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POR UNA MITOCRÍTICA ABIERTA: TEORÍA, MÉTODO Y SIGNIFICADO

Mito y mundo contemporáneo. La recepción de los mitos antiguos,


medievales y modernos en la literatura contemporánea.
José Manuel Losada (ed.), Bari: Levante Editori, 2010, p. 9-25

Concepción del volumen


No hay, ni puede haber, una definición universalmente válida del mito. Espectadores, lectores
y críticos pueden coincidir en que hay una mitología antigua, medieval y moderna, pero nunca llegarán
a un acuerdo unánime sobre lo que sea un mito. Varios de sus elementos constitutivos (imagen,
símbolo, forma, estructura o función) sufren el desacuerdo generalizado sobre el mismo hecho
literario, consecuencia de las distintas concepciones que del mundo y del hombre tienen las ciencias
humanas y la misma crítica literaria. A esta disconformidad se suman la ambigüedad, el impresionismo
crítico y, lo que es peor, la ideología con que a menudo se abordan los mitos. En tales circunstancias,
alcanzar un consenso sobre la definición del mito entra dentro de las utopías del investigador.
La disensión se reduce si se restringe el campo de estudio (p. ej., los mitos griegos del s. VIII
a.C.) o el recurso metodológico (p. ej., los mitos cosmogónicos según la imaginación simbólica); aun
así, ni la acotación cronológica ni los presupuestos conceptuales anularían todas las discrepancias.
Desde una óptica diversa, este volumen resulta de una opción decididamente expansiva y,
simultáneamente, clara y precisa: al tiempo que aumenta el campo de estudio y los recursos
metodológicos, se propone conocer la literatura y los lectores de hoy. De ahí que aborde la recepción
de todo tipo de mitos en la literatura contemporánea (occidental, cabría añadir; vaya por delante la
confesión de la incapacidad del coordinador para aglutinar, con un mínimo de garantía académica,
otras literaturas, p. ej., las orientales).
Estas premisas no dan patente de corso para utilizar los mitos según las conveniencias o
incompetencias personales. Pienso que cada cual debe esforzarse por asentar su propia definición de
mito, definición forzosamente sometida a modificaciones con el paso del tiempo, pero también
razonada y acorde con la propia concepción del mundo y de su representación mediante la escritura.
En lo que a mí respecta, la ofrezco en los artículos sobre la Edad Media y el mito moderno. El lector
encontrará en el presente volumen valiosas aportaciones de escritores (Torrente Ballester, Yves
Bonnefoy), definiciones técnicas de psicoanalistas (Freud, Jung), antropólogos (Eliade, Lévi-Strauss),
filósofos (los románticos alemanes, Girard, Ricœur) o críticos literarios (Carlos García Gual, Javier
del Prado). Saboreará, además, otras definiciones, chispazos deslumbrantes de los articulistas, como
aquellos que subrayan algunas características de los mitos: adopción de un razonamiento simbólico,
exposición de una propedéutica alegórica o indicación de lo que excede a la naturaleza humana.
Al indicar “todo tipo de mitos”, señalo los que, dentro de nuestra cultura, propensa a la
clasificación cronológica sucesiva, se pueden clasificar cómodamente en mitos de la Antigüedad, de
la Edad Media y Moderna. Los mitos de la Antigüedad grecolatina aquí abarcan dioses (Ceres),
cíclopes (Polifemo), titanes (Prometeo), humanos de ascendencia híbrida (Dioniso, Narciso, Eneas),
humanos de sangre real (Orestes, Electra, Antígona, Ariadna, Ulises, Penélope) y otros héroes como
Filoctetes. Estos mitos no aminoran su atractivo con el paso del tiempo, como recientes trabajos de

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relevancia han puesto de manifiesto1. Los mitos medievales abarcan los mitos celtas (el Grial,
Cuchulain, Fionn mac Cumhaill, Bran), germanos (los Nibelungos), auténticas recreaciones, como la
de Ana Mª Matute. Los mitos modernos crecen de manera exponencial: Frankenstein, el vampiro, la
mujer fatal en el Fin de Siglo inglés, recreaciones de mitos medievales como la Desconocida del Sena
a partir de Ofelia, nuevas ciudades (Berlín, Nueva York), mitificaciones de personajes literarios
(Anacleto Morales, reina Amelia, Aitor), de reyes incas que retomarán posesión de su imperio (Inkarri)
y de personajes históricos (Eva Duarte de Perón, Marilyn, el Che, Beckham).
Como se observa, hablar de mitos modernos no excluye los mitos actuales. La Edad Moderna
comienza con la caída de Constantinopla, o con el descubrimiento de América, o con la creación de
los Estados modernos: discusión de historiadores. Las tentativas por datar su conclusión son
incontables: el fin del Antiguo Régimen, la revolución industrial, las guerras mundiales… intentos
vanos por arrogarnos el prurito de comenzar la “Edad Posmoderna”. Desde una óptica neutra, basta
considerar que la Antigüedad abarca aproximadamente diez siglos, y que la Edad Media, tras el limbo
de la Oscura, otros diez, para evitar, por simples razones de modestia académica, la imprudencia de
excluirnos de los tiempos modernos. En realidad, estos conceptos históricos son solo relativamente
relevantes; lo importante para nuestro caso es contar con entidades que nos permitan clasificar los
textos dentro de grandes tendencias antropológicas y literarias comunes, sin que por ello queden
difuminadas las características propias de cada periodo literario. En este sentido, Don Juan, el
Dorado, Napoleón, Marilyn o Michael Jackson caben dentro del mismo encuadre, si bien, como
queda dicho en el artículo “Mito moderno y proceso de mitificación”, los mitos contemporáneos
están sometidos a una serie de factores diferentes de los conocidos por otros mitos modernos del
Barroco o el Romanticismo.
Una de las fuerzas dominantes del volumen es el énfasis puesto en la recepción de estos mitos
en la literatura contemporánea. Sin menoscabo alguno para la recepción en otras épocas, nos ha
parecido que este enfoque permite conocer mejor los textos y, en buena medida, conocer mejor
nuestra época. No serán pocos quienes, leyendo tal o cual artículo sobre Antígona o el vampiro,
lleguen a conocerse mejor a sí mismos. En buena medida, la mitocrítica debe servir para esto.
No importa que el término “mitocrítica” fuera acuñado por Durand hace varias décadas. Vaya
hacia él todo nuestro respeto. Tras el cúmulo de estudios que han abordado los mitos desde los más
variados enfoques, hoy día la mitocrítica es el terreno de la crítica literaria aplicada a los mitos o,
abriendo el espectro, de la crítica aplicada a los mitos, siempre dentro de unas condiciones mínimas
de seriedad académica.
Nos ha parecido lógico comenzar con el tratamiento de los mitos en el siglo XIX, germen
natural de buena parte de los desarrollos literarios y antropológicos del XX. Dentro del siglo XIX, no

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Al margen de estudios clásicos de mitología y etnología (The Golden Bough, de J. Frazer, The Hero with a Thousand Faces,
de J. Campbell, Anthropologie structurale, de C. Lévi-Strauss, Aspects du mythe, de M. Eliade, y otros muchos que aparecen
referenciados en este volumen), baste traer a colación los trabajos coordinados por Alberto Bernabé y Francesc Casadesús
(Orfeo y la tradición órfica. Un reencuentro, Madrid: Akal, 2008, 2 vol.), por Andrés Pociña y Aurora López (Fedras de ayer y de hoy,
Granada: Universidad de Granada, 2008), o la serie de volúmenes que investigadores como Carmen Morenilla, José Vicente
Bañuls y Francesco de Martino han publicado en la editorial Levante (p. ej., El teatro greco-latino y su recepción en la tradición
occidental, 2007; Teatro y sociedad en la Antigüedad clásica, 2008; Medea istantanea, 2008; Antígona(s): mito y personaje, J.V. Bañuls &
Patricia Crespo eds., 2008). Señalo también el volumen Reescrituras de los mitos en la literatura (Ediciones de la Universidad de
Castilla-La Mancha, 2008), coordinado por Juan Herrero Cecilia y Montserrat Morales Peco. Aprovecho para rendir
homenaje a la ingente labor realizada por Pierre Brunel como coordinador de volúmenes sobre el mito, todos en Éditions
du Rocher: Dictionnaire des mythes littéraires (1988), Dictionnaire des mythes d’aujourd’hui (1999), Dictionnaire de Don Juan (1999),
Dictionnaire des mythes féminins (2002).

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era sensato obviar movimientos de importancia máxima como el romanticismo y el modernismo: a
pesar de la distancia que nos separa de sus premisas, siguen siendo imprescindibles para comprender
algunos signos de nuestra época. De ahí la inclusión de poetas como Shelley, Leopardi, Barbey
d’Aurevilly, Wilde o Stefan George.
No sin razón, algún lector puede airear dudas sobre la pertinencia de denominar “mito” a
Perceval, el tabaco o Anacleto Morones, como ocurre en algunos artículos. Sin reincidir en la
inviabilidad universal de la definición de mito, y sin ánimo de convertir sin más a un caballero andante,
unas hierbas o un aparente santurrón en mitos, más conviene incluirlos –dada su concomitancia con
el Grial, el mundo mítico de los caballeros andantes o el de los hipócritas muertos en olor de santidad–
dentro del proceso de mitificación que afecta a personajes y objetos mediante metonimia o mera
traslación.
Esta precisión da pie para otra de cierta importancia. Aparecen en el volumen alusiones y
referencias sobre la religión cristiana. Dos comentarios se imponen. En lo relativo al Antiguo
Testamento, nada parece más lógico cuando se considera que esta compilación de libros incluye relatos
donde se infiltran con cierta frecuencia mitos de otras religiones circundantes, como es el caso de los
gigantes del Génesis. En lo relativo al Nuevo Testamento, es preciso señalar que Cristo no es un mito:
su nacimiento, muerte y resurrección están históricamente documentados; lo cual no quita para que
su figura sea susceptible de mitificación (p. ej., según la crítica modernista, los apóstoles mitificaron
al Jesús real que ellos habían conocido). En el artículo “Mito moderno y proceso de mitificación” he
mostrado hasta qué punto figuras históricas (Julio César, Napoleón, el Che) han sufrido, si no igual,
semejante proceso de mitificación. La literatura, menos proclive a la representación de esas figuras
en su acontecer histórico que a la de sus mitificaciones, en nada afecta a la autenticidad histórica de
las personas. Aquí solo se habla de literatura.

Síntesis de las contribuciones


El volumen está estructurado en dos partes bien diferenciadas: I. Cuestiones de teoría, II.
Cuestiones prácticas. Esta segunda parte se divide a su vez en tres secciones: 1. Mitos antiguos, 2.
Mitos medievales, 3. Mitos modernos. Cada sección va encuadrada por un estudio teórico: “Mitología
y mitología en el mundo griego” (Carlos García Gual) prepara la lectura de los “Mitos antiguos”,
“Mitología: «hacia» la Edad Media; el sincretismo mitológico” (José Manuel Losada), la de los “Mitos
medievales”, y “Mito moderno y proceso de mitificación” (del mismo), la de los “Mitos modernos”.
En las líneas que siguen pretendo anunciar de modo exageradamente sintético el contenido de los
artículos. En primer lugar emprenderé el resumen de los artículos de teoría, en segundo lugar, de los
de cuestiones prácticas. Conviene advertir que estos últimos no serán expuestos de acuerdo con el
orden de aparición en el volumen, sino en función de lazos íntimos que ellos mismos generan entre
sí debido a su acercamiento metodológico; además de su relación interna, tal exposición obedece al
objetivo de alejar la tentación historicista y de acercar al lector al núcleo del volumen: la recepción
literaria del mito.

Cuestiones de teoría
Carlos García Gual aborda la difícil tarea de definir el mito desde una perspectiva de la historia
de la literatura. Su intento resulta esclarecedor, tanto más cuanto que lo acompaña de explicaciones
sobre los elementos de su definición (relato, tradición, memoria, fin ejemplar, pasado prestigioso) y
de incursiones sobre conceptos fundamentales en la mitocrítica contemporánea (mitema,
mitologema). Prosigue su artículo sobre la historia del mito, terreno en el que este especialista de
filología griega se mueve con soltura: las tragedias de asunto mítico en las diferentes fiestas griegas.

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Concluye con la manida discordia entre mito y logos, que aquí no se resuelve a favor del segundo,
puesto que “el logos no termina de explicar los grandes enigmas de la existencia humana: qué hay
más allá de la muerte, qué sentido tiene vivir”.
Arno Gimber acomete su trabajo sobre el mito y la mitología en el romanticismo alemán desde
una metodología emparentada con la historia de las ideas. Considerando los mitos como expresiones
sintéticas de innumerables experiencias acumuladas por los seres humanos en un proceso psíquico
evolutivo, el profesor Gimber muestra que los románticos alemanes, en su reacción frente a la
alienación del individuo operada por la Revolución Francesa, buscan una nueva mitología. Esta seña
de identidad no implica uniformidad. De igual modo que Schiller lamentaba la pérdida de los dioses
griegos, Herder anhela una adaptación de la mitología a la literatura actual: es preciso inventar una
nueva mitología, nuevos temas, para poder aplicarlos a la historia del pueblo actual. En este sentido
hay que interpretar el Systemprogramm, texto fundacional del Romanticismo alemán. Su posible autor
(Schelling, o Hegel, o Hölderlin), además de criticar al Estado mecánico que resulta de la Revolución
Francesa, profesa la idea del sujeto como medida de la realidad y, lo que es más importante, una idea
de la estética como primera disciplina: esta nueva estética orgánica (no mecánica) permitirá reconciliar
el mundo fragmentado a través de un acto estético que está en la nueva mitología.
Javier del Prado explica, en un primer momento, cómo la crítica literaria conocida como
tematismo recupera el concepto de mito; luego amplia la apuesta a su inserción del tematismo estructural.
Partiendo de los postulados de J.-P. Richard (para quien el tema es un principio concreto de
organización en torno al cual tiene tendencia a constituirse y a desplegarse un mundo), para del Prado,
el mito se presentaría, en un texto determinado, como “forma de la substancia”, asumiendo una
función textual en el interior de la estructuración del mismo, pero desde una perspectiva
esencialmente “formal”. Sin ocultar su renuencia frente a las escuelas críticas que se agotan en las
derivas explicativas autotélicas, del Prado propone estudiar cada mito fuera del “campo mítico” al
que pertenece, con el fin de ver los rasgos morfológicos que permiten su inserción activa en la
estructuración de un texto y captar, posteriormente, su alcance nocional en el interior de esa nueva
estructura. En definitiva, sería preciso demostrar cómo un elemento mítico, conformado en “tema”,
se reinventa en un texto como fuerza dominante de la organización del mismo, simultáneamente en
el nivel de la organización temática y en el de la organización genótica. Merece la pena resaltar dos de
los ejemplos propuestos. En primer lugar, el de la luna roja, diosa de la violencia y de la muerte en las
leyendas del mundo galorrománico, pero invocada en Norma, de Bellini (en una subversión de gran
futuro, cara a la modernidad), como diosa que debe atemperar el furor de los guerreros durante la
batalla. En segundo lugar, el de Fortunata y Jacinta, de Galdós, texto organizado a partir del espacio
mítico del cuerno de la abundancia (encarnado en el personaje de Fortunata) frente al símbolo
burgués de la hermosa esterilidad (Jacinta): el hijo de Fortunata y de Juanito, marido de Jacinta, será
entregado a esta última, compensando así, socialmente, la carencia que la naturaleza le ha impuesto.
La novela se convierte, entonces, en una parábola de la dialéctica entre producción y explotación, propia
del momento histórico en el que nace. Este camino hermenéutico (de la arqueología mítica a la
organización del texto y a su resultante ideológica) salva al mito de un solipsismo erudito estéril y lo
integra en la Historia.
José Manuel Losada procura detectar la relación entre mitología y filosofía a través de dos de
las principales ideologías filosóficas occidentales: la esencialista y la existencialista. En la primera
figuran Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Fichte, Schelling, Hegel; en la segunda, Epicuro,
Gassendi, Diderot, d’Holbach, Locke, Berkeley, Hume, Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger,
Sartre. La confrontación entre ambos bandos se resuelve con una victoria de los existencialistas, como
pone de manifiesto la pujanza que, durante el siglo XX, han conocido el existencialismo propiamente

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dicho, el marxismo, el estructuralismo, el psicoanálisis y la mayoría de los acercamientos en
mitocrítica. Fenómeno curioso: todas estas ideologías (antimíticas, por naturaleza) han visitado los
mitos para refrendar sus postulados, como se puede ver en el ejemplo expuesto, el mito de Edipo: la
progresiva pérdida de la noción del padre, así como el cuestionamiento del significado de la madre,
pervierten las bases sobre las que se asienta la “naturaleza” o esencia humana; la sociedad actual
presenta, a priori, un hombre sin origen (modelo o causa) y sin fin (o proyecto). Consecuencia de esta
paradoja: los existencialismos enfocan los mitos como psicología íntima, como conjunto de relaciones
de oposición e impulsos, como expresión de un ser exclusivamente biológico.
Rosario Scrimieri se extiende sobre el mito desde el acercamiento psicoanalítico de Carl G.
Jung. En clara oposición a las teorías personalistas, represivas y materialistas freudianas (según las
cuales el inconsciente es el lugar donde se reúnen todos los contenidos reprimidos y olvidados por la
conciencia), Jung elabora su teoría del inconsciente colectivo en la que ofrece un diagrama estructural
del alma humana, una premisa de naturaleza “impersonal” y teleológica. Por debajo del inconsciente
personal se encuentra la capa más profunda e innata de los complejos sentimentalmente acentuados
o arquetipos: el tramposo o embaucador, el héroe redentor y el pecador arrepentido son complejos
psicológicos que cristalizan en mitos emparentados con la representación del tránsito de la edad
indiferenciada infantil a la edad de la conciencia adulta, lo que Jung denomina proceso de
individuación. Casos como el del indio azteca Chivantopel / Hiawatha (Miss Miller) o Judas (el abate
Oegger novelado) corroboran esta hipótesis de trabajo. Formulación colectiva del símbolo en un
tiempo dado, el mito se revela así como una preciosa ayuda para la interpretación del significado de
ese símbolo a nivel individual (imagen arquetípica en su proceso de acercamiento y de integración en
la conciencia) y como la formulación colectiva de un proceso simbólico arquetípico. Por extensión,
toda la mitología será una proyección del inconsciente colectivo.
José Antonio Millán opta por estudiar los mitos desde la antropología de René Girard, cuyos
libros principales (Mentira romántica y verdad novelesca, La violencia y lo sagrado, Veo caer a Satanás como un
rayo) exponen su teoría del deseo mimético novelado por Cervantes, Flaubert, Stendhal o
Dostoyevsky (Don Quijote, Madame Bovary, Rojo y Negro, Las memorias del subsuelo, Los poseídos). A partir
del deseo de querer precisamente lo que otros quieren, se comprende mejor el fenómeno de la
violencia generalizada, tanto en las sociedades tradicionales como en las actuales, la estructura del
homicidio fundador y la aparente solución de la violencia en la noción de sacrificio, esto es, la
inmolación de algún individuo o grupo que desempeña el papel de chivo expiatorio, con su
correspondiente perpetuación en el rito. En esta óptica, el mito transmite un acontecimiento cultural
y religioso de orden fundacional, al mismo tiempo que vela u oculta su núcleo constitutivo: la
violencia generalizada y la posterior crisis sacrificial, fenómeno que enmascara su origen mediante el
recurso al chivo expiatorio, con su carácter arbitrario, cruel e injusto, mas, sin embargo, apaciguante.
Daniel Vela primeramente hace un resumen de los estudios sobre la imaginación simbólica
llevados a cabo por Sartre y Bergson, para, seguidamente, detenerse en Finitud y culpabilidad de Paul
Ricœur. El filósofo francés establece tres funciones de los mitos: englobar a la humanidad en su
conjunto en una historia ejemplar (Adán), transmitir una experiencia que, trascendiendo el presente,
vaya desde la perdición hasta la salvación del hombre, y narrar el paso del ser esencial del hombre a
su estado existencial histórico. Según Ricœur, los mitos que más se prestan a este análisis son: la
creación (donación de Dios al hombre y “salvación” de las fuerzas del caos), la caída del hombre
(episodio irracional, sin tiempo histórico ni espacio geográfico) y el alma desterrada (extraviada aquí
en la tierra, hasta su salvación definitiva).
José Manuel Losada, en el artículo teórico que encuadra los mitos medievales, recurre a una
perspectiva fenomenológica. Dos factores fundamentales se observan en los mitos en la Edad Media:

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la distancia vital y el sincretismo religioso. El primer factor explica una característica de la percepción
de los mitos medievales hoy: su mayor “cercanía”, el mayor “compromiso vital” con el que interpelan
al lector actual en comparación con los mitos antiguos. El segundo factor (que ocupa la mayor parte
del trabajo), explica una característica de la vivencia de los fenómenos mitificados: las manifestaciones
de la conciencia mítica medieval ayudan a comprender la nueva configuración mitológica occidental.
El sincretismo religioso, ejemplificado por el Franks Casket (una caja hecha a base de huesos de
ballena, donde conviven varias creencias y mitologías en los albores de la Edad Media), lleva a exponer
la nueva configuración mitológica de Europa occidental (la pervivencia de las antiguas mitologías
grecorromanas, el apogeo del cristianismo y la dramática invasión de los bárbaros), a describir
someramente las creencias principales (celta, cristiana, germana) y analizar la interacción entre ellas a
través de un caso paradigmático (la “vida” del santo) y de un texto literario (El cuento del Grial de
Chrétien de Troyes).
En el artículo teórico que enmarca los mitos modernos, José Manuel Losada sostiene que, de
igual manera que no había razones para buscar una nueva definición de mito en la Edad Media,
tampoco las hay para otra definición en la Edad Moderna. Seguidamente, indaga sobre los elementos
distintivos de los mitos modernos. Junto al mito elegido para este objetivo (Don Juan), el autor escoge
un objeto (el tabaco) como instrumento esclarecedor del proceso de mitificación propio de nuestro
tiempo. El análisis de este proceso exige detenerse en cualidades como lo “extraordinario” y en
manifestaciones como la moda (El pintor de la vida moderna, de Baudelaire) o los medios de
comunicación social que suponen un factor indispensable para la comprensión de la mitificación
moderna, tal y como se pone de manifiesto en el proceso sufrido por innumerables personajes
históricos (Napoleón, Stalin, el Che). Este trabajo lleva de la mano a tres reflexiones sobre la
mitificación simultánea de objetos e individuos históricos. 1. Asistimos a una variación de la tipología
del individuo mitificado: al guerrero, al soberano o al santo le han sucedido el político, el deportista
o el artista. 2. A diferencia de los mitos antiguos y medievales, un personaje histórico moderno
mantiene una relación directa con unos años testimonialmente determinados, pero en tales
circunstancias que la definición general propuesta para el mito no queda invalidada. 3. La distancia
entre los individuos mitificados y la gente es resultado de la dimensión sobrehumana que el pueblo
les aplica, una dimensión o magnitud en clara desproporción con la realidad, lo que los expone a una
de las características más señalables de los mitos contemporáneos: su obsolescencia.

Cuestiones prácticas
Dentro de este apartado, una serie de artículos se ciñen a una metodología más o menos
concreta con el fin de desentrañar el significado de los mitos. A continuación se presentan los trabajos
propios de la historia literaria.
Francisco Molina reproduce Arión, un poema de Zbigniew Herbert, en el que la música del
protagonista ostenta virtudes semejantes a las de Apolo y Orfeo. El artículo investiga las razones de
la elección de este músico, a diferencia de sus predecesores: Arión representa al músico sin ningún
rasgo añadido (excluye una revelación religiosa), incluye la armonía perfecta entre el hombre y el
delfín (uno de los animales que, según habían observado ya los antiguos, mejor comunicación tiene
con el ser humano) y, sobre todo, excluye el final trágico de Orfeo a manos de las ménades: el canto
de Arión termina con una afirmación sin reservas del poder de la música.
Rosa Fernández Urtasun combina este acercamiento de la historia literaria con la hermenéutica
mitológica: procura desentrañar la característica que impregna a todo mito. Por un lado, Ariadna en
Naxos, de Jorge Guillén, a pesar de su aparente narración mítica, subvierte el mito al proponer el
placer del instante como único valor eterno, al tiempo que Teseo, de Víctor Botas, abunda en la

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incapacidad humana para la adopción de actitudes constantes. Por otro, Ejercicios de soledad o Ariadna
del amor, de David Pujante, desciende su heroína a un nivel trivial, pero conserva un carácter de
búsqueda con indiscutible dimensión mítica, de igual modo que Ariadna, de Ángel Petisme, a través
de este paradigma de la mujer sufriente, recuerda que uno de los mayores misterios del ser humano
es el dolor. La conclusión es rica: el mito, aun cuando quede aparentemente subvertido, interpela
porque reaviva la vertiente misteriosa y, en cierto sentido, absoluta, de la naturaleza humana.
Isabelle Marc, tras asentar la relación afectiva que Luis Alberto de Cuenca establece con los
mitos, describe un recorrido por la trayectoria mitológico-poética del autor, construida en torno a un
sujeto proteico que pasa del ocultamiento culturalista de los principios con dominante medievalista
(Los retratos, Elsinore) a la revelación pseudoautobiográfica de libros subsiguientes (La caja de plata,
Señales de humo, La vida en llamas), donde el sujeto lírico adopta los distintos rostros del héroe, adornado
con casco griego, yelmo medieval o sombrero de investigador privado, pero siempre como indagación
sobre los efectos de simbiosis entre contemporaneidad y escritura.
José Miguel Alonso Giráldez recorre el amplio abanico que va desde William Butler Yeats
hasta Seamus Heaney y Bernard O’Donoghue, con la intención de mostrar la evolución operada en
la poesía irlandesa desde los tiempos de su renacer hasta nuestros días. Los miembros del Irish Literary
Revival, con Yeats y Samuel Ferguson a la cabeza, pretenden sacar a la luz la olvidada esencia ancestral
de Irlanda, reedificar la tradición y establecer una identidad; el Grupo de Belfast y Heaney establecen
fuertes lazos con el pasado irlandés, sobre todo a través del carácter mítico de los objetos (restos
encontrados en los pantanos) y de las invasiones vikingas. Frente al procedimiento de Yeats (la
utilización de los grandes nombres de la mitología inglesa –Cuchulain, Fionn mac Cumhaill, Bran),
Heaney incorpora el hecho mítico a la creación de atmósferas poéticas, mientras O’Donoghue hace
que los mitos irlandeses queden, en sus poemas, plenamente imbricados en la vida real.
Ana González-Rivas sigue la evolución de Frankenstein desde la novela de Mary Shelley,
Frankenstein, o el Prometeo moderno, hasta las últimas películas del siglo XX. Muestra de modo patente
cómo la inspiración de diferentes mitos y personajes de la literatura clásica (Prometeo, Pigmalión) y
la bíblica (el Gólem, Adán) puede dar lugar a un texto genuino e innovador. A modo de estratos, cada
nueva producción novelesca, dramatúrgica y cinematográfica funciona como un documento
mitográfico generador de nuevas variantes propias de cada momento, por ejemplo, el miedo a la
sublevación de la tecnología moderna. En mayor medida que en otros casos, se observa más
interacción entre el lenguaje literario y el cinematográfico.
Alicia Nila Martínez Díaz rompe una lanza en favor de la evolución que toma en la literatura
actual el mito vampírico. Al tiempo que expone la evolución del género desde el siglo XVIII (Carmille,
Drácula, etc.), comenta varias obras en las que la “vampirización” del mito del vampiro muestra las
nuevas tendencias, de manera particular en la tetralogía La saga del crepúsculo, de Stephenie Meyer. El
amor entre el vampiro Edward Cullen y la joven humana Bella Swan, más allá de sus tintes
folletinescos, es la transmutación o “domesticación” que sufre el mito del vampiro: esta
“vampirización” supone una transfusión de “verdadera sangre” que renueva sin cesar el género.
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A continuación se resumen los artículos que adoptan metodologías del psicoanálisis, del
estudio tematológico, estructural, temático-estructural y mitocrítico-estructural.
Pilar Andrade plantea tres hipótesis interpretativas del drama psicológico al que se enfrenta
Alcmena en Anfitrión 38 de Jean Giraudoux: Alcmena es solo una parte de un yo que abarca a todos
los personajes del drama, tiene miedo de su propia impotencia ante los deseos del dios, y sufre la
angustia generada ante las expectativas del grupo. La profesora Andrade muestra que la heroína
manifiesta constantemente su intención de oponerse a la fuerza del arquetipo de lo ominoso, de lo

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extraño en el seno de lo familiar. En su lucha interior, la heroína, que no admite amantes, vence:
consigue olvidar la aniquilación inevitable y puntual de la identidad a la que fue sometida por Júpiter.
Borja Mozo Martín parte de un pensamiento de Pascal para establecer una relación entre El
cuento del Grial de Chrétien de Troyes y Un rey sin diversión de Jean Giono. La contemplación de las
gotas de sangre sobre la nieve genera las preguntas fundamentales a las que se enfrenta Giono a lo
largo de sus obras: de igual modo que el rey, privado de diversión, tendría que enfrentarse a su
verdadera condición humana, Giono reconstruye esa toma de conciencia de la miseria humana
mediante una sucesión de “diversiones” que resultan ineficaces mientras el hombre no comulgue con
la naturaleza y con su auténtica esencia humana.
Kevin Alexis García se propone demostrar que la novela Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez,
contiene todos los mitemas necesarios para la constitución del héroe mítico. Eva Duarte de Perón es
un personaje que siente un “llamado”, abandona su vida inicial y, ayudada por un “maestro” o
“despertador”, emprende un “viaje” que amplía su conciencia del mundo para realizar el “cruce del
umbral”, metáfora de la ruptura entre su vida pasada y presente. La heroína inicia la “adquisición de
experiencias” propias de una iniciada, emprende nuevos viajes en la búsqueda de evolución espiritual,
vive “el encuentro” con opositores y benefactores. Finalmente, Eva vive “la experiencia de la noche”
y “la caída o descenso a los infiernos” para terminar resucitando en la mente de su pueblo. Se cumplen
así las tres instancias fundamentales: su transformación en vida como héroe popular, la persecución
de su cadáver como mito susceptible de avivar la insurrección y la búsqueda del escritor por
aprehender su relato.
Marta Guirao indaga, a propósito de El mundo es un pañuelo, de David Lodge, la revisión de los
mitos donde concurren la construcción intertextual, los conceptos bajtinianos de polifonía y carnaval,
y el empleo del “método mítico” de Joyce. En su novela, Lodge subraya los orígenes paganos
precristianos que algunos estudiosos proponen para la leyenda del Grial. Aquí la búsqueda no es
religiosa: el joven Persse busca a Angélica de congreso en congreso y el catedrático Arthur Kingfisher
persigue la cátedra UNESCO de crítica literaria. De una profusión de personajes y motivos salidos de
la tradición prenovelística del romance de caballerías, plenamente dialógicos en su interacción dentro
del texto y su orientación hacia sus fuentes originarias, se llega a la conclusión legítima de la
desaparición del marco hermenéutico fundamental, del trasfondo narrativo sobre el que destacaba el
tejido paródico-intertextual y del paréntesis lúdico del carnaval literario que deja abierto el texto a
nuevos procesos de reescritura e interpretación.
Lourdes Carriedo, a partir de los presupuestos teóricos de Javier del Prado, analiza
minuciosamente en La modificación de Michel Butor los procedimientos literarios de intertextualidad
y de narración especular como poderosos mecanismos de inserción de la substancia mítica. Antihéroe
frente al mítico Eneas, el pusilánime Delmont se encuentra en su viaje de París a Roma en un callejón
sin salida, del que solo le librará la escritura del libro anunciado: la novela constituye así el relato de
su propia génesis.
Francisco Javier Capitán opera su exploración antropológica a partir de las teorías de
antropología mítica de Eliade, Lévi-Strauss y Durand. Su hipótesis es tan sugerente como osada:
Manuscrito hallado en un bolsillo, de Cortázar, es una adaptación del mito de Orfeo. No afirma haberlo
mostrado, pero logra despertar en el lector la duda sobre su hipótesis. Cuando menos, ayuda a
comprender mejor el mito órfico y el cuento del escritor argentino.
José María Suárez comienza su presentación de Olvidado rey Gudú, de Ana Mª Matute, desde la
historia literaria, si bien, tras la exposición del argumento, se introduce por los caminos de
determinadas escuelas de mitocrítica. Presta particular atención a las estructuras que vertebran y
ofrecen un sentido mítico a la obra, cuya trama está sostenida por la redundancia de un obstáculo

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común que ningún héroe es capaz de superar: el abandono de la niñez y el comienzo de la madurez.
La obra reproduce los mecanismos dramáticos y místicos del régimen nocturno del imaginario
estipulado por Durand y desarrollados en torno a la maduración, progresión y regresión.
Contrariamente a lo que cabría esperar de las teorías durandianas, el hallazgo del estudio radica en
que, en este texto, donde las estructuras del héroe olímpico y diurno están latentes, ninguno de los
personajes parece estar dispuesto a aceptarlas, por cuanto esa aceptación incluye la madurez, la toma
de contacto con la identidad del héroe.
María Lucía Puppo examina las “afluencias” del mito de Ofelia con sus resonancias ancestrales
(ninfas, sirenas, ondinas) y su continuidad en la literatura y las artes plásticas, especialmente la
cristalización del mito en el siglo XIX y su perduración en la leyenda de la Desconocida del Sena,
popular en la Europa de primera mitad del siglo XX. A partir de esta relación, la profesora Puppo
rastrea algunas alusiones al mito en la literatura argentina, entre las que se destacan las incluidas en
textos poéticos de Lugones, Storni, Girondo, Pizarnik, Orozco, Biagioni y Gelman. Finalmente,
analiza las tres etapas que presenta la trayectoria de este mito en la narrativa de Julio Cortázar en el
cuento El río, y en las novelas Rayuela y 62 / modelo para armar.
Mariano García ilustra la obra de la uruguaya Marosa di Giorgio a través del clásico ejemplo
de la mantis religiosa (demoníaca por su mimetismo depredador y su canibalismo sexual, religiosa por
su postura y su insólito antropomorfismo). Esta fusión de lo demoníaco y lo religioso se opone a
todo tipo de separación según nuestro razonamiento lógico: las mujeres de Marosa di Giorgio son a
un tiempo mujeres fatales, devoradoras, vírgenes victimizadas en íntima metamorfosis con el mundo
vegetal y animal. Solo Amelia, elegida reina por el pueblo a la muerte del alcalde castrado, pasa de la
historia al tiempo mítico en calidad de Reina Amelia, convirtiéndose en el centro de Yla, donde puede
verlo todo, volviéndose cruel y vengativa aunque, al morir su víctima, ella comienza a extinguirse
lentamente. Leído en clave deleuziana a partir de las tesis de Jung, el texto se presenta como una
transposición fantástica de la entrada de las mujeres en la fertilidad, de los problemas de unas
adolescentes en época de menstruación, filtrados por un imaginario grecolatino y céltico-medieval
que se transfigura a su vez en mito personal moderno.
***
Se ofrece a continuación la síntesis de los artículos que indagan en el significado de los mitos
según diversos acercamientos: político, social, antropológico, ontológico y religioso.
Eusebio de Lorenzo presenta a Prometeo como símbolo individual de la rebelión contra
Júpiter, símbolo colectivo de la tiranía, ilustrado en la célebre caricatura de George Cruikshank de la
masacre de Peterloo. El acierto del artículo consiste en combinar de manera pertinente uno de los
poemas románticos paradigmáticos de la insumisión, Prometeo liberado, con otro, La márcara de la
anarquía, sátira en forma de poema-sueño compuesta con el ánimo de incitar a la sublevación popular.
Laetitia Gañán y Susana García Hiernaux sitúan las obras de Sartre (Las moscas) y de Sastre (El
pan de todos) en su contexto histórico con el fin de facilitar la lectura política que sus autores les
imprimieron. Para el dramaturgo francés, la invasión nazi y el mariscal Pétain han sumido al pueblo
argivo-francés en una política derrotista de arrepentimiento de la que solo Orestes (la resistencia
francesa) es capaz de sacarles aun a costa de su propia vida. Para el dramaturgo español, que no duda
en modificar las pautas griegas, el suicidio de Orestes introduce una subversión psicológica: sin dioses,
ya no hay esperanza de salvación.
Erea Fernández Folgueiras y Sara Santos Hurtado abordan el mito de Antígona, nudo donde
se enlazan conflictos de primera importancia: individuo / Estado, los vivos / los muertos, mujer /
hombre. Su estudio de La hojarasca de Gabriel García Márquez y de Un tiempo para morir de Eric
Bentley desentrañan las razones últimas de un hombre que se empeña, por humanidad, en dar

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sepultura a un muerto universalmente odiado (García Márquez), y de una adolescente que decide,
como muestra de su propia madurez y de amor al tirano, inhumar el cuerpo de su hermano a pesar
de la prohibición real (Eric Bentley).
Marta Fernández Bueno, tras disponer los cimientos sobre los que se asienta una literatura
propia de la República Democrática Alemana, aborda la versión de Heiner Müller sobre la tragedia y
el mito. Su obra Filoctetes es interpretada como una metáfora de la oposición dialéctica entre la razón
de estado (representada por Odiseo) y el individuo opuesto a esa razón (encarnado por Filoctetes),
es decir, un símbolo de la decadencia del individuo en el contexto del estalinismo. Esta interpretación
no está reñida con cierta desvinculación de las coordenadas espacio-temporales presentes: Müller se
eleva a un grado de abstracción superior que permite una identificación de su obra con cuestiones
que atañen a la humanidad entera.
Elicenia Ramírez V. investiga entre las versiones del mito de Inkarri. El nombre de este mito
proviene de la contracción de la palabra quechua “inca” y de la española “rey”. Este mito
poshispánico y andino es cosmogónico y mesiánico. Cuenta el origen divino del rey inca, sus obras y
su legado, hasta, finalmente, su fatal encuentro con el rey español, quien lo captura, decapita y
descuartiza. Sin embargo, según la creencia mítica, su cabeza sigue viva donde está enterrada y su
cuerpo crece como una raíz en la tierra: cuando el cuerpo termine de crecer, Inkarri volverá a la vida
y restaurará su reino. La lectura de la pentalogía La guerra silenciosa de Manuel Scorza, crónica de la
insurrección indígena del siglo XX, ejemplifica este mito: los cabecillas de cada novela se exponen al
fracaso de una colectividad que lucha en desigualdad de condiciones, hasta el punto que el último
líder indígena, Genaro Ledesma, declara que no es suficiente con una conciencia mítica: hace falta
una dirección claramente política, incluso guerrerista.
Karlos Cid Abasolo aborda el contexto sociocultural del País Vasco antes de adentrarse en los
trabajos de algunos antropólogos vascos reivindicadores del mundo antiguo como base de las señas
de identidad de la sociedad vasca contemporánea. En esta literatura, Jean Mirande recrea al dios Ortzi
o Urtzi, referencia al neopaganismo que también aparece en Esteban de Urquiaga. Estos textos
muestran cabalmente que los mitos vascos de la Antigüedad siguen existiendo en la memoria colectiva
de los vascos a través de cuentos viejos, tradiciones e, incluso, la antroponimia. Esta mitología
ancestral no ha de ser confundida con mitos más recientes, tales como Aitor, el patriarca de los vascos,
inventado por el escritor vasco-francés Joseph-Augustin Chaho en la novela La leyenda de Aitor, cuya
creación espúrea no carece de correlatos en la literatura europea: James Mcpherson y Václav Hanka.
Luis Martínez Victorio despliega las notas predominantes de la modernidad victoriana y del
espíritu del Fin de Siglo antes de adentrarse de manera original en dos mitos de particular relevancia:
Dioniso y Narciso. El autor muestra con agudeza que Oscar Wilde (El joven rey, El cumpleaños de la
Infanta) y Walter Pater (Dionisio de Auxerre) proponen desarrollos de esos mitos acordes con una
prematura posmodernidad. En un segundo estudio, el profesor Martínez Victorio aborda cuatro tipos
de mujer asociados a pautas de comportamientos en relación con el paradigma dominante en el Fin
de Siglo (el ángel doméstico, la mujer fatal, la prostituta y la nueva mujer); tipología que sirve de base
para su acercamiento a diversas obras de Oscar Wilde: El crimen de Lord Arthur Savile, El retrato de
Dorian Gray y Salomé. Quizá este segundo artículo podría haber sido incluido en la parte “Mitos
antiguos”; no obstante, dado su enfoque como mujer fatal desde la óptica del Fin de Siglo y la
ampliación del estudio a otros mitos de la sociedad victoriana, ha quedado enmarcado en los “Mitos
modernos”. Su hipótesis es que la mujer fatal y la nueva mujer ponen en evidencia el miedo de la
sociedad victoriana patriarcal a la liberación de la mujer por su potencial tremendamente subversivo
en el orden reinante. Lo excepcional es el recurso a la “remitificación” de la mujer (en su legendaria

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dimensión maligna de mujer fatal), para advertir del peligro que se avecinaba en caso de admitir una
emancipación total.
María del Mar Mañas abarca en su estudio cuatro obras sobre Penélope: Ulises no vuelve, de
Carmen Resino, Las voces de Penélope, de Itzíar Pascual, Polifonía, de Diana de Paco Serrano, y Soy Ulises,
estoy llegando, de Ainhoa Amestoy. Todas ellas “presentan al individuo frente a su mito” en clave
femenina: contraponen los aspectos públicos oficiales, construidos por la tradición literaria del
personaje, a la realidad inmediata, privada del sujeto en su particularidad histórica. Estas piezas
someten a revisión las figuras fundamentales del mito, con clara intención feminista en el caso de
Itzíar Pascual y Diana de Paco, y con voluntad desmitificadora de Ulises en el caso de Carmen Resino
y Ainhoa Amestoy.
Mercedes Aguirre describe con soltura la labor creadora de Jean Tinguely y Niki de Saint
Phalle, que se conjuga armoniosamente en el cíclope de Milly-la Forêt, un monstruo de 22,50 metros
de altura y 300 toneladas de hierro, compuesto por ruedas, poleas, resortes mecánicos, puertas
secretas, un tobogán y una laguna en lo alto. Este conjunto artístico, destinado al disfrute desde su
interior, donde niños y adultos pueden jugar y maravillarse con sus sonidos y movimientos, mover
las bolas y verlas caer en las entrañas metálicas del monstruo, subvierte de algún modo el horror que
inspirara el cíclope a los compañeros de Ulises. El mito se convierte así en experiencia social con una
vertiente lúdica y una vertiente utópica.
Jorge Blas Relaño revela la dimensión social subyacente en la ópera wagneriana, en la que
entronca Sangre de Welsas de Thomas Mann. Esta novela corta tiene una gran relevancia temática: la
transgresión moral encarnada en la historia de los hermanos Aarenhold supone una reactualización
de la tragedia welsunga con idéntica crítica social a la que subyace en la trama del Anillo del Nibelungo.
La unión incestuosa de Siegmund y Sieglinde supone ante todo un acto de diletante rebeldía frente al
ansia de ascensión socioeconómica y en contra de una institución matrimonial pervertida por el poder
del dinero.
Carmen Gómez García describe el proceso de mitificación social operado en la ciudad de
Berlín, desde su enaltecimiento como capital de Prusia hasta la actualidad. El interés del artículo
consiste en identificar el papel que la Moderne (la Modernidad) y el expresionismo han desempeñado
en este cambio, y, sin caer en los tópicos al uso, entroncarlo con la imagen viva, bohemia y babilónica
que hoy domina en el imaginario colectivo de la capital.
Rosa Affatato se adentra en la producción y el epistolario de Federico García Lorca y de Italo
Calvino con el fin de captar la impresión que la ciudad de Nueva York produce a su llegada y durante
su estancia. Esta ciudad, identificada con los sorprendentes rascacielos, que el cine de Charlie Chaplin
(Luces en la ciudad) y de Fritz Lang (Metrópolis) representan bajo aspectos adversos o deslumbrantes,
provoca el rechazo de Lorca (Poeta en Nueva York), que define la ciudad como “símbolo de
sufrimiento” debido a su incapacidad para vivir en la abstracción de la ciudad inmensa, o la
admiración de Calvino (Diario americano), que vive envuelto en un mar de contradicciones frente a la
fascinación de una ciudad mitificada.
Francisco Javier Juez lee la novela de Luan Starova El tiempo de las cabras con ánimo de
desentrañar las razones de la importancia concedida al sintagma que conforma el título: “el tiempo
de las cabras”. Estas palabras envían sin cesar a un tiempo mítico, Edad de oro o Arcadia en Albania.
Aquel entonces significa para el padre, narrador, la “integración” de su familia, venida con la gran
migración por motivos de guerra. El tiempo mítico de las cabras está vinculado al tiempo mítico por
excelencia, la infancia, y su establecimiento en el espacio íntimo de la casa: mentar esas palabras era
como recuperar “el paraíso perdido”. Con ánimo de ilustrarlo, el cabeza de familia recurre a su amplia
“bibliografía” balcánica.

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Danilo Santos López ve en la novela Mapocho de Nona Fernández un proceso de mitificación
de la ciudad de Santiago de Chile. Se centra en el barrio de La Chimba y en una historia familiar que
involucra a un padre, Fausto, que también evoca el mito de la modernidad, a una madre y a sus dos
hijos. El texto de Nona Fernández pretende rescatar la memoria histórica de la ciudad a través de la
mitificación de los espacios que, como La Chimba, eran aledaños a la zona de la fundación original y
que permanecieron en los extramuros de la historia, ligados a la muerte (allí se construyó el
Cementerio General). No en vano, desde la época republicana se había institucionalizado la idea de
la muerte conectada al barrio y al tirano corregidor colonial, Luis de Zañartu, asimilado por muchos
con el demonio.
Laura de la Colina, Alberto Chinchón y Mariano López penetran con agudeza en la
posmodernidad de los mitos a través de la cultura de la imagen. Tras dar por sentada la disolución
del contenido transcendental del héroe antiguo en favor del predominio de la razón instrumental, así
como de la atemporalidad de héroes antiguos en favor de la historicidad de los modernos, exponen
cómo los mitos, cristalización de un orden simbólico indispensable, se adaptan a las nuevas
necesidades. La subversión de la fotografía de Robert Capa (El Miliciano muerto) por el muñeco de
Marcos Vilariño (Cerca de Cerromuriano, 1936), pone de manifiesto la crisis de la construcción del héroe
de la modernidad. La búsqueda esencial de un yo heroico queda desestabilizada por la reflexión
posmoderna, que implica ora la pérdida del referente, ora la hibridación de signos, ora, en fin, el
carácter fragmentario del sujeto. Ejemplos del Che, de Marilyn o de iconos de la cultura popular
subrayan el desplazamiento del autor y del sujeto hacia la firma-marca, al tiempo que ponen en
evidencia la lógica del consumo mercantilista que absorbe a todo lo susceptible de cosificación. La
nueva versión del héroe posibilita que cualquiera pueda serlo, siempre y cuando responda a la lógica
imperante en la sociedad de consumo, es decir, se articule a modo de contenedor vacío sobre el que
puede volcarse la historia mitológica, lo que produce un nuevo Olimpo lleno de “bellos” rostros que
han escamoteado su relato heroico.
Cristina Coriasso empareja cuatro textos de Sobre la naturaleza de las cosas de Lucrecio con dos
Obritas morales de Leopardi. En concordancia con el escritor latino (símbolo de desmitificación
romana pero también de refutación del pesimismo trágico), Leopardi asume, además del empeño
desmitificador, la propia incapacidad de construir un sistema sólido para la vida práctica. Además de
la exposición sobre el tradicional conflicto mito / logos, la novedad del artículo radica en la pertinencia
de esta semejanza entre ambos autores a partir de los mitos cosmogónicos.
Guadalupe Arbona y Esther Navío, tras un agudo resumen del tratamiento de los mitos en la
obra de Torrente Ballester y Antonio Prieto, se adentran en Las mocedades de Ulises, de Álvaro
Cunqueiro, que toma la “energía reveladora” del relato homérico para encontrar una respuesta a sus
necesidades y perplejidades. Su fusión de mitos clásicos con otros medievales o los de su Galicia natal
va encaminada a encontrar “un atisbo de verdad” a través de la fantasía mítica. Curiosa fusión también
entre diversión y hermenéutica: para Cunqueiro, el ocio de la escritura se funde con la búsqueda del
“secreto profundo de la vida”.
Patricia Martínez se adhiere a la teoría de los mitos del poeta y crítico Bonnefoy: un modo de
pensamiento por “figura”, no por “concepto”, que permite aprehender un objeto en su totalidad,
inasible para las categorías del pensamiento conceptual o analítico. La práctica de esta teoría se
sustenta en dos trabajos, uno de crítica sobre La irrisión de Ceres, del pintor Adam Elsheimer, en el que
Bonnefoy integra a la Ceres del cuadro de Elsheimer en su propia experiencia existencial y poética, y
otro de poesía en el poema La casa natal, del mismo Bonnefoy, que significa el “despertar” del sujeto
poético a la carencia originaria y la redención del otro (la diosa Ceres, el niño burlón) en un acto de
pura compasión.

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Rosa Affatato pone en paralelo El caballero inexistente de Italo Calvino con El cuento del Grial de
Chrétien de Troyes. Su objetivo es mostrar, a través de la subversión irónica del escritor italiano, que
la afabulación moderna tiene nuevas formas de explicar y cambiar el mundo. “A existir también se
aprende”: el final malogrado de Agilulfo muestra la imperiosa necesidad de buscar sin tregua para
seguir existiendo.
María Luisa Guerrero expone las características principales de los ángeles según la tradición
bíblica y parabíblica con el objeto de confrontarlas a un texto problemático: Un cura casado de Barbey
d’Aurevilly. En esta novela se observa cómo el carácter intermediador de los ángeles puede fracasar
cuando falta la cooperación humana: Calixte, “encarnación angélica”, no consigue la conversión de
su padre.
Carmen Gómez García introduce a Stefan George en este tipo de percepción religiosa del
mito, si bien incluye la variante del ritual y de la equiparación, habitual en numerosos poetas de su
época, entre ética y estética. El poeta renano equipara no solo mitología con poesía y religión, sino
también con un ritual confeccionado en torno a un nuevo dios, Maximin, escogido y creado por él
mismo entre uno de sus discípulos. Ahora bien, el referente ya no es el ángel, como en Barbey
d’Aurevilly, sino Dioniso, fuerza vital y dios de la luz en forma de niño.
Hugo Martínez Rodríguez aborda con inteligencia El hombre que fue Jueves de Chesterton a la luz
del Libro de Job de la Biblia. El personaje del Antiguo Testamento se pregunta por qué sufre el justo,
quiere saber por qué de pronto Dios se ha vuelto hostil y extraño. En la novela policiaca del inglés,
Gabriel Syme es objeto de la “epifanía comunitaria” que le revela un valor insospechado frente al mal
de una sociedad corrompida. No comprenderá todo, pero comprenderá lo esencial. En esto se
asemeja a Job, que aprende la necesidad de renunciar a una explicación del mundo a su medida, única
manera de seguir creyendo y confiando en Dios.
Silvia Ruiz Otero penetra en el mundo de las relaciones sexuales y su relación con la religión
desde el contexto de la religiosidad popular en el cuento Anacleto Morones de Juan Rulfo. Cuadro
sarcástico de fanatismo religioso, superstición y milagrería que degrada a los personajes y,
simultáneamente, reivindica el derecho a creer en algo: en la mentira de una santería artificial.
Anacleto Morones, el muerto siempre presente a lo largo de todo el relato, es un individuo que, de
santero, pasa a ser santo, al menos en el imaginario mitificador de las mujeres del pueblo, en plena
oposición con su hipocresía y erotismo desenfrenado.

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