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JORGE MONTEJANO
Introducción
En los apartados anteriores hemos observado como algunos de los elementos teóri-
cos que reiteradamente se presentan como base del desarrollo urbano sustentable
—la densiicación y la diversidad—, no son fáciles de deinir y pueden ser ambi-
guos en su medición. Sin embargo, su comprensión y aplicación es relativamente
sencilla (más densidad y más diversidad supondría a priori la reducción de viajes
no obligados), aun cuando su impacto en términos sustentables siga poniéndose
en duda, principalmente porque estos principios no actúan solos, sino que forman
parte de un sistema.
A pesar de que el policentrismo o policentralidad—concepto que se desarrolla
en este apartado como modelo alternativo al modelo urbano estándar o modelo
monocéntrico— no escapa tampoco a estos problemas, es quizás —de entre los
principios anteriormente mencionados— el más sencillo de explicar en términos
de sus supuestos beneicios con relación al crecimiento de las ciudades y su orde-
namiento “sustentable” (ciudades relativamente pequeñas pero interconectadas
podrían reducir eventualmente las presiones negativas inherentes al crecimiento
de las ciudades). Pero paradójicamente, es uno de los más difíciles de medir, cuan-
tiicar, y por ende, aplicar.
Por un lado, la densiicación se puede conceptualizar como la acción de concen-
trar más cosas en el territorio, con el objetivo de optimizar el uso de los recursos en
el espacio geográico y en el tiempo. Por cosas entendemos personas, actividades o
infraestructuras, mientras que por territorio entendemos unidades administrativas
básicas que utilizamos para gobernar nuestras ciudades, pudiendo tener diferen-
tes escalas (municipios, distritos, manzanas, ediicios) y diferentes problemas de
medición asociados a esta condición escalar. En este caso, y más allá del problema
espacial trasversal a los tres principios estudiados en este libro y asociados al MAUP
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de dividir cosas entre territorio (área). Si bien es cierto que existe una diicultad
intrínseca a este concepto derivada de la subjetividad (estándares que considerarían
de manera diferente la densidad percibida según el lugar geográico), sigue siendo
una herramienta de planeación por excelencia, muy usada también en cualquier
estudio estadístico espacial urbano.
Por otro lado, la diversidad —que puede teorizarse como una acción tendiente
a la promoción de una mayor heterogeneidad espacial de cosas en el territorio—
comparte esencialmente los mismos problemas MAUP que la densidad, aunque su
manera de medirla diiere sensiblemente. Gran parte de los estudios actuales que
buscan cuantiicar el grado de mezcla de usos del suelo basan sus métricas en el
Índice de Entropía en la Información de Shannon, el cual —trasladado al ámbito
de la ecología urbana— estaría midiendo que tan “organizada” o “desorganizada”
se encuentra la información en un entorno urbano (Echavarria y Roca, 2014).2 La
diversidad como indicador, es útil para probar diversas hipótesis sobre dinámicas
urbanas. Por ejemplo, Echavarria y Roca generaron un modelo de precios hedó-
nicos para predecir el costo de suelo residencial en Barcelona. En ese estudio se
comprueba que una mayor heterogeneidad en el uso de suelo está asociado con un
mayor valor inmobiliario, implicando indirectamente que una política tendiente
a esta heterogeneidad estaría paradójicamente promoviendo la segregación resi-
dencial de estratos económicos más bajos en zonas con menos mezclas de usos del
suelo, generalmente las periféricas, y con ello la dispersión urbana. En otro trabajo
(Montejano, López, y Caudillo, 2013), se utilizó una métrica similar para probar
si mayor mezcla del uso del suelo en la Zona Metropolitana del Valle de México
(ZMVM) se correlacionaba con menores tiempos de viajes en automóvil, lo cual re-
sultó ser cierto pero con una magnitud reducida. En este sentido, las métricas que
miden esta condición territorial —aún con resultados diversos— parecen reforzar
1 El MAUP o Modiiable aereal unit problem (Problema de la unidad de área modiicable) es un con-
cepto desarrollado por Stan Openshaw (1983) el cual señala que en diversos estudios espaciales y
geográicos, los datos que se utilizan como insumo de éstos no cumplen reglas básicas de agrega-
ción, esto es, que existen diferentes objetos espaciales que pueden ser agregados de muy distintas
maneras para formar grupos de características especíicas. Así, mientras que diversos datos censa-
les son recabados para entidades esencialmente no modiicables (gente, hogares), estos datos son
reportados para unidades o áreas modiicables y arbitrarias (distritos, distrito electoral, etc.) (p.4).
Al cambiar la unidad de área de agregación de los datos, surge la pregunta sobre si estos seguirán
signiicando lo mismo en diferentes escalas, y también sobre si es lícito inferir en una escala deter-
minada (i.e. individuo) que lo que se observa en otra escala (i.e. barrio) afecta a la unidad geográica
de la misma manera, dando lugar a conclusiones erróneas o lo que Stan Openshaw denominó la
Falacia Ecológica.
2 Para ahondar en métricas asociadas a la diversidad, ver por ejemplo Amindarbari y Sevtsuk, 2015;
Cervero y Kockelman, 1997; De Nadai et al., 2016; Montejano, López, y Caudillo, 2013.
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la idea sobre que el grado de diversidad juega un papel importante en términos de
sustentabilidad urbana.
Policentrismo
Sin embargo, el caso del policentrismo es sensiblemente diferente. Mientras que
los dos primeros conceptos parecen estar claramente deinidos, el que se desarrolla
a continuación tiene aristas multidimensionales y multiescalares que hacen de
este concepto uno más difícil de deinir con solo pocas variables. El policentrismo
como concepto incluye a los dos anteriormente descritos, pero le sobreviene —entre
otras diicultades— una adicional y crucial: que no existe consenso alguno sobre
cómo medirlo y cuantiicarlo. Y justamente, esta diicultad —que ha permanecido
a lo largo de más de 30 años de estudios cuantitativos sobre el fenómeno—, recien-
temente ha impulsado a algunos autores a señalar que debe dejarse de lado este
concepto y concentrarse en los estudios de las relaciones casa-trabajo como una
aproximación a estas estructuras policéntricas que, fácilmente podemos imaginar
y describir con analogías, pero difícilmente podemos determinar con exactitud el
instante en que una estructura urbana es o no es policéntrica.
Este apartado se divide en cuatro bloques. El primero versa sobre la acepción del
término; su génesis y evolución como modelo urbano, y sus diferentes característi-
cas. El segundo apartado desarrolla sobre la relación del policentrismo con respecto
a la sustentabilidad urbana y sobre los trabajos empíricos más relevantes acerca
del tema. El tercero, lidia principalmente con las formas de medir el fenómeno y
sus principales limitantes. Finalmente, en la última sección se discute la viabilidad
sobre la continuidad de su estudio con relación a la sustentabilidad urbana y su
aplicación como política pública territorial.
El concepto de policentrismo
¿Qué es policentrismo?
Hacia principios del s. XIX, J. H. von Thünen desarrolló un modelo muy sencillo
para explicar la localización de las actividades agrícolas, bajo los supuestos de
una llanura isotrópica,3 un sistema único de transporte, costos proporcionales a la
distancia, un único centro en la ciudad y un hinterland agrícola. Planteó que para
cada tipo de producción (tomates, trigo, ganado, etc.) —con diferente rentabilidad
por unidad espacial— existía una curva diferente de renta-localización. Su princi-
pal aporte (ver ig. 1) fue proponer que la renta varía con la distancia al mercado
central, lo que explicaba por qué el suelo tenía diferentes usos y una estructura
especíica (R. Camagni, 2005; Dicken y Lloyd, 1990).
Más tarde, Richard Hurd (1924) desarrolló un tratado sobre valores del suelo ur-
bano basado en von Thünen, donde señalaba que “Puesto que el valor depende de
la renta económica y la renta de la localización, y la localización de la comodidad
de acceso, y ésta de la proximidad, bien podemos eliminar los pasos intermedios
y decir que el valor del suelo depende de la proximidad” (cit. en Carter, 1974, p.
263). Su conclusión y principal aporte fue que en las ciudades, la renta del suelo
determina la superioridad de la localización, conirmando los hallazgos de von
Thünen (entre más lejos del centro, más barato).
En los años sesenta del siglo pasado, Alonso (1964) creó una teoría general de
la renta del suelo y su localización, partiendo de los trabajos de von Thünen en
el sentido monocéntrico de su modelo (un solo mercado central). Sus principales
aportaciones fueron incorporar al análisis del suelo urbano la cantidad de tierra
que cada usuario deseaba adquirir y el ingreso disponible para ese in, además de
formalizar y hacer explícito el problema de la localización de la vivienda, entendido
éste como la maximización de la utilidad sujeta a un presupuesto (Graizbord, 2008,
p. 67). Además, desarrolló un modelo que le permitió encontrar diferentes curvas
de renta para cuatro tipos de usos del suelo, concluyendo que las curvas de mayor
pendiente eran las que se localizaban en las zonas más céntricas.
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Este modelo, retomado posteriormente por Muth (1969) y Mills (1972), se convirtió
en el modelo “estándar”, y sirvió durante varios años para explicar y predecir el
Policentrismo
precio del suelo urbano así como su estructura. A pesar de ser un modelo económico
que simpliica mucho la realidad, este facilita el análisis y permite capturar los
elementos esenciales de las ciudades. La primera conclusión es que todos los em-
pleos en una ciudad se encuentran en el centro, denominado CBD (Central Business
District) o DCN (Distrito Central de Negocios); la segunda es que la ciudad tiene
una densa red de caminos radiales, que le permite a los residentes moverse de la
casa al trabajo en una dirección radial; la tercera es que la ciudad alberga hogares
idénticos, esto es, que cada familia tiene las mismas preferencias en el consumo;
y la cuarta consideración general es que los residentes de la ciudad consumen solo
dos bienes: vivienda y cualquier otra cosa que no es la vivienda (Brueckner, 2011).
Aun con esta simpliicación, el modelo estándar sigue logrando explicar —de ma-
nera razonable—, el comportamiento esperado para ciudades mononucleares con
crecimiento radioconcéntrico.
Entre los diferentes principios económicos que explicarían la conformación y
consolidación de este tipo de estructura urbana mononuclear —y en general, la
existencia de las propias ciudades—, se encuentra el concepto de sinergia o prin-
cipio de aglomeración, el cual es resultado de una búsqueda de la maximización
de beneicios relacionados con la disminución de los costos de producción y el
aumento de la renta mediante un modo homogéneo de producción a gran escala
(economías de escala) que permiten, por su tamaño y productividad, disminuir
el costo por unidad producida. Pero este límite a la aglomeración, es decir, a los
beneicios derivados de una producción (y consumo) concentrados en un punto geo-
gráico, está dado básicamente por el costo del transporte, y en segunda instancia,
por los costos crecientes derivados de la misma aglomeración (Camagni, 2005).
Teóricamente, si no existieran beneicios asociados a las economías de escala, la
producción tendría lugar de manera perfectamente difusa, en proximidad a cada
consumidor (Camagni, 2005). Y dado que los beneicios asociados a las econo-
mías de aglomeración principalmente provienen de la cercanía entre los centros
de producción y los consumidores —reduciendo los costos de transporte—, surge
la pregunta de ¿por qué si los costos de transporte se han reducido drásticamente
los últimos años (actualmente representan entre 3 y 8% del precio del producto
inal de los productos industriales) las ciudades actuales siguen presentando altos
patrones de aglomeración?4 Glaeser (2010) señala que probablemente ello se deba
a que si bien es cierta la reducción en los costos para la movilidad de bienes, los
costos para la movilidad de las personas sigue siendo alto.
4 Burger, de Goei, Van der Laan, y Huisman (2011) analizan el empleo y los patrones de movilidad
obligada para dos regiones en el Reino Unido, encontrando que no todas las regiones están experi-
mentando una transición hacia regiones policéntricas; de hecho, presentan un reforzamiento de la
estructura monocéntrica.
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Contrario a esto, Agarwal, Giuliano, y Redfearn (2012) señalan que existen tres
procesos fundamentales que podrían estar frenando actualmente la concentración
Densidad, Diversidad y Policentrismo | Parte I
5 Para ahondar sobre el impacto de las tecnologías en la dispersión urbana ver Montejano (2013).
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formación de nuevas centralidades más lejanas de las originales (Camagni, 2005;
Fujita, Krugman, y Venables, 2001; Fujita y Mori, 1997; Glaeser, 2011; Montejano,
Policentrismo
Caudillo, y Silván, 2016; Muñiz, Galindo, y García, 2005; White, 1999).
Esta situación es explicada de manera muy didáctica por Muñiz et al. (2005, p.
8), quienes argumentan que:
Hay que recordar que esta visión sobre la formación de los subcentros es una visión
economicista, y que los subcentros o nuevas centralidades según esta perspectiva
se determinan con base en la concentración de empleos en un espacio geográico
determinado, concentración a la cual le sobrevendrá una co-localización de residen-
cias cercanas a sus sitios de trabajo (Brueckner, 2011, p. 1). En este sentido, Muñíz
y colegas aceptan que esta génesis de estructuras policéntricas puede tener dos
orígenes diferentes: por un lado, puede ser que la ciudad central o jerárquicamente
más importante se haya ido expandiendo en el tiempo hasta engullir otros núcleos
secundarios periféricos de menor jerarquía inicial (como en el caso del Valle de
México, donde la ciudad fue creciendo, devorando literalmente otras centralidades
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urbanas preexistentes como Coyoacán, Xochimilco, etc.); por otro, puede ser que
la nueva estructura policéntrica esté determinada por una deslocalización (princi-
Densidad, Diversidad y Policentrismo | Parte I
6 Se recomienda revisar a Parr (2004) quien, acuñando el concepto de PUR o Policentric Urban
Region, hace un esfuerzo por enumerar las características que deberían tener este tipo de asenta-
mientos para ser considerados estructuras policéntricas, dentro de las cuales destacan un tamaño
especíico, una separación entre núcleos, el nivel de interacción con otros centros, y el grado de
especialización económica de los mismos.
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claramente estas dimensiones. Por ejemplo, una estructura urbana puede ser mor-
fológicamente policéntrica, pero conservar una jerarquía con un centro más potente
Policentrismo
que haga de ella una funcionalmente monocéntrica; o puede ser una estructura
morfológicamente monocéntrica, es decir, con una ciudad con mayor tamaño y
dimensiones, pero que funcionalmente actúe con relaciones multidireccionales.
Otros autores sugieren la dimensión temporal del policentrismo como una evolu-
ción natural de un estado mono a uno policéntrico. Ya Anas, Arnott, y Small (1998)
habían apuntado que en años recientes, las ciudades habían pasado por un proceso
de descentralización derivando en una forma más policéntrica. La nueva estructura
urbana se asume como un proceso dinámico resultado de una mayor mundializa-
ción y un mayor crecimiento urbano (Jenks et al., 2013), siendo las estructuras
policéntricas el tipo de estructuras emergentes características del siglo XXI (Hall
y Pain, 2006). Esta visión dinámica es claramente representada en la siguiente
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igura (ver Fig. 4), donde se pasa de un estado inicial de mayor a menor jerarquía,
transformando estas relaciones verticales o arbóreas en unas más horizontales,
Densidad, Diversidad y Policentrismo | Parte I
más relajadas y tendientes a una estructura reticular (Ascher, 1995; Corboz, 2001;
Dematteis, 1994; Dupuy, 1998; Indovina, 1990; Sassen, 1999, 2007; Soja, 2000).
Centro principal
Centro principal Centros secundarios
Localidades dependientes Localidades dependientes
Nuevas relaciones
Centros en vías de
maduración
D. Multijerárquico semireticular
E. Polinuclear reticular
Centro principal
Ejes radiales Centros intermedios
Ejes intercentrales Otros centros
Circunvalaciones
Policentrismo
y donde los “centros” o nodos generalmente estaban representados por espacios
comerciales y de consumo (Jenks et al., 2013, p. 75).
Ello resuelve parcialmente el tema sobre la temporalidad de la génesis de las
nuevas estructuras policéntricas, gestadas bajo un modelo de producción post-for-
dista,7 pero no el tema relativo a la escala. Hall y Pain argumentan que el fenómeno
del policentrismo es uno que depende de la escala, esto es, pueden existir estructuras
policéntricas o polinucleares a nivel mundial, nacional, regional y local. Para sol-
ventar esta discusión, podríamos ayudarnos de Anas et al. (1998, p. 1431), quienes
argumentan que existen dos tipos de concentraciones espaciales: “a nivel ciudad,
la actividad puede estar relativamente centralizada o descentralizada […] mientras
que a nivel local, las actividades pueden estar agrupadas en un patrón policéntrico
o dispersas en un patrón más regular”. Sin embargo, como reconocen los mismos
autores, la deinición de dichos clústeres no es una tarea fácil, ya que se convierte en
un elemento completamente arbitrario el hecho de determinar un umbral de concentra-
ción de empleo para deinir lo que es un subcentro. Así, los sistemas de subcentros
observados dependen de la escala de observación del fenómeno.
En una visión de escala mundial, reticular, inmersa en las TIC y en las dinámi-
cas de la mundialización de la economía, una estructura policéntrica —de acuerdo
con Sassen (1988)—8 estaría dada por una tendencia generalizada a la dispersión
espacial de determinadas actividades económicas (i.e. las gerenciales y inancieras)
en nivel metropolitano, nacional y global, y la reconcentración de ellas en deter-
minados territorios altamente integrados telemáticamente y donde las funciones
de gestión y control de alto nivel se realizan en sedes centralizadas y altamente
tecniicadas. Y aunque ello impacte directamente en la escala metropolitana, las
ligas o relaciones entre los diferentes nodos no implican necesariamente movilidad
cotidiana de personas, tema central en el debate de la sustentabilidad imputado a
este modelo policéntrico. Ello no signiica que el policentrismo en sus diferentes
escalas no pueda ser abordado bajo una sola óptica: la de “redes y lujos”. De hecho,
Batty (2013) argumenta que la manera en que tradicionalmente hemos articulado
y entendido los sistemas urbanos mediante la localización, los lugares y espacios,
debe transitar a una ciencia de las ciudades en donde para entender el lugar—de-
inido como nodo donde se generan interacciones—, debemos primero entender los
lujos, y para entender los lujos, debemos entender las redes. La idea principal
7 Para mayor discusión sobre el cambio de paradigma económico mundial y sus efectos sobre el
territorio con tendencia a la formación de sistemas policéntricos ver por ejemplo Font (2004) o
Harvey (1990).
8 Estos conceptos son en parte compartidos por Hall y Pain (2006), Castells, (1997), y Jenks, Kozak,
y Takkanon (2013). Estos últimos autores aseveran que “ambos términos, policentrismo y redes
urbanas, son inseparables de las discusiones sobre globalización” (p. 73).
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radica en que son principalmente las relaciones entre lugares y espacios, y no sus
atributos, las que condicionan el entendimiento del sistema urbano.
Densidad, Diversidad y Policentrismo | Parte I
Deinición de centralidad
Si hablamos de policentrismo, entonces tenemos que deinir primero lo que sig-
niica una “centralidad”, ya que el policentrismo alude a un cúmulo de centros
organizados en una estructura jerárquica y territorial especíica.
Como hemos señalado, desde una perspectiva economicista, un centro o centra-
lidad generalmente está deinido como una concentración de empleo en un área
geográica especíica. Sin embargo, sabemos ya que no es la única cualidad que po-
seen las centralidades. El concepto de centralidad urbana alberga intrínsecamente
dimensiones históricas, culturales y simbólicas.9
Mientras que para Agarwal et al. (2012, p. 441) un subcentro deinido en tér-
minos económicos se reiere a clústeres de actividad “de suiciente magnitud para
inluenciar los precios del suelo y con ello la forma urbana”, para McMillen (2001)
son clústeres de actividad con una densidad considerable de empleos más grande
que sus vecinos con un signiicativo efecto sobre el total de empleos. Anterior-
mente, Christaller (1933) había desarrollado su Teoría de Lugares Centrales, en la
que las centralidades eran los lugares donde un umbral mínimo de población era
requerido para generar la oferta de un bien, limitado por un rango en el que los
consumidores estaban dispuestos a acudir para satisfacer su demanda (Carter, 1974).
Mientras que estas deiniciones están limitadas tanto a empleos como a espacios
de consumo, existen otras dimensiones que complejizan esta visión. Para Castells
(1974, p. 262), las centralidades pueden ser concebidas como “la organización
espacial de los puntos clave en que se desarrollan las diferentes fases del proceso
del intercambio entre los procesos de producción y consumo”, mientras que para
Terrazas (2010, p. 9):
El concepto de centro […] se reiere al lugar en el territorio urbano donde se realizan las
actividades sociales más intensas como son el comercio, los servicios, las manifestacio-
nes culturales y políticas y, en general, el intercambio social más signiicativo.
Policentrismo
Lo común a estas deiniciones es que en estas centralidades existe una fuerza
“centrípeta” que atrae lujos (actividades, personas e infraestructura) que interac-
túan de manera intensa. Sin embargo, para mantener esta fuerza aglutinadora en
el espacio central, existen —según Jacobs (1961)— otros elementos adicionales a
la concentración de empleos para reducir las fuerzas “centrífugas” que provocan
justamente lo explicado por el modelo estándar: una colmatación de estos espacios
de día y un vaciamiento de ellos por la noche, cuando las personas regresan a sus
residencias en zonas alejadas al CBD. El más importante de ellos es la promoción de
diversidad de usos en el espacio, de tal forma que permita la coexistencia de más
de un uso primario (en vez de uno uso meramente laboral, propone que cohabiten
en un mismo espacio usos laborales, comerciales y residenciales). El planteamien-
to de Jacobs, formulado para barrios y centralidades intraurbanas (ver capítulo
anterior), puede ser perfectamente extrapolado en una escala metropolitana. Si
el objetivo de implementar el modelo policéntrico en el territorio como forma ur-
bana sustentable se asienta en el principio de una mayor autocontención de la
población y por consiguiente, en una reducción de la movilidad no necesaria entre
los distintos polos de una estructura policéntrica, las centralidades o nodos de la
red deberían de ser espacios donde exista una masa crítica de personas, activida-
des, lujos, equipamiento e infraestructura, que permitan los más signiicativos
intercambios económicos, políticos, culturales y sociales, dentro de un entramado
urbano relativamente compacto con alta mezcla de usos del suelo, que amplíen
las posibilidades de reducir los viajes motorizados. En este sentido, los espacios
deinidos como “centrales” deberían de ser capaces no sólo de atraer viajes, sino
de retenerlos (vía una mayor heterogeneidad del uso del suelo).
La antítesis de los espacios centrales aquí deinidos son los que Mitchell (2001)
denominaba “ciudades dormitorio”: nodos residenciales desligados de nodos de
actividades y que en cierta medida, ejempliican la imagen heredada del proceso
de suburbanización norteamericana. Los espacios centrales de los que hablamos
no deben de ser concebidos solamente como subcentros de empleo, sino como
“espacios donde las actividades más intensas de los urbanitas ocurren” (Florida,
2003; Glaeser, 2011).
funcionales (ESPON, 2016). Por ello, este modelo ha sido recetado como antídoto
contra la dispersión urbana o sprawl (Knaap, Ding, Niu, y Mishra, 2016).
Al parecer, existe un consenso sobre lo deseable que sería tener estructuras
urbanas policéntricas, organizadas en torno a centros compactos, pequeños y me-
dianos, bien conectados mediante una red eiciente de transporte público (Camag-
ni, 2002). Ello podría deberse a que las ciudades intermedias o de menor tamaño
parecen tener la capacidad endógena de mantener los costos sociales, económicos
y ambientales bajo control (Capello y Camagni, 2000).
En el plano teórico, el policentrismo estaría abonando a una mayor sustenta-
bilidad: 1) por la posibilidad de la generación de efectos positivos en lo referente
a la movilidad, partiendo de una mejor co-localización residencia-trabajo, la cual
supondría una reducción de la distancia viajada (Cervero y Wu, 1997; Gordon y
Wong, 1985; Handy, 1996; Levinson y Kumar, 1994); 2) porque un mayor grado
de policentrismo promoverá el desarrollo de transporte masivo en detrimento de
la movilidad individual motorizada (Veneri, 2010, p. 405); y 3) porque reduciría
hipotéticamente los tiempos de viaje, debido principalmente a la reducción de ex-
ternalidades negativas asociadas a las economías de escala generadas en esquemas
monocéntricos (Parr, 2004, pp. 235–236). El supuesto base es que estas deseco-
nomías pueden reducirse al distribuir eicientemente en diferentes subcentros,
tanto gente como empleos, lo que equivaldría a decir que se estarían repartiendo
en varios subcentros las externalidades negativas asociadas a la aglomeración.
Con relación a esto, Meijers y Burger (2010, p. 8) argumentan que dado que la red
de ciudades substituye a la aglomeración de una sola ciudad, el policentrismo se
convierte en un activo muy valioso para las zonas metropolitanas. Sin embargo,
advierten, existen también desventajas de este modelo frente al monocéntrico,
como la reducción de la concentración espacial de activos e infraestructura para
el desarrollo. En un estudio para Holanda, encontraron signiicativamente menos
amenidades deportivas, culturales y recreativas que en regiones donde la población
se concentra en una sola ciudad, hecho ya preconizado por Lewis Mumford (1961)
desde mediados del siglo xx.
En términos llanos, podemos pensar que un modelo policéntrico se origina cuan-
do el modelo monocéntrico se agota y comienza a generar externalidades negativas.
Esto es, las ventajas que originalmente se observaron por vivir en una ciudad son
paulatinamente sustituidas o sobrepasadas por los problemas que el tráico, la con-
taminación, la inseguridad, o la elevación del precio del suelo en zonas centrales
generan derivados del crecimiento. Podemos imaginar hipotéticamente un reci-
piente para hacer cubos de hielo, donde en algunos de los hoyos ya se encontraba
agua vertida. Al ir aumentando la cantidad de agua en los huecos que ya contienen
agua, éstos rebasarán en algún momento la altura del hueco, provocando así el
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desbordamiento del agua. Si no estuvieran conectados estos huecos con otros, el
agua se desbordaría. Por suerte, en este ejemplo existe conexión entre ellos, y de
Policentrismo
manera “natural” se da un trasvase de hueco a hueco, emulando lo que en términos
urbanos sería el límite de una ciudad o tamaño óptimo antes de generar externalida-
des negativas (o que el agua se saliera). Una manera de evitar estas externalidades
negativas podría ser mediante la creación de nuevos centros, es decir, nuevos cubos
de hielo. Haciendo un paralelismo con los sistemas urbanos nacionales, en la vida
real las “charolas para hacer cubos de hielo” no se encuentran perfectamente ali-
neadas al horizonte; tienen diferentes ángulos que provocan que algunos agujeros
no se llenen del todo, otros rebasen constantemente su capacidad, y otros nunca se
llenen. Adicionalmente, los cubos de la charola tienen diferentes dimensiones, por
lo que habrá algunos que puedan contener más agua que otros, y otros con mayor
capacidad que nunca se lleguen a llenar, por lo que el “sistema” aquí imaginado
no estará balanceado.10
Recientemente, Wegener (2013) ha teorizado sobre ventajas y desventajas de un
modelo monocéntrico frente a un modelo disperso. Argumenta que en términos de
“eiciencia”, los centros predominantes y de gran tamaño pueden explotar las eco-
nomías de escala y los efectos de la aglomeración, pero padecen la problemática de la
congestión como un efecto de la sobreaglomeración. Por su parte, los asentamientos
dispersos disfrutan del entorno natural, pero son muy pequeños para soportar in-
fraestructura que facilite la producción y por ende, su crecimiento (carecen de masa
crítica, por ejemplo, la introducción de un sistema de transporte masivo eiciente).
Con relación a la “equidad”, señala que mientras que una estructura moncéntrica
tiende a polarizar socialmente a la población debido a la competencia por el espacio
(y su consecuente costo), estructuras donde la gente viviera de manera dispersa se-
rían más igualitarias en términos de la distribución, pero negaría a sus ciudadanos
la oportunidad de la movilidad social. Con respecto a la “sostenibilidad”, dice que
las aglomeraciones más grandes usan menos energía per cápita para la movilidad,
pero más para ediicar en alta densidad (i.e. elevadores, disposición de residuos,
etc.). Los asentamientos dispersos pueden hacer uso de recursos renovables, pero
son un desperdicio en términos de energía para la transportación y del espacio
abierto. Entonces, coincide con Capello y Camagni (2002) sentenciando que “es
obvio que el óptimo se encuentra entre lo monocéntrico y lo disperso, i.e. en una
mezcla balanceada de ciudades grandes, medianas y pequeñas ordenadas en un
patrón favorable para el intercambio y la cooperación” (p.2).
10 Nel·lo (2002) observa para Catalunya un proceso de desigual distribución de la población, des-
igual crecimiento de las ciudades, y desigual asentamiento del capital en el territorio, generando en
lugar de una “policefalia”, una “macrocefalia”, lo que sería equivalente a una región de ciudades con
fuertes desbalances entre sí, constituyendo un riesgo inherente al esquema policéntrico sin control.
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Hallazgos empíricos
Tanto Kloosterman y Musterd (2001) como Parr (2004), han señalado la necesidad
Densidad, Diversidad y Policentrismo | Parte I
de contar con más casos empíricos para veriicar los supuestos beneicios imputa-
bles a las estructuras policéntricas. En este sentido —y con resultados altamente
contradictorios como en los casos de la densidad y la diversidad analizados en
capítulos anteriores—, se desprenden conclusiones de algunos estudios aplicados
en varias regiones del mundo con resultados disímiles.
Una de las investigaciones más citadas es el trabajo de Aguilera y Mignot (2004).
Este estudio compara las distancias de desplazamiento entre residencia y centros
de trabajo entre siete áreas urbanas francesas. Uno de sus principales hallazgos
fue que la distancia de desplazamiento residencia-trabajo promedio para traba-
jadores viviendo en los subcentros era menor que para aquellos que vivían en el
resto de área urbana.11 Argumentan que ello puede ser explicado por el número de
personas viviendo y trabajando en el mismo subcentro, y el hecho de que la gen-
te viviendo en centros suburbanos se encuentran muy cerca de sus trabajos. Sin
embargo, advierten que ello no representa un hallazgo sobre un mejor desempeño
de estructuras policéntricas, pues sus descubrimientos refuerzan la idea de las
jerarquías de lugares centrales, pero en otra escala. Adicionalmente, se observó
que estas distancias viajadas dentro de los subcentros han aumentado desde su
consolidación (es decir, se podría estar observando el efecto de las deseconomías
en estas centralidades periféricas).
Por su parte, Veneri (2010) realizó un trabajo de investigación que indaga prin-
cipalmente si un mayor grado de policentrismo tiene inluencia positiva en los
viajes obligados. Para ello, observó la relación entre el grado de policentrismo —
medido mediante la detección de subcentros con base en relaciones derivadas de
redes sociales—, con la movilidad registrada para 82 áreas metropolitanas en Italia.
Para este caso, se concluye que un mayor grado de policentrismo efectivamente se
correlaciona virtuosamente con costos privados y externos, es decir, reduciendo el
gasto individual de movilidad y las emisiones de CO2.
Con respecto al desempeño económico, Meijers y Burguer (2010) encontraron
que el policentrismo se correlaciona positivamente con una mayor productividad
laboral (del mismo modo que Veneri y Burgalassi (2012)). Concluyen que al duplicar
el grado de policentrismo, se incrementa la productividad laboral metropolitana
5.5%. Sus conclusiones son altamente relevantes para el discurso en favor de las
estructuras policéntricas: argumentan que esta mayor productividad observada
para diferentes zonas metropolitanas norteamericanas puede deberse a que múlti-
ples centros o ciudades, esto es, múltiples fuentes de economías de aglomeración,
Policentrismo
parecen ser limitadas en estructuras policéntricas, mientras que los beneicios
derivados de la aglomeración son compartidos por las ciudades que conforman
el sistema. A parecer, la “red de ciudades” generada por una estructura policén-
trica sustituye las economías de aglomeración de una estructura monocéntrica.
Sin embargo, también descubrieron que tienen un desempeño económico menor en
su conjunto (con relación al PIB) que una sola gran ciudad, y que las estructuras
policéntricas parecen ser más eicientes en áreas metropolitanas más pequeñas en
términos poblacionales.
Las ventajas económicas argumentadas en estructuras policéntricas también
han sido recientemente reportadas para China. Zhang, Sun y Li (2017), conclu-
yen que la policentralidad beneicia el desempeño económico medido en términos
de productividad laboral. Este estudio muestra además, que la disponibilidad de
internet como elemento de lujo de conocimiento, puede mejorar los efectos del
policentrismo en el desempeño económico.
Pero no todos los trabajos encuentran asociaciones virtuosas. En 2014, Mar-
molejo y Tornés (2014) exploraron para las más grandes zonas metropolitanas
españolas, si el crecimiento policéntrico efectivamente reduce el consumo del suelo
y la movilidad obligada, esto es, protegiendo las zonas agrícolas periurbanas y al
mismo tiempo reduciendo el consumo energético y contaminación producidos por
los automóviles. Sus resultados sugieren que el policentrismo español tiene muy
poco efecto tanto en la reducción de consumo del suelo como en la generación de
viajes obligados. Ello podría deberse a una situación particular de esa geografía.
Aun con ello, encuentran que otras variables sí inluyen signiicativamente con los
patrones de suelo y movilidad, como la fragmentación de las fábricas y la co-loca-
lización casa-trabajo, variable clave de un esquema policéntrico.
Otros estudios ya han apuntado en dirección contraria a la supuesta sustentabi-
lidad derivada del policentrismo. Cervero y Wu (1997) encontraron que subcentros
de baja densidad —en un estudio para la Bahía de San Francisco— favorecen al
incremento del uso del vehículo en la movilidad cotidiana, aun cuando el tiempo
de traslado a los centros de trabajo sea menor que el de sus contrapartes que viven
en situaciones intraurbanas. Adicionalmente, encontraron un menor uso en el
transporte masivo. Como se ha mencionado, Veneri y Burgalassi (2012) investiga-
ron el policentrismo con relación a variables clave como competitividad, cohesión
social y sustentabilidad ambiental. En su estudio observaron una correlación po-
sitiva entre desigualdad en el ingreso y policentrismo; para el caso de la relación
entre policentrismo y sustentabilidad ambiental (medido en términos de emisión
de gases de efecto invernadero y consumo del suelo) no encontraron relaciones
estables. En un estudio para evaluar el impacto de la forma urbana en viajes obli-
gados para 30 ciudades chinas, Engelfriet y Koomen (2017) no encontraron nin-
124
Sevtsuk (2015). Sin embargo, encontraron que tanto distancia como tiempo sí se
correlacionan fuertemente con el tamaño de la ciudad, además de encontrar que
a mayor concentración espacial de determinadas actividades (mediante métricas
I de Moran locales) el tiempo de viaje intraurbano se reduce. Lo anterior sugiere
por un lado, que las externalidades negativas asociadas al tamaño de una ciudad
podrían efectivamente ser matizados mediante otro tipo de estructuras urbanas
más pequeñas; y que la concentración espacial de actividades (pudiendo ser ello
una forma de policentrismo sin que ellos lo hagan explícito en su aproximación
teórica) tiende a reducir los tiempos.
Ello es reforzado por Veneri (2010), quien argumenta que esto en parte es resultado
de la poca consistencia para medir y cuantiicar una estructura policéntrica (re-
cordemos a Anas, Arnott, y Small (1998) en el debate sobre las diferentes escalas,
a Burger y Meijers (2012) sobre las diferentes maneras de conceptualizar el poli-
centrismo, o a Tsai (2005), quien estudia diferentes tipos de estructuras urbanas
mediante índices de autocorrelación espacial).
Adicionalmente a las diferentes escalas (mundial a manzana), a las desiguales
conceptualizaciones (morfológica o funcional), o al tipo de objeto aglomerado en el
territorio que se convierte en el objeto de análisis espacial del fenómeno de estudio
(empleos, personas, infraestructura), le sobrevienen la dimensión temporal (las
centralidades no son las mismas en la noche que en el día) y los métodos utilizados
para medir el grado de policentrismo, que a su vez dependen de la granularidad
de la fuente de información (involucran desde métodos de agrupamiento hasta
técnicas de medición de lujos sobre las redes).
125
Tradicionalmente, el policentrismo se ha medido deiniendo a los subcentros del
sistema como espacios con una densidad sobresaliente de empleos con respecto
Policentrismo
al sistema medido (Bogart y Ferry, 2011; Giuliano y Small, 1991; McDonald, 1987;
McMillen, 2001; McMillen y Smith, 2003; Muñiz et al., 2005). El problema principal
común de estos métodos aquí llamados “estáticos” es que la determinación de los
umbrales para determinar si una concentración de algo en el espacio constituye
un clúster es arbitraria. Adicionalmente, la mayoría de estas aproximaciones deja
completamente fuera de la ecuación aspectos relevantes a la centralidad como la
diversidad de uso del suelo o el contexto social de las centralidades detectadas.
Estos métodos “estáticos” asumen de antemano que la gente será atraída a un
espacio geográico por la presencia de clústeres económicos.
Otros métodos para la identiicación de subcentros se basan en indicadores “di-
námicos”, construidos con base en datos de lujos, como los viajes pendulares re-
sidencia-trabajo que emanan de diarios de viaje y encuestas origen-destino. Como
ejemplos locales podemos citar los trabajos de González-Arellano (2010) o Graizbord
y Acuña (2005) para la ZMVM, los cuales tampoco escapan a la subjetividad del um-
bral para determinar lo que es una centralidad y lo que no. Sin embargo, al utilizar
datos más desagregados, es mucho más fácil detectar visualmente las centralidades.
Adicionalmente, cada estudio adopta métodos de muy diversa índole. La crea-
ción de índices de centralidad varía enormemente. Algunos usan datos vectoriales;
otros, datos raster provenientes de técnicas de percepción remota. Como ejemplo,
hay los que usan Estimadores de Densidad de Kernel (i.e. Thurstain-Goodwin y
Unwin, 2000); los que usan simulación basada en agentes i.e. (Batty, 2001); los
que detectan centralidades con base en distancias entre puntos situados en una red
(Okabe, Okunuki, y Shiode, 2006; Porta et al., 2012; Sevtsuk y Mekonnen, 2001);
los que estudian las relaciones jerárquicas funcionales entre los nodos con base en
la teoría de redes y lujos (Veneri, 2010); o los que detectan policentrismo con base
en sensores satelitales (Taubenböck, Standfuß, Wurm, Krehl, y Siedentop, 2017).
Lo anterior provoca una pléyade de estudios que son difícilmente comparables
entre sí, tanto por sus conclusiones contradictorias como por los resultados ob-
tenidos. En un esfuerzo por atacar este asunto, hacia 2007 la ESPON (European
Spatial Planning Observation Network) desarrolló un único índice “estándar” de
policentrismo para ser utilizado por todos los miembros de la Unión Europea, el
cual involucraba en su medición nociones de tamaño, localización y conectividad
de los nodos y que englobaba tanto aspectos morfológicos como aspectos relacio-
nales. Sin embargo, fue criticado severamente porque sobre enfatizaba aspectos
morfológicos y quitaba peso a los aspectos funcionales (Wegener, 2013).
Se ha argumentado que existen pocos estudios empíricos que busquen relacionar
el concepto del policentrismo con la sustentabilidad urbana. En realidad, se han
realizado muchos al respecto, pero dada las diferencias en conceptualización, en la
escala de observación, y en los objetos medidos, el conjunto de investigaciones no
126
Policentrismo
Figura 5. Centralidades y escalas
nos más allá de sus límites administrativos originales. Actualmente, los procesos
de metropolización presentan diferencias con respecto a los de principios del s.
xx, tanto en escala de ocupación del territorio como en la distancia de los nuevos
enclaves urbanos con respecto al centro, pero que no dejan de formar parte del
sistema urbano por sus relaciones funcionales (Montejano, 2013). Si pensamos que
estas nuevas centralidades “post-fordistas”, asentadas más lejos del centro que sus
crecimientos previos por contigüidad espacial a la mancha urbana (caracterizados
como ensanches y generalmente desarrollados hasta antes del gran cambio del pa-
radigma en el modelo de producción fordista de principios de los años 70 del siglo
pasado), en algún momento del futuro terminarán “colmatándose” e integrándose
físicamente a una gran mancha urbana. Con base en lo anterior, podemos entonces
teorizar que el policentrismo morfológico es en realidad un estado o etapa en el
proceso de metropolización del territorio y un cambio de escala.
Se presenta aquí como ejemplo el caso del Camp de Tarragona, España, en el cual se
puede apreciar, mediante un estudio morfogenético (ver Fig. 6a y 6b), la evolución de
este territorio catalán. En los primeros momentos se observa un sistema con núcleos
(pueblos) separados entre sí y relacionados jerárquicamente (con Tarragona como nodo
principal). Con el paso del tiempo, las jerarquías se van relajando y cada nodo comienza a
tener una dinámica propia de crecimiento, superpuesto con una nueva lógica de asentar-
se en el territorio, de tal suerte que se conigura claramente un sistema reticular policén-
trico con asentamientos dispersos. Sin embargo, al observar la planeación metropolitana
(ver Fig. 7), puede observarse que eventualmente (de concretarse los planes), Tarragona
pasará a ser una mancha urbana consolidada de una escala mayor. Ciertamente, las cua-
lidades funcionales de cada nodo del sistema policéntrico no se perderán, pero sí las
cualidades morfológicas que en un momento le conirieron un grado de policentralidad.
Con lo anterior no se pretende desdeñar el trabajo cientíico realizado desde hace
varias décadas para deinir estos sistemas, compararlos con el modelo monocéntri-
co, y plantear su viabilidad como asentamiento alternativo por sus argumentados
beneicios sustentables. Por el contrario. Deben de aumentarse sustancialmente las in-
vestigaciones que permitan determinar la escala adecuada en que estos sistemas deben
ser deinidos, lo que permitirá a su vez derivar investigaciones que orienten las políticas
públicas territoriales dependiendo de los hallazgos obtenidos en diferentes escalas (por
ejemplo, puede ser adecuado el promover una política de policentralidad a nivel
regional, pero posiblemente esas ventajas se diluyan a nivel estatal).
Una pista de ello la provee Botequilha-Leitão (2012) quien, aceptando de facto
que un camino para alcanzar la sustentabilidad regional es la adopción de redes
ciudades intermedias, propone incluir en la visión sistémica policéntrica otros
vectores como la producción, la recreación y la ecología de una manera más balan-
ceada que la simple localización de empleos.
129
Figura 6a. Transformaciones espaciales del ámbito central
del Camp de Tarragona 1925-1970
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