Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Una media noche, pensando convertir en dulce cancha unas dos mazorcas de maíz, el
padre preguntó en voz baja a su compañera:
En un extremo del poyo, papá contestaron los hermanitos, antes que la somnolienta
madre. ¡Hijos el diablo! Todo lo habían desbaratado.
Llegando el instante, colocó a las criaturas en una gran shicra las llevo a una escarpada
peña y las dejo suspendidas de su parte más elevadas. Allí habrían perecido de inanición si un
condolido gorrión no las hubiese liberado.
En reconocimiento de tan oportuno auxilio. Los niños aceptaron cuidar un florido papal del
señor gorrión; pero como nada percibían, el hambre seguía royéndoles el estómago. Viéndose,
pues en la necesidad de incursionar por las cercanías en pos de algo que pudiera presentárseles
siquiera momentáneo alivio.
Así, en la última de las salidas, tuvieron el consuelo, de encontrarse con una mujer de
aspecto nada simpático, pero de maneras que inspiraban confianza; quien tomando desde el
primer momento marcado interés por sus tiernas personas, las condujo a una renegrida cueva
que le servía de guardia.
Los invitados esperaron con la imaginable ansiedad, ser obsequiados con algo que
seguramente contenía una ventruda olla que sus inquietos ojos acababan de descubrir en un
rincón que parecía ser la cocina. En efecto, luego de vaciar en un mate el contenido de la olla, la
mujer les dijo: sírvanse estas papitas que están muy ricas.
Los chicos no fueron tardos en tomar una cada cual; mas, las tales papitas no eran otra
cosa que unas auténticas piedras de río. Y mirándose mutuamente, quedaron suspensos por un
buen rato.
Es cuento, objetó. Y tomando unos de los cuerpos redondeados, lo presiono con los dedos. La
piedra se aplasto cual tierna y harinosa papa.
Llegando la noche, la extraño mujer dispuso que el varoncito se acostara con ella y la
hermana con una muchachita hija suya. Pero ya por el hambre, ya por la separación de su
menorcito, no podía conciliar el sueño. Así, al mediar la noche escuchó un quejido:
¡Achachauuuuu!
Estoy limpiándole de liendres, pues tiene muchas en cada pelo, respondió. Por segunda y
tercera vez volvió a escuchar los quejidos y por otras tantas preguntó, obteniendo respuesta
como la primera. Al aclarar el día hacía rato que el niño había callado. Después cuando la hija se
acercó, aun pudo escuchar esta macabra instrucción.
Por estas palabras que la cogió sin soltar el aliento la desventurada chica comprendió que
se encontraba en manos de una ACHCAY vampiresa devoradora de niños. Y alelada de susto,
simulando dormir profundamente, mantúvose inmóvil hasta que la llamó para decirle:
Como era de esperar, la pobre hermana nunca pudo retener una gota de agua en el cesto.
Y convencida de su fracaso, retornó a justificar su demora.
Al encontrarse con un huaychau le encargo que si sucediera algo grave en la cueva, le hiciera
saber mediante un silbido. Luego llegó al arroyo, llenó de fresco líquido la canasta y emprendió
su retorno. A medio camino, un zorro decidor y burlón la detuvo un buen rato, entreteniéndola
con una serie de ocurrencias muy suyas.
Fue el momento en que la encargada pidió a su huésped que la reemplazar en el cuidado del
puchero. Pero esta, advertida ya por las instrucciones de la madrugada excusóse y mantúvose un
tanto alejada de la boquiancha y ventruda vasija que tremaba con el murmurante hervor de su
contenido. Entonces, la misma hija volvió a remover las piezas en cocción. En esta maniobra,
sintióse violentamente levantada y caer de hocico al fondo de la olla infernal. Un grito, unos
pataleos indicaron que una víctima inocente acababa de ser vengada.
Con la presteza del caso, la niña extrajo los restos de su hermanito, los reemplazó con los
de la salvaje, salió cuidadosamente de la guardia y, portando un solo bulto, voló por una senda
tomada al acaso.
Pero por estar semicruda la carne, no tardó mucho en reconocer su naturaleza. Un grito
semejante a un graznido, se escapó de su garganta, sus manos sarmentosas, guarnecidas de
largas uñas, pusiéronse a estrujar la raída pollera y, después de unos segundos de vacilación, se
puso fuera y con instinto felino, tomo el mismo sendero de la fugitiva.
Ésta, entre tanto, tropezó con un venado que tranquilamente hacia un barbecho.
- << tiyuy luichu>>, le invoco una achcay que ha devorado a mi hermanito me persigue para hacer lo
mismo conmigo. Ocúltame Ud., por favor. El venado la coloco tras un gran terrón y continúo con
su faena.
- Luicho, dimke has visto pasar a una muchacha que lleva un pequeño bulto.
- A nadie he visto, le contesto sin interrumpir su trabajo.
- ¿A nadie has visto, usurpador de tierras y de cosechas?
El labrador perdió la calma y levantó su chaquitacla le dio un golpe tal que le abrió una gran
herida en la cabeza. Pero la perseguidora logró sanarse prontamente pronunciando ciertas
palabras mágicas.
- Arrastrado pico de cacho, patas de leña, consumidor de ganados ¡qué es lo que ves desde esa
altura?
El cóndor se lanza sobre la atrevida y le extrae sus ojos. Sin demora, la ciega busca al tacto
dos piedrecillas redondas, las coloca en las orbitas vacías y repitiendo <<cuticamuy nahui,
cuticamuy nahui>> vuélvete ojo, vuélvete ojo, los recupera en pocos instantes.
Ahora la chica se detiene ante una señora de hermosa presencia y de amable semblante.
Adelante por ello le suplica:
- Mamita linda, una achcay que ha devorado a mi hermanito me persigue para hacer lo mismo
conmigo.
- ¿dónde puedo ocultarme?
Avanza hija, hasta la cruz que se ve sobre aquella colina, arrodíllate ante ella y pídele que
te lleve al cielo. Así lo hizo, inmediatamente se descolgó una inmensa cadena de oro. Asida a ella,
la valiente muchacha desapareció.
En estos momentos sube al cielo. Podrías alcanzarla si le pides ayuda a la cruz que se ve
desde aquí, le contesto.
Despidiendo por primera vez sin soltar improperios se acercó al sagrado símbolo y le hizo
su pedido. Sin demorar le cayó a las manos el extremo de una larguísima soga de chunuar con
unos cuantos pericotes prendidos más arriba. Se prendó también la perseguidora y comenzó su
ascenso.
Al acercarse a las nubes, percibe el ruido que los animalitos producen al roer la soga.
- Ucush, parece que estás dañando mi cadena de oro, le dice al más cercano, este le contesta:
- ¿Yo? ¡que ocurrencia! Sólo estoy royendo mi endurecida camita.
Ya sobre las nubes, vuelve a sentir el típico ruido que hacen los activos pericotes.
Y así, suben y suben. La destreza de los pericotes tiene ya la soga convertida en un hilo que
apenas resiste.
Si la achcay nos persiguiera otra vez ¿Qué harías tú? Pregunto ella ¡jan jan!.. ¡Chan chan! Le ladro
el perrillo.