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Este soy yo algún tiempo atrás. Antes que todo ocurriera.

Antes
que sucediera el encuentro que cambió mi vida.
Antes todo estaba en orden y me parecía que las cosas
marchaban de maravilla. Los días eran uno igual al otro, los
pasaba, por lo general, fuera de casa, con todos mis amigos.
Un día, en las primeras horas de la mañana, empecé a escuchar
ruidos extraños. Miré alrededor, pero no vi nada. Apenas abrí la
puerta, me encontré cara a cara con un ser extraño. ¡Me asusté
mucho! Él, muy desenvuelto, se acercó a mí y me pidió entrar.
Le respondí que no podía. No estoy para perder el tiempo.
Me dijo que no tenía a nadie con quien estar, ningún lugar a
donde ir y que se quedaría conmigo. Yo no estaba de acuerdo
con esa idea, pero él me comenzó a seguir. Intenté ignorarlo,
pero lo encontraba siempre a mi lado, como si fuera este su lugar.
Si caminaba más despacio, me tropezaba con sus pasos; si
intentaba correr, él se ponía a gritar a todo pulmón que lo espere.
No sabía qué hacer para librarme de él. Así empezaron mis
problemas. No me dejaba ni un segundo, y cuando estaba con él,
sentía todas las miradas sobre mí.
Mi vida no era la misma, me fastidiaba cargar siempre con él, y
muchas veces terminábamos los dos solos. Así que un día,
desesperado, decidí invitarlo a mi casa.
Fue realmente un desastre. Empezó a caminar sobre los muros,
a saltar por todos lados. Revisaba cada habitación y abría cajas
y cajones. Puso la casa patas arriba, mientras inútilmente trataba
de detenerlo. Cuando se cansó, se echó sobre la alfombra y en un
instante se durmió. Se quedó rendido. Yo estaba furioso, lo
agarré de los pies y lo arrastré hasta afuera.
La casa era irreconocible. No me quedaba más que armarme de
paciencia y poner todo en su lugar. Mientras comencé a ordenar,
vi un pomo que mi invitado había botado, algo brillaba en su
interior. Eran las canicas que no veía hace años. Es más, hasta
me había olvidado de tenerlas. Las hice dar vueltas entre mis
dedos, comencé a sonreír recordando el día en que me las
regalaron. Me pareció encontrar una parte de mí que había
quizás olvidado.
Desde entonces mi invitado viene seguido a visitarme. Lo dejo
siempre buscar entre mis cosas. Todavía logra armar un gran
desorden, pero después de todo sé que me ayudará a ordenar, y
muy seguido logra encontrar y desempolvar pequeños tesoros.
Para ser sincero, soy más feliz desde que él está conmigo.

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