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Apocalipsis 3:14-22
Los hermanos de Laodicea (al igual que nosotros) debían de tener bien
claro que Jesús es aquel cuyas promesas son fieles y verdaderas y
fuera de cualquier duda. Jesús es garantía de verdad, es digno de toda
credibilidad y es el único en quien podemos confiar plenamente.
«Soy rico», ¡qué peligro! Santiago 2: 5 nos dice: «¿No eligió Dios a los
pobres según el mundo, para ser ricos en fe…?»
Muchos entre nosotros están en peligro de pensar que todo está bien.
Pero el Señor nos está hablando en esta carta y nosotros tenemos que
inclinar nuestras cabezas en vergüenza, pero después tenemos que
levantar nuestros ojos hacia la luz divina.
Dios no nos pide que hagamos algo nuevo, sino que nos arrepintamos.
No es algo agradable volver y arrepentirse.
Debemos entender que esto es algo que nos puede pasar a cualquiera
cuando somos indiferentes y nos dejamos llevar por la vanidad de la
vida. Sin embargo, el amor del Señor es tan grande que es él quien
toma la iniciativa de buscar al pecador. Note usted como el Señor está
tocando, está llamando, está rogando para que le permitan entrar.
Jesús no hace uso de la fuerza para entrar, el llama, el toca, el pide que
le dejen entrar, pero cada quien toma su propia decisión de abrir o
mantener la puerta cerrada.
Cada persona tiene la responsabilidad de decidir qué hacer al escuchar
el llamado de Cristo. El Señor desea que usted le abra y le invite a pasar,
a quedarse en su casa.
El rey Agripa por poco le abre la puerta, pero no lo hizo, dejó al Señor
fuera de su vida “Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades
a ser cristiano. Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho,
no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis
hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:28-29)
El Señor no nos pide que caminemos solos sino, «con los que de
corazón puro invocan al Señor» (2 Timoteo 2: 22). Las cosas son
difíciles en el testimonio y podemos desanimarnos. Pero, aunque no
haya más que unos pocos andando en la senda estrecha, será posible,
no obstante, expresar juntos comunión con un testimonio adecuado.
Versículo 22. «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a
las iglesias».
Una persona ciega no tiene ojos con los cuales poder ver. Una persona
sorda no puede usar sus oídos. Dios habla a aquellos que tienen sus
cinco sentidos espirituales, los cuales funcionan por fe. ¿Están nuestros
oídos abiertos a su voz? En el Antiguo Testamento encontramos escrito:
«Oye, Israel», y en el Nuevo: «Escuche lo que el Espíritu dice». El solo
deseo del Espíritu Santo es que Cristo pueda ser glorificado.
¿Pondremos hoy atención a su voz?