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La ciudad de Laodicea
El remitente de la carta
Esto no quiere decir, por supuesto, que Cristo fue creado antes que
todo lo demás, tal como enseñaron los arrianos en el pasado, o los
Testigos de Jehová y los Mormones en el presente.
(Col 1:16): "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay
en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue
creado por medio de él y para él".
Por eso, aunque tuviéramos todas las cosas que pudiéramos desear de
este mundo, pero si no le tenemos a él, entonces seríamos
inmensamente pobres, tal como le estaba pasando a la iglesia en
Laodicea.
(Ap 3:15-17) "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá
fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú
eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo."
En este caso, lo que Cristo reprocha a esta iglesia es que no eran "ni
fríos ni calientes". Ni amaban ni odiaban. No se apasionaban por nada,
ni por lo bueno ni por lo malo. Eran indiferentes. El agua caliente es
útil para el baño, y el agua fría sirve para calmar la sed en un día
caluroso, pero beber agua tibia es muy desagradable.
Frente al mundo hay una pérdida del sabor y los efectos que el creyente
tiene que tener como sal. Se llega a un punto donde el creyente se
confunde con el mundo y tampoco actúa como luz.
Otra pregunta que nos debemos hacer es cómo habían llegado a esta
situación.
La respuesta la encontramos en las propias palabras de la iglesia en
Laodicea: ella decía de sí misma que era rica y que no tenía necesidad
de ninguna cosa. En esta frase parece entreverse que ellos mismos se
felicitan a sí mismos por su situación. No veían ningún problema en su
situación, de hecho, parecen rechazar el diagnóstico del Señor
Jesucristo. El problema, por lo tanto, es que se negaban a verse tal
como eran realmente, y para colmo, tenían un exceso de confianza en
sí mismos.
Pero era difícil que cambiaran, porque para ello, en primer lugar,
tendrían que ver la gravedad de su verdadero estado espiritual. Y aquí
estaba el problema: la opinión de la iglesia difería radicalmente de lo
que el Señor decía sobre ellos. Mientras que ellos se creían "ricos" y
pensaban que no tenían necesidad de nada, el Señor los veía como
"desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos". Aquí
radicaba uno de sus más graves problemas; estaban "ciegos".
Un llamamiento al arrepentimiento
(Is 55:1) "A todos los sedientos; Venid a las aguas; y lo que no tienen
dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin
precio, vino y leche".
No cabe duda que es muy importante tener una buena vista. Por otro
lado, hay personas que no sólo ven bien, sino que además tienen
"buen ojo" para el arte, los negocios, la comida... Pero de lo que se
trata aquí, lo que de verdad es importante que veamos bien y lo
sepamos apreciar, es la belleza que hay en la persona de Cristo. Y
este era el problema de la iglesia en Laodicea; sólo tenían ojos para
ver las cosas materiales. Pero si en este momento no somos capaces
de percibir la belleza que hay en Cristo, ¿qué haremos cuando
vayamos al cielo? Ellos necesitaban comprar colirio para que pudieran
ver las cosas bellas y de valor eterno que se encuentran en Cristo.
Los canteros cortan las grandes piedras a base de golpear con la maza
en sus punteros; el escultor va quitando trozos de piedra con martillo
y cincel para elaborar su figura; para elaborar el vino hay que pisar las
uvas; para extraer el aceite de las aceitunas es necesario exprimirlas,
y un buen atleta debe someterse primero a rigurosos entrenamientos.
No hay método más seguro para conseguir que un chico acabe en la
ruina que dejarle hacer lo que le dé la gana. Y por supuesto, la
disciplina y el sufrimiento son necesarios también para producir un
carácter santo.
Una exhortación
Como hemos visto, la situación era realmente grave. Tal era así, que
el Señor ya no estaba "en medio de la iglesia" (Ap 1:12-13), sino que
estaba fuera, llamando a la puerta para poder entrar. Esto describe
una situación insólita, una iglesia que piensa que no necesita a Cristo
y lo deja fuera.
Así que, como no podía ser de otra manera, el Señor los trata como
incrédulos, y desde fuera, en su inmensa misericordia, los llama al
arrepentimiento. Sigue buscándolos porque sabe que sin él seguirán
estando desnudos y no dejarán de ser pobres y ciegos.
Constantemente los llama esperando una respuesta, porque la puerta
ha de ser abierta desde dentro, el Señor nunca entra por la fuerza en
la vida de nadie.
Notemos que dice "si alguno". Hasta este momento el Señor se había
dirigido a la iglesia en su conjunto, pero la conversión es una cuestión
personal, por eso aquí apela a cada individuo. Para el Señor no hay
distinción de personas, todos por igual son llamados.
El Señor quiere entrar para tener una cálida comunión con cada
persona: "Entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". Todo esto
sugiere una relación familiar, disfrutando con calma de una buena
cena después del duro día de trabajo. Quizá como un anticipo del
glorioso banquete celestial que tendrá lugar en las bodas del
Cordero (Ap 19:7-9).
Ahora, desde esa posición de supremo honor, quiere que aquellos que
también vencen al mundo por medio de la fe en él (1 Jn 5:5), se
sienten con él en su trono, un privilegio que no merecemos y que
recibimos por la gracia de Dios. Pero ¿cuál es la finalidad de esto?
Pues no puede ser otra que la de reinar con Cristo sobre este vasto
universo de Dios. Esto es lo que Dios desea para cada creyente.
Gobernar con Cristo es el más alto honor al que un ser humano puede
aspirar. Ser dirigente por algunos años en una ciudad como Laodicea
habría resultado algo de mucho prestigio para cualquiera de los
creyentes allí, pero no comparable con lo que Cristo promete a sus
hijos fieles.
(Ap 3:22) "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias."
Esta expresión que encontramos al final de cada carta tiene el
propósito de que cada persona, de forma individual, recapacite sobre
lo leído y lo aplique correctamente a su propia vida. Esto es
importante, porque muchas veces oímos un mensaje de la Palabra y
pensamos en cuánto le hace falta a los demás, pero no a nosotros
mismos. Solemos hacer esto con las amonestaciones, sin embargo, no
dudamos en aplicarnos inmediatamente a nosotros cualquier promesa
de bendición que escuchamos.
Al final, cada una de las iglesias que recibieron estas siete cartas eran
diferentes unas de otras, y la razón estaba en que cada una de ellas
tenía una disposición diferente a escuchar la Palabra de Dios.
Conclusiones