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La última cena:

Mientras judas negocia la cabeza de Jesús y prepara la entrega a espaldas del pueblo, Pedro y
Juan preparan la pascua.

Se dirigen hacia la entrada de la ciudad, en donde un hombre les sale al encuentro y ellos le
dicen lo que Jesús les había mandado que le digan.

El maestro planeó comer con todos sus discípulos en un cuarto que denominamos o mejor
dicho conocemos como el aposento alto, el cual era propiedad el hombre que sale al
encuentro de Juan y pedro.

Cuando todo estuvo dispuesto, los 12 con Jesús cenaron en la noche en la que se recordaba la
muerte de los primogénitos.

El precio por la cabeza de Jesús ya estaba puesto en 30 monedas de plata.

Jesús lo sabía, y allí mismo pone al descubierto al traidor.

"Uno de ustedes me va a traicionar”, dice, y todos quedan asombrados preguntándose quién


sería o si se trataba de ellos mismos.

El evangelio cuenta además, que los discípulos se pusieron a discutir acerca de quién era el
más importante,

Y es que en la última cena, se ve la despedida del Cristo hombre, por lo tanto ante la
inminencia de lo que había de acontecer su espíritu se preparaba pero el dolor humano era
inevitable. Jesús estaba seguro de lo que estaba haciendo y que estaba cumpliendo a rajatabla
la palabra y la voluntad del padre, pero el dolor inherente a todo ser humano también fue para
él, a pesar de ser el rey de reyes y señor de señores.

Además de todo lo que Jesús personalmente experimentaba, a su alrededor se produce una


especie de andanada de sentimientos y acciones del alma humana del cual también debía
hacerse cargo, y por qué no, sufrirlos.

El saber el día y la hora de nuestra muerte, es en mi opinión imposible de soportar para


cualquier ser humano. Jesús ya sabía cuándo y cómo iba a morir.

Sabía también que uno de los que compartió tiempo, anécdotas, vio milagros, escuchó sus
enseñanzas, vivió con él, lo traicionaría y que dicha traición no tendría retorno y significaba la
perdición de aquel hombre.

Vio cómo se peleaban por ver cuál era el más grande, cuando el grande de verdad era él, y
escuchó la incumplible promesa de Pedro de serle fiel hasta en lo último, si hasta tuvo que
hacerse cargo de su arrebato de furia cuando le cortó la oreja al soldado Romano.

Llama mi atención, la manera en que Jesús responde ante estos sentimientos y acciones de los
demás que lo rodeaban.

Es que cada respuesta, pone de manifiesto la enorme distancia que había entre Dios y los
hombres, lo humano y lo divino, y también el propósito de que justamente él venía a ser quien
proporcionaría ofreciéndose a sí mismo la posibilidad de que en él, esa distancia no estuviese
más.
A la traición la puso al descubierto, no para que los demás discípulos arremetieran contra
Judas, sino para que todos supiéramos que no hay nada que podamos ocultar, y que los ojos
de Dios todo lo ven.

La idea de que Judas se vea descubierto nos lo muestra claramente.

A la discusión sobre quién era el más importante, le pone fin lavándoles los pies y dándoles
una lección que jamás olvidarían, y que nosotros tampoco debemos olvidar. En el reino de Dios
el más importante es el que sirve a los demás. En auténtico criollo, digamos que con Jesús, el
que es estrella, se estrella.

A la promesa de fidelidad eterna que Pedro le hace,


responde con la afirmación de que éste, le negaría tres veces el mismo
día, pero que ya había orado por él.

Tanto en la traición de Judas, como en el altercado y las buenas intenciones de Pedro Jesús
responde de la misma manera: muchachos, soy yo, y no ustedes.

Estoy seguro que ninguno de los que estamos aquí traicionaría a Jesús como lo hizo Judas,
porque lo amamos con todo nuestro ser, pero: ¿Cuántas veces tuvimos actitudes empujadas
por algún sentimiento netamente humano y Jesús tuvo que corregirnos?

En esta noche en la que conmemoramos esa última cena, Jesús se hace presente para
recordarnos una vez más, que mediante su sacrificio, él y solo él, es la puerta, y el único que
puede dejar sin efecto la distancia entre lo finito y lo infinito, lo imperfecto y la perfección
absoluta, lo pequeño y lo inconmensurable, en pocas palabras, entre nosotros los humanos, y
Dios.

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