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Personajes:
- Mujer
- Hombre
El ambiente onírico se plaga de colores vivos, las luces del lateral del hombre son azules y verdes,
mientras que las de la mujer son naranjas y rojas.
(La escena comienza con una silla en un lateral y un velador con asiento en el otro, un hombre se
encuentra sentado la silla dando la espalda a una mujer parada frente al velador, observándolo, el
hombre percatado de la mirada se para le da vuelta a la silla apoyado en una de sus patas y se
sienta en dirección a ella, mientras se sienta prende un cigarrillo y la observa como contemplando
la mas hermosa de las esculturas.) (Silencio prolongado)
Mujer: Eso ya no lo olvidaremos nunca. (Suspira) Ojos de perro azul. He escrito por todas partes.
(La mujer se voltea y saca su maquillaje para empolvarse la nariz, cuando termina, regresa a
mirarlo)
Mujer: Temo que alguien sueñe con esta habitación y me resuelva mis cosas. (Se sienta mirando al
público) ¿No sientes frio?
Hombre: A veces…
Hombre: Ahora los siento… Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se ha caído mi sabana.
(Los dos se voltean para quedar de espaldas, la mujer levanta un espejo del velador para ver a
través de él la espalda de su compañero)
Hombre: Te veo.
Hombre: Te veo.
(El hombre vuelve a girar el asiento hacia su compañera, todavía con el cigarrillo en la boca)
Mujer: Creo que me voy a enfriar, esta debe ser una ciudad helada. (Se voltea hacia el público con
una expresión apagada)
Mujer: No. De todos modos, me verás, como me viste cuando estaba de espaldas. (intenta ir hacia
la luz en busca de calor)
Hombre: Siempre había querido verte así, con el cuero de la barriga lleno de hondos agujeros,
como si te hubieran hecho a palos.
Mujer: (Cambia su posición, pero siempre buscando el calor de la luz) A veces creo que soy
metálica.
Hombre: A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve huevo y
la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea por dentro, es como si alguien me
estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es
como si fuera así como tú dices: de metal laminado.
Mujer: Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el
lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez. (Respira hondo)
Por años solo he hecho eso, me dedico a buscarte en la realidad por medio de nuestro santo y
seña, ojos de perro azul, mientras caminaba por las calles frías de la ciudad la decía en voz alta.
Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul.
En cada orden se los decía a los mozos, en cada servilleta y barniz de las mesas, ojos de perro
azul… Pero solo recibía como respuesta un viento solitario y frio.
Hombre: Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte. Ahora creo que
mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con
que puedo encontrarte.
Hombre: Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana
siguiente.
Mujer: (Se lleva las manos a la cara con desesperación) (A punto de llorar) Si por lo menos pudiera
recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo.
Mujer: (Levanta el rostro y mira hacia el espejo) Nunca me habías dicho eso.
(El hombre se percata que ahora en su mano solo hay una colilla)
Mujer: (Triste) No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado.
(El hombre se pone de pie y camina hacia ella con los cigarrillos y los fósforos en la mano) (Le
extiende le cigarro, ella lo pone entre sus manos y se inclina para alcanzar la llama antes de que el
hombre prenda el fosforo)
Hombre: En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas
palabras: “Ojos de perro azul. Si mañana las recordara iría a buscarte.
Mujer: Ojos de perro azul. (Suspira, el humo sale de su boca) (vuelve a aspirar el humo del
cigarrillo) (Con vos tibia y huidiza) Ya esto es otra cosa. Estoy entrando en calor.
Hombre: Así es mejor. A veces me da miedo verte así. Temblando junto al velador.
(Silencio prolongado)
Mujer: Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto.
Mujer: (Con una sonrisa) Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños.
(Aspira el humo de cigarrillo)
Mujer: Lo echarías todo a perder. Tal vez, si lo haces, despertaríamos sobresaltados quién sabe en
qué parte del mundo.
Hombre: Que importa.
Mujer: Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes,
lo habrás olvidado.
Hombre: (Dando la espalda a la mujer) Ya está amaneciendo. Cuando dieron las dos estaba
despierto y de eso hace mucho rato. (Se dirige a la salida)
Mujer: Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba
dormida sobre el corazón.
Hombre: Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo.
Mujer: Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el
campo. (Se cruza de brazos) Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y
nunca ha podido salir de la ciudad.
Mañana te reconoceré por eso… Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en
las paredes: “Ojos de perro azul”
Mujer: (Con una sonrisa triste) Sin embargo no recordarás nada durante el día. (Le da la espalda)
Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado.