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5 Bases para Una Vida Espiritual
5 Bases para Una Vida Espiritual
Vivimos en un mundo muy espiritual. Es interesante notar que, con todos los
avances de la ciencia y la promoción del ateísmo, la gente sigue interesándose por
lo espiritual. Existe al fondo del corazón humano la necesidad de creer en algo más
allá de su propia existencia. Como dice Eclesiastés 3:11, Dios ha puesto la
eternidad en el corazón del hombre: "Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha
puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la
obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin."Todos buscamos algo más.
Por eso, vamos a empezar hoy una serie de mensajes que nos guiarán, mediante
la Palabra de Dios, hacia la verdadera espiritualidad. Aprenderemos cómo tener
una vida de espiritualidad auténtica. La única manera de tener una vida de
espiritualidad verdadera es reconectarnos con el Padre de los espíritus, el Dios
verdadero.
De otro modo, estamos jugando con una falsedad. Es por esto que Dios prohíbe
por completo a su pueblo que se meta en cuestiones de hechicería, de astrología y
de brujería. No son de El. Nos alejan de El. Pueden ser muy peligrosos.
Deuteronomio 18:12 dice que las personas que hacen tales cosas son detestables
para el Señor: " Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace
estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de
delante de ti." Son como los hongos venenosos que parecen ser de verdad, pero
que traen la muerte.
Si existen muchas formas falsas de movernos en el mundo espiritual, sólo hay una
forma verdadera. Sólo es posible por medio de Cristo Jesús. No existe otra
persona que pueda darnos vida espiritual. La razón por la que buscamos la vida
espiritual es porque fuimos creados por un Dios que es espíritu. Tú y yo no somos
solamente cuerpos. Tenemos también un espíritu y un alma.
Es nuestro espíritu el que anhela estar en comunión con nuestro Padre celestial,
pero estamos separados de El. Lo que nos separa de Dios, el Padre de nuestros
espíritus, es nuestra culpa. Todos hemos pecado, y por lo tanto, somos culpables
ante Dios. Esto es lo que nos separa de El. Este es nuestro problema principal.
Más que la salud, más que el dinero, más que la felicidad familiar o la vida misma,
a ti y a mí nos hace falta ser perdonados por nuestra culpabilidad ante Dios.
¿Entiendes eso? Si no entendemos bien nuestro problema, no podremos encontrar
la solución. Nuestro problema principal es que tú y yo somos realmente culpables
ante Dios a causa de nuestro pecado.
Romanos 3:23 dice: "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de
Dios". Todos hemos pecado. No hay ser humano, salvo Jesús, que no haya
desobedecido las leyes justas de Dios. Esto produce una verdadera culpabilidad
ante Dios. Romanos 3:19 dice, en la Nueva Traducción Viviente: "la ley se aplica a
quienes fue entregada, porque su propósito es evitar que la gente tenga excusas y
demostrar que todo el mundo es culpable delante de Dios."
La ley de Dios - los Diez Mandamientos y todas las otras leyes que nos
demuestran lo que es bueno y lo que es malo - sirve para demostrar que todos
somos realmente culpables ante Dios. Esto es algo más allá de nuestros
sentimientos. Si nos sentimos culpables o no, no importa. Somos culpables ante
Dios, porque todos hemos desobedecido sus leyes.
¿Lo declarará inocente el juez? ¿Le dirá: "Ah, bueno, en ese caso, eres inocente"?
¡Claro que no! La persona es culpable, independientemente de sus sentimientos.
Ha violado una ley, y su culpabilidad ha sido demostrada por evidencias
contundentes. Así es con nosotros también. Hemos violado la ley de Dios, y esa es
una realidad independiente de nuestros sentimientos.
Si nos sentimos culpables, es algo bueno, porque es más fácil que nos
arrepintamos. Pero nuestra culpa es real, es verdadera. No es sólo cuestión de
sentimientos. Por eso, se necesitaba una solución verdadera, una solución real
también. Esa solución la trajo Jesucristo. Primera de Pedro 2:24 dice así: "El
mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados". No estamos hablando de
una telenovela o un cuento de hadas. Un día del calendario, en un momento
particular de la historia, Jesús cargó en su propio cuerpo la culpa del pecado de
todos nosotros.
Esto sucedió en cierto día de la historia, unos dos mil años atrás. Pero también
tiene que llegar un momento en tu propia historia, en tu propia vida, en la que tú te
comprometes con Jesús. Romanos 10:9 dice así: "Si confiesas con tu boca que
Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos,
serás salvo." Tienes que aceptar en tu propia vida el beneficio de lo que Jesús hizo
por ti. Tiene que haber un compromiso, una entrega personal a Jesús.
Si tú nunca has hecho esto, la simple realidad es que no estás en una relación con
Dios. No puedes tener una vida espiritual verdadera mientras no hayas aceptado el
perdón. Eso sucede cuando te arrepientes del pecado y confías plenamente en lo
que Jesús hizo en la cruz por ti. Si nunca has hecho esto, Dios te invita a hacerlo
hoy. Sin este paso, sigues separado de Dios.
Digamos que ya has tomado esa decisión. Creo que la mayoría de los que estamos
aquí ya lo hemos hecho. Si es así, ya has recibido vida espiritual. Como un bebé,
has nacido de nuevo en la familia de Dios. Tu vida nueva ha comenzado. ¿Qué
sigue? Como cualquier bebé, ahora debes crecer. Vamos a hablar más de esto en
las próximas semanas, pero hoy vamos a considerar la norma del crecimiento.
Con cualquier bebé, hay ciertas medidas y normas de crecimiento que los
pediatras usan para determinar si el niño está creciendo y se está desarrollando
normalmente. La altura, el peso, la capacidad de sentarse solo y muchas otras
cosas se toman en cuenta para ver si hay algún retraso.
¿Cómo estarán tus medidas? ¿Qué tal estarás creciendo en tu relación con
Jesucristo? ¿Estás creciendo, o te has quedado estancado? Algunas personas te
darán una lista de cosas que debes hacer. Consideran que, si logras evitar esas
cosas, has llegado a la madurez en la vida cristiana. "Un cristiano no fuma, no
toma, no baila y no dice malas palabras", te dirán. Te dan a entender que, si has
logrado dejar todas esas cosas, ya has alcanzado la madurez.
Frente a esto, otras personas dicen: "¡Eso es puro legalismo!" Y se ponen a hacer
precisamente esas cosas, para mostrar su supuesta libertad en Cristo. Pero todo lo
que han hecho es rechazar algo.
Es muy bueno evitar el tabaco, el alcohol, el baile y las malas palabras. Pero la
madurez cristiana es algo mucho más profundo. Si volvemos a los Diez
Mandamientos, que ustedes leerán esta semana durante la célula familiar, nos
damos cuenta de que el último mandamiento dice así: "No codiciarás".
La codicia no es una acción visible. Una persona puede estar consumida por la
codicia sin que nadie más se dé cuenta. La codicia es cuestión del corazón. El
mandamiento acerca de la codicia es la culminación de los Diez Mandamientos,
porque Dios así nos demuestra que El no sólo está interesado en lo que hacemos.
El ve nuestro corazón.
Cuando Jesús llegó, el resumió toda la ley citando otros versículos del Antiguo
Testamento. En Mateo 22:37-39, El nos dice que toda la ley se resume con amar a
Dios por sobre todas las cosas, y amar al prójimo como uno se ama a sí mismo:
22:37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente.
22:38 Este es el primero y grande mandamiento.
22:39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Si amamos a Dios más que nada, y amamos a los demás como nos amamos a
nosotros mismos, cumplimos la ley. ¿Ves? Es cuestión del corazón.
Ahora bien, ¿cómo puedo saber si amo a Dios y si amo a los demás? Déjame
dejarte con dos pruebas. Puedes saber si amas a Dios viendo la evidencia en tu
vida de la gratitud. Una y otra vez la Biblia nos llama a ser agradecidos con Dios.
Por ejemplo, Filipenses 4:6 nos llama a darle gracias a Dios cuando le
presentamos nuestras peticiones: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de
gracias."
La segunda prueba tiene que ver con los demás. Si yo sinceramente me puedo
gozar en el éxito de los demás y si no siento ninguna alegría en su fracaso, estoy
empezando a alcanzar la madurez. Nos lo dice 1 Corintios 10:24: "Ninguno busque
su propio bien, sino el del otro." Si yo veo a mi hermano que tiene algo que yo no
tengo, y en lugar de felicitarlo me pregunto por qué Dios no me lo ha dado a mí,
sigo en la inmadurez.