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Divertirse trabajando
Sergio de la Calle • Plataforma Empresa © 2021 • 224 páginas
Ideas fundamentales
• Preservar la risa y el juego como un derecho máximo podría salvar a la humanidad de las peores crisis.
• Solo el 15 % de la población disfruta su trabajo. Cada vez son más las personas que sienten que su trabajo
es un inhibidor de la satisfacción y la alegría. No importa cuánto ganen o cuántas vacaciones tengan.
• Muchos líderes han aprendido que ser divertidos está mal visto y es poco profesional, por lo tanto,
generan ambientes laborales de pesadez y sufrimiento.
• Las empresas han dejado de gustar. Las nuevas generaciones no quieren llevar su talento a empresas que
no están dispuestas a reinventarse y atreverse a cambiar.
• Por muy incómodo que resulte, el cambio cultural debería ser considerado en todas las empresas. Cuatro
fases describen los pasos a seguir para lograrlo.
• La primera fase para el cambio cultural se concentra en poner el ejemplo como líder. Cuando un líder
está dispuesto a reírse de sí mismo, está listo para operar una verdadera transformación.
• Hay grandes líderes y corporativos que han sabido echar mano del sentido del humor y prueban que la
seriedad no es indispensable para el éxito.
• La segunda fase para cambiar a empresas con la seriedad arraigada, implica un cambio drástico en las
percepciones de todos los integrantes.
• Otorgar el poder del humor a todos los integrantes y conseguir que la risa sea un sello de marca son las
fases tres y cuatro del cambio cultural.
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Resumen
“Escribo este libro porque la risa es ahora más necesaria que nunca.”
La humanidad se ha sobrepuesto a grandes atrocidades, pero no podría haberlo hecho sin conservar su
capacidad de sonreír. Guerras, hambre, bombardeos, epidemias y una reciente pandemia han marcado a las
civilizaciones. Pese a todo, la esperanza ha persistido y mucho se debe a la capacidad de conservar el sentido
del humor. Aunque la realidad es más fuerte que la ficción, la película La vida es bella podría servir como
un ejemplo claro de lo que significa sobrevivir a los peores aspectos de la humanidad, gracias al juego y a la
capacidad de reír.
El juego y la risa son indispensables para la vida. Esto hay que recordarlo a menudo, cuantas veces sea
necesario. Un reciente estudio de psiquiatría publicado por Estambulian Talks advirtió sobre el numeroso
incremento de personas que padecen depresión y cómo esta disfunción puede convertirse en la primera
causa de discapacidad en el mundo. Es verdad que nada se compara con una guerra o una catástrofe. Ningún
conflicto laboral se acerca a un escenario tan desolador, sin embargo, es bien sabido que el trabajo es uno de
los aspectos que más conflictos emocionales, físicos, familiares y sociales causa a diario. ¿Cómo es que tantas
personas lo padecen?
Solo el 15 % de la población disfruta su trabajo. Cada vez son más las personas que
sienten que su trabajo es un inhibidor de la satisfacción y la alegría. No importa
cuánto ganen o cuántas vacaciones tengan.
Estudios realizados por la empresa encuestadora Gallup durante cuatro años consecutivos en más de cien
países reveló que las personas cada vez ríen menos, que el 85 % de las personas no está conforme con su
empleo y que las emociones positivas se disparan más los fines de semana, cuando los trabajadores están
lejos de sus oficinas. La sentencia es clara: la risa y el placer se han vuelto bienes escasos en el marco del
mundo laboral.
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Muchos líderes han aprendido que ser divertidos está mal visto y es poco
profesional, por lo tanto, generan ambientes laborales de pesadez y sufrimiento.
Fernando Bartolomé y Paul A. Lee Evans realizaron el estudio titulado ¿Merece la pena sacrificarlo todo en
aras del éxito profesional? Luego de entrevistar a dos mil directivos, concluyeron que la mayoría asume que
existe un alto costo a pagar a cambio de su estabilidad laboral. Generalmente, creen que ese costo se debe
asumir en términos personales y familiares. El mismo estudio reveló que esa idea puede ser un mero cliché,
ya que existen casos en los que el goce laboral está directamente asociado al goce personal y familiar. Sin
embargo, también se advierte que aunque algunos tengan buen sueldo, vacaciones suficientes y un horario
razonable, si no son felices haciendo lo que hacen, tampoco alcanzan la felicidad en otros ámbitos.
“La diversión se traduce en un buen ambiente donde a la gente le guste trabajar. Cuando
disfrutamos de nuestro trabajo, nuestros clientes disfrutan la experiencia.”
Algunos jefes que muestran un gran sentido del humor fuera de la oficina, suelen recatarse frente a colegas
y empleados. Están convencidos de que si se atreven a bromear en las juntas, serán tomados como payasos.
A esos líderes hay que recordarles que la alegría es cosa seria también y que no hay nada que relaje más
la tensión frente a las crisis que una sonrisa o una carcajada. Esas creencias que han formado parte de los
códigos empresariales reclaman un potencial cambio de la cultura laboral y organizacional. Todo indica que
hay que desarticular todo aquello que equipara al trabajo con el sufrimiento, el sacrificio y la tortura.
Las empresas han dejado de gustar. Las nuevas generaciones no quieren llevar su
talento a empresas que no están dispuestas a reinventarse y atreverse a cambiar.
Los jóvenes de la generación Z han vivido inmersos en un ambiente de pesimismo y crisis desde que
nacieron, así que las empresas tradicionales ya no los motivan, tampoco las instituciones. Los jóvenes de la
generación Z prefieren empresas que sean auténticas, originales, que vayan a la vanguardia y que planteen
siempre el aprendizaje de nuevos temas.
Expertos en desarrollo organizacional predicen que en el futuro los jóvenes buscarán en qué empresas
trabajar para aportar su talento y no al revés. Las empresas que logren mostrar sus valores y diferenciarse
del resto serán las más buscadas y las que contarán con mejores oportunidades de reclutamiento. Las
nuevas generaciones saben cómo atravesar las crisis, incluso las más complejas. También han entendido
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Por muy incómodo que resulte, el cambio cultural debería ser considerado en todas
las empresas. Cuatro fases describen los pasos a seguir para lograrlo.
Es bien sabido que todo cambio organizacional puede causar incomodidad en todos los niveles. Aunque
muchos muestren disposición a cambiar, siempre hay resistencias. Todos quieren mantener, de alguna
manera, las cosas como estaban. Existe una tendencia en la mayoría de este tipo de proyectos, en los que
operar la transformación es tan complejo, que todo se va llevando por lo fácil y lo rápido hasta que se
desemboca en un mero informe y una intensa campaña de comunicación: anunciar que todo cambió sin que
haya cambiado nada.
El verdadero reto de este cambio cultural necesario es conseguir transformar lo invisible, aquello que las
personas hacen cuando no las ven o las evalúan. No basta con cambiar unas papeleras e impresoras de
lugar o inaugurar una nueva sala de reuniones. Hay que ir a lo que hay tras lo evidente, no importa si parece
que tomará mucho esfuerzo o tiempo.
Al tomar en cuenta cuatro fases que ayudan a visualizar y entender el cambio cultural, podrá construirse una
empresa que pase de aburrida y gris a una empresa que encante y motive. Cambiar de agonizar a divertirse
en el trabajo. Tal como ocurre en la película de Monsters, Inc., hay que dejar atrás las empresas que viven de
asustar a las que viven de reír.
“Me da igual lo lejos que hayas llegado ni qué habilidades tengas; como dijo Ángel
Gabilondo: ‘Sin sentido del humor, los otros sentidos son vulgares’.”
La risa es aceptada en los lugares y en las personas comunes, pero no en los gobernantes ni en los directivos.
Desde los tiempos de Aristóteles se ha construido una investidura poderosa alrededor de la seriedad. La
comedia fue vista como algo menor frente a las grandes tragedias griegas. En el cristianismo no hay registros
de la risa de Jesús. Hobbes describió la risa como un elemento de venganza de seres con pensamientos
inferiores e incultos. Incluso el mundo del entretenimiento más banal ha puesto en la pantalla íconos que
tiran más a la tristeza, tal como Jon Snow de Game of Thrones o Jack Shepard en Lost.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que no solo el buen humor ha estado castigado a lo largo de la
historia, es verdad que también ha habido líderes que no han sabido hacer buen uso del humor y lo han
utilizado solo para denostar su superioridad. Stalin no paraba de reír cuando un reo rogaba por su vida en
el pabellón; y Donald Trump no pudo contenerse de llamar “Pocahontas” a la senadora Elizabeth Warren
durante una ceremonia de honor a los veteranos navajo. En este contexto resultará difícil para muchos
líderes hallar sus propios estilos. Los directivos tendrán que aprender a hacer uso de la risa para aligerar
la carga, hacer conectar a las personas, abrir su creatividad y procurar ambientes más relajados para una
buena comunicación.
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Si los líderes hacen uso del humor con naturalidad y regularidad, es muy probable que la gente también lo
haga. Muchos líderes han entendido esto como un elemento clave para su quehacer. Todo el mundo goza de
sentido del humor y los líderes no son la excepción. Algunos tienen un sentido clásico, otros más de barrio,
pero el secreto está en encontrar un humor que sirva al propósito de la empresa. Hay que hallar el humor
que mejor encaje con el tipo de negocio.
En la actualidad hay líderes que son modelos a seguir, ya sea porque son ejemplo de un gran sentido del
humor o porque han construido ambientes seguros para que otros puedan hacerlo. Steve Cody, cofundador
de Peppercom tuvo algunas experiencias con la comedia de forma amateur y se convenció de sus beneficios.
Cuando fundó su agencia de comunicación en Nueva York, un compañero lo alentó a tomar un curso de
monólogos. Desde entonces, se percató que los beneficios del humor eran tantos para mejorar el entorno y la
productividad, que una de sus políticas es ofrecer un curso de comedia de 90 minutos para todo aquel que se
incorpore a la compañía.
El CEO de Tesla, Elon Musk, ha seguido los impulsos de su sentido del humor. Cuando en 2018 su empresa
SpaceX lanzó el segundo cohete más poderoso después del Saturn V, Musk eligió, en vez de la investidura
científica, un poco de comedia. En la bodega de carga del cohete colocaron un Tesla Roadster descapotable
con un maniquí piloto disfrazado de Starman en honor a David Bowie, con un reproductor que haría
sonar en bucle Space Oddity. Con estos tintes de buen humor, el Roadster se convirtió en el primer auto
eléctrico en llegar al espacio, en donde permanecerá, por lo menos, un milenio. Hay que decir que Elon
Musk no se salvó de preguntas incómodas, pues una reportera le cuestionó si no le parecía una estrategia de
mercadotecnia tonta. El magnate contestó: “Es un poco tonto y divertido, pero las cosas tontas y divertidas
son importantes”.
“Aquí reina un sentido del humor genuino. Incluso hacemos bromas durante llamadas de
clientes. Eso les demuestra que somos, ante todo, humanos.”
Una vez que los líderes están dispuestos a llevar el humor como bandera y ejemplo, viene el paso más
drástico y sustancial: lograr el cambio de percepción en todos los niveles y espacios de la organización. No
se trata de discursos o actitudes, se trata de derribar las barreras estructurales a través de hechos visibles,
obvios y contundentes.
Ejemplo de ello son las medidas que tomó IKEA cuando quiso demostrar su compromiso con la ecología
y derribar algunos privilegios de sus directivos. La empresa decidió renovar toda la flotilla por autos
eléctricos, así que todos tenía el mismo auto, sin importar su nivel jerárquico. Otro ejemplo lo ofrece HP
cuando reconoció públicamente a uno de sus líderes por los objetivos alcanzados, y en el mismo evento lo
despidieron porque alcanzó esos resultados fuera de los valores de la empresa.
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Otorgar el poder del humor a todos los integrantes y conseguir que la risa sea un
sello de marca son las fases tres y cuatro del cambio cultural.
Conseguir que el sentido del humor se goce dentro de un ambiente organizacional es fantástico, pero
todavía puede ser mejor si se extralimita y forma parte de la relación con el mundo exterior, los clientes
y el mercado. Para ello hay que movilizar, incluso, a las personas que no tienen relevancia en la jerarquía
interna, pero sí en la opinión pública.
Hay un ilustrativo caso de David Holmes, un asistente de vuelo quien tomó su creatividad y buen humor
para dar las aburridas instrucciones de emergencia de forma única y novedosa: rapeando. Al percatarse de
lo mucho que se aburrían los pasajeros cuando escuchaban las instrucciones, decidió hacer un rap, pedir
palmas y bailar por los pasillos de manera desinhibida. Su idea se esparció rápidamente gracias a un video
que se difundió en redes sociales, que le valió incluso entrevistas para CNN. Southwest Airlines se mostró
complacida y respaldó a Holmes; incluso, cuando una clienta se quejó a través de una carta, asegurando
que no volvería a volar con ellos si esto volviera a ocurrir, la respuesta de la aerolínea fue “Vamos a
extrañarte”. Prefirieron perder a una persona, antes que echar por la borda todo lo que habían ganado con la
creatividad de su empleado, luego de años de usar el humor como un distintivo en sus publicidades y en su
estructura para distinguirse de otras compañías aéreas.
Cuando se logra que una empresa se reconozca por su sello particular, el cambio se ha logrado, muy
probablemente, con los mejores resultados a pesar de las adversidades.
Sobre el autor
Sergio De la Calle es sociólogo, tiene un MBA y un posgrado en recursos humanos. Ha impartido
conferencias en una decena de países y ha contribuido a los procesos de cambio e innovación de algunas de
las empresas más importantes de España.
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