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Texto Bíblico:
En Joel 3:1-2
Y será que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros viejos soñarán sueños, y vuestros mancebos verán
visiones. Y aun también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en
aquellos días.
Introducción.
Unos de los grandes poderes es la tercera Persona de la Divinidad, el Espíritu Santo.
Él juega una parte tan esencial en la salvación del hombre como lo hace el Salvador mismo.
El es el que prepara el terreno como un jardinero para sembrar la simiente de Cristo el corazón
humano y su trabajo comienza desde afuera hacia adentro, y su trabajo se manifiesta desde
adentro del corazón. Se muestra en los frutos apacible de un cristiano.
Hay mucho texto que nos hablan de espíritu santo.
“Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu” (Isaías 63:10).
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención” (Efesios 4:30).
“Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más
que estas cosas necesarias” (Hechos 15:28).
Está escrito también que Él puede hablar, y llamar o comisionar. “Ministrando éstos al Señor,
y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he
llamado” (Hechos 13:2).
“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1).
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará
todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).
“Pero cuando venga el consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26).
“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular
como él quiere” (1 Corintios 12:11).
Juan 14:15-17.
Si me amáis, guardad mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, a quien el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis; porque
mora con vosotros, y estará en vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el
Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo
os he dicho.
Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque
os ha dado la primera lluvia moderadamente, y hará descender sobre vosotros lluvia
temprana y tardía como al principio.
Es el Espíritu Santo quien nos recuerda las palabras de Cristo. En su último discurso
registrado en el evangelio de Juan, se resalta el tema del ministerio del Espíritu Santo.
Debían recibir sus palabras por fe, y el Consolador les haría recordar todas las cosas.
Seguro que si hoy dejáramos vivir más el Espíritu en nosotros tendríamos mayor claridad
sobre las realidades eternas recordando todo lo que se nos ha enseñado. Pero este
ofrecimiento no es aceptado ni creído por la gente en nuestros días y la iglesia tampoco lo
aprecia ni espera su cumplimiento.
Juan 16:13
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas
que habrán de venir.
Primero, veamos la razón histórica por la cual las expresiones la lluvia temprano y
la lluvia tardía se usan en la Biblia. No hay ni una palabra superflua en la Biblia, por lo
tanto, deben tener o haber tenido un significado práctico para las personas tanto en el
tiempo de Moisés, en el tiempo de los apóstoles como en nuestro tiempo.
Por lo tanto, tanto la lluvia temprana y la lluvia tardía es importante y necesario para
la cosecha, porque uno de ellos no puede cumplir su tarea si el otro está ausente: Y
conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová: como el alba está aparejada su salida,
y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra. Oseas 6:3
Así como la lluvia cae al principio para que la semilla germine, y luego para que la
cosecha madure, se da el Espíritu Santo para que lleve a cabo a través de sus etapas el
proceso del crecimiento espiritual. La maduración del grano representa la terminación de la
obra de la gracia de Dios en el alma y la preparación de la iglesia para la segunda venida de
Cristo.
Siendo así ¿por qué le damos tan poca importancia o quizás ninguna a la presencia
del Espíritu Santo en nuestras vidas? Deberíamos anhelar tener ese gran tesoro, amigo y
ayudador a nuestro lado constantemente.
Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas a las más alejadas
partes del mundo habitado. La iglesia veía venir a ella conversos de todas direcciones. Los
apóstatas se reconvertían. La ambición de los creyentes era revelar la semejanza del
carácter de Cristo y trabajar para el engrandecimiento de su reino.
La promesa de la lluvia tardía y el fuerte pregón
El derramamiento del Espíritu en los días de los apóstoles fue “la lluvia temprana”,
pero la lluvia tardía será más abundante. Cerca del fin de la cosecha de la tierra, se promete
una concesión especial de gracia espiritual para preparar a la iglesia para el retorno de
Cristo. Este derramamiento del Espíritu se compara con la caída de la lluvia tardía. En ese
tiempo, descenderá la “lluvia tardía” o refrigerio de la presencia del Señor para dar poder a
la voz fuerte del tercer ángel, y preparar a los santos para que puedan subsistir durante el
plazo cuando las siete postreras plagas se derramarán.
Debiéramos orar tan fervientemente por el descenso del Espíritu Santo como los
discípulos oraron en el Día de Pentecostés. Si ellos lo necesitaban en aquel entonces,
nosotros lo necesitamos más hoy en día. La medida del Espíritu Santo que recibamos estará
en proporción a la medida de nuestro deseo de recibirlo y de la fe que ejerzamos para ello,
y del uso que hagamos de la luz y el conocimiento que se nos dé.
Vendrá la lluvia tardía y la bendición de Dios llenará cada alma que esté purificada
de toda contaminación. Nuestra obra hoy es rendir nuestra alma a Cristo para que podamos
ser hechos idóneos para el tiempo del refrigerio de la presencia del Señor: idóneos para el
bautismo del Espíritu Santo.
El libro la fe por la cual vivo pág. 370 nos dice:
"No permanezcáis satisfechos pensando que en la época correspondiente caerá la
lluvia. Pedidla. Necesitamos buscar el favor de Dios de todo corazón para que la lluvia de
la gracia descienda sobre nosotros. Debemos aprovechar cada oportunidad que se nos
presente de colocarnos en el canal de las bendiciones. Cristo dijo: "''Porque donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos.''" (Mat. 18: 20.). En cada
reunión a la que asistamos nuestras oraciones deben ascender pidiendo que en ese mismo
momento Dios imparta calor y rocío a nuestras almas. Mientras le pidamos el Espíritu
Santo, éste obrará en nosotros mansedumbre, humildad y una consciente dependencia de
Dios a fin de recibir la plenitud de la lluvia tardía."
Conclusión
"Como el ciervo brama por los corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el
alma mía" (Sal. 42: 1).
La lluvia tardía ha de caer sobre el pueblo de Dios. Un poderoso ángel descenderá del
cielo, y toda la tierra será iluminada con su gloria. ¿Estamos listos para tomar parte en la
gloriosa obra del tercer ángel? ¿Están nuestros vasos listos para recibir el rocío
celestial? ¿Tenemos contaminación y pecado en el corazón? Si es así, limpiemos el templo
interior, y preparémonos para la lluvia tardía. El refrigerio de la presencia del Señor nunca
caerá sobre corazones llenos de impureza. ¡Dios nos ayude a morir al yo, para que Cristo,
la esperanza de gloria, pueda ser formado en nosotros!
Debo tener el Espíritu de Dios en mi corazón. Nunca puedo salir a hacer la gran obra
de Dios a menos que el Espíritu Santo descanse sobre mi ser. El día del juicio está muy
cercano. ¡Oh, lavemos el manto de nuestro carácter, y blanqueémoslo en la sangre del
Cordero! - Review and Herald, 21 de abril de 1891