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El viaje a la ficción El viaje a la ficción


El mundo de Juan Carlos Onetti

Retrocedamos a un mundo tan antiguo que la


ciencia no llega a él y la que dice que llega no nos con-
vence, pues sus tesis y conjeturas nos parecen tan alea-
torias y evanescentes como la fantasía y la ficción.
Se diría que el tiempo no existe todavía. Todas
las referencias que puntúan su trayectoria aún no han
aparecido y quienes viven inmersos en él carecen de la
conciencia del transcurrir, del pasado y del futuro, e in-
cluso de la muerte, a tal extremo se hallan prisioneros
de un continuo presente que les impide ver el antes y el
después. El presente los absorbe de tal manera en su
afán de sobrevivir en esa inmensidad que los circunda
que sólo el ahora, el instante mismo en que se está, con-
sume su existencia. El hombre ya no es un animal pero
resultaría exagerado llamarlo humano todavía. Está
erecto sobre sus extremidades traseras y ha comenzado
a emitir sonidos, gruñidos, silbidos, aullidos, acompa-
ñados de una gesticulación y unas muecas que son las
bases elementales de una comunicación con la horda de
la que forma parte y que ha surgido gracias a ese instin-
to animal que, por el momento, le enseña lo más impor-
tante que necesita saber: qué es imprescindible para po-
der sobrevivir a la miríada de amenazas y peligros que
lo rodean en ese mundo donde todo —la fiera, el rayo,
el agua, la sequía, la serpiente, el insecto, la noche, el
hambre, la enfermedad y otros bípedos como él— pa-
rece conjurado para exterminarlo.
El instinto de supervivencia lo ha hecho inte- El pánico a lo desconocido que es, de hecho,
grarse a la horda con la que puede defenderse mejor todo lo que está a su alrededor, el porqué de la oscuri-
que librado a su propia suerte. Pero esa horda no es dad y el porqué de la luz, y si aquellos astros que flotan
una sociedad, está más cerca de la manada, la jauría, el allá arriba, en el firmamento, son bestias aladas y mor-
enjambre o la piara que de lo que, al cabo de los si- tíferas que de pronto caerán vertiginosamente sobre él
glos, llamaremos una comunidad humana. a fin de devorarlo. ¿Qué peligros esconde la boca negra
Desnudos o, si la inclemencia del tiempo lo de esa caverna donde quisiera guarecerse para escapar
exige, envueltos en pellejos, esos raleados protohom- del aguacero, o las aguas profundas de esa laguna a la
bres están en perpetuo movimiento, entregados a la que se ha inclinado a beber, o el bosque en el que se in-
caza y la recolección, que los llevan a desplazarse con- terna en pos de refugio y alimento? El mundo está lle-
tinuamente en busca de parajes no hollados donde sea no de sorpresas y para él casi todas las sorpresas son
posible encontrar el sustento que arrebatan al mundo mortíferas: la picadura del crótalo que se ha acercado
natural sin reemplazarlo, como hacen los animales, sinuosamente a sus pies reptando entre la hierba, el
vasta colectividad de la que aún forman parte, de la rayo que ilumina la tempestad e incendia los árboles o
que apenas están comenzando a desgajarse. la tierra que de pronto se echa a temblar y se cuartea y
Coexistir no es todavía convivir. Este último raja en hendiduras que roncan y quieren tragárselo. La
verbo presupone un elaborado sistema de comunica- desconfianza, la inseguridad, el recelo hacia todo y ha-
ción, un designio colectivo, compartido y cimentado cia todos es su estado natural y crónico, algo de lo que
en denominadores comunes, como lenguaje, creen- sólo lo dispensan, por brevísimos intervalos, esos ins-
cias, ritos, adornos y costumbres. Nada de eso existe tintos que satisface cuando duerme, fornica, traga o
todavía: sólo ese quién vive, esa pulsación prelógica, defeca. ¿Ya sueña o todavía no? Si ya lo hace, sus sue-
ese sobresalto de la sangre que ha llevado a esos se- ños deben ser tan pedestres y ferales como lo es su
mianimales sin cola que empuñan pedruscos o garro- vida, una duplicación de su constante trajín para ase-
tes debido a su falta de garras, colmillos, veneno, cuer- gurarse el alimento y matar antes de que lo maten.
nos y demás recursos defensivos y ofensivos de que Los antropólogos dicen que después de ali-
disponen los otros seres vivientes, a andar, cazar y mentarse, adornarse es la necesidad más urgente en el
dormir juntos para así protegerse mejor y sentir me- primitivo. Adornarse, en ese estadio de la evolución hu-
nos miedo. mana, es otra manera de defenderse, un santo y seña,
Porque, sin duda, la experiencia cotidiana ha un conjuro, un hechizo, una magia para ahuyentar al
hecho que de todos los sentimientos, deseos, instin- enemigo visible o invisible y contrarrestar sus poderes,
tos, pasiones aún dormidos en su ser, el que primero para sentirse parte de la tribu, darse valor y vacunarse
se desarrollara en él en ese su despertar a la existencia contra el miedo cerval que lo acompaña como su
haya sido el miedo. sombra día y noche.
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El paso decisivo en el proceso de desanimaliza- res semidesnudos, tatuados y claveteados, llenos de
ción del ser humano, su verdadera partida de naci- amuletos, que siembran el bosque de trampas y enve-
miento, es la aparición del lenguaje. Aunque decir nenan sus flechas para diezmar a otras tribus y sacrifi-
«aparición» sea falaz, pues reduce a una suerte de hecho car a los hombres y mujeres que las pueblan a sus bár-
súbito, de instante milagroso, un proceso que debió baras divinidades o comérselos a fin de apropiarse de
tomar siglos. Pero no hay duda de que cuando, en esas su inteligencia, sus artes mágicas y su poderío.
agrupaciones tribales primitivas, los gestos, gruñidos Para mí, la idea del despuntar de la civilización
y ademanes fueron siendo sustituidos por sonidos in- se identifica más bien con la ceremonia que tiene lu-
teligibles, vocablos que expresaban imágenes que a su gar en la caverna o el claro del bosque en donde ve-
vez reflejaban objetos, estados de ánimo, emociones, mos, acuclillados o sentados en ronda, en torno a una
sentimientos, se franqueó una frontera, un abismo in- fogata que espanta a los insectos y a los malos espíri-
salvable entre el ser humano y el animal. La inteligen- tus, a los hombres y mujeres de la tribu, atentos, ab-
cia ha comenzado a reemplazar al instinto como el sortos, suspensos, en ese estado que no es exagerado
principal instrumento para entender y conocer el mun- llamar de trance religioso, soñando despiertos, al con-
do y a los demás y ha dotado al ser humano de un po- juro de las palabras que escuchan y que salen de la boca
der que irá dándole un dominio inimaginable sobre lo de un hombre o una mujer a quien sería justo, aunque
existente. El lenguaje es abstracción, un proceso men- insuficiente, llamar brujo, chamán, curandero, pues
tal complejo que clasifica y define lo que existe dotán- aunque también sea algo de eso, es nada más y nada me-
dolo de nombres, que, a su vez, se descomponen en nos que alguien que también sueña y comunica sus
sonidos —letras, sílabas, vocablos— que, al ser perci- sueños a los demás para que sueñen al unísono con él
bidos por el oyente, inmediatamente reconstruyen en o ella: un contador de historias.
su conciencia aquella imagen suscitada por la música Quienes están allí, mientras, embrujados por
de las palabras. Con el lenguaje el hombre es ya un ser lo que escuchan, dejan volar su imaginación y salen
humano y la horda primitiva comienza a ser una socie- de sus precarias existencias a vivir otra vida —una
dad, una comunidad de gentes que, por ser hablantes, vida de a mentiras, que construyen en silenciosa com-
son pensantes. plicidad con el hombre o la mujer que, en el centro
Estamos a las puertas de la civilización pero del escenario, fabula en voz alta—, realizan, sin adver-
aún no dentro de ella. Los seres humanos hablan, se tirlo, el quehacer más privativamente humano, el que
comunican, y esa complicidad recóndita que el len- define de manera más genuina y excluyente esa natu-
guaje establece entre ellos multiplica su fuerza, es de- raleza humana entonces todavía en formación: salir
cir, su capacidad de defenderse y de hacer daño. Pero de sí mismo y de la vida tal como es mediante un mo-
a mí me cuesta todavía hablar de una civilización en vimiento de la fantasía para vivir por unos minutos o
marcha frente al espectáculo de esos hombres y muje- unas horas un sucedáneo de la realidad real, esa que
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no escogemos, la que nos es impuesta fatalmente por de a mentiras, brota ese otro rasgo esencial de lo hu-
la razón del nacimiento y las circunstancias, una vida mano que es la inconformidad, la insatisfacción, la re-
que tarde o temprano sentimos como una servidum- beldía, la temeridad de desacatar la vida tal como es y
bre y una prisión de la que quisiéramos escapar. Quie- la voluntad de luchar por transformarla, para que se
nes están allí, escuchando al contador, arrullados por acerque a aquella que erigimos al compás de nuestras
las imágenes que vierten sobre ellos sus palabras, ya fantasías.
antes, en la soledad e intimidad, habían perpetrado, Cuando surgen los contadores de historias en
por instantes o ráfagas, esos exorcismos y abjuraciones la humana tribu —y ellos aparecen siempre, sin ex-
a la vida real, fantaseando y soñando. Pero convertir cepciones, en esas comunidades primitivas que evolu-
aquello en una actividad colectiva, socializarla, insti- cionarán luego en culturas y civilizaciones—, aquélla
tucionalizarla, es un paso trascendental en el proceso ha empezado ya inevitablemente a progresar —a su-
de humanización del primitivo, en la puesta en mar- perar obstáculos, a enriquecer sus conocimientos y sus
cha o arranque de su vida espiritual, del nacimiento técnicas— espoleada, sin saberlo, por esos oficiantes
de la cultura, del largo camino de la civilización. hechiceros que pueblan sus tardes o noches vacías con
Inventar historias y contarlas a otros con tanta historias inventadas.
elocuencia como para que éstos las hagan suyas, las ¿Cómo eran estos primeros contadores de his-
incorporen a su memoria —y por lo tanto a sus vi- torias, anónimos, remotos, tan antiguos casi como los
das—, es ante todo una manera discreta, en aparien- lenguajes que ayudaron a forjar y les permitieron la
cia inofensiva, de insubordinarse contra la realidad existencia? ¿Qué historias contaban estos prehistóricos
real. ¿Para qué oponerle, añadirle, esa realidad ficticia, colegas, embriones o piedras miliares de los futuros no-
de a mentiras, si ella nos colmara? Se trata de un en- velistas? ¿Y qué significaban para las vidas de esos hom-
tretenimiento, qué duda cabe, acaso del único que bres y mujeres de la aurora de la historia aquellos pri-
existe para esos ancestros de vidas animalizadas por meros cuentos y relatos que desde entonces fueron
la rutina que es la búsqueda del sustento cotidiano y la creando, junto y dentro de la vida real, otra vida para-
lucha por la supervivencia. Pero imaginar otra vida y lela, invisible, de mentiras, de palabras, pero rica, di-
compartir ese sueño con otros no es nunca, en el fon- versa e intensa, y, aunque siempre de modo difícil de
do, una diversión inocente. Porque ella atiza la imagi- cuantificar, enredada y fundida con la otra, la de ver-
nación y dispara los deseos de una manera tal que dad, la que ella, de manera sutil y misteriosa, contagia
hace crecer la brecha entre lo que somos y lo que nos e inficiona, corrigiéndola, orientándola, coloreándo-
gustaría ser, entre lo que nos es dado y lo deseado y la, complementándola y contradiciéndola?
anhelado, que es siempre mucho más. De ese desajus- Desde el mes de agosto de 1958 y gracias a una
te, de ese abismo entre la verdad de nuestras vidas vi- experiencia que viví sin sospechar entonces la impor-
vidas y aquella que somos capaces de fantasear y vivir tancia que tendría en mi vida, me he hecho muchas
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veces esas preguntas y he imaginado las posibles res- de 1951 y ella desde 1952— conviviendo con una pe-
puestas, y hasta he escrito una novela que me absorbió queña comunidad machiguenga, en la región limita-
enteramente por dos años, El hablador, que es una da por los ríos Urubamba, Paucartambo y Mishagua,
imaginaria averiguación de esos albores de la civiliza- que, hasta la llegada de ellos a ese paraje, había vivido
ción cuando aparecieron, con los contadores de histo- sin contacto alguno con la «civilización».
rias, los gérmenes de lo que, pasado el tiempo y con la Betty y Wayne Snell nos explicaron la cuida-
aparición de la escritura, llamaríamos literatura. dosa estrategia que habían desarrollado para vencer la
Ocurrió en una amplia cabaña de Yarinacocha desconfianza de los machiguengas —desnudándose
—el lago de Yarina— en los alrededores de Pucallpa, para acercarse a sus cabañas y dejándoles regalos, por
en la Amazonía peruana, en agosto de 1958. Yo for- ejemplo, y luego retirándose para que supieran que
maba parte de una pequeña expedición que habían venían en son de paz— hasta ser aceptados y alojados
organizado la Universidad de San Marcos y el Institu- por ellos. También, los difíciles primeros tiempos de
to Lingüístico de Verano para un antropólogo mexi- convivencia en el nuevo hábitat, y su entusiasmo al ir
cano de origen español, el doctor Juan Comas, que poco a poco aprendiendo las costumbres y ritos de sus
quería visitar las tribus del Alto Marañón. La expedi- huéspedes y familiarizándose con el idioma machi-
ción partiría al día siguiente de Yarinacocha, donde guenga.
tenía su central de operaciones el Instituto Lingüísti- Pero lo que mi memoria conserva como más
co de Verano, cuyo fundador, Guillermo Townsend, vívido y apasionante de aquella noche, un recuerdo
un amigo y biógrafo de Lázaro Cárdenas, estuvo allí que nunca más se eclipsaría y, más bien, con el tiem-
aquella noche con nosotros. La reunión tuvo lugar po, recobraría cada vez su fosforescencia contagiosa,
después de una temprana cena. Recuerdo que varios fue aquello que, en un momento dado, nos contó
lingüistas —eran lingüistas y misioneros a la vez, pues Wayne Snell. Estaba solo con los machiguengas porque
el Instituto, al mismo tiempo que aprendía las lenguas Betty había salido de viaje, tal vez a la central de Yarina-
aborígenes y elaboraba gramáticas y vocabularios de cocha. Advirtió, de pronto, que cundía una agitación
ellas, tenía como designio la traducción de la Biblia a inusitada en la comunidad. ¿Qué ocurría? ¿Por qué
esas lenguas— nos hicieron exposiciones sobre las co- estaban todos, hombres y mujeres, chicos y viejos, tan
munidades aguarunas, huambisas y shapras que visi- exaltados? Le explicaron que iba a llegar «el hablador».
taríamos en el viaje. Pero todo eso se me ha ido con- (Wayne Snell pronunció una palabra en machiguenga
fundiendo y borrando en la memoria de aquella noche, y dijo que el equivalente podría ser eso, «hablador».)
porque, para mí, lo emocionante e inolvidable de la Los machiguengas lo invitaron a escucharlo, junto
sesión ocurrió al final, cuando tomaron la palabra los con ellos. Éste es el momento de su historia que a mí
esposos Wayne y Betty Snell. Jóvenes todavía, esta pa- me quitaría el sueño muchas noches, que cientos de
reja de lingüistas había pasado ya varios años —él des- veces retrotraería para volverlo a oír e imaginármelo,
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que sometería a un escrutinio enfermizo, al que, con que oí, esa noche de agosto de 1958, en un bungalow
sólo cerrar los ojos, imaginaría los meses y años fu- a orillas de Yarinacocha, a los esposos Snell, quedó
turos de mil maneras diferentes. Wayne Snell no tenía primero firmemente almacenado en mi memoria, y
un buen recuerdo de aquella noche entera —sí, en- en los meses y años siguientes, en Madrid, mientras
tera— que pasó, sentado en la tierra, en un claro del escribía mi primera novela, y en París, cuando escribía
bosque, rodeado de todos los machiguengas de la co- la segunda, y en Lima o Londres o Estados Unidos
munidad, escuchando al hablador. Lo que él recorda- mientras fabulaba la tercera y la cuarta, o en Barcelo-
ba sobre todo era la unción, el fervor, con que todos na, Brasil, Lima de nuevo, mientras seguía escribien-
lo escuchaban, la avidez con que bebían sus palabras do otras historias y pasaban los años, aquel recuerdo
y cuánto se alegraban, reían, emocionaban o entriste- volvía una y otra vez, siempre con más fuerza y ur-
cían con lo que contaba. Pero ¿qué era lo que el ha- gencia, y, desde algún momento que no sabría preci-
blador les contaba? Wayne Snell ya sabía la lengua, sar, acompañado ya de la intención de escribir alguna
pero no comprendía todo lo que aquél decía. Sí lo vez una novela a partir de aquellas imágenes que me
bastante para entender que aquel monólogo era un dejaron en la memoria los esposos Snell en mi primer
verdadero popurrí u olla podrida de cosas disímiles: viaje a la Amazonía.
anécdotas de sus viajes por la selva, y de las familias Muchas veces no sé por qué ciertas cosas vivi-
y aldeas que visitaba, chismografías y noticias de aque- das se me convierten en estímulos tan poderosos —casi
llos otros machiguengas dispersos por la inmensidad en exigencias fatídicas— para inventar a partir de ellas
de las selvas amazónicas, mitos, leyendas, habladurías, historias ficticias. Pero en el caso del «hablador» machi-
seguramente invenciones suyas o ajenas, todo mezcla- guenga sí creo saber por qué la imagen de esa pequeña
do, enredado, confundido, lo que no parecía molestar comunidad de hombres y mujeres recién salidos, o sólo
en absoluto a sus oyentes, que vivieron aquella larga en trance de empezar a salir, de la prehistoria, excita-
noche —a diferencia de Wayne Snell, a quien le do- da y hechizada a lo largo de toda una noche por los
lían todos los huesos y los músculos por la incómoda cuentos de ese contador ambulante, me conmovía
postura, pero no se atrevía a partir para no herir la sus- tanto. Porque aquel hombre que recorría las selvas
ceptibilidad de los demás oyentes— en estado de in- yendo y viniendo entre las familias y aldeas machi-
candescencia espiritual. Luego, cuando el hablador guengas era el sobreviviente de un mundo antiquísi-
partió, en toda la comunidad siguieron rememorando mo, un embajador de los más remotos ancestros, y
su venida muchos días, recordando y repitiendo lo que una prueba palpable de que allí, ya entonces, en ese
aquél les contaba. fondo vertiginosamente alejado de la historia huma-
Como me ha ocurrido con casi todas las expe- na, antes todavía de que empezara la historia, ya había
riencias vividas que luego se han convertido en mate- seres humanos que practicaban lo que yo pretendía
ria prima de mis novelas u obras de teatro, aquello hacer con mi vida —dedicarla a inventar y contar his-
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torias— y, además, sobre todo, porque allí, en esos al- nía, con Vicente y Lorenzo de Szyszlo y el antropólo-
bores del destino humano, aquel hablador y su rela- go Luis Román, que llevaban algún tiempo haciendo
ción tan entrañable con su comunidad eran la prueba trabajo social y de investigación en comunidades ma-
tangible de la importantísima función que cumplía la chiguengas del alto y medio Urubamba y afluentes.
ficción —esa vida de mentiras soñada e inventada de Visité algunas de ellas y pude conversar con los nati-
los contadores de cuentos— en una comunidad tan vos, así como con criollos y misioneros de la zona.
primitiva y separada de la llamada «civilización». No Antes, en 1981, con ayuda del Instituto Lingüístico
había duda: aquello iba mucho más lejos de la mera de Verano, había visitado las primeras aldeas machi-
diversión, aunque, por supuesto, escuchar al hablador guengas de la historia: Nueva Luz y Nuevo Mundo,
fuera para los machiguengas la diversión suprema, un donde, con alegría, me encontré con los esposos Snell,
espectáculo que los embelesaba y les hacía vivir, mien- a quienes no había vuelto a ver desde aquella noche
tras lo escuchaban, una vida más rica y diversa que sus de 1958. Recuerdo todavía la cara de estupefacción de
pedestres vidas cotidianas. Gracias a sus habladores, un ambos cuando, en Nueva Luz, tomando una infusión
sistema sanguíneo que llevaba y traía historias que les de yerbaluisa y mientras los izangos me devoraban los
concernían a todos, los machiguengas, pulverizados tobillos, les dije que lo que les había oído contar vein-
en una vasta región en comunidades minúsculas casi titrés años atrás sobre los machiguengas, y más preci-
sin contacto entre sí, tenían conciencia de pertenecer a samente sobre el hablador, me había acompañado
una misma cultura, a un mismo pueblo, y conservaban todo este tiempo y que estaba decidido a escribir una
vivos, gracias a aquellas narraciones, un pasado, una his- novela inspirada en ese personaje de su historia. Los
toria, una mitología, una tradición, pues, por el testi- Snell no podían creer lo que yo les decía. Ya tenían
monio de Wayne Snell, era clarísimo que de todo esto una edición de la Biblia en machiguenga, que me
estaba compuesto —como en una manta de retazos— mostraron, y ambos habían publicado trabajos lin-
el discurso del hablador machiguenga. güísticos, gramaticales y vocabularios sobre esa comu-
Sólo en 1985 me puse a trabajar sistemática- nidad que ahora —en 1981— veían, felices, agruparse
mente en El hablador. Para entonces había leído y en localidades, desarrollar actividades agrícolas y elegir
anotado todos los artículos y trabajos etnológicos, fol- «caciques», autoridades, algo que antes no habían teni-
clóricos y sociológicos a los que había podido echar do nunca.
mano sobre los machiguengas. Pero sólo entonces lo Toda esa investigación fue apasionante y re-
hice a tiempo completo, pasando muchas horas en bi- cuerdo los dos años que dediqué a El hablador con
bliotecas y consultando a antropólogos o misioneros nostalgia. Pero una de mis grandes sorpresas en el cur-
dominicos (que han tenido y tienen aún misiones en so de esa investigación fue lo poco que encontré, en lo
territorio machiguenga). Además, cuando terminé una mucho que leí, sobre los «habladores» o contadores
primera versión de la novela, hice un viaje a la Amazo- de cuentos machiguengas. No podía explicármelo.
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Había algunas referencias al paso sobre ellos en algu- que ninguno de los tres me pudo dar datos más pre-
nos cronistas viajeros del siglo XIX, como el francés cisos sobre los habladores. Y, de los machiguengas
Charles Wiener, y en los informes o memorias de las con los que hablé, directamente o a través de intér-
misiones dominicas —el «hablador» jamás aparecía pretes, en el alto y el medio Urubamba, siempre ob-
con esa denominación—, pero casi nada en los antro- tuve respuestas evasivas cada vez que los interrogué
pólogos y etnólogos que habían trabajado sobre los sobre los habladores. ¿Me soñé con todo aquello, pues?
machiguengas contemporáneos. Algunos de los críti- Estoy seguro que no. Y estoy seguro, también, de que
cos que han estudiado mi novela, como Benedict An- los «habladores» no son criaturas de mi imaginación.
derson, que le dedicó un penetrante estudio*, deducen Existen y, ahora mismo, alguno de ellos está reco-
por eso que, como no está documentado por los cien- rriendo los bosques o hablando, hablando, en los cla-
tíficos sociales, aquello de los «habladores» machi- ros o aldeas de la tribu, ante una ronda de caras cré-
guengas es una invención mía. ¡Qué más quisiera yo dulas y maravilladas.
que haberme inventado a ese personaje formidable! ¿Por qué los ocultan? ¿Por qué no han hablado
Aunque, a veces, la memoria me ha jugado algunas más de ellos a los forasteros? ¿Por qué los informantes
malas pasadas y me ha hecho confundir recuerdos vi- machiguengas que han proporcionado tanto material
vidos con recuerdos inventados en el proceso de gestar a etnólogos y antropólogos sobre sus mitos y leyendas,
una novela, en este caso metería mis manos al fuego y sobre sus creencias y costumbres, sobre su pasado, han
juraría que aquella historia del «hablador» se la oí a sido tan reservados en torno a una institución que, sin
Wayne Snell tal como mi memoria la ha conservado la menor duda, ha representado y debe representar to-
hasta ahora, medio siglo después. davía algo central en la vida de la comunidad? Tal vez
Cuando volví a ver a los Snell, en 1981, en el por la razón que inventé en mi novela El hablador
poblado de Nueva Luz, él recordaba apenas aquella para explicar ese silencio pertinaz: a fin de mantener
sesión nocturna en Yarinococha de 1958 (y, a mí, me- dentro del secreto de las cosas sagradas de la tribu,
nos aún). Cuando yo le mencioné al «hablador», él y amparado por un pacto tácito o tabú, algo que perte-
su esposa, Betty, y el joven cacique o jefe de la comuni- nece a lo más íntimo y privado de la cultura machi-
dad, cambiaron frases en machiguenga, se consultaron y, guenga, algo que, de manera intuitiva y certera, los
finalmente, poniéndose de acuerdo, pronunciaron ese machiguengas, que en el curso de su historia han sido
nombre que yo he estampado en la dedicatoria de El despojados ya de tantas cosas —tierras, sembríos, dio-
hablador: «kenkitsatatsirira». Sí, dijeron, se podía tra- ses, vidas—, sienten que deben mantener a salvo de
ducir por «hablador» o «contador». Pero la verdad es una contaminación y manoseo que lo desnaturalizaría
y despojaría de su razón de ser: mantener viva el alma
* «El malhadado país», en Benedict Anderson, The Spectre of Comparisons. machiguenga, lo propio, lo intransferible, su naturale-
Nationalism, Southeast Asia and the World, Londres / Nueva York, Verso, 1998,
pp. 333-359.
za espiritual, su realidad emblemática y mítica. Pues todo
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eso es lo que representa el hablador para ellos. O, acaso, dias, porque abandonarse a los sortilegios de la imagi-
la curiosidad de los científicos sociales jamás concedió la nación empujados por nuestros deseos no sólo nos
importancia debida a esos contadores de cuentos pri- descubre lo que hay de altruista, generoso y solidario
mitivos, aunque algunos de ellos, como el padre Joaquín en el corazón humano, también esos demonios, ape-
Barriales (O. P.), recopilador y traductor de algunos titos destructores, de feroz irracionalidad, que suelen
hermosos poemas y leyendas machiguengas, se hayan anidar también entreverados con nuestros sueños más
interesado por su folclore y mitología. benignos.
En todo caso, una cosa es universalmente sabi- La literatura es una hija tardía de ese quehacer
da: la ficción, esa otra realidad inventada por el ser primitivo, inventar y contar historias, que humanizó a
humano a partir de su experiencia de lo vivido y ama- la especie, la refinó, convirtió el acto instintivo de la re-
sada con la levadura de sus deseos insatisfechos y su producción en fuente de placer y en ceremonia artísti-
imaginación, nos acompaña como nuestro ángel de la ca —el erotismo— y disparó a los humanos por la ruta
guarda desde que allá, en las profundidades de la prehis- de la civilización, una forma sutil y elevada que sólo
toria, iniciamos el zigzagueante camino que, al cabo de fue posible con la escritura, que aparece en la historia
los milenios, nos llevaría a viajar a las estrellas, a domi- muchos miles de años después de los lenguajes. ¿Alte-
nar el átomo y a prodigiosas conquistas en el dominio ró sustancialmente la escritura —la literatura— el via-
del conocimiento y la brutalidad destructiva, a descu- je a la ficción que emprendían juntos los primitivos
brir los derechos humanos, la libertad, a crear al indi- cada vez que se reunían a oír contar historias a sus con-
viduo soberano. Probablemente ninguno de esos des- tadores de cuentos? Esencialmente, no. La escritura
cubrimientos y avances en todos los dominios de la dio a las historias una forma más ceñida y cuidada, y las
experiencia habría sido posible si, mirando a nuestras hizo más personales, complejas y elaboradas, diversifi-
espaldas millones de años atrás, no descubriéramos a cándolas, sutilizándolas hasta dotar a algunas de ellas
nuestros antepasados de los tiempos de la caverna y el de dificultades que las volvían inaccesibles al lector co-
garrote, entregados a esa iniciativa ingenua e infantil, mún y corriente, algo que de por sí era inconcebible en
seguramente cuando, en la hora cumbre del pánico, la el género de ficciones orales dirigidas al conjunto de la
noche oscura, apretados contra otros cuerpos huma- comunidad.
nos en busca de calor, se ponían a divagar, a viajar Y por otra parte, la escritura dio a las ficciones
mentalmente, antes de que el sueño los venciera, a un una estabilidad y permanencia que no podían tener las
mundo distinto, a una vida menos ardua, con menos ficciones orales, transmitidas de padres a hijos y de ge-
riesgos, o más premios y logros de los que les permitía neración en generación, de pueblo a pueblo y de cultu-
la realidad vivida. Ese viaje mental fue, es, el princi- ra en cultura, que, como muestran todas las recopila-
pio de lo mejor que le ha pasado a la sociedad huma- ciones que se han hecho de esos relatos, leyendas y
na, pero también, sin duda, de muchas de sus trage- gestas conservadas por tradición oral a lo largo de los
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años, se diversifican y transforman hasta no parecer precisamente lo ficticio de la ficción, lo propiamente
provenir de un tronco común ni guardar parentesco novelesco de la novela, aquello de lo que la vida real
entre sí. carece, pero que deseábamos que tuviera —por ejem-
Pero, descontando las variantes formales y la plo un orden, un principio y un fin, una coherencia y
metamorfosis a que está sometida inevitablemente mil cosas más— y para poder tenerlo debimos inven-
la literatura oral, hay una inequívoca línea de continui- tarlo a fin de vivirlo en el sueño lúcido en el que se vi-
dad entre aquélla y la escrita, entre la ficción contada ven las ficciones.
y escuchada y la leída, por lo menos en lo que ambas Éste es un tema largo y complejo sobre el que
representan en su origen y designio: un movimiento no debo ni puedo extenderme aquí, sólo apuntarlo en
mental del desvalido ser humano para salir de la jaula este somero croquis de la antigüedad y razón de ser de
en que transcurre su vida y alcanzar una libertad e ini- la ficción en la vida de los seres humanos. Es un error
ciativa que lo hace escapar del espacio y del tiempo en creer que soñamos y fantaseamos de la misma manera
que transcurre su existencia, y extiende y profundiza que vivimos. Por el contrario, fantaseamos y soñamos
sus experiencias haciéndolo vivir, como en una meta- lo que no vivimos, porque no lo vivimos y quisiéra-
morfosis mágica, otras acciones, aventuras, pasiones, mos vivirlo. Por eso lo inventamos: para vivirlo de a
y le permite adueñarse de toda clase de destinos, aun mentiras, gracias a los espejismos seductores de quien
los más estrafalarios y riesgosos, que las ficciones bien nos cuenta las ficciones. Esa otra vida, de mentiras,
concebidas y contadas —las ficciones persuasivas—, que nos acompaña desde que iniciamos el largo pere-
oídas o leídas, incorporan a sus vidas. grinaje que es la historia humana, no nos refleja como
Esta vida de mentiras que es la ficción, que un espejo fiel, sino como un espejo mágico, que, pe-
vivimos cuando viajamos, solos o acompañados (es- netrando nuestras apariencias, mostraría nuestra vida
cuchando a los habladores o leyendo a cuentistas y recóndita, la de nuestros instintos, apetitos y deseos,
novelistas), hacia esos universos creados por la imagi- la de nuestros temores y fobias, la de los fantasmas
nación y los apetitos humanos, no debe ser considera- que nos habitan. Todo eso somos también nosotros,
da una mera réplica de la vida de verdad, la vida obje- pero lo disimulamos y negamos en nuestra vida pú-
tivamente vivida, aunque ésta sea la tendencia con blica, gracias a lo cual es posible la convivencia y la
que suelen estudiarla los científicos sociales que, va- vida social, a la que tantas cosas debemos sacrificar
liéndose de la literatura oral y escrita, ven en ésta un para que la comunidad civilizada no estalle en caos, li-
documento sociológico e histórico para conocer las bertinaje y violencia. Pero esa otra vida negada y re-
intimidades de una sociedad. En verdad, la ficción no primida que es también nuestra sale siempre a flote y
es la vida sino una réplica a la vida que la fantasía de de alguna manera la vivimos en las historias que nos
los seres humanos ha construido añadiéndole algo que subyugan, no sólo porque están bien contadas, sino
la vida no tiene, un complemento o dimensión que es acaso sobre todo porque gracias a ellas nos reencon-
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tramos con la parte perdida —Georges Bataille la lla- Dante, un Shakespeare, un Botticelli, un Rembrandt,
maba la «parte maldita»— de nuestra personalidad. un Mozart o un Beethoven, si, antes de todo ello, no
Diversión, magia, juego, exorcismo, desagra- nos hubiéramos puesto a soñar historias a veces tan
vio, síntoma de inconformidad y rebeldía, apetito de persuasivas que indujeron a ciertos lectores apasiona-
libertad, y placer, inmenso placer, la ficción es mu- dos, como el Quijote y Madame Bovary, a querer
chas cosas a la vez, y, sin duda, rasgo esencial y exclu- convertirlas en realidades, y a tantos otros a actuar con
sivo de lo humano, lo que mejor expresa y distingue ímpetu y genio para que la vida real se fuera acercan-
nuestra condición de seres privilegiados, los únicos en do más y más a la que creamos con nuestra fantasía.
este planeta y, hasta ahora al menos, en el universo co- A la vez que sirvió para que con ella aplacáramos
nocido, capaces de burlar las naturales limitaciones de nuestros miedos y deseos, la ficción nos hizo más incon-
nuestra condición, que nos condena a tener una sola formes y ambiciosos y dio un sentido trascendente a
vida, un solo destino, una sola circunstancia, gracias a nuestra libertad, al hacer nacer en nosotros la voluntad
esa arma sutil: la ficción. de vivir de manera distinta a la que nuestra circunstan-
Por eso no es impropio decir que sin la ficción cia nos obliga. Por eso, aunque en el milenario transcu-
la libertad no existiría y que, sin ella, la aventura hu- rrir del acontecer humano nos hemos ido despojando
mana hubiera sido tan rutinaria e idéntica como la de tantas cosas —prejuicios, tabúes, miedos, costum-
vida del animal. Soñar vidas distintas a la que tene- bres, creencias, dioses y demonios que eran otros tantos
mos es una manera díscola de comportarse, una ma- obstáculos para poder alcanzar nuevas cimas de progre-
nera simbólica de mostrar insatisfacción con lo que so y civilización—, hemos seguido siendo fieles a ese an-
somos y hacemos y, por lo mismo, significa introdu- tiguo rito que, para fortuna nuestra, comenzaron a prac-
cir en nuestra existencia dos elementos sediciosos: el ticar los ancestros en el principio de la historia: soñar
desasosiego y la ilusión. Querer ser otro, otros, aun- juntos, convocados por las palabras de otro soñador
que sea de la manera vicaria en que lo somos entre- —hablador, cuentista, juglar, trovero, dramaturgo o no-
gándonos a los ilusionismos y juegos de disfraces de la velista—, para de este modo conjurar nuestros miedos y
ficción, es emprender un viaje sin retorno hacia para- escapar a nuestras frustraciones, realizar nuestros anhe-
jes desconocidos, una proeza intelectual en que está los recónditos, burlar a la vejez y vencer a la muerte, y
contenida en potencia toda la prodigiosa aventura hu- vivir el amor, la piedad, la crueldad y los excesos que nos
mana que registra la historia. Difícilmente hubieran reclaman los ángeles y demonios que arrastramos con
sido posibles todas esas hazañas y descubrimientos en nosotros, multiplicando de esta manera nuestras vidas al
la materia y el espacio, en la mente y en el cuerpo, en la calor del fuego que chisporrotea de esa otra vida, impal-
geografía y en la conciencia y subconciencia, ni hu- pable, hechiza e imprescindible que es la ficción.
biéramos alcanzado, al igual que en la ciencia y la téc- El tema de la ficción y la vida es una constante
nica, en las artes las deslumbrantes realizaciones de un que, desde tiempos remotos, aparece en la literatura,
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y, además de las obras que ya he citado —el Quijote y
Madame Bovary—, muchas otras lo han recreado y ex-
plorado de mil maneras diferentes. Pero acaso en nin-
gún otro autor moderno aparezca con tanta fuerza y
originalidad como en las novelas y los cuentos de Juan
Carlos Onetti, una obra que, sin exagerar demasiado,
podríamos decir está casi íntegramente concebida
para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a
la vida verdadera, los seres humanos hemos venido
construyendo una vida paralela, de palabras e imáge-
nes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refu-
giarnos para escapar de los desastres y limitaciones
que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la
vida tal como es.

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