LA TAUROMAQUIA Posted on enero 20, 2015 by El Radical Libre
Hay algo fantástico en las plazas de toros: son un
an teatro romano. Conservan intacto su diseño, su estructura con su graderío y sus vomitorios, su techo diáfano: Todo. Entrar ahí es dar un salto de dos mil años en el tiempo.
No sé cuántos diseños arquitectónicos han
permanecido inmutables tantos siglos, aunque lo más fascinante es que apenas haya evolucionado lo que ocurre sobre el albero: En esencia sangre, violencia, animales furiosos y asustados, seres humanos expuestos a la muerte, trompetas, bullicio… Y hasta tenemos un gladiador, que es José Tomás. Pero como han pasado dos milenios hay ciertas cosas que cada día rechinan más. fi No voy a entrar en extensas argumentaciones, porque ya se ha dicho de todo, pero es evidente que en las corridas de toros hay violencia, dolor y mucho morbo. A más bragueta y exposición del matador, más exaltación y más adrenalina en el público. Es verdad que el toreo es arte vivo, pero no es menos cierto que los toreros hacen su espectáculo jugándose el pellejo y que el toro está aterrado y sufre. Y ahí está el quid del asunto. El debate entre taurinos y antitaurinos pretende ser excluyente desde el punto de vista argumental, y en el fondo no se puede negar que el toreo es arte y tampoco que es un espectáculo sangriento, morboso y violento.
Pero ahora llega lo mejor: el problema ético. Es
por completo indefendible lo que se le hace a un toro en las plazas, pero el problema que tenemos con la ética es que plantea modelos universales. Un sistema ético para hombres y no para mujeres, para blancos y no para negros es una aberración en sí mismo, un imposible, y en ese punto aplicar un sistema ético sólo para toros de lidia y no para vacas frisonas, o patos, o conejos, es insostenible. Provocamos una gastritis subclínica en las vacas para que den más leche, la in amación del hígado en las ocas para conseguir más cantidad de paté, transportamos y criamos a los animales hacinados y les hinchamos a antibióticos y hormonas. El dolor hepático de esas ocas que viven en un cajón con un agujero para sacar la cabeza y ser cebadas es tan profundo, y molesto para los cuidadores, que han cruzado especies hasta conseguir una variedad muda. Resulta estremecedor ver y no oír esos quejidos silenciosos tras el empacho. Las vísceras y las plumas de los pollos que se matan para nuestro consumo son transformadas en pienso con el que alimentar a los siguientes de la cadena de producción. Como son aves que seleccionan lo que comen, se les corta el pico, para que vaya todo para adentro. En ocasiones también se les corta la cresta porque almacena recursos consumiendo gran cantidad de calorías que retrasan su vertiginoso desarrollo. Muchos pollos salen al mercado con 40 días de vida, si llegaran a 60 morirían, y esa bomba de hormonas nos la comemos nosotros bajo el aspecto de una pechuga rebozada. fl Es terrible lo que ocurre en la arena de una plaza de toros, pero los métodos de las industrias cárnicas son tan abominables que no se puede plantear un dilema ético en torno a los toros. Si hablamos de Ética, ha de plantearse un modelo universal sobre el maltrato animal y no hacer movilizaciones anecdóticas contra el lanceo del Toro de la Vega, aunque sea una salvajada, para darnos un bálsamo en la conciencia.
¿Y el número? ¿Cuántos miles de toros mueren en
la plaza al año? ¿Cuántos cientos de miles de billones de pollos, terneros, cerdos, conejos, etc.? ¿Quién vive más?¿Quién vive mejor? ¿Quién muere mejor?