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DEI - Voz PRIMERA SEMANA

PRIMERA SEMANA
Voz de: GRUPO DE ESPIRITUALIDAD IGNACIANA,
Diccionario de espiritualidad ignaciana, Mensajero – Sal Terrae,
Bilbao – Santander 22007 [versión informática].

La Primera Semana, cuya mención aparece en el margen superior del texto


autógrafo (revés del folio 6 y repetida hasta el folio 16) y se retoma como título por las dos
versiones latinas P1 (1541) y P2 (1547), incluye todo cuanto queda comprendido entre los
números 21 y 89 del libro de los Ejercicios, a saber: el título, el presupuesto, el Principio y
Fundamento, los exámenes, la confesión, los cinco ejercicios y las adiciones. En la Vulgata
y en la P2, una nota manuscrita de Polanco, añadida al margen del número 71, indica que
cabe añadir otros ejercicios sobre la muerte y el juicio, según las necesidades del ejercitante
(MEx I, 202-205; MEx II, 31).

Si el recorrido que proponen los Ejercicios refleja la experiencia espiritual de


Ignacio de Loyola, la P. corresponde al periodo de Manresa. Para Ignacio, la conversión ya
había tenido lugar. Habiendo dado definitivamente la espalda a su primera vida, pasó por
una fase de dolorosa purificación. En cuanto al ejercitante, en el momento en que se
embarca en la P., el Principio y Fundamento ya lo ha colocado en una visión del mundo
centrada sobre la creación y la salvación de las que Cristo es la fuente y la cumbre (cf.
Rahner, 1964, 251 ss.). Los consejos para examinarse [Ej 24-31], purificarse y confesarse
[Ej 32-44], dejan entender que ha iniciado el camino de su conversión. En adelante se
vuelve hacia Cristo, afrontando la realidad del mundo y la de su propia vida. El mal y el
pecado constituyen un entorno que le precede y envuelve, hasta el punto de ser su víctima
antes de devenir su actor [Ej 45-54].

Los Ejercicios no le proponen una consideración metafísica sobre el pecado. No


parten de una formulación de la fe, sino desde una experiencia en la fe de un
acontecimiento histórico, que hunde sus raíces en el más allá (pecado de los ángeles [Ej
50]), que atraviesa toda la historia de la humanidad (pecado de Adán y Eva [Ej 51]) y le
alcanza para integrarse en su propia historia. Todo el proceso de P. tiene como meta ayudar
al ejercitante a tomar conciencia de la presencia del pecado en él y en la historia como un
conflicto permanente cuya salida feliz es posible. Los mitos bíblicos [Ej 51-52] le revelan
que antes de ser un acto, el pecado es una actitud de fondo de la criatura que rechaza su
propia contingencia para encerrarse en una autosuficiencia orgullosa (cf. Nkanza, 2002,
210). En la perspectiva del Principio y Fundamento, consiste en rechazo de hacer
reverencia y de obedecer al Creador, negación de alteridad (cf. Buber y Levinas).
Encarnado en estructuras sociales, crea un medio nocivo en el que cada cual participa y
toma parte [Ej 55-61]. Si el ejercitante está invitado a repasar su propia historia, recorriendo
los años, lugares, relaciones, oficios ejercidos, según el modo de los exámenes de
conciencia de la época (cf. MEx 52-54), no pretende tanto que contabilice minuciosamente
sus pecados, como que mida la malicia de la dinámica de la que participa (MEx II, 86). No
se trata de que “conozca” su pecado y el mal, sino más bien que lo sienta, en otras palabras,
que se deje tocar afectivamente. Este sentimiento interior es una gracia que obtener. Así,
después de haber considerado la historia del mal y del pecado en el mundo (primer
ejercicio) y su propia complicidad con el pecado (segundo ejercicio), se le invita a

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reconsiderar la realidad compleja, a la vez objetiva y subjetiva, para insistir en la oración


con vistas a obtener del Padre una triple gracia, un conocimiento “sentido” de su propio
pecado, del desorden de su corazón y de las estructuras de pecado. El paso del no-ser al ser
se opera de este modo pasando progresivamente del pecado personal en acto a la
inclinación del corazón y a las estructuras sociales, para aceptar finalmente, por un acto de
plena libertad, la redención operada por Cristo en la cruz.

Puesto que el ejercitante considera la malicia que contiene en sí el pecado, “dado


que no fuese vedado” [Ej 57], su meditación no lo sitúa en el terreno de la moral,
confrontándolo a una ley, sino sobre el más místico de la creación y del orden cósmico,
lugar del amor y de la misericordia (cf. [Ej 60-61]). El ejercitante se apoya así sobre la
historia (memoria), para reflexionar sobre sí mismo y llegar, gracias a una ponderación
fundada sobre un a fortiori (inteligencia), a un encuentro con una gran carga afectiva
(voluntad), en la que descubre en el crucificado al que salva la historia del mundo y su
propia historia [Ej 53]. Ante la cruz, la conciencia de su propio pecado excava en él el lugar
único de Cristo como quien le hace vivir al arrancarle del no-ser y quien transforma la
historia del mal en historia de salvación. Dos cuerpos se encuentran frente a frente, dos
historias se encuentran en lo que tienen en común de más carnal y concreto, su
confrontación con el mundo del mal y del pecado. Por una parte el ejercitante consciente de
su pecado; por otra, Cristo en cruz, que porta los estigmas del pecado. Para el ejercitante, ya
no es tiempo de consideraciones, sino de mirar, ver, hablar “como un amigo habla a un
amigo” para reanudar la relación en un cuerpo a cuerpo lleno de realismo. El cuerpo del
Señor le revela su amor por él y su propio cuerpo, mediante el cual participa de la historia,
debe convertirse en el lugar de su respuesta. La cuestión esencial que se le plantea es la del
“hacer” y es en torno a ella que se organiza el desarrollo de su propia historia entre ayer,
hoy y mañana; “lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por
Cristo” [Ej 53]. El coloquio del primer ejercicio constituye sin duda la cumbre de la P.,
hacia el cual tiende todo cuanto precede y desde el cual mana todo lo que seguirá en el
curso de las restantes tres semanas de Ejercicios: “qué debo hacer por Cristo”. Puesto que,
por más que el mal y el pecado lo hayan corrompido todo, hasta el punto de que el mismo
ejercitante se sienta como llaga y postema [Ej 58], no se encuentra en un callejón sin salida.
Gracias a la cruz, es posible una nueva lectura del mundo y de su historia personal.
Profundamente conmovido al constatar que los elementos, las plantas, las aves, los peces,
los animales, los santos y los ángeles le manifiestan la bondad del Creador, exclama
admirative: se le abre un porvenir [Ej 60]. No se encuentra en una situación irreversible,
como sería el caso del infierno, del que tiene experiencia gracias a una imaginería
apocalíptica y a una técnica de meditación que recurre a los cinco sentidos [Ej 66-70].
Anticipando lo que se desarrollará más adelante, en la CAA [Ej 230-237], su gratitud le
conduce al camino del amor reconocido.

Para Ignacio, Manresa es también la época de las tentaciones, tan pronto groseras
como sutiles, de las miradas hacia atrás, de los escrúpulos, del combate espiritual, de la
asperezas y de la ascesis. Así pues, se encuentran en los Ejercicios toda una serie de reglas
y de consejos destinados a ayudar al ejercitante para hacer frente a situaciones semejantes y
a orientarse en ellas. El descubrimiento de la propia fragilidad, la convicción progresiva de
que el progreso espiritual y la conversión no son el fruto de una actitud voluntarista, sino un
don de Dios, inspiran una pedagogía llena de finura. El modo de meditar, de hacer examen,

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de releer lo que pasó en el curso de la oración, de insistir en la oración haciendo intervenir a


intercesores, de volver sobre lo que emocionó o pareció un signo para profundizar en ello y
descubrir alguna secreta fuente, todo ello conforma el objeto de consejos, de notas muy
prácticas y concretas que constituyen un pequeño directorio inspirado por la tradición. Las
“Adiciones para mejor hacer los Ejercicios y mejor hallar lo que desea” [Ej 73-90]
proponen consejos, normas [Ej 73.81.88.90] y explicaciones [Ej 82-87.89] que se refieren
tanto a las horas en las que meditar, el sueño y la posición que adoptar para hacer oración,
como al uso de luz y oscuridad, al clima psicológico en el que pasar el día, la práctica de la
penitencia y la mortificación. Se toma en cuenta a toda la persona en una antropología que
continuamente pone en guardia contra cualquier tendencia a un idealismo de mala ley,
prestando una atención particular al cuerpo. A estos consejos inspirados por los excesos de
austeridad de Manresa (cf. Carta de Laínez, FN I, 74), Ignacio añade advertencias que
atañen a los escrúpulos, eco de una terrible crisis que, en la misma época, le había
conducido al borde del suicidio [Ej 345-351].

En la división clásica de las tres vías purgativa, iluminativa y unitiva que conducen
a la perfección, la P. corresponde, según el mismo Ignacio [Ej 10], a la vía purgativa.
Constituye la base indispensable de las restantes semanas de los Ejercicios, hasta el punto
de que incluso el que ya ha hecho los Ejercicios debe volver a hacerla (MEx II, 640-641),
también el jesuita (MEx II, 618-619). Su longitud puede variar según las disposiciones del
ejercitante: más breve para los que progresan en la vida espiritual, para los miembros de la
CJ que repiten los Ejercicios o para los religiosos fieles a la oración (MEx II, 664-665;
252.254.389.409.624-625.811), se alargará más o menos para los que no tienen el hábito de
la oración o que la han abandonado (MEx II, 610), siendo la única regla la obtención de los
frutos deseados (MEx II, 638.813 nota 19). El texto de los Ejercicios Espirituales deja
entender que encuentra su culminación en el sacramento de la reconciliación [Ej 44].

La P. constituye una totalidad en sí misma. Siguiendo a Ignacio, los Directorios


prevén que se proponga con bastante facilidad a muchas personas (MEx 91. 108.371) que
no serían aptas para hacer el recorrido íntegro de los Ejercicios. Se señalan diversas
categorías de candidatos: una anotación de los Ejercicios habla de “quien es rudo, o de poca
complexión” [Ej 18], los Directorios añaden a los que tendiendo instrucción suficiente, no
tienen tiempo para hacer todos los Ejercicios (MEx II, 281), los neo-conversos que aún
están en la vía purgativa (Id. 202), las personas demasiado ocupadas por sus negocios (Id.
220), algunas mujeres casadas que no pueden dejar el hogar, las monjas (Id.109, 130) y los
enfermos de los que se esperan pocos frutos (Id.250).

Las dificultades teológicas que plantean los Ejercicios de P. son superables; el


pecado de los ángeles, el de Adán y Eva, la condenación de un pecador por un solo pecado,
la representación del infierno encuentran una explicación aceptable en los avances de la
teología y de la exégesis. La resolución de los problemas psicológicos suscitados por
algunas expresiones de Ignacio, en particular en el segundo ejercicio [Ej 55-61] y por la
interpretación que dan de las mismas varias generaciones de comentaristas es más delicada.
Una justa apreciación del sentimiento de culpabilidad, de autoestima, algunas expresiones
del vocabulario de los Ejercicios, su antropología, los esquemas sociales y psicológicos que
inspiran a los distintos ejercicios propuestos, los consejos tocantes a la penitencia necesitan
todo un trabajo de clarificación y de adaptación al que contribuyen numerosos trabajos de

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psicólogos, sociólogos, moralistas y espirituales. Con la condición de que se integren, el


recorrido de la P. de los Ejercicios constituye siempre un auténtico camino de libertad.

Bibl.: COVENTRY, J., “Sixteenth and twentieth-century theologies of sin” The Way Sup 48 (1983) 50-59;
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Way Sup 48 (1983) 15-27.

Pierre ÉMONET, SJ

VÉASE: Coloquios, Confesión, Culpa, Ejercicios, Escatología, Examen, Meditación,


Pecado.

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