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MentiMiami

El psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers dijo: 

"Hay una verdad profunda en la frase que afirma que los niños y los locos dicen la
verdad." 

En el medio, todas mentiras. 

¿Cuáles fueron las escenas protagonizadas por esos niños que dejando de serlo pasaron
a mentir  tanto tiempo? ¿Qué pasó en el medio, antes de que al menos uno de ellos
estuviera listo para volver a decir verdades dignas de un loco de sanatorio? 

Miremos algunas escenas de cuando fueron al norte en 1995.

Con su mami a Miami, los hermanos de la mano, van una última vez a venir del sol. A
las cámaras ávidas de América Latina los llamó Cristina. Es su show. También es su
punto más “low”.
Lo que les hizo decir que sí es la tentación del glamour hispanoyanqui, el spanglish de
frambuesa, las ganas de viajar bien surtidos a La Meca del consumo plástico: tendrían
limosina, hotel de lujo y caviar acompañado de jugos infinitos.
No fueron solos. Dado que “daddy” Néstor está bastante enfermo, en vez invitan a
Segura y a Kreimer, amiga y amigo de la familia. Claudia Segura es muy buena: sabe de
los medios y está re buena. Kreimer es inteligente y seductor: camina con certeza, sabe
cuándo golpear la puerta.
Pedir cualquier cosa. La limosina asignada, una de tantas que pululan por la ciudad, los
lleva mientras miran los Simpson. Eso, en el ’95, es fanfabuloso.
Embriagados con nada, ante el pedido de la amiga de la familia, exigen los lleven a un
McDonalds. Los arcos amarillos son igual en todos lados, pero aquí deben ser los
originales, piensan. Pero no. Además: no han calculado el Automac para coches tan
largos. Quedan encajados, incómodos en una semirotonda tiesa. Marcos se hace el
caballero y busca cumplir el deseo de Claudia. Abre la macro puerta de vidrios
polarizados y baja a comprar las papas fritas que la dama quiere. Comida de pobres, los
negros los miran raro… Vuelve tras enfrentar a las personas más gordas del mundo.
Fantasea con una recompensa: alimentar a Claudia papita por papita… pero no se anima
a pedirlo, y ella lo ve como un sobrino.
-Gracias, amoroso…- dice y acaricia su mejilla. Él baja los ojos que quedan fijos en sus
tetas.

Al otro día, al estudio de televisión Marcos llega vestido de blanco, un gay insoportable.
Sentado todo recto, hace gestos amplios, modulo cada frase, no importa cuán sonsa sea;
amanerado e impostado, no sé si tanto impostor como alguien dispuesto a jugar ese
papel de new ager a pleno, una especie de último esfuerzo que da algún resultado.

Su hermano Flavio está vestido con campera de cuero, rulos de cantante de cumbia,
bigotes de cantinflas; dudoso y amañado, esquiva lo más posible, se desarma en el sillón
y habla de que tiene novia.
También dice cosas de los niveles, de la esencia, pero esta vez, al aclarar, oscurece sin
encanto…
“No es que uno muere-reencarna, muere- reencarna… porque cuando uno muere se va
fuera del tiempo, no es en secuencias, entonces entra… pero afuera no hay espacio…
creo más en una simultaneidad de diferentes tiempos. Que tu esencia está influenciada
por varias vidas, no solo por una.”
Para limpiar el nido de confusiones la madre habla de un teatro donde el alma
representa a la vez obras ambientadas en distintas épocas.
¿Será así? ¿Sirve preguntarlo al futuro? ¿o debiera haber una manera de expresar un
tiempo no tiempo, suerte de omnipresente que dice no tiempo y no espacio en unidad
indiferenciable?
No lo saben. Tal vez no se pudo nunca saber. Y si se supo, ya no lo pueden comunicar.

Varias veces corta la onda la propaganda una grasosa cortina musical. Tampoco ayudan
las preguntas de la audiencia en vivo y el estilo de la cubaconductora por peinado y
edad parecida a la madre. 

Marcos solo podía pensar en volver al hotel, quizás cruzarla en el pasillo. Kreimer sabía
que mejor era ir a tocarle la puerta cuando todos ya estén dormidos.

Cristina los invita a una cena en un restaurant de lujo, sobre una tarima separada del
resto de los mortales. Una mesa iluminada. Un piano suena bajo su propio spot de luz,
quien lo toca con dedos mofludos llenos de anillos en un momento se arrodilla y besa
las manos de Cristina. La diva y sus amigos, nos dan consejos mientras tanto. Uno es un
hombre sordo de un oído.
- ¿Cómo no vas a aprovechar esto? ¡Son tan jóvenes! ¡Por eso son idealistas!… Hay que
hacer plata… darle a la gente lo que quiere…
-Pero el capitalismo… ser falso, un panteón posmoderno: no está bueno adorarlo… –
balbucea Marcos. Flavio toma un jugo tras otro, una bandejita con ruedas retira los
vasos vacíos.
-Ya tengo cuarenta millones en el banco- dice la pareja de Cristina, o su contador–
puedo estar tranquilo…
El semisordo no quiere perderse la conversación:
- ¿Qué? - grita –¡Hablame de este lado! – pide.
— Que estos pibes no saben lo lindo que es comprarse una isla…

El show fue el doce de diciembre. Cuatro días después, no están más en el hotel de
invitados al program sino en uno más económico. Comparten la habitación madre e
hijos. Apagada la luz, se hace la paja. 

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