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“Le plantaba cara o me suicidaba”


La primera de las 12 gimnastas que denunciaron por abusos sexuales al entrenador de Betxí relata a EL PAIS
su pesadilla de miedo y soledad y su decepción con la Federación

“La gimnasia artística era mi vida y mi todo. Ahora mismo no está dentro de mí y no estoy preparada para que lo
esté otra vez. Me han hecho daño, necesito respirar”, dice TP4/17. Es el número que la identifica como testigo
protegido; pero es una persona de carne y hueso que acaba de cumplir 18 años. Durante cinco, desde los 9 hasta los
14, sufrió abusos sexuales por parte de su entrenador, Carlos Franch, que le llevaba 46. Dirigía el Club Gymnàstic
de Betxí, un pequeño pueblo de 5.700 habitantes en la provincia de Castellón, y era también era el conserje de las
instalaciones del polideportivo municipal. “En esos momentos intentas negar todo lo que está pasando para no
hacerte daño a ti misma, pero llega un punto en el que te sientes tan hundida que necesitas apagarte: necesitaba
apagarme para no sentir lo que sentía. Lo negué y lo negué hasta que dije: ya, no lo aguanto más. Es que es o
suicidarme o plantarle cara. Eso pensé. No podía suicidarme, me dolía más el daño que le podía hacer a mi familia
que el que le podía hacer a él; él era el que estaba haciendo cosas malas”, cuenta TP4/17, sentada en el salón de su
casa con la chimenea encendida un sábado de enero.

Le plantó cara. Y luego denunció. Fue la primera de 12 gimnastas que lo hizo. Gracias a su denuncia y a las que
siguieron, Franch (que ahora tiene 63 años) se sentó en el banquillo de la Audiencia Provincial de Castellón y ha
sido condenado a 15 años y medio de prisión por un delito continuado de abusos sexuales sobre menores de 13
años (nueve de los 12 casos habían prescrito). El pasado día 8 la Audiencia dictó su ingreso en prisión provisional
(la defensa ha recurrido la sentencia). Desde la denuncia —8 de junio de 2017— hasta la sentencia —30 de
noviembre de 2020—, TP4/17 ha vivido un infierno de miedos, pesadillas y ataques de ansiedad. El dolor en el
pecho desapareció junto al resto de síntomas el día que se dictó sentencia. “Soñaba con ser olímpica; es lo que más
he querido siempre”, dice. Dejó la gimnasia en 2019 y ahora, a sus 18 años recién cumplidos, intenta reconstruir su
vida. Por el camino vio cómo se quedaba sin beca para entrar en la residencia Blume con el equipo nacional. Estaba
preseleccionada por Lucía Guisado —la seleccionadora nacional— para entrar en Centro de Alto Rendimiento de
Madrid en septiembre de 2017 y finalmente fue descartada (según consta en el CSD al haberse reducido el número
de plazas).

“Me faltaba la respiración cuando me daban esos ataques de ansiedad, se me dormían las piernas o los brazos. Me
dolía muchísimo el pecho. Justo después de declarar en el juicio, el dolor en el pecho se fue, me quedé tan
descansada”, rememora. ¿Lo que más daño le ha hecho? “Me sentía una niña superfuerte y valiente, con las cosas
claras; después de la denuncia me sentí todo lo contrario. Me sentí vulnerable, todo lo bueno que veía en mí dejé de
verlo. Esto es un pueblo, todos se te tiran encima, no es solo que te pregunten por lo que te ha ocurrido, que ya es
duro en sí, es que había niñas en el instituto que me cantaban ‘mentirosa’ en los pasillos. Es algo que te va hundiendo
más y más y acabas creyéndote que te has imaginado todo y que todo es mentira. Te acabas acostumbrando a esa
persona que no eres”, responde.

“Antes de entrenar siempre nos poníamos firmes en línea y o bien nos echaba la bronca si estaba enfadado; o bien
nos contaba chistes si estaba bien. Dependía. Una tarde de broma soltó: ¿si algún día voy a la cárcel, me traeríais
embutido? Era pequeña, pero se me quedó grabado eso, porque sabía todo el daño que me estaba haciendo y encima
bromeaba con ello. También decía muchas veces: ‘yo soy como un espejo, si vosotras me hacéis algo yo os lo voy
a devolver y peor aún’. He llegado a estar tumbada en mi habitación con los ojos cerrados e imaginarme su cabeza
en mi ventana, como que iba a entrar a mi habitación a hacerme algo. Llegaba un punto de querer dar tanto miedo,
que al final te lo creías. Me intentaba proteger: me repetía ‘yo no le tengo miedo’. En realidad por dentro sí sentía
miedo, a la hora de dormir por ejemplo. Cuando estaba con él no porque ahí sacaba toda la rabia que tenía”, relata.
Cuando se imaginaba la cabeza de Franch en la ventana, se cubría la cabeza con las sábanas. “Empecé a dormir con
la puerta cerrada con llave porque pensaba: si él la abre se escuchará y me despertaré antes de que me haga nada”,
añade.

Castigos, masajes y tocamientos

El suyo es un relato de miedos y pesadillas. Miedo a salir a la calle, miedo a que Franch fuera a buscarla, a esconderse
cuando escuchaba el ruido de su moto por el pueblo —”si no le saludaba me armaba una al día siguiente… castigada

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todo el día. Si yo me veía con mis amigas, me preguntaba con quién había estado y qué había hecho. Controlaba
toda mi vida”—. También tenía temor a que nadie la creyera, a sentirse señalada. Habla durante casi dos horas sin
que le caiga una lágrima. “He llorado demasiado por este tema. La psicóloga me ha ayudado a diferenciar los
sentimientos, llamarlos por su nombre y canalizarlos”, afirma. Franch se masturbaba con los pies de TP4/17 y los
de sus compañeras.

Las obligaba a someterse a masajes aunque no tuviera ningún tipo de titulación y aunque ella no sufriera ningún
tipo de dolor, molestia o sobrecarga. La llevaba a la conocida sala de la lámpara que a veces cerraba con llave. La
tumbaba en la camilla, le hacía ponerse un calcetín y colocaba su pie en el pene para masturbarse. También lo hacía
en la pista del gimnasio delante de otras compañeras o en el sillón de su casa, adonde la llevaba a merendar o a ver
una película junto a las demás compañeras. Además de masajes, hubo tocamientos

En ese momento no sabía ni tampoco imaginaba que no era la única que estaba sufriendo abusos. “Yo notaba cosas
raras, veía cosas que no me parecían normales. Había una compañera que nunca quería ir a los masajes y pensaba:
¿por qué no querrá ir? Si el masaje en teoría es algo bueno. No me cuadraba. Creo que pregunté a un grupito, en el
que no estaba esa niña, si estaba pasando algo. Pero ahí nunca pasaba nada”, recuerda. “Me sentía sola y vacía. No
tenía a nadie con quien hablarlo, para desahogarme me iba a la cama a llorar sin que mis padres se dieran cuenta. Y
al día siguiente las compañeras me preguntaban por los ojos hinchados. ¿Cómo iba a decirles que estaban abusando
de mí?”.

“Me estás haciendo cosas que no me gustan”

Hasta que se lo dijo a él. “Me está haciendo cosas que yo no quiero y que no me gustan”. Era 2016. Tenía 13 años.
Llegó el chantaje emocional. “Él nunca ha llorado delante de nadie… y cuando le dije eso se me puso a llorar, me
dijo que por mi culpa se estaba medicando, que si estaba segura de lo que estaba diciendo porque le iba a amargar
la vida”, recuerda la gimnasta. Y también: “¡Cómo me dices eso a mí, si por 20 euros puedo ir a los caminos [El
Caminás, la zona de caminos rurales donde se ejerce la prostitución] y tener a una tía con más tetas y más culo que
tú'. Yo era una niña de 13 años”.

El mismo chantaje se lo hizo a la madre de TP4/17 cuando esta le contó por primera vez y sin detallar que Carlos
le hacía cosas que no le gustaban. “No era la primera vez que iba a hablar con él, lo hacía a menudo para que dejara
de insultar y castigar a las niñas. Cuando mi hija me contó que le hacía cosas que no le gustaban se lo dije y me lo
negó. Se hizo la víctima: ‘me estás acusando poco menos de ser un violador’. Salí de allí como pude diciéndole que
creía a mi hija, que volvería a preguntarle y en el caso de que la viera dudar, volvería para pedirle disculpas”, cuenta
la madre que en su época también fue gimnasta de Franch. No hubo disculpas porque Franch sí estaba abusando de
TP4/17; un año después sí detalló a su madre en qué consistían los abusos y denunció.

¿Cómo funcionaba lo de los masajes? “Después del entrenamiento me decía: ‘mañana vente media hora antes’. Y a
lo mejor a mí no me dolía nada. ‘Vente media hora antes y te hago algún masaje’. Llegó un punto que le dije: no
Carlos, no quiero que me des masajes, para qué, si no me duele nada”, contesta. Se negó a ir y también se negó a
seguir entrenándose con Franch y se puso en manos de otra entrenadora del club, Mireia Mijas. La tregua duró poco;
a raíz de una lesión en los pies —se rompió los ligamentos de ambos en 2016— el técnico volvió a meterse en su
día a día y a abusar de ella. “Con la excusa de los pies volvió a darme los masajes. Hubo una temporada que eso era
a diario. Me preguntaba: ‘¿bien? ¿Te lo estoy haciendo bien? ¿O mal?’ Volví a sentirme indefensa ahí y le decía
que sí, que no pasaba nada. Pero sí pasaba. Estaba otra vez igual. Volví a explotar al tiempo. Y le dije a mi madre:
‘mamá, me lo está volviendo a hacer’. Me preguntó si quería denunciar y dije que sí”, detalla.

Era mayo de 2017, quedaban cinco meses antes de recalar en el CAR; el día 25 la Federación Española de Gimnasia
(RFEG) solicitó a través de un correo electrónico los datos que necesitaba para las fichas y los informes (centro
escolar actual, previsión de curso escolar para la siguiente temporada, resultados destacados y una fotografía).

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