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Introducción
El uso de mediadores terapéuticos en los grupos se muestra, cada vez más, como un recurso
de trabajo necesario, cuando las condiciones que viven los sujetos en un grupo dificultan el
acceso a la palabra o a lo simbólico, debido, fundamentalmente, a situaciones traumáticas.
Éstas se definen como rupturas repentinas que producen cambios en el transcurso de la
vida, y que son provocadas por acontecimientos internos o externos sentidos como un
derrumbe o una catástrofe. Estos acontecimientos violentos tienen su origen en las
condiciones singulares (sociales, políticas, económicas) desestabilizadoras, y en desastres
de la naturaleza. Violencia que generalmente precisa ser silenciada, apagada para no dejar
marcas o simular, aparentar que aún se es hombre, o se tiene fuerza, se es potente, se tiene
valor. Cuando Primo Levi (1947) se pregunta ¿Si esto es un hombre? Prenuncia que el
siglo XX no destrono dinastías o dictadores, sino que destronó al hombre de su condición
de humanidad. En este contexto, el término “humanidad” significa poder mirar y escuchar
al otro en su singularidad, poder mirar y escuchar al otro, y sentir junto con él aquello que
lo aflige. Significa también poder mirar y escuchar al otro sin ser indiferente a su dolor, a
su alegría, a su temor, a su afecto. Significa poder decir, poder transmitir, poder repetir para
los hijos lo vivido, para evitar el derrumbe1. Este “poder decir” se produce cuando la
condición de amor lo permite, cuando, al mirar al otro, me veo en su rostro y cuando este
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Primo Levi, se refiere repetir a los hijos o que la casa se derrumbe. En este caso, el repetir es una forma
de elaborar el trauma de manera semejante a lo propuesto por Freud (1920). Por otro lado, desde Winnicott
el derrumbe – fractura y caída – se refiere a una experiencia ya vivida cuando aún se es incapaz de elaborar
el trauma. Esta sensación es semejante al miedo a la locura, a la muerte, al aniquilamiento. Esta experiencia
no es accesible a la palabra o al recuerdo, sólo es posible ser trabajada a partir de la experiencia analítica.
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otro, al sostener mi mirada, puede captar, embalar mi dolor y decir estoy aquí contigo. El
grupo permite y facilita que la experiencia pueda ser compartida, acogida y sostenida. Y,
cuando la palabra está silenciada, los objetos mediadores que presentamos en este trabajo
propician que esta palabra callada encuentre maneras de ser dicha, y evitar así el derrumbe.
La contemporaneidad, caracterizada por la irrupción de situaciones
desestabilizadoras, fragiliza y fragmenta al individuo. El sentimiento de no adecuación, la
sensación de falta de espacios de pertenencia, de contención, la imposibilidad de expresar
los sentimientos, la inestabilidad de los lazos, la ausencia de solidaridad entre los
individuos evidencian, en algunos casos, una dificultad y, en otros, una imposibilidad de
poder representar y simbolizar las vivencias provocadas por los cambios imprevistos. En
circunstancias de impacto, de súbitas transformaciones, con frecuencia, se observa que los
sujetos se sienten impendidos de nombrar lo vivido, y el dolor puede descompensar o surgir
como síntoma en el cuerpo. La palabra, así silenciada es víctima del terror. En estos casos,
brindar una experiencia grupal, un espacio de acogida 2 con el uso del pictograma grupal,
aquí propuesto permitiría que los sujetos puedan reconocer puntos de fractura, elaborar la
situación traumática vivida, encontrar salidas posibles, y transformar el dolor en un
momento productivo y creativo.
Otro aspecto observado es la rapidez de los cambios, el énfasis en el suceso, en la
adquisición de metas que produce y valoriza a aquel que se ajusta con el perfil de
“excelencia” y descarta quien no se adecua a este padrón. La maquinaria de la
productividad y la eficiencia propia del taylorismo está bastante arraigada y es cada vez
más sofisticada. Evidentemente, esta condición produce una gran dificultad para que un
sujeto pueda formar parte de un colectivo, participar y transformar su entorno. Desde el
ámbito laboral, se observa que si trabajar es fuente de placer y también de sufrimiento, hoy
parece prevalecer el sufrimiento del sujeto en el trabajo. Dejours (2009) apunta la alarmante
cifra de suicidios en el local de trabajo, en las últimas dos décadas 3. Observa que a partir de
2007, se inicio una campaña de divulgación de suicidios en algunas industrias importantes
como la Renault, Peugeot, la Télécon, entre otras. Una lectura posible es el incremento de
las presiones corporativas, organizacionales, así como la irremediable descompensación de
un sujeto, que se siente sin salidas posibles y que, al suicidarse, deja impregnado el espacio
del trabajo, con la marca de que la organización es fuente de displacer y destrucción. Para
el autor, todo acto humano tiene una dirección, y entiende que, el suicidio sobreviene como
respuesta al sentimiento de descalificación y de no reconocimiento. El reconocimiento
permitiría transformar el sufrimiento en placer en el trabajo (Dejours, C., 2010, pág. 41).
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Usamos la palabra acogida, acogimiento, para referir a la función de holding del terapeuta, del grupo, de la
institución. Con el término holding, Winnicott se refiere a la madre que puede identificarse con su bebé y ser
capaz de proveer un ambiente físico que dé soporte. Es una situación análoga a cuando el terapeuta es
capaz de identificarse con su paciente y proveer un ambiente de amparo, una función contenedora.
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En nota, un suicida de la France Télécon escribe: “Me suicido a causa de France Téléc om. Es la única causa
de mi muerte voluntaria. No puedo más con las urgencias permanentes, el trabajo excesivo, la ausencia de
formación, la desorganización total de la empresa. Los directivos practican el “management” del terror. Esa
manera de trabajo ha desorganizado mi vida, me ha perturbado. Me he convertido en una ruina, un desecho
humano. Prefiero acabar. Poner fin a mi vida”. En total, más 25 funcionarios de la misma empresa optaron
por dar fin a su vida.
2
Otro aspecto, que cabe denotar es que en las organizaciones, cada vez más, se encuentran
sujetos que, sin llegar al suicidio, son víctimas de sufrimientos psíquicos, afectados por
accidentes inexplicables, síntomas psicosomáticos, depresiones que les impiden producir y
enmarcarse en el padrón de excelencia exigido (productividad, liderazgo, eficiencia,
puntualidad, competitividad, prontitud, creatividad, entre otros). En este sentido, el mundo
del trabajo, tal vez, sea uno de los espacios mas afectados por la contemporaneidad. La
identidad afincada en el pasado en una función profesional, hoy exige sujetos maleables,
funcionales, dispuestos a construir y re-construir continuamente su identidad profesional.
En este trabajo, nos interesa destacar en particular al trabajador de la salud mental,
que no es apenas afectado por la organización, las condiciones laborales, las exigencias de
productividad y, si fundamentalmente por cuidar de quien sufre psíquicamente. Estos
trabajadores se enfrentan a pacientes y familiares que frecuentan los servicios públicos con
exigencias y demandas no siempre posibles de ser resueltas, con dificultades para aceptar
los limites propios de un encuadre de trabajo, con actitudes que revelan usos perversos del
servicio y que, frente a la impotencia vivida, colocan al trabajador y al servicio como
responsables de resolver la vida del paciente. Es muy fácil que la impotencia se revele a
través de actuaciones desprovistas de elaboración o comprensión, con descompensaciones y
manifestaciones de hostilidad. El trabajador también es presionado por instancias jurídicas,
escuelas, albergues de niños que, en lugar de actuar como redes de apoyo, muchas veces,
funcionan para culpar al servicio de salud mental y tildarlo de ineficiente o incompetente.
Deslindar aspectos de manejo clínico e institucional en estas circunstancias es, obviamente,
necesario, pero es preocupante constatar que parecen perfilarse sujetos cada vez con menos
condiciones de elaboración psíquica. Una experiencia reciente narrada por profesionales de
un ambulatorio de salud mental, para quienes estaba aún muy cercano el impacto del
asesinato en serie, de alumnos en una escuela en Río de Janeiro, relatan los momentos de
terror que vivieron cuando, un paciente, que acababa de salir de una internación en un
pronto socorro fue derivado al ambulatorio, y al llegar entro a la sala del médico psiquiatra
que lo atendía, le dio un golpe, que lo dejo desmayado, y a seguir salió a la calle y rompió
el espejo del carro de uno de los profesionales. Después de esta secuencia de actuaciones en
el espacio institucional, cuando llega la policía se calma y dice así mismo, repitiendo: “no
quiero que me internen” “no paso nada”.
Kaës (2007, 2008) destaca la manera como las nuevas patologías están marcadas
por un precario trabajo del preconsciente y de las funciones intermediarias. Esta
constatación lleva a pensar que se requiere introducir recursos o instrumentos que permitan
abordar al sujeto y al grupo a través de otros medios, que faciliten restaurar las funciones
intermediarias a través de recursos lúdicos, mediadores entre lo interno y lo externo, entre
lo individual y lo social, entre lo singular y lo plural. Todos estos recursos median el acceso
a una palabra que sea “bien dicha” 4, significada y, por la vía de la asociación, re-
significada. Una palabra que puede contornear el impacto del susto, del sufrimiento, del
dolor, lo innombrable, aquello vivido con horror. A pesar de que es innegable el valor de la
palabra descubierta por el psicoanálisis, la experiencia con personas víctimas de situaciones
traumáticas muestra que la palabras es callada, silenciada. Freud introduce la cura a través
de la palabra y es a través de la asociación libre, por la vía de la palabra, que se manifiesta
el inconsciente. Crea el método psicoanalítico, descubre los procesos primarios y los
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“Bien-dicha” para traducir el sentido de “bendita” o bendecida. Palabra que trae a la luz de la oscuridad lo
suprimido, reprimido, forcluído.
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procesos secundarios. Otras observaciones, como los actos fallidos, muestran la atención
que Freud da al acto como manifestación de contenidos inconscientes. Será por esta vía que
también reconoce las marcas del inconsciente en los actos humanos.
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Cabe resaltar, que a pesar de que el psicoanálisis inicialmente fue un recurso para
“tratar” al enfermo de los “nervios”, el mayor legado que Freud deja es el método
psicoanalítico, que tiene como principio la libre asociación, la escucha en atención
libremente flotante en una relación de transferencia y contratransferencia. Será el
psicoanálisis con niños y con sicóticos el que permitirá reconocer otras formas de
representación que no utilizan exclusivamente el decir, entre-decir, inter-decir, propios de
la palabra dicha para un otro u otros. De esta manera, puede afirmarse que la práctica
psicoanalítica con niños, sicóticos y grupos se enriquece, ya que indaga y profundiza
conceptos teóricos y clínicos esbozados en Freud. Estas transformaciones en la técnica
ocurren en dos sentidos: 1) la prioridad de la palabra dicha al valor de otras maneras de
simbolizar, representar con el uso del jugar, modelar, pintar, dibujar; y 2) la relevancia de la
relación intersubjetiva para el trabajo analítico, en especial en los encuadres vinculares.
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La hipótesis que se presenta en este trabajo es que el pictograma grupal facilitaría la
comunicación entre los miembros de un grupo; promovería asociaciones libres verbales y
gráficas; presentaría fantasmas, deseos, miedos comunes y compartidos; relataría aspectos
individuales, singulares y aspectos grupales, institucionales. El pictograma grupal, como
mediador terapéutico, permitiría acceder a contenidos reprimidos, construir sentidos y
elaborar situaciones de crisis vividas por la configuración vincular (familia, grupo,
institución). Este recurso parece mostrarse útil principalmente cuando el “decir” resulta
amenazador. Al mismo tiempo, puede ser muy útil para trabajar en contextos
institucionales, en especial dispositivos de salud mental, en intervenciones con sujetos que
viven una situación traumática, en grupos de acogimiento, en procesos psicoterapéuticos
con pacientes que precisan de recursos mediadores para facilitar acceder a representaciones
de palabra, entre otros.
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al conocimiento del inconsciente y de sus efectos de subjetividad”. En estas condiciones
parece difícil continuar sustentando una concepción endógena de la psiquis.
La patología a la cual nos referimos concierne cada vez más frecuentemente a una
falla (défault) en los procesos de apoyo, las perturbaciones de la continuidad y de
las fronteras del sí mismo, las carencias de funciones intermediarias y sobre todo de
las funciones mediadoras del preconsciente. En la medida que las formaciones
intermediarias no realizan más su papel, estas perturbaciones y estas carencias
agravan una serie de situaciones. Nos referimos a las dificultades de integración de
las pulsiones en el espacio psíquico y en el espacio social; el exceso de
estimulaciones que colocan en jaque la formación de la represión; la violencia
descontrolada; las perturbaciones del pensamiento y la sumisión abrumadora de los
ideales arcaicos. (Kaës, R., 2003, pág. 16).
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grupos secundarios, como una red de apoyo. Para el autor, las patologías están vinculadas a
fallas del preconsciente en sus funciones de intermediar. Estas fallas se expresan en
dificultades y confusiones entre el decir y el actuar; prevalece el acto violento, el no pensar,
reaccionar con rabia, gritar, insultar como modalidades que cumplen con la exigencia de no
pensar.
En la conferencia “El grupo y el trabajo del preconsciente en un mundo en crisis”
(1995), Kaës presenta el valor del preconsciente para trabajar y pensar los procesos
grupales. El preconsciente es la instancia que permite la elaboración, transformación,
regulación de los contenidos inconscientes y permite, gracias a los procesos asociativos,
que aquello que es ininteligible sea transformado en un contenido legible. Lo intermediario,
lo grupal y el sufrimiento estarían intrínsecamente interligados de esta manera:
Kaës (1979) afirma que la vida del hombre transcurre entre crisis, rupturas y
suturas: “[…] en este espacio del “entre”, de vivas, rupturas y mortales suturas, de
fracturas mortificantes, de uniones creativas, en este espacio de lo transicional […] se
juegan todos los avatares de lo social, lo mental y lo psíquico” (Kaës, 1979, pág. 11). En la
situación de crisis se observa que lo articulado y lo vinculado se rompen; la continuidad se
torna discontinua; frente a las formaciones paradojales y de compromiso, surge el
incremento de los antagonismos, desórdenes y conflictos catastróficos; frente a la
ambivalencia, la escisión; en lugar de la organización, la desorganización; en lugar de la
creación, la dispersión; en lugar del unir, juntar, agrupar la individuación. El trabajo de los
sujetos en grupo cuando vivencian una situación de crisis permite el restablecimiento de las
fracturas provocadas por la irrupción repentina provocada por la ruptura. J. Puget (1991)
destaca al grupo como el espacio de la intersubjetividad, lugar privilegiado de producción
de articulaciones de lo discontinuo y de la diferencia. (Puget, J., 1991, pág. 15 - 16). Por su
parte, Kaës (1979), en la Introducción al Análisis Transicional, enfatiza la desaparición de
las garantías del orden, de lo humano, y alude a una crisis multidimensional a la que
debiéramos sobrevivir. Resume que, en el sentido religioso, el hombre actual vive, tal vez,
en constante “desesperanza”. Es la falta de deseo, la imposibilidad de pensar, de esperar
que otro pueda dar soporte, sustento al sufrimiento.
Podría afirmarse que es “sin esperanza” que llegan los pacientes para ser atendidos a
los establecimientos del servicio público (ambulatorios de salud mental, hospitales de día,
centros de salud, clínicas escuela, entre otros). Probablemente, estos pacientes deban
preguntarse si será posible “que alguien pueda escuchar mi sufrimiento”, “que encuentre
algún sentido” o “que vale la pena pensar y encontrar algún sentido”, “que alguien podrá
cuidar mis heridas”. En los servicios de salud, pueden encontrarse muchos pacientes que
esperan ser atendidos en consultas médico-psiquiátricas que tienen como duración máxima
diez minutos. Pacientes que llenan las salas de espera y las listas por algunos minutos para
ser atendidos, paradójicamente, con la esperanza de ser cuidados y de que su dolor sea
aplacado con algún milagro prometido por los avances farmacológicos que ofrecen
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felicidad, vida sexual satisfactoria y potencia. De un lado, está la falta de esperanza; de
otro, la imposibilidad de pensar, ya que una vez rotulados (síndrome de pánico, depresión,
TOC) y medicados, los problemas parece ser vividos como resueltos, como si junto con el
remedio se negase la existencia de una vida psíquica, un mundo interno. Los pacientes se
conforman con aplacar el sufrimiento con cualquier “pastilla” que les dé la sensación de no
estar vacíos y que les permita tener la ilusión de que alguien los cuida. De otro lado,
encontramos al profesional que atiende, generalmente, sobrecargado de demandas, con una
exigencia de productividad, con una necesidad de cumplir metas numéricas, a quien
también le resulta más fácil “medicar” en lugar de escuchar. Es desalentador, pero verídico,
que un médico-psiquiatra sea capaz de preguntar a una paciente “¿quiere hablar o quiere
una receta?”. No es fácil reconocer que, al parecer, no es sólo el paciente quien no desea
pensar y mirar para su mundo interno, sino que también el profesional, saturado de
demandas, elige medicar, ocultar el problema y no mirar “la herida”.
Trabajar las situaciones de crisis en grupo es fundamental, debido a que la presencia del
otro facilita reconstituir las fallas causadas por el rompimiento del “entre” propio de la
ruptura provocada por la situación de crisis. Kaës (2010), entrevistado por Jaroslavsky,
destaca que:
En el plano terapéutico, podemos comprender que los dispositivos de grupo ofrecen grandes
posibilidades de neo-apuntalamiento y en particular para los sujetos que sufren de patologías
límites en los cuales los déficit de la estructura narcisista reenvían a las fallas en el contrato
narcisista de base. Esta propiedad del grupo de promover procesos de apuntalamiento
psíquico elementales, a veces con el riesgo de alienación y de falso self (hacer cuerpo y
participar en un esprit de corps, acordar mutuamente un lugar, autogenerarse, vivir la ilusión
grupal) ha sido largamente utilizados por las terapias grupales llamadas “corporales”, o por
los objetivos re-adaptativos o correctivos. El trabajo psicoanalítico en situación de grupo
tiene otro objetivo: devolver al sujeto presente la historia dolorosa de sus apuntalamientos y
disponible para sus propios procesos de auto-apuntalamiento, sin alienarse en el grupo. Las
técnicas de mediación son a menudo un buen medio de proveer un apoyo sensorial a
este proceso. Pero siempre es necesario tener presente “in mente” que el apuntalamiento es
mudo, o fuera de la palabra, y es este déficit de la palabra verdadera que ha acompañado la
carencia fundamental de estos sujetos. (negrito nuestro) ( Recuperado en: Psicoanálisis
intersubjetividad, Numero 5, 2010)
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representaciones figuradas y sensoriales que favorece procesos de elaboración de lo
silenciado por el dolor.
Como situación límite del silencio, del impedimento de hablar, gustaría de relatar
una intervención de cuidado y preparación con un grupo de jóvenes y adultos que
realizarían un viaje comunitario denominado Marcha de la Vida5 Se propuso que el grupo,
dividido en pequeños grupos, pudiera pensar y dramatizar una situación que representase
alguna escena que ellos imaginaban que podrían vivir. Los participantes de los pequeños
grupos representaron escenas semejantes, y sin ellos haberse puesto de acuerdo: el grupo
solo se comunicó a través de gestos de horror y espanto, y los integrantes se miraban
buscando en el otro una mirada que los sostuviera. Esta dramática representación evocó en
ellos la ausencia de palabra, el silencio de los abuelos, la pregunta no respondida, el
aturdimiento de los padres que nada comprendían ni preguntaban, debido a que, desde
niños, había una prohibición implícita tocar determinados asuntos, como salieron, cuando y
como vinieron esos padres. Ellos pudieron expresar también el deseo de poder rescatar un
pedazo de la historia perdida, recortada y apagada, una historia que, evidentemente, era
parte fundamental de su vida y que no podía ser dicha.
En el célebre “juego del carretel” presentado en el “Más Allá del Principio del
Placer” (Freud, 1920), como sugiere Kaës, el juego representa la ausencia y la presencia
materna. El carretel es usado como un objeto intermediario o un objeto mediador que
permite aliviar la angustia frente a la ausencia, establecer un pasaje entre el padre y la
madre, figurar la conjunción y la disyunción, convocar la presencia del ausente (padre y
madre). Conceptualmente, los procesos o funciones intermediarias, así como la mediación,
asumen funciones de: restablecer un puente entre dos espacios quebrados, renovar,
transformar y permitir la simbolización.
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La Marcha de la Vida es un proyecto de la comunidad judía, que se propone rescatar la memoria colectiva
y colocar en práctica la idea de recordar para no repetir. Hacen 20 años un sobreviviente del Holocausto
creo la Marcha de la Vida para contar a los más jóvenes la historia de la Shoá y re-hacer el camino entre
Auschwitz y Birkenau, realizado a pie por los prisioneros, un camino sin vuelta.
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Los objetos mediadores utilizados en procesos terapéuticos, como jugar, modelar, la
música, el collage, los cuentos, la foto-lenguaje, son herederos del sueño; ellos permiten
restablecer la capacidad de soñar. Utilizar objetos mediadores en un grupo que pasa por una
situación de crisis tendría el sentido de poder reconstituir y transformar el dolor y el
sufrimiento en un soñar, construir y crear. De esta manera, los objetos mediadores son
recursos de trabajo grupal, que, de manera semejante al objeto transicional de Winnicott,
permiten que los miembros de un grupo puedan usarlo, compartir juntos una experiencia
lúdica y metaforizar el dolor. Algunos objetos mediadores, como el psicodrama, son
bastante conocidos y trabajados desde el psicoanálisis con grupos (D. Anzieu, D.
Widlöcher, A. Missenard, B. Duez en Francia; C. Martínez Bouquet, E. Pavlovsky en
Argentina). Por su parte, psicoanalistas franceses como Claudine Vacheret e Pierre
Benghozi teorizan el objeto mediador a partir del concepto de objeto transicional de
Winnicott. Los objetos mediadores comparten con los objetos transicionales la idea de estar
ahí como objeto para ser hallado o encontrado, para hacer surgir lo creado. El objeto
transicional no es interno ni externo, aunque se sitúe externamente, es una primera posición
no-yo. Surge como creado-encontrado. Permite el surgimiento de lo simbólico.
Vacheret (1999-2013) trabaja con las fotografías como un objeto mediador, técnica
conocida como foto-lenguaje y creada en Lyon en 1965, por Clara Belisle y Alain Baptiste
con el objetivo de facilitar la expresión de vivencias personales con jóvenes adolescentes de
medios poco favorecidos y que presentaban dificultades para expresar sus experiencias. El
método consiste en elegir con la mirada una foto del conjunto propuesto por el coordinador;
luego se deja la foto para que los miembros restantes puedan elegirlas. En un segundo
momento, los participantes reunidos toman la foto elegida y son invitados por el
coordinador para que digan lo que deseen sobre la foto e intervengan, si así lo desean. Se
enfatiza que la foto es un mediador, que ocupa un lugar de tercero entre el sujeto y el grupo.
Es claramente expuesto que se puede hablar sobre las fotos, sobre lo que ellas evocan, pero
no sobre sí mismos, o como sujetos implicados con las fotos. La autora propone que las
fotos funcionan como objetos transicionales, que forman parte del medio, de la herencia
social y cultural, y es en ellas que los sujetos pueden depositar sus propios aspectos internos
y atribuirles sentidos. Parafraseando a Winnicott, “en una búsqueda del objeto encontrado-
creado”, las fotos funcionarían como un ir y volver, estar dentro y fuera, y facilitarían la
emergencia de representaciones en el campo de la conciencia. En ese sentido, el grupo
funcionaría como un portador y un contenedor, ya que las representaciones que cada sujeto
tiene de sí se apuntalarían en las representaciones grupales. Este recurso sirve para trabajar
con grupos amplios, en situaciones de crisis sociales y en la clínica con adolescentes,
pacientes psicosomáticos, pacientes difíciles, como, por ejemplo, dependientes químicos.
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es preciso comunicar y vincular los dibujos al decir de los miembros del grupo familiar.
Estos recursos permitirían abrir el camino para la representación y el discurso asociativo:
“las asociaciones respecto de una figura no son individuales, ellas dan lugar a una
movilización del preconsciente como un dibujo o un sueño narrado en una sesión
familiarl” (Benghozi, P., 2010, pág. 185). Por su parte, Cuynet 6 (1998-2002) utiliza el
dibujo del árbol genealógico como una técnica proyectiva, capaz de revelar las
configuraciones y los vínculos inconscientes familiares, de la imagen inconsciente familiar.
La construcción del árbol genealógico permite abordar la familia sobre dos ejes el
diacrónico y el sincrónico (el aquí y el ahora), así como lo vínculos intersubjetivos. El
dibujo es producido conjuntamente por los miembros de la familia, así surge como el auto-
retrato familiar, o como un sueño que representa su identidad, solidaridad, cohesión.
3. El pictograma grupal
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sucederá” (Aulagnier, P., 1975, 1997, pág. 88). El pictograma es aquello que Freud
denomina representaciones pulsionales, y es frente a este tipo de representación que el
afecto surge y la madre, por ejemplo, decodifica y le da un sentido o una palabra al grito o
al movimiento del bebé. Representa el sello inaugural del encuentro del seno y la boca, una
representación de placer que deja sentidos y marcas de proceso psíquico. La autora es
reconocida por haber contribuido con su obra al psicoanálisis vincular, con los conceptos de
contrato narcisista, co-represión y el valor de la madre ser portadora de la palabra del
infans. Los dibujos, los trazos que componen un pictograma grupal son como la escritura de
una frase hecha con palabras, imágenes que recuerdan al sueño con su polifonía de
sentidos. El dibujo presenta figuraciones muy próximas de aquello que Aulagnier describe
como proceso originario, evoca el “de más” del cual es testimonio la creación psicótica.
(Brun, 2007-2009, pág.216-217- itálico nuestro). Autora define este el “de más” como un
impensable, un “antes” que se ha quedado “fuera de campo”, “incognoscible pero no
irrepresentable”, sobre todo, a partir, del discurso psicótico. Por ello, Brun afirma que, la
“actividad de lo originario desempeña un papel fundamental en el seno de las mediaciones
terapéuticas en la psicosis” (Ibídem, pág.216-217- itálico nuestro).
Winnicott introducirá el juego del squiggle game o juego del garabato como una
manera de entrar en contacto con el paciente en un encuentro único, no reproducible, en la
medida en que ambos, paciente y terapeuta, encuentran y descubren juntos contenidos
significativos que solo podrían ser descubiertos gracias al juego de garabatear – dibujar –
garabatear, encontrar sentidos y sueños. Este juego se instala en un área intermediaria
propia del jugar, de la ilusión, del experimentar, del indagar sobre sí mismo y sobre aquello
que en el juego aparece o re-aparece trayendo elementos nuevos, desconocidos y, al mismo
tiempo conocidos. A partir de la no forma del garabato, es generada una forma; se da vida
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y un cuerpo al garabato que se torna una representación generadora de sentido y contenido
a ser trabajada en el encuentro analítico. Esta experiencia fundamental inspira introducir el
dibujar junto con otro, en un encuentro vincular y que, en este trabajo se presenta con el
nombre “pictograma grupal”.
Introducimos en la década de 80, los grupos de diagnóstico con niños y, posteriormente, los
denominamos grupos de acogida, con el objetivo de recibir y acoger niños en grupo,
evaluar el potencial para beneficiarse de una terapia en grupo, y agilizar la entrada para un
tratamiento individual o grupal. De esta manera, evitábamos las listas de espera y
abandonos. Otra ventaja es que, en los primeros encuentros con el grupo de acogida, es
posible escuchar, significar, comprender el sufrimiento y proponer la indicación más
pertinente (terapia individual, grupal, del lenguaje, terapia ocupacional, entre otros). El
dibujo grupal permite reconocer cómo los niños dialogan entre sí y también observar otros
aspectos, como el nivel grafo-perceptivo-motor, la madurez, y los contenidos que
pertenecen a cada niño, su etapa evolutiva y al grupo como un todo.
En estos grupos, la propuesta es recibir a los niños para ser escuchados y reconocer
sus quejas y demandas, sin la consabida espera a la que son sometidos en las instituciones
de salud públicas o en las clínicas escuelas. Los niños, al dibujar juntos, establecen un
diálogo entre ellos y pueden mostrar aquello que los aqueja o incomoda, reconocer en el
dibujo del compañero elementos que les son propios, al contar una narrativa sobre lo
producido o cuando hablan de aquello que los lleva a la consulta. Al dibujar, parecen
exponer más rápidamente los puntos de conflicto, aquello que los aqueja. El profesional
que atiende puede reconocer, con mayor facilidad, las necesidades, las urgencias, saber de
qué manera abordar al niño, si es agrupable o no, si precisa de una atención individual o si
requiere de una derivación específica. El acogimiento de los niños en grupo es una
propuesta, un dispositivo institucional que permite mostrar el valor y la utilidad del grupo
ofrecido por la institución, reconocer las ventajas de este dispositivo y dar una resolución
institucional más rápida a las listas de espera común en los servicios públicos. Este
mediador es una alternativa al proceso de selección y agrupamiento de sujetos atendidos
individualmente en entrevistas preliminares.
El dibujo realizado por los niños en estos primeros encuentros permitió verificar
que, a pesar de que estos establecían límites y delineaban el espacio imaginario o real de su
propio dibujo, dentro de la hoja grande, existían, en los dibujos, elementos que
aparentemente parecían una “copia” del dibujo del compañero, temáticas recurrentes en el
grafismo. Además, se observó que cuando solicitábamos que contasen una historia de los
dibujos realizados, los niños producían en la historia 1) una secuencia relacionada a los
temas abordados por el compañero que lo antecedía; 2) una resolución de algunas
cuestiones dejadas sueltas; y 3) a utilización concreta de elementos gráficos del dibujo del
vecino para iniciar la propia historia. Cuando se les pide para narrar una “historia libre”
sobre el dibujo realizado, ellas muestran cadenas asociativas grupales, sobre la forma de
secuencias verbales y asociaciones pictográficas que surgen con relatos como: “entonces el
sol ya había salido, solo tiene arco iris”, este niño, no sale de dentro de la casa, porque
tiene miedo del perro que está en el jardín de la casa del vecino”. El proceso observado y
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descrito permitió conocer que un grupo se va configurando y que cada individuo va
incluyendo sus propias fantasías, tejiendo junto con el otro algo nuevo e inédito, donde lo
que se construye no es ni de uno ni del otro en un “va” y “viene” constante.
Cuando una institución demanda una intervención, generalmente lo hace cuando vive
una situación de crisis, provocada por circunstancias no siempre explícitas, vividas con
malestar, y que durante el proceso precisan ser descubiertas y verbalizadas. El pictograma
grupal posibilita tornar cristalina la emergencia de contenidos desconocidos y la situación
de conflicto. En los encuentros iniciales, es común que las personas tengan miedo de
hablar, recelos de exponer frente a un colega o a un jefe, las dificultades vividas. Frente a
esto, dibujar parece ser menos comprometedor. El proceso de intervención favorecería
establecer puentes entre la situación actual y la historia del grupo, entre la necesidad de
ayuda y dejar la situación como está, entre el pasado y el futuro, entre el individuo y el
grupo, y entre el grupo y las instancias institucionales. La pictografía grupal parece retratar
lo vivido por cada uno de los miembros, el grupo y la institución. En esta experiencia, es
sorprendente ver surgir a través de dibujos, en pequeños detalles, en frases asociadas de
aparente poco valor, la esencia del sufrimiento institucional o aquello que había suscitado la
demanda de intervención.
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4. El pictograma grupal como propuesta para el trabajo con grupos en servicios de
salud mental
Es en las entidades de servicio público donde la experiencia con grupos nace, con H. Pratt
(1905) en un hospital para tuberculosos, Trigant Burrow (1914), Moreno (1930). En
Latinoamérica, nacerá también en los hospitales, con Pichon Rivière (Experiencia de
Rosario) y Bleger en la década de 50. El trabajo con grupos en instituciones de salud
mental, a pesar de ser parte de propuestas programáticas en las últimas cuatro décadas en el
Brasil, aún parece ser foco de resistencia del lado de los pacientes y de los profesionales, y,
resultado de ello, es que son insuficientemente reconocidas. En servicios de salud mental
algunas situaciones son evidentes: 1) la mayoría de los pacientes que consultan desean ser
tratados en el espacio íntimo y particular de una atención individual, debido a que no
conocen los beneficios de estar en un grupo, por no haberlo experimentado o por
preconcepto; 2) los profesionales no valorizan el trabajo con dispositivos grupales, o no se
sienten aptos para el trabajo con grupos, debido a una insuficiente formación y acaban
atendiendo individualmente; 3) cuando atienden en grupo, generalmente, escuchan y
abordan a cada sujeto de manera individual, sin tomar en cuenta al grupo o contextualizar la
producción asociativa grupal; 4) como referencial teórico, prevalece una manera de
entender la sicopatología como proveniente de una falla en la constitución del mundo
interno, sin considerar la intersubjetividad, al Otro en la constitución del psiquismo y del
sufrimiento.
Los límites para trabajar con grupos, al parecer, provienen de algunos preconceptos
y desconocimiento de la población, y la insuficiente formación profesional ─ psicoanalítica
o no ─ que valoriza una lectura del sufrimiento psíquico sin considerar al otro como
constituyente. En el trabajo con niños y con sicóticos, la familia, muchas veces, es reducida
al lugar de ser quien produce el sufrimiento, debido a que “el padre o la madre fueron
ausentes”, “porque no frustraron”, “porque no colocan límites”, “porque tenía un tío
psicótico”. Dentro de esta lógica, el profesional se coloca en el lugar del saber y es usual la
tendencia a considerar necesario “orientar”, indicar procedimientos o maneras de
“corregir” desvíos. En algunos servicios, se trabaja con grupos, que esencialmente tienen
connotaciones pedagógicas, en talleres de actividad, que utilizan mediadores terapéuticos
coordinados, muchas veces, por psicólogos que, no realizan ningún tipo de intervención
terapéutica. Otro aspecto que cabe destacar es la prioridad del uso de la palabra, en la
selección y agrupamiento de los pacientes para ser atendidos en grupo: se agrupa,
generalmente, a aquellos con mejores recursos, los menos regresivos. Cabe preguntarse por
qué se atiende tan poco en grupo si, desde la década de 80, en el Brasil, las acciones
programáticas rescata y da prioridad al trabajo con grupos. De otro lado, si con pacientes
graves, el hablar esta comprometido, porque no dar un espacio para jugar al “como si”,
utilizar mediadores terapéuticos como el pictograma grupal, la arcilla para permitir la
emergencia de contenidos psíquicos inconscientes. Alternativas posibles para trabajar con
el paciente, sus familias en encuadres vinculares, dentro de las instituciones de salud mental
públicas.
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Un grupo de enfermeros y técnicos de enfermería de un hospital psiquiátrico, que
participaban del reinicio de una supervisión clínico-institucional 8, cuando fueron invitados
a dibujar, produjeron cada uno, un dibujo. Todos ellos remitían a escenas de la naturaleza
(flores, árboles, una casa en medio del campo, como una chacra). Una vez concluido sus
dibujos y solicitados para asociar, ellos pudieron enunciar algunos aspectos que parecía
presentarlos: “esa flor muestra como soy, me gusta la belleza, la calma”; “este lugar me
recuerda mi infancia”; “esta es una rosa, con flor y con espinos, a veces soy una flor y
veces solo soy espinos”; “esta ola gigantesca parece a la que sumergió todo el mundo”;
“esto no es un pasto, esto es un pantano”. A partir de lo producido por el grupo, las
personas pudieron decir cómo ellos sentían que el trabajo con pacientes psiquiátricos, los
desafíos del día a día; los cambios de humor de los pacientes, de los colegas y cómo estos
sentimientos interferían en el trabajo. La manera como surgían situaciones límite e
imprevisibles que parecía que los sumergía en un pantano o en un tsunami.
8
Denominamos supervisión clínico-institucional, a la supervisión que, toma en consideración aspectos de lo
instituido, de lo institucional y que atraviesan el discurso del paciente, del terapeuta.
16
realizar juntos: una casa, con una chimenea de la que sale humo. No dibujan nada animado,
y comentaron que, a pesar de no haber personas, había humo, que significaba que algo se
cocinaba o quemaba, y que, por tanto existían actividades y vida humana. Uno de los
miembros recordó la casa de los tres chanchitos, que era de ladrillos, fuerte para que el
lobo feroz no se la llevara de un soplo. Comentan la necesidad de colocar nombres a lo que
se hace, de delimitar espacios, de poder hablar de lo que hacen juntos, establecer tareas que
son comunes y son específicas. Dibujan un sol y unas gotas de lluvia, y aluden a las
presiones que reciben y al calor que muestra que no siempre las tareas son pesadas, y que,
muchas veces, se sienten a gusto entre ellos. Del dibujo inicial de diversas formas
entrelazadas, esta vez delinearon y construyeron espacios, conversaron sobre aquello que
necesitarían para constituirse en un equipo y no estar cada uno suelto en su propio espacio;
precisaron que sería necesario establecer algunas alianzas y pactos con los diversos colegas,
profesionales de otros sectores que derivaban sus pacientes, y no permanecer aislados
dentro del Hospital.
5. Conclusiones
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relaciones intersubjetivas, el grupo y la institución, gracias a los efectos de la
intersubjetividad e interdiscursividad.
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Resumen
Este trabajo presenta el uso pictograma grupal como un mediador terapéutico que propicia
la comunicación entre los miembros de un grupo, que viven una situación límite, traumática
o de crisis. El acceso al decir, a la palabra es difícil cuando el sujeto es impactado por el
sufrimiento, por lo innombrable. El dibujar junto con otro establece una comunicación de
sentido y favorece el acceso a contenidos inconscientes. Los objetos mediadores parecen
ser recursos de utilidad, como vienen demostrando los aportes de Vacheret, con el foto-
lenguaje; y Benghozin, con el espacio-grama. Teóricamente, se fundamenta en aquello que
Kaës identifica como rasgo de nuestra contemporaneidad: la falla de las funciones del
preconsciente y de los apuntalamientos mutuos (en las patologías límites, en la crisis). Por
ello, los grupos tendrían la ventaja de ser espacios de neo apuntalamientos que se
beneficiarían con “mediaciones terapéuticas” que darían un apoyo sensorial al proceso,
necesario cuando la palabra es silenciada, como se constata en la práctica con sujetos que
viven situaciones límite.
Resumo
Este trabalho apresenta o uso do pictograma grupal como um mediador terapeutico que
propicia a comunicação entre os membros de um grupo, que vivem uma situação limite,
traumática ou de crise. O acesso ao dizer, à palavra é difícil quando o sujeito é impactado
pelo sofrimento, pelo inominável. O desenhar junto com outro estabelece uma comunicação
de sentido e favorece o acesso a conteúdos inconscientes. Os objetos mediadores parecem
ser recursos de utilidade, como vem demonstrando os aportes de C. Vacheret, com a foto
lenguaje; y P. Benghozin, com o espaço-grama. Teoricamente se fundamenta em aquilo que
R. Kaes identifica como marca da nossa contemporaneidade: a falha das funções do
preconsciente e dos apoios mutuos (nas patologías limites, na crise). Por isso, os grupos
teriam a vantagem de serem espaços de neo-escoramentos que se beneficiariam com
“mediadores terapêuticos” que dariam um apoio sensorial ao proceso, necesario quando a
palabra é silenciada, como se constata na prática com sujeitos que vivem situações limite.
Abstract
This work presents the use of pictogram group as a therapeutic mediator, which facilitates
communication among members of a group, living a limit, traumatic or crisis situation. The
access to say a word is difficult when the subject is impacted by suffering, by the
unnamable. Drawing together with another one sets a communication of meaning and
encourages the access to unconscious contents. The mediator objects seem to be resources
utility, as demonstrated by Vacheret contributions, with the photo language; and
Benghozin, with the space gram. Theoretically, based on what R. Kaës identifies as a
feature of our contemporary: the lack of the functions of the preconscious and the mutual
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(in the limit pathologies, in the crisis).Therefore, the groups will have an advantage of
being placed in therapeutic mediations that will give a sensory support to the process,
necessary when the word is silenced, as it was demonstrated in the practice with subjects
living in limited situations
Key words: group pictogram, mediator object, crisis situation, worker of his mental health.
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