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Por
@diegorojasajmad
Quienes estudiamos literatura usualmente echamos mano de lógicas de
investigación que se comparten con otras disciplinas científicas:
describimos el objeto de estudio en sí mismo, desde sus cualidades
intrínsecas, y luego establecemos relaciones con otros objetos de su
misma clase o especie. Algo parecido hizo Charles Darwin cuando
clasificó caracoles, o es la misma vía metodológica que empleó
Mendeléyev al crear la tabla periódica de los elementos. Pareciera que la
idea general es ordenar el mundo, hacer un mapa que nos haga
inteligible el desorden que en esencia es la vida. Poner cada cosa en su
sitio.
Si tuviese que caracterizar a Carlos Yusti diría, sin pensarlo mucho, que
él es un raro.
Quiero explicar mejor ese término de raro para que Yusti no me
malinterprete. Rubén Darío, el universal poeta nicaragüense, publicó en
1896 un libro que contenía veintiún semblanzas de escritores de su
preferencia, entre los que incluyó a Verlaine, el Conde de Lautremont,
Edgar Allan Poe, José Martí, entre otros. Todos esos escritores tenían en
común, según Rubén Darío, el haber desarrollado una obra fuera de la
norma, el compartir una curiosa relación con la escritura, a extramuros
del canon, y aun así esas obras mantenían una suprema belleza y
profundidad. Rubén Darío tituló ese libro de semblanzas como Los
raros y ese es precisamente el sentido que encuentro en la obra literaria
de Carlos Yusti.
Pero Yusti no solo es raro por el género que cultiva y por su estilo; lo es
además por las temáticas que desarrolla en sus trabajos. Sus temas
siempre están al margen de lo que usualmente se encuentra en los
ensayos de corte académico o literario. Yusti escribe sobre escritores
fracasados, sobre autores que plagian, sobre bibliografías de libros que
nunca se han escrito, sobre libros prohibidos y mágicos, sobre revistas
de literatura hechas por pacientes de hospitales psiquiátricos, sobre el
libro como objeto de la cultura y su impacto en nuestras vidas (tema
que ha relacionado con otra de sus facetas, la de artista plástico, al
replantearse las formas tradicionales de los libros y hacer con ellos el
soporte de nuevas obras de arte)… es decir, la temática de su escritura
se sitúa en los márgenes que separan la realidad de la ficción y que
pueden llevarnos a la locura. Es, como él dice, hablar de “la vida
traspapelada con la literatura”.
“Luego, con los ninguneos editoriales y los empeñones que te dan las
roscas literarias va uno descubriendo que este oficio de las letras es una
cabronada, que este es un oficio de egos enfrentados, de zancadillas y
hambre garantizada. Que uno tiene que ejercer otros trabajos para verle
la costra al pan, que muchas veces debe hacerla de puta de las letras,
de ‘negro’ tarifado para comprender de qué coño va la realidad y dónde
empieza la ficción de las palabras y las metáforas”.
Con Yusti aprendemos que una cosa es la obra literaria, creada con la
sangre y sudor del escritor, y otra muy distinta la literatura, con sus
pequeñeces de envidia, venganzas, zancadillas y silencios. En los
ensayos de Yusti se ve aquel albatros de Baudelaire trastabillando sobre
las páginas.
Por todas estas razones afirmo que Yusti es un raro. Pero si me pidieran
una evidencia más les diría que hay una que ninguno de nosotros podrá
refutar: Yusti no usa teléfono celular ni maneja redes sociales. ¿No
creen que eso es algo muy raro en estos tiempos?
“Si me preguntan por qué escribo, por qué sigo en esta ‘escribidera’,
como me recriminaba mi madre, me valdría de lo escrito por George
Mikes: ‘Creo que no soy otra cosa que el eterno autor que no crea nada
perdurable, y cuyo mérito exclusivo consiste en que él (junto con otros
pocos centenares de miles) mantiene viva a la literatura. Un hombre
que nada tiene que decir, pero que experimenta un irresistible impulso
de decirlo”.