Está en la página 1de 5

Sueño con que cojan a todos los toreros

Daniel Samper Ospina

La primera vez que fui a toros tendría 14 años y el primer impacto que recibí no fue ético sino
estético: después de esperar en una butaca diminuta por horas, sonó una fanfarria de cobres
destemplados y salió un señor medio marica que caminaba como si tuviera hemorroides. Iba
vestido con medias rosadas, estaba embutido en una especie de panty forrado al que no le
cabía un adorno más, y lo seguía una estela de personajes similares, pero más grotescos, que
le daban al espectáculo un aire de desfile de orgullo gay.

Me habría parecido un evento divertido de no ser porque a la salida del primer toro vi cómo
toda esa cofradía luminosa de travestidos alegres se convertían en una manga de sádicos
dispuestos a ofrecerme el espectáculo más violento al que hasta entonces había asistido.

Me acuerdo que lo que más me impactó no fue tanto la crueldad de la corrida como su
celebración: la satisfacción que los cinco mil espectadores sentían cada vez que pasaba algo
que para mí era terrible: cada vez que mareaban al toro, cada vez que le clavaban una lanza
desde un caballo, cada vez que le metían una espada por la espalda.

Desde entonces me producen náuseas las corridas, y los argumentos que dan quienes las
defienden: que es que es arte. Que es que es un ritual en el que exorcizamos a la muerte: ¿y
por qué no van y exorcizan a la muerte con sus tías, por ejemplo? ¿Por qué no van y las
zarandean y les clavan cuchillos delante de una gradería que las aturda a gritos?

No entiendo qué tiene de artístico el cadáver destrozado de un toro en la arena ni cuál verdad
se puede encontrar en un adolorido hocico que echa sangre. Y creo como Manuel Vicent que si
la tauromaquia es un arte entonces el canibalismo es gastronomía.

Alguien defendía esta barbarie con un argumento digno de los nazis: que si no fuera por las
corridas, los toros de lidia no existirían como especie. Tan nobles, pues. Tan humanos. Todos
los toros deberían agradecer ese miserable gesto de infamia que consiste en prolongarles la
descendencia solamente para matarlos con una lentitud dolorosa, como si en ese caso no
fuera más digno haber nacido muerto.

Una vez alguien me dijo que para qué criticaba las corridas si después salía a comer carne. Es
un supuesto extraño que exige que para que uno sienta náuseas ante los actos de tortura debe
ser necesariamente vegetariano. No: no soy vegetariano. Me encanta la carne. Pero no por eso
me parece bien que el ser humano se sienta valiente por hurgarle las vísceras a un toro que
estaba tranquilo en una llanura, y haga de ese episodio de sevicia todo un carnaval comercial.

El toro no embiste lo que brille o lo que se mueva sino su propia locura. Con el lomo hecho
girones por los relámpagos de la espada, apenas despliega en la arena un mugido agónico,
desesperado, enfermo, sin lograr entender la euforia de la sangre: ¿cómo será morir en ese
delirio?; ¿a cuenta de qué está permitida esta masacre?

Estoy seguro de que la tauromaquia sólo sirve para demostrar la bajeza del ser humano. Estoy
seguro de que ninguna vaca gozaría encerrando en un corral a César Rincón para irlo
destripando poco a poco, con el fin de arrancarle una oreja. Siempre he ido por los toros.
Sueño con que cojan a todos los toreros. Y también sueño con que prohíban las corridas para
no tener que confrontarnos con el horror de lo que somos: una serie de gente que aplaude
cuando hay sangre; que nunca ha respetado la vida en otros huesos; que sirve sobre todo para
clavar puñales por la espalda.

LOS ANTITAURINOS NO ENTIENDEN


Por: Antonio Caballero

Como los colombianos somos incapaces de resolver los problemas reales que tenemos,
solemos inventar problemas artificiales para darnos el gusto de aparentar que los resolvemos:
como el borracho del cuento que había perdido la llave en la calle oscura, pero la buscaba en
la esquina iluminada por un farol porque ahí sí había luz para encontrarla. Así nos inventamos
el problema del viaje al exterior de la lora Paquita, y el de la repatriación al Ecuador de un oso
de circo. Ahora media Colombia está enardecida con las corridas de toros, espectáculo
bárbaro y cruel para nuestra refinada sensibilidad. ¿La solución? Prohibirlas.

Muchos de los partidarios de la prohibición la piden por el mero placer de prohibir los
placeres ajenos, como los curas prohíben el sexo. (Un obispo mexicano llegó a prohibir el
chocolate.) Otros alegan razones en apariencia sensatas, que se pueden resumir en dos. La
primera es que no debemos maltratar a los animales. La segunda, que no debemos exaltar la
violencia en un país destruido por la violencia.

Lo del maltrato es cierto: el toro lo sufre en la plaza. Pero resulta por lo menos hipócrita
escoger al toro de lidia entre los animales que sufren maltrato a manos del hombre cuando
resulta que todos los animales lo sufren, y de todos el que lo sufre menos es precisamente el
toro. Lo sufren los salvajes y los domésticos: desde los canarios cantores enjaulados hasta las
vacas de ordeño estabuladas, desde los mosquitos perseguidos con insecticida hasta los micos
degollados vivos en los laboratorios de vivisección, desde los peces pescados con anzuelo
hasta los ratones cazados con trampa. Y de todos los animales el que recibe mejor trato es el
toro de lidia. Desde que nace hasta que cumple los cuatro años lo crían como a un príncipe,
protegido de todo. Y al cabo de cuatro años lo matan como a un rey en el cadalso: en el curso
de una fiesta, y al cabo de un combate. Y resulta que el toro bravo, como el hombre, es un
animal de combate. Le gusta combatir, ya sea con otros en el campo o con los toreros en la
plaza. Justamente por eso es posible torearlo: porque da la pelea, cuando prácticamente todas
las demás especies animales rehúyen la pelea, tanto el tigre como la serpiente, tanto la rana
como el murciélago. Trate usted de torear a un burro y verá que no se deja. Lo del maltrato a
los animales, pues, refleja una gran hipocresía.

Lo de la exaltación de la violencia en un país violento revela gran miopía. Porque el hombre es


violento por naturaleza. Y es por eso por lo que todas las sociedades humanas, desde los
albores de la historia, han intentado encauzar esa violencia para hacerla menos dañina,
ritualizándola en el sacrificio o en el juego. No es posible suprimirla. Reprimirla es
contraproducente. Es necesario sublimarla, para que no lo destruya todo. Y uno de los modos
más exitosos de sublimación de la violencia, uno que combina el ritual del sacrificio con la
alegría del juego, es la corrida de toros. En ella el público traslada al matador, al oficiante, su
violencia colectiva, que se ejerce sólo contra el toro simbólico y totémico. Sólo queda el
rezago, prácticamente inofensivo, de desfogarse arrojando almohadillas al ruedo o chiflando al
presidente de la plaza.

Y por añadidura, claro, está el arte del toreo. Entiendo que no es fácil que puedan acceder a su
comprensión gentes que, como los antitaurinos, consideran que la represión es la mejor
manera de tratar las pasiones humanas, o tal vez la única. Pero que entiendan, por lo menos,
que nadie los obliga a ellos a ir a toros.
Corridas de toros: ¿tradición o maltrato?

Helena de la Casa Huertas Hernández

11/06/2016 05:00 Actualizado a 13/06/2016 07:49

Las corridas de toros son consideradas por parte de la sociedad como una tradición, ya que
lleva en nuestro país desde el siglo XII; aunque existieron reyes como Carlos III que durante su
mandato quisieron abolirla pero sin éxito. Ahora, tras la prohibición del Toro de la Vega, “icono
de los festejos taurinos” se ha dado “un paso muy importante aunque de un largo camino”
para acabar con este espectáculo, según Silvia Barquero, Presidenta de PACMA.

Asociaciones animalistas y algunos partidos políticos denuncian el trato que se les da a estos
animales y apuestan por crear una reserva natural en las dehesas; sin embargo es una opción
poco aceptada por las ganaderías. A continuación, exponemos algunos argumentos en defensa
y en contra de la tauromaquia.

Tendencia a la baja

En el último informe del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, los festejos taurinos, en
los que se incluye la lidia, han descendido un 7,1% respecto a 2014 y la edad media de los
aficionados que acudieron a las corridas ronda entre 55 y 74 años.

Estos datos pueden hacer sopesar que cada vez existe menos afición por parte de los jóvenes y
que puede conllevar en un futuro próximo a su desaparición. “Los niños ya no quieren ser
toreros” declara de forma rotunda, Barquero, quien asegura que gracias al gran volumen de
información que existe actualmente, los niños saben de la “atrocidad” de este espectáculo.

Sin embargo, la Comunidad Autónoma que más espectadores recibe cada año en sus plazas es
Andalucía y allí, la entrada a las corridas de toros está permitida para todas las edades. Esta
medida es aplaudida por J. Antonio Campuzano, ex torero, quien opina que “el futuro de la
tauromaquia está en los niños y que deben ser ellos los que vean el espectáculo para decidir si
les gusta o no”; y continúa: “esta tradición la llevamos todos los españoles en las venas” por lo
que ve imposible su abolición.

Pérdida de dinero o generación de trabajo

El toreo mueve cada año muchos miles de euros, genera numerosos puestos de trabajo y es
una de los principales atractivos para el turismo español. “Los toros siempre han tenido el
mayor IVA posible de cada legislatura, por esta razón es la actividad pública que más aporta
proporcionalmente a las arcas del Estado” según informa la Ganadería Miura.

Ejemplo del costo de una corrida de toros: según la Asociación de Liberación Animal, en la feria
de 2014 de Santa Ana, en Roquetas del Mar, la corrida supuso un gasto de 444.675 euros.
Cada lidia requiere de ambulancias, bueyes, caballos, transporte de novillos, etc. En este precio
se incluye el caché de los matadores, que en algunos casos puede superar los 50.000 euros.

Menos corridas

Los festejos taurinos en los que se incluye la lidia han descendido un 7,1% en dos años y la
edad media de los aficionados que acudieron a las corridas ronda entre 55 y 74 años
Política y sociedad, contra el maltrato animal

Otros de los motivos por los que algunos esperan o temen la desaparición de la lidia en las
plazas españolas es el surgimiento de nuevos partidos políticos. Desde los nuevos gobiernos de
ayuntamientos y comunidades autónomas se han prohibido las corridas de toros o eliminado
las subvenciones.

Además, esta nueva tendencia se ve apoyada por la lucha de numerosas asociaciones que
califican este espectáculo como maltrato animal. Desde la Asociación Liberación Animal
denuncian el trato que se les da a los animales que participan en la corrida, tanto a los toros
como a los caballos.

Los portavoces de este colectivo, María Álvarez y David Alonso manifiestan que “el toro y el
torero nunca han luchado en igualdad de condiciones”. De hecho, acusan que en ocasiones
puntuales se les priva de agua y comida, se les afeita los cuernos y se les suministra laxantes
entre otras actividades para que el matador tenga más posibilidades en su favor durante la
lidia. Y que aunque son prácticas prohibidas por los taurinos, aseguran que aún se siguen
ejerciendo según han destapado algunos veterinarios y trabajadores taurinos.

En cuanto al caballo, proclaman que “les cortan las cuerdas vocales para que no griten durante
el espectáculo y que cuando son heridos se les tapan las hemorragias con esparto”.

Los protaurinos se defienden: los animales “no sufren vejaciones”

En oposición a esta postura, Antonio Rodríguez y Fernando Muñoz, veterinarios de la Plaza de


Toros de Granada, garantizan que los animales no sufren estas vejaciones y que cada toro,
obligatoriamente, tiene que poseer una certificación de su ganadería en la que se especifica los
cuidados, la alimentación y vacunación que han tenido durante sus años de vida y el estado de
salud antes de llegar a la plaza. Asimismo, explican que la carne del toro pasa directamente a
los consumidores por lo que es imposible que el toro haya ingerido algún tipo de sustancia o
medicación.

La tauromaquia está abocada a desaparecer porque forma parte del pasado pero no del
futuro”

Por otra parte, desde la Asociación Liberación Animal afirman que el “toro es el único animal
que legalmente se puede maltratar y por eso todos los festejos son con estos animales” y que
“en el momento que no haya subvenciones desaparecerá por su propio peso y no por las
normativas” que según aclaran lo único que hacen “es proteger esta tradición”.

Opinión que concuerda con la de Barquero, “el toro no quiere luchar, de hecho cuando entra a
la plaza de toros empieza a dar vueltas para buscar la salida” porque es un animal herbívoro.
Además, declara que los toros de lidia no son una especie sino una “raza creada artificialmente
por el hombre con el objetivo de darle una muerte atroz” y cuyo “destino siempre es la
muerte”.
PREGUNTAS PARA CADA TEXTO.

1. ¿Qué es lo referido en el texto?

2. ¿Cuál es la situación de enunciación?

3. ¿Está de acuerdo el autor con las corridas de toros? Sustente su respuesta a partir de un
fragmento preciso del texto.

4. ¿Convoca el autor del texto puntos de vista contrarios a la posición del autor mismo?
Sustente su respuesta a partir de un fragmento preciso del texto.

5. En las dos primeras lecturas, identifique qué tipo de relaciones se están estableciendo entre
los términos señalados con rojo: sinonimia, repetición, superordenación, coocurrencia,
generalización.

6. Analice y explique las tonalidades del texto: predictiva, apreciativa e intensional. Use
ejemplos para argumentar su respuesta.

7. Identifique los tipos de progresión temática.

También podría gustarte