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¿SOMOS NOSOTROS LAODICENSES?

(1)

Apocalipsis 3:14-22

«Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el


testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Quisiera yo que
fueras frío o caliente!
Así, porque eres tibio, y ni caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca.
Porque dices: ¡Soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo
necesidad! Y no sabes que tú eres el desdichado, miserable, pobre,
ciego y desnudo;
te aconsejo que compres de mí oro acrisolado en el fuego, para que
seas rico; y vestiduras blancas, para que te vistas, y no se descubra la
vergüenza de tu desnudez; y colirio, para ungirte los ojos, para que
veas.
Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; ten fervor, pues, y
arrepiéntete.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Al que venciere, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo
también vencí y me senté con mi Padre en su trono.
El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias.»

Cada vez que nosotros leemos la Palabra, es una gran responsabilidad.


Cada vez que yo leo el mensaje a Laodicea, me siento escudriñado.
Me reprocho a mí mismo por mi tibieza y puedo sentir la Palabra
tocando mi conciencia.

Semana tras semana los laodicenses se reunían para responder


a Hechos 2: 42, Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Quizás algunos se ausentaban de tanto en tanto, y quizás estaban los
que asistían regularmente, pero exteriormente había una asamblea
local.

Versículo 14. «Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice


el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de
Dios».
1) Jesús es el Amen.

Los hermanos de Laodicea (al igual que nosotros) debían de tener bien
claro que Jesús es aquel cuyas promesas son fieles y verdaderas y
fuera de cualquier duda. Jesús es garantía de verdad, es digno de toda
credibilidad y es el único en quien podemos confiar plenamente.

2) Jesús es el testigo fiel y verdadero.

Jesús es testigo de la verdad, vino al mundo para dar testimonio de la


verdad. Jesús puede decirnos con toda exactitud y precisión lo que él
ha visto y oído. El no miente, el no exagera, el no altera las cosas, él es
fiel y verdadero. El testimonio de Cristo es exacto y preciso y por lo tanto
necesita ser creído por toda persona. La verdad no siempre gusta o
agrada, pero es indispensable para poder enmendar nuestros errores.
Los hermanos de Laodicea necesitaban aceptar el testimonio fiel y
verdadero del Señor.

3) Jesús es el principio de la creación de Dios.

Es importante aclarar que Jesús no está afirmando ser la primera


criatura creada como algunos falsos maestros mal interpretan. La
palabra principio viene del gr. “arque” que significa, “origen, causa o
fuente”. Al decir que Jesús es el principio de la creación de Dios la idea
es que todas las cosas tienen su origen en Cristo. “Todas las
cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho,
fue hecho.” (Juan 1:3)

“El mensaje a la iglesia de Laodicea es una denuncia sorprendente


y se aplica al actual pueblo de Dios. 3TPI 279. (2)
El Señor nos muestra aquí que el mensaje que deben dar a su
pueblo los ministros que él ha llamado para que amonesten a la
gente no es un mensaje de paz y seguridad. No es meramente
teórico, sino práctico en todo detalle” 3TPI 279. (3)
Versículo 15. «Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente.
¡Quisiera yo que fueras frío o caliente!»
El Señor lee lo que hay en nuestros corazones y puede decir:
«Conozco», aunque nos dé vergüenza hablar de nuestro fracaso y
alejamiento a nuestro esposo y esposa, o contarlo a nuestros hijos. Para
él es como si todos nuestros hechos estuviesen exhibidos públicamente
sobre una pared. Pero aquí nosotros tenemos que ver con una
situación terrible: los afectos están divididos. Cuando tenemos
semejante tesoro de verdad a nuestra disposición, ¿cómo
podemos tener un corazón dividido? Él conoce lo que nos
imaginamos que es un secreto, ya que nada puede estar oculto de él.
Ciertamente esta carta toca nuestras conciencias.

Versículo 16 «Así, porque eres tibio, y ni caliente ni frío, voy a


vomitarte de mi boca».

El Señor coloca su dedo sobre el estado de ellos conforme a su


conocimiento perfecto, y dice a los Laodicenses de qué se trataba. Él
conoce acerca de las libertades que ellos se habían tomado con su
Palabra. En Laodicea hay verdad, pero no hay convicción; ellos son
tibios. La moralidad de los laodicenses se encuentra en todo lugar. El
gran mensaje universal de ellos es: la moderación:

• Ni muy bueno, ni muy malo;


• ni muy correcto, ni muy errado;
• no muy consagrado, pero no muy indiferente,
• Ni muy real, ni muy falso,
• ¡ni muy caliente, ni muy frío!
• Ellos ocupan el lugar de neutralidad, “entre dos aguas”.

Esto puede ser agradable al hombre natural, pero ¡ello conducirá


inevitablemente a una caída! El Señor no quiere esta condición. Él murió
por cada uno de nosotros.

Las siete iglesias del Apocalipsis recibieron varias reconvenciones. No


hay nada tan despectivo, ni aun a Tiatira. Había allí inmoralidad, y
corrupción eclesiástica. En Sardis: «tienes nombre de que vives, y estás
muerto» (Apocalipsis 3: 1). Pero aquí en Laodicea, la reprensión es:
«voy a vomitarte de mi boca» (Apocalipsis 3: 16), porque la tibieza es
terrible.
Versículo 17. «Porque dices: ¡Soy rico, me he enriquecido, y de
nada tengo necesidad! Y no sabes que tú eres el desdichado,
miserable, pobre, ciego y desnudo».

«Soy rico», ¡qué peligro! Santiago 2: 5 nos dice: «¿No eligió Dios a los
pobres según el mundo, para ser ricos en fe…?»

Muchos entre nosotros están en peligro de pensar que todo está bien.
Pero el Señor nos está hablando en esta carta y nosotros tenemos que
inclinar nuestras cabezas en vergüenza, pero después tenemos que
levantar nuestros ojos hacia la luz divina.

El mensaje para la iglesia laodicense es aplicable para todos los


que han tenido gran luz y muchas oportunidades, y sin embargo
no las han apreciado (RH 11-3-1902) (4)

Versículos 18, 19 «Te aconsejo que compres de mí oro acrisolado


en el fuego, para que seas rico; y vestiduras blancas, para que te
vistas, y no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y colirio,
para ungirte los ojos, para que veas. Yo reprendo y disciplino a
todos los que amo; ten fervor, y arrepiéntete»

“El mensaje para la iglesia de Laodicea es sumamente aplicable


para nosotros como pueblo. Ha sido presentado delante de
nosotros durante mucho tiempo; pero no se le ha prestado la
debida atención. (5) Cuando la obra de arrepentimiento sea
ferviente y profunda, los miembros de la iglesia comprarán
individualmente las ricas mercaderías del cielo” (MS 33, 1894).

“El oro que Jesús quiere que compremos de él es el oro refinado


en fuego; es el oro de la fe y el amor, que no tiene ninguna
sustancia contaminadora mezclada con él. Las vestiduras blancas
son la justicia de Cristo, el traje de bodas que sólo Cristo puede dar. El
colirio es el verdadero discernimiento espiritual que tanto falta
entre nosotros, pues las cosas espirituales deben discernirse
espiritualmente” (RH 1-4-1890). (6)

Él está preocupado de ellos, y ofrece un remedio. Cuán diferente a


nosotros. ¡Qué consejo! ¡Que amable paciencia! Su reprimenda
demuestra su fuerte amor infalible por los suyos.
Versículo 19. «A todos los que amo»:

Cristo nos ama hasta el final, independientemente de la condición en


que nos podamos encontrar, y este amor no es emocional y débil, sino
fuerte. Él ama entrañablemente a los suyos. Él demuestra su amor
reprendiendo y castigando.

Versículo 19. «Ten fervor, pues, y arrepiéntete».

Somos exhortados aquí a ser diligentes en nuestra vida cristiana. Pero


a ser diligentes, también, en limpiarnos de nuestro olvido de Aquel que
ha velado sobre nosotros con un cuidado constante.

Dios no nos pide que hagamos algo nuevo, sino que nos arrepintamos.
No es algo agradable volver y arrepentirse.

“El mensaje a Laodicea se aplica a todos los que dicen guardar la


ley de Dios, pero no son hacedores de ella. No debemos ser
egoístas en nada. Cada aspecto de la vida cristiana debe ser una
ejemplificación de la vida de Cristo. Si no lo es, oiremos las
terribles palabras: "No os conozco" (RH 17-10-1899). (7)

“Muchos son laodicenses que viven en un estado de autoengaño


espiritual. Se visten con las vestiduras de su propia justicia,
imaginándose que son ricos y están enriquecidos y no necesitan
nada, cuando [lo que] necesitan [es] aprender de Jesús
diariamente, de su humildad y mansedumbre; de lo contrario se
encontrarán en quiebra y toda su vida habrá sido una mentira”
(Carta 66, 1894).

Agradezcamos al Señor porque, aunque esta clase es tan


numerosa, aún hay tiempo para el arrepentimiento. Dice Jesús:
"Yo, vuestro Redentor, conozco vuestras obras. Estoy
familiarizado con los motivos que os impulsan a declarar
jactanciosamente en cuanto a vuestra condición espiritual: Los
que están en esta condición no disciernen el verdadero carácter
del pecado. Con sus faltas constantemente representan mal el
carácter de Cristo y lo exponen a la vergüenza pública.” (MS 138,
1902). (8)
Versículo 20. «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo».

Es claro que los hermanos de Laodicea, habían sacado al Señor de su


corazón, le habían echado fuera y le habían cerrado la puerta. Cristo
había sido desplazado, relegado y excluido completamente de sus
vidas. Él había pasado a un segundo término para estos hermanos.

Debemos entender que esto es algo que nos puede pasar a cualquiera
cuando somos indiferentes y nos dejamos llevar por la vanidad de la
vida. Sin embargo, el amor del Señor es tan grande que es él quien
toma la iniciativa de buscar al pecador. Note usted como el Señor está
tocando, está llamando, está rogando para que le permitan entrar.

Podemos entender que no todo estaba perdido, aun había esperanza


para la Iglesia en Laodicea. Ellos podían volver a tener comunión con el
Señor, podían volver a tener una relación estrecha y cercana con él.
Cenar con alguien implica tener comunión con dicha persona.

Según algunos comentaristas había tres clases de comida, estaba el


desayuno que no era más que un pedazo de pan seco remojado en
vino. Estaba también la comida del mediodía, la cual los trabajadores
no la tomaban en la casa, sino al borde del camino, en algún pórtico o
la plaza del pueblo. Y estaba la comida de la tarde, la principal del día.
Que se alargaba agradablemente porque ya no se volvía a trabajar. Esta
es la clase de cena a la que se refiere Jesús, no una comida apresurada,
sino la que se prolonga en grata compañía. Si alguien le abre la puerta
a Jesús, entrará y se quedará sin prisa con él.

Jesús no hace uso de la fuerza para entrar, el llama, el toca, el pide que
le dejen entrar, pero cada quien toma su propia decisión de abrir o
mantener la puerta cerrada.
Cada persona tiene la responsabilidad de decidir qué hacer al escuchar
el llamado de Cristo. El Señor desea que usted le abra y le invite a pasar,
a quedarse en su casa.

El rey Agripa por poco le abre la puerta, pero no lo hizo, dejó al Señor
fuera de su vida “Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades
a ser cristiano. Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho,
no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis
hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:28-29)

El llamamiento es al individuo. ¿Le prestarán ustedes atención? Este


fue el secreto en el pasado entre aquellos que caminaban con Dios. Es
posible tener comunión con el Señor, aun en esta hora tardía y en este
tiempo de corrupción.

El Señor no nos pide que caminemos solos sino, «con los que de
corazón puro invocan al Señor» (2 Timoteo 2: 22). Las cosas son
difíciles en el testimonio y podemos desanimarnos. Pero, aunque no
haya más que unos pocos andando en la senda estrecha, será posible,
no obstante, expresar juntos comunión con un testimonio adecuado.

Versículo 21. «Al que venciere, le concederé sentarse conmigo en


mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su
trono».

“Estas son las palabras de nuestro Sustituto y Fiador. Aquel que


es la divina Cabeza de la iglesia, el más poderoso de los
vencedores, quiere que sus seguidores vean su vida, sus
esfuerzos, sus actos de abnegación, sus luchas y sufrimientos
causados por el desprecio, por el rechazo, el ridículo, la burla, los
insultos, las falsedades mientras subía la cuesta del Calvario hasta
el lugar de la crucifixión, para que ellos pudieran ser animados a
proseguir hacia adelante a la meta del premio y la recompensa de
los vencedores” (RH 24-7-1888).

Versículo 22. «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a
las iglesias».

Una persona ciega no tiene ojos con los cuales poder ver. Una persona
sorda no puede usar sus oídos. Dios habla a aquellos que tienen sus
cinco sentidos espirituales, los cuales funcionan por fe. ¿Están nuestros
oídos abiertos a su voz? En el Antiguo Testamento encontramos escrito:
«Oye, Israel», y en el Nuevo: «Escuche lo que el Espíritu dice». El solo
deseo del Espíritu Santo es que Cristo pueda ser glorificado.
¿Pondremos hoy atención a su voz?

“No tenemos un mensaje desanimador para la iglesia. Aunque se


han presentado reproches, advertencias y correcciones, sin
embargo, la iglesia ha permanecido como el instrumento de Dios
para difundir la luz.

El pueblo observador de los mandamientos de Dios ha hecho


resonar una advertencia al mundo en todos los idiomas, en todas
las lenguas y a todos los pueblos. La iglesia de Dios es un testigo
viviente, un testimonio continuo: para convencer a los hombres, si
es aceptado; para condenarlos, si es rechazado” (MS 37
Sábado 1 de octubre 2022 Nuevo Amanecer

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