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UNICERVANTES

DOCENTE: Julian Andres Gelvez Hernandez


ASIGNATURA: Historia de la Iglesia Medieval
ESTUDIANTE: María Érika Quintero Bermúdez
Bogotá, 6/09/2023

Informe de lectura sobre “La epopeya de las cruzadas”

Para comenzar a presentar tres de los problemas que nos presenta el libro del profesor
Grousset, podemos decir que los principales acontecimientos que nos presenta el autor
tratan de sucesivas expediciones militares orientadas a liberar Tierra Santa del control
musulmán, siendo que el principal objetivo era restituir la autoridad apostólica romana,
desde Jerusalén.

Ahora bien, podemos decir que el primer problema que encontramos es la invasión turca al
imperio bizantino; y que tiempo después un 27 de noviembre de 1095, décimo día del
concilio de Clermont, Urbano II llamó, a las armas a toda la Cristiandad, llamada del
auténtico heredero de los emperadores romanos a la defensa de Occidente, de la más alta
autoridad europea a la salvaguarde de Europa contra los conquistadores asiáticos, sucesores
de Atila y precursores de Mahomet II. El grito de “¡Dios lo quiere!” respondió de todas
partes a su proclamación; el propio urbano recogió ese grito e hizo de él el toque de
llamada general y pidió a los futuros soldados de Cristo que se marcaran con el signo de la
cruz. Había nacido la “cruzada”, idea en marcha que iba a lanzar a príncipes y
muchedumbres hasta el fondo de Oriente. Esta idea de cruzada del concilio de Clermont se
puede comparar, en cierto modo, a la idea panhelénica del congreso de Corinto de 336 antes
de Jesucristo, que lanzó a Alejandro Magno y a toda Grecia a la conquista de Asia.

Es importante decir cómo la llamada de Urbano II, a la orden de movilización europea de


1095, llegaba en su momento oportuno. Si hubiera sido lanzada algunos años antes, si los
ejércitos de la cruzada hubieran alcanzado Asia no en 1097, como iban a hacerlo, sino siete
u ocho años antes, cuando el gran imperio turco unitario de los seldyucíes estaba todavía en
pie, el éxito habría sido sin duda mucho menos seguro. Pero en el momento en que Urbano
levanta a Europa contra Asia, el sultán seldyucí Melik-Chah acababa de morir (15 de
noviembre de 1092) y su imperio, como en otro tiempo el imperio de Carlomagno, había
sido repartido, en medio de extenuantes luchas de familia, entre sus hijos, sus sobrinos y
sus primos.

Podemos decir finalmente en este punto que sin duda Urbano II no conocía los detalles de
todas esas disputas, pero estaba informado por los peregrinos y no podía ignorar lo
principal de ellas. En todo caso, hay que reconocer que, para la realización de su gran
proyecto, la hora se presentaba especialmente oportuna. Al sobrevenir en un Islam en pleno
desconcierto en medio de una disolución del imperio, la cruzada se iba a beneficiar de las
mismas ventajas que en otro tiempo aprovecharon en Occidente las invasiones normandas
al sobrevenir en plena decadencia carolingia.

Otro de los puntos que, aunque son los indicios de lo que fueron en realidad las cruzadas
tenemos una voz como la de Pedro el Ermitaño que hizo mover las masas populares,
hombres, mujeres y niños, sin previa selección de los no combatientes, sin esperar a que
Urbano II haya tenido tiempo de organizarlas y encuadrarlas, sin esperar al ejército de los
barones, se ponían en marcha hacia Constantinopla. Es necesario resaltar en este punto
cómo el emperador bizantino Alejo Comneno, que lo recibió en audiencia, le aconsejó con
mucha prudencia que no atravesara el Bósforo para combatir a los turcos antes de que
llegara la cruzada de los señores. Hizo que los acompañantes de Pedro acamparan junto a
las murallas de la gran ciudad y les proporcionó el avituallamiento necesario. Después de
esto, el 21 de octubre de 1096, aprovechando una ausencia de Pedro, que había ido a
Constantinopla, los peregrinos se lanzaron sobre Nicea, la capital turca. Fue una marcha
realizada en el más grande de los desórdenes y que tuvo el epílogo que se podía imaginar. A
tres kilómetros de Hersek los desgraciados peregrinos fueron sorprendidos y asesinados en
masa por los turcos. Gautier-Sin-Haber se contó entre los muertos. Podemos resaltar que el
autor hace hincapié en que, a pesar del lamentable fin de su expedición, Pedro el Ermitaño
ha merecido por su celo y por su fe ser una de las figuras populares de la historia de las
cruzadas.

Ahora bien, dentro de la primera y más común primer cruzada podemos decir que, los
barones del ejercito de las cruzadas una vez que pasaron a Asia Menor, los cruzados,
conforme al pacto establecido con el emperador Alejo Comneno, empezaron la guerra santa
asediando en mayo de 1097, y de concierto con los bizantinos, la ciudad de Nicea. Pues se
trataba de un objetivo obligado: Nicea, que dieciséis años antes había sido arrebatada al
imperio bizantino por los turcos, quedó desde entonces como capital del sultanato seldyucí
de Anatomía, cuyo poderío se extendía desde allí hasta el Tahurás y que había que atravesar
de parte a parte para llegar a Siria.

Así pues, la derrota de los turcos, que decidió definitivamente la conquista de Antioquía por
los francos, fue, como hemos visto, el 28 de junio de 1098. Pero no fue hasta el 13 de enero
de 1099 cuando los cruzados volvieron a emprender su marcha hacia Jerusalén. Se ha
censurado este largo estancamiento. En realidad, el ejército, agotado por tantas pruebas,
tenía necesidad de rehacerse. Además, las disputas por la posesión de Jerusalén se
reanudaron.

Otro punto que es importante destacar es el fracaso de la segunda cruzada que llevó consigo
para los francos una muy grave disminución de prestigio en el mundo del islam. El rey de
Francia y el emperador de Alemania, los dos príncipes más poderosos de la Cristiandad
habían venido y se habían marchado sin haber hecho nada. El atabeg de Alepo Nur ed-Din,
que había temblado ante ellos, reemprendió sus conquistas. El 29 de junio de 1149 venció y
dio muerte en Fons de Murez, o Maarratha, al príncipe de Antioquia Raimundo de Poitiers.
A continuación de este triunfo arrebató al principado de Antioquía las últimas plazas
importantes que poseía aún al este del Orontes, principalmente Harim y Apamea, La propia
Antioquía se salvó sólo por la energía del patriarca Aymeri de Limoges y sobre todo gracias
a la rápida llegada del joven Balduino III, que había acudido desde Jerusalén con su
caballería.

Finalmente, y como último punto a resaltar que ha llamado mi atención de este libro es ver
cómo después de tanto tiempo intentando conseguir el poder de Tierra Santa, esta
restauración territorial del reino de Jerusalén tal como lo habían rehecho las cesiones de
1240, no duró. El 23 de agosto de 1244 Jerusalén fue definitivamente arrebatada a los
francos por bandas de turcos kwarizmenos. El 17 de junio de 1247 los francos volvieron a
perder incluso Tiberíades y el 15 de octubre del mismo año, Ascalón. Para acabar de poner
la situación amenazadora, el imperio musulmán, durante tanto tiempo perturbado por las
discordias entre los sobrinos de Saladino, se halló de nuevo, a partir de octubre de 1245,
unificado en la mano de uno de ellos, es-Salih Eiyub, el cual había añadido Damasco a su
reino de Egipto. Frente a este poderoso Estado musulmán, la Siria franca no representaba
más que una estrecha franja litoral. Ya era tiempo de que alguna gran cruzada fuera a
salvarla.

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