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07 Eclesiología
07 Eclesiología
)
DECA
DECLARACIÓN ECLESIÁSTICA DE
COMPETENCIA ACADÉMICA
CREACIÓN
© Facultad de Teología de Granada
© Manuel Porcel Moreno (ed.)
DISEÑO Y MAQUETACIÓN
Javier González
IMPRESIÓN
Imprenta Luque, S.L.
ISBN: 978-84-85653-92-8
Dep. Legal: GR 633-2020
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SIGLAS
AA Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam
Actuositatem (1965).
AAS Acta Apostolicae Sedis
AL Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (2016).
CA Catecismo Católico para Adultos
CIC Catecismo de la Iglesia Católica
CT Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (1979).
CV Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate (2009).
DCE Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est (2005).
DH H. Denzinger – P. Hünermann (eds.), El Magisterio de la Iglesia.
DV Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la divina Revelación, Dei
Verbum (1965).
EG Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013).
EN Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975).
ES Pablo VI, Carta Encíclica Ecclesiam suam (1964).
GE Concilio Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana, Gravissimun
Educationis (1965).
GS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
Gaudium et Spes (1965).
LE Juan Pablo II, Carta Encíclica Laborem Exercens (1981).
LG Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium
(1964).
LS Francisco, Carta Encíclica Laudado Si’ (2015).
MM Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra (1961).
OA Pablo VI, Carta Apostólica Octogesima Adveniens (1971).
OT Concilio Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal, Optatam Totius
(1965).
PC Concilio Vaticano II, Decreto sobre la adecuada rebovacion de la vida religiosa,
Perfectae Caritatis (1965).
PO Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,
Presbiterorum Ordinis (1965).
PP Pablo VI, Carta Encíclica Populorum Progressio (1967).
PT Juan XXIII, Carta Encíclica Pacem in Terris (1963).
QA Pío XI, Carta Encíclica Quadragesimo Anno (1931).
RN León XIII, Carta Encíclica Rerum Novarum (1891).
SRS Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987).
TMA Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994).
VS Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor (1993).
Eclesiología
Diego Manuel Molina Molina
Profesor de Eclesiología
Departamento de Teología Dogmática e Historia
Facultad de Teología de Granada
diegomolina@jesuitas.es
https://orcid.org/0000-0001-6959-1265
Planteamiento
3. El ser de la Iglesia.
4. La estructura de la Iglesia.
5. La vocación y la meta de la Iglesia.
6. Una iglesia llamada a ser comunión.
1
Basta asistir con regularidad a las celebraciones litúrgicas para, sin mucho esfuerzo, preguntarse cuánto
tiempo van a durar debido a la falta de los niños y de los jóvenes en ellas. Si en el año 2000 el 24 % de los
matrimonios celebrados en España eran civiles, en 2007 ya era el 46 % y a partir del 2009 se han convertido en
mayoría. Se estima que en torno al 60 % de los niños es hoy bautizado cuando hace unas décadas el porcentaje
estaba por encima del 90%.
2
Cf. A. Brighenti, La Iglesia perpleja. A nuevas preguntas, nuevas respuestas, PPC, Madrid, 2007, pp. 55-64,
donde clasifica las diversas tendencias que ha habido tras el concilio.
3
Ídem.
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4
Cf. M. Kehl, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, Sal Terrae, Santander, 1997, pp. 33-35.
5
Cf. GS 36.
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que se persigue una sociedad en la que las referencias religiosas dejen de estar presente6.
Estas circunstancias, que son comunes a toda Europa, han despertado al interior de la
Iglesia española unas reacciones que en otros países no se han producido, seguramente
debido a la rapidez con la que el proceso ha tenido lugar en España.
Justamente cuando se está celebrando el Concilio Vaticano II, que tiende su
mano al mundo, se produce lo que algún autor lo que algún autor ha llamado el “im-
pulso modernizador”7, por el que se convierte en praxis lo que había estado presente en
la teoría desde la Ilustración. En principio este proceso es positivo ya que se recuperan
aspectos importantes que habían estado olvidados hasta entonces. Entre ellos destaca la
importancia que el individuo ha adquirido en nuestra cultura. Frente a una visión que
privilegiaba el valor y las necesidades del grupo humano (ya fuera social o eclesial) se
subraya ahora el valor de los sujetos que componen tal grupo; frente a unos esquemas de
comportamiento determinados de antemano se privilegia ahora la búsqueda personal
de la verdad y por ende de las actitudes ante la vida; frente a instancias que determina-
ban la visión del mundo se busca la justificación en el interior del propio sujeto.
Evidentemente también se colaron algunos aspectos problemáticos en este de-
sarrollo, que a modo de efectos secundarios han ido apareciendo cada vez más clara-
mente. Así la importancia del sujeto conduciría a la aparición del relativismo, toda vez
que el pluralismo se asienta como un valor y el sujeto se convierte en aquel que decide
sobre lo que ha de hacerse o no hacerse (con la única necesidad de no colisionar con
las opciones que los otros realizan). Se asiste además a una disminución del sentido de
solidaridad, en la medida en que las necesidades individuales pasan a un primer plano y
la autorrealización se coloca como un valor de primer orden, lo que da lugar a que otros
valores queden oscurecidos. En la cultura además van emergiendo nuevos valores que
en no pocas ocasiones, al menos en cuanto a las concreciones de los mismos, chocan
contra el evangelio, hasta el punto de que Pablo VI llegó a decir que “la ruptura entre
Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”8.
2.1. Introducción
6
Es el debate actual en torno a la laicidad. Véase: A. Scola, Una sana laicidad, Ediciones Encuentro, Madrid,
2007; Benedicto XVI, Discurso al IV Congreso Nacional de la Iglesia en Italia, Verona, 19 de octubre de 2006.
7
M. Kehl, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, o.c., p. 63. Todo el libro se lee con gran
provecho.
8
EN 20.
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Eclesiología
De hecho, la GS, como veremos, supone una nueva concepción en las relacio-
nes que se deben establecer entre estas dos entidades que están llamadas a entenderse.
Y esto porque, de hecho, la relación que se ha establecido entre la Iglesia y el
mundo ha ido cambiando a lo largo de la historia:
a) En el año 1302 Bonifacio VIII proclamaba que en la Iglesia se en-
contraban “dos espadas: la espiritual y la temporal” (DH 873). Este
ejemplo de hierocracia papal supone la concepción de un mundo
sometido totalmente a la Iglesia.
b) La Edad Media estuvo dominada por el agustinismo político y so-
cial; Otto de Freising (siglo XII) identificó ya la ciudad divina de
san Agustín con la Iglesia; la Edad Moderna, por su parte, va a in-
tensificar la contraposición entre la Iglesia y el mundo que la rodea-
ba, hasta la condena en el Syllabus por Pío IX de todas las corrientes
modernas de pensamiento.
c) El Vaticano II, fundamentalmente con la aprobación de la consti-
tución pastoral Gaudium et Spes (GS), y apoyándose en las nuevas
ideas teológicas del siglo XX, supuso la superación de estas concep-
ciones en cuanto a la relación iglesia-mundo.
9
Mientras que los obispos alemanes se oponían a la consideración antropológica “optimista” que aparecía en
los primeros borradores del documento, los norteamericanos discrepaban en cuanto al tema de la condena del
armamento atómico y de cualquier tipo de guerra.
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La segunda parte trata ciertos temas que el concilio consideró más importantes
para su tiempo (familia, cultura, economía, política, paz…)
10
Los últimos números de cada capítulo nos ofrecen el paso hacia el significado profundo del ser y de la
historia humana: así la dignidad del hombre encuentra su imagen perfecta en “Cristo, el hombre nuevo” (22),
el carácter comunitario y la solidaridad del ser humano se funda y se hace visible en el ser comunitario de Dios,
revelado y realizado en la encarnación (32), la actividad humana tiende a y recibe su fuerza de la promesa en la
“tierra nueva y el cielo nuevo” (39), la relación, en fin, de iglesia y mundo se unen en Cristo, alfa y omega, “punto
de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo
del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (45).
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11
M. D. Chenu, «Misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo», en G. Barauna (ed.), La Iglesia en el
mundo de hoy, Studium, Madrid, 1967, p. 381.
12
Ibíd., p. 383.
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2.4. Su recepción
El documento conciliar que nos ocupa ha sido uno de los que más opiniones
encontradas ha suscitado. Al margen de las diversas aproximaciones posibles del texto13,
hay que decir que algunos de los elementos que aparecen en la GS están sujetos a una
determinada concepción filosófica subyacente o a una visión concreta de las realidades
del mundo. Por esta razón, lo más importante, en mi opinión, de este documento es
la dinámica que potenció. La GS inauguró un nuevo espíritu en las relaciones entre la
Iglesia y el mundo en el que vive inserta14.
Este nuevo espíritu dio fruto sobre todo:
a) En el desarrollo de la denominada “opción por los pobres” y en la
elaboración de la teología de la liberación, que se plasmó en Lati-
noamérica en los años setenta. La segunda conferencia del episco-
pado latinoamericano en Medellín tuvo lugar en 1968 y supuso la
recepción del Vaticano II por parte de la iglesia latinoamericana. La
recepción no significó sencillamente una aplicación de la letra del
concilio a la situación latinoamericana, sino más bien una relectura
desde la perspectiva de los pobres. Si bien la teología de la libera-
ción había nacido antes que la conferencia e influyó en algunos de
los documentos de la misma, Medellín supuso el espaldarazo a la
constitución de una teología a nivel continental.
b) La presentación de la iglesia a partir de la misión: consecuencia de la
nueva valoración del mundo es la consideración de los laicos como
agentes propiamente eclesiales. Es toda la Iglesia la que da testi-
13
Un buen comentario puede verse en G. Barauna (ed.), La Iglesia en el mundo de hoy, Studium, Madrid,
1967; C. Floristán - J. J. Tamayo, El Vaticano II, veinte años después, Cristiandad, Madrid, 1985, pp. 17-46; Y,
Congar - Peuchmaurd (dir.), La Iglesia en el mundo de hoy, 3 vols., Taurus, Madrid, 1970.
14
Cf. E. Schillebeeckx, La Iglesia de Cristo y el hombre moderno según el Vaticano II, FAX, Madrid, 1969,
p. 232s.
240
Eclesiología
Desde muy pronto el concilio Vaticano II fue objeto de críticas. Estas se basa-
ban principalmente en lagunas que el concilio ciertamente tiene y en temas que fueron
tratados deficientemente16. Por otra parte, el hecho de que el Concilio haya dejado
temas abiertos a una ulterior profundización es un acierto.
En particular la GS es uno de esos documentos abiertos, debido sobre todo
al tema objeto de su estudio. Si es verdad que se trata de una constitución referente
a la iglesia en su relación con el mundo en el que vive, las afirmaciones concretas,
relativas a la praxis, van a depender fundamentalmente de la visión que se tenga de
ese mundo y van a ser válidas en la medida en que las condiciones históricas, sociales
y culturales no varíen. En este sentido, tienen un valor más permanente las afirma-
ciones que la GS nos presenta en su primera parte, de cuño más doctrinal, que los
diversos temas desarrollados en la segunda parte.
15
Cf. S. Dianich, Iglesia en misión, Sígueme, Salamanca, 1988, pp. 117-127.
16
El estatuto de los laicos, que siguen apareciendo subordinados excesivamente a la jerarquía; la poca
consideración en torno a los presbíteros en comparación con el espacio dedicado a los obispos; el centramiento
en los temas intraeclesiales...
17
Consúltese el buen análisis de P. Bruckner, Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos,
Tusquets, Barcelona, 2003. En las páginas 202-204 ofrece un resumen de la situación que se abre con las siguientes
palabras: “Ahora ya lo sabemos: el abismo Norte-Sur nunca será superado, no habrá una distribución equitativa de los
frutos del crecimiento económico y, menos aún, un nivel de vida digno para la mayoría de la población mundial...”.
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18
Esta idea está presente ya en la GS cuando afirma que “deber gravísimo de los pueblos ya desarrollados es
el ayudar a los pueblos que aún se desarrollan” (86), y mucho más remarcado en la encíclica Populorum progressio
de Pablo VI publicada en el año 1967.
19
Cf. P. Bruckner, Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos, o.c., p. 201.
Idea muy querida a la teología oriental que tiene una conciencia mucho más honda de las implicaciones
20
cosmológicas de la Resurrección.
21
Esto es lo que propone, desde una perspectiva “laica” P. Bruckner: “En la historia de la Iglesia católica, los
teólogos tuvieron que combatir dos escollos igualmente nefastos. El desprecio de lo terrenal y el amor excesivo
a la voluptuosidad mundana. Contra ambas vías sin salida oponían, a imagen de la doble naturaleza de Cristo,
una imprescindible relación de desgarro: la vida humana es a la vez miserable y magnífica porque constituye la
primera etapa de la vida eterna. El creyente debe estar en el mundo y fuera del mundo, guiar su conducta en la
Tierra por los valores del más allá. Se puede laicizar este gesto fundador y aplicarlo al destino temporal de nuestras
sociedades: mantener a distancia tanto el optimismo como el pesimismo, rechazar la idea de una solución perfecta
a las desgracias del hombre pero también la amargura y la desolación (Leszek Kolakowski). Entre desesperación y
convicción ciega, existe otro camino: el del escepticismo activo que sabe reconocer humildemente sus límites sin
abandonar por ello toda voluntad de reforma” (p. 205).
242
Eclesiología
Aunque hay que distinguir cuidadosamente entre progreso temporal y crecimiento del
reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor
la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios (GS 39) señala un criterio
de universalidad para juzgar el progreso. Progreso será sólo lo que sirva para “ordenar
mejor la sociedad humana”, algo no restringido, por tanto, al desarrollo de grupos par-
ciales de dicha humanidad.
La Iglesia, pues, no tendría que salirse de este mundo, pero sí debería estar
atenta a no acomodarse a este mundo. El que la relación Iglesia-mundo no puede ser re-
ducida a una mera doctrina social o política por parte de la Iglesia es un dato adquirido
a todos los niveles eclesiales desde el Vaticano II; si en el tiempo conciliar esta idea se usó
para defender la imbricación entre Iglesia y mundo, hoy debería ser usada para defender
que la misión de la Iglesia es llegar a ser signo de la salvación en este mundo (Lumen
Gentium 1; GS 45), y el signo supone fundamentalmente testimonio, un testimonio
que no se encuentra en los documentos magisteriales, ni en los estudios de los teólogos,
sino en la vida de las comunidades cristianas. Ser signo hoy en nuestro mundo supone
desarrollar comunidades contraculturales, en las que, con imaginación, se ensayen di-
versos modelos de organización social y se produzca una cultura alejada del consumis-
mo que “alimenta la ilusión de que el objeto puede satisfacer nuestras expectativas”22.
22
Ibíd., p. 174. Sobre la Iglesia como comunidad contracultural véase el válido libro de G. Lohfink, La
Iglesia que Jesús quería, DDB, Bilbao, 1986, pp. 169-176. donde defiende la idea de la Iglesia como “sociedad
de contraste”.
23
Defendido por Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam (número 31) de agosto de 1964 y que fue inspiradora
para el propio concilio y para el documento que nos ocupa en estas páginas.
24
Véase la notificación acerca del libro Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso de J. Dupuis (24
de enero de 2001), la declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la
Iglesia de 6 de agosto de 2000 o la nota sobre la expresión “Iglesias hermanas” del mismo año que el anterior.
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El diálogo con el mundo supone también una Iglesia donde el diálogo se ejerza
de puertas adentro25. Queda todavía mucho para conseguir la meta del diálogo intrae-
clesial: estamos faltos de estructuras que faciliten la participación y la corresponsabili-
dad de los cristianos en temas que a todos incumben (desde los nombramientos de car-
gos pastorales para las comunidades, hasta la promulgación de documentos eclesiales).
Sin dichas estructuras el magisterio de los creyentes, basado en el “sentido de la fe” que
todos los bautizados poseen, no encontrará un cauce válido para poder ser ejercido26.
25
Cf. Pablo VI, Ecclesiam suam, 43.
26
El derecho y el deber de expresarse aparece claramente en una instrucción pastoral de Pablo VI del año
1971 (Communio et progressio) sobre los medios de comunicación social. En el número 116 se señala: Es necesario,
pues, que los católicos sean plenamente conscientes de que poseen esa verdadera libertad de expresar su pensamiento,
que se basa en la caridad y en "el sentido de la fe". El problema, sin embargo, es la falta de oportunidades y la
inexistencia de estructuras para llevar a cabo esa libertad.
27
Cf. W. Beinert, «Das Bild von der Kirche nach den Dokumenten des II. Vatikanischen Konzils», en W.
Löser, Die römisch-katholische Kirche, Ev. Verlagswerk, Frankfurt, 1986, pp. 11-46.
244
Eclesiología
por esta tierra (n. 9,2). Por otro lado, la misión sacramental de ese pueblo
hace que la Iglesia sea universal (9,3). La universalidad se manifiesta en
el interior de la Iglesia en la idea del sacerdocio común de todos los fieles
(10), en la estructura eclesiológica de los siete sacramentos, que influyen
en todo el conjunto de la existencia cristiana (11) y en la afirmación de que
todos los fieles no pueden errar en asuntos de fe, por lo que la Iglesia no
puede equivocarse en asuntos de fe (12,1). Así se corrige la eclesiología de
la contrarreforma, la cual veía, en último término, al ministerio como la
garantía de una inerrancia en la fe.
La idea de la Iglesia como Pueblo de Dios modifica también las relaciones
dentro de la humanidad, estableciéndose lazos entre la Iglesia y toda la
humanidad. El texto más importante se encuentra en LG 13,4.
Parte 2 (cap. 3-4): La estructura de la Iglesia.
Después de la visión salvífica de la Iglesia pasa el concilio a tratar la imagen
concreta de la misma. Es en este punto donde, de hecho, se concentraron
y se pueden todavía concentrar las tensiones. En los dos capítulos anterio-
res se ha intentado, y con acierto, solucionar los problemas aplicando a la
Iglesia la categoría de sacramento. Con ella se opta por un elemento rector
para clarificar la relación entre la imagen espiritual e institucional de la
Iglesia. El concepto de “pueblo de Dios” también quita tensiones a la rela-
ción entre ministerio y carisma, o entre jerarquía y miembros no jerárqui-
cos de la Iglesia. De todas formas estos siguen siendo temas complicados,
pues la teoría que hemos encontrado en el concilio son ideas rectoras, pero
no soluciones prácticas a los distintos temas.
El capítulo 3 trata de la constitución jerárquica de la Iglesia. El episco-
pado es resaltado y subrayado a partir de su fundamentación histórica.
Se dice claramente que en la Iglesia existe la autoridad (la sacra potestas
del número 18), aunque ésta sea servicio. En los números 18-27 (y en
la nota previa) se acentúa el concepto de la “potestas”, con lo que el
problema práctico de aunar esta parte de la constitución con el capítulo
2, donde se acentuaba la idea de igualdad de todos los miembros de la
Iglesia, es difícil de disimular. A nivel dogmático se aclara la sucesión de
los apóstoles en los obispos, poniéndola en paralelo con la sucesión de
Pedro en el papa, así como en la afirmación de que el episcopado es un
verdadero sacramento.
En el número 22 nos encontramos con el tema de la colegialidad y coloca,
de esta manera, un contrapeso a la doctrina, o al menos, a la recepción
histórica, del Vaticano I sobre la infalibilidad y la jurisdicción universal del
Romano Pontífice.
Se establecen en este capítulo además dos principios, que han sido muy
productivos e importantes:
1. El principio de la colegialidad establece que la Iglesia universal es
una red de Iglesias particulares, las cuales, a través de su carácter par-
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Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).
Si leemos la LG vemos que la Iglesia ha sido puesta en relación primero y fun-
damentalmente con la Trinidad. La Iglesia tiene una relación con el Padre, una relación
con el Hijo y otra con el Espíritu Santo. El Padre tiene un plan de salvación universal
y en ese plan cuenta con la Iglesia. El Hijo es enviado por el Padre a llevar a cabo la
misión salvadora y con respecto a la Iglesia, se convierte en su cabeza. El Espíritu es el
246
Eclesiología
enviado por el Hijo para que la Iglesia pueda continuar su misión una vez que éste ya
no se encuentra entre nosotros.
Es dentro de todo este misterio de salvación donde se introduce la Iglesia y
donde ésta adquiere su lugar y es aquí donde se habla del misterio de la Iglesia. Y, sin
embargo, no es tan fácil captar qué significa, de hecho, que la Iglesia es un misterio
(genitivo epexegético).
Vamos a intentar un acercamiento a esta noción.
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Conceptos
El término “fundador” se utiliza de diferentes maneras:
• El inspirador o promotor de algo: Montesquieu es el fundador de la demo-
cracia (debido a su doctrina de la separación de poderes...), aunque nunca
Montesquieu vivió en un régimen democrático...
• El autor directo de algo: por ejemplo, el fundador de una orden religiosa
concreta, o el que directamente pone algo en marcha…
Concepciones
• Concepción tradicional:
–– Se mantiene hasta prácticamente el siglo XIX. Se defendía que Jesu-
cristo había fundado la Iglesia en un momento concreto de su vida.
30
En ese sentido un tema previo sería la cuestión del Jesús histórico, algo que escapa a nuestras pretensiones.
Sólo dos apuntes:
a) Existe una distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
b) Al Jesús histórico se puede acceder únicamente de forma bastante deficiente.
31
M. Kehl, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, o.c., p. 243.
248
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32
J. Collantes, La fe de la Iglesia Católica. Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio,
BAC, Madrid, 1983, p. 356.
33
Tomamos esta idea y su desarrollo de Medard Kehl.
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Jesús
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Eclesiología
al lado de las otras, a pesar que las otras imágenes sean tan buenas como ésta, incluso a
pesar de que hayan tenido una tradición más larga que la de pueblo de Dios.
En general, podemos decir que el concilio “al haber optado por comenzar su
reflexión teológica con la idea del misterio de la Iglesia, se pone un término a las ecle-
siologías institucionales, jurídicas y societarias que resaltaban los elementos visibles (es
decir, se pone fin a la época de la contrarreforma). Y al establecer que la Iglesia es el
pueblo de Dios, se hace una opción por lo comunitario y lo personal como lo más de-
terminante de la Iglesia”34.
Las consecuencias de decir que la Iglesia es pueblo de Dios son35:
• Todos los creyentes son pueblo de Dios; queda, pues, excluida una clerica-
lización de la Iglesia.
Esta ha sido quizá la aportación más práctica del Concilio. Evidentemente
no se trata de un descubrimiento de finales de este siglo, como si la historia
anterior de la Iglesia hubiera considerado a ésta como únicamente consti-
tuida por el clero.
De lo que se trata, más bien, es del acierto de acercarse a la realidad “eccle-
sia” partiendo de aquello que nos hace a todos iguales, porque todos somos
miembros de pleno derecho de la comunidad creyente en Cristo.
Ahora bien, las ideas son creadoras de realidad, so pena de que se convier-
tan en palabras vanas que no significan nada. Por ello, si de verdad cree-
mos que la Iglesia es “pueblo de Dios”, que todos formamos parte de ese
pueblo, entonces se le pone un freno y se hace una crítica a lo que se puede
llamar “clericalización de la Iglesia”. En concreto se excluye:
––La identificación entre Iglesia y una parte de ella: basta pensar en
el lenguaje cuando decimos expresiones del tipo “la Iglesia y los
laicos”, como si se pudiera distinguir entre ambas realidades (tam-
poco se podría decir “la Iglesia y la jerarquía” por la misma razón,
aunque esta expresión se ha oído menos que la anterior).
––Una estructuración concreta tal que impida que, de alguna forma,
se transparente la igualdad esencial de todos los miembros del mis-
mo pueblo...
• El pueblo de Dios abre a la universalidad. Queda excluida una exclusivi-
zación de la Iglesia.
Si la Iglesia es “pueblo de Dios” entonces no se puede concebir a ésta co-
menzando por el individuo. No se trata únicamente de que Dios me llama
a mí y al otro y al otro para formar una Iglesia, que, a la postre, sería la
suma de los individuos piadosos. Para entender la Iglesia hay que partir no
del individuo aislado sino de todo el pueblo, de la comunidad en la que el
individuo está incorporado, ciertamente de forma personal y libre.
34
J. A. Estrada, Del misterio de la Iglesia al pueblo de Dios, Sígueme, Salamanca, 1988, p. 175.
35
Cf. H. Küng, La Iglesia, Herder, Barcelona, 1975, pp. 152-160.
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La Iglesia, los Sacramentos, la Moral
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Diego Manuel Molina Molina
La salvación que Jesús predicaba era la salvación para todo el pueblo (ya
anteriormente los profetas, los jueces... habían sido llamados por Dios para
desempeñar su función de cara a la salvación del pueblo escogido).
Todavía más: la Iglesia como pueblo de Dios es signo e instrumento de la
unión íntima del género humano con Dios. La salvación que Dios ofrece
engloba a toda la humanidad, que es la llamada, la convocada por Dios a
unirse a su pueblo. La Iglesia, por ello, no puede sentirse señora exclusiva
de esa salvación divina.
• Pueblo de Dios por libre decisión humana: no existe una “hispotasiación”
de la Iglesia.
Si antes hemos dicho que la Iglesia no es la suma de los individuos y que
es fundamental la llamada, la convocación de Dios, también es importante
saber que el pueblo de Dios no existe sin hombres y mujeres. No se puede
hablar de una Iglesia hipostasiada, es decir, por encima e independiente-
mente de las personas que la forman.
Por ello, no se puede concebir a la Iglesia como una institución intermedia
entre Dios y los hombres, porque, aunque la Iglesia como comunidad es
algo más que la suma de las individualidades, también es verdad que la
Iglesia sigue siendo “la comunidad de los creyentes, que Dios ha congrega-
do para formar su pueblo”. La Iglesia no es Dios, ni Cristo, ni el Espíritu,
sino que la Iglesia somos nosotros.
El pueblo de Dios es un pueblo histórico: no a la idealización de la
Iglesia.
Con esta idea precisamos lo dicho anteriormente. Si la Iglesia se en-
tiende a sí misma como pueblo de Dios, entonces no es una entidad
suprahistórica sino que será siempre “un pueblo vivo, congregado de
entre los pueblos de este mundo y que camina en medio y a lo largo de
los tiempos”36.
Este carácter histórico hace imposible ver a la Iglesia ajena a todo error, a
toda equivocación y a todo pecado (lo cual sería caer en la idealización de
la Iglesia). En otro caso sería perfecta y la perfección sigue correspondien-
do sólo a Dios. La Iglesia será siempre la Ecclesia semper reformanda, su-
jeta también al juicio de Dios y que necesita cada día convertirse y confiar
en la misericordia de Dios.
4. La estructura de la Iglesia
Hay que señalar, ya desde el comienzo, que nos enfrentamos ahora a un tema
complicado:
• Porque hay multitud de aspectos y de preguntas (de las cuales no podre-
mos tratar todas).
36
Ibíd., p. 158.
252
Eclesiología
La Iglesia tiene una constitución jerárquica. Esto es algo que aparece claramente
en la tradición y en la enseñanza autoritativa de la Iglesia.
¿De qué estamos hablando? ¿qué significa que la Iglesia tiene una estructura
jerárquica?
En plan sintético, esto significa que en la Iglesia existe “autoridad” (potestas
sacra dice la LG). Rápidamente habría que decir que el que la iglesia tenga una estruc-
tura jerárquica no significa que en ella exista autoridad (para eliminar de una vez la
comprensión errónea que se puede concluir de ello).
Sintéticamente: Que en la Iglesia existe una autoridad, un ministerio eclesial
no es más que decir que la función de Cristo como aquél que se encuentra, de alguna
forma, fuera y enfrente de la comunidad, como su cabeza... sigue realizándose sacra-
mentalmente en la Iglesia.
Ahora bien, decir esto no ayuda excesivamente a explicar o fundamentar la
forma concreta en que esa autoridad, en que ese ministerio eclesial se ha configurado
y se está ejerciendo. La forma concreta en que el ministerio eclesial se ha configurado
no ha permanecido en todos los puntos invariable, mucho menos el modo en que
este se ejerció37.
37
Los ejemplos en este punto se multiplican. Valgan dos apuntes:
- Carta de Clemente de Roma a los Corintios, donde se expone una configuración determinada de
organización ministerial.
- Texto de la carta de Cipriano a Pompeyo sobre el bautizo de los herejes, donde se observa que el primado
papal no tenía los mismos contenidos que posteriormente fue asumiendo.
38
G. Greshake, Ser sacerdote hoy, Sígueme, Salamanca, 2003, p. 70.
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4.1.2. Pueblo sacerdotal y ministerio sacerdotal Lumen Gentium 10: essentia et non
gradu tantum
39
Cf. Ibíd., p. 90.
40
En el medioevo este tema se trató a partir de la pregunta de si un sacerdote cismático celebraba la eucaristía
válidamente.
254
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41
Ibíd., p. 83.
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mitigación o equilibrio de esta índole secular propia del laico al relacionarlo con la
secularidad de toda la Iglesia en el marco de la relación Iglesia-mundo (R. Blázquez,
W. Kasper, G. Reigner, B. Forte, E. Bueno).
En cualquier caso, cuando se habla de la laicidad (secularidad) como rasgo de
toda la Iglesia se quiere decir con ello que sería un lamentable reduccionismo atribuir la
referencia al mundo a un solo sector de miembros de la iglesia, es decir, a los laicos. Si
bien la laicidad marcaría “al fiel laico” lo peculiar de su vocación y misión.En realidad
también los que han recibido la imposición de manos tienen una dimensión secular.
Igualmente las vocaciones de especial consagración. Teológicamente la laicidad de toda
la Iglesia se comprende desde el significado de la relación iglesia-mundo, y desde el
sacerdocio común, el profetismo y la dimensión regia; todo bautizado es miembro de
una iglesia que ha de servir al mundo para hacer presente la voluntad salvífica de Dios y
su reino, aunque efectivamente cada bautizado ejerce o desarrolla esa laicidad de modo
propio y peculiar, por lo que hay diversidad de ministerios y de funciones y, en cierta
medida, de “presencia y situación” en el mundo, en la historia y en la sociedad.
La cuestión está por tanto en resaltar lo específico de la secularidad de los laicos
(“su índole secular”), pero no en hacer de la misma algo “solo y exclusivo” de ellos.
Esta categoría de laicidad (secularidad), como ha señalado B. Forte, ha sufrido
diversas etapas históricas: desde un rechazo de la misma (eclesiocentrismo donde se
exasperaba la dimensión sacral y espiritual), hasta la recuperación progresiva (teología
de las realidades terrestres) y su plasmación y aceptación plena en el Vaticano II (iglesia
y mundo no son dos polos opuestos); el mundo es el lugar natural de la Iglesia –“la
viña”– y en él está la iglesia como levadura y fermento.
Se puede afirmar que la categoría de laicidad (secularidad) ha servido como
categoría “puente” para despertar y redescubrir la vocación y misión propias del
laico. Pero dicho redescubrimiento de la secularidad o laicidad como dimensión de
toda la iglesia, unido al redescubrimiento de la eclesialidad total, exigen la supera-
ción en el seno de la iglesia de todo clasismo y la no reducción a parcelas o cotos.
Se concluye que el laico sólo puede ser definido en referencia a una constelación
histórica determinada en la relación iglesia-comunidad temporal, recuperándose el
marco eclesiológico y la proyección evangelizadora-transformadora de la realidad.
Desde aquí su espiritualidad profunda.
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Eclesiología
Por ello la comunidad cristiana debe tener la creatividad suficiente para es-
tructurarse conforme a estos criterios. El ministerio ordenado garantiza la continuidad
apostólica y sirve a la unidad de los diversos carismas, pero no debe ser ejercido como
opresión o anulación del resto de los carismas existentes en la comunidad. De aquí se
deduce la promoción de los ministerios laicales.
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Dios es el Rey de un pueblo: Ex 15,18; Nm 23,21; Deut 33,5; Sal 47; 92...
En los profetas intenta clarificarse qué se significa al decir que Dios es Rey.
Y se hace acompañando este término con el de Salvador. Por otro lado, en
los profetas empieza a intuirse la ruptura del nacionalismo: Dios es Rey y
Salvador de Israel y del resto de los pueblos. Así en el AT, los contenidos
del Reino de Dios, del Reinar de Dios o de la afirmación de que Dios
reina, se señalan por el hecho del dominio que Dios ejerce directamente o
a través de sus mediadores, por medio de una acción salvadora y judicial
sobre su pueblo, sobre los enemigos y sobre el mundo entero.
Los contemporáneos de Jesús vivían también sumergidos en medio de
la problemática y la expectación del Reino de Dios. Pero dentro del
judaísmo plural de aquella época, también había diferentes modos de
entender qué es ese Reino:
• Tenemos una primera interpretación nacionalista, con matices
religiosos y políticos a un tiempo. El Reino de Dios se instaura
mediante la llegada de un Mesías davídico que será a la vez el Rey
religioso y político de Israel y que le librará de la opresión extran-
jera (celotas y sicarios).
42
J. M. Castillo - J. A. Estrada, El proyecto de Jesús, Sígueme, Salamanca, 1987, p. 35.
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cas a partir de las cuales se pueden comparar y relacionar y también cuál es el problema
con el que nos estamos enfrentando.
En este tema, de hecho, se enfrentan, y habrá que combinar, tres realidades:
Iglesia, mundo y Soberanía de Dios. El mundo es el lugar donde se produce la acción de
Dios y también la acción de la Iglesia -de la comunidad creyente-. La Iglesia es aquella
“congregación de creyentes en Cristo” que continúan la misión de Jesucristo aquí en el
mundo. La “Soberanía de Dios” es el concepto que tomamos como sinónimo de Reino
de Dios: la soberanía de Dios tiene por sujeto a Dios mismo. Es él el que es y habrá de
ser soberano total. A que Dios sea soberano aquí en el mundo apuntó tanto la acción de
Jesús, como apunta la acción de la Iglesia, como apuntan las acciones diversas de todos
los hombres que se son movidos por el espíritu de Dios.
La relación que existe entre el Reino de Dios y la Iglesia ha sido descrita por
el Vaticano II con el término de “sacramento”. Veamos los textos más importantes del
concilio que tratan sobre este tema:
El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. En efecto, el Señor
Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del
Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras: Se ha cumplido el plazo
y ha llegado el Reino de Dios (Mc 1, 1 5; cf. Mt 4,17). Este Reino se manifiesta a los
hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo. En efecto, la palabra
de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (cf. Mc 4,14): los que escu-
chan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo (cf. Lc 12,32) han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (cf. Mc
4,26-29). También los milagros demuestran que el Reino de Jesús ha llegado ya a la
tierra: Si echo los demonios con el poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado
ya a vosotros (Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, ante todo, el Reino se manifiesta en la
propia persona de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que vino a servir y a dar su
vida en rescate por muchos (Mc 10,45).
Pero Jesús, después de sufrir la muerte de cruz por los hombres y de resucitar,
apareció constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hech 2,36; Heb 5,6;
7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hech
2,33). Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fiel-
mente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de
anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra. Mientras va creciendo poco a poco,
anhela la plena realización del Reino y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con
su Rey en la gloria43.
Cristo, elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres (cf. Jn 12,32 gr.). Al
resucitar de entre los muertos (cf. Rom 6,9), envió su Espíritu de vida a sus discípulos
y por medio de El constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de
salvación. Sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para llevar los
hombres a su Iglesia. Por medio de ella los une más íntimamente consigo y, alimen-
tándolos con su propio cuerpo y sangre, les da parte en su vida gloriosa. Por tanto, la
restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, progresa con el envío del
43
LG 5
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Espíritu Santo y por El continúa en la Iglesia. En ésta, por medio de la fe, aprendemos
también el sentido de nuestra vida temporal, al mismo tiempo que, con la esperanza de
los bienes futuros, llevamos a cabo la tarea que el Padre nos ha confiado en el mundo y
realizamos nuestra salvación (cf. Flp 2,12).
El final de la historia ha llegado ya a nosotros (cf. 1 Cor 10,11) y la renovación
del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está
ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta. Mientras no haya nuevos cielos y
nueva tierra en los que habite la justicia (cf. 2 Pe 3,13), la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que
pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y
que esperan la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19-22)44.
En estos textos se puede descubrir claramente cómo se ha puesto cuidado
en afirmar:
a) Reino de Dios e Iglesia no se identifican sin más...
b) Reino de Dios e Iglesia no son dos cosas independientes...
44
LG 48, 2-3.
45
M. Kehl, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, o.c., pp. 80-81.
46
LG 1; también LG 9.
47
S. Wiedenhofer, Das katholische Kirchenverständnis, Styria, Graz,1992, pp. 198-203.
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Estos dos polos son ambos verdaderos. El que se subraye uno u otro de-
penderá de las condiciones concretas sociales e históricas donde se de-
sarrolle la acción de la Iglesia: cuando la acción humano-eclesial pierde
la capacidad de transparentar la acción divina en este mundo o donde
el signo eclesial se anquilosa y la Iglesia empieza a predicarse a sí misma
en lugar de a Dios, entonces se ha de subrayar la diferencia entre Reino
de Dios e Iglesia. Donde, por otro lado, se destruye el signo eclesial o se
pretende pasar por encima de él... entonces se ha de subrayar el paren-
tesco entre Reino de Dios e Iglesia.
Existe un criterio para saber sin ambas partes de esta única realidad
están siendo mantenidas: la correspondencia entre la figura (organiza-
ción...) y la acción de la Iglesia con la figura y la acción de Jesús (esto
es algo que la teología de la liberación ha subrayado mucho). A partir
de esta confrontación es evidente que la Iglesia es verdadero sacramen-
to universal de salvación, allí donde sea una Iglesia de los pobres, una
Iglesia que de esperanza a los pobres, una Iglesia donde los pobres en-
cuentren la salvación; allí donde sea una Iglesia de los pecadores, donde
éstos encuentran perdón, y allí donde sea una Iglesia de los perseguidos,
los cuales encuentran en ella confianza y liberación... Porque en estos
lugares el amor de Dios ciertamente gobierna en el mundo, porque en
estos lugares existen espacios donde la soberanía de Dios, la acción de la
comunidad creyente y la acción de Dios aparecen y están unidos.
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Síntesis:
a) No hay una identificación perfecta entre Reino de Dios y la Iglesia.
El Reino de Dios está todavía por venir, no se ha consumado. El
Reino de Dios implica que Dios reine, y que reine de hecho y no
solo como una idea. El mundo está llamado a ser Reino de Dios, o
sea, a ser todo él el lugar del señorío y del reinado de Dios cuando
éste, en un acto definitivo, establezca las coordenadas de paternidad
y de fraternidad como las constitutivas.
Este reino no es la Iglesia en cuanto que ese Reino de Dios supone
la exclusión de toda estructura opresora, supone la realización en la
práctica de la reconciliación universal de todos los hombres entre
sí y con Dios. La Iglesia, por su condición humana, y por lo tanto,
pecadora, condición que mantendrá hasta el final de los tiempos va
camino también, junto con todas las personas de buena voluntad,
hacia el cumplimiento de la promesa realizada por Dios.
Además no podemos pensar que todo el mundo esté llamado, de
hecho, a convertirse en Iglesia. La Iglesia no es más que la servidora
del Reino de Dios y también debería ser el signo de que ese Reino
ya ha comenzado a hacerse presente en la tierra.
La diferencia entre Reino de Dios e Iglesia aparece ya en los últimos
documentos eclesiales (LG 11; Evangelii Nuntiandi; Redemptoris
Missio). En este último documento se nos proponen cuatro líneas
por las que la Iglesia es servidora del Reino:
• Como anunciadora de la llegada del Reino y de la necesidad
de conversión.
• Con la fundación de nuevas Iglesias locales.
• Con el empeño de difundir a lo largo del mundo los valores
del evangelio.
• Con la oración empeñada en conseguir que Dios instaure
definitivamente el Reino dentro del mundo (Redemptoris
Missio 9).
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pide vivir de acuerdo con las exigencias del Reino. Todos los encar-
gos y prerrogativas que recibe la Iglesia son recibidos en función del
Reino: desde Pedro, que recibe las llaves del Reino, hasta el poder de
bautizar, que se hace en función de la conversión al Reino.
Es evidente, por tanto, que la Iglesia está al servicio del Reino de
Dios y por ello, no es posible una Iglesia eclesiocéntrica, sino que
debe ser “reinocéntrica”. Sin embargo, si el Reino es obra del poder
del Padre, el servicio de la Iglesia tampoco puede ser el de quien
reclama todo el protagonismo. El Reino tiene al Señor por protago-
nista. Es El quien lo da, es El quien lo construye. Como dice Juan
Pablo II en Redemptoris Missio: la Iglesia puede colaborar con su
acción y con su oración a la construcción del Reino, debemos saber
que nosotros no construimos el Reino, el Reino es un don.
6. Bibliografía
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Este libro se terminó de editar en Granada,
en el mes de mayo de 2020