenos de
inquietud y un poco de sospecha.
—¿Está todo bien? —preguntó.
Asintió.
—Sí. Sí. Discúlpame.
Dejó la oficina de Demetri, empacó sus cosas y se fue. Las fotos en su
correo eran condenatorias, y si se liberaban al público, probarían que todo
en las revistas de chismes era cierto.
Bueno, no todo.
Perséfone realmente no podía decir que ella y Hades estuvieran
saliendo. Como antes, estaba dudando en asignar alguna etiqueta a su
estatus actual debido a su contrato. Sin mencionar el hecho de que, si esas
fotos eran publicadas, su madre las vería, y eso significaría el final de su
tiempo en Nueva Atenas, ni siquiera tendría que preocuparse por la
tormenta mediática que se produciría como resultado, porque no estaría allí
para eso. Deméter la encerraría para siempre.
Fue a casa a prepararse para su cita. Se tomó su tiempo, su mente en
la amenaza de Adonis. Consideró cómo manejar la situación. Se le ocurrió
que podría contárselo a Hades y todo terminaría tan rápido como empezó,
pero no quería al Dios de los Muertos peleando sus batallas. Quería resolver
este problema por su cuenta.
Decidió que Hades sería su último recurso, una carta que sacaría en
caso de no encontrar una solución.
Debió parecer preocupada cuando Hades llegó a recogerla, porque el

233
Dios del Inframundo preguntó cuando se acercó:
—¿Está todo bien?
—Sí. —Logró decir en el tono de voz más animado posible. Había
estado preguntando eso mucho y se preguntó si estaba paranoico—. Solo
fue un día ocupado.
Sonrió.
—Entonces vamos a relajarte.
La ayudó a entrar a la limusina y la siguió de cerca. Antoni estaba en
el asiento del conductor.
—Milady. —Inclinó su cabeza.
—Es bueno verte, Antoni.
El cíclope sonrió e instruyó:
—Solo presione el comunicador si necesita algo.
Entonces subió una ventana tintada que mantenía su cabina
separada de la de ellos.
Ella y Hades se sentaron lado a lado, lo suficientemente cerca para
que sus brazos y piernas se tocaran. La fricción encendió una calentura bajo
su piel. Repentinamente, no pudo ponerse cómoda, y se movió, cruzando y
descruzando sus piernas. Atrajo la atención de Hades, y tras un momento,
colocó una mano sobre su muslo.
No sabía qué la poseyó a decirlo; tal vez fue el estrés del día o la
tensión en el auto, pero justo ahora, todo lo que quería era perderse en él.
—Deseo adorarte.
Las palabras fueron calmadas y casuales. Como si acabara de
preguntarle cómo fue su día o sobre el clima. Sintió sus ojos sobre ella, y
lentamente levantó la vista hacia él. Su mirada se había oscurecido.
—¿Y cómo me adorarías, diosa? —Su voz era profunda y controlada.
Intentó reprimir una sonrisa, y se arrodilló en el suelo frente a él,
acomodándose entre sus piernas.
—¿Te lo demuestro? —preguntó.
Su garganta se movió, y dijo en un tono ronco:
—Una demostración sería apreciada.
Sus manos se movieron al botón de su pantalón y liberó su sexo, lo
tomó en su mano; era suave, pero duro, y se encontró con la mirada de
Hades mientras lo acariciaba. Las manos de él se hicieron puños sobre sus
muslos, y cuando lo probó, gimió y echó su cabeza hacia atrás.

234
Entonces el auto se detuvo.
—Mierda —dijo, y se estiró hacia el botón del intercomunicador.
Perséfone continuó tomándolo hasta el fondo de su garganta, lamiéndolo y
succionándolo. Cuando Hades habló, estaba sin aliento—. Antoni. Conduce
hasta que te diga lo contrario.
—Sí, señor.
Siseó, inhalando entre dientes. Sus dedos se hundieron en su cuero
cabelludo, soltando su trenza a medida que lo trabajaba con su mano y
movía su lengua y dientes sobre la cabeza de su pene. Sabía a sal y
oscuridad, y se hizo más duro y pesado en su boca.
Supo cuándo lo condujo a la inconsciencia porque gruñó su nombre
y empezó a empujarse dentro de su boca. Se aferró al asiento, incapaz de
respirar, solo capaz de tomar. Golpeó el fondo de su garganta una y otra vez
hasta que se corrió con su nombre en los labios.
Perséfone tomó todo de él, lamiéndolo. Cuando terminó, Hades la
tomó, arrastrándola hacia arriba para un duro beso antes de apartarse para
gruñir:
—Te quiero.
Sus ojos se oscurecieron, y ladeó la cabeza, preguntando:
—¿Cómo me quieres?
Respondió sin mucho más que un segundo de reflexión.
—Para empezar, te tomaré desde atrás sobre tus manos y rodillas.
—¿Y entonces?
—Te pondré encima y te enseñaré a montarme hasta que te hagas
pedazos.
—Hmm, esa me gusta.
Se levantó y Hades la ayudó a ponerse sobre su eje. Gimió cuando la
llenó, y las manos de Hades se extendieron por su cintura, ayudándola a
establecer un ritmo hasta que se movió a su propia voluntad, usándolo para
su placer. Sus brazos fueron alrededor de su cuello, y lo sostuvo cerca.
Mordió su oreja, y cuando gimió, susurró:
—Dime cómo me siento.
—Como vida —respondió él.
Sus manos se movieron entre ellos, y la trabajó, construyendo la
tensión hasta que ya no lo pudo soportar, su trabajosa respiración dio paso
a un grito de éxtasis, y colapsó contra él, su rostro enterrado en la curva de
su cuello.
No supo cuánto tiempo la sostuvo así, pero en algún punto, se
movieron. Perséfone se deslizó de su regazo, y Hades restauró su apariencia
antes de informar a Antoni de que estaban listos para llegar a su destino.

235
Antoni entró a un garaje y aparcó cerca de un elevador, donde Hades ayudó
a Perséfone a salir de la limusina. Una vez dentro, sacó una tarjeta, y la
escaneó presionando el botón para el piso catorce.
—¿Dónde estamos? —preguntó, curiosamente.
—El Huerto —respondió Hades—. Mi restaurante.
—¿Posees El Huerto? —preguntó, sorprendida. Era un favorito entre
los mortales de Nueva Atenas por su decoración única y las acogedoras
mesas inspiradas en jardines—. ¿Cómo es que nadie sabe?
—Dejo que Ilias lo dirija —dijo—. Y prefiero que la gente piense que es
el dueño.
El elevador se abrió a la terraza y Perséfone jadeó por lo que vio. La
terraza de El Huerto lucía como un bosque en el Inframundo. Un camino de
piedra serpenteaba entre camas de flores y árboles encadenados con luces.
Hades la llevó por el camino, que se ensanchaba a un espacio abierto
con una mesa y dos sillas acojinadas. Las luces que estaban en los árboles
del camino se entrecruzaban por arriba.
—Esto es hermoso, Hades.
Sonrió, complacido con su cumplido, y la llevó a la mesa. Una
colección de panes y una botella de vino aguardaban. Hades sirvió una copa
a cada uno, y brindó por su noche.
Se encontró riendo más de lo que recordaba alguna vez, la carga de
su día ya olvidada mientras Hades le contaba historias de la Antigua Grecia.
Cuando terminaron de comer, caminaron por el bosque sobre la terraza y
Perséfone preguntó:
—¿Qué haces para divertirte?
Parecía una pregunta tonta, pero tenía curiosidad. En el pasar de los
meses, descubrió que a Hades le gustaban las cartas, los paseos, y jugar
con sus animales, pero se preguntaba qué más.
—¿A qué te refieres?
Perséfone se rio.
—El hecho de que me preguntes eso lo dice todo. ¿Cuáles son tus
pasatiempos?
—Cartas. Montar. —Giró sus manos en el aire, pensando—. Beber.
—¿Qué tal cosas no relacionadas con ser el Dios de los Muertos?
—Beber no está relacionado con ser el Dios de los Muertos.
—Tampoco es un pasatiempo. A menos que seas un alcohólico.
Hades levantó una ceja.
—Entonces, ¿cuáles son tus pasatiempos?

236
Perséfone sonrió, y aunque sabía que estaba evitando hablar sobre sí
mismo, respondió:
—Hornear.
—¿Hornear? Siento que debería haber sabido esto antes.
—Bueno, nunca preguntaste.
El silencio cayó entre ellos, y avanzaron un poco más antes de que
Hades se detuviera. Perséfone se giró para mirarlo cuando dijo:
—Enséñame.
Lo observó por un momento, atónita.
—¿Qué?
—Enséñame —dijo—. A hornear algo.
No pudo evitarlo, se rio, y él levantó una ceja, nada entretenido.
—Lo siento… solo te estoy imaginando en mi cocina.
—¿Y eso es difícil?
—Bueno… sí. Eres el Dios del Inframundo.
—Y tú eres la Diosa de la Primavera —dijo—. Te paras en tu cocina y
haces galletas. ¿Por qué yo no puedo?
No pudo apartar sus ojos de él. No fue hasta ahora que entendió que
algo había cambiado entre ellos. Había estado ocurriendo gradualmente,
pero hoy, la golpeó duro.
Estaba enamorada de él.
No se había dado cuenta que estaba frunciendo el ceño hasta que le
tocó el rostro, rozando su mejilla con su dedo.
—¿Estás bien?
Ella sonrió.
—Muy bien. —Se levantó sobre la punta de sus pies y presionó un
beso en su boca, apartándose—. Te enseñaré.
Hades también sonrió.
—Bueno, entonces. Empecemos.
—Espera. ¿Quieres aprender ahora?
—Ahora es un momento tan bueno como cualquiera —dijo.
Abrió su boca para discutir que no tenía los artículos necesarios para
hacerlo en el Inframundo, cuando Hades dijo:
—Pensé que tal vez… podríamos pasar tiempo en tu apartamento. —
Lo miró fijamente, y él se encogió de hombros—. Siempre estás en el
Inframundo.

237
—Tú… ¿quieres pasar tiempo en el Mundo Superior? ¿En mi
apartamento? —Solo la contempló, ya le había dicho exactamente qué
quería hacer—. Yo… tengo que preparar a Lexa para tu llegada.
Asintió.
—Bastante justo. Haré que Antoni te lleve —dijo, y bajó la mirada
hacia su traje—. Necesito cambiarme.

Perséfone no tuvo dificultad en convencer a Lexa para llevar a Hades


a una noche de comer, hornear y ver películas. De hecho, gritó cuando lo
sacó a colación, lo que causó que Jaison corriera a su habitación armado
con una lámpara.
Sus ojos azul grisáceos estaban muy abiertos y sus rizos color marrón
oscuro, salvajes. Lucía listo para una pelea, y cuando las chicas lo vieron,
se rieron.
Jaison bajó la lámpara.
—Escuché gritar a alguien —explicó.
—¿E ibas a salvarme con una lámpara? —preguntó Lexa.
—Fue lo más pesado que pude encontrar —dijo a la defensiva.
Se rieron de nuevo y Perséfone explicó por qué Lexa estaba gritando.
Jaison se frotó la nuca.
—Vaya, Hades, ¿eh?
—¡Sí, Hades! —Lexa estaba extasiada, y entonces alcanzó la mano de
Jaison—. ¡Vamos! Tenemos que limpiar la sala. Va a pensar que somos
campesinos.
Perséfone sonrió cuando los dos desaparecieron en la habitación
adyacente. Jaison seguía en posesión de la lámpara.
Mientras limpiaban, se cambió y poco después, el timbre sonó. A pesar
de todo el tiempo que había pasado con Hades, su corazón todavía martilleó
en su pecho cuando fue a responder la puerta.
Hades llegó en una camiseta negra que realzaban sus músculos como
un sueño, y pantalón deportivo. Perséfone estaba sorprendida por su
apariencia. El impecable dios podía vestirse informalmente y aun así lucir
magnifico.
—¿Tenías eso antes de hoy? —preguntó, apuntando al pantalón.

238
Hades bajó la mirada, sonriendo.
—No.
Lo dejó entrar, y se sintió ligeramente avergonzada. Este apartamento
era demasiado pequeño para él, era casi tan amplio como la puerta, y tuvo
que agacharse para entrar. Perséfone frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó.
—Nada —dijo rápidamente, y lo rodeó. Lo llevó a la sala de estar donde
Lexa y Jaison habían terminado de limpiar y ahora estaban recostado sobre
el sofá.
Se sintió incómoda al presentar a Hades.
—Um, Hades, esta es Lexa, mi mejor amiga y Jaison, su novio.
Jaison saludó desde el sofá, pero Lexa se puso de pie y abrazó a
Hades.
Las cejas de Perséfone se elevaron. Estaba impresionada con la
audacia de Lexa, y por la reacción de Hades; no parecía sorprendido en
absoluto, y regresó el abrazo de Lexa.
—Es un placer conocerte —dijo.
—Muy pocos han dicho esas palabras —le dijo él.
Lexa se apartó y sonrió.
—Mientras trates bien a mi mejor amiga, seguiré estando feliz de verte.
Los labios de Hades se curvaron.
—Anotado, Lexa Sideris —dijo, y dio una pequeña reverencia—. Puedo
decir, es un placer conocerte.
Lexa se sonrojó.
Maldición, el Señor del Inframundo era encantador.
Perséfone llevó a Hades hacia la cocina. Era pequeña para ella y Lexa,
mucho más diminuta para él. Su cabeza prácticamente tocaba el techo, pero
su altura resultó muy útil, ya que lo que Perséfone necesitaba estaba en el
estante más alto de sus gabinetes.
—¿Por qué pones todo tan alto? —preguntó mientras la ayudaba a
tomar sus artículos.
—Es el único lugar en el que caben. Por si no lo has notado, no vivo
en un palacio.
Le dio una mirada como para decir, yo podría cambiar eso.
Cuando todo estuvo sobre la encimera, Hades se giró para mirarla.
—¿Qué harías sin mí?
—Conseguirlos yo misma —dijo simplemente.

239
Hades bufó. Se giró para mirarlo, y descubrió que estaba inclinado
contra la encimera, los brazos cruzados sobre su pecho. Era absolutamente
impresionante, y quiso reírse porque estaba de pie en su fea cocina haciendo
galletas.
—Bueno, acércate. No puedes aprender desde allí.
Hades levantó una ceja, sonriendo, y se acercó. No había esperado
que se pusiera tan cerca, pero llegó desde atrás, acunando su cuerpo con el
suyo, sus manos apoyadas a cada lado de ella.
Su boca tocó su oreja, cálida y melosa.
—Por favor, instruye.
Tomó una respiración y se aclaró la garganta.
—Lo más importante que hay que recordar al hornear en que los
ingredientes tienen que ser medidos y bien mezclados, o podría ser un
desastre.
Sus labios barrieron a lo largo de su cuello y luego su hombro. Su
respiración se atascó en su garganta, y se la aclaró.
—Tacha eso. Lo más importante que hay que recordar es prestar
atención.
Lo fulminó con la mirada sobre su hombro mientras intentaba lucir
inocente. Se estiró por la taza medidora, y se la tendió.
—Primero, harina —dijo ella.
Hades tomó la taza y midió la cantidad requerida de harina. Mantuvo
sus brazos alrededor de ella, trabajando casi como si no estuviera allí.
Excepto que sabía que lo hacía porque podía sentir su cuerpo
endureciéndose en su contra.
—¿Siguiente?
Concéntrate, se ordenó.
—Bicarbonato de sodio.
Él siguió así hasta que todos los ingredientes estuvieron el tazón y
mezclados. Perséfone tomó esa oportunidad para salir por debajo de su
brazo, alcanzando una bandeja para hornear y una cuchara. Ordenó a
Hades formar la masa en bolas no más grandes que un par de centímetros
de diámetro y colocarlas sobre la bandeja.
Cuando las galletas estuvieron en el horno, Hades se giró hacia ella,
expectante, pero ya estaba preparada para él.
—Hacemos el glaseado.
Frotó sus manos. Esta era la mejor parte. Hades levantó una ceja,
claramente entretenido.
Perséfone empezó a instruir de nuevo, y Hades escuchó, mezclando
ingredientes.

240
—¿Qué se supone que haré con esto?
—Integrarás los ingredientes —dijo ella, vertiendo el azúcar glas,
vainilla, y jarabe de maíz en un tazón. Lo empujó hacia él—. Revuelve.
Él sonrió.
—Felizmente.
Cuando el glaseado estuvo hecho, lo dividieron en diferentes tazones
y mezclaron colorante en ellos. Perséfone no era la panadera más pulcra, y
para cuando terminaron de incorporar todos los colores, sus dedos estaban
cubiertos de glaseado.
Hades lo notó y tomó su mano.
—¿Cómo sabe? —preguntó, y llevó sus dedos a su boca, lamiéndolos.
Gimió—. Delicioso.
Ella se sonrojó, y apartó su mano.
Hubo una larga pausa, y Hades preguntó:
—¿Ahora qué?
Sus ojos se encontraron.
Hades dio dos pasos, plantó sus manos sobre su cintura y la levantó
sobre la encimera. Ella chilló y luego se rio, acercándolo cuando envolvió
sus piernas alrededor de su cintura. La besó hambrientamente, ladeando
su cabeza hacia atrás para poder profundizar en su boca, pero fue efímero,
porque Lexa entró a la cocina y se aclaró la garganta.
Perséfone rompió el beso mientras la cabeza de Hades caía en la
curvatura de su cuello.
—Lexa —dijo Perséfone, aclarándose la garganta—. ¿Qué ocurre?
—Me estaba preguntando si querían ver una película.
—Di que no —susurró Hades contra su oreja.
Perséfone se rio y preguntó:
—¿Qué película?
—¿Furia de Titanes?
Hades bufó y se apartó de ella, mirando hacia Lexa.
—¿La vieja o la nueva?
—La vieja.
Lo consideró, ladeando su cabeza.
—Bien. —Y entonces se aclaró la garganta, besando a Perséfone—.
Voy a necesitar un minuto.
Dejó la cocina y Perséfone se quedó sobre la encimera, balanceando

241
sus piernas. Cuando Hades salió de la vista, Lexa empezó.
—De acuerdo, primero. ¡No en la cocina! Segundo, está
completamente enamorado de ti.
Las mejillas de Perséfone ardieron.
—Detente, Lexa.
—Chica, te adora.
Perséfone ignoró a Lexa y empezó a limpiar. Cuando las galletas
estuvieron hechas, las dejó para que se enfriaran y los cuatro se
acomodaron a ver la película. Perséfone se acurrucó junto a Hades. Fue allí,
ubicada contra él, que se dio cuenta de lo rara que se había vuelto su vida
desde que conoció al Dios del Inframundo, y, sin embargo, había tenido
algunos de sus momentos más felices con él. Había querido hacer cosas que
la hicieran feliz y aprenderlas. Se rio por el pensamiento de él en la cocina,
con los guantes puestos, intentando retirar la bandeja de galletas caliente
del horno.
Los brazos de Hades se apretaron a su alrededor, y susurró:
—Sé lo que estás pensando.
—Es imposible que sepas.
—Después de lo que he atravesado esta noche, estoy seguro que hay
varias cosas de las que te estás riendo.
No pasó mucho antes de que se durmiera. En algún punto, Hades la
levantó en sus brazos y la llevó a su habitación.
—No te vayas —dijo, adormilada cuando la colocó sobre su cama.
—No lo haré. —Besó su frente—. Duerme.
Despertó con la boca de Hades sobre su piel y gimió, alcanzándolo. La
besó urgentemente, como si no la hubiera saboreado en semanas, antes de
arrastrar sus labios a lo largo de su mandíbula, su garganta, su pecho.
Entonces sus dedos encontraron el dobladillo de su blusa. Ella arqueó su
espalda y lo ayudó a sacarla por su cabeza. Lanzándola a un lado,
descendió, acariciando sus pechos con sus manos y su lengua. No pasó
mucho antes de que se quitara el pantalón y él abriera su centro,
saboreándola con su boca. Su pulgar trabajó ese sensible nudo de nervios,
enviándola a una delirante dicha.
Cuando terminó, subió por su cuerpo antes de despojarse de su ropa
y acomodarse entre sus muslos. Extendió sus piernas para acomodarlo a
medida que su pene se presionaba contra su entrada. Se hundió en ella con
facilidad y se arqueó con el placer de él llenándola, tanto que nunca se había
sentido tan completa.
Se inclinó para presionar su frente contra la de ella, respirando fuerte.
—Eres hermosa —dijo.

242
—Te sientes bien —dijo ella, siseando cuando inhaló entre dientes,
luchando con la presión construyéndose detrás de sus ojos. Mientras más
experimentada esta euforia, menos control tenía—. Te sientes… como poder.
Se movió lentamente al principio y ella saboreó cada parte de él, pero
este dios estaba famélico y su consideración cambió a algo mucho más
irracional y carnal.
Un feroz gruñido salió desde el fondo de su garganta, y se inclinó hacia
ella, besando y mordiendo sus labios, su cuello, bombeando más y más
duro, moviendo su cuerpo entero.
Perséfone se aferró a él, sus talones se presionaron en su contra, sus
uñas rasguñaron su piel, sus dedos se enredaron en su cabello, alcanzó
cualquier cosa que la aferrara a él, a este momento.
Hades presionó sus manos contra la cima de su cabeza para evitar
que golpeara el cabecero mientras se conducía dentro de ella, la cama entera
se sacudió, y los únicos sonidos eran sus respiraciones desiguales, sus
suaves gemidos y su desesperado intento de sentir más del otro.
Su cuerpo entero estaba electrizado, avivado por su intoxicante calor,
y él se empujó más y más hasta que ya no pudo aguantarlo. Su grito final
de éxtasis dio paso al de él, y se deleitó en la sensación de su pulso en su
interior. Tomó todo de él, drenándolo.
Posteriormente, estuvieron en silencio. El resbaladizo cuerpo de
Hades descansaba contra el suyo, y lentamente bajó de su euforia, como si
su consciencia estuviera regresando a su cuerpo. Fue entonces que se dio
cuenta de que habían perdido el control, que había bombeado en ella tan
fuerte, que estaban contra el cabecero.
La estudió y se dio cuenta que estaba llorando.
—Perséfone. —Una nota de pánico coloreó su voz—. ¿Te herí?
—No —susurró ella, y se cubrió los ojos.
No la había herido, y no sabía por qué estaba llorando. Solo se sentía
extremadamente emocional. Tomó una temblorosa respiración.
—No, no me heriste.
Después de un momento, Hades la hizo apartar la mano de sus ojos.
Se encontró con su mirada cuando enjugó sus lágrimas.
Estuvo aliviada cuando no hizo ninguna pregunta más. Se hizo a un
lado, y la empujó en su contra, cubriéndolos con las sábanas. Besó su
cabello y susurró:
—Eres demasiado perfecta para mí.
Ella sintió como si apenas se hubiera dormido cuando Hades se sentó
junto a ella. Se sintió inmediatamente fría y se giró, medio dormida, para
alcanzarlo.

243
—Regresa a la cama —dijo ella.
—Aléjate de mi hija. —La voz de Deméter era letal.
Eso la despertó inmediatamente. Se sentó, apretando la sábana
contra su pecho.
—¡Madre! ¡Fuera!
La escalofriante mirada de Deméter cayó sobre Perséfone y esta vio la
promesa de dolor, de destrucción, en sus ojos. Podía ver el titular: Dioses
Olímpicos Luchan, Destruyen Nueva Atenas.
—¿Cómo te atreves? —La voz de Deméter tembló, y Perséfone no
estaba segura si estaba hablándole a ella o a Hades, tal vez a ambos.
Perséfone apartó la sábana y se puso su camiseta de dormir. Hades
permaneció sentado en la cama.
—¿Por cuánto tiempo? —cuestionó.
—Realmente no es asunto tuyo, madre —espetó Perséfone.
Los ojos de su madre se oscurecieron.
—Olvidas tu lugar, hija.
—Y tú olvidas mi edad —dijo Perséfone—. ¡No soy una niña!
—Eres mi niña y has traicionado mi confianza.
Perséfone supo lo que estaba a punto de pasar. Podía sentir la magia
de su madre construyéndose en el aire.
—¡No, madre! —Perséfone se puso frenética. Miró hacia Hades,
desesperada. Él regresó la mirada, tenso pero calmado, eso no hizo nada
para aliviar su miedo.
—¡Ya no vivirás esta desgraciada vida mortal!
Perséfone cerró sus ojos, encogiéndose cuando Deméter chasqueó sus
dedos, pero en lugar de teletransportarse a la prisión de cristal como
esperaba, nada ocurrió. Lentamente, abrió sus ojos y se enderezó, mirando
a su madre, que también estaba confundida. Entonces los ojos de Deméter
se estrecharon sobre el brazalete de oro de Perséfone. La diosa se estiró,
capturando su brazo, apretando muy duro, arrancó el brazalete de su
muñeca y reveló la oscuridad marcando su pálida piel.
—¿Qué hiciste? —demandó Deméter.
Esta vez, miró a Hades.
—¡No me toques!
Perséfone intentó apartarse. Pero el agarre de Deméter se apretó, y
Perséfone gritó.
—Libérala, Deméter. —La voz de Hades era calmada, pero había algo
mortal en sus ojos. Perséfone había visto esa mirada antes, furia estaba

244
construyéndose en su interior.
—¡No te atrevas a decirme qué hacer con mi hija!
Hades chasqueó sus dedos y repentinamente estaba vestido con la
misma ropa de la noche anterior. Se elevó a su máxima altura, y cuando se
acercó, Deméter liberó a Perséfone. Y puso distancia entre ella y su hija.
—Tu hija y yo tenemos un contrato, Deméter —explicó Hades—. Se
quedará hasta que lo cumpla.
—No. —Deméter se enfocó en la muñeca de Perséfone, y tuvo la
sensación de que su madre haría prácticamente lo que fuera para llevársela
de este lugar, incluyendo cortar su mano—. Quitarás tu marca. ¡Hazlo,
Hades!
El dios no estaba perturbado por la creciente furia de Deméter.
—El contrato debe ser cumplido, Deméter. Las Moiras lo ordenan.
La Diosa de la Cosecha palideció, y cuando miró a Perséfone,
preguntó:
—¿Cómo pudiste?
—¿Cómo pude? —repitió Perséfone enojada—. ¡No es como que
hubiera querido que ocurriera, madre!
Por el rabillo del ojo, notó que Hades se estremeció.
—¿No lo quisiste? ¡Te advertí sobre él! —Señaló a Hades—. ¡Te advertí
que te alejaras de los dioses!
—Y al hacerlo, me dejaste a esta suerte.
Deméter levantó su barbilla.
—¿Entonces me culpas? ¿Cuando todo lo que hice fue intentar
protegerte? Bueno, verás la verdad muy pronto, hija.
La diosa extendió su mano y despojó a Perséfone de su magia. Se
sintió como si miles de diminutas agujas estuvieran pinchando su piel al
mismo tiempo a medida que el glamour que había construido para ocultar
su apariencia Divina era desmantelado. El dolor le sacó el aire, y cayó al
suelo, jadeando.
—Cuando el contrato sea cumplido, regresarás a casa conmigo —dijo
Deméter, y Perséfone la fulminó con la mirada—. Nunca regresarás a esta
vida mortal y nunca verás a Hades de nuevo.
Entonces Deméter se fue.
Hades se acercó y la levantó del suelo. La mantuvo cerca, y estalló en
lágrimas. Todo lo que pudo decir fue:
—No me arrepiento de ti. No quise decir que me arrepentía de ti.
—Lo sé.
Hades apartó sus lágrimas a besos.

245
Hubo un golpe en la puerta y ambos levantaron la mirada para
encontrar a Lexa de pie justo dentro de la habitación, con los ojos
ensanchados.
—¿Qué demonios?
Perséfone se apartó de Hades.
—Lexa —dijo—. Tengo que contarte algo.
L
exa tomó las noticias de que había estado viviendo con una
diosa por los últimos cuatro años con calma. Sus
emociones oscilaban desde sentimientos de traición a la

246
incredulidad. Perséfone comprendió. Lexa valoraba la
verdad, y había descubierto que la persona a la que llamó
su mejor amiga toda su vida había estado mintiendo sobre una gran parte
de su identidad.
—¿Por qué me lo ocultaste? —preguntó Lexa.
—Fue un acuerdo que hice con mi madre —dijo—. Además, quería
saber cómo era llevar una vida normal.
—Entiendo eso —dijo Lexa—. Amiga, tu madre es una perra —dijo, y
entonces se agachó como si esperara que un rayo la alcanzara—. ¿Me
matará por decir eso?
—Está demasiado enojada conmigo y llena de odio por Hades para
siquiera pensar en ti —replicó Perséfone.
Lexa negó y solo contempló a su mejor amiga. Había invocado un
glamour humano con la ayuda de la magia de Hades y ahora estaban
sentados juntos en la sala. Se habría sentido como cualquier otro día si no
hubiera sido despojada de la magia de su madre y expuesta como una diosa.
Afortunadamente, Hades la ayudó.
—No puedo creer que seas la Diosa de la Primavera. ¿Qué puedes
hacer?
Perséfone se sonrojó.
—Bueno, esa es la cosa. Estoy aprendiendo a usar mis poderes.
Explicó que, hasta hace poco, no había sido capaz de sentir su magia
y que estaba trabajando en aprender a canalizarlo.
—Solía querer ser como los otros dioses —dijo—. Pero cuando mis
poderes nunca se desarrollaron, solo quise estar en alguna parte donde
fuera buena en algo.
Lexa colocó su mano sobre la de Perséfone.
—Eres buena en muchas cosas, Perséfone. Especialmente en ser una
diosa.
Se mofó.
—¿Cómo lo sabrías? Acabas de descubrir que lo soy.
—Lo sé porque eres bondadosa, compasiva, y luchas por tus
creencias, pero, principalmente, luchas por las personas. Eso es lo que se
supone que hacen los dioses, y alguien debería recordarles, porque un
montón de ellos lo han olvidado. —Se detuvo—. Tal vez por eso naciste.
Perséfone apartó las lágrimas de sus ojos.
—Te amo, Lex.
—También te amo, Perséfone.

247
Perséfone tuvo dificultad para dormir en las semanas posteriores a las
amenazas de Deméter. Su ansiedad se disparó, y se sentía incluso más
atrapada que nunca antes. Si no completaba los términos de su contrato
con Hades, estaría atrapada en el Inframundo para siempre. Si se las
arreglaba para crear vida, entonces se volvería una prisionera en el
invernadero de su madre.
Era cierto que amaba a Hades, pero prefería ir y venir del Inframundo
como le placiera. Quería seguir viviendo su vida mortal, graduarse, y
empezar su carrera en el periodismo. Cuando le había dicho eso a Lexa, su
mejor amiga respondió:
—Solo habla con él. Es el Dios de los Muertos, ¿no puede ayudar?
Pero Perséfone sabía que hablar no haría ningún bien. Hades había
dicho una y otra vez que los términos del contrato no eran negociables,
incluso al enfrentar a Deméter. Era cumplir el contrato o no, libertad o no.
Y esa realidad la estaba destrozando.
Peor, estaba usando magia de Hades, y aunque había unas cuantas
ventajas, era como tenerlo alrededor todo el tiempo. Era una constante
presencia, un recordatorio de su predicamento, de cómo había perdido el
control y se encontró enamorada de él.
Fue a dos semanas de la graduación y del final de su contrato con
Hades, cuando Perséfone llegó a la Acrópolis para trabajar. Valerie la detuvo
cuando salió del elevador, rodeando su escritorio para susurrar:
—Perséfone, hay una mujer aquí para verte. Dice que tiene una
historia de Hades.
Casi gimió.
—¿La investigaste?
Perséfone le había dado una lista de preguntas para hacerle a
cualquiera que llamara afirmando que tenía una historia sobre Hades.
Algunas de las personas que habían llamado o ido en persona a
entrevistarse solo habían sido mortales curiosos o periodistas encubiertos
intentando conseguir una historia.
—Parece legítima, sin embargo, creo que está mintiendo sobre su
nombre.

248
Perséfone ladeó la cabeza.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Fue la forma en la que lo dijo. Como si fuera una ocurrencia
tardía.
Eso no hizo que Perséfone se sintiera demasiado confiada.
—¿Qué nombre?
—Carol.
Raro. Entonces, Valerie ofreció:
—Si quieres que alguien vaya contigo a la entrevista, yo puedo.
—No —dijo Perséfone—. Está bien. Gracias, sin embargo.
Tomó sus cosas, agarró café, y se dirigió a la sala. No estaba prestando
mucha atención cuando entró, pensando que solo era otra persona
intentando conseguir una cita con ella, y dijo:
—¿Así que tienes una historia para mí?
—¿Una historia? Oh, no, lady Perséfone, tengo un trato.
Perséfone levantó la mirada inmediatamente y se congeló.
La mujer frente a ella era familiar, hermosa y letal.
—Afrodita.
A Perséfone se le escapó el aliento. ¿Por qué estaba la Diosa del Amor
aquí para verla?
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensé en hacerte una visita —dijo—. Dado que estás cerca de
terminar tu contrato con Hades.
Perséfone cubrió su muñeca inconscientemente, aunque la marca
estaba oculta por un brazalete.
—¿Cómo sabes sobre eso?
Sonrió, pero había lástima en su mirada.
—Me temo que Hades te ha colocado en medio de nuestra apuesta.
Perséfone no estaba segura de entender lo que Afrodita estaba
diciendo.
—¿Apuesta? —repitió.
La Diosa del Amor curvó sus labios.
—Veo que no te lo ha dicho.
—Puedes dejar la falsa preocupación, Afrodita, e ir al grano.

249
El rostro de la diosa cambió, y se hizo más severo y más hermoso que
antes. Cuando vio a Afrodita en la gala, había sentido su soledad y su
tristeza, pero ahora estaba claro en todo su rostro. La sorprendió, Afrodita,
la Diosa del Amor, la diosa que tenía aventuras con dioses y mortales por
igual, estaba sola.
—Vaya, vaya —dijo—. Eres terriblemente demandante. Quizás es por
eso que le gustas tanto a Hades. —Los puños de Perséfone se apretaron, y
la diosa ofreció una pequeña sonrisa—. Desafié a Hades a un juego de
cartas. Fue por pura diversión, pero perdió. Mi apuesta era que debía hacer
que alguien se enamorara de él en un plazo de seis meses —dijo.
Le tomó un momento que lo que Afrodita dijo se asentara. Hades tenía
un contrato con Afrodita, hacer que alguien se enamore de él.
Tragó duro.
—Debo admitir, estaba impresionada por lo rápido que se concentró
en ti. Ni una hora después de establecer mis términos, te atrajo a un
contrato y he estado observando su progreso desde entonces.
Quiso acusar a la diosa de mentir, pero sabía que cada palabra que
Afrodita había dicho era cierta.
Todo este tiempo había sido usada. El peso de la verdad se asentó
sobre ella, la rompió, la arruinó.
Nunca debió haber creído que Hades era capaz de cambiar. El juego
era la vida para él. No significaba nada, y haría lo que fuera para ganar.
Incluso si rompía su corazón.
—Lamento herirte —dijo Afrodita—. Pero ahora veo que realmente he
perdido. —Perséfone fulminó con la mirada a la Diosa del Amor a través de
ojos húmedos—. Sí lo amas.
—¿Por qué lo sentirías? —preguntó Perséfone entre dientes—. Esto
era lo que querías.
La diosa realmente lucía arrepentida y negó.
—Porque… hasta hoy, no creía en el amor.

Perséfone nunca había querido escoger entre la prisión de Deméter o


la de Hades. Había querido encontrar una manera de ser libre, pero debido
a descubrir que había sido usada, había tomado una decisión.

250
Cuando Afrodita se desvaneció de la sala de entrevistas, tomó una
explicita decisión, terminaría el trato con Hades de una vez por todas, y
lidiaría con las consecuencias después.
Se encontró en el Inframundo, caminando por el campo, dirigiéndose
directamente hacia un oscuro muro de montañas, decidida a encontrar El
Pozo de la Reencarnación.
Debió haber escuchado a Menta.
Dioses, nunca pensó que aquellas palabras saldrían de su boca.
Estaba tan enojada que no podía pensar correctamente y estaba feliz
de sentirse de esa manera ahora, porque sabía que cuando se calmara, todo
lo que sentiría sería aplastante tristeza.
Le había dado todo a Hades, su cuerpo, su corazón, sus sueños.
Había sido tan estúpida…
Encantador, racionalizó. Debió haberla hechizado.
Sus pensamientos rápidamente se salieron de control después de eso,
a medida que reproducía recuerdos de los últimos seis meses, cada uno
trajo más dolor que el anterior. No podía entender por qué Hades había
pasado por tantos problemas para orquestar este plan. La había engañado.
Había engañado a muchas personas.
¿Qué hay de Sybil?
El oráculo le había dicho que sus colores estaban entrelazados. Que
ella y Hades estaban destinados a estar juntos.
Quizás es solo un oráculo realmente malo.
Ahora, cerca de las lágrimas, casi no escuchó el crujido de césped a
su lado. Perséfone se giró para ver movimiento a una corta distancia. Su
corazón latió fuera de control, y se tambaleó hacia atrás, tropezándose con
algo oculto en el césped. Cayó, y lo que fuera que estaba en el suelo cargó
hacia ella.
Cerró sus ojos y se cubrió el rostro solo para sentir una fría nariz
húmeda presionada contra su mano.
Abrió sus ojos para encontrar a uno de los tres perros de Hades
mirándola fijamente.
Se rio y se sentó, palmeando a Cerbero en la cabeza. Su lengua rodó
fuera de su boca y descubrió que con lo que se había tropezado había sido
su pelota roja.
—¿Dónde están tus hermanos? —preguntó, rascando la parte trasera
de su oreja.
El perro respondió lamiendo su rostro. Perséfone apartó al perro y se
puso de pie, recogiendo la pelota.
—¿Quieres esto?

251
Cerbero se sentó sobre sus cuartos traseros, pero apenas se podía
quedar quieto.
—¡Atrapa! —dijo Perséfone, lanzando la pelota.
El perro se fue, y lo observó por unos momentos antes de continuar
hacia la base de la montaña.
Mientras más se acercaba, el suelo se hacía más irregular, rocoso y
desnudo. Poco tiempo después, Cerbero se le unió de nuevo, la pelota en su
boca. No la dejó caer a sus pies, sino que miró al frente, hacia las montañas.
—¿Puedes llevarme al Pozo de la Reencarnación? —preguntó
Perséfone.
El perro la miró y entonces se fue.
Lo siguió, por una pendiente inclinada y al corazón de las montañas.
Una cosa era ver estas formaciones de tierra desde una distancia, y otra
caminar entre ellas y bajo el halo de las negras nubes giratorias. Un rayo
resplandeció y el trueno sacudió la tierra. Continuó siguiendo a Cerbero,
temerosa de perder de vista al perro, o peor, que resultara herido.
—¡Cerbero! —llamó cuando desapareció alrededor de otro giro en el
laberinto.
Perséfone pasó el dorso de su mano sobre su frente. Estaba húmeda
y sudada. Hacía calor en las montañas, y se estaba calentando más.
Girando la esquina, vaciló, notando un pequeño arroyo a sus pies,
pero este arroyo era fuego. Inquietud se arrastró por su columna. Escuchó
a Cerbero ladrando adelante, y saltó sobre el arroyo de fuego solo para
encontrar al perro al borde de un precipicio donde un río de llama feroz se
agitaba. Su calor era casi insoportable, y Perséfone repentinamente
comprendió a dónde había deambulado.
El Tártaro.
Este era el río Flegetonte.
—¡Cerbero, encuentra una forma de salir! —ordenó.
El perro ladró como aceptando su indicación y se apresuró hacia una
serie de escaleras talladas en las montañas. Eran resbaladizas y empinadas,
y desaparecían en los pliegues de arriba.
Pero la llevarían más arriba dentro de las montañas.
—¡Cerbero!
El perro continuó, así que lo siguió.
Las escaleras llevaban a una caverna abierta. Linternas cubrían el
pasadizo, pero apenas iluminaban sus pies. El túnel ofrecía un escape del
calor del Flegetonte. Quizá Cerbero estaba llevándola al Pozo de la
Reencarnación, como había solicitado.

252
Justo cuando tuvo esa idea, llegó al final de la caverna, que llevaba a
una gruta. Era hermosa. El espacio estaba lleno de exuberante vegetación y
árboles pesados con fruta dorada. La piscina a sus pies contenía agua que
brillaba como estrellas en un cielo oscuro.
Este debe ser el Pozo de Reencarnación, pensó.
En el cetro de la piscina, había un pilar de piedra. Un cáliz dorado se
posaba en la cima. Perséfone no desperdició tiempo cuando vadeó el agua
para alcanzar la copa, pero con el movimiento del agua, llegó una voz.
—Ayuda —se quejó—. Agua.
Se congeló y miró alrededor, pero no vio nada.
—¿H-hola? —exclamó a la oscuridad.
—El pilar —dijo la voz.
El corazón de Perséfone se aceleró cuando giró el poste para encontrar
a un hombre encadenado al otro lado de la columna. Estaba delgado, piel
literalmente extendida sobre huesos. Su cabello y barba estaban largos,
blancos y enmarañados. Los grilletes alrededor de sus muñecas eran lo
suficientemente cortos para evitar que alcanzara la copa en la cima del pilar,
o la fruta colgando bajo dentro de su alcance.
Inhaló profundamente por la visión, y cuando el hombre la miró, sus
pupilas parecían estar nadando en sangre.
—Ayuda —dijo de nuevo—. Agua.
—Oh, mis dioses.
Perséfone escaló el pilar por el cáliz, lo llenó con agua de la piscina y
ayudó al hombre a beber.
—Cuidado —advirtió ella mientras él bebía más rápido—. Vomitarás.
Apartó el cáliz y el hombre tomó unas cuantas respiraciones, el pecho
agitado.
—Gracias —dijo.
—¿Quién eres? —preguntó, estudiando su rostro.
—Mi nombre —tomó una respiración profunda—, es Tántalo.
—¿Y por cuánto tiempo has estado aquí?
—No lo recuerdo. —Cada palabra que pronunciaba era lenta y parecía
tomar toda su energía—. Fui maldecido a ser eternamente privado de
alimento.
Se preguntó qué había hecho para ser condenado con tal castigo.
—He rogado diariamente por una audiencia con el señor de este reino,
para poder encontrar paz en Asfódelo, pero no escuchará mis plegarias. He
aprendido de mi tiempo aquí. No soy el mismo hombre que fui hace tantos

253
años. Lo juro.
Consideró esto, y, a pesar de lo que había descubierto sobre Hades
hoy, creía en los poderes del dios. Hades conocía al alma. Si sentía que este
hombre había cambiado, le concedería su deseo de residir en Asfódelo.
Perséfone dio un paso lejos de Tántalo, y vio a sus ojos cambiar. Ahí
está, comprendió, la oscuridad que vio Hades.
—No me crees —dijo, repentinamente capaz de hablar sin pausa.
—Me temo que no sé lo suficiente, de todas formas —dijo Perséfone,
intentando permanecer lo más neutral posible. Tuvo la inquietante
sensación de que la furia de este hombre era temible.
Ante sus palabras, el extraño destello enojado que había nublado sus
ojos desapareció, y asintió.
—Eres sabia —dijo.
—Creo que debo irme —dijo Perséfone.
—Espera —llamó, cuando se empezó a mover—. Un poco de fruta, por
favor.
Perséfone tragó. Algo le dijo que no lo hiciera, pero se encontró
arrancando una dorada fruta del árbol. Se acercó al hombre, estirando sus
brazos en un esfuerzo para mantener una buena distancia. Tántalo estiró
su cuello para alcanzar la carnosa fruta.
Ahí fue cuando algo duro se estrelló en sus piernas desde el fondo del
agua. Perdió el equilibrio, y se sumergió. Antes de que pudiera subir a la
superficie, sintió el pie del hombre sobre su pecho. A pesar de su
sufrimiento, era fuerte, y la mantuvo debajo del agua mientras se retorcía
contra él, hasta que se debilitó demasiado para luchar. El control que tenía
sobre su glamour cayó, y regresó a su forma divina.
Cuando dejó de luchar, Tántalo apartó su pie.
Ahí fue cuando Perséfone se movió.
Salió del agua a pesar de casi ser ahogada, y corrió.
—¡Una diosa! —Escuchó canturrear a Tántalo—. Regresa, pequeña
diosa, he estado hambriento por demasiado tiempo. ¡Necesito una probada!
La orilla de la gruta estaba resbaladiza, y luchó por escalarla,
raspándose las rodillas sobre la roca dentada. No notó el dolor, desesperada
por salir de ese lugar. Cuando llegó a la oscura salida, chocó contra un
cuerpo, y manos la frenaron por los hombros.
—¡No! Por favor…
—Perséfone —dijo Hades, apartándola solo un poco.
Se congeló, encontrándose con su mirada. No pudo contener su alivio.
—¡Hades! —Lanzó sus brazos alrededor de él, y sollozó. Era estable,

254
fuerte y cálido. Una de sus manos se curvó contra su cabeza y la otra sobre
su espalda.
—Shh —consoló. Sus labios se presionaron en su cabello, y lo escuchó
preguntar—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Entonces la horrible voz del hombre atravesó el aire.
—¿Dónde estás, pequeña perra?
Hades se puso rígido, y la empujó tras él, acercándose a la entrada de
la gruta. Cuando el dios chasqueó sus dedos, la columna giró, así Tántalo
los enfrentaba. No parecía tener miedo de que Hades hubiera llegado.
El dios extendió su mano y las rodillas de Tántalo cedieron, sus brazos
bien extendidos en sus cadenas.
—Mi diosa fue amable contigo. —La voz de Hades era fría y
resonante—. ¿Y así es como le pagas?
Tántalo empezó a sacudirse, y el agua que Perséfone le había dado se
derramó de su boca. Hades dio pasos deliberados hacia el prisionero,
dividiendo el agua, creando un camino seco al hombre. Tántalo luchó para
encontrar un apoyo para aliviar el dolor en sus brazos, tomando temblorosas
respiraciones profundas que sacudieron su pecho.
—Mereces sentirte como me he sentido, ¡desesperado y hambriento y
solo! —espetó Tántalo.
Hades observó a Tántalo por un momento, y en un destello, levantó al
hombre, sosteniéndolo por el cuello. Las piernas de Tántalo patearon
adelante y atrás. Hades se rio de su lucha.
—¿Cómo sabes que no me he sentido así por siglos, mortal? —
preguntó, y, mientras hablaba, el glamour de Hades se derritió, y
permaneció vestido en oscuridad—. Eres un mortal ignorante. Antes, era
solamente tu carcelero, pero ahora seré tu castigador, y creo que mis jueces
fueron demasiado misericordiosos. Te maldeciré con hambre y sed
insaciables. Incluso te pondré al alcance de agua y comida, pero todo lo que
tomes será fuego en tu garganta.
Con eso, Hades dejó caer a Tántalo. Las cadenas tiraron más duro de
sus extremidades, y golpeó la piedra. Cuando fue capaz, levantó la mirada
a Hades y gruñó como un animal. Justo cuando empezó a abalanzarse por
el dios, Hades chasqueó sus dedos y Tántalo se había ido.
En el silencio, se giró hacia Perséfone. Fue incapaz de controlar su
reacción. Dio un paso atrás, deslizándose en la viscosa piedra. Hades se
abalanzó hacia delante y la atrapó, acunándola en sus brazos.
—Perséfone. —Su voz era cálida y baja, una súplica—. Por favor, no
me temas. No tú.
Lo miró fijamente, incapaz de apartar la mirada. Era hermoso y feroz

255
y poderoso, y la había engañado.
Perséfone no pudo contener las lágrimas. Se rompió, y el agarre de
Hades se apretó. Enterró su rostro en la curvatura de su cuello. No fue
consciente de cuándo se teletransportaron, y no levantó la mirada para ver
a dónde la había llevado. Solo supo que un fuego estaba cerca. El calor hizo
poco para expulsar el frío recorriendo su cuerpo, y cuando no dejó de
temblar, Hades la llevó a los baños.
Lo dejó desvestirla y la acunó en su contra cuando entraron al agua,
pero no lo iba a mirar. Dejó que el silencio transcurriera por un tiempo,
hasta que, imaginó, no pudo soportarlo más.
—No estás bien —dijo —. ¿Te… te hirió?
Estuvo en silencio, y mantuvo sus ojos cerrados. Cuando se inclinó
hacia delante y besó su frente, los apretó más fuerte para mantener las
lágrimas a raya.
—Dime —rogó—. Por favor.
Fueron las palabras por favor las que hicieron que abriera sus ojos
aguados.
Finalmente, dijo:
—Sé sobre Afrodita, Hades. —Su rostro cambió. Nunca lo había visto
tan estupefacto y afectado—. No soy más que un juego para ti.
Ahora lucía enojado.
—Nunca te he considerado un juego, Perséfone.
—El contrato…
—Esto no tiene nada que ver con el contrato. —Prácticamente gruñó,
liberándola.
Perséfone luchó para obtener equilibrio en el agua, y le respondió.
—¡Esto tiene todo que ver con el contrato! ¡Dioses, fui tan estúpida!
Me dejé creer que eras bueno incluso con la posibilidad de ser tu prisionera.
—¿Prisionera? ¿Te consideras una prisionera aquí? ¿Tan pobremente
te he tratado?
—Un carcelero bondadoso sigue siendo un carcelero —espetó
Perséfone.
El rostro de Hades se oscureció.
—Si me considerabas tu carcelero, ¿por qué me follaste?
—Fuiste tú quien predijo esto —dijo, su voz temblando—. Y tenías
razón, lo disfruté, y ahora que terminó, podemos avanzar.
—¿Avanzar? —preguntó él, su voz tomó un borde letal—. ¿Es eso lo
que quieres?
—Ambos sabemos que es lo mejor.

256
—Estoy empezando a pensar que no sabes nada —dijo—. Estoy
empezando a entender que ni siquiera piensas por ti misma.
Esas palabras dolieron.
—¿Cómo te atreves…?
—¿Cómo me atrevo a qué, Perséfone? ¿A decirte la verdad? Actúas tan
impotente… Pero nunca has tomado una maldita decisión por ti misma.
¿Dejarás que tu madre determine a quién follarás ahora?
—¡Cállate!
—Dime lo que quieres. —La arrinconó, inmovilizándola contra el borde
de la piscina. Ella apartó la mirada y apretó sus dientes tan duro que su
mandíbula dolió—. ¡Dime!
—¡Que te jodan! —gruñó, y saltó, envolviendo sus piernas alrededor
de su cintura, lo besó duro, sus labios y dientes chocaron dolorosamente,
pero ninguno se detuvo. Sus dedos se enredaron en el cabello de este, y
tiró fuerte, inclinando su cabeza hacia atrás, besando su cuello. Se
encontraron fuera de la piscina, sobre el camino de mármol. Perséfone
empujó a Hades sobre su espalda y se empaló sobre su eje, tomándolo
profundo.
El brutal movimiento de sus cuerpos y respiraciones llenó el baño.
Era la cosa más erótica que había hecho alguna vez. Hades se movió entre
apretar sus pechos y agarrar sus muslos. Entonces se sentó, tomando sus
pezones en su boca. La sensación arrancó un sonido gutural de la boca de
Perséfone, y presionó a Hades más fuerte en su contra, moviéndose más
duro y más rápido.
—Sí —dijo Hades entre dientes, y luego ordenó—. Úsame. Más duro.
Más rápido.
Era la única orden que siempre quería escuchar.
Se corrieron juntos y, posteriormente, Perséfone se apartó de Hades,
agarró su ropa, y dejó los baños.
—Perséfone —llamó.
Siguió caminando, colocándose la ropa en el camino.
Hades maldijo y finalmente la alcanzó, metiéndola en una habitación
cercana, era la sala del trono.
Se giró hacia él, apartándolo furiosamente. No se movió ni un
centímetro, y en su lugar, la enjauló con sus brazos.
—Quiero saber por qué.
Perséfone podía sentir algo quemando en sus venas. Ardía en lo
profundo de su vientre y corría por sus venas como veneno.
No habló.
—¿Fui un objetivo fácil? ¿Miraste mi alma y viste a alguien que estaba

257
desesperada por amor, por adoración? ¿Me escogiste porque sabías que no
podría cumplir los términos de tu trato?
—No fue así.
Estaba demasiado calmado.
—¡Entonces dime cómo fue! —gruñó.
—Sí, Afrodita y yo tenemos un contrato, pero el trato que hice contigo
no tuvo nada que ver con eso. —Cruzó los brazos, preparada para rechazar
la declaración cuando dijo—: Te ofrecí términos basados en lo que vi en tu
alma, una mujer, enjaulada por su propia mente.
Perséfone lo fulminó con la mirada.
—Fuiste la que llamó imposible al contrato —dijo—. Pero eres
poderosa, Perséfone.
—No te burles de mí. —Su voz tembló.
—Nunca lo haría.
La sinceridad en su voz la enfermó.
—Mentiroso.
Sus ojos se oscurecieron.
—Puedo ser muchas cosas, pero no soy un mentiroso.
—Entonces un mentiroso no, sino un auto declarado impostor —dijo.
—Solo te he dado respuestas todo el tiempo —dijo él—. Te he ayudado
a reclamar tu poder y, sin embargo, no lo has usado. Te he dado una forma
para alejarte de tu madre, y aun así no lo reclamarás.
—¿Cómo? —demandó—. ¿Qué hiciste para ayudarme?
—¡Te adoré! —gritó—. Te di lo que tu madre retuvo, adoradores.
Perséfone permaneció por un momento en un aturdido silencio.
—¿Quieres decir que me forzaste a un contrato cuando pudiste solo
haberme dicho que necesitaba adoradores para ganar mis poderes?
—¡No es sobre poderes, Perséfone! Nunca ha sido sobre magia o
ilusión o glamour. Es sobre confianza. ¡Es sobre creer en ti misma!
—Eso es retorcido, Hades…
—¿Lo es? —espetó—. Dime, si hubieras sabido, ¿qué habrías hecho?
¿Anunciar tu Divinidad al mundo entero para poder ganar seguida y
consecuentemente tu poder?
Sabía la respuesta, y también Hades.
—¡No, porque nunca has sido capaz de decidir lo que quieres porque
valoras la felicidad de tu madre sobre la tuya!
—Tenía libertad hasta que te conocí, Hades.

258
—¿Pensabas que eras libre antes de mí? —preguntó—. Solo
intercambiaste paredes de cristal por otra clase de prisión cuando viniste a
Nueva Atenas.
—¿Por qué no sigues diciéndome lo patética que soy? —escupió.
—Eso no es lo que…
—¿No lo es? —Lo cortó—. Déjame decirte que más me hace patética.
Me enamoré de ti. —Lágrimas pinchaban sus ojos. Hades se movió para
tocarla, pero ella extendió una mano—. ¡No!
Se detuvo, luciendo mucho más dolorido de lo que hubiera imaginado.
Se tomó un momento, esperando para hablar hasta que estuvo segura que
su voz fuera estable.
—¿Qué habría obtenido Afrodita si hubieras fallado?
Hades tragó saliva y respondió con voz baja y áspera.
—Pidió que uno de sus héroes fuera regresado a la vida.
Perséfone presionó sus labios, y asintió. Debería haberlo sabido.
—Bueno, ganaste —dijo—. Te amo. ¿Valió la pena?
—¡No fue así, Perséfone!
Le dio la espalda, y este gritó:
—¿Creerás las palabras de Afrodita sobre las mías?
Se detuvo ante eso y se giró para mirarlo. Estaba tan enojada que su
cuerpo vibraba. Si estaba intentando decirle que la amaba, necesitaba
decirlo. Necesitaba escuchar las palabras.
En cambio, negó y dijo:
—Eres tu propia prisionera, Perséfone.
Algo en su interior se quebró. Fue doloroso, y se movió por sus venas
como fuego. Bajo sus pies, el mármol se estremeció. Sus ojos se
encontraron, y entonces grandes vides negras brotaron del suelo, girando
alrededor del Dios de los Muertos hasta que sus muñecas y tobillos
estuvieron atados. Por un momento, ambos estuvieron aturdidos.
Había creado vida, sin embargo, lo que se levantó del suelo lucía muy
lejos de estar vivo. Era negro y marchito, no brillante y hermoso. Perséfone
respiró pesadamente. A diferencia de antes, la magia que sentía ahora era
fuerte. Hizo que su cuerpo palpitara con un dolor sordo.
Hades examinó sus muñecas atadas, probando las ataduras. Cuando
miró a Perséfone, ofreció una risa sin humor, sus ojos de un apagado negro
sin vida.
—Bueno, lady Perséfone. Parece que ganaste.

259
P
erséfone no se quitó el brazalete dorado hasta que estuvo en la
ducha. Permaneció debajo del chorro de agua hasta que bajó
fría como el hielo y entonces se deslizó hacia el suelo de la tina.

260
Cuando se quitó el brazalete, la marca ya no estaba.
Siempre había imaginado este momento de forma distinta. En
realidad, se había imaginado obteniendo sus poderes y a Hades. Se Había
imaginado teniendo lo mejor de ambos mundos.
En cambio, no tenía nada.
Sabía que era solo cuestión de tiempo que su madre viniera a
buscarla. Un sollozo se atoró en su garganta, pero lo retuvo y se arrastró
fuera de la cama.
Era su propia prisionera.
Hades tenía razón, y el peso de sus palabras chocó contra ella en la
noche, provocando un nuevo torrente de lágrimas. En algún punto, no supo
cuándo, Lexa subió a la cama con ella, la atrajo a sus brazos y la sostuvo.
Así fue como Perséfone se quedó dormida.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, Lexa estaba despierta y
observándola. Su mejor amiga apartó el cabello de su rostro y preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí —dijo tranquilamente.
—¿Se… acabó?
Perséfone asintió, y forzó a las lágrimas a alejarse. Estaba cansada de
llorar. Sus ojos estaban hinchados y no podía respirar por su nariz.
—Lo siento, Perséfone —dijo Lexa, y se inclinó para abrazarla.
Se encogió de hombros. Temía decir algo, temía llorar de nuevo.
A pesar de esto, se sintió diferente. Tenía una renovada determinación
para tomar el control de su vida.
Como una señal, su teléfono vibró y cuando lo miró, encontró un
mensaje de Adonis. Decía:
Tic Toc.
Se había olvidado de la fecha límite del mortal. Se suponía que debía
devolverle el trabajo para mañana. Sabiendo que eso era imposible,
Perséfone no tenía más opciones.
Si solo pudiera conseguir esas fotos, pensó. No tendría nada con que
chantajearla.
—Lexa —dijo Perséfone—. ¿Jaison no es programador?
—Sí… ¿por qué?
—Tengo un trabajo para él.

261
Perséfone esperó en el Jardín de los Dioses del campus. Había
escogido el Jardín de Hades, mayormente porque ofrecía más privacidad de
ojos entrometidos y fisgones.
Pasó la mañana diciéndole a Lexa todo lo que había pasado con
Adonis. Le preguntó a Jaison si podría hackear la computadora del mortal
y borrar las fotos que estaba usando para chantajearla. La cantidad de
alegría que había obtenido por la solicitud fue cómica. Durante el hackeo,
descubrió una gran cantidad de información, incluyendo al informante de
Adonis.
El teléfono de Perséfone vibró y mientras revisó, vio que Adonis le
había escrito.
Aquí.
Cuando levantó la mirada, divisó a Menta y a Adonis acercándose de
diferentes direcciones. Menta lucía enojada, Adonis, sorprendido.
Se detuvieron a unos cuantos pasos de ella.
—¿Qué está haciendo él aquí? —espetó Menta.
—¿Qué estás haciendo ella aquí? —preguntó Adonis.
—Es para no tener que repetirme —dijo Perséfone—. Sé que Menta
tomó las fotos con las que me estás chantajeando. —Su teléfono vibró y lo
revisó antes de añadir—: O más bien, debería decir, con las que me estabas
chantajeando. Ya que, en este segundo, sus dispositivos han sido hackeados
y las fotos eliminadas.
Adonis palideció, y Menta todavía lucía enojada.
—¡No puedes hacer eso… es… es ilegal! —discutió Adonis.
—¿Ilegal como el chantaje? —dijo Perséfone. Eso lo calló.
Perséfone giró su atención hacia Menta.
—¿Supongo que correrás a delatarme? —preguntó la ninfa.
—¿Por qué haría eso? —La pregunta de Perséfone era genuina, pero
solo pareció irritar más a Menta.
—No finjamos, diosa —dijo Menta—. Venganza, por supuesto. Me
sorprende que no le dijeras a Hades que fui la que te envió al Tártaro.
—¿La acabas de llamar diosa? —intervino Adonis, pero una mirada
de Menta y Perséfone hizo que se callara de nuevo.
—Prefiero luchar mis propias batallas —dijo Perséfone.
—¿Con qué? ¿Tus palabras?

262
Menta ofreció una risa sarcástica.
—Entiendo que estés celosa de mí —dijo Perséfone—. Pero tu ira está
fuera de lugar.
Si acaso, debería estar enojada con Hades, o enojada consigo por
perseguir a un hombre que no la amaba.
—¡No entiendes nada! —gruñó Menta—. ¡Todos estos años, permanecí
junto a él, solo para marchitarme bajo tu sombra mientras te exhibía en su
reino entero como si ya fueras su reina!
Menta tenía razón, no entendía. No podía imaginar cómo se sentiría
dedicar tu vida entera, tu amor, a una persona que nunca te correspondió.
Entonces Menta, en una voz temblorosa, añadió:
—Tú debías enamorarte de él, no al revés.
Perséfone se sobresaltó. Entonces, Menta había sido consciente sobre
los términos del acuerdo. Se preguntó si Hades se lo había dicho, o si estuvo
presente cuando Afrodita estableció los términos. La avergonzó pensar que
Menta la había observado enamorarse de Hades, sabiendo su engaño.
—Hades no me ama —dijo Perséfone.
—Chica estúpida. —Menta negó—. Si no puedes verlo, entonces tal
vez no eres digna de él.
A Perséfone no le gustaba ser llamada estúpida. Furia se encendió en
sus venas, y sus dedos se curvaron en puños. Menta parecía entretenida
por su frustración.
—Hades me traicionó. —La voz de Perséfone se sacudió.
Menta resopló.
—¿Cómo? ¿Porque escogió no decirte sobre su contrato con Afrodita?
Dado que escribiste un artículo despectivo sobre él a los pocos días de
conocerlo, no me sorprende que no confiara en ti. Probablemente temía que,
si lo descubrías, actuarías como la niña que eres.
Menta estaba pisando hielo delgado.
—Debiste haber estado más agradecida por tu tiempo en nuestro
mundo —agregó—. Es lo más poderosa que serás alguna vez.
Fue en ese momento que Perséfone supo cómo se sentía ser realmente
malvada. Una sonrisa curvó sus labios y Menta repentinamente se espabiló,
sintiendo que algo había cambiado.
—No —dijo Perséfone, y con un giro de su muñeca, una vid salió del
suelo y se curvó alrededor de los pies de Menta. Cuando la ninfa empezó a
gritar, otra vid se cerró sobre su boca, silenciándola—. Esto es lo más
poderosa que alguna vez seré.

263
Chasqueó sus dedos, y Menta se encogió y mutó hasta que la
curvilínea ninfa no fue nada más que una frondosa planta de menta.
Los ojos de Adonis se ensancharon con incredulidad.
—¡Oh mis dioses! Tú-tú…
Perséfone se acercó a la planta y la arrancó del suelo, entonces se giró
y le dio un rodillazo a Adonis en la entrepierna. El mortal colapsó, y se
retorció en el suelo. Perséfone lo observó un momento, contenta de verlo
sufrir.
—Ya no me amenazarás más o te maldeciré —dijo, una calma letal
cubriendo su voz.
Habló entre dientes:
—¡Tú… no… tengo… favor… Afrodita!
Perséfone sonrió, y ladeó su cabeza. No fue sino hasta que una
delgada vid se estiró alrededor para acariciar su rostro que empezó a gritar.
Perséfone había convertido sus brazos en ramas, y le estaba creciendo follaje
rápidamente.
Con su dolor olvidado, le gritó que lo volviera a convertir.
Cuando vio que no estaba afectada por sus demandas, cambió a rogar.
—Por favor. —Lágrimas se derramaban de sus ojos—. Por favor. Haré
lo que sea. Lo que sea.
—¿Lo que sea? —preguntó Perséfone.
—¡Sí! ¡Solo conviérteme de vuelta!
—Un favor —exigió Perséfone—. Para ser colectado en un momento
futuro.
—¡Lo que sea que quieras! ¡Hazlo! ¡Hazlo!
Pero Perséfone no lo hizo, y cuando Adonis se dio cuenta que no
estaba haciendo ningún movimiento para restaurar sus brazos, se calló.
—¿Sabes qué es la flor cadáver, Adonis?
La fulminó con la mirada, pero no habló.
—No me hagas repetirme, mortal. ¿Sí o no?
Dejó caer su glamour, y dio un amenazador paso hacia adelante. Los
ojos de Adonis se ensancharon, y se retorció hacia atrás, lloriqueando.
—No.
—Lástima. Es una flor parásita que huele a carne en descomposición.
Estoy segura que te estás preguntando qué tiene que ver esto contigo. Si
tocas a cualquier mujer sin su consentimiento, te convertiré en una.
Adonis palideció, pero se las arregló para fulminarla con la mirada.
—Una apuesta usualmente implica que yo consigo algo de regreso.

264
Sacudió la cabeza por su estupidez.
—Lo harás —dijo, inclinándose cerca—. Tu vida.
Para énfasis, sostuvo a Menta, la recién transformada planta de
menta, en lo alto, examinando sus hojas verdes.
—Será una buena adición a mi jardín.
Chasqueó sus dedos, y los brazos de Adonis se restauraron. Se
tambaleó por un momento durante su transición, pero nuevamente estaba
de pie. Ella se giró sobre sus talones y se alejó.
—¿Quién demonios eres? —gritó tras ella.
Perséfone se detuvo, y entonces se giró para mirar a Adonis sobre su
hombro.
—Soy Perséfone, Diosa de la Primavera —respondió, y desapareció.

Perséfone se paró fuera del invernadero de su madre. Era justo como


lo recordaba. Una ornamentada estructura de metal cubierta de vidrio
ubicada en los ricos bosques de Olimpia. Era de dos pisos, el techo era
circular, y en este momento, el sol se manifestaba de una forma que hacía
todo luciera como oro.
Era una lástima que odiara estar aquí, porque era magnifico.
Dentro, olía como su madre, dulce y amargo, como un ramo de flores.
La esencia hizo que su corazón doliera. Había una parte de ella que
extrañaba a su madre, y sufría por cómo había cambiado su relación. Nunca
había querido ser una decepción, pero más que eso, no quería ser una
prisionera.
Perséfone pasó tiempo paseando por los caminos, pasando coloridas
camas de lirios y violetas, rosas y orquídeas, y una variedad de árboles con
fruta rellena. El aleteo de vida estaba a su alrededor. La sensación estaba
fortaleciéndose y haciéndose más familiar.
Se detuvo junto al camino, recordando todos los sueños que había
tenido cuando estaba atrapada tras estos muros. Sueños de centellantes
ciudades y emocionantes aventuras y amor apasionado. Había encontrado
todo eso y había sido hermoso, malvado y desgarrador.
Y lo haría todo de nuevo solo para probar, sentir, vivir de nuevo.

265
—Kore.
Perséfone se encogió, como siempre hacía cuando su madre usaba su
nombre infantil. Se giró para encontrar a Deméter de pie a unos cuantos
pasos de distancia. La diosa lucía orgullosa, su rostro frío e ilegible.
—Madre.
Perséfone asintió.
—Te he estado buscando —dijo Deméter, y sus ojos cayeron sobre su
muñeca—. Pero veo que has regresado a tus cabales y a mí por voluntad
propia.
—De hecho, madre, vine a decir que sé lo que hiciste —dijo.
La expresión de su madre permaneció fría y distante.
—No sé de qué hablas.
—Sé que me mantuviste oculta aquí para evitar que mis poderes se
manifestaran —dijo.
Deméter levantó su cabeza por una fracción.
—Fue por tu propio bien. Hice siempre lo que pensé que era mejor.
—Lo que pensabas que era mejor —repitió Perséfone—. ¿Nunca
consideraste cómo me podría sentir?
—¡Si me hubieras escuchado, nada de esto habría pasado! No
conocías nada diferente hasta que te fuiste. Ahí fue cuando cambiaste.
Lo dijo como si fuera una cosa horrible, como si resintiera en quién se
había convertido, y tal vez eso era cierto.
—Estás equivocada —discutió Perséfone—. Quería aventura. Quería
vivir fuera de estos muros. Sabías eso. Te rogué.
Deméter apartó la mirada.
—Nunca me diste una elección…
—¡No podía! —espetó, y entonces tomó una respiración profunda—.
Supongo que no importó al final. Todo ocurrió como lo habían predicho las
Moiras.
—¿Qué?
Su madre la miró con desprecio.
—Cuando naciste, fui a las Moiras para preguntar por tu futuro. Una
diosa no había nacido en generaciones y me preocupaba por ti. Me dijeron
que estabas destinada a ser una Reina de la Oscuridad, la Novia de la
Muerte. La esposa de Hades. No podía dejar que eso pasara. Hice lo único
que pude, te mantuve oculta y a salvo.
—No, no a salvo —dijo Perséfone—. Lo hiciste para que siempre te
necesitara, así nunca tendrías que estar sola.
Las dos se miraron fijamente por un momento y entonces Perséfone

266
dijo:
—Sé que no crees en el amor, madre, pero no tenías derecho a
ocultarme del mío.
Deméter parpadeó, obviamente sorprendida por las palabras de
Perséfone.
—¿Amor? No puedes… amar a Hades.
Deseaba no hacerlo, así no sentiría este dolor en su pecho.
—Ves, ese es el problema contigo intentando controlar mi vida. Estás
equivocada. Siempre has estado equivocada. Sé que no soy la hija que
querías, pero soy la hija que tienes, y si tienes algún deseo de estar en mi
vida, me dejarás vivirla.
Deméter la fulminó con la mirada.
—¿Así que esto es todo? ¿Has venido a decirme que has escogido a
Hades sobre mí?
—No, vine a decirte que te perdono… por todo.
La expresión de Deméter era de desprecio.
—¿Tú me perdonas a mí? Eres tú la que debería estar rogando por mi
perdón. ¡Hice todo por ti!
—No necesito tu perdón para tener una vida sin cargas, y ciertamente
no rogaré por eso.
Perséfone esperó. No estaba segura de qué esperaba que dijera su
madre, ¿tal vez que la amaba? ¿Qué quería una relación con ella, y
resolverían esta nueva normalidad?
Pero no dijo nada, y Perséfone sintió que sus hombros caían.
Estaba emocionalmente exhausta. Lo que quería ahora más que nada
era estar rodeada de personas que la quisieran por quien era.
Estaba cansada de luchar.
—Cuando sea que estés lista para reconciliarnos, dímelo.
Perséfone chasqueó sus dedos, intentó teletransportarse del
invernadero, excepto que permaneció donde estaba, atrapada.
El rostro de Deméter se oscureció con una perversa sonrisa.
—Lo siento, mi flor, pero no puedo permitir que te vayas. No cuando
me las he arreglado para reclamarte una vez más.
—Te pedí que me dejaras vivir.
La voz de Perséfone tembló.
—Y lo harás. Aquí. Donde perteneces.
—No.

267
Los puños de Perséfone se apretaron.
—Con el tiempo lo entenderás, este momento de nuestras vidas será
olvidado en la vastedad de tu vida.
Vida. La palabra le arrebató el aliento. No podía imaginar una vida
entera encerrada en este lugar, una vida entera sin aventura, sin amor, sin
pasión.
No lo haría.
—Las cosas serán como antes.
Pero las cosas nunca podrían ser como eran antes, y Perséfone lo
sabía. Tuvo una probada, un toque de oscuridad, y lo anhelaría por el resto
de su vida.
Cuando empezó a temblar, también lo hizo el suelo, y Deméter
reclamó:
—¿Qué significa esto, Kore?
Fue el turno de Perséfone de sonreír.
—Oh, madre. No lo entiendes, pero todo ha cambiado.
Y del suelo salieron disparados gruesos tallos negros. Se elevaron
hasta que destrozaron el vidrio encima del invernadero, rompiendo el
hechizo que Deméter había colocado sobre la prisión. De los tallos, vides
plateadas giraron, llenando el espacio, rompiendo la estructura, aplastando
flores y destruyendo árboles.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Deméter sobre los sonidos del metal
doblándose y el vidrio rompiéndose.
—Liberándome —replicó Perséfone, y se desvaneció.
L
a graduación llegó y se fue en una bruma de túnicas
negras, azules, borlas blancas y fiestas. Fue un final
agridulce. Perséfone nunca se había sentido más

268
orgullosa que cuando caminó por ese escenario… o más
sola.
Lexa había estado pasando más tiempo con Jaison, no había
escuchado de su madre desde que destruyó el invernadero, y no había
regresado a Nevernight o al Inframundo desde que había dejado a Hades
enredado en sus vides.
Su única distracción era el trabajo. Había empezado a tiempo
completo en Noticias Nueva Atenas como periodista de investigación la
semana después de la graduación. Llegaba temprano y se iba tarde, y
cuando no tenía nada más que hacer, pasaba la noche en lo profundo del
Jardín de los Dioses practicando su magia.
Estaba mejorando. El instinto de alcanzar su magia era más fuerte,
se las había arreglado para reclamar las habilidades que tuvo cuando
transformó a Menta en una planta, y los miembros de Adonis en vides, y
destruyó la casa de su madre. Las cosas que crecían ya no parecían vides
muertas. Estaba feliz con su progreso, y se encontró deseando poder
compartirlo con Hécate.
Extrañaba a Hécate, las almas, al Inframundo.
Extrañaba a Hades.
De vez en cuando consideraba regresar al Inframundo de visita. Sabía
que Hades no había revocado su favor, pero estaba demasiado asustada,
demasiado avergonzada y demasiado abochornada. ¿Cómo se suponía que
explicara su ausencia y que la perdonaran?
Mientras más días pasaban, menos esperanzas tenia de regresar, y
entonces continuó su rutina diaria; trabajo, comer con Lexa y Sybil, y una
caminata al atardecer por el parque.
Hoy, esa rutina fue interrumpida.
Se sentó en su mesa habitual en La Casa del Café. Estaba esperando
un mensaje de texto de Lexa. Era el fin de semana de su cumpleaños, e iban
a ir a celebrar con Jaison, Sybil, Aro y Xares y, mientras Perséfone estaba
emocionada por la distracción, necesitaba terminar su artículo final del Dios
de los Muertos.
Escribir ese artículo había sido más doloroso de lo que esperaba.
Había escrito entre lágrimas y dientes apretados. Enfocándose en su deseo
de hacer del Inframundo un reino hermoso para su gente.
El Inframundo es una segunda oportunidad en la vida. Un lugar donde
las almas se unen, sin cargas, para sanar.
Como resultado, la publicación estaba atrasada.
No había esperado estar tan emocional, pero supuso que había pasado
por demasiado en los últimos seis meses. La preocupación y el estrés por
cumplir con los términos de su contrato con Hades habían hecho mella de

269
muchas formas. En contra de su mejor juicio, se había enamorado del dios,
y lentamente había estado intentando descifrar cómo juntar de nuevo las
piezas de su corazón.
El problema era que no encajaba de la misma forma.
Estaba cambiada.
Y era tanto hermoso como terrible. Había tomado el control de su vida,
rompiendo relaciones a su paso. La gente en la que confiaba hace seis meses
no era la misma gente en la que confiaba ahora.
La parte más dolorosa de todo era la traición de su madre y
consecuente silencio. Después de que destruyera el invernadero, Deméter
había mantenido su distancia. Perséfone ni siquiera sabía dónde había ido,
aunque sospechaba que estaba en Olimpia.
Aun así, había esperado algo de su madre, incluso un mensaje de
texto enojado.
Nada era una puñalada en el corazón.
Su teléfono sonó y encontró un mensaje de Lexa.
¿Lista para esta noche?
Escribió de regreso.
¡Lo sabes! ¿Has tomado una decisión?
Todavía no había decidido dónde celebrar. Ambas habían acordado
que Nevernight y La Rose estaban fuera de la cuestión.
Estoy pensando en Bakkheia o El Cuervo.
Bakkheia era un bar que le pertenecía a Dionisio y El Cuervo le
pertenecía a Apolo.
¿Qué piensas?
Hmm. Definitivamente El Cuervo.
Pero odias la música de Apolo.
Era cierto. Perséfone temía cada álbum que el Dios del Sol lanzaba.
No estaba segura de por qué, algo sobre la forma en la que pronunciaba sus
palabras la irritaba, y era la única música que sonaba en este club.
Pero es tu cumpleaños.
Le recordó Perséfone.
Y, El Cuervo es más tu estilo.
Está arreglado. ¡El Cuervo será! ¡Gracias, Perséfone!
A pesar de ver menos a Lexa, Perséfone estaba feliz por ella. Estaba
progresando con Jaison y estaría eternamente en deuda con los dos
mortales por su servicio, especialmente Lexa, quien se había quedado con
ella por una semana entera mientras se hundía por su ruptura con Hades,

270
y se las había arreglado para mantener a Menta la Planta de Menta viva
cuando Perséfone olvidó inmediatamente su existencia en la ventana de la
cocina.
Había planeado regresar a la ninfa al Inframundo y ofrecérsela a
Hades, pero no tuvo coraje para enfrentarlo.
Le escribió a Lexa que estaba saliendo y empezó a empacar sus cosas
cuando una sombra cayó sobre ella. Levantó la mirada hacia un familiar par
de gentiles ojos oscuros.
—¡Hécate! —Perséfone se puso de pie y lanzó sus brazos alrededor del
cuello de la diosa—. Te extrañé.
Hécate le regresó el abrazo, y escuchó a la mujer inhalar, como si
estuviera aliviada.
—También te extraño, querida mía. —Se alejó y estudió el rostro de
Perséfone, sus cejas unida sobre sus atentos ojos—. Todos lo hacemos.
La culpa se estrelló contra ella, y tragó saliva. Básicamente había
estado evitándolos a todos.
—¿Te sientas conmigo?
—Por supuesto.
La Diosa de la Brujería tomó asiento junto a Perséfone.
—Espero no estar interrumpiendo.
—No, solo… trabajando —dijo Perséfone.
La diosa asintió. Las dos estuvieron en silencio por un momento.
Odiaba la incomodidad entre las dos.
—¿Cómo están todos? —preguntó.
—Tristes —dijo Hécate, y el corazón de Perséfone dolió.
—Realmente no eres de las que se andan con rodeos, ¿verdad, Hécate?
—Regresa.
La Diosa de la Primavera no pudo mirar a Hécate. Sus ojos ardían.
—Sabes que no puedo —dijo calmadamente.
—¿Qué importa que ustedes dos se encontraran a través de ese
contrato? —preguntó Hécate.
Los ojos de Perséfone se ensancharon, y miró a la Diosa de la Brujería.
—¿Te dijo?
—Pregunté.
—Entonces sabes que me engañó.
—¿Lo hizo? Según recuerdo, te dijo que tu contrato no tenía nada que
ver con la apuesta de Afrodita.

271
—No me puedes decir que no consideró que podría ayudarlo a
completar su contrato con Afrodita.
—Estoy segura que lo consideró, pero solo porque ya estaba
enamorado de ti. ¿Estaba equivocado por tener esperanza?
Perséfone se sentó, divagando en silencio. ¿Hécate estaba solamente
aquí para intentar que regresara a Hades?
Sabía la respuesta, pero era más complicada que un sí.
Estaba aquí para convencerla de regresar al Inframundo, a un reino
de personas que la habían tratado como una reina, a sus amigos.
Sabía que Hécate tenía razón. ¿Realmente importaba que se hubieran
enamorado por un contrato? La gente encontraba el amor de toda clase de
formas.
Sin embargo, lo más difícil fue cuando le dijo a Hades que lo amaba y
él no lo había dicho de regreso. No había dicho nada en lo absoluto.
Sintió a Hécate observándola, y la diosa preguntó:
—¿Cómo crees que completaste los términos de tu contrato?
Perséfone la miró, confundida.
—Yo… cultivé algo.
No era hermoso. Ni siquiera pensaba que pudiera ser llamada planta,
pero estaba vivo y eso era lo que importaba.
La diosa negó.
—No. Completaste el contrato porque creaste vida dentro de Hades.
Porque llevaste vida al Inframundo. —Perséfone apartó la mirada, cerrando
sus ojos contra las palabras. No podía escuchar esto. Entonces Hécate
susurró—: Está desolado sin ti. —Hécate tomó la mano de Perséfone—. ¿Lo
amas?
La pregunta llevó lágrimas a sus ojos, y las apartó furiosamente antes
de pronunciar un jadeante:
—Sí. —Sorbió—. Sí. Creo que lo he amado desde el principio. Por eso
duele.
Hades la había desafiado a mirar el panorama completo, a no ser
cegada por su pasión, excepto cuando se trataba de su pasión por él.
—Entonces, ve a él. Dile por qué te duele, dile cómo arreglarlo. ¿No es
eso en lo que eres buena?
Perséfone no pudo evitar reírse de eso y entonces gimió, frotando sus
ojos.
—Oh, Hécate. No quiere verme.

272
—¿Cómo sabes eso? —preguntó.
—¿No crees que, si me quisiera, habría venido por mí?
—Quizá solo te estaba dando tiempo —dijo.
Hécate apartó la mirada, hacia la calle peatonal, y Perséfone siguió su
mirada. Su aliento se atascó, y su corazón martilleó en su pecho.
Hades estaba a unos cuantos pasos de distancia. Vestido de negro de
la cabeza a los pies, nunca había lucido más apuesto. Su mirada, oscura y
penetrante, se posaba sobre ella, y era lo más vulnerable que alguna vez lo
había visto, estaba esperanzado pero asustado.
Perséfone se levantó de la silla. Le tomó un momento hacer que sus
piernas se movieran. Tropezó hacia delante, y entonces rompió a correr. La
atrapó cuando saltó a sus brazos, sus piernas enrollándose alrededor de su
cintura. La mantuvo cerca, enterrando su rostro en la curvatura de su
cuello.
—Te extrañé —susurró él.
—También te extrañé —dijo ella, y entonces se apartó. Estudió su
rostro, rozando la curva de su mejilla y el arco de sus labios—. Lo siento.
—Yo también —dijo, y se dio cuenta que la estaba estudiando con
igual intensidad, como si estuviera intentando memorizar cada parte de
ella—. Te amo. Debí habértelo dicho antes. Debí habértelo dicho esa noche
en los baños. Lo sabía entonces.
Sonrió, sus dedos enrollándose en su cabello.
—También te amo.
Sus labios chocaron, y fue como si el mundo entero se derritiera,
aunque estaban rodeados por una legión de personas tomando fotos y
filmando. Hades rompió el beso, y Perséfone parecía tanto frustrada como
aturdida.
—Deseo reclamar mi favor, diosa —dijo él, sus ojos oscurecidos. El
corazón de Perséfone martilleó en su pecho—. Ven al Inframundo conmigo.
Empezó a protestar, pero la silenció con un beso.
—Vive entre mundos —dijo él—. Pero no nos dejes para siempre, a mi
gente, tu gente… a mí.
Parpadeó para alejar las lágrimas. Él comprendía. Tendría lo mejor de
ambos mundos. Lo tendría.
Su sonrisa se volvió traviesa, y acomodó su camisa.
—Estoy ansiosa por un juego de cartas.
Las esquinas de su boca se estremecieron y sus ojos se oscurecieron.
—¿Póquer? —preguntó él.

273
—Sí.
—¿La apuesta?
—Tu ropa —respondió.
Y entonces se desvanecieron.
274
&
275
276

También podría gustarte