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La montaña de la salvación

Por Timothy O'Neill, F.R.C.


Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.

Notas acerca de los patrones arquetípicos relacionados con la Montaña Sagrada


Oriental, la Montaña del Grial y el «Mons Philosophorum» Alquímico.

La esencia de la Montaña Sagrada como un simple símbolo de pureza yace en el ascenso


en forma de espiral a través de los niveles del Ser. En la vida real la podemos comparar
con lo que sienten los escaladores que tratan de ascender una montaña empinada. Al
llegar ahí ya no pueden esperar que la vereda les ofrezca amables curvaturas como lo
hace una meseta. Por el contrarío, ahora tienen que afrontar el ascenso a pendientes
empinadas que se elevan zigzagueantes hacia los precipicios que ladean las montañas.
Aunque la distancia es relativamente corta, esa clase de curvas en el sendero exigen
una considerable reserva física a los escaladores, y con frecuencia pierden la esperanza
de llegar algún día a su meta, es decir, a la cúspide.

Este ejemplo de avanzar y retroceder al escalar y de tener que descender para lograr
ascender, nos da una idea muy clara y literal de lo que nosotros hacemos en esencia al
escalar en forma de espiral a través de los niveles del Ser. Con base en que las espirales
de una montaña se asemejan tanto a nuestras experiencias reales en el sendero
espiritual, desde tiempo inmemorial se vienen empleando las montañas como un
símbolo central de la experiencia espiritual por medio del esfuerzo incansable de
ascender y descender constantemente la gran Cadena del Ser.

Sí seguimos hablando en sentido literal, desde la Sierra Karakorum en Asia Central,


pasando por las grandes alturas de los montes Himalayas hasta las vastas cordilleras
del Continente Americano, todas las culturas de la humanidad han tenido una montaña
sagrada propia que veneran, pues ahí se refleja la gran montaña interior de un mundo
arquetípico. Al igual que la imagen pura que reside en la mente Cósmica, la gran
montaña del universo siempre yace en el "axis mundi", o eje en el que gira el mundo.
Por lo general un río o un océano en forma de círculo rodean la montaña, lo que
representa su separación de lo mundano. Ya que la cúspide se ubica en la ciudad santa,
es decir en la "Ciudad de las Cuatro Paredes Cuadradas", como un símbolo de la unión
de los cuatro elementos de la vida.

En el centro de la ciudad, hay un quinto elemento invisible y misterioso, o


quintaesencia, que es donde mora el Amo del Mundo. El vigila la evolución de la vida
con un "ojo" impersonal y matemático.

Gracias a nuestra tradición Rosacruz estamos más familiarizados con la gran montaña
sagrada en su forma alquímica, es decir con el Mons Philosophorum o "Montaña de los
Filósofos", a quienes también se les conoce con el nombre de Amantes de la Sabiduría.
En la famosa obra Geheime Figuren, o "Figuras Secretas" de los Rosacruces, la figura
austera de Saturno monta guardia al pie de la montaña. Saturno es el Amo de la
Constricción y de las Travesías Difíciles. Todo lo anterior simboliza el principio del
trabajo espiritual que se emprende en medio de la oscuridad, del esfuerzo tenaz y de la
miseria interna.

En la cima de la montaña alquímica se levantan la esfera y la corona del Amo del


Mundo. al que con frecuencia representan Apolo o Júpiter, que son los amos del oro, de
la luz, de la expansión y de la benevolencia. La tradición masónica se refiere a esta
figura como al "Gran Arquitecto del Universo". Así los dos amos que reinaban en la base
y en la cúspide representan los polos opuestos de la oscuridad y la luz, de la dificultad y
la facilidad, del plomo y del oro; todo lo cual define en realidad la esencia que asciende
y desciende sin detenerse, en forma de espiral, al escalar la montaña.

El viaje

El viaje para escalar la montaña que se inicia en el reino de Saturno al de Júpiter, se


puede dividir en cuatro etapas de transformación primordiales del physis (o materia)
al spiritus.

Como es natural, uno inicia el viaje desde el mundo denso y plomizo de lo físico; en el
bajo
mundo del nigredo o "negrura". Ese también es el reino de las cavernas subterráneas
de Vulcano, amo de los herreros, símbolo del subconsciente más profundo. Al centro de
esas vastas cavernas plagadas de laberintos está el trono de la Excelsa Madre de la Vida
que se manifiesta y proporciona el elemento material del Ser en todo su esplendor y
toda su gloria.

Una vez que hemos pasado por este reino oscuro y agobiante, que no deja de ser
milagroso, podemos ascender al mundo luminoso del astral o etéreo donde gobierna la
Dama Sofía, quien representa los principios del conocimiento y la sapiencia. Sofía es un
reflejo de la madre que nutre y mora en el mundo inferior, y por lo general la
representan alimentando a sus amantes, los filósofos, con la leche que fluye de sus
pechos. Su reino también es el de la luna plateada... el primer encuentro con la
consciencia más elevada. En términos alquímicos se dice que es albedo o “el
blanqueador” del alma.

El tercer reino al que es necesario ascender es el que yace entre la tierra de Sofía (un
jardín cubierto con las rosas del conocimiento), y la cúspide de la montaña, el trono del
Demiurgo, o Amo del Mundo. La alquimia hace referencia a ese estado intermedio y lo
denomina citrinitas o "amarillento", y corresponde a lo que los grandes místicos
conocen como "la noche oscura del alma". Es la tierra congelada de la nieve, las
tormentas y los hielos, donde lo único que se puede hacer es esperar pacientemente a
que maduren las profundas corrientes espirituales interiores, antes de obtener
permiso para entrar a la ciudad santa. A pesar de la desolación que prevalece en este
reino, el color "amarillo" que lo caracteriza también ofrece la esperanza de que llegará
el sol pleno y dorado al que a veces denominan el rey de la ciudad soleada ubicada en la
parte superior.

El sol vivificante

Al ascender desde el tercer reino intermedio cuajado de tierras heladas y congeladas,


uno descubre milagrosamente la región de la primavera dorada que yace en la vasta
cumbre. En la cúspide hay una bienaventurada meseta a la que adorna con su presencia
armoniosa y perfeccionada geometría la Ciudad de las Cuatro Esquinas, cuyos doce
portales simbolizan a los signos del zodiaco, y a la travesía que la vida realiza alrededor
de la fuerza vivificante del Sol. En cierto sentido. el Sol que está al centro de la ciudad es
el Amo del Mundo que dirige y le da forma a las fuerzas espirituales del sol etéreo, para
que se manifiesten en la Tierra.

El Amo del Mundo es de configuración extraña y algo remoto, andrógino y que todo lo
ve. Los gnósticos lo denominaron laldaboat, el Demiurgo o el Creador que es una
representación metafísica del Cósmico desencarnado. También lleva el nombre de la
"Mónada Superior"... una ventana sin espacio ni tiempo para observar el núcleo de lo
absoluto. El Amo del Mundo vigila el manantial de la vida que se encuentra en el centro
de la ciudad. El manantial representa el centro de la vida, concede la fuerza curativa y
vivificante de vida y por lo general está almacenada en un recipiente sagrado que sólo
utiliza el Amo. En el mundo occidental conocemos el mencionado recipiente bajo el
nombre del Santo Grial.

El Rey Pescador

En la mitología relacionada con el Rey Arturo, el Amo del Mundo por lo general aparece
como el acaudalado Rey Pescador, o Preste Juan, Melquíades o el Emperador de Sarras,
la misteriosa ciudad del Grial en el este... el lugar donde nace el Sol. En realidad, el
Monte Salvesch (la Montaña de la Salvación o Montaña del Grial) es muy parecido al
Mons Philosophorum. En esencia tenemos que considerar a esas dos montañas como si
fueran ligeras variaciones del arquetipo más extenso de la Montaña Sagrada. En la obra
de Wolfram von Eschenback titulada Parzival, Klingson, el Mago Negro. hace el papel de
Saturno en la Montaña Alquímica, mientras que kundry, la Dama del Grial. se convierte
en la Dama Sofía y el Rey Pescador, se convierte en el Rey Solar de la Montaña
Alquímica.

Al igual que los aspectos geométricos y mandalísticos relacionados con el Monte Meru
en las tradiciones hindúes y budistas, el Monte Salvesch oculta una sagrada presencia
en su cúspide (una puerta que nos enlaza con los reinos excelsos del Cósmico), y a la
que se simboliza como la aurora que se eleva en forma de una vasta corona sobre la
cúspide de la montaña.
La Montaña Cósmica típica que existe en el núcleo mismo de la Creación, así como en
todas partes, aunque parezca paradójico, nos proporciona un sendero nítido como el
cristal a pesar de la forma de espiral que asume en su camino hacia el Absoluto.

Al descender al nivel real que tienen las montañas en la tierra, es importante que
recordemos todas aquellas similitudes entre el ascenso material (escalar) y la
elevación espiritual (el estudiante en el sendero). La gravedad misma es una fuerza
viviente con la que tenemos que luchar en las alturas. Al parecer la naturaleza misma
está involucrada en una conspiración para mantenernos atrapados en la seguridad que
ofrecen las siniestras colinas que yacen al pie de la montaña, mientras que el espíritu
anhela remontarse a los reinos de la sublimidad y la luz.

Puede parecer irónico y admirable a la vez que nuestra máxima fábula moderna acerca
de la búsqueda en la Montaña, es decir la gran obra de arte de René Daumal titulada
Mount Analogue, quedó inconclusa hasta su muerte. En verdad la escalación de la
montaña interna es interminable, puesto que una cúspide tan sólo nos conduce a la
siguiente a través de todos los mundos Cósmicos y aún más allá.

Referencias:

Abdiel Lodge, Secret Symbols of the Rosicrucians, AMORC, 1967.

Birnbaum, Edwin. Sacred Mountains of the World. Sierra Club Books, 1990

Daumal, Rene', Mount Analogue. Penguin Books, 1952/1974.

Evans Wentz. W. Y.Cuchamo and Sacred Mountains. Swallow Pres/Ohio University Press.
1989.

Muir, John, Tbe Mountains of California, Sierra ClubBooks, 1989.

Rowell, Galen, Mountain Light. Sierra Club Books. 1986.

Von Eschenbach, Wolfram, Parzival. Vintage Books, 1974.”The Mountain” issue of


Porabola magazine, XIII. No. 4 (November 1988)

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