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Maristo de Aguaprofunda

Sol Invictus, Elegido de Helm, Caballero del Panteón, Paladín del Señor, etc.

Crónicas enanas

Primera parte: De Aguaprofunda al Infierno

Luego de una primera aventura en la que nos


vimos forzados a huir de los elfos oscuros, los
enanos más tenaces –Minborguen, Cres y yo–
trabajamos en Aguaprofunda lo suficiente como
para volver a comprar las armas y armaduras que
habíamos perdido en el vergonzoso incidente. “La
Joya del Norte”, como gustan de llamarla sus
habitantes, es una ciudad realmente grande y
organizada donde hay gente de todas las razas y
religiones, pero que, de todos modos, según Aliquam quam libero, sodales ac, porta ut, tempus
pudimos ver mientras trabajamos en el puerto, et, lectus.
también es morada del vicio y la corrupción. Debo
admitir que no fue muy heroico nuestro tiempo
acarreando ropa salada en canastas sobre
nuestras cabezas, ahorrando cada cobre para
pagar alojamiento y comida. Minborguen debe su
calvicie temprana a las horas extra. En los pocos
ratos libres, solíamos frecuentar una taberna no
muy lejos de la puerta sur, donde los relatos de
grandes hazañas, de labios de viejos y borrachos,
nos hacían pensar en darle otra oportunidad a
nuestro espíritu aventurero (la próxima vez no
huiríamos arrojando nuestros escudos). Fue en el
salón común donde conocimos al resto de
nuestros compañeros de grupo. Un día vino Aliquam quam libero, sodales ac, porta ut, tempus
alguien y dijo que unos orcos cobraban un abusivo et, lectus. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer
(e ilegal) peaje en un puente cercano. Eso nos dio adipiscing elit.
la oportunidad de medir la valentía de los que
estaban en el salón. Pese a que jamás
encontramos a los orcos –lo que provocó que
cualquiera se burlase de nosotros–, la partida con
la que salimos a cazarlos preparó el terreno para
que formemos un grupo aventurero. El mismo
quedó conformado por un mago lunático muy
raro, psiónico, humano y mañoso llamado
Letham; el gran guerrero enano de nombre
Minborguen, de extrañas características, porque
cuando lucha se enfurece y mancha de baba su
barba, pero cuando no está en acción se
comporta respetando las leyes y el honor (incluso
nos enteramos de que mandó a un asqueroso
semielfo a la cárcel por traidor, tirano y asesino
de compañeros); un Paladín de Helm (el dios de
los vigilantes) llamado Maristo, del cual todo
sacerdote estaría orgulloso, pero como todo lo
que brilla no es oro, el muchacho a veces se
comporta como un estúpido militar y de una
manera demasiado correcta; Cres, un enano como
yo, con las virtudes de la buena piedra; y un
“bonito” elfo, ágil como de costumbre, pero un
poco inusual, porque según lo que nos contó se
especializa en matar muertos vivos y en el uso de
la maza de infante, cuando todos saben que los
elfos usan espadas. A pesar de esa última
cualidad que no concuerda con el típico elfo, no
tuvo mala suerte al elegir el arma, ya que, como
se verá luego, conseguimos una maza muy
especial. Esta poderosa maza de disrupción (mata
muertos vivos y demonios) a la que hice alusión,
la conseguimos –más bien nos la dieron– en un
extraño lugar del cual nadie regresa sin recibir
ayuda divina. Cuando dije de un extraño lugar del
cual nadie regresa, me refería al mismísimo
Infierno. Sí, ese lugar a donde va a parar toda la
escoria y los malditos gigantes. Pero para
demostrar que el Bien somete al Mal incluso en su
propio territorio, nosotros salimos con vida y con
algo mucho mas grato que con la propia vida:
saber que nuestro dios nunca nos va a abandonar
ni siquiera en los lugares mas hostiles en otros
mundos, como ser el Infierno (a pesar de esa
frase, confieso que nunca dudé de su grandeza y
su sabiduría, pero ahora está demostrado por qué
vale tanto la pena ser sacerdote de Sharindlar,
gran dios de los sacerdotes de la curación).

Volviendo al tema pendiente, el Infierno, a


continuación les voy a narrar la historia de cómo
empezó y terminó esa aventura:

Estábamos todos en la taberna bebiendo algo y


charlando cuando nos interrumpió el tabernero
para pedirnos algo importante. Quería que
fuésemos a echar un vistazo a una casa
abandonada donde hacía una semana había
desaparecido un joven ratero conocido suyo.
Convencidos por el tabernero y con ganas de
ayudar a los necesitados y desgraciados,
accedimos cordialmente a su petición. Por lo
tanto, a la mañana siguiente, después de haber
dicho mis oraciones diarias, partimos rumbo a la
extraña casa abandonada que resulto ser la casa
donde alguna vez habitó un gran hechicero, loco,
malvado y adorador del maldito Satanás, Firelston
de nombre, o algo así. Mientras caminábamos
tranquilos rumbo a la casa, yo, como buen
sacerdote, iba entonando cánticos religiosos para
que nuestro dios nos ayude y nos proteja de los
intentos malvados que nunca faltan. Para
confirmar mi simple teoría, antes de llegar a la
casa nos cruzamos con dos aberrantes híbridos
llamados “Osos-Búhos”, pero por supuesto, los
tres enanos de la compañía acabamos con ellas en
un abrir y cerrar de ojos; nadie salió herido, a
excepción del frágil elfo. Luego de esa
demostración de lo que los enanos podemos hacer
cuando combatimos juntos, seguimos avanzando
hasta llegar a la casa. Recién cuando terminé de
hacer unos conjuros de augurio para conseguir
cierta información del lugar, entramos por la
puerta de madera astillada. Ésta había sido
lastimada por las hachas de los saqueadores y
rateros que la visitaban constantemente. Nos
abrimos paso sin dificultad desembocando en un
angosto y oscuro pasillo que se adentraba en la
colina de detrás. Los tres enanos, hábiles bajo
tierra, comenzamos a revisar las paredes en
busca de pasadizos secretos. En favor de la
costumbre, se podría decir que dimos en el clavo,
ya que encontramos rápidamente un par de
pasajes secretos consecutivos. Estos nos
condujeron, primero, a un cuarto sucio que tenía
una silla y una cama de madera medio podrida y
carcomida por los insectos; nada tenía de
interesante. Tras romper una pared liviana, el
segundo pasaje nos llevó a una enorme biblioteca
donde conseguí un diario escrito por el mago.
Letham, con más suerte, encontró el libro de
conjuros personal del brujo y otro de los diarios.
Luego volvimos a usar la técnica de romper
paredes y llegamos a la cocina. No quedaban ni
cubiertos ni jarros pero sobre una mesa había una
bandeja con las iniciales del mago y con algo
similar a un trozo de queso. Tiramos una piedrita
y ese símil de queso se derritió dando a conocer
su verdadera consistencia: ácido, una trampa
realmente estúpida aunque probablemente letal
para los rateros hambrientos. Hablando de eso, ni
rastro del pobre saqueador que se había
perdido...

Aburridos, comenzamos a buscar más pasajes


escondidos, y extrañamente fue el paladín el que
hizo los honores. Bajamos por una pequeña e
interesante puerta hacia un laboratorio de
alquimista realmente grande. Todo venía
tranquilo hasta que, vaya a saber de dónde,
salieron dos criaturas de lodo. Nos defendimos y
en un instante yacían tendidas en el piso
formando un charco hediondo. Tapamos nuestras
narices y seguimos. En el laboratorio solo habían
instrumentos rotos que alguna vez sirvieron para
hacer el mal. Lo único que sugería más peligro
era una gran puerta de madera reforzada con
barras de hierro que, provista de extrañas
inscripciones indescifrables, irradiaba un
tremendo mal proveniente de lo que había mas
allá. Cres disipo el mal y la magia y entramos,
listos para el combate. Del otro lado había una
interesante habitación con estantes llenos de
pócimas de extravagantes colores y libros que
prometían más magia, pero eso no era lo único
que había. En esa extraña recámara había algo
totalmente fuera de lo normal, seguramente más
terrible que cualquier cosa que habíamos
enfrentado hasta entonces. Nuestros
presentimientos se confirmaron cuando del piso
se levantó una sofocante nube de polvo que nos
abrazó y cubrió rápidamente, dejando entrever,
puesto que brillaba, una estrella de cinco puntas
en un círculo que nos abarcaba. El símbolo de
Satanás cubría todo el piso de la habitación, y
nosotros, sin saberlo hasta ese momento,
estábamos parados sobre él. Luego de que el
remolino de tierra nos cubrió, todos nuestros
intentos de escape fueron inútiles: la magia
poderosa nos arrastro consigo y nos llevó al
mismísimo Infierno. El maldito cuarto resultó ser
un pasaje al Infierno. Para colmo, solo de ida.

Cuando volvimos a reaccionar éramos muñequitos


pintados con cara de sorpresa en un paisaje
apocalíptico y enfrente nuestro había un pequeño
diablo con alitas y un tridente en miniatura.
Parecía ser el guardia de la plataforma de piedra
en donde habíamos aterrizado. En cuanto el
monstruo nos vio, todos sentimos en nuestras
cabezas un grito de terror ensordecedor. Eso
daba a entender que poseía alguna clase de poder
mental. Eso provocó que Letham – siempre
suicida– se metiese en la cabeza de la criatura.
En un lapso relativamente corto el diablillo le
transmitió las imágenes más horrorosas que vio y
sintió en su vida; lo que incluía las pistas
necesarias para poder salir de ese plano. Cuando
Letham volvió en sí, matamos al demonio
arrojándole nuestras hachas. Acto seguido no lo
tocamos ni revisamos, nos limitamos a observarlo.
Era humanoide, tenía las orejas puntiagudas, las
alas como las de un murciélago y la piel de color
marrón-rojo que probablemente resistía al fuego,
ya que en todo momento estallaban bolas de
fuego no muy lejos; me olvidaba de la cola larga
con un aguijón al final. Este aguijón resulto ser
venenoso y nos había rasguñado, pero gracias a
los conjuros otorgados por mi dios nadie murió a
causa del veneno.

Finalmente Letham dejó de babear y nos contó


que sabía que había una hechicera semielfa que
no pertenecía a la facción local que habitaba al
noroeste, en una zona de montañas. Por algún
extraño motivo los demonios la respetaban y le
temían. También había visto entre los terribles
recuerdos del demonio un pilar de calaveras; y a
un enorme y tremendo demonio llamado Bel, que
lanzaba bolas de fuego con sus alas y parecía ser
el emperador de este plano — ya que estaba en
un gran castillo salvaguardado por criaturas
similares a dragones y los centenares de demonios
a su comando marchaban en filas ordenadas por
su voluntad. Luego de que terminó de describir
las imágenes le agarró mucho miedo (que provocó
en él un efecto similar al del conjuro: salir
corriendo despavorido). Nos decía a los gritos que
el nombre de la criatura era “Trasgo” y que hacía
mil años había sido condenado a servicio de
guardia perpetuo, porque el mortal a su cargo
había terminado sirviendo a Tiamat en vez de a
su amo Bel. Cuando se calmó decidimos de
común acuerdo ir a hablar con la hechicera.

Comenzamos a caminar en dirección a las


montañas y luego de unas cuantas horas
“tranquilas” nos topamos con un asqueroso río de
sangre y restos de cuerpos. El Paladín de Helm
intento cruzarlo y se metió sin asco. Ese
repugnante intento se vio frustrado cuando unas
extrañas criaturas como anguilas lo atacaron
mordiéndole las piernas. Cuando intentó
golpearlas con su espada mágica una de ellas se
aferró a la espada y le consumió la magia.
Estábamos atónitos ante lo que estábamos
presenciando. Letham supo qué hacer: le hizo el
conjuro “volar” al guerrero enano y así el enano
logro rescatar al Paladín que estaba siendo
devorado y arrastrado por esas extrañas criaturas.
Luego lo llevó hacia la otra orilla y después nos
vino a buscar y nos cruzó a todos uno por uno.

Seguimos avanzando tranquilos en relación a


encuentros pero también asustados, ya que a
cada rato caían bolas de fuego desde el cielo rojo
anaranjado y nos pasaban o estallaban muy
cerca. A pesar de ello y el calor de muerte que
hacia seguimos adelante. Unas horas más tarde
llegamos al objetivo. La casa excavada en la roca
era rara y estaba rodeada por una cerca
probablemente mágica, cuando nos presentamos
en la entrada salió una vieja semielfa con una
extraña maza en una mano y con un frasco de
agua bendita en la otra, tenía un vestido largo
similar a una túnica y un símbolo colgado al
cuello; nos miró y nos dijo que nos marcháramos
y que no la molestásemos mas, estaba un poco
exaltada y paranoica. Nosotros, sin pasar la
cerca, le dijimos que veníamos en son de paz a
hablar con ella porque necesitábamos saber el
modo de salir del infierno, luego de notar a dos
Sacerdotes y a un Paladín, dudó y nos pasó un
poco de agua bendita para que todos nos tiremos
unas gotas. Recién entonces, tras cumplir
amablemente su petición, nos dejó pasar a su
refugio. Al abrigo de su morada charlamos sobre
el gran demonio Bel; sobre esa extraña maza que
resulto ser una maza de disrupción, motivo por el
cual todos en ese plano le temían y respetaban; y
también sobre la posible salida del horrible plano
donde estábamos. Cuando al pasar le
preguntamos cómo había salvado su vida tantos
años, se puso nerviosa. Al principio no sabía qué
decir, pero luego, tal vez con cargo de conciencia
nos confesó que había hecho un trato con Bel. El
trato era simple, consistía en que entre ellos no
debían molestarse. Más o menos una vez al mes él
mandaba una cuadrilla de demonios para verificar
que todo marchase según lo acordado y que ella
no esté queriendo pasarse de lista. Pese a ello, la
convencimos de que nos dejara pasar la noche en
su guarida. Nos pusimos a descansar todos menos
el paladín. Maristo había ido a hablar a solas con
la vieja, luego nos enteramos de que la vieja
había tomado su bondad como otra cosa. Mientras
nosotros discutíamos sobre quién iba a hacer la
primer guardia, los “cuidados” que pedía la vieja
no fueron del gusto del devoto paladín (un buen
aventurero siempre debe estar alerta, pero no
paranoico, porque si no le puede suceder lo que
dicen los Drow: “El que busca la muerte por la
espalda, la encuentra de frente”). Pese al
entredicho, dormimos hasta que Letham nos
despertó con sus gritos causados por pesadillas
relacionadas con las imágenes que le había
transmitido el demonio. Una vez se recompuso
volvimos a dormir hasta que nuevamente nos
volvieron a despertar unos gritos, esta vez
provenientes del cuarto de la vieja. Entramos
armados para combatir pero resultó ser que ella
también tenía pesadillas a causa de Bel. El
poderoso diablo la atormentaba desde su
fortaleza, así que la despertamos y velamos por
ella hasta la mañana siguiente. En cuanto me
despabilé fui con la vieja hechicera y le ofrecí mi
ayuda, ella aceptó y entonces le hice el conjuro
“Extirpar maldición”. Ya era un nuevo día a pesar
de que allí siempre es de día. Mientras nos
preparábamos para partir pedimos a la vieja
hechicera que venga con nosotros, pero lo único
que conseguimos fue la poderosa maza de
disrupción y una cálida despedida. Partimos solos
hacia el pilar de las sabias calaveras y volvimos a
cruzar el río putrefacto. Un olor a vómito de
muerto se impregnaba en la ropa junto a nuestro
constante sudor y lagrimeo debido a tanta luz y
calor.

Una vez más la suerte estaba del lado de los


demonios ya que no nos cruzaron rumbo al pilar.
Cuando llegamos al tótem de calaveras, los
cráneos empotrados en su extensión nos
recibieron de una manera divertidamente
alocada, ninguna guardaba silencio mientras el
otro hablaba, todos gritaban y corregían a su
“vecino” cuando según su criterio se confundía.
Era un buen espectáculo ver esa escena tan
caótica cuando uno está acostumbrado a escuchar
hablar al Paladín con Cres y el guerrero enano. Lo
más gracioso era que había una cabeza de ogro
que era mucho más grande que las demás y se
autoproclamaba líder del pandemonio. Era verdad
que tenía algún medio de control sobre las
demás, porque una cabeza de elfo lo quería
traicionar y el ogro lo lastimaba haciendo fuerza
y concentrándose. Esa cabeza de ogro quería que
le diésemos un cuerpo vivo –preferentemente el
del paladín– para comérselo en forma de
sacrificio, a cambio de esto él nos diría cuál era
la llave para abrir el portal de salida. También
había un gnomo que probablemente en el pasado
había sido un mago, ya que nos ofrecía un trato
que consistía en que le diéramos la llave para
hacer magia a cambio de la llave para el portal.
Nosotros accedimos a negociar con él. Letham
sabía que un trozo de obsidiana, resto de una
explosión, servía para hacer hechizos sin
problemas y se lo dijo. El gnomo nos dijo que un
adoquín del camino principal que salía de la
Fortaleza Bel serviría para activar el portal que
nos sacaría del infierno. Por suerte sabíamos la
ubicación del portal gracias a las charlas con la
vieja y las visiones de Letham.

Como era lógico en algún momento a los


demonios se les iba a acabar la suerte y se iban a
cruzar con nosotros, esto sucedió cuando íbamos
rumbo a buscar la llave. Una docena de demonios
comandados por dos capitanes con aires de
dragón en miniatura se cruzaron en nuestro
camino. Se libró una sangrienta batalla en la que
participaron los demonios y algunos de nosotros:
el elfo, el paladín, Cres y yo. Los demás, Letham
y el enano, se habían ido volando invisibles a
buscar la llave. No puedo dejar de decir que el
enfrentamiento fue un verdadero espectáculo del
dominio de la maza por el elfo y del hacha por mi
parte. Además, gracias a la fe del paladín, que
estuviésemos en desventaja numérica no fue
determinante. Luego de certeros sablazos y
conjuros la pelea se puso de nuestro lado porque
derribamos a los dos capitanes, los demás
estaban heridos y se dieron a la fuga. Una
extraña característica que se notó en ese
momento fue que las partes lastimadas, como las
alas, comenzaron a sanar mientras se retiraban,
esto daba a entender que regeneraban. Pero los
muertos se quedaron bien muertos, despatarrados
en el suelo rocoso.

Luego notamos que unos aguijonazos habían


envenenado al paladín, pero por la gracia de mi
dios –que me concede la habilidad de lanzar
conjuros sanadores– demoré por unas horas los
efectos del veneno. Sería el tiempo suficiente
como para crear un antídoto. Seguimos
avanzando hacia el portal y se nos unieron el
enano que, junto con Letham había conseguido la
llave del portal. Aproximadamente una hora
después, pese a que íbamos lo más lejos que
podíamos del castillo, nos encontramos
nuevamente con una patrulla élite de demonios
aún más amenazadora que la anterior. Pero
entonces contábamos con la fuerza del “gran
guerrero enano”, que realmente domina el uso
del hacha en cada mano y – por si esto fuera poco
– con la ayuda del mago. Esta vez mi hacha no
fue necesaria, por lo tanto me dediqué a lanzar
conjuros desde la retaguardia. Por suerte, en
conjunto, no fue un obstáculo muy duro, así que
nadie resulto herido de muerte. Un rato después
estábamos a unos metros de distancia del arco
del portal hecho de restos humanos (y no tan
humanos). Sentado en la base de hueso, un
hombre de rasgos suaves y túnicas rojas nos
esperaba. En sus manos llevaba un frágil cristal
de color rosado y fucsia, grande como un casco.
El humano se nos acercó y dijo que si llevábamos
eso con nosotros del otro lado nos dejaría pasar
sin problemas. A pesar de que el resto del grupo
optó por negarse, Letham aceptó. Mientras el
guardián del portal le daba el cristal a Letham –
parecía en ese momento un huevo lleno de
sangre–, de la nada salió la vieja hechicera
semielfa. Venía pronunciando unas palabras
cargadas de poder que hicieron que un rayo de
pura electricidad saliera disparado desde su mano
derecha para golpear al extraño humano en el
pecho, derribándolo. En ese mismo momento
Letham soltó el cristal, que se hizo añicos contra
el piso. El guerrero enano mantenía abierto el
portal con el adoquín en alto. El arco de la salida
estaba rodeado de destellos azules. Bajo el fulgor
de las luces, el extraño humano que pensábamos
muerto se convirtió en un diablo todo cuerno y
espinas. Por si esto fuera poco, docenas de
secuaces suyos que habían estado presenciando el
trato ocultos se lanzaron al ataque. Respondimos
con nuestras armas y comenzó un ejemplar
episodio de la gran batalla entre el bien y el mal.
El mejor golpe lo dio el elfo, que con la maza de
disrupción terminó el trabajo de destruir al
guardián del portal, sin duda el más grande y
poderoso de todos los demonios con los cuales nos
habíamos enfrentado. Luego de ese acierto,
aprovechamos el impacto moral que produjo la
muerte del líder de los diablos en su tropa y
corrimos como liebres hacia el portal, todavía
abierto gracias a la tenacidad del guerrero enano.
Pasamos todos menos la pobre hechicera que por
llegar última se quedó en el infierno. Así –
duramente– aprendimos que más de seis personas
juntas no pueden pasar a través de un portal con
la misma llave. Lo único que pudimos hacer
respecto a la hechicera fue acompañarla en
mente y alma, rezar por ella y desearle buena
suerte. Hay que ser fuertes, debemos admitir que
seguramente murió. Pero su acto de valentía
demostró que prefería morir de pie a vivir de
rodillas ante Bel, algo que nos inspiraría mucho
en el futuro. Ahora que pienso debería hacer un
minuto de silencio en memoria de esa gran
persona llamada Hexla...

Volviendo a lo anterior: estaba contando que


todos menos Hexla logramos pasar a través del
portal. Luego de sentir la magia pasar por
nuestras venas, llegamos o caímos en una gran
ciudad modernísima –ciertamente opacaba incluso
a Aguaprofunda– que, en vez de estar construida
sobre algún suelo, flotaba en el aire con su
graciosa forma de dona (rosquilla). Sus altos
edificios eran de piedras hermosas traídas cada
una de un mundo distinto; en conjunto apuntaban
hacia dentro, algunos como cielo y otros como
horizonte de tan extraña ciudad ¡Y sus
habitantes! Uno pasaba, como si nada, al lado de
una súcubo (hermosa mujer demonio) o de un
centauro cabra comerciante, o de un sacerdote
del bien, como yo... y seres tan distintos
convivían, por distintas razones que nos
enteraríamos luego, y de las que de hecho
terminaríamos formando parte. Nos
encontrábamos en el centro del universo, en una
ciudad que se mantiene neutral para juzgar a
todos y a todo, una ciudad llamada Sigil.

Extracto del diario de un Enano Anónimo

1997

Crónicas Enanas

Segunda parte: El Reporte Minborguen

Habíamos salido de nuestro habitual


reclutamiento en las barracas de los amables
Harmonium y decidimos ir a desayunar a la
cantina de enfrente. Entramos – un lindo lugar
por cierto –, dejamos las armas a un señor rubio
(no pude saber su nombre) y nos sentamos en una
mesa. En eso, un señor de tez gris, mirada
penetrante y misterio al por mayor, se sentó no
muy lejos de nosotros. Al ver esto, mi honorable
compañero Maristo, se dirigió hacia su mesa con
su ilustre cara de hablar. En seguida nos
acercamos, Enano Anónimo y yo, Minborguen,
gran seguidor de Barba Plata. Ahí me enteré que
este sujeto era un Polvoriento y decía que
nosotros los Harmonium estábamos en la facción
equivocada. Excitado, hablaba de que no era
como el resto sino que aceptaba estaba muerto.
De hecho nos hizo el pedido más extraño: que lo
matáramos para probar su verdad absoluta. Por
supuesto no accedimos. Contrariado, balbuceó
unas palabras, al parecer en contra de Maristo, ya
que quedó entumecido por unos segundos. Luego,
el Polvoriento, le ofreció a nuestro compañero de
reclutamiento su libro de sortilegios a cambio de
que le diéramos muerte. Cuando Enano Anónimo
iba a leer el libro, Maristo, ya recuperado, le
arrebató el libro y lo puso bajo su puño (él
muchas veces se anticipa al peligro o quizás es
muy precavido). Entonces, previniendo que iba a
haber revuelta me levanté de la mesa y le avisé
al rubio (otra vez que vaya a la cantina le
preguntaré el nombre) que se iba a armar una,
que yo iba a llamar a unos guardias enfrente y
que mientras tanto hiciera tiempo. Cuando volví
con una patrulla, un humo espeso salía por la
puerta. Uno de los guardias se resbaló en una
grasa nefasta puesta como trampa en la entrada.
Pude entrever a Maristo y a nuestro compañero
de reclutamiento vomitando envueltos en una
horrible nube; sin embargo, no había rastros del
causante del revuelo. El gas hediondo, al parecer,
lo había conjurado el Polvoriento ¡Maldito sea el
hombre que le enseñó palabras mágicas a tan
irresponsable y caótico ser! Mi sangre clamaba
por impedir lo que se estaba desencadenando,
por lo que, aguantando la respiración, atravesé
nube. Recién entonces divisé al polvoriento entre
el lío de mesas. Quizás por lástima o por la
voluntad misericordiosa de mi dios –que tanto
honro y respeto – di vuelta mis hachas para
pegarle con el plano de las hojas y no matarlo. No
comprendo por que no le aticé; seguramente
porque no era yo quien debía hacerle ver lo
estúpido de su accionar, o quizás porque salí un
poco aturdido de la nube. Ni bien se disipó la
bruma verde, un guardia poco enterado de que le
estaba haciendo un favor, arrojó su lanza. El
Polvoriento fue alcanzado en el pecho y así
obtuvo lo que tanto quería.

Esto que voy a narrar a continuación es solo para


mis superiores Harmonium y no para el resto de
mis compañeros:

Luego de que Maristo le quitó el libro, el


Polvoriento cayó dormido. Luego de que todo
este inconveniente pasara, nuestro compañero de
reclutamiento testificó que el Polvoriento se
había dormido por lo ebrio que estaba y después
se contradijo afirmando que él lo había dormido.

Además – será porque soy muy observador – me di


cuenta que luego del incidente, el libro de
sortilegios del Polvoriento no quedó ni arriba de
la mesa ni tirado cerca. Al libro no lo vi más y me
gustara saber quién lo robó. Espero que la ley sea
severa con quien rapiña y oculta evidencia.

Minborguen
Nullam eget neque
Vestibulum eu lacus. Donec velit. Nulla pulvinar
ultricies risus. Pellentesque sagittis tristique
libero. Nullam hendrerit convallis diam. In vel
quam eu augue imperdiet tempor. Maecenas
euismod hendrerit metus. Vestibulum scelerisque
turpis rutrum turpis. Maecenas sollicitudin arcu
sed diam.

Sed lectus
Pellentesque fermentum, eros quis feugiat
placerat, nibh diam malesuada ante, id semper mi
dolor sit amet risus. Aliquam urna sem, blandit a,
tempor id, volutpat sed, elit.

Nulla aliquot lacinia velit


Cras et odio vel dui tempus varius. Sed nec orci.
Sed tincidunt pede a magna. Nullam tortor. Sed
nulla massa, adipiscing sit amet, fermentum ut,
commodo ac, turpis. Morbi sollicitudin, augue at
viverra dictum, dolor nisi volutpat urna, in laoreet
velit sapien in orci. Fusce sit amet odio vel lacus
bibendum adipiscing.

Etiam quis tortor


Cras mauris lacus, eleifend vitae, facilisis
vitae, tempor non, ligula. Cum sociis
natoque penatibus et magnis dis
parturient montes, nascetur ridiculus mus.
Maecenas lobortis. Maecenas leo elit,
sagittis vitae, mattis id, placerat vel,
urna. Aenean interdum sollicitudin elit.

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