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Cómo se hace una disertación

1. ¿Qué es una disertación?


La disertación es una reflexión razonada que trata de resolver una cuestión propuesta.
Para ello, se nos presenta en primer lugar un problema que tiene habitualmente la forma de
una pregunta: ¿el ser humano es libre?, ¿hay un progreso moral de la humanidad?, ¿qué es
la justicia?, ¿es el ser humano malo por naturaleza?, ¿es peligrosa la filosofía?
Para resolver la cuestión propuesta, hay primero que plantear adecuadamente el
problema (introducción), desplegar ordenadamente los argumentos que te permiten resolver
el problema (argumentación) y, finalmente, sintetizar brevemente las conclusiones
alcanzadas (conclusión).
Se trata, pues, de defender una tesis argumentadamente. Por ello, todo debe tener
sentido y convencer. Si se presta a duda, habrá que precisar, matizar o concretar, de forma
que todos los puntos de vista queden claros y no haya contradicciones entre lo que se dice
antes y después. Es imposible sostener dos ideas que sean incompatibles o contradictorias;
por ello habrá que defender las ideas con coherencia, claridad, precisión y rigor. A ser
posible, también con imaginación, creatividad, fuerza y convicción. ¡Hay que convencer!

2. ¿Qué estructura debe tener la disertación?


Como decimos, la disertación se suele dividir en tres partes claramente diferenciadas:
1) Introducción
La introducción debe ser breve (un párrafo) y debe situar al lector en el terreno
adecuado para la mejor comprensión y valoración de lo que decimos a continuación. Por
ello, debe analizar el problema que se plantea: explicar qué relevancia tiene, analizar las
diferentes perspectivas desde las que puede entenderse el problema, cómo se plantea en los
distintos momentos históricos, etc. En este sentido, la introducción debe explicar en qué
consiste el problema, para lograr convencer al lector de la importancia del mismo.
2) Argumentación
Se trata de la parte central de la disertación y la que más desarrollo debe tener. Aunque
se pueden exponer primero los argumentos, es más fácil comenzar diciendo qué postura se
va a defender y, después, ofrecer todos los argumentos que apoyan nuestra postura. Tiene
que haber más de un argumento (dos o tres al menos) y deben estar bien explicados y
apoyados. Además, hay que refutar por lo menos un argumento de la tesis contraria. Se trata,
por tanto, de atacar y defender.
En la argumentación hay ciertos ingredientes que no pueden faltar:
- Referencia a autores y a los textos estudiados en clase (u otros que hayamos leído).
- Ejemplos (preferentemente actuales, aunque también pueden ser ejemplos históricos).
- Referencia a las fuentes de información que se han usado. Pueden ser de todo tipo:
novelas, poesías, periódicos, películas, etc.
3) Conclusión
La conclusión debe constituir una respuesta clara a la pregunta inicial y no debe ser
muy extensa (también un párrafo). Tiene por tanto que presentarse como una consecuencia
directa del desarrollo que hemos planteado. Por ello, antes de ordenar los contenidos del
desarrollo, conviene tener muy claro a qué conclusión queremos llegar, es decir, qué
queremos defender.

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3. ¿Cómo debo preparar la disertación?
Al elaborar la disertación, el orden de la reflexión será, pues, el siguiente:
1. Lo primero que hay que hacer es problematizar la pregunta, esto es, hay que
comprender que la pregunta plantea un problema. Si se nos ocurre una respuesta muy
evidente, es que no la hemos problematizado bien: ¿qué significa la pregunta?, ¿qué
significan las palabras que hay en ella?, ¿qué diferentes enfoques se le pueden dar a la
pregunta?, ¿qué posibles respuestas se pueden ofrecer?
2. Una vez problematizada la pregunta, hay que pensar el enfoque que vamos a darle,
puesto que puede ser interpretada de varias maneras.
3. Una vez decidido el enfoque, hay que buscar argumentos y pruebas convincentes.
Acumular toda la información posible sobre el asunto. Hay que valorar todas las opciones,
es decir, todas las posiciones posibles y buscar los argumentos que los apoyen. Es mejor
hacer esto antes de decidir la posición que vamos a defender: quizá la posición que
pensemos defender en un principio no sea en realidad la posición más fuerte. Para los
argumentos, hay que valorar todo tipo de contenidos (los que hemos visto y leído en clase,
pero también ejemplos de la vida cotidiana, de novelas, del cine, datos oficiales, etc.).
4. Una vez buscados los argumentos, hay que pensar qué posición defenderé: la tesis
que sostendremos. Es importante saber que no hay una posición “correcta”, sino posiciones
“más fuertes y más débiles”. La fortaleza de nuestra tesis dependerá de nuestra
argumentación.
5. Lo quinto será seleccionar argumentos, es decir, decidir qué argumentos voy a
introducir y en qué orden los voy a introducir. Hay que tener en cuenta que para defender
una posición es fundamental valorar seriamente la opción contraria y, por lo tanto, defender
nuestra posición va a suponer introducir argumentos que permitan refutar la posición
contraria.
6. Lo último será decidir cuál es la mejor manera de situar al lector para una mejor
comprensión del asunto que trato: es decir, decidir en qué orden voy a exponerlo.
7. El resultado de este proceso es el guion de nuestro ejercicio (el plan).

4. ¿Qué cosas hay que evitar en toda disertación?


En toda disertación deben evitarse los siguientes ERRORES:
1. Ausencia de orden e ideas no articuladas entre sí (incoherencia).
2. Alardear de conocimientos filosóficos que no se tienen (pedantería). Eso no quiere
decir que no tengamos que utilizar los conocimientos que sí tenemos. Se trata de no
introducir frases y autores de manera inconexa, sólo porque creemos que suena bien.
3. Realizar un resumen de ciertos conocimientos aprendidos.
4. Decir primero sí, luego no, y, finalmente contentarse con un quizás. Hay que
defender una postura clara.

5. ¿Qué estilo tiene que tener una disertación?


Aunque el estilo es una cuestión muy personal, hay algo que es común a toda
disertación: las disertaciones no tienen epígrafes ni apartados, sino que es un texto unitario.
Para lograr esta estructura unitaria, es importante poner atención en los conectores que
usamos (“Por ello…”, “Además de este argumento…”, “No obstante lo anterior…”, “Por

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tanto…”, etc.). Lo que sí que es útil, si queremos dejar clara la estructura de la disertación,
es establecer las partes, introduciendo conectores como “Para comprender bien la cuestión
planteada…”, “Para introducir este tema…”, “En conclusión…”, “De todo lo anterior se
desprende que…”, etc.

6. ¿Qué criterios van a seguirse para corregir la disertación?


Conocer los criterios de evaluación usualmente empleados para calificar el ejercicio
ayuda a evitar los errores más corrientes. He aquí los más comunes:
1. La sistematicidad: el argumento tiene que seguir un hilo racional. No puede
reducirse a una mera yuxtaposición de observaciones o de ideas. Se penaliza que las ideas
estén deshilachadas; se penaliza el caos, el desorden y la confusión. A este respecto, es
importante tener en cuenta dos cosas:
a) La pertinencia: el ejercicio tiene que atenerse al enunciado, tiene que plantear el
problema adecuadamente, formulándolo con claridad, y el cuerpo del ejercicio tiene que
estar orientado a resolverlo (que no se escape a otros temas o que escabulla la cuestión).
b) La conclusividad: que la conclusión realmente concluya, que el curso de la
argumentación conduzca razonadamente hacia ella, de tal manera que el ejercicio quede
cerrado. Que no haya saltos: que no brote repentinamente de la nada, que no se la saque el
autor de la manga.
2. La argumentación: se tienen que ofrecer suficientes argumentos para defender la
postura (por lo menos dos o tres) y estos tienen que estar muy bien explicados; además, hay
que tomarse en serio la opción contraria y eso implica utilizar algún argumento para
refutarla o hacerla más débil.
3. El contenido: hay que mostrar conocimiento suficiente del tema, de manera que el
ejercicio muestre el adecuado dominio de la cuestión y de las referencias fundamentales
(autores relevantes que han tratado esa cuestión, por ejemplo), que no sea una
improvisación, ni un conjunto de ocurrencias. Para las que nosotros hagamos, será
fundamental introducir autores y textos estudiados en clase.
4. La originalidad, es decir, el carácter personal del ejercicio: no se trata de un resumen
de opiniones ajenas; se trata de un ejercicio de reflexión personal, lo que implica madurez.
Aunque las ideas sean de otros, tienen que ser puestas en juego de manera propia. Se tiene
que notar el compromiso con las ideas que se defienden. Se nos pide nuestro juicio sobre
algo, no el de cualquier otro.
5. Claridad, rigor y precisión: la expresión del pensamiento ha de ser adecuado. La
oscuridad, la confusión, la imprecisión y la falta de rigor arruinan un argumento, eliminan
toda credibilidad y así es imposible convencer a nadie de nada. Los conceptos tienen que
estar bien definidos y usarse sin vaguedades.
6. Estilo literario: las mismas ideas, los mismos argumentos, se pueden expresar de
varias maneras, de acuerdo con distintos estilos literarios: más lírico, más austero, más
florido.... que se acomodan mejor o peor a las ideas, que ayudan a que las ideas se
transmitan con mayor o menor agrado y fuerza.
7. Corrección ortográfica, gramatical y sintáctica. Las ideas se tienen que comunicar
correctamente, de tal manera que el lector pueda comprender sin dificultad lo que se quiere
transmitir. El texto tiene que ser legible. Se penalizan los errores sintácticos y ortográficos.
**La nota que tengáis en la disertación no es la media de estos criterios, pero
conocerlos os servirá para valorar cuáles son nuestros puntos fuertes y en qué podemos
todavía mejorar.

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7. Ejemplos de disertación
A continuación, se presenta la disertación ganadora del 2º Premio de la Olimpiada
Filosófica Española en el curso 2020-2021, de Francisco Juan Peral (IES Profesor Ángel
Ysern):
¿Es la lucha por la libertad una lucha por la seguridad?
“¡Prohibido prohibir!” gritaban los jóvenes franceses en Mayo del 68. Esta es una de las
numerosas ocasiones en las que se ha enarbolado la bandera de la libertad contra la ley. Una
idea mítica y perversa que conlleva el inevitable olvido de un valor trascendental como es la
seguridad del individuo. ¿Se es más libre cuando no hay ley? ¿Acaso se trata de luchas
distintas la persecución de la libertad y la de la seguridad?
Antes de responder a tal cuestión, es necesario preguntarnos ¿por qué estamos luchando,
qué fin es el que verdaderamente queremos alcanzar? Quizá en este punto ya estemos
cometiendo un error que nos impide llegar a reconciliar libertad y seguridad. ¿A qué se debe?
Miremos a la historia. Los griegos defendían que somos libres cuando somos capaces de
frenar nuestros deseos irracionales mediante la razón. Este error lleva a suponer que los
males del mundo y, por ende, nuestra seguridad, están sujetos a actividades irracionales.
Llamaron a esto intelectualismo moral. He aquí el error, suponer que los males del mundo y,
por ende, aquellas cuestiones que comprometen nuestra seguridad, están sujetos a actividades
irracionales. Un error semejante lo comete Hobbes al defender que “la libertad es la ausencia
de todos los impedimentos para la acción que no están contenidos en la naturaleza y calidad
intrínseca del agente”.
Ambos errores apartan la lucha por la libertad de la lucha por la ley justa. Todo ello
origina un horizonte confuso, pues se lucha por la “libertad” sin entender el significado de
esta palabra y cómo hacerla real. No obstante, a pesar de esta confusión, es innegable que ha
servido de brújula para el hombre a lo largo de la historia, pues ¿qué otra cosa sino la
búsqueda de la libertad ha llevado a la sucesión de las diferentes épocas históricas? Luego el
motor de la historia es este esfuerzo del ser humano por alcanzar la libertad, lo que se ve
reflejado en esos dos momentos decisivos de la historia de la humanidad: la Declaración de
Independencia de Estados Unidos, cuando Thomas Jefferson estableció como uno de los
derechos “inalienables” junto con la felicidad y la vida, la libertad, y la Revolución Francesa
de 1789 cuando se declararon como pilares de la nación l’egalité, la fraternité y, una vez
más, la liberté.
Ahora bien, si bien podemos reconocer en la historia la existencia de un progreso hacia
la libertad, ¿cómo es posible que tengamos un horizonte equivocado? Pues bien, como
decíamos, en esta lucha por alcanzar aquello a lo que llamamos “libertad” hemos ido
descuidando ese otro valor tan importante como es la seguridad, lo cual nos obliga a
conformarnos con una “libertad” que creemos alcanzada pero que se sitúa muy lejos de la
verdadera libertad, en la que es indispensable que confluyan libertad y seguridad. ¿Y esto por
qué? Pues porque la inseguridad implica necesariamente el temor y, por ende, conlleva
reprimir nuestras acciones y elecciones por las consecuencias que puedan derivarse de ellas,
destruyendo así el fundamento de la libertad del individuo: su libre voluntad.
Llegados a este punto, alguien podría preguntarse ¿es, por tanto, necesario que la
seguridad limite nuestra libertad? ¡Al contrario! Pues la seguridad tiene que ser una
herramienta indispensable que nos permitirá alcanzar esa plena libertad. Para defender esta
tesis, podemos apoyarnos en el “símil de la línea” platónico, pero, en lugar de enfocarlo hacia
el camino ascendente del conocimiento, tomarlo para ilustrar el camino ascendente de la
libertad. Un camino que erróneamente creeríamos que ya ha llegado a su fin. Por el contrario,
la “libertad” de la que gozamos actualmente es simplemente una fase previa a la verdadera

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libertad, donde converjan tanto la seguridad como la libertad del individuo. Sólo en ese
momento podremos decir que somos perfectamente libres.
Entonces, ¿a qué se debe nuestro estancamiento en esa fase imperfecta de la libertad?
¿Por qué el hombre moderno considera que ya ha alcanzado ese fin? Sucede que, como
afirmaba Nietzsche: “A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quieren que
sus ilusiones se vean destruidas”. Para nosotros, es mucho más sencillo y confortable aceptar
que hemos llegado al final de ese camino y que, por fin, somos libres; es decir, a lo que Hegel
se referiría como decretar el fin de la historia, abandonando, por tanto, esa lucha eterna del
hombre en busca de la libertad.
Ahora bien, como hemos mencionado anteriormente, la lucha por la libertad no ha
terminado, pues es necesario realizar una lucha por la seguridad que nos permita llegar al
final de ese camino. El problema es, por tanto, ¿cómo debemos continuar esta lucha para
alcanzar la libertad y la seguridad?
Para afrontar esta lucha y poder seguir nuestro progreso hacia la verdadera libertad, es
necesario devolver a la seguridad ese valor trascendental que había quedado relegado. Cabe
señalar que la seguridad no constituye únicamente una protección ante ataques físicos, sino
que incluye una serie de derechos que constituirían todo aquello que entendemos por
“seguridad”, tales como la seguridad jurídica, la seguridad laboral, la seguridad de una mujer
ante el maltrato de su pareja, o la seguridad infantil. En definitiva, la seguridad de cualquier
persona para no ser dominada por otros.
Esto no son más que algunos posibles ejemplos que ilustran la necesidad de luchar por la
seguridad para alcanzar la libertad. Mas no solo con comprender la indispensabilidad de la
seguridad en este camino ascendente estamos contribuyendo al progreso, es necesario
articular esta lucha de los ciudadanos en torno a un elemento indispensable: el Estado, una
figura que viene cargada de prejuicios por su capacidad de convertirse en un todopoderoso
cuerpo separado de la sociedad, capaz de cercenar las libertades de los ciudadanos. Para evitar
tal acontecimiento, el Estado debe encarnar la figura a la que se refería Aristóteles como “el
hombre prudente”. De otra manera, este modelo de “Estado Prudente”, a lo que los Griegos
llamaron República (Politeia), debe ejercer sus funciones en base a la búsqueda del término
medio, sin dejarse arrastrar por los extremos del exceso o del defecto, propiciando que se
ponga en riesgo nuestra lucha por la seguridad y, por ende, impedirnos ser libres.
Ahora bien, ¿qué estructura debe tener el Estado para cumplir los preceptos mencionados
anteriormente? El Estado estará conformado a partir de una estructura tripartita que se
corresponde con los tres pilares básicos de nuestra sociedad que constituirían los cimientos de
una sociedad libre y segura.
En primer lugar, nos encontramos con la educación, una herramienta que, tal y como
decía el Sócrates platónico, “es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”,
una llama capaz de encender el espíritu de los ciudadanos y, por ende, de una sociedad;
haciendo que esta encuentre su raíz en los valores del respeto, la prudencia, la inteligencia y
la justicia. Este hecho contribuirá a gozar de mayor seguridad y, por tanto, seremos más
libres. No obstante, nuestro proyecto no está aún concluido, pues la educación no nos exime
de que ciertos individuos puedan atentar contra nuestra seguridad.
Por tanto, la educación sólo constituye el primer paso de nuestro camino hacia la
verdadera libertad. El segundo mecanismo que debe poseer el Estado es la ley. Una
herramienta que debe sustentarse sobre tres valores: la igualdad; su primacía sobre el
gobierno de los hombres, tal como manifestó Platón en las Leyes como signo de estabilidad; y
la prudencia. Esta segunda parte de nuestra estructura tripartita nos permitirá dar un paso más
hacia la libertad, ya que las leyes, siempre que cumplan las condiciones mencionadas
anteriormente, constituyen la mejor garantía de que una sociedad goce de seguridad y pueda,

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por ello, ser libre. Porque, como defendía John Locke: “Donde no hay ley no hay libertad.
Pues la libertad ha de ser el estar libre de las restricciones y la violencia de otros, lo cual no
puede existir si no hay ley; pues ¿quién pudiera estar libre al estar dominado por los caprichos
de todos los demás?”
Ahora bien, es necesario que poseamos una garantía del cumplimiento de estas leyes y,
para ello, contaremos con aquellos a los que Platón denominaba en La República la clase de
los guardianes, es decir, las fuerzas del orden público. Un elemento esencial para velar por la
seguridad y que, de nuevo, debe estar sujetos a los principios mencionados anteriormente para
no poner en riesgo nuestra libertad.
Así pues, y para concluir, dejemos de librar una lucha a ciegas en la que persigamos una
falsa libertad, desengañémonos de esa ilusión tan arraigada de que podemos ser hombres y
mujeres libres al margen de la ley o contra la ley, y contribuyamos a la lucha por la auténtica
libertad concediendo a la seguridad el valor trascendental que le corresponde para proteger la
libertad. Pues, tal y como decía Ortega, “sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo
es posible avanzar cuando se mira lejos”.
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A continuación se presenta la disertación ganadora de la IX Olimpiada Filosófica de la


Comunidad de Madrid, perteneciente a Carlos López de la Franca Cruz, del IES Duque de
Rivas.

¿Qué consecuencias tiene la construcción mediática de la realidad?


Es un hecho que los medios de comunicación están globalizados, e inevitablemente por
un lado u otro acabamos recibiendo la información que nos presentan. Sin embargo, dicha
información suele suponer una distorsión de la realidad que puede acarrear múltiples
consecuencias.
Para comenzar con la argumentación, me gustaría plantear algo similar a lo que Karl
Marx llamó ideología, que he nombrado como «moral dogmática». La moral dogmática
consiste en una distorsión de la realidad en la cual se implanta en la sociedad una serie de
conceptos como el bien, el mal, la justicia… y se toman como verdad absoluta.
Lógicamente, los medios de comunicación actualmente serían una de las mayores
influencias en la moral dogmática, pudiendo formar diversos pensamientos a su gusto.
Aparte de formar pensamientos, nos acaban implantando en consecuencia una serie de
prejuicios. El filósofo Hans-Georg Gadamer, en su obra sobre la hermenéutica y los
prejuicios, explica que es imposible interpretar un texto objetivamente sin antes juzgarlo por
prejuicios como el nombre del autor, las críticas del texto, su éxito… Pues bien, los Mass
Media tienen un papel fundamental en esto debido a que, al implantarnos opiniones y
prejuicios predeterminados, podrán dirigir nuestra manera de interpretar la diferente
información que recibamos, de modo que lo veamos con mejores o peores ojos sin si quiera
haberla visto antes. Por ejemplo, en diversos países ha habido una enorme propaganda
anticomunista, por lo tanto, a cualquier ciudadano de dichos países le es imposible
interpretar el Manifiesto Comunista sin antes juzgarlo negativamente.
Otro hecho que quiero manifestar es lo que Hannah Arendt llamó «la banalidad del
mal». La banalidad del mal consiste en la indiferencia que muestran las personas ante los
males presentes en diferentes circunstancias, y en esto la construcción mediática de la
realidad influye enormemente. Constantemente recibimos un bombardeo de información por
parte de los medios de comunicación que nuestro cerebro difícilmente puede procesar.
Entonces, llega un punto en el que no podemos diferenciar la información que recibimos a la

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hora de valorarla, es decir, no somos capaces en muchos casos de diferenciar la gravedad de
que mueran seiscientas personas en un bombardeo con la gravedad de que nuestro programa
favorito deje de estar en emisión. Acabamos viendo auténticas tragedias como simples
estadísticas que no tienen por qué afectarnos, y se acaba creando un caos moral en nuestro
interior muy difícil de gestionar.
Otro concepto relacionado con el anteriormente expuesto es la importancia que dan los
medios de comunicación a los diferentes ámbitos sociales. Por ejemplo, ocurre una tragedia
en Venezuela que no interesa a los medios de comunicación y sale en una pequeña cifra de
canales, sin embargo, tiene lugar un partido de fútbol entre dos equipos exageradamente
reconocidos y absolutamente todos los canales emiten toda la información que posean sobre
dicho partido.
Esto acaba generando en nosotros un enorme conformismo en el cual priorizaremos en
mayor grado hechos que no nos incumben que los que sí, hecho que beneficia enormemente
al Estado al disminuir las posibilidades de que nos manifestemos en contra de las injusticias
que ocurren.
Aparte del beneficio que recibe el Estado, se crea una especie de nihilismo en nuestro
interior haciendo que dediquemos gran parte de nuestro tiempo e interés en conceptos
realmente irrelevantes e innecesarios para nosotros (fútbol, ciertos programas de televisión,
redes sociales). Irónicamente, el nihilismo histórico en el que se despreciaba la vida terrenal
en busca de la vida ultramundana que Nietzsche duramente criticó se ha cambiado por un
nihilismo conformista en el que se desprecia la vida terrenal en busca de una vida virtual,
¿realmente hemos avanzado?
Retomando el hecho de que los Mass Media influyen en nuestras opiniones y prejuicios,
es de relevancia hablar sobre el «Superyó» de Freud. Freud planteó en su psicoanálisis la
existencia de tres factores que condicionan nuestro comportamiento y personalidad; el
«ello» (nuestra parte instintiva), el «superyó» (nuestra parte social formada por las
influencias del entorno) y el «yo» (el equilibrio entre el ello y el superyó). Entonces, ante el
constante bombardeo de información de los Mass Media, podríamos decir que el superyó se
«engrandece» teniendo mayor influencia que el ello, de manera que las opiniones impuestas
acaban teniendo un mayor control sobre nosotros, y cedemos inevitablemente a la
información que nos exponen favoreciendo así a la construcción mediática de la realidad.
Curiosamente, los medios de comunicación suelen depender de las clases poderosas.
Por lo tanto, las opiniones y realidades distorsionadas que nos plantean suelen coincidir
inevitablemente con el interés de los poderosos de manera que la subjetividad de los medios
de comunicación proviene de las clases dominantes pudiendo alienarnos de modo que les
beneficie.
Para concluir, quiero expresar algo que el primer filósofo de la sospecha, Karl Marx,
llamó alienación. Esta es la principal consecuencia del tema expuesto en la disertación. Los
Mass Media, al estar tan globalizados y tener la posibilidad de distorsionar la realidad a su
gusto, suponen un enorme y efectivo medio de alienación que nos implanta una manera de
actuar en base a los intereses de las altas clases sociales, acabamos siendo seres carentes de
pensamiento crítico y completamente introducidos en la sociedad, introducidos en la
caverna de Platón contemporánea.

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