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3. ¿Cómo debo preparar la disertación?
Al elaborar la disertación, el orden de la reflexión será, pues, el siguiente:
1. Lo primero que hay que hacer es problematizar la pregunta, esto es, hay que
comprender que la pregunta plantea un problema. Si se nos ocurre una respuesta muy
evidente, es que no la hemos problematizado bien: ¿qué significa la pregunta?, ¿qué
significan las palabras que hay en ella?, ¿qué diferentes enfoques se le pueden dar a la
pregunta?, ¿qué posibles respuestas se pueden ofrecer?
2. Una vez problematizada la pregunta, hay que pensar el enfoque que vamos a darle,
puesto que puede ser interpretada de varias maneras.
3. Una vez decidido el enfoque, hay que buscar argumentos y pruebas convincentes.
Acumular toda la información posible sobre el asunto. Hay que valorar todas las opciones,
es decir, todas las posiciones posibles y buscar los argumentos que los apoyen. Es mejor
hacer esto antes de decidir la posición que vamos a defender: quizá la posición que
pensemos defender en un principio no sea en realidad la posición más fuerte. Para los
argumentos, hay que valorar todo tipo de contenidos (los que hemos visto y leído en clase,
pero también ejemplos de la vida cotidiana, de novelas, del cine, datos oficiales, etc.).
4. Una vez buscados los argumentos, hay que pensar qué posición defenderé: la tesis
que sostendremos. Es importante saber que no hay una posición “correcta”, sino posiciones
“más fuertes y más débiles”. La fortaleza de nuestra tesis dependerá de nuestra
argumentación.
5. Lo quinto será seleccionar argumentos, es decir, decidir qué argumentos voy a
introducir y en qué orden los voy a introducir. Hay que tener en cuenta que para defender
una posición es fundamental valorar seriamente la opción contraria y, por lo tanto, defender
nuestra posición va a suponer introducir argumentos que permitan refutar la posición
contraria.
6. Lo último será decidir cuál es la mejor manera de situar al lector para una mejor
comprensión del asunto que trato: es decir, decidir en qué orden voy a exponerlo.
7. El resultado de este proceso es el guion de nuestro ejercicio (el plan).
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tanto…”, etc.). Lo que sí que es útil, si queremos dejar clara la estructura de la disertación,
es establecer las partes, introduciendo conectores como “Para comprender bien la cuestión
planteada…”, “Para introducir este tema…”, “En conclusión…”, “De todo lo anterior se
desprende que…”, etc.
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7. Ejemplos de disertación
A continuación, se presenta la disertación ganadora del 2º Premio de la Olimpiada
Filosófica Española en el curso 2020-2021, de Francisco Juan Peral (IES Profesor Ángel
Ysern):
¿Es la lucha por la libertad una lucha por la seguridad?
“¡Prohibido prohibir!” gritaban los jóvenes franceses en Mayo del 68. Esta es una de las
numerosas ocasiones en las que se ha enarbolado la bandera de la libertad contra la ley. Una
idea mítica y perversa que conlleva el inevitable olvido de un valor trascendental como es la
seguridad del individuo. ¿Se es más libre cuando no hay ley? ¿Acaso se trata de luchas
distintas la persecución de la libertad y la de la seguridad?
Antes de responder a tal cuestión, es necesario preguntarnos ¿por qué estamos luchando,
qué fin es el que verdaderamente queremos alcanzar? Quizá en este punto ya estemos
cometiendo un error que nos impide llegar a reconciliar libertad y seguridad. ¿A qué se debe?
Miremos a la historia. Los griegos defendían que somos libres cuando somos capaces de
frenar nuestros deseos irracionales mediante la razón. Este error lleva a suponer que los
males del mundo y, por ende, nuestra seguridad, están sujetos a actividades irracionales.
Llamaron a esto intelectualismo moral. He aquí el error, suponer que los males del mundo y,
por ende, aquellas cuestiones que comprometen nuestra seguridad, están sujetos a actividades
irracionales. Un error semejante lo comete Hobbes al defender que “la libertad es la ausencia
de todos los impedimentos para la acción que no están contenidos en la naturaleza y calidad
intrínseca del agente”.
Ambos errores apartan la lucha por la libertad de la lucha por la ley justa. Todo ello
origina un horizonte confuso, pues se lucha por la “libertad” sin entender el significado de
esta palabra y cómo hacerla real. No obstante, a pesar de esta confusión, es innegable que ha
servido de brújula para el hombre a lo largo de la historia, pues ¿qué otra cosa sino la
búsqueda de la libertad ha llevado a la sucesión de las diferentes épocas históricas? Luego el
motor de la historia es este esfuerzo del ser humano por alcanzar la libertad, lo que se ve
reflejado en esos dos momentos decisivos de la historia de la humanidad: la Declaración de
Independencia de Estados Unidos, cuando Thomas Jefferson estableció como uno de los
derechos “inalienables” junto con la felicidad y la vida, la libertad, y la Revolución Francesa
de 1789 cuando se declararon como pilares de la nación l’egalité, la fraternité y, una vez
más, la liberté.
Ahora bien, si bien podemos reconocer en la historia la existencia de un progreso hacia
la libertad, ¿cómo es posible que tengamos un horizonte equivocado? Pues bien, como
decíamos, en esta lucha por alcanzar aquello a lo que llamamos “libertad” hemos ido
descuidando ese otro valor tan importante como es la seguridad, lo cual nos obliga a
conformarnos con una “libertad” que creemos alcanzada pero que se sitúa muy lejos de la
verdadera libertad, en la que es indispensable que confluyan libertad y seguridad. ¿Y esto por
qué? Pues porque la inseguridad implica necesariamente el temor y, por ende, conlleva
reprimir nuestras acciones y elecciones por las consecuencias que puedan derivarse de ellas,
destruyendo así el fundamento de la libertad del individuo: su libre voluntad.
Llegados a este punto, alguien podría preguntarse ¿es, por tanto, necesario que la
seguridad limite nuestra libertad? ¡Al contrario! Pues la seguridad tiene que ser una
herramienta indispensable que nos permitirá alcanzar esa plena libertad. Para defender esta
tesis, podemos apoyarnos en el “símil de la línea” platónico, pero, en lugar de enfocarlo hacia
el camino ascendente del conocimiento, tomarlo para ilustrar el camino ascendente de la
libertad. Un camino que erróneamente creeríamos que ya ha llegado a su fin. Por el contrario,
la “libertad” de la que gozamos actualmente es simplemente una fase previa a la verdadera
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libertad, donde converjan tanto la seguridad como la libertad del individuo. Sólo en ese
momento podremos decir que somos perfectamente libres.
Entonces, ¿a qué se debe nuestro estancamiento en esa fase imperfecta de la libertad?
¿Por qué el hombre moderno considera que ya ha alcanzado ese fin? Sucede que, como
afirmaba Nietzsche: “A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quieren que
sus ilusiones se vean destruidas”. Para nosotros, es mucho más sencillo y confortable aceptar
que hemos llegado al final de ese camino y que, por fin, somos libres; es decir, a lo que Hegel
se referiría como decretar el fin de la historia, abandonando, por tanto, esa lucha eterna del
hombre en busca de la libertad.
Ahora bien, como hemos mencionado anteriormente, la lucha por la libertad no ha
terminado, pues es necesario realizar una lucha por la seguridad que nos permita llegar al
final de ese camino. El problema es, por tanto, ¿cómo debemos continuar esta lucha para
alcanzar la libertad y la seguridad?
Para afrontar esta lucha y poder seguir nuestro progreso hacia la verdadera libertad, es
necesario devolver a la seguridad ese valor trascendental que había quedado relegado. Cabe
señalar que la seguridad no constituye únicamente una protección ante ataques físicos, sino
que incluye una serie de derechos que constituirían todo aquello que entendemos por
“seguridad”, tales como la seguridad jurídica, la seguridad laboral, la seguridad de una mujer
ante el maltrato de su pareja, o la seguridad infantil. En definitiva, la seguridad de cualquier
persona para no ser dominada por otros.
Esto no son más que algunos posibles ejemplos que ilustran la necesidad de luchar por la
seguridad para alcanzar la libertad. Mas no solo con comprender la indispensabilidad de la
seguridad en este camino ascendente estamos contribuyendo al progreso, es necesario
articular esta lucha de los ciudadanos en torno a un elemento indispensable: el Estado, una
figura que viene cargada de prejuicios por su capacidad de convertirse en un todopoderoso
cuerpo separado de la sociedad, capaz de cercenar las libertades de los ciudadanos. Para evitar
tal acontecimiento, el Estado debe encarnar la figura a la que se refería Aristóteles como “el
hombre prudente”. De otra manera, este modelo de “Estado Prudente”, a lo que los Griegos
llamaron República (Politeia), debe ejercer sus funciones en base a la búsqueda del término
medio, sin dejarse arrastrar por los extremos del exceso o del defecto, propiciando que se
ponga en riesgo nuestra lucha por la seguridad y, por ende, impedirnos ser libres.
Ahora bien, ¿qué estructura debe tener el Estado para cumplir los preceptos mencionados
anteriormente? El Estado estará conformado a partir de una estructura tripartita que se
corresponde con los tres pilares básicos de nuestra sociedad que constituirían los cimientos de
una sociedad libre y segura.
En primer lugar, nos encontramos con la educación, una herramienta que, tal y como
decía el Sócrates platónico, “es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”,
una llama capaz de encender el espíritu de los ciudadanos y, por ende, de una sociedad;
haciendo que esta encuentre su raíz en los valores del respeto, la prudencia, la inteligencia y
la justicia. Este hecho contribuirá a gozar de mayor seguridad y, por tanto, seremos más
libres. No obstante, nuestro proyecto no está aún concluido, pues la educación no nos exime
de que ciertos individuos puedan atentar contra nuestra seguridad.
Por tanto, la educación sólo constituye el primer paso de nuestro camino hacia la
verdadera libertad. El segundo mecanismo que debe poseer el Estado es la ley. Una
herramienta que debe sustentarse sobre tres valores: la igualdad; su primacía sobre el
gobierno de los hombres, tal como manifestó Platón en las Leyes como signo de estabilidad; y
la prudencia. Esta segunda parte de nuestra estructura tripartita nos permitirá dar un paso más
hacia la libertad, ya que las leyes, siempre que cumplan las condiciones mencionadas
anteriormente, constituyen la mejor garantía de que una sociedad goce de seguridad y pueda,
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por ello, ser libre. Porque, como defendía John Locke: “Donde no hay ley no hay libertad.
Pues la libertad ha de ser el estar libre de las restricciones y la violencia de otros, lo cual no
puede existir si no hay ley; pues ¿quién pudiera estar libre al estar dominado por los caprichos
de todos los demás?”
Ahora bien, es necesario que poseamos una garantía del cumplimiento de estas leyes y,
para ello, contaremos con aquellos a los que Platón denominaba en La República la clase de
los guardianes, es decir, las fuerzas del orden público. Un elemento esencial para velar por la
seguridad y que, de nuevo, debe estar sujetos a los principios mencionados anteriormente para
no poner en riesgo nuestra libertad.
Así pues, y para concluir, dejemos de librar una lucha a ciegas en la que persigamos una
falsa libertad, desengañémonos de esa ilusión tan arraigada de que podemos ser hombres y
mujeres libres al margen de la ley o contra la ley, y contribuyamos a la lucha por la auténtica
libertad concediendo a la seguridad el valor trascendental que le corresponde para proteger la
libertad. Pues, tal y como decía Ortega, “sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo
es posible avanzar cuando se mira lejos”.
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hora de valorarla, es decir, no somos capaces en muchos casos de diferenciar la gravedad de
que mueran seiscientas personas en un bombardeo con la gravedad de que nuestro programa
favorito deje de estar en emisión. Acabamos viendo auténticas tragedias como simples
estadísticas que no tienen por qué afectarnos, y se acaba creando un caos moral en nuestro
interior muy difícil de gestionar.
Otro concepto relacionado con el anteriormente expuesto es la importancia que dan los
medios de comunicación a los diferentes ámbitos sociales. Por ejemplo, ocurre una tragedia
en Venezuela que no interesa a los medios de comunicación y sale en una pequeña cifra de
canales, sin embargo, tiene lugar un partido de fútbol entre dos equipos exageradamente
reconocidos y absolutamente todos los canales emiten toda la información que posean sobre
dicho partido.
Esto acaba generando en nosotros un enorme conformismo en el cual priorizaremos en
mayor grado hechos que no nos incumben que los que sí, hecho que beneficia enormemente
al Estado al disminuir las posibilidades de que nos manifestemos en contra de las injusticias
que ocurren.
Aparte del beneficio que recibe el Estado, se crea una especie de nihilismo en nuestro
interior haciendo que dediquemos gran parte de nuestro tiempo e interés en conceptos
realmente irrelevantes e innecesarios para nosotros (fútbol, ciertos programas de televisión,
redes sociales). Irónicamente, el nihilismo histórico en el que se despreciaba la vida terrenal
en busca de la vida ultramundana que Nietzsche duramente criticó se ha cambiado por un
nihilismo conformista en el que se desprecia la vida terrenal en busca de una vida virtual,
¿realmente hemos avanzado?
Retomando el hecho de que los Mass Media influyen en nuestras opiniones y prejuicios,
es de relevancia hablar sobre el «Superyó» de Freud. Freud planteó en su psicoanálisis la
existencia de tres factores que condicionan nuestro comportamiento y personalidad; el
«ello» (nuestra parte instintiva), el «superyó» (nuestra parte social formada por las
influencias del entorno) y el «yo» (el equilibrio entre el ello y el superyó). Entonces, ante el
constante bombardeo de información de los Mass Media, podríamos decir que el superyó se
«engrandece» teniendo mayor influencia que el ello, de manera que las opiniones impuestas
acaban teniendo un mayor control sobre nosotros, y cedemos inevitablemente a la
información que nos exponen favoreciendo así a la construcción mediática de la realidad.
Curiosamente, los medios de comunicación suelen depender de las clases poderosas.
Por lo tanto, las opiniones y realidades distorsionadas que nos plantean suelen coincidir
inevitablemente con el interés de los poderosos de manera que la subjetividad de los medios
de comunicación proviene de las clases dominantes pudiendo alienarnos de modo que les
beneficie.
Para concluir, quiero expresar algo que el primer filósofo de la sospecha, Karl Marx,
llamó alienación. Esta es la principal consecuencia del tema expuesto en la disertación. Los
Mass Media, al estar tan globalizados y tener la posibilidad de distorsionar la realidad a su
gusto, suponen un enorme y efectivo medio de alienación que nos implanta una manera de
actuar en base a los intereses de las altas clases sociales, acabamos siendo seres carentes de
pensamiento crítico y completamente introducidos en la sociedad, introducidos en la
caverna de Platón contemporánea.