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PAISAJES ESCÉNICOS PARA TRES CUERPOS

- Avenida 3.3.3.–
Idea original
Eduardo Vaslav

¿Alguna vez quisiste olvidar algo? ¿Dejarlo tirado en una carretera o en el cuarto de un
hotel? Esta historia trata sobre esas historias que queremos, pero no podemos olvidar.

Paisaje #1:
Dos rostros a la orilla de la carretera

Una pareja entra caminando por una carretera. Es de noche. Se notan cansados. Llevan
varias maletas. Ella le pide descansar. Ambos se sientan sobre la vía de tránsito. Él
susurra una frase.

El: Mientras más me esfuerzo por olvidar algo, más imposible se vuelve.
Ella: ¿Qué dijiste? Habla más fuerte.
El: No dije nada.
Ella: Hablas más con tus dientes que conmigo.
El: Dije que mientras más me esfuerzo por olvidar algo más imposible…
Ella: ¡Ves que sí djiste algo!
El: Olvídalo. ¿Entramos?
Ella: Tú decide.
El: Siempre decido yo, te toca a ti.
Ella: Yo decidí la última vez.
El: Esperemos aquí afuera entonces, aún no quiero entrar.
Ella: ¿Seguro que es en este hotel?
El: Es el único de por aquí.
Ella: ¿Estás seguro de lo que quieres hacer?
El: Nunca se está seguro de nada. ¿Tú estabas segura de venir conmigo?
Ella: No tuve muchas opciones.
El: Y ahora que estás aquí, ¿qué piensas?
Ella: Nada.
El: ¿Nada?
Ella: ¿Qué puedo pensar?
El: No sé, en lo azarosa que es la vida.
Ella: Ok.
El: ¿Ok?
Ella: Pienso en lo azarosa que es la vida; y me doy cuenta de que no sirve de nada.
El: ¿Qué?
Ella: Pensar sin hacer. Es algo inútil.
El: ¿Crees que esto es inútil?
Ella: No sé. Sí; pero por lo menos estamos haciendo algo. No sé si tenga alguna utilidad o
no.
El: La mayor parte de las cosas significativas de la vida no tienen utilidad.
Ella: Como el amor, por ejemplo.
El: ¿Qué harás cuando ya no recuerdes nada?
Ella: Tendré un hijo.
El: ¿Un Hijo? ¡¿Tú?!
Ella: ¿Porqué no? Sería una excelente madre.
El: Siempre has dicho que los bebés son el acólito del diablo.
Ella: Pero eso ya no lo voy a recordar.
El: No te imagino con un hijo.
Ella: ¿No? (Toma ropa de las maletas y hace como si tuviera un niño en brazos) ¿Y
ahora?
El: Aún no.
Ella: (Comienza a susurrar una canción de cuna) ¿Y ahora?
El: Lo vas a hacer llorar.
Ella: Nunca tuviste sentido materno.
El: No, nunca. Tú tampoco.
Ella: Cárgalo.
El: No puedo.
Ella: Anda, cárgalo.
El: ¿Y si se me cae?
Ella: Sostenle la cabeza así.
El: (Sostiene la ropa como si fuera un bebé. Lo pasea por el lugar. Le comienza a hablar
con cariño. Deja caer la ropa) Esto es estúpido.
Ella: ¡Cuidado con el niño carajo lo vas a lastimar!
El: Ahí no hay ningún niño, es solo ropa.
Ella: Es solo ropa para ti. Nunca entendiste nada.
El: Ya viene… Recoge la ropa, si ve el lugar desordenado se va a ir.
Mensajero: ¿Ulises?
El: Soy yo.
Mensajero: ¿Medea?
Ella: Soy yo.
Mensajero: No esperaba que se aparecieran, la mayoría se arrepiente en el último momento.
Ustedes son los segundos que hacen esto.
El: ¿Por qué se arrepienten?
Mensajero: Casi nadie está preparado para borrar su memoria por voluntad propia.
Ella: ¿Quiénes fueron los primeros?
Mensajero: Es confidencial.
Ella: ¿Se parecían a nosotros?
Mensajero: Un poco. Ellos tenían la misma mirada de descontento que ustedes.
El: ¿Estás segura de esto?
Ella: No, nunca se está segura de nada. Pero ya no quiero recordar. Ni a ti. Ni esta carretera,
ni esas maletas. Ni este puto hotel. Quiero un nuevo comienzo lejos de todo.
El: Hagámoslo entonces.
Ella: Las cosas significativas no tienen ninguna utilidad en la vida.
El: Como el amor.
Mensajero: En el cuarto 333 hay sobre la cama dos frascos, uno para cada uno. Tomen la
píldora roja y por la mañana tendrán un nuevo comienzo.
Ella: ¿Duele?
Mensajero: Sí, por haces esto, para que deje de hacerlo.
Ella: ¿Cuánto dura?
Mensajero: No te preocupes por el tiempo. Eso también lo vas a olvidar.
El: ¿Voy a recordar su rostro?
Ella: ¿De quién?

Cuarto de hotel. Oscuro. Una lámpara encendida.

Ella: ¿A quién miras con tanta atención?


El: Hay dos personas sentadas a la orilla de la carretera.
Ella: ¿Hay una mujer?
El: Y un hombre también.
Ella: ¿Ella es atractiva?
El: No lo sé, no le alcanzo a verle bien el rostro.
Ella: ¿Qué hace ahora?
El: Nada. Parece que platican.
Ella: ¿Serán ellos?
El: Puede ser.
Ella: ¿Cómo es él?
El: Tiene miedo.
Ella: ¿Cómo sabes?
El: Se nota.
Ella: ¿Cómo?
El: Él se sentó después que ella. Lo que cual indica que dudo en hacerlo. Ella no lo hizo.
Ella: Pásame un cigarro.
El: No deberías fumar aquí.
Ella: ¿Qué más da?
El: Podrías quedarte dormida e incendiar el cuarto.
Ella: ¿Es eso lo que te preocupa?
El: No podemos darnos el lujo de perder a estos dos.
Ella: Tranquilo no te voy a arruinar la noche. Solo quería un cigarro para calmarme.
El: ¿Y si te cuento el canto de la ballena? Eso siempre te calmo.
Ella: Está bien.
El: Sobre una costa alejada y fría encalló una ballena blanca. Las mares la alejaron de su
rumbo. Una gran ola azul la atrapó en su gravedad. La ballena blanca comenzó a cantar,
pero nadie podía escucharla. Chocó con la gran roca del pacífico y quedó inmóvil. El
vaivén de la corriente la mecía hacia el olvido, pero la ballena no dejaba de canta
La ola gira
La roca rueda
La ballena encalla
Y todo mundo duerme

La ola gira
La roca rueda
La ballena encalla
Y todo mundo duerme

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