Está en la página 1de 9

1

TITULO: Hume y el empirismo


OBJETIVOS: Comprender la crítica que se realiza desde el empirismo hacia el
racionalismo. Comprender la importancia del análisis que realiza Hume a la idea de YO
o ALMA.
PREGUNTA: ¿Qué quiere analizar Hume?
RESPUESTA: quiere analizar el conocimiento humano, y mostrar que más allá de los
datos inmediatos (impresiones) que llegan a nuestra conciencia, dicho conocimiento
parece dudoso.
CONTENIDOS DE LA UNIDAD: Definición del empirismo. Definición de ideas e
impresiones. Crítica a la idea de YO.
PALABRAS CLAVES: Empirismo. Percepciones. Impresiones. Ideas. YO

IMPORTANTE
En esta unidad se desarrollará la doctrina de conocimiento llamada Empirismo. A
partir de dicho desarrollo se verá la diferencia con el racionalismo, además de la
crítica que le realiza a esta corriente filosófica que quiere conocer absolutamente
todo desde la razón únicamente.
Veremos también en qué consiste para Hume el conocimiento. Dónde comienza y
cuáles son sus límites. En síntesis, veremos el otro extremo de la tensión:
racionalismo/empirismo.

La perspectiva filosófica de David Hume


David Hume nació en Edimburgo en 1711 y murió en 1776. Entre sus
influencias más destacadas están John Locke (1632/1704) y George Berkeley
(1685/1753). Hume pertenece a la tradición empirista de la filosofía inglesa que, a
diferencia de la filosofía racionalista (Descartes, por ejemplo), tiene una preocupación
menor por cuestiones metafísicas, dándole primacía a la experiencia sensible.
Ahora bien: ¿qué significa participar de la tradición que sustenta la corriente
empirista del conocimiento? Primero, participar de la premisa de que todo conocimiento
tiene su naturaleza o se origina en la experiencia, y en particular en la experiencia de los
sentidos, en la experiencia sensible. En segundo lugar, significa estar de acuerdo con la
opinión de que todo conocimiento debe ser justificado recurriendo a los sentidos. Al
primer aspecto se lo ha llamado, en algunas oportunidades, “psicológico” y al segundo,
“epistemológico”. Al mismo tiempo se mantuvo la creencia que afirmaba que no sólo el
2

conocimiento se adquiere mediante la experiencia y se justifica o valida a partir de ella,


sino también de que no hay otra realidad más allá de aquella a la que se accede
mediante los sentidos. Esta afirmación, inscrita en el denominado naturalismo, pone en
duda determinadas realidades metafísicas inaccesibles a los sentidos, como por ejemplo
Dios, alma, ideas platónicas, la existencia de una substancia o cosa, como una realidad
última que se mantiene idéntica y permanente, o el “yo”, el cual se mantendría constante
a pesar de las alteraciones anímicas como la tristeza o la alegría.
Para Hume, en cambio, la única realidad la constituyen las impresiones, que
serían las percepciones o contenidos de conciencia que recibimos de forma inmediata
por los sentidos. Mientras que a las percepciones que no son inmediatas –por ejemplo,
algo que no está presente, que no es actual– las apoda ideas. Antes de comenzar a
analizar las diferencias que existen entre ambas subrayemos que para John Locke
(1632/1704), empirista como Hume, venimos al mundo como una “tabula rasa”, como
un pizarrón en blanco, y en la medida que vamos adquiriendo “experiencias” ese
pizarrón se va completando. En cambio, para el racionalismo venimos con algunos
conocimientos desde el nacimiento, con las llamadas ideas innatas.
Una vez formulada esta diferencia entre racionalismo y empirismo, en función
de volver a las mencionadas nociones de impresiones e ideas, veamos cuáles serían los
presupuestos teóricos de los cuales parte Hume:
“Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases distintas,
que denominaré IMPRESIONES e IDEAS. La diferencia entre ambas consiste en los
grados de fuerza y vivacidad con que inciden sobre la mente y se abren camino en
nuestro pensamiento o conciencia. A las percepciones que entran con mayor fuerza y
violencia las podemos denominar impresiones; e incluyo bajo este nombre todas
nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el
alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y
razonamos” (Hume, 1984, p. 87).
En principio, vemos que las percepciones –que podríamos definir como todo
contenido de la conciencia– varían según su grado de fortaleza o de violencia. Así, las
percepciones más débiles o ideas son copias de las percepciones fuertes o impresiones.
No es lo mismo estar sintiendo un dolor que recordarlo; tampoco lo es imaginar un
estado de bienestar cualquiera que atravesar dicho estado. Esto nos lleva a decir que
toda idea a la base requiere de una impresión. A su vez señalará Hume que las
impresiones las podemos clasificar en impresiones de la sensación e impresiones de la
3

reflexión. Las primeras provienen de los sentidos externos (tacto, oído, etc.) y están
referidas al mundo exterior. Un ejemplo de éstas sería un olor, un sabor, un ruido. En
cambio, las segundas, las impresiones de la reflexión, o capacidad de la mente para
percibirse a sí misma, hacen referencia a nuestro mundo interior. Una impresión de la
reflexión sería la situación de alegría que me embarga en este instante.
Ahora bien, en base a estas primeras descripciones parece sencillo percibir que
el recuerdo y la imaginación no son estados originarios sino derivados. Es decir,
recuerdo o imagino en base a una impresión que ya he tenido. No es lo mismo el placer
o el júbilo que experimenté en las vacaciones propiamente dichas, es decir en el
presente de dicha estadía, que el relato que haga luego, en un futuro, acerca de la
vivencia pasada de ese placer o júbilo. Como vemos, la idea (que sería lo derivado)
pierde intensidad, palidece frente a la impresión (que sería lo original). En cambio, las
impresiones, o podríamos decir el material primario de nuestro conocimiento
procedente de la sensibilidad, siempre son actuales, vivaces, directas. Las impresiones
tienen mayor fuerza, las ideas son más débiles.
Ideas compuestas y su formación.
Pasemos a hacer algunas precisiones a partir de la clasificación que realiza
Hume de las impresiones y de las ideas en simples o compuestas (complejas). La
diferencia radica en el hecho de que las primeras no pueden descomponerse en unidades
más simples, mientras que las segundas sí. Así, un color, tanto como impresión o idea,
es simple, mientras que una fruta como la naranja, tanto como impresión o idea, es
compuesta, pues es factible descomponerla en elementos más simples. En efecto, una
naranja posee olor, textura, sabor, color.
Ahora bien, cómo se formarían las ideas más complejas si a ello sumamos la
afirmación de Hume de que toda idea deriva de una impresión. Para Hume, las ideas
compuestas se forman por medio de agrupación o combinación de ideas simples, por
medio de la “asociación” de ideas simples. ¿Qué significa esto? Tomemos la idea de
centauro, idea cuyo alejamiento de una percepción originaria o impresión, es obvia. Sin
embargo, esta idea se formó de una combinación o asociación que realiza el espíritu. De
modo que el espíritu mezcla o compone, divide o une las ideas simples. Lo hace
mediante la asociación de ideas simples que sigue tres principios o reglas denominadas
leyes de asociación de las ideas: semejanza, contigüidad y causa y efecto. Hume las
explica de este modo:
4

“Creo que nadie dudará de que estos principios sirven para conectar ideas. Un
cuadro conduce nuestros pensamientos hacia el original [semejanza]; cuando se
menciona un departamento de un edificio naturalmente se sugiere una conversación o
una pregunta acerca de los otros [contigüidad]; y si pensamos en una herida apenas
podemos evitar que nuestra reflexión se refiera al dolor consiguiente [causa y efecto]
(Hume, 1988, p. 58).
Una vez anunciadas dichas leyes de asociación o combinación, lo cual nos
permite comprender cómo se forma en nosotros, con la sola impresión, las ideas más
complejas, estamos en condiciones de presentar dos argumentos para dar razón de que
aún nuestras ideas más débiles copian a las percepciones más intensas. El caso de la
idea de Dios podría servir de ejemplo para observar que aún las ideas más compuestas
se apoyan en ideas débiles copiadas de una impresión anterior. Si bien nunca pudimos
haber tenido la impresión de Dios, sí es factible tener frente a nosotros la presencia de
un hombre bueno, sabio, bello, y elevadas esas cualidades al infinito se hace viable
representarnos la idea de Dios. El segundo argumento va a remitirse a asegurar que la
carencia de una impresión hace imposible la formación de una idea. Es decir, si alguien
de nacimiento nació sordo, no podrá formarse la idea del sonido agudo o grave. En
efecto, si la impresión falta, la idea también, pues, recordemos que toda idea deriva de
una impresión, pues la pregunta siempre vigente para Hume es “¿de qué impresión se
deriva la supuesta idea?” (Hume, 1988, p. 37).
En virtud de lo expuesto se abre la pregunta de ¿cuándo una idea tendría
validez? Se podría inferir que una idea tendrá realidad o, en otros términos, será válida
objetivamente cuando copie exactamente a la impresión, es decir, cuando concuerde con
la impresión. La idea de centauro no sería válida debido a que no hay impresión de
caballo y hombre a un mismo tiempo o a la vez. En este sentido, la ausencia de dicha
impresión indica que la idea carece de validez, no es objetiva. Aceptar estas aserciones
implica inmediatamente que nos preguntemos qué sucedería, para el empirismo que
representa Hume, con las ideas compuestas de causalidad, de substancia o cosa y de yo
o alma, ya que estas son ideas esenciales para la postura racionalista. Revisemos una de
ellas, tan atinente a estudiantes de Psicología.
Crítica de la idea de yo o alma
De las tres ideas, vamos a hacer el recorrido analítico de una de ellas: la idea de
yo o alma. Para ello, a continuación, iremos transcribiendo un extenso párrafo que se
encuentra en el Tratado de la naturaleza humana, más precisamente en el libro I, parte
5

IV, sección VI, titulado De la identidad personal. En él Hume examina la idea del yo,
llevándonos a distintos tipos de controversias:
“Algunos filósofos se figuran que lo que llamamos nuestro YO es algo de lo que
en todo momento somos íntimamente conscientes; que sentimos su existencia y su
continuidad en la existencia, y que, más allá, de la evidencia de una demostración,
sabemos con certeza de su perfecta identidad y simplicidad. La sensación más intensa,
la más violenta pasión, en vez de distraernos de esa contemplación –dicen– lo único que
hacen es inculcarla con mayor intensidad, y llevarnos a advertir la influencia que tienen
sobre el yo, sea por dolor o por placer. Querer aducir más pruebas sería debilitar su
evidencia, pues no existe prueba derivable de un hecho de la que podamos ser tan
íntimamente conscientes, ni queda nada de que podamos estar seguros si dudamos de
nuestro propio yo” (Hume, 1984, p. 397).
Quizá la certeza de Descartes del yo como intuición que tengo de mí mismo –de
un yo que existe realmente como cosa pensante, que se mantiene como una cosa o
substancia permanente e idéntica a sí misma a través de todos los cambios– pareciera
caer desplomada frente a la argumentación expresada por Hume. Es decir, no habría
evidencia alguna de nuestro yo, carecería de realidad, pues para él no parece haber
ninguna impresión del yo, o de esa substancia psíquica, más si recordamos que en Hume
realidad es sinónimo de impresión. Hay impresiones de los “accidentes” del yo,
(tristeza, alegría, angustia), pero no del yo. Continuando su examen agrega:
“¿de qué impresión podría derivarse esta idea [de yo]? Es imposible contestar a
esto sin llegar a una contradicción y a un absurdo manifiesto. Y, sin embargo, esta es
una pregunta que habría necesariamente que contestar si lo que queremos es que la idea
del yo sea clara e inteligible. Tiene que haber una impresión que dé origen a cada idea
real. Pero el yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que
nuestras distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresión que
origine la idea del yo, esa impresión deberá seguir siendo invariablemente idéntica
durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe
ninguna impresión que sea constante e invariable. Dolor y placer, tristeza y alegría,
pasiones y sensaciones se suceden una tras otra, y nunca existen todas al mismo tiempo.
Luego la de idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco
de ninguna otra. Y en consecuencia no existe tal idea” (Hume, 1984, p. 397).
El yo o alma en este sentido no sería un soporte de los estados psíquicos o
accidentes del alma. Es decir, estos estados psíquicos (la angustia, la tristeza, la alegría)
6

no se “apoyarían” en algo llamado yo, como si éste permaneciese estable e idéntico con
los cambios de los estados anímicos, como si debajo de dichos estados de ánimos habría
un “algo” simple y siempre idéntico a sí mismo que nombramos con el término yo.
Término que haría referencia a una entidad existente, un yo como garantía ontológica.
Es decir, mientras que la tristeza, la alegría y las diferentes pasiones y sensaciones se
sucederían discrecionalmente habría un ser que estaría siempre garantizando el asiento
estable de aquellos estados. Sigue Hume:
En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo
mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o
frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí
mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la
percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un
sueño profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y
puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran
suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la
descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que
no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada. Si tras una
reflexión seria y libre de prejuicios hay alguien que piense que él tiene una noción
diferente de sí mismo, tengo que confesar que ya no puedo seguirle en sus
razonamientos. Todo lo que puedo concederle es que él puede estar tan en su derecho
como yo, y que ambos somos esencialmente diferentes en este particular. Es posible que
él pueda percibir algo simple y continuo a lo que llama su yo, pero yo sé con certeza que
en mí no existe tal principio” (Hume, 1984, p. 397).
Recordemos que una idea tendrá validez cuando le corresponda una impresión
semejante, si ésta faltase, la idea carecía de objetividad. A raíz de esto podríamos
preguntar: ¿qué impresión tenemos de nuestro yo?, o, ¿cómo es ese yo? Inmediatamente
caeríamos en la cuenta de que si bien tenemos impresión de nuestra tristeza o de la
alegría que estoy viviendo en este preciso instante como percepciones discontinuas y
perecederas, no tenemos ninguna impresión de nuestro yo, el cual sólo parece
presentarse “disfrazado” de alguno de los estados psíquicos. Pensemos un segundo, y
reflexionemos acerca de qué pasaría si nuestros estados psíquicos desapareciesen en su
totalidad (la angustia, la alegría, el aburrimiento, la tristeza): ¿seríamos capaces de
asegurar la existencia de un yo? Es decir, quedaría “en pie” una cosa o substancia
llamada “yo”, sostén de los diferentes accidentes. ¿Tengo impresión de esa cosa llamada
7

yo? O, reiteramos, solamente tenemos impresión de esos accidentes del yo o alma:


tristeza, aburrimiento, etc. Parece esto bastante cierto si hiciésemos la experiencia de
pensarnos libres de estados psíquicos, veríamos entonces que del yo no tendríamos
ninguna impresión, ya que éste se presentaría como algo diferentes a esos estados
psíquicos particulares, y, sin embargo, por más que busque, ninguna impresión aparece
de mí mismo, ninguna impresión por fuera de aquellos estados. En fin, la duda acerca de
la existencia del yo crece y se materializa en esta crítica humeana. Así lo que llamamos
yo es sólo la creencia de un soporte en el que se despliega una sucesión vertiginosa de
estados anímicos. Por eso parece anunciar que “dejando a un lado a algunos metafísicos
de esta clase, puedo aventurarme a afirmar que todos los demás seres humanos no son
sino un haz o colección de percepciones diferentes, que se suceden entre sí con rapidez
inconcebible y están en un perpetuo flujo y movimiento” (Hume, 1984, p. 397).
¿Cómo se forma esta idea de un yo? Podríamos decir que el hábito nos conduce
a la creencia de que ese flujo de estados psíquicos que se suceden con vertiginosidad se
encuentra unido por una cosa que llamamos yo. Es decir que habría algo permanente,
siempre idéntico que sería el soporte donde se apoyarían las impresiones de la reflexión.
Suponemos un algo constante, pero sólo tenemos, desde las indagaciones de Hume,
percepciones de impresiones simples. La idea de yo no derivaría de ninguna impresión,
pues sólo se tienen impresiones de alegría, de tristeza, angustia, pero ninguna impresión
de lo que llamamos yo.

PREGUNTAS:
Indicar si las siguientes afirmaciones son Verdaderas o Falsas
1) Hume en sus análisis va a proponer, para ser más preciso, la hipótesis del Genio
Maligno
2) La corriente filosófica empirista afirma que todo nuestro conocimiento proviene de la
experiencia sensible
3) Hume era racionalista
4) Hume piensa que desde nuestro nacimiento venimos con algunos conocimientos
previos
5) Dentro del planteamiento de la filosofía de Hume se denomina percepción a toda
actividad conciente
6) Para ciertos empiristas no habría otra realidad más allá de aquella de la que
accedemos mediante los sentidos
8

7) El empirismo se asemeja al racionalismo porque para ambos existen las denominadas


ideas innatas
8) Hume se refiere a dos percepciones que denomina cuerpo y alma
9) Para Hume las ideas son percepciones débiles
10) Hume divide las impresiones en impresiones de la razón y en impresiones de la
mente
11) Para Hume la idea de yo no tiene realidad o validez porque sólo hay impresiones de
emociones, pero no de yo
Indicar cuál de las tres respuestas de cada pregunta es correcta:
12) Hume denomina impresiones a:
a) las percepciones que provienen del recuerdo
b) las percepciones más débiles
c) las percepciones directas
13) Según Hume, las ideas son:
a) estructuras racionales innatas.
b) percepciones actuales de las cosas.
c) copias de las impresiones.
14) Según Hume, las ideas se clasifican en:
a) claras y oscuras.
b) precisas e imprecisas.
c) simples y compuestas.
15) Según Hume las impresiones de la reflexión:
a) son percepciones que recibimos por los sentidos externos
b) son percepciones que recibimos por los sentidos internos
c) son percepciones que recibimos desde nuestro nacimiento
16) La idea de yo o alma para Hume:
a) tiene validez objetiva
b) es una idea que carece de impresiones
c) es una idea innata, es decir que viene con nosotros desde el nacimiento.
17) La idea de yo para Hume:
a) copia una impresión
b) se forma por el hábito
c) es algo simple y permanente
18) Un color, por ejemplo, el color rojo es para Hume:
9

a) una idea compuesta


b) una idea simple
c) es una impresión de la reflexión
19) Para Hume la idea de mí mismo:
a) se deriva de la impresión del yo
b) se deriva de las impresiones de la sensación
c) no se deriva de ninguna impresión
20) Para Hume la idea de yo se formaría:
a) a partir del racionalismo de Descartes
b) en la creencia de que debajo del flujo de los estados psíquicos hay una cosa
permanente que llamamos yo y que sería el soporte de esos estados.
c) en su acercamiento al racionalismo

También podría gustarte