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Elton HONORES. La civilización del horror. El relato de terror en el Perú.

Lima: Editorial Agalma, 2014; 165 p.


(ISBN: 978-612-46776-1-8)

Uno de los aspectos menos trabajados, desde el campo académico literario


peruano, es el estudio de la narrativa fantástica. Y dentro de ese tipo de discurso:
la narrativa de terror. Así, la prosa de terror tiene un doble estatuto de
marginalidad dentro de los estudios de la literatura nacional: en primer lugar, es
marginal por pertenecer a la tradición fantástica, cuyo estudio sistemático recién
fue iniciado en el 2010, también por Elton Honores, con la publicación de su
ensayo Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana, donde analiza
los semblantes fantásticos en el contexto literario de la segunda mitad del siglo
XX; y, en segundo lugar, por los elementos macabros que implica esta narrativa,
percibidos como negativos o poco educativos, por lo que el terror –en el mejor de
los casos– acaba estigmatizándose como “literatura de evasión”, es decir, el
terror es visto como una ficción que aleja al lector de los problemas reales de la
sociedad: pobreza, injusticia, violencia. Sin embargo, mediante el terror también
pueden refractarse las tensiones ideológicas, políticas y sociales de una época.
Los miedos individuales son expresión de los miedos sociales, colectivos, que
están simbolizados en el horror al otro, en el miedo a lo monstruoso, al desborde
de la razón, o a la incapacidad del ser humano de poder controlar la realidad.
Esta es la hipótesis general de La civilización del horror: intentar comprobar que
los relatos de terror no son sólo simples instrumentos de divertimento y evasión
sino que constituyen el vivo espejo de los temores colectivos e históricos de la
sociedad peruana.

El libro del Honores, para constatar su conjetura inicial, se divide en tres


apartados. En el primero hace un recorrido catalógico por las principales
definiciones del terror, el miedo y el horror, homologando los dos primeros
conceptos, para luego explicar que el miedo (o el terror) es un efecto mental de
algún elemento de la realidad, expresado en el atisbo de lo informe, lo
desconocido, lo monstruoso, la sensación de algo que acecha o la fatalidad
próxima a cumplirse, el miedo es el momento previo a la irrupción de lo imposible
que provoca pavor (características que no deben confundirse con la angustia,
pues esta, en cambio, no responde a ningún factor real sino que es imaginaria,
no tiene asidero en la realidad, y si bien el miedo se ubica en un orden

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psicológico, este más bien apunta a la materialidad del hecho posible). El horror,
en cambio, es una reacción física frente a aquello que ya no es sólo una
posibilidad, sino que se manifiesta y adquiere una dimensión real, y que en
extremo puede representarse bajo las formas de lo grotesco, de lo asqueroso.
Ahora bien, tanto las ficciones del terror como las del horror se verán articuladas
por un eje principal: la muerte, núcleo que determinará las distintas
representaciones de lo prohibido y lo enajenante.

Luego de esta delimitación conceptual, Honores revisa dos líneas que


teorizan el terror literario: la primera tesis, defendida por escritores como H. P.
Lovecraft, Stephen King y Bertoldo Cárdenas, conecta al miedo con un
sentimiento atávico, ancestral, es decir, es un remanente de lo imaginario popular
arraigado en la sociedad; la segunda vertiente (defendida por los autores Roger
Caillois y C. E. Feiling), define al terror como una construcción propiamente
ficcional, es decir, como un discurso que posee estrategias propias y puede
cumplir una función catártica y –a la vez– estética.

El autor también observa puntualmente que la gran influencia de la tradición


literaria norteamericana (Edgar Allan Poe, Lovecraft y posteriormente King)
permitirá el desarrollo del terror literario en países hispanohablantes. En el caso
peruano, debido a los efectos de los tres siglos de imposición colonial, las
características de esta literatura se orientarán a la representación de casos
religiosos, en donde se apela a figuras como lo demoníaco, el mal, la culpa y el
pecado. Las malas acciones y sus efectos (usualmente la muerte) se engarzan
en una secuencia lógica basada en las transgresiones de las normas colectivas.

En el segundo capítulo, el autor se refiere a las formas temáticas del terror


en el imaginario popular peruano. Aquí resalta un elemento articulador sobre el
cual se orientarán los espantos de la narrativa de terror: el otro, entendido como
la alteridad radical, pues se distingue, en su identidad y naturaleza, del sujeto
instalado en el centro de la realidad. Este otro cultural (donde se incluye a entes
exógenos al orden social soberano: como el indio, la mujer, el negro, el loco, el
homosexual, etcétera) y el espacio físico y natural (usualmente el escenario
serrano o amazónico), generan una apertura que posibilita la aparición de formas
irracionales (seres sobrenaturales, animas malditas) que permiten que lo
fantástico y lo terrorífico irrumpan en escena. Es decir, en términos espaciales, el

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terror aparece cuando hay un desplazamiento del centro social urbano,
“civilizado”, hacia el “no civilizado” o bárbaro, esto es: de Lima hacia las
provincias, o desde las zonas ribereñas hacia la espesura del bosque selvático
(de ahí que Honores, con la intensión de cotejar el exotismo con el que se trata a
las culturas “salvajes”, analice brevemente mitologías y leyendas de la sierra y la
Amazonía, donde brotan monstruos como el chullachaqui o el Tunchi).

Por otra parte, la alteridad también se expresa en el miedo social hacia la


mujer, vista como encarnación de lo demoníaco. Desde la perspectiva de la
sociedad patriarcal, la mujer es agente del mal y por lo tanto de lo negativo. El
prejuicio contra ellas es una forma de reprimir el poder que poseen (o que
pueden llegar a poseer) en la sociedad. El cuerpo femenino no es sólo un
instrumento de goce, sino que es una puerta para el pecado, el horror y la
muerte. Este tratamiento particular, en el caso peruano, alude nuevamente al
pasado colonial, con valores y miedos impuestos mediante la religión. Así, en el
terror sexual se activa el terror religioso, pues es el pasado histórico el que
genera terror en el presente, un pasado que se actualiza por la memoria social
compartida.

El último capítulo del libro de Honores se encamina a la explicación,


mediante casos específicos, de ciertos tópicos del terror peruano y su proximidad
a contextos sociales determinados. Como se mencionó en líneas más arriba, las
direcciones temáticas tratadas por autores nacionales provienen de la tradición
norteamericana, pero estos no son sólo copias de lo extranjero, sino que logran
consolidar creaciones individuales en las cuales subyacen problemas reales de la
sociedad peruana (crítica a la burguesía, a la pérdida de valores sociales y a la
modernización urbana, crisis de identidad, etcétera). Así, tomando como punto de
partida ciertos textos de narrativa peruana, el autor mencionará una breve lista de
temas y las particulares connotaciones sociales que cada uno refleja: el primero,
la joven mujer muerta (mencionada a partir de la novela corta Morx ex vita de
Clemente Palma), remite tanto a la narrativa oral (leyendas urbanas: “La llorona”)
como al paradigma de Poe, y facilita al narrador la crítica del rol de la burguesía
limeña (en el caso de Palma, se debate la credulidad de la clase alta); el segundo
es la imposición de la religión católica (referida a partir del relato “Trágica
imitación” de Eduardo Ribeyro), el cual genera un discurso y una retórica del

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terror desde la plataforma del pecado, el infierno y el demonio, y opera como una
denuncia del fracaso de los valores tradicionales; el tercer tema es la figura del
monstruo (idea ubicada desde el texto El club monsters. Revelaciones de la
Arequipa oculta de Pablo Nicoli Segura), y que se asocia a los primeros contactos
entre el hombre europeo y la cultura americana, pues lo monstruoso implica la
inclusión de lo impuro y en términos simbólicos problematiza la noción de
identidad; y, finalmente, el cuarto asunto es el miedo al futuro (que parte de las
reflexiones sobre el relato “La reina madre” de José Güich), y que patentiza la
proyección de una suspicacia con respecto al devenir apocalíptico y distópico. De
esta forma, a partir de estos hechos literarios singulares, Honores liga las
expresiones del miedo en la narrativa de lo fantástico con las preocupaciones
existenciales y sociales de la realidad imperante.

En general, el texto de Honores se orienta a la revisión taxonómica de


nociones y teorías vinculadas al terror. El problema es que las nociones primarias
que toma a consideración no hallan diálogo vinculante con el análisis de los
textos. A diferencia de su trabajo previo (el ya mentado estudio Mundos
imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana), el autor no logra la
sistematización de los tópicos mediante una red de interacciones, sino que se
centra en la elaboración de conglomerados de temas: agrupa y separa, divide y
selecciona, con el fin de que su modelo operativo de análisis encaje con los
relatos de narrativa peruana. Aquel modelo es fácilmente visible: describir el
relato en cuestión, analizar las isotopías en el texto, agruparlas en alguno de los
conjuntos temáticos mencionados en apartados anteriores y vincular ese
apartado con cierta problemática social de la época. Es decir, se busca
comprobar la hipótesis mayor a partir de casos. Al parecer, las situaciones
presentadas, por medio de un proceso de inducción, deben bastar para dar
cuenta de la tesis global del autor, quien no está intentando planificar un proyecto
macroestructural sobre relato de terror, sino que intenta aglutinar ciertos
elementos dentro de un sumario de temas.

Probablemente, el desliz del autor recae en el titánico esfuerzo de recopilar


y administrar textos de tan diversos tiempos y de tan variadas tradiciones (relatos
orales, mitos, textos escritos de influencia modernista, entre otros). En su trabajo
previo, Honores se centró en discutir propuestas de lo fantástico desde el

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parámetro del urbanismo literario del cincuenta y el sesenta (focalizándose en
autores como Luis Loayza y Edgardo Rivera Martínez), intervalo espacial y
temporal mucho más accesible, pues sólo era necesario concentrarse en ciertos
márgenes coyunturales, muy útiles para concatenar las posturas ideológicas,
sociales y políticas con las teorías de lo fantástico (de Todorov, Harry Belevan y
otros). La selección histórica permitía ubicar un plan de acción en los textos, en
cambio, el pretender explicar el concepto del terror en la tradición peruana –de
manera total, sin especificidad alguna– escapa a las ambiciones analíticas
iniciales, el almacenar datos y sistematizarlos en cadenas de significantes
constituye una tarea en extremo complicada, por lo que el autor se ahoga en su
propia tesis. La amplitud del tema es su contratiempo.

Sin embargo, el impreciso marco de análisis no es el único problema al que


se enfrenta Honores, pues la misma marginalidad de la literatura fantástica y de
terror constituye otra enorme tara al momento de realizar una interpretación. La
falta de estudios previos es un obstáculo más al que el autor debe hacer frente.
La odisea de proyectar un acercamiento a un tema tan complejo como la
ubicación de una tradición literaria (y que previamente sólo ha tenido
indagaciones parcializadas y endebles) erige un agujero profundo en el proceso
de periodificación y planificación hermenéutica. Es por eso que, si bien el texto de
Honores presenta fallas en su composición, debe reconocérsele el intento de
abarcar –e inaugurar– un nuevo campo de estudios: el análisis del relato de terror
y del relato fantástico. Es palmario que uno de los objetivos de Honores es abrir
una nueva línea de investigación que reflexione sobre las implicancias del terror
en narrativa peruana, tal como ocurre en otros países (principalmente en México,
donde en las últimas dos décadas han aparecido una serie de tesis –presentadas
en la UNAM– que abordan el tema de lo terrorífico en la literatura y en el cine).
En ese sentido un fin del trabajo presentado por Honores, con sus limitaciones
argumentales, es principiar el camino para estudios posteriores. El autor sólo
trata de presentar los elementos del terror en la narrativa del Perú, ya queda en la
disposición de futuros investigadores ordenar en mejores y más consistentes
sistemas este género aún separado de las clásicas concepciones literarias.

José Alfredo Huali Acho


Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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