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A partir de la mitad del siglo II, la Iglesia antigua distingue una penitencia bautismal y
una post-bautismal; ésta última reviste dos modalidades: una para los pecados leves
(por medio de oración y caridad) y otra para los pecados graves, cuyo perdón se tenía
después de un largo proceso de penitencia que se realizaba bajo el control de la Iglesia.
Tal penitencia segunda para los pecados graves se basaba en Mt 18,18 y 1Co 5, quien
había pecado gravemente -homicidio, adulterio, apostasía- quedaba excluido
públicamente de la comunión eucarística (excomunión) y luego de un tiempo de purga
(penitencia) por sus pecados, era acogido de nuevo de forma solemne a la comunión
eucarística por el Obispo (reconciliación). Variando el tiempo de penitencia y la
crudeza de ellas, de acuerdo a la maldad de los pecados. Cabe indicar que muchos
diferían esta penitencia segunda hasta poco antes de la muerte, por el temor de volver
a pecar y por las consecuencias en la vida socio-económica de la persona.
Se llama así porque era regulada por una serie de disposiciones conciliares y por
costumbres que tenían valor de ley; la penitencia canónica o eclesiástica era para esta
época histórica de la práctica penitencial una institución litúrgico-pastoral-jurídico. Tanto
en la Iglesia de Oriente como en Occidente, con unas notas comunes y esenciales:
El Obispo o su delegado, eran los encargados de imponerla.
Cuando el penitente pedía personalmente la penitencia, la confesión era secreta.
Cuando era por denuncia la confesión era pública.
El penitente no podían participar en la Eucaristía. Durante el tiempo de penitencia
se debía dedicar a ciertas obras de expiación indicadas por el Obispo. Iniciaban
comúnmente luego del primer lunes de cuaresma o el miércoles de ceniza, donde el
Obispo les vestía de saco y ceniza, ingresándolos al Ordo Penitenciale.
Terminaba la etapa penitencial con la imposición de manos de parte del Obispo
(una forma implícita de absolución) y su admisión a la Eucaristía. Sólo se hacía una
vez en la vida. El tiempo era el Jueves Santo o Viernes Santo en la mañana.
c. La penitencia monástica
Una de las prácticas más desarrolladas dentro de la vida monacal era la confesión de
las faltas como medio de corrección de los monjes y de común edificación espiritual. La
confesión entre os monjes se practica entre una doble finalidad el perdón de las faltas y
la guía espiritual. El confesor debe ser hombre experto en el conocimiento del espíritu,
puede imponer al pecador una penitencia y puede anunciarle que su pecado ha sido
perdonado, pero la relación entre penitente y confesor es eminentemente espiritual,
basada en el conocimiento interior. La confesión entre los monjes no se limite a ver las
faltas externas sino que limita también a ver los pensamientos.
Entre los signos de una actitud espiritual sincera de no ocultar nada al monje anciano o
monje espiritual.
No obstante su gran difusión, el III Concilio de Toledo (589) condenó esta forma de
penitencia, pero los obispos en el concilio de Chalonssur-marne (650) la juzgan útil y la
aprueban por unanimidad; luego durante los siglos VII y VIII se convierte en la manera
normal de hacer la penitencia, con la nota de que la absolución se imparte antes de la
penitencia. Durante los siglos posteriores no se dieron mayores modificaciones en la
forma, escasamente los pensadores comenzaron a interrogarse sobre ¿cuál era la
materia del sacramento?
En los siglos XIV y XVI los protestantes refutan la práctica y doctrina sacramental de la
penitencia. Lutero reconoce la utilidad de la conversión pero no su necesidad y enseña
que la Iglesia no tiene sino la autoridad de reconocer la remisión de los pecados por la
fe. Calvino rechaza el sacramento y enseña que para la penitencia sólo basta el
recuerdo del bautismo que se renueva por la displicencia (rechazo del pecado y el
propósito de una vida nueva). Ante esto, el Concilio de Trento expone la doctrina
católica enseñando:
La penitencia es un verdadero sacramento.
Fue instituido por Cristo según afirma Jn 20,23.
Tiene como finalidad el perdón de los pecados cometidos por los bautizados.
Los actos del penitente unidos a la absolución son necesarios. El efecto es la
reconciliación con Dios.
La contrición perfecta es posible y reconcilia al hombre con Dios, pero debe incluir el
deseo de recibir el sacramento.
La contrición imperfecta ayuda de todos modos a preparar para la verdadera justicia,
no afirma sin embargo que la atrición sea suficiente para la justificación.
Es necesario la confesión verbal completa de los pecados graves.
Se reserva a los que poseen el sacerdocio que hacen el papel de juez al estilo civil.
f. El Concilio Vaticano II
c. La Iglesia es la que reconcilia al pecador con Dios.: Se trata del poder de atar y
desatar en la tierra y el cielo. El atar en el NT, lo mismo que retener, significa
proscribir, excluir, poner en entre dicho. Sin embargo, el pecador bautizado
pertenece a la Iglesia, está todavía dentro, pero esta pertenencia, por la culpa, ha
sido despojada de su último sentido, se ha convertido en mentira, en ficción,
recepción válida ciertamente, pero no eficaz de los sacramentos.
La Iglesia debe descubrir esa pertenencia, y en ese sentido proscribe, ata al pecador, el
pecador es excluido del más íntimo círculo de vida de la Iglesia, de su misterio central,
la Eucaristía; es cierto que el desatar está condicionado por la penitencia del pecador,
pero es cierto también, que el atar se entronca con el desatar, así lo entendió siempre
la Iglesia y es, por lo mismo, que la Iglesia reconcilia al pecador con Dios.
Por último, el rito de reconciliación de un solo penitente posee una estructura bien
específica, aunque poco practicada en su integridad:
Acogida: Con la signación y una monición que invita a la confianza en Dios.
Liturgia de la Palabra: Lectura o recitación de memoria de un texto que manifieste
la misericordia de Dios y la llamada del hombre a la conversión (Is 53,4-6; Ez 11,19-
20; Mt 6,14-15; Mc 1,14-15; Lc 15,1-7; Jn 20,19-23; Rm 5,8-9; Ef 5,1-2; Col 1,12-14)
Confesión de los pecados y aceptación de la satisfacción: Recitación de una
fórmula de confesión general (Yo confieso), se ayuda al penitente a hacer una
confesión íntegra, se le da consejos oportunos y se le exhorta a la contrición; luego
se le propone una obra de penitencia.
Oración del penitente y absolución: El penitente expresa su contrición con una
oración prescrita en el ritual o una similar y luego el sacerdote extendiendo las
manos sobre el penitente recita la oración de absolución.
Rito de conclusión: Se despide al penitente con una fórmula de acción de gracias
a Dios por su misericordia.
BIBLIOGRAFIA