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Un paraíso verde se extiende sobre mi horizonte,

Valles, bosques, montañas y, en la cercanía, árboles cuyos detalles y formas puedo


apreciar.
A veces me pregunto por qué un bosque termina tan abruptamente en un punto y no en
otro,
acaso fue Dios el que cortó el crecimiento de aquel bosque?
Tal vez para darle espacio y escena a los valles,
O con una premonición, para darnos a los humanos espacio y escena.
Digo premonición porque llegamos millones de años después.
Mientras nosotros no existíamos ya habían innumerables mamíferos, aves y otras especies
que recolectaban los frutos de los árboles,
que deambulaban por los valles hasta decidir que tal punto en concreto sería su hogar.
Me pregunto si lo hacen con algún matiz de racionalidad,
si un topo o un lagarto realmente considera que la ubicación de su madriguera es óptima.
Hemos arribado millones de años más tarde que toda especie,
pero nuestra racionalidad, al fin y al cabo, nos separa del resto.
Por esta razón ya no puedo saber si el bosque detiene su expansión bajo la fuerza de la
madre naturaleza,
o si es a causa de la mano del hombre, con su inherente sentido de dominación.
Por supuesto que reconozco que el hombre ha hecho grandes cosas, y ha logrado
inmensos hitos,
es más, el hombre ha optimizado en algunas facetas la obra de la naturaleza.
Ante mi presencia yace un considerable lago artificial,
y mi ingenuidad genera que una parte de mí no crea en aquella artificialidad,
pero luego pienso en la cantidad de serpientes, lagartos, roedores, insectos, caracoles,
y demás pobres especies que fueron despiadadamente exterminadas,
o al menos desplazadas de lo que consideraban su hogar,
en la construcción de lo que ahora es un magnífico lago.
Acaso alguien nos encargó producir y construir más de lo que ya estaba hecho?
Quiénes somos nosotros para interferir en la proliferación de un vasto sistema que nos
antepasa por tanto tiempo?
Los animales, por más ingenuos que parezcan, ya están adaptados y asociados entre sí
desde siempre,
no viven por y para nosotros, porque luego de verlos rogar por comida con sus ojos
suplicantes,
y satisfacerlos por sentir que su dependencia nos hace los únicos que pueden ayudarlos,
ellos simplemente se marchan y regresan a su vida independiente.
Si los encerramos en un departamento es claramente difícil que realicen otra cosa que
yacer despreocupadamente,
pero es cuando los liberamos que vemos su potencial que tanto restringimos,
y es aún más asombroso el momento en que, en plena libertad, se relacionan con otros
seres.
A unos cuantos metros alejados de mí, veo a dos canes completamente distintos,
uno blanco, pequeño e hiperactivo, mientras que el otro es beige, grande y manso,
pero sin embargo, ambos van juntos, casi como dos personas de la mano,
paseando por las colinas, deambulando por los pastizales,
y ahí me doy cuenta de que no solo no nos necesitan,
sino que todo es tan ridículamente simple como también abrumadoramente profundo, de
forma simultánea.
En fin, la naturaleza. Es hermosa.
Es una buena experiencia, de vez en cuando, abandonar el frenético día a día,
abandonar el sintético ruido de los coches y las obras de construcción,
abandonar el paisaje del concreto y el ladrillo,
adentrarse en zonas cada vez más remotas, a donde el pavimento de las carreteras no
llega,
y asentarse en un lugar afín con el ambiente y la naturaleza.
Sentirla, aprovecharla, disfrutarla, conocerla, estudiarla.
Palpar la paz y la tranquilidad que ofrece,
destapar los oídos y prestar atención a los cánticos y melodías que dispone,
abrir los ojos y contemplar todo lo que se ha creado y cómo se lo ha creado,
la creación más pura y brillante, el sistema más complejo e intrincado, la libertad más
absoluta y franca,
no tiene nada que ver con el hombre, no lo hemos creado nosotros ni lo hemos descubierto,
se llama naturaleza, damas y caballeros.

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