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28-12-14

“Chi puo dir com egli arde, e in picciol fuoco”


(El que puede decir como arde, sol vive una pequeña pasión)
Esto lo dice Petrarca, y lo recoge Montaigne como letiv motiv. Por lo menos en la introducción
de los Ensayos Completos, se halla de esta cuestión de la pequeña pasión que no es digna de
ser dicha. Si mi teoría es que la violencia justamente (o muchas veces “injustamente”) impide
la comunicación, la acción y –antes que nada– la percepción, hay que representar lo que
queda en la oscuridad.

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Montaigne dice más cosas.
Me apresto a trascribir (pp. 54-57, Ensayos Completos) y comentar algunas consideraciones
suyas que yo considero aplicables/pensables a partir de una teoría de la violencia.
El primer ejemplo extraído de su vasta cultura clásica justamente (a mi me concierne) refiere a
la anécdota –recogida por Heródoto) acerca de al actitud de Psametico ante su derrota frente
a Cambises.
La clave se encuentra en cuándos e puede representar la tristeza y cuándo no. Algunos,
parece, lo piensan como una cuestión acumulativa. Un hombre puede permanecer impávido
ante los horrores, incluso ante la muerte de los más cercanos, pero luego la muerte de un
amigo inferior rebasa las barreras. Pero Montaigne juga aquí son los horrores más fuertes los
que paralizan, los que no pueden ser representados.
Cito, in extenso: Epígrafe para Afasia
“Más dice el cuento que Psamética, rey de Egipto, habiendo sido vencido y apresado por
Cambises, rey de Persia, al ver pasar ante él a su hija hecha prisionera y vestida de sirvienta, a
la que habían mandado a sacar agua, con todos sus amigos llorando y lamentándose a su
alrededor, mantúvose callado, sin decir palabra, con los ojos clavados en el suelo; y aún
después, viendo que conducían a su hijo a la muerte, mantuvo aquella misma compostura;
más habiendo divisado a uno de sus criados conducido entre los cautivos, púsose a golpear la
cabeza y a mostrar extremo duelo.”
(Discutir estos pasajes en relación con una definición bien pegada al daño físico, y a otra de
amenaza de daño y otra –o en paralelo- de violencia indirecta)

Montaigne cuenta una historia similar acerca de un príncipe de Trento, que algunos
interpretan que soporta estoicamente (antes señala que los estoicos tienen prohibida la
tristeza, “por cualidad mala, siempre loca, en tanto cobarde y baja”) ante las noticias de la
muerte de su hermano mayor, que era el apoyo y el honor de toda su familia, y poco después
del segundo, su otra esperanza, y habiendo soportado los golpes con ejemplar entereza, como
al cabo de unos días uno de los suyos viniese a morir, dejose vencer por este último
acontecimiento y abandonando su resolución, entregose al duelo y a los lamentos, de manera
que algunos concluyeron que solo esta última sacudida le había herido en vivo”.
Y luego, su interpretación, es relevadora:
“Podríase (creo yo) interpretar de igual modo nuestra historia si no fuera porque añade que, al
inquirir Cambises a Psamético sobre el por qué de hallarse tan conmovido con la desgracia de
sus amigos no habiéndose conmovido por la desgracia de su hijo y de su hija, respondió: <<Es
que solo este último infortunio puede significarse con lágrimas mientras que los dos primeros
superan con mucho todo medio de poder expresarlos>>. A este respecto, quizás viniera a
cuento la ocurrencia de aquel antiguo pintor, el cual, habiendo de representar en el sacrificio
de Figenia el duelo de los asistentes según el grado de importancia que cada uno concediese a
la muerte de aquella bella joven inocente, habiendo agotado los últimos recursos de su arte,
cuando llegó al padre de la joven, pintolo con el rostro cubierto, como si ninguna actitud
pudiera representar el grado de aquel dolor. He aquí por qué los poetas imaginan Niobe,
aquella desgraciada madre que perdió primero a siete hijos y después a otras tantas hijas,
abrumada por las pérdidas, como si se hubiera transformado en roca, para expresar ese
lúgubre, mudo y sordo estupor que nos invade cuando los acontecimientos nos agobian
rehusando nuestro aguante.
En verdad que la fuerza de una aflicción al ser extrema ha de aturdir todo el alma e impedirle
la libertad de sus actos: al igual que nos ocurre con la brusca zozobra de una muy mala noticia,
el sentirnos sobrecogidos, transidos y como privados de todo movimiento, de forma que el
alma, desahogándose después con lágrimas y lamentos, parece desatarse, desligarse y sentirse
más liberada.
Et via vix tándem voci laxata dolores est.
(a duras penas el dolor le deja formar al fin la voz entre sollozos)
Virgilio, Eneida, 11, 501
En la guerra que hizo el rey Fernando contra la viuda de Juan, rey de Hungría, en los
alrededores de Buda, Raisciac, capitán alemán, viendo traer el cuerpo de un hombre de la
caballería al que todos habían visto combatir muy bien en la contienda, llorábale con el sentir
común; más curioso por saber quién era, una vez lo hubieran desarmado, vio que era su hijo. Y
entre las lágrimas generales, solo él se mantuvo sin derramar llantos ni proferir gritos, firme y
en pie, con los ojos inmóviles, mirándolo fijamente hasta que por la violencia de la tristeza que
había helado, sus impulsos vitales, desplomose cayendo rígido y muerto al suelo.”

Habría incomuinicación –como señala Canetti- porque hay violencia. Si no existiera la Violencia
habría solo acto, una palabra, una visión. Hasta podría pensarse que hay un solo Ser. Porque la
violencia (biológica) está en la base del Origen de las especies, tal vez. Canetti dice:
“Comprendí que los hombres se hablan unos a otros, pero no se entienden; que sus palabras
son golpes que rebotan contra las palabras de los demás; que no hay una ilusión más grande
que el convencimiento de que el lenguaje es un medio de comunicación entre los hombres”
(y por algo él quiere escribir la historia
del Enemigo de la Muerte)
Un concepto muy de Canetti: La Metamorfosis, La Máscara acústica.

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