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¿Demasiada televisión?

Por varios años no tuvimos televisor, y ahora que


lo tenemos, me preocupa que mi esposo e hijos
miren mucho tiempo. Me parece que no es
saludable pasarse sentado frente a la pantalla.
¿Tiene algún consejo que darnos?

En realidad, su pregunta dispara varios temas, todos


ellos relevantes para nosotros como cristianos y
padres. Hay varias preocupaciones relacionadas con
los medios.

Una es el contenido; otra es el factor tiempo; una


tercera es la manera en que los medios se
inmiscuyen en la vida e interfie- ren en las relaciones
familiares. Analizaremos estas tres áreas y entonces,
como de costumbre, dejaremos que usted tome las
decisiones que corresponda. El contenido varía tanto
que es difícil formular una declaración radical. Todo
el que ve una muestra de programas comerciales
pronto nota que la televisión sirve de manera
estimulante y sin disimulo un menú de sexo explícito,
violen- cia y situaciones de ética dudosa. Se pueden
ver programas documentales, educacionales e
informativos, pero hay que buscarlos y seleccionarlos
con cuidado. Las veloces imágenes de la televisión
actual pasan sin respiro y, por consiguiente, acortan
la capacidad de atención de los jóvenes. El alimento
que damos a los ojos altera nuestro cerebro. Hay
estudios recientes sobre la plasticidad del cerebro
que indican que las nuevas conexiones y redes
neurales responden al alimento que damos al
cerebro.

El tiempo que pasamos frente a la televisión ha sido


vincu- lado con el aumento de la obesidad, que se
cree se relaciona con la inactividad. Un artículo
reciente de Anders Grøntved y Frank B. Hu en el
Journal of the American Medical Association (15 de
junio de 2011) muestra una correlación lineal directa
entre la diabetes tipo 2, los infartos fulminantes y la
cantidad de horas frente al televisor. No solo influye
la inactividad, sino la comida ingerida en esas
ocasiones, dado que suele ser excesiva y
de contenidos elevados de sal, materias grasas y
valores calóricos.

Se estima que en muchos países, entre el cuarenta y


cincuenta por ciento del tiempo libre es dedicado a
mirar televisión. Esto significa que en muchas
poblaciones, es la tercera actividad más común,
después de trabajar y dormir. Esas cifras indican que
en Europa y Australia se dedican entre tres y media y
cuatro horas diarias a mirar televisión. En los Estados
Unidos, esa cifra está estimada en cinco horas.

El tercer motivo de preocupación (aunque


seguramente hay muchos más) es la interferencia en
las relaciones familiares. Tantos matrimonios y
familias llegan a ser «ermitaños electró- nicos»,
viviendo en aislamiento, con consecuencias
desastrosas.

La acción protectora más eficaz contra las conductas


de riesgo relacionadas con el abuso de sustancias y
las activida- des degradantes, es formar una relación
sólida, de confianza y de apoyo con nuestros hijos.
¿Cuántos jovencitos se ven privados de ese tipo de
relaciones por causa de padres que se la pasan
navegando en Internet o mirando sus programas
favoritos? Algunos niños son dejados para «vegetar»
frente a la «caja boba», que hace las veces de niñera
sustituta.

Es inútil que nos pongamos a atacar las tecnologías


modernas; es mucho más importante regular y usar
su potencial positivo, evitando al mismo tiempo sus
riesgos.

Recomendamos que seleccione el contenido con


mucho cuidado; limite el tiempo que pasa mirando
televisión, y participe intencionalmente de una
interacción familiar real.

No solo reducirá los riesgos de obesidad, sino que


también fomentará la interacción significativa que
producirá toda una vida de beneficios para usted y
su familia.

La urbanización de las sociedades modernas ha


llevado a depender más de la televisión e Internet.
Las dificultades de ganarse la vida y de costearse las
interminables últimas tecnologías, hacen que muchos
compitamos para ver quién tiene el último teléfono o
dispositivo electrónico. Acaso deberíamos tener un
«apagón electrónico» diario, para establecer un
tiempo especial e inviolable para la familia.

Usted tiene razón en estar preocupada, pero tendrán


que decidir juntos sobre los cambios y encargarse de
que los momentos sin televisión (e Internet) sean
sumamente preciosos y valiosos. ■

Allan R. Handysides y Peter N. Landless

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