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UA 4
GUERRA EN LA EDAD
MEDIA
Sanchez Tarradellas 2
HistoriaMilitar
1.- OBJETO:
El objeto de esta unidad es conocer algunos aspectos de la forma de guerrear
en la Edad Media.
En los reinos cristianos los reyes constituyen una pieza clave en la formación de
los ejércitos. Son los monarcas los que ostentan el mando de los ejércitos y
toman decisiones políticas, desarrollan los planes estratégicos, ordenan el
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reclutamiento, se encargan de disponer lo necesario para la logística, financian
las campañas, dirigen las operaciones y encabezan las batallas. Los reyes
dirigen la lucha personalmente, hasta el punto que es bastante habitual la muerte
del monarca en combate. Aunque las funciones del monarca abarcaban el
control total de ejército, esto no es obstáculo para que cada noble en su territorio,
cada obispo en su obispado y cada autoridad urbana en su ciudad, ejerza las
mismas funciones militares.
En la Edad Media impera lo que se conoce como Guerra Señorial, la lucha entre
poderes limitados en extensión y vertebrados en la distinción entre señores y
siervos. Tiene su base en la organización de la sociedad basada en el
feudalismo. Éste consiste en el deber de obediencia y servicio entre un hombre
libre, el vasallo, respecto de otro hombre libre, el señor, con obligaciones de
protección y mantenimiento. Los hombres libres, propietarios de cierta fortuna
están obligados a acudir a la convocatoria del rey para una campaña y a llevar
armas. Los contingentes militares son puestos a disposición de los reyes por sus
señores feudales. Este tipo de organización se traduce en ejércitos pequeños
comparados con épocas anteriores y en campañas de corta duración.
No existen ejércitos permanentes: las tropas reclutadas para una campaña o
expedición son licenciadas a su término. Ni los mayores reinos de la época son
capaces de mantener fuerzas militares que se parezcan, siquiera remotamente,
a los bien equipados, organizados y disciplinados ejércitos romanos. Las huestes
viven sobre el terreno a costa de sus señores mientras están en territorio propio
y saqueando campos y poblaciones una vez en zona enemiga. No existen
ejércitos permanentes, ya que no pueden mantenerse.
Los estados medievales solo cuentan con un núcleo permanente de tropas
reducido, normalmente en servicio de guarnición de fortalezas y custodia de
fronteras.
Los guerreros medievales no son profesionales en el sentido de que no cobran
un salario, estipendio, soldada… Cada uno va armado a su costa.
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La falta de permanencia de los ejércitos cristianos medievales y su alto grado de
privatización, explica que en muchas ocasiones no existan cadenas de mando
bien definidas y que los dirigentes políticos o sociales, monarcas, nobles,
alcaldes y jueces urbanos, sean los que encabezaran a las huestes sin contar
con oficiales profesionales. No obstante, en casi todas las épocas aparecen
cargos con funciones específicamente militares. En los ejércitos cristianos de los
siglos VIII al XIII, la figura del
armiger o más tarde el
alférez del rey, se presenta
como el cargo militar más
importante de la corte. El
alférez real era el
abanderado de las huestes y
el conductor de los ejércitos
cuando el monarca no
acudía a la batalla.
Por su composición, los
ejércitos medievales son
muy poco homogéneos. La
heterogeneidad de las
tropas reunidas es
consecuencia de la
diversidad de obligaciones y
sistemas de reclutamiento, de
la variedad de su armamento y equipamiento y del distinto grado de preparación
e instrucción de cada contingente.
En torno al monarca se organiza un pequeño núcleo permanente, muchas veces
con lazos familiares o vinculados económicamente. Este núcleo esta
adecuadamente armado y bien equipado. Los nobles aportan contingentes
reclutados en sus señoríos y de composición heterogénea. Estos contingentes
aportados por los nobles están formados por caballeros pesadamente armados
pertenecientes a la clientela o familia nobiliaria, caballeros contratados, jinetes
procedentes de las villas del señorío, campesinos que acuden a pie y casi sin
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armamento y equipo. Las ciudades también aportan soldados al ejército. Las
contribuciones de las ciudades están formadas por peones y caballeros con
equipamiento y preparación muy diversos. Las órdenes militares son un
elemento muy importante en la formación de los ejércitos cristianos. Algunas de
estas órdenes son verdaderos ejércitos profesionales, con una gran preparación
técnica y disciplina. Los mercenarios también son contratados en el bando
cristiano de cualquier lugar y muchas veces sin distinción religiosa.
Se conoce como hueste al ejército feudal formado por los caballeros que los
vasallos tienen que proporcionar a su señor en concepto de servitium debitum,
por los feudos recibidos de él. Se basa en el concepto de feudo, tierras que
mantenían a un caballero y le vinculaban a un señor como vasallo. Una hueste
solía estar formada por una cantidad pequeña de hombres a caballo, un número
algo mayor de soldados de infantería profesional y una milicia de leva numerosa
mal equipada y adiestrada. La forman los distintos contingentes que acuden al
llamamiento a lid campal o fonsado real ordenado por el propio rey. El rey
designa un lugar de reunión y una fecha. Allí acuden las mesnadas a punto de
guerra totalmente armadas y equipadas. Una mesnada es la reunión de hombres
armados perteneciente a un señor, orden militar o consejo que forma la unidad
orgánica básica de una hueste
La hueste tiene una estructura heterogénea resultado de la unión de:
MESNADA REAL: Formada por hombres de armas que viven en la casa del rey
y se les considera privados o vasallos del rey. Reciben un sueldo y son
mantenidos y sustentados por cuenta de la hacienda real. Actúan al mando de
un alférez real. Constituye un núcleo profesional pero pequeño.
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componen cada mesnada señorial. Cantidad que, lógicamente, depende de las
tierras y honores asignados.
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CABALLERÍA LIGERA: Formada por quien posee caballo pero no tiene medios
para equiparse tan bien como un hombre de armas. Llevan coraza, casco,
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escudo pequeño, lanza y espada. Fue muy habitual en la Península para
contrarrestar la forma de combatir del ejército musulmán, muy ágil y rápido.
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LANZA:
El arma más característica del caballero
medieval es la lanza. Es un arma versátil
que puede tener función punzante o
cortante, empuñada por alto o sin
levantar el brazo. Pero su uso más
habitual será en la carga a lanza tendida,
con el arma en posición horizontal sujeta
por la axila. Es un arma diseñada para
concentrar en un punto toda la potencia
de la montura y el jinete a la carrera.
Para resistir el enorme impacto debe ser
un arma muy sólida. Está fabricada
sobre un asta de madera endurecida,
revestida en su extremo con una punta
de metal, afilada y perfectamente
encajada. Su longitud es de unos 3,5
metros y tiene un peso muy elevado, unos 18 kilos. Puede utilizar un
guardamano para proteger la mano del caballero.
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ESPADA LARGA:
A pesar de que la lanza es el arma más importante, para un caballero medieval
el arma más estimada y venerada es su espada. Generalmente son fuertes, con
buenas hojas cortantes, rectas con
dos filos, con una canal en el centro
casi hasta la punta, que, con
preferencia, suele ser redondeada.
La hoja suele ser larga y recta con
una función tajante. Son armas
pesadas con la guarnición en cruz y
un gran pomo que hace de
contrapeso. Su diseño procede de
modelos germánicos. Con la
generalización de armaduras
completas, que hacen innecesario el
escudo, se libera la mano izquierda
lo que permite utilizar espadas
mayores denominadas montantes o
mandobles que deben empuñarse
con dos manos.
Forjar un hoja de grandes dimensiones que no se parta ni doble en combate
exige una enorme destreza, de ahí que sea un objeto caro asociado a la nobleza.
OTRAS ARMAS:
A pesar de que la espada medieval es un arma poderosa, resulta poco apropiada
para combatir con un caballero fuertemente acorazado. Por eso son muy
habituales otras armas como hachas, mazas o martillos, que además presentan
la ventaja de su mucho menor coste. Pueden fracturar huesos o dejar
inconsciente al contrincante sin necesidad de perforar su armadura. O pueden
abollar las placas de la armadura hasta el extremo de que al enemigo le resulte
difícil moverse y hasta respirar.
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ARMAS DEFENSIVAS:
Hasta bien entrado el siglo XIV la protección predominante del caballero es una
larga loriga, normalmente de cota de malla. Como ya sabemos, está formada por
miles de anillos de hierro entrelazados. En la Edad media se incorporan algunos
elementos que aumentan la protección. Los guanteletes, con forma de manopla,
para proteger las manos; el almófar, una capucha de malla que se puede quitar
y cae sobre los hombros; la babera, pieza que se pone sobre la boca antes de
entrar en acción y las brafoneras que son las protecciones del combatiente desde
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la ingle hasta el tobillo y que se prolongan en unos escarpes que cubren los pies.
El caballero así ataviado va cubierto de pies a cabeza con la cota de malla. Cómo
el tejido de malla no evita las magulladuras, debajo de la loriga se coloca un saco
acolchado, el gambesón,
con dos capas de paño
relleno de lana o estopa.
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mejoras en el
armamento
defensivo de
los caballeros y
hombres de
armas hacen
innecesario el
enorme escudo
normando, pasando a usarse desde esa
época un escudo de apenas 60
centímetros de largo, lo suficiente para
proteger el cuerpo y lo bastante ligero
para manejarlo con soltura en los cuerpo
a cuerpo.
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A mediados del siglo XV, como ya se ha comentado, las armaduras de placas
relegan al olvido a los hasta entonces imprescindibles escudos. Sólo perduraron
unas décadas más las rodelas y los broqueles, ambos en manos de una
infantería que aún precisaba de protección a la hora de hacer frente a las picas
del enemigo.
La rodela era un escudo cuyo diámetro oscilaba
entre los 40 y los 60 cms. aproximadamente, lo que
proporcionaba una protección aceptable del cuerpo.
En la Edad media, además de ser usado por las
tropas de a pie, por su ligereza y manejabilidad era
el preferido por la caballería ligera.
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Los cascos experimentan un perfeccionamiento progresivo, con una protección
cada vez más completa e integral. Del inicial casco cónico, al que se le añade
primero un nasal, posteriormente una máscara y finalmente un visor que se
puede levantar, se pasa a los grandes cascos con forma de tonel.
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Las batallas son raras en la Edad Media. La mayor parte de las acciones militares
son incursiones al territorio oponente conocidas como chevauchées,
cabalgadas. El objetivo es la destrucción sistemática de la riqueza y recursos del
contrincante. Son incursiones rápidas y breves para causar daño, capturar botín
y cautivos, y marcharse a uña de caballo antes de que el enemigo reaccione. En
España se conocen como algaras o correrías. En ellas no participan tropas a pie,
sino solamente caballeros y sus escuderos, por la rapidez que exige este tipo de
acciones. Estas incursiones se internan a una profundidad máxima de día y
medio, es decir, unos cuarenta kilómetros en territorio enemigo, y el ejército se
mantiene en constante movimiento, con la impedimenta reducida al mínimo y
sobreviviendo del saqueo.
El objetivo de la cabalgada no es conquistar, sino atravesar las tierras enemigas
asolándolas, saqueando e incendiando sus cosechas, sembrando la inseguridad
y la ruina.
En la Edad Media los asedios son mucho más numerosos que las batallas
campales. A partir del siglo XI todo occidente se va erizando de fuertes y castillos.
Una fortaleza permanente es una base desde la que acosar a los invasores o
cortar sus rutas de aprovisionamiento. Para controlar un territorio es necesario
ocupar sus plazas fuertes. La primera opción para rendir una fortaleza es el
asedio. Pero, una guarnición debidamente aprovisionada puede aguantar meses
o incluso años de sitio. Durante este tiempo las fuerzas atacantes acaban por
consumir todas sus provisiones y se hallan normalmente expuestas a
condiciones de poca salubridad. Los brotes epidémicos causados por la pobre
higiene y la exigua alimentación son frecuentes en los ejércitos sitiadores, y a
menudo llevan a su destrucción. Además, en esas condiciones resulta difícil
mantener la moral de las tropas, que con frecuencia desertan masivamente. Por
tanto, los sitiadores a menudo prefieren conquistar la fortaleza por medio del
asalto, aunque comporte grandes peligros y un elevado número de bajas. Para
ello cobra especial importancia el uso de la artillería. Se desarrollan máquinas
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Se desarrollan una gran variedad de armas de este tipo. Quizá la más
emblemática sea la conocida como trabuco o trebuchet. Se trata de un
gigantesco ingenio capaz de disparar proyectiles de unos 200 o 300 kilos.
Aunque los más grandes podían llegar a 1.360 k.
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Se desarrolla la forma de montar a la brida, con las piernas totalmente estiradas,
lo que obliga al jinete a gobernar su montura con las riendas al perder la
posibilidad de hacerlo mediante apoyos. La monta se torna menos flexible pero
se gana en seguridad para el jinete, facilitando el uso de la lanza al tener la pelvis
firmemente apoyada en el arzón trasero de forma que no salga despedido por el
brutal impacto.
La carga con lanza embrazada bajo la axila empieza a difundirse cuando las
sillas de arzón alto y el petral1 permiten volcar en la lanza el empuje y la inercia
de caballo y jinete sin que este salga despedido hacia atrás por la violencia del
1Correa o faja que, asida por ambos lados a la parte delantera de la silla de montar, ciñe y
rodea el pecho de la cabalgadura.
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impacto. El hombre de armas lleva la lanza embrazada bajo la axila, cabalga a
la brida y el arzón de su silla impide que se desplace hacia atrás al impactar. Por
el enorme peso de la lanza, al cargar el caballero procura pasar el arma al lado
izquierdo, apoyada en el cuello del caballo.
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La carga frontal tiene como objetivo principal crear el pánico en el adversario,
empujándole a huir de forma desordenada.
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acelerar hasta el choque frontal, manteniendo la cohesión, condición
indispensable para el éxito.
Una carga de caballería puede paralizar de terror a una infantería poco bregada.
Es una de las experiencias más impresionantes a la que puede enfrentarse un
infante. A lo lejos pueden vislumbrar los preparativos de los caballeros que
alinean sus monturas para formar una fila compacta juntando rodilla con rodilla.
Esperan sentados en sus sillas de montar con las piernas estiradas, firmemente
apoyados en los estribos, con las puntas de los pies mirando al suelo. A una
orden, clavan espuelas en los ijares de sus nerviosos corceles para iniciar el
movimiento. Empieza la carga y es como si se abrieran de par en par las puertas
del inferno vomitando hordas de demonios embutidos en acero, que hacen
temblar la tierra y vibrar el aire. Los defensores tienen ante sí la apocalíptica
visión de centenas de coléricos centauros recubiertos con brillantes corazas y
cascos empenachados. Cegados por el reflejo del sol en los relucientes petos de
acero y aturdidos por el retumbar de cientos de cascos percutiendo en el duro
suelo, ven venirse encima una masa furibunda de carne y acero. Los hombres
de armas retienen a sus excitadas monturas para mantener la formación, sin
pasar del trote largo al galope hasta el último momento para concentrar el
impulso conservando la alineación. El galope no debe lanzarse a más de sesenta
o setenta pasos del enemigo, de lo contrario, las distintas calidades de las
monturas provocan que unos caballos se adelanten a otros perdiendo cohesión
la carga. Espolean a sus monturas y avanzan envueltos en nubes de polvo en
una enloquecida carrera hacia la muerte o la gloria. Es el momento de abatir las
lanzas, eligiendo un blanco a unos dos metros de separación con la dirección del
galope, para pasar de largo tras el impacto. Los caballeros se tienden sobre el
cuello de sus fieles animales que, con los ollares llenos de espuma y el cuerpo
sudoroso, parecen volar sobre el campo. La carga debe librarse en formación
compacta con los jinetes juntos hasta que sus pies se toquen, produciendo un
impacto cohesionado, como un muro en movimiento. Como una tempestuosa ola
que trata de romper las rocosas filas de la infantería enemiga. A los peones más
bisoños les tiembla la pica en las sudorosas manos al notar en el suelo el
retumbar de los caballos. Ante lo que se avecina, solo hombres con nervios
excepcionalmente templados se mantendrán en su sitio. Hasta las tropas más
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experimentadas pueden verse abrumadas por un terror incontenible al saberse
blanco de una carga de caballería.
Esta fuerza de choque formada por caballeros tiene un doble efecto práctico y
moral. Cuando se lanzan agrupados contra el enemigo forman un ariete casi
imposible de contener y suelen romper y desconectar las líneas enemigas. Por
otro lado el trepidar de los caballos y el sonido metálico de las armaduras genera
un estruendo pavoroso que amedrenta al ejército contrario.
La caballería medieval se suele organizar en dos o tres líneas.
Caballería Pesada
Caballería Ligera
Infantería
Cada línea la forman varias filas, según se ve en el dibujo. En las primeras los
caballeros mejor armados, a continuación otros hombres de armas más
ligeramente equipados y finalmente peones para apoyar a los caballeros. La
primera línea cuenta con los mejores y más fogosos caballeros. La tercera línea
está formada por los reyes o señores más poderosos a modo de reserva y solo
actúa como último recurso.
El combate se inicia como una carga de la primera línea. Es raro que la primera
carga resulte victoriosa, en este caso los caballeros vuelven grupas para rehacer
sus filas, mientras otra línea realiza la carga.
Una carga ideal se desarrolla de esta manera:
La primera línea carga y atraviesa la formación enemiga, la sobrepasa y se
reagrupa para cargar por retaguardia mientras la segunda línea ataca por el
frente. Esta carga combinada por frente y retaguardia destroza la formación
enemiga provocando una masacre.
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Se puede ver en las siguientes imágenes:
Primera
Carga
Caballería Pesada
Caballería Ligera
Infantería
Ballesteros
Desenlace
Enemigo
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Si el enemigo resiste la carga y mantiene la formación, la caballería se retira a
una distancia prudencial para reagruparse y cargar de nuevo. Si la caballería ha
roto la línea enemiga, pero no ha
logrado poner en fuga al
contrincante, se produce una
situación complicada ya que el
empuje de la carga se pierde, la
formación se rompe y con ello la
ventaja táctica que supone la
masa de jinetes. Estos quedan
rodeados de peones y deben optar
entre retirarse para volver a cargar
o bien verse envueltos en una
meleé de dudosos resultados. La
infantería enemiga intenta
descabalgar a los jinetes para
rematarlos en el suelo o bien
desjarretar a los caballos. La
infantería propia que forma la
retaguardia de la línea puede
ayudar a los jinetes a liberarse para reagruparse a cubierto.
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