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1) En primer lugar, hay que tener en cuenta que querer dar una “definición” unívoca y exacta
de algo como la religión es una tarea imposible. No obstante, pueden enunciarse
aproximaciones, caminos tentativos, que sin cumplir plenamente con dicha tarea, tiendan o
aspiren a ella. La tarea como tal permanece como un “ideal”. Es una definición o
determinación de una “estructura”, que permanece siempre hipotética. En el caso de la
fenomenología no-filosófica del hecho religioso, como señala Martín Velasco (1994: 85),
“esta definición no puede pretender ser una reproducción especular de una esencia presente
en términos idénticos en todas las religiones. Más modestamente, se contentará con
presentarse como una construcción teórica, basada en los hechos, capaz de facilitar la
captación y organización de los muchos aspectos que en ellos intervienen, que sólo se
realizará analógicamente en cada uno de ellos, y que necesitará de nuevas referencias a los
hechos en busca de contraste y verificación”.
1 La expresión “círculo hermenéutico” hace referencia al círculo en que se ve siempre envuelto el proceso de
comprensión, que siempre parte de una comprensión anterior. Heidegger resume así el círculo hermenéutico: “Toda
interpretación que haya de aportar comprensión debe haber comprendido ya lo que en ella se ha de interpretar” (SZ:
152 / 176).
de la fenomenología del hecho religioso (y asimismo de las ciencias de las religiones) no
puede dar razón. ¿O acaso puede otra práctica epistémica aportar tales criterios?
3) En tercer lugar, está la dificultad de la precisión. Como señala Martín Velasco (1994: 85),
es indudable que cuanto más “precisamente” se definan los elementos que componen una
definción de la religión, “más dificultades se encontrará para aplicarlo al conjunto de los
fenómenos en que esa definición se realiza”. (Por ejemplo: si el término u “objeto” de la
relación religiosa es designado como Dios, la definición deja de ser aplicable a las religiones
no «teístas»).
Teniendo en cuenta estas dificultades, ¿cómo podemos continuar nuestra búsqueda filósofica
por la verdad propia de la religión? ¿es acaso posible distinguir algo así como la esencia de la
religión? ¿podemos dar una definición que capte esta esencia de algún modo? En esta Unidad 4
veremos en primer lugar en qué sentido resultan insuficientes los hechos en la búsqueda de la
verdad (1). Teniendo esto en cuenta, procuraremos cambiar el foco de nuestra indagación por la
verdad de lo religioso desde el nivel del hecho al nivel del acontecimiento (2). Eso nos permitirá
distinguir entre la “esencia de la religión” y sus “esferas de mediación” (3). Finalmente, desde allí
nos aproximaremos a distintos “ensayos” para una definición abarcadora de la religión (4).
El análisis “positivo” o “científico” del hecho religioso implica que la religión es “un
fenómeno cultural más” y en su estudio prevalece “la descripción de los hechos positivos, siguiendo
métodos muy diferentes” (Martín Velasco, 1978: 25). En otras palabras, la religión es tomada como
“un hecho humano presente en la historia de la humanidad en una serie de manifestaciones”, “un
hecho de alguna manera específico, diferente en principio de otros hechos humanos y, en principio,
irreductible a ellos” (Martín Velasco, 1978: 57). Esta manifestaciones son las instituciones, mitos,
ritos, textos, códigos morales, etc., de las distintas religiones positivas, inscritas en determinadas
coordenadas espacio-temporales. Se trata, en otras palabras, de un acercamiento que consiste en “la
constatación de hechos y la sistematización de los hechos constatados” (Welte, 1982: 18). Este
“pensamiento constatador” propio de las disciplinas de carácter positivo puede constatar que tal
cosa o tal otra sea así o asá. Sin embargo,
En efecto, el acercamiento al hecho religioso, por más valioso y rico que sea, no es
propiamente filosófico, como ya se ha insistido. En términos de Welte (1982: 23), ello solo sería
posible si se procurara “esclarecer intelectualmente la esencia y la forma de ser” de la religión. Esa
esencia y modo de ser particulares de la religión los encontramos propiamente en el acontecimiento
religioso, es decir, en una relación efectivamente aconteciente en la que me veo involucrado a mí
mismo junto con el mundo y con una dimensión que me trasciende a mí y al mundo (y que podemos
llamar “lo divino”).
Si la filosofía es una incesante búsqueda de la verdad, eso no significa, empero, que tenga
asegurado el éxito en las cuestiones relativas a la verdad de la religión, sino que “debe emprender la
tarea y llevarla adelante hasta donde pueda llegar”, incluso cuando “la última respuesta pueda ser un
respetuoso declinar responder; pero eso valdrá sólo si viene al final” (Gómez Caffarena, 1990: 112).
La cuestión de la verdad desnuda también los límites del enfoque “empírico” en sus dos variantes:
el de las ciencias de las religiones —que aportan la recopilación y el estudio de los “hechos”
religiosos concretos— y el de la fenomenología del hecho religioso —que busca las estructuras
comunes, generales, de estos hechos—.
Con Daniel Guerrière (1990: 6 ss.), es posible identificar tres grandes problemas:
2 En efecto, la diferenciación de “lo religioso” frente a otras formas de experiencia no es sino un fenómeno reciente
en la historia de Occidente; un fenómeno que, de hecho, ha hecho posible no solo la aparición de la filosofía de la
religión, sino también de las ciencias de las religiones.
3 Greisch (2002: 33) también coincide con este diagnóstico al señalar que entre los temas centrales a los que se aboca
la filosofía de la religión está el problema de la determinación del contenido de verdad de las diferentes religiones,
que implica una reflexión crítica sobre sus desviaciones, falsificaciones y perversiones
el tema de la verdad, tal como se desprende de esta serie de problemas, lleva a reconocer la
insuficiencia de un planteo que se limite al hecho. La pregunta por la verdad de la religión, su
tematización desde la filosofía, ha de referirse a algo más que a la mera verificación empírica. En
efecto, como señala Delacroix (2018), reorientar la filosofía de la religión a través de la cuestión de
la verdad no consiste simplemente en replantear, con toda la ingenuidad metafísica o la ideología
positivista que ello conlleva, la cuestión de si sus contenidos son verdaderos o no. No se trata de
reducir la religión a una serie de proposiciones —sobre la existencia y naturaleza de Dios o los
dioses, el problema del mal, la inmortalidad, el misticismo, la racionalidad de las creencias, el valor
del teísmo como una cosmovisión entre otras, etc.—, cuya “verdad” habría que corroborar —lo
cual, en el fondo, tiene poco que ver con el fenómeno en cuestión: la religión efectivamente vivida
por personas concretas—. Como remarca Guerrière (1990: 11), el fenómeno de la religión no tiene
que ver con proposiciones abstractas, separadas de la vida fáctica, sino con la experiencia concreta
y su concomitante simbolización. Considerar a la religión como una cuestión de doctrina o como un
cuerpo de proposiciones sujeto a la verificación científica, implica tergiversar su manera propia de
ser, su verdad, su esencia. ¿Se halla aquí, entonces, el nivel propio de análisis de la filosofía de la
religión? En efecto, para Greisch (2002a: 33) uno de los problemas centrales de la filosofía de la
religión, es el de “la esencia de la religión (o, en una terminología distinta, de su concepto)”. En
esto coincide con Bernhard Welte (1982: 23), quien señala que este tipo de pensar filosófico “pone
todo su empeño en esclarecer intelectualmente la esencia y la forma de ser” de la religión, y “aborda
racionalmente la pregunta: ¿qué es en esencia la religión?”.4
4 La pregunta por la esencia de la religión presupone no solo la crítica contemporánea a la noción de religión, sino
también, desde luego, la crítica a la noción de esencia, particularmente después de Nietzsche.
distinguen, pues, por su modo de fenomenalización, por su modo de darse o presentarse, de
aparecer. Romano destaca cuatro puntos:
1. frente al hecho, que no está asignado a nadie en particular y está disponible para
cualquier testigo, en el acontecimiento hay una “asignación unívoca que hace que en
todo acontecimiento esté en juego yo-mismo en mi ipseidad” (Romano, 2016: 84),
que me suceda y me esté dirigido a mí.
2. frente al hecho, que pertenece a un contexto en el cual se muestra y dentro del cual
adquiere sentido (es decir, a un mundo), el acontecimiento instaura un mundo nuevo
y le da sentido a su propio contexto.
4. frente al hecho, que puede ser fechado y, consiguientemente, tratado como algo ya
realizado (factum), para el acontecimiento vale “la imposibilidad de toda datación,
según la cual no sobreviene en el tiempo sino que abre el tiempo o lo temporaliza”
(Romano, 2016: 84).
3. son explicables, como atestiguan las diferentes ciencias de las religiones que
explican estos hechos analíticamente desde diferentes ópticas (psicológica,
sociológica, antropológica, etc.) y encontrando diversas causas que dan cuenta de
ellos.
Estos hechos religiosos —en tanto religiosos— no son más que la efectuación intramundana
de acontecimientos religiosos, cuya fenomenalización, en cambio, se caracteriza porque ellos:
3. son inexplicables, en el sentido de que no basta con que estén dadas todas las
condiciones para que efectivamente suceda... hay algo de misterioso y cualquier
explicación científica (psicológica, sociológica, antropológica, etc.) quedará
irremediablemente corta.
4. abren una nueva temporalidad, como atestigua la incapacidad de los parámetros que
miden el tiempo objetivo (el tiempo del reloj y del calendario) para dar cuenta de su
pasado, su presente y su futuro... en concreto, el acontecimiento religioso sigue
siendo efectivo después de suceder (es decir perdura, perduran sus efectos en una
suerte de presente continuo).
5 El hecho de que haya fenómenos religiosos comunitarios no menoscaba este punto, pues dichos fenómenos están
dirigidos personalmente a cada una de las personas que lo experimentan. Cada experiencia, por su parte, será
diferente en virtud de las particularidades de cada cual.
El acontecimiento religioso no es solamente algo que sucede imprevisible y novedosamente,
sino que tiene una estructura correlacional. En este sentido, la religión consiste esencialmente,
según Garrido-Maturano (2012: 251), en
Obsérvese en primer lugar que se trata de una relación o correlación que, como tal, tiene
diferentes términos o polos que se correlacionan: lo humano, lo divino y lo mundano. Es
importante destacar el polo-mundo, porque a veces se tienden a pensar la religión como una
relación entre el ser humano y lo divino, sin considerar este aspecto. El polo-humano, por su parte,
“no es un ficticio sujeto ahistórico y sin perspectiva”, sino la persona fáctica, concreta, para la cual
acaece de modo siempre diferente la correlación concreta entre sí misma, lo divino y el mundo. En
efecto, la comprensión
Ya Emmanuel Levinas (2002: 298 ss.) había notado, en Totalidad e infinito, que desde el
momento en que la descripción fenomenológica hace referencia a un acontecimiento, el modelo
fenomenológico standard regido por la intencionalidad queda cuestionado y exige una ampliación
o, más bien, una “inversión”. En este sentido, además de distinguir al acontecimiento del hecho,
cabe también remarcar sus diferencias con el concepto husserliano de vivencia. En efecto, para
Romano (2008: 31), aunque Husserl presenta a la fenomenología como una disciplina descriptiva
“que toma el aparecer como fuente de legitimidad, sin prejuzgar el sentido de este aparecer”, en la
práctica la fenomenología husserliana se habría orientado por una decisión teórica previa. A partir
de la idea básica de que “todo fenómeno es fenómeno para alguien”, Husserl postula un “sujeto
trascendental”, susceptible de hacer aparecer los fenómenos, de “darles sentido”. Ahora bien, de allí
6 Jean-Louis Chrétien (2007: 4) comenta: “la estructura ‘llamado-respuesta’ tiene más amplitud y potencia que la
estructura ‘pregunta-respuesta’ [...]. El llamado es radicalmente primero con relación a la pregunta. No es más que
cuando ya he respondido a un llamado que puedo preocuparme de responder a algunas preguntas, e incluso primero
planteármelas. Una pregunta que no fuera llamada por nada del mundo ni de la situación, que surgiera de algún
modo ex nihilo, sería una pregunta vana y caprichosa”.
infiere apresuradamente que “el sujeto es de derecho anterior al objeto, goza de una evidencia
superior y, por consiguiente, condiciona de un extremo a otro el aparecer de éste último” (Romano,
2008: 31).
Por esta razón, el análisis de Husserl estuvo centrado sobre objetos y sobre sus correlatos
subjetivos: los múltiples fenómenos que aparecen como vivencias de un sujeto, vivencias “a partir
de las cuales y en virtud de las cuales esos objetos son constituidos en su objetividad por una
conciencia” (Romano, 2008: 31). Así, la fenomenología se centró casi exclusivamente en los polos
subjetivo y objetivo de la correlación intencional y, “lejos de considerar que ciertos fenómenos, por
su modo mismo de aparecer, destituyen la distinción sujeto-objeto, hizo de esta distinción el punto
de partida necesario e ineludible de toda descripción fenomenológica” (Romano, 2008: 31). Al
abocarse principalmente a las vivencias como actos subjetivos, Husserl habría limitado no solo las
posibilidades de la fenomenología sino también el alcance del campo trascendental que había
descubierto, pues el único origen posible para el sentido radicaría en la donación de sentido
subjetiva. El sujeto se erige como la única instancia constituyente y se anticipa a todo sentido
concebible, “de modo tal que nada le puede advenir que él no haya ya constituido de antemano”
(Romano, 2008: 32).
7 El artículo de Casper se enfoca en las obras de Rosenzweig y Heidegger, pero lo que dice sobre el acontecimiento
en general vale aquí también. La traducción de Garrido-Maturano pone “acaecimiento” donde el original dice
Ereignis, pero ponemos “acontecimiento” para mantener la coherencia a lo largo del texto.
como fundamento último, no reside ya en la estructura de la subjetividad, sino, justamente, en el
acontecimiento mismo, que es él mismo sin fundamento, precede y sorprende a la conciencia, no
tiene causa ni razón asignable (Tengelyi, 2007: 56). Es por ello que Romano (2016: 232) asigna
explícitamente el carácter trascendental al acontecimiento, “en el sentido en que es más bien el
acontecimiento mismo el que proporciona la «condición»”. En tanto ya no depende de la
subjetividad sino que la subjetividad depende de ella, puede hablarse de una “trascendentalidad
invertida”. El acontecimiento, es verdad, aparece para una subjetividad, se manifiesta o se da a ella
(en “dativo”). La subjetividad es entonces co-condicionante de la manifestación, pero no el origen,
la fuente última: el acontecimiento no es constituido desde un sujeto. Hay un exceso, una demasía
del acontecimiento con respecto a nuestros poderes cognoscitivos, y nuestro rol allí es más modesto.
El acontecimiento nos es asignado, nos es dado.
El pensamiento constatador (que opera en las ciencias y en la fenomenología del hecho religioso)
no solo constata hechos, sino que puede tratarlos como elementos objetivamente cognoscibles:
“representaciones, doctrinas, instituciones, ritos y formas de organización” (Welte, 2008: 40) se
vuelven objeto teoréticos. De esta manera, el pensamiento constatador puede llegar a pensar la
religión como una totalidad objetiva.
Pero estos “hechos”, estos elementos constatables, no son sino mediaciones para el
“acontecer” mismo de la religión, que es inmediato, real y efectivo (Welte, 2008: 41). Este
acontecimiento constituye en esencia la religión, es su “vida efectiva”, que se encarna en aquellos
elementos como sus “medios” o “esferas de mediación” y les da sentido. La religión, entonces, en
este sentido originario, se presenta, se efectiviza y se capta en las diferentes esferas de mediación.
Allí adquiere su existencia concreta. La relación entre el acontecimiento y la mediación es esencial
a la religión misma en tanto y en cuanto estas mediaciones no queden desprovistas del
acontecimiento que les da sentido.
Estas mediaciones las hemos ya estudiado al tratar la fenomenología del hecho religioso en
la Unidad 3. Se trata por un lado de las mediaciones “cósmicas” que se presentan como hierofanías
o misteriofanías; y, por otro, de las mediaciones “antropológicas” en que los seres humanos han
expresado el reconocimiento de la presencia de lo sagrado o del Misterio. Las “hierofanías” están
constituidas por realidades naturales o materiales “que, sin dejar de serlo, sirven de apoyo para la
presencialización de esa realidad de otro orden cuya irrupción origina el mundo o el ámbito de lo
sagrado” (Martín Velasco, 1994: 82). Las “mediaciones antropológicas”, en cambio, abarcan:
mediaciones espaciales (como templos o lugares sagrados); mediaciones temporales (como fiestas
o calendarios); mediaciones racionales (símbolos, mitos, doctrinas, teologías, dogmas);
mediaciones activas (acciones de culto: ritos, sacrificios, oraciones, etc.; y acciones de servicio: los
actos éticos y las conductas morales de origen religioso); mediaciones emocionales (sentimientos y
afecciones, que muchas veces están en el origen del arte religioso); y mediaciones comunitarias
(instituciones, iglesias, congregaciones, sectas, etc.), entre otras.
Martín Velasco también señala que “aunque las mediaciones constituyen expresiones de una
actitud y una experiencia religiosa, generalmente el primer contacto con la vida religiosa de una
población lo obtienen sus miembros a través del contacto con las mediaciones como vehículo de
socialización religiosa de una sociedad y explica que en determinadas circunstancias esa vida
religiosa pueda reducirse para algunos de los miembros de esas sociedades a la participación en el
uso de las mediaciones sin llegar a la realización de la actitud que teóricamente les sirve de origen.
De ahí la necesidad que experimentan las religiones [...] de convocar permanentemente a la
conversión como proceso de iniciación en la actitud y la consiguiente purificación del cuerpo de
mediaciones” (1994: 84).
Martín Velasco que hay dos momentos de la definición de la religión (círculo hermenéutico):
1) se parte de una noción previa, ciertamente general y poco precisa pero suficiente para la
selección de los hechos y para orientar heurísticamente el trabajo… Esta noción puede
venirde la historia de las religiones, pero también de la experiencia (no solo de la propia,
sino del intercambio con otras religiones).
2) “al final del recorrido” se puede llegar a una definición de la estructura, por supuesto
hipotética, de los hechos religiosos… Esta definición no puede pretender ser una
reproducción especular de una esencia presente en términos idénticos en todas las religiones.
Más modestamente, se contentará con presentarse como una construcción teórica, basada en
los hechos, capaz de facilitar la captación y organización de los muchos aspectos que en
ellos intervienen, que sólo se realizará analógicamente en cada uno de ellos, y que necesitará
de nuecas reerencias a los hechos en busca de contraste y verificación.
Con todo, es probable quela definición a la que llega cada practicante de la fenomenología
del hecho religioso esté condicionada por el contexto cultural y religioso en que se mueve. De ahí
que, además de la ulterior referencia a los hechos, será indispensable el diálogo con los resultados
obtenidos en otros contextos.
En cualquier caso, es posible identificar seis momentos fundamentales que debería incluir
una definición de la religión:
1) el sujeto
2) el objeto o término
3) la relación entre ambos
4) las mediaciones en las que se encarna y expresa esa relación
5) las funciones que ejerce en la vida de la persona y de la sociedad
6) el orden de realidad en que todos esos elementos se inscriben y que les dota de su peculiar
significados
Es indudable que cuanto más «precisamente» se defina cada uno de ellos más dificultades se
encontrará para aplicarlo al conjunto de los fenómenos en que esa definición se realiza. (Por
ejemplo: si el término de la relación religiosa es designado como Dios, la definición deja de ser
aplicable a las religiones no «teístas»).
Ferrara define la religión a partir de tres características centrales, que se articulan sobre el concepto
de “culto”:
2. por los que nos relacionamos con un término intencional al que atribuimos cierta
divinidad,
Con ello volvemos al “Mysterium tremendum et fascinans” de Rudolf Otto, ya que esta
bipolaridad se expresa en un doble gesto cultual: