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LA CONDICIONES, LOS ENEMIGOS Y LAS OPORTUNIDADES DE LA DEMOCRACIA
que la democracia es el poder del pueblo para el pueblo y por el pueblo o que
insistamos en la democracia de procedimiento, que asegura la representación
de los intereses y la defensa del pluralismo, definimos acertadamente como
principio central de la democracia la capacidad de las instituciones políticas
para articular la diversidad de intereses u opiniones con la unidad de la ley y del
gobierno. La democracia es el régimen político que permite que vivan bajo las
mismas leyes individuos de intereses y creencias distintos, que nos permite
vivir juntos con nuestras diferencias, como decían los jóvenes «beurs» (france-
ses de origen argelino) en su marcha por la igualdad en 1983.
II. Esta fórmula elemental, fuera de la cual no hay democracia posible, impli-
ca por lo menos tres condiciones de existencia de la democracia. La primera es
la limitación del poder del Estado, pues un poder absoluto no toma en cuenta la
multiplicidad de intereses y opiniones y se limita a inventar la imagen de un
pueblo que es sólo la imagen del propio Estado, que éste contempla con satis-
facción pretendiendo que es la imagen de la sociedad. El principio de la mayo-
ría y el conjunto de la democracia de procedimiento son instrumentos indispen-
sables en esta limitación del poder del Estado. La segunda condición es la exis-
tencia de actores sociales representativos, que posean cierta conciencia de sus
intereses comunes. Por último, la tercera es la conciencia de ciudadanía que
ocasiona el reconocimiento de la sociedad política ipolity) y de sus institucio-
nes representativas, que son propiamente políticas, esto es, que no se confun-
den con la expresión de intereses sociales o económicos. Limitación del poder
del Estado, autonomía de los actores sociales y conciencia de ciudadanía son
las tres condiciones de existencia de la democracia, o más exactamente las tres
manifestaciones principales de la existencia de una democracia. No se suman
unas a otras sino que las tres son elementos del propio proceso democrático,
esto es, de la mediación entre los intereses sociales y la decisión política. Si no
aceptamos esa definición de la democracia y si pensamos que existen tipos
distintos de democracia, como existen tipos distintos de cocina, destruimos la
propia idea de la democracia, pues ésta se basa en un principio universalista: el
vínculo de representatividad que une a lo social y lo político, vínculo que puede
adoptar formas muy variadas, pero que excluye tanto una definición puramente
institucional como una puramente social de la democracia. No podemos llamar
democrático a un sistema político simplemente porque es un mercado político
competitivo, o más exactamente oligopolista. No basta que los ciudadanos ten-
gan que elegir entre dos o cinco candidatos o listas para que se hable de demo-
cracia. Esa situación satisfacía a los Whigs ingleses, a los fundadores de la
República Estadounidense o a los liberales franceses, como Guizot, a comien-
zos del siglo XIX, pero todos la consideran inadmisible en la actualidad, cuan-
do el sufragio universal es la condición mínima de la democracia. A la inversa,
nadie puede llamar democrático a un régimen político porque ha elevado el
nivel de vida, de educación y de salud de su población. En ese sentido, el régi-
men nazi de los años treinta o el régimen estaliniano durante el período de la
reconstrucción de postguerra deberían ser considerados democráticos, lo que
es absurdo e incluso escandaloso. No puede hablarse de democracia popular si
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